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12 diciembre 2009

El retorno de los abrigos asesinos



En los abrigos asesinos, nos habíamos quedado en John Lewis, un gran almacén de gente desesperadamente clase media (y nótese que la calificación clase media en este país es distinta que en España… aquí clase media es en realidad media-alta, los profesionales que leen ciertos periódicos, que viven en determinadas zonas). Y desesperadamente es un anglicismo que no sé bien cómo traducir, pero “me desesperan” podría ser una interpretación libre.

Como son muy amables en este gran almacén, nos envían a la tienda de la marca del abrigo, donde quizás tengan la otra talla, y está a escasos metros, en King´s Road. Esta es la calle donde probablemente haya mayor densidad de Bugaboos y Barbours en este lado del canal. Algo así como la reserva pija de Occidente. Una, que es una salamandra, da el pego perfectamente, tanto aquí como en el concierto de Barricada en Brixton Academy la semana anterior.

Pero divago: mi sufrida hermana (¿pero para qué están las hermanas, joer?) et moi nos encaminamos a la tienda de marras. Y sí, la talla mediana está en la percha. Damos un giro, y como único empleado está en guardia de seguridad y el DJ pinchando en algún cuarto oculto. Agarramos la percha y nos vamos al probador. Y corroboramos: la mediana me queda grande, aquí y allá, largo debate, es que yo creo que, ponte el tuyo de nuevo, quítatelo, date la vuelta… en estas que se asoma un tipo y dice puedo ayudaros.

Debe tener unos treintaitantos, es de origen indiopakistaní, y lleva ropa oscura y unos de esos zapatos que el pedalista llama de chúpamelapunta. Cuando contesto, se queda enganchado en mi aparato (sí, llevo ortodoncia, algún día os contaré porqué) y me dice: “debes tener muchas ganas de que te lo quiten ¿no?” y acto seguido: “¡de donde sois?”. Y la menda: “De Transilvania” (tendríais que verme, cuando llevo las gomas ni Gary Oldman en el Drácula de Coppola me haría sombra). Y paso a contarle mi predicamento. Sus zapatos se giran y dice: “te traigo el pequeño y lo vemos”.

Antes de seguir anotar que, desde que estoy en este país, mis parámetros han cambiado. Ya dicen que la imagen corporal de uno mismo se crea en la adolescencia. Si en esa época estabas buenísima y ligabas un huevo, tu autoestima física, que se consolida en esos años, seguirá más o menos intacta el resto de tu vida. Yo, de adolescente en la península, siempre fui una tía no precisamente talla petite, sino siempre más alta, más grande, más “fuerte” (cómo odiaba esa palabra) que la media. Por eso, aún no salgo de mi asombro en este país: soy average, tirando a pequeña. Simplemente, no soy yo. Siempre fui de las más altas de la clase. La petite no soy yo.

Pero vuelvo a divagar. Chupamelapunta vuelve raudo con la talla pequeña. Me ayuda a ponerla (es una sensación rara, cuando uno que no es tu chico te pone un abrigo) y establece: ésta es tu talla. Y conversación ritual: pero me aprieta. Pruébate la mediana de nuevo. Con ésta más cómoda. Pero me veo panto (palabra familiar que significa sin gracia ninguna). Claro, es que la que te encaja a la perfección es la otra. Pruébatela. Vale. Sí, me queda mejor, pero es que me noto incómoda. Ah, pero es que es un abrigo encajado (fitted), si quieres un abrigo amplio no es este concepto. Claro, pero es que me gusta este concepto. Si quieres te cojo la cintura. Vale. Me pone las manos en la cintura varias veces para explicar el concepto encajado. Yo asiento como si me estuviera contando la fórmula de la cocacola.

Dice que se va, “para que lo pienses con tu hermana”. De acuerdo, gracias. Me pruebo mi abrigo, y qué cómoda. Pasa por ahí y lo elogia: “es muy bonito, pero es un abrigo dramático que no te abriga”. Gracias, lo de que no abriga ya lo sabía yo, pero nunca se me habría ocurrido el adjetivo dramatic. Le va que ni pintado. Desde ese día es el abrigo dramatic. Insiste en que me debo quedar el pequeño. Sin abrigo lo ve claro: soy la pequeña. Yo sigo alucinando en mi interior, nadie de mi clase del cole me reconocería.

Vamos a pagar, con la pequeña. No me gusta ir incómoda, embutida como la mujer de Luis XVI, pero también odio la ropa grandota, que cuelga, que pareces un saco. La indecisión sigue mientras esperamos para pagar. Entonces vuelve a aparecer él. ¿Qué habéis decidido? Pues la pequeña. Pequeño triunfo, se le nota en la cara, hasta los zapatos se alegran un poco. Y entonces mi pequeña hermana añade: “pero no estoy convencida, porque tiene que sacar al bebé de la silla, y va a estar incómoda haciendo ese gesto” (todos hacemos el gesto del abrazo, con mayor o menor efusión).

¿Cómo? ¿Qué tienes un bebé? ¿Pero por qué no me lo habías dicho antes? Me mira como si le hubiera intentado robar un cinturón de la tienda. Estoooooooo, errrr, no sé (a ver, ¿por qué has de darle tu historial completo a un vendedor?) Eso cambia las cosas completamente, dictamina. Has de llevarte la mediana. Ah, ¿sí? Claro: yo pensaba que eras una chica soltera, independiente, que sales por las noches, que ves a chicos. Entonces talla pequeña, abrigo entallado, tú me entiendes. Pero si tienes un bebé tus prioridades son otras, y tienes que ir cómoda, estoy con tu hermana.

Yo no doy crédito. Y el tío añade, ya bordándolo: “pero eres demasiado joven para tener hijos”. Me peliizo y le digo: “Now you are taking the piss” (algo así como “ahora te estás descojonando”). Te lo cojo, venga. Vamos al probador de nuevo, y mientras me pone las agujas, decido ya tirarme a la piscina: “dice mi hermana que eres muy buen asistente, y entiende de esto”, y el añade: “por algo soy el jefe” (algo así como me acaban de dar el cum laude en el PhD). Tras un intercambio de frases que afortunadamente no recuerdo termina: “no te puedo cobrar por el arreglo”. Y yo, “anda, nooo”, y él, insiste. Y cumple su palabra: no me cobra el arreglo.

Salimos de la tienda completamente estupefactas. ¿De verdad ha ocurrido esto fuera de un guión de Luis Buñuel? Si eres madre, ya estás fuera, talla mediana, baggy clothes y Game Over.

GAME OVER?
Ni Diva Gando ni Di Vagando.

4 comentarios:

  1. ay, Di.
    ese chupamelapunta no me gusta.
    Yo en mi crisis de los 40, como bien sabes, con two children, me dediqué a hacer todas las tonterías que me quedaban por hacer. que puestas al lado de comprar un abrigo entallado, lo palidecen.
    Sé tú, maña, que ni hermanas, ni pakistaniíes te quiten lo tuyo. Yo me he comprado camisetas entalladas, que lo único que consiguen es realtar mi barriga cervecera, pero que se joda el mundo, mi autoimagen es el de un topmodel que quita el hipo, y sí, la gente se me queda mirando, seguramente porque piensan, dónde va ese carcamal... pero yo traduzco, qúe bueno está ese calvo.

    Be happy,

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  2. Lo primero, a ver si sales del armario y gritas al mundo que eres mi Méntor: es pecado querer que el susodicho mundo sepa que a Diva y a mi nos lee el tipo con más entradas de google que conozco, autor admirado, pregonero lujo, etc etc?

    Segundo, no me extraña que, siguiendo con mi teoría de la autoestima física se forja en la adolescencia, tu la tengas por las nubes. Con lo guapos que son tus hijos, todo cuadra.

    Y claro que está bueno el calvo. Game over para otros.

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  3. Vale, si es por eso, hago mi salida triunfal del armario para anunciar que la Diva toma por mentor al mayor de los impostores.
    Pobretica mía, igual de ahí vienen todos tus disorders... hastelo mirar.

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  4. Al habla la hermana en lo que pretende ser una especie de autodefensa. A pesar de mentora y guru del fashion y el poderío que soy, como iba a dejar que fuera para delante la compra de un abrigo con el que la movilidad del cuerpo era mas limitada que la de un click de playmovil?en otro orden de cosas:Sis, gracias por regalarme aquella mañana, la experiencia de conocer a aquel shop manager tan intrusivo no tuvo precio.

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