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Kōgai para un vestido sin espalda |
En la sala están Sandip, Duncan y Richard, todos de tuxedo - me encanta esta palabra, de ahí que no la traduzca. Me cuentan el programa: antes de la cena hay charlas con lo típico, logros de los últimos tres años, dónde va Banderley en los siguientes, la investigación que está teniendo lugar. Luego habla un paciente y el invitado especial, que este año es un famoso violonchelista que sufre de Trastorno Bipolar y está haciendo mucho por la divulgación de la enfermedad. Al final hay una entrega de premios en la que, básicamente, se premian a ellos mismos.
Salimos de la casa sin abrigo: mediados de Diciembre, pero nadie tiene nada acorde con los excesivos trajes alquilados. Rodeamos Banderley-C para entrar por la puerta principal. Hace un siglo desde aquella primera noche que me abrió Sister Harding y pasé tanto miedo, y no precisamente por las gárgolas, que me siguen mirando desde arriba. Extrañeza ante tantos coches y taxis llegando con los invitados externos. La alcadesa de Whitby y dos concejales. Todos ellos llevan abrigos acordes, hay una mujer con una boa de plumas, pero nosotros parecemos de una compañía teatral: una panda de veinteañeros disfrazados de raso, terciopelo y brillantina. Pero hasta ahora estoy disfrutando de este baile de máscaras, sin máscaras: me encanta mi vestido, aunque tengo frío, y aún no me he hecho a los zapatos, que son de Morgana. El clutch, esa especie de bolso ridículo de mano que nunca imaginé llevaría, venía con el vestido. Solo caben chicles, dinero, las llaves de casa y otra: la del supuesto anexo al cuarto de reunión del grupo Bandersbury.
La sala de los espejos no tiene espejos -bueno, tal vez un par- pero es igualmente preciosa, ya me habían avisado. Hay un escenario al fondo y un montón de mesas circulares muy bien decoradas. Al entrar nos saludamos con los amigos, ahí están todos: Will, al que hace mucho que no veo, y Marla. Isabel que pretende que no me ha visto fingiéndose muy concentrada en una conversación con alguien externo. Suchandra, en una esquina con Sandip, va con sari. Yolanda va de no-he-puesto-esfuerzo-en-estar-mona, como si supiera que es inútil competir con Morgana, de seda roja, espectacular. Todos estamos representando nuestro papel: me pregunto cual es el mío.
Allá en el fondo está Sister Harding. Me impresiona: está muy guapa, no parece ella, sin ese uniforme de falda campaniforme con el reloj colgando. Parece tensa, mira a los lados. El doctor Cook, hablando con otros colegas de su edad, encantado de su evento social del año. Derek, el enfermero de las noches, ha vuelto para la fiesta y me saluda con el vaso desde la otra punta. Está también el señor Foster, el de mantenimiento, los de la cantina, Jaffa el de la tienda. Las enfermeras de perinatal. El fisio buenorro. Compas con los que no coincido mucho: Michael, el holandés, Greg, Joy. Todos.
Nos han distribuído en las mesas de manera que no estemos con nuestros amigos: así se hacen posibles conversaciones que de otra manera no ocurrirían, especialmente con ex-Banderleys. Los británicos son únicos en establecer charlas superficiales que fluyan con cualquiera en cualquier situación. En mi mesa, todo señores de cierta edad - el más delgado detallando, quizás un poco de más su rol como editor de una revista de gran factor de impacto-, y al otro lado, Sister Harding, que me ha dedicado una especie de sonrisa forzada, de esas que se hacen con la boca pero no con los ojos, mientras coge una segunda copa de vino.
El murmullo -ese que te hace preguntarte cómo mantienen tanto rato una charla de relleno- se rompe cuando sale el maestro de ceremonias al escenario: es un señor alto con un chaqué rojo y todas las tablas del mundo. Va dando paso a los distintos ponentes. Los camareros traen bandejas imposibles de copas de vino. En un par de ocasiones, Sister Harding me está mirando fijamente, con esa desinhibición del alcohol: esto me recuerda que no debo beber mucho hoy.
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Jackie du Pré |
Lo siguiente, estoy ahí arriba agradeciendo un premio que no sabía ni existía. No solo hay premios para los ex-Banderleys exitosos, o los que han publicado este año, sino también para los que nos hemos limitado a sobrevivir en una jungla nueva, mi único mérito. Y sí, para mí misma merezco una corona de laureles, pero en este fango hemos estado todos. El hombre del chaqué rojo está hablando -leyendo de una tarjeta, en realidad- de mis supuestas "extraordinarias dotes clínicas para lograr involucrar al paciente". Qué mejor le pueden decir a un médico: es la parte “arte” de esta ciencia. Por un nanosegundo casi me emociono, pero es complicado todo desde el escenario: no se ve nada, solo un montón de bocas sonrientes desconocidas, y mucha luz. Pero de repente, la mente se enfoca y ahí hay un plano fijo de peli: Cook y Harding se miran, y me pregunto si esto ha sido cosa de ellos. Ah, el final feliz: los villanos iniciales a los que la heroína se gana y terminan todos amigos. Qué bonito. Un camarero en el fondo ordena al milímetro copas sobre una mesa blanca. Y todo serio, apoyado en una puerta lateral, Steen, que ha debido llegar tarde. Con los brazos cruzados mientras todos aplauden cuando bajo. In the dark end of the street, pienso y me siento.
El típico grupo de después de las cenas empieza a tocar. El vino se me ha subido un poco, tengo calor. Voy a la barra a por un agua y entonces oigo la voz de Steen: intentando la broma del ya-vamos-de-aguas. Me doy la vuelta y veo que él de lo que no va es de risas. Entonces interrumpe Cook: salvada por la campana.
-Ahhh doctora Calleha, felicidades por su premio, tan tan merecido- dice, tiene las mejillas muy rojas, me da un apretón de manos.
-Oh, qué va, pero muchas gracias - logro balbucear. Quiero irme de aquí.
-Seguro que la nominó el doctor Steen -y le mira. A Steen le cuesta reaccionar, no sabe si asentir o seguir de esfinge. Calcula la mejor manera de lograr su objetivo, que no sé cual es. Sigue Cook- Tiene mucho que agradecer a la doctora Calleha, doctor Steen: alguien tan junior y que lo hizo, me consta, tan bien.
Tierra trágame. Siento un frío enorme cuando por fin habla Steen:
-No tengo palabras para agradecer esos meses. Pacientes y enfermeras aún la echan de menos -dice, mirando solo a Cook, y entonces se gira hacia mí- Pero yo le hubiera dado el premio a su afán por saber. No tira la toalla si se trata de llegar al fondo de todas las cosas.
Tiene esos ojos azules feos de tan uniformes. No hay una sola veta que indique mezcla, variedad. Decir fríos sería aburrido: es el azul de un nazi de película, un azul de sima marina, un azul ominoso e inquietante. Me disculpo diciendo que tengo que ir al baño y allí, me mojo el cuello. Tengo el eyeliner corrido por todo el párpado: lo intento arreglar y lo empeoro. En el pasillo está Harding, que me hace un gesto con la cabeza.
De vuelta en la sala mis amigos están bailando y me escurro entre la gente hacia ellos. Alguien me agarra del brazo y gracias a la música nadie oye mi grito. Es Isabel Archer, que se pega a mi oído para felicitarme y metralleta de preguntas: que cuándo haremos el viaje de las Bronte, que si he empezado a escribir, que me quiere hablar de un grupo de escritura que tuvieron, Bandersbury, y si yo lo querría resucitar con ella. Me da vueltas todo: ¿qué dice esta mujer? No le contesto y me voy. El grupo sigue tocando ahora una canción que me encanta. Look at me with starry eyes / Push me up to starry skies/ There's stardust in my head/ Pure and simple every time. Sigo avanzando entre la gente y ahí, en el espejo al lado del escenario, el reflejo de Steen solo, mirándome. Me abrazo a Morgana y Yolanda, estamos saltando. Fresh and deep as oceans new / Shiver at the sight of you. Sister Harding está en la barra, y sigue bebiendo, y sus ojos se cruzan con los míos. If love's the truth then look no lies /And let me swim around your eyes. Viene Sandip -verle bailar me alegra la noche- y Richard y Will y durante un rato me olvido de todo. I've found a place I'll never leave /Shut my mouth and just believe/Love is the truth I realize. Isabel se ha ido, Cook está borracho, Sister Harding está ahora hablando con Foster, Steen con la alcaldesa. Not a stream of pretty lies/ To use us up and waste our time. Seguimos saltando, pero es imposible olvidar por mucho rato que bailamos sobre túneles en los que pasaron cosas horribles. No todo está bien. Lying smiling in the dark / Shooting stars around your heart. Entonces, una idea.
Una idea, de repente, y es una urgencia. Tengo que bajar al cuarto anexo, y ha de ser ya. Todo el mundo está en esta sala: nadie me va a echar en falta. Salgo por la puerta lateral, todos han bebido mucho, nadie me ha visto. Camino por el pasillo por el que entré un día, esquivando los baldosines sueltos que conozco, ahí está la puerta lateral que baja al archivo. Ahá, la nueva contraseña de Mark funciona, y enseguida estoy en la entrada que lleva a los túneles.
Debajo de la baldosa, madre mía, un cuaderno. Salgo del anexo con él, me doy la vuelta: sí, he dejado la baldosa donde estaba. Una vez en el túnel, busco el siguiente interruptor pero entonces, un ruido, con el eco que ya ha dejado de darme miedo de estos túneles. Es el clank característico de cuando se apaga la luz por el temporizador, y suena allá lejos, en el archivo. Y le sigue el click de cuando se vuelve a encender. Hay alguien ahí. Tengo la mano sobre el interruptor pero decido no presionar. Me quedo escuchando: otro clank, aún lejos, y otro click. Veo una luz al final del túnel, y no precisamente en el sentido metafórico: alguien se acerca. Empiezo a caminar, intentando un mínimo sigilo, en la otra dirección. He mirado tantas veces el mapa de los túneles que me lo sé de memoria, mis pupilas están enormes, ya acostumbrada a funcionar con las luces de emergencia. Sé que si voy por aquí acabaré bajo la piscina. Pero al llegar a una intersección hay un nuevo click, y todo se ilumina: y no he sido yo. Me doy la vuelta y ahí está el doctor Steen.
-Ya han dado las campanadas y Cenicienta se va de la fiesta... -dice, apoyado en la pared. Y sigue- ¿Sabe lo que dice Bruno Bettelheim, el de "Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas" de Cenicienta?
-No, no estoy interesada en el psicoanálisis, igual que no estoy interesada en la astrología- le contesto, así con un tono de listilla que me sorprende hasta a mí.
-Claro, claro, la doctora Calleja -y hace énfasis para pronunciar la jota- siempre tan cuadriculada, solo la evidencia, bla-bla-dibla. Pues Bettelheim dice que es un mensaje subliminal para las niñas: "si te lo pasas demasiado bien, perderás tu carroza". ¿Qué cree usted que simboliza la carroza?
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Mariona: si persistes, vas a perder tu carroza |
-Oh sí, claro claro, todo sexual... No es dificil ver la simbología del pasado, cuando perder la virginidad era un drama, se era señalada, y se perdía tal vez hasta la posibilidad de casarse... Pero hoy todo esto ha quedado muy anticuado, ¿no cree?
- ¿Ha terminado? Tengo que irme-le digo.
-No. Creo que usted se lo ha estado pasando muy bien últimamente. ¿Sabe qué carroza se está arriesgando a perder por un juego? -dice, y mira el cuaderno que tengo en las manos-. Pero ya se ha acabado: le cuento las nuevas reglas. Usted me da el cuaderno, volvemos a la fiesta y nada de esto, incluído lo que lleva usted haciendo durante meses, ha pasado.
-No sé de qué me habla- soy muy mala actriz, la verdad.
En estas circunstancias, todo ocurre siempre "demasiado deprisa": una excusa para que el narrador no aburra al personal con "y entonces pasó esto, y seguidamente aquello". Pero es que es verdad, todo pasa demasiado deprisa -atención al siguiente cliché- como una proyección de diapositivas: Steen se acerca y parece que me va a coger el cuaderno. Yo -o un ser feral dentro de mí- da un empujón y sale corriendo. Clank, la luz de apaga, creo que le he tirado al suelo, sigo la estela de las luces de emergencia. Vuelvo a la encrucijada, ya me oriento, pero de nuevo, click, ha dado las luces, se ha levantado, viene hacia aquí. Doy una vuelta por un pasillo por el que nunca había estado. Le despisto. Veo luces que se dan en la otra dirección. Vuelvo a correr un rato, luces, que se encienden, se apagan, clank, click, clank, aquí estoy: esta es la entrada de mi casa. Mientras abro, le veo al fondo, subo corriendo, le cierro la trampilla, gano unos segundos, estoy en el almacén de abajo, donde están los trastos, las maletas, el equipo deportivo. Vuelo a la primera planta. saco la escalera del desván. Puedo oírle ahí cerca, aún le llevo un rato. Subo, tiro de la escalera y contengo la respiración. No puede saber que estoy aquí arriba.
Oigo sus pasos abajo un rato, cruje la madera. Entra en las habitaciones, me llama por mi nombre. Mariona, dice. Se acabaron los doctora Calleja, con esfuerzo en la jota. Mariona, repite. Soy un personaje de peli de terror, y estoy poniendo su misma cara, seguro. Mis ojos navegan por el techo inclinado, la claraboya está oscura. Cuando pasa lo que parece una eternidad, dejo de oir sus pasos, pero puede estar por ahí, esperando. ¿Estoy enmedio de un sueño? Voy de puntillas al diván, me suelto las tiras que sostienen el vestido detrás de mi cuello y abro el cuaderno de Sylvia Lannister. Son las 2 de la madrugada.