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27 junio 2022

Serial 50. Fin de Serial

Ya no será

ya no

no viviremos juntos

no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa

no te tendré de noche

no te besaré al irme

nunca sabrás quién fui

por qué me amaron otros.

No llegaré a saber

por qué ni cómo nunca

ni si era de verdad

lo que dijiste que era

ni quién fuiste

ni qué fui para ti

ni cómo hubiera sido

vivir juntos

querernos

esperarnos

estar.

Ya no soy más que yo

para siempre y tú

ya

no serás para mí

más que tú. 

Ya no estás

en un día futuro

no sabré dónde vives

con quién

ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca

como esa noche

nunca.

No volveré a tocarte.

No te veré morir.


Cierro el cuaderno durante unos minutos, me abrazo a él, fijo los ojos en la claraboya. Está todo oscuro, pero ya me va bien: no quiero ver nada. Esta misma operación ocurre varias veces en la noche durante la lectura del cuaderno de Sylvia Lannister. Es historia personal, con poemas suyos intercalados, con poemas de otros: una amalgama que se resiste a definición. Es algo confesional, reivindicativo, explosivo. 


Conocía su pasión por la poesía, pero quién me iba a decir que se atrevía a saltar idiomas y décadas y continentes, océanos; quién me iba a decir que una inglesa de fin de siglo conocería a una uruguaya nacida en 1920 de la que yo nunca había oído hablar, Idea Vilariño. Este poema, copiado con su letra antigua, "Ya no", es tal vez el poema de amor más triste que yo haya leído nunca, igual que lo es, de entre todos los conciertos, el de chelo de Elgar de hace unas horas en la fiesta. Lannister, que lo incluye en un momento muy significativo de su cuaderno, explica que Vilariño se lo escribió a su amor, Juan Carlos Onetti, con el que tenía una relación muy complicada. En otro punto, habla de Charlotte Perkins Gilman, de cómo le impactó "The yellow wallpaper", relato de enfermedad mental y feminismo. Perkins Gilman, que desoyó la prescripción médica de "descansar en cama" para tratar la depresión postparto que la estaba matando. Y que logró salvarse dejando a su marido y abriendo ventanas a estímulos intelectuales - en su caso sufragismo y socialismo. Y luego, claro, estaba Plath, mucha Sylvia Plath en poemas completos, o fragmentos. Vilariño, Perkins Gilman, Plath: todas mujeres que sufrieron por sus parejas. 

Pero eso lo explica en otra parte del cuaderno, y ahora estoy asimilando el poema de Vilariño, que es como mirar el mar desde un acantilado de noche.  No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. "Ya no", el poema, está intercalado en uno de los muchos intentos de Sylvia de dejar lo que tenía con Steen. Son tantos momentos y tan claustrofóbicos, que a ratos me parece que me falta el aire. Y describe el desgarro como ya me imaginaba que sería capaz porque, alguien que se abre en canal en notas clínicas que puede leer casi cualquiera, en un cuaderno privado es capaz de todo


Sylvia empezó con este cuaderno en un punto de su relación con Steen, pero obviamente escribía antes: aparte de lo que compartía con el Grupo Bandersbury, escribía un diario, y poemas y relatos. Aquí hay alusiones a su vida pasada: el novio de hacía un tiempo, en Berkeley con una beca post-doc dando clases de literatura. Su obsesión por la poesía, desde que era pequeñita. Su amistad con Isabel Archer, con la que tal vez compartía el haber elegido este trabajo solo para adentrarse en el alma humana. El grupo Bandersbury, recuerdos y cierta añoranza brumosa. Todo esto, se vería pronto, solo estaba incluído como contexto de su situación actual.


En las primeras páginas, queda claro que Sylvia está confundida: hace un tiempo que su jefe y supervisor, el doctor Damien Steen -Dam, como a él se refiere- ha iniciado una aproximación extraña hacia ella. No parece tener un componente romántico ni sexual, solo un interés por compartir su gusto por poesía. Todo comienza en conversaciones en supervisión - si hace buen día, paseando por el bosque. Más tarde en poemas que él le deja en el correo interno, en el bolsillo del abrigo, en el buzón de su casa. Otras veces, él hace como que nada de esto ha ocurrido, o no le deja poemas en un tiempo. Todo lo que pasa despacio, pasa mejor y compartir poesía durante meses es un vicio en sí mismo. Poco a poco, lentamente, él no tiene ninguna prisa. Reforzadores Positivos Intermitentes, los más efectivos, dice el conductismo. Sylvia describe tan bien la emoción del momento de ver el trozo de papel doblado, su corazón a mil, y luego no poder dormir, no parar hasta memorizarlos, hacerlos suyos, poderlos recitar con la mirada perdida, disociada, en un punto del infinito.


Cuando ella le empieza a dejar poemas a él, se siente mal. No sabe por qué, pero cómo hablar de esto con su novio que, mientras ella en mitad de la noche le escribe un poema a Dam, está ajeno inspirando a una clase de estudiantes californianos a leer a TS Eliott. Pese a todo, continúa, en medio de problemas de conciencia, culpa, remordimiento, que dan mucho juego literario en su cuaderno. Escribe una mente en conflicto con ella misma, con su rol como novia, con las expectativas de la sociedad de una mujer en su circunstancia. Son entradas llenas de desazón y vértigo pero también de solo-se-vive-una-vez. Son todas las mentiras que la humanidad se ha dicho a sí misma en esas situaciones -no hay nada nuevo bajo el sol. Pero también todas las verdades: seguro que en el lecho de muerte, la gente debe dolerse por lo que no hizo, por el momento no vivido. 


Entonces fue la época en la que se empiezan a comunicar además a través de las notas clínicas: Sylvia cree que todo es referido a aquello que le está pasando y está presente en todo lugar.  En el hospital, nadie nota nada: él sigue flirteando con su harén de enfermeras cuando pasan planta- todas desesperadas por una gracia suya-, pero con ella el juego es diferente, menos evidente, más oscuro, y Sylvia se siente enloquecer de júbilo. En el grupo Bandersbury, alguien tal vez anota que si su poesía siempre había sido de alguna manera desgarrada, ahora ha cobrado la intensidad del que escribe con su sangre.


Cada vez menos se pasea su novio por sus duermevelas, probablemente en esos momentos una playa hasta arriba de cannabis y enrollándose con chicas con cintas en el pelo. Esa imagen en su cabeza, su novio besando a hippies, le parece inocente y casi tierna, nada que ver con su despeñarse por un barranco con este hombre con el que tiene una relación de poder, que le lleva más de 20 años, del que todas las enfermeras están enamoradas y al que espera su mujer en casa cada noche: ¿qué puede ir mal? Algo le dice a Sylvia no solo todo esto, sino además que Steen no es trigo limpio.


Pero le da igual: cuando se deja de pensar con claridad, como ocurre por definición en todo enamoramiento, ese estado de enajenación mental transitoria, todo esto da igual. Lo que te dice tu sentido común o te diría tu madre, tu hermana, tu amiga, las feministas de la primera, la segunda, la cuarta puta ola, todo da igual. Así que ella se lanza y se lo dice, porque “esto que tenemos, nadie, en ningún sitio, jamás lo tuvo” y no se puede dejar pasar. Pero él responde con el "The dark end of the street", que yo ya me sé de memoria de tanto escucharla. Y Sylvia copia parte de la letra en su cuaderno, y lo rodea: siento como le duele cada vez que va por encima de las letras: “Hiding in shadows where we don't belong”.  No, Sylvia,  no puede ser, es lo que ya sabías antes de comenzar, cuando estabas en el borde del trampolín antes de saltar. De qué te sorprendes ahora, tonta, más que tonta, en qué estabas pensando idiota.


Todo da igual, porque cuando empieza el sexo -cuidadosamente pautado por él- es la repetición magnificada de todos los sentimientos anteriores. Si antes era la culpa, el anhelo, la desesperación de la ausencia, ahora es el terror de que se acabe aquello algún día. Porque lo que pasa con Dam -Sylvia me persuade de que llamarlo sexo es banal- no tiene que ver con nada que ella hubiera tenido antes con su novio, con previas relaciones, con rollos de una noche. Aquellos encuentros pasan a ser una especie de estado de gracia, son meterse morfina, entrar en trance, perder la orientación y el sentido.


Pero otras veces, cada vez más, son tocar fondo y no poder ni querer salir de ahí, en esa sima oscura y densa que no es normal, ni conduce a nada más que a sí misma, regodeo de lo abisal. La adicción mental se vuelve física y Sylvia describe lo que más bien parece una no-vida alternada por momentos de luz tan intensa que ciega, y que la deja deslumbrada hasta la siguiente dosis. Sabe que no controla nada, pero que quiere seguir sin control -esto es de primero de adicciones. Pero cada día más que el anterior, Sylvia termina derrotada, queriéndose ir a su casa, a la cama, al útero materno y no salir jamás. Todo está en juego: el respeto por sí misma, su salud, su vida. Porque cada día se siente más baja, más detestable, más mierda,  


Pero un día -y aquí aún tenía fuerzas para coger un libro- releer el primer capítulo de la Señora Dalloway -"en el triunfo y el tintineo y el extraño rugir agudo de algún avión en lo alto estaba lo que ella amaba: la vida; Londres; este momento de junio. Porque era a mediados de junio. La guerra había terminado"- le da la fuerza. Y coge impulso, y empuja desde el fondo con los pies. "Ya no", el poema de Vilariño marca el punto de inflexión. Y a punto está de salir. Pero él no quiere, y no se lo permite.

A partir de "Ya no", Dam cambia de táctica y comienza el sitio de Sylvia. Además, peligrosamente, lo sabe todo de mujeres atormentadas: es su trabajo. Ella no engaña: ya físicamente Sylvia es una delicada ninfa de los ríos, pero él sabe de su sensibilidad especial por lo que escribe y cómo lo escribe, y sabe de su vulnerabilidad en esos momentos. Dam es incansable, pero no lo parece, lo hace muy bien. Pretende lo que no es - nuestro único amor arrebatado, nuestra pasión particular- y ella, sin poder ya pensar ni explicar nada, solo mostrar una aquiescencia como drogada, en la que deja gradualmente de ir con sus amigos a tomar algo a Serotonina, o bajar a Whitby, y en su lugar contarle cada paso del fin de semana, que él lo lea todo, lo sepa todo. Su poder, su control: sin necesidad de utilizar ninguna fuerza física. 

En las siguientes semanas, debe ser evidente para cualquiera que sepa mirar que ha perdido mucho peso, que tiene ojeras marcadas, y lo que en el principio atribuyen sus amigos de Bandersbury a su intensidad poética -casi mística- queda claro para mí, que estoy leyendo esto unos años después, que son los pródromos de una depresión clínica de caballo. Pero en un hospital psiquiátrico nadie lo sabe ver. Deberían haberse preocupado cuando Sylvia deja el grupo de escritura, deberían haber averiguado de qué iba aquello: una expresión más del control coercitivo que ejercía sobre ella Dam, Damien, el maldito doctor Steen.

Sylvia escribe poemas desesperados en esa época, poemas sobre zorros agonizando atrapados en cepos que no acaban de morir, de grietas negras en el hielo en la periferia de un glaciar, de uñas que se clavan y dientes que muerden y ojos vacíos.  A medida que avanzan las páginas, es sobrecogedor cómo la enfermedad la tiene agarrada desde dentro, cómo no piensa con mínima lógica, cómo todo son círculos de los que no puede salir sola, ni siquiera haciendo aquello que la ha salvado tantas veces y que es su mayor pasión en la vida: escribir. 

Cuando empieza a describir ideas de suicidio son solo vaguedades: "tal vez no merece la pena estar aquí". Poco a poco, comienzan a cobrar cuerpo, y se intercalan con lo que me parece palpable es abuso emocional. El sexo es cada vez más en sus términos, los de él, usado tanto como castigo como premio -de una manera que a ratos apoya su lógica -inaceptable, vista de lejos- y otras veces aleatoria y por ello más desoncertante y desestabilizante. Lo único que sabe Sylvia ahora es que se está volviendo loca, y que no hay salida. Las ideas ocasionales de suicidio han evolucionado a frecuentes, y de ideas a planes potenciales, y de ahí, a empezar a robar pastillas de la planta, por si se ve desesperada. Como si no lo estuviera ya. Sola, desnuda, acurrucada en la esquina de un almacén abandonado, así es como se describe y esa imagen me hace cerrar el cuaderno y llorar desconsoladamente. Por ella, y por mí: porque sé que esa imagen nunca saldrá ya de mi cabeza y me acompañará siempre. 


Después de un rato en el que me parece que todo esto es demasiado por sobrellevar, algo cambia. La misma imagen me da ahora a mí, replicando un momento de Sylvia, impulso para empujarme: tengo que compartir esto. Abro de nuevo el cuaderno y paso páginas rápido, leyendo aleatoriamente frases, trozos de poemas, y escucho su inflexión de voz: ahora que conozco la historia, me puedo parar en la forma de contarla y me doy cuenta que todo el cuaderno es lo que se llama literatura. Pero aparte de esto y de que mueve y conmueve, es además un arma. Y no solo para hacer justicia -alguien tiene que parar a Steen-, sino para que muchos lo lean y se encuentren, o tal vez para que otros estén alerta para el futuro. Pero sobre todo, por ella, porque no puedo dejar que un talento así se quede enterrada en unos túneles, una vaga memoria de un grupo que escribía: su lugar está ahí fuera,en las librerías, en las bibliotecas y en el corazón de la gente a la que va a tocar con su magia, como lo ha hecho con nosotros.  


Sylvia, estabas esperando a que alguien como yo, un día, pudiera encontrar tu cuaderno. Con tremenda ambivalencia, eso sí, porque tengo claro que la razón por la que tú misma no dejaste este cuaderno más visible fue por vergüenza. Como si esto hubiera sido culpa tuya. Como si, aparte de tu bondad e ingenuidad, hubieras tenido algo que ver. Pero aquí estoy yo, para intentar por todos los medios publicar este cuaderno, que será tu libro. Lo sé, Steen, tengo mucho que perder, pero por algo tan enorme como esto merece la pena arriesgar a quedarme sin carroza. 


De repente, un ruido abajo rompe el silencio absoluto de las horas que llevo aquí leyendo. Hay un forcejeo: están intentando abrir la escalera del desván. No hay cerrojo para echar desde arriba y no hay posibilidad de esconderme aquí. Estiran y la escalera ha ido para abajo. Y entonces, la cabeza de Sister Harding, seguida del señor Foster: nunca me había alegrado tanto de ver a alguien. Harding me abraza, y yo a ella, y las dos estamos llorando. Es como si ella supiera, como si ella hubiera sabido desde hace años, en primera persona, lo que yo acabo de descubrir.



El señor Foster era el único que sabía que existía el desván y que yo subía aquí, igual que Harding fue la única que se dio cuenta de que yo me había ido de la fiesta: forman un buen equipo. Cuando por fin bajamos, al final de la escalera están mis amigos: Sandip, Marla, Will, Yolanda, Richard, Isabel, Duncan, Morgana. Todos pálidos, las lentejuelas mate, como una compañía de titiriteros baratos -dónde quedó el grupo teatral algo venido a menos de hace unas horas. Me abrazan, me hacen una melé, y al separarnos sabemos que tenemos que hablar.


Y así es como amanece -y eso es decir mucho en diciembre en Yorkshire- ese domingo, todos alrededor de la chimenea en los sofás amarillos, yo voy contando mi historia, y ellos van recordando todos los momentos, todos los suspiros, todos los cambios de tema. Del terror grupal por lo que había pasado, del miedo de hablarlo, o contárselo a una nueva. De la culpa con Sylvia: por no haberlo reconocido, por haber mirado para otro lado, por haberle fallado. En una esquina, muy callada, está Sister Harding. Cuando al final se pone a hablar, se instala una nube oscura sobre nosotros: poco había cambiado la manera de operar de Steen en todos estos años. Hace muchos, Harding fue enfermera en la planta de perinatal pero, aunque con cicatrices, logró escapar. Tal vez era más fuerte, tal vez más cobarde, tal vez con otras prioridades, tal vez no tenía otra opción, pero decidió no perder su carroza. A cambio se le cerró el corazón, se le hizo de hielo, se transformó en la Sister Harding de mi primera noche, severísima bajo las gárgolas iluminadas. Este mecanismo de defensa le fue bien durante mucho tiempo: convencerse que lo que le había hecho Steen era algo suyo, privado y como tal lo tenía que manejar. No tenía nada que hacer frente a uno de los médicos más carismáticos de Banderley: quién se creía que era ella, una enfermera de pueblo arribista que seguro lo había instigado. Los años pasaron, los laureles, los hijos, los viajes se sucedieron para Steen; ella se quedó anclada como enfermera jefa de la planta de Cook. Su mente bloqueó lo que pasaba con la hilera de residentes y enfermeras que rotaban en la planta de Steen, hasta que llegó Sylvia. Entonces los fantasmas empezaron a aparecer cada noche, aunque seguía igual: no lo podía hacer sola. La culpa, la rabia y el dolor iban a destruirla, pero la vergüenza era viscosa y enorme. Así que esperó y esperó, igual que esperaba el cuaderno de Sylvia, ambos enterrados, a que érase una vez, de un país muy lejano llegara alguien, curiosa y audaz, a la que dejaría pistas en forma de regalo de Navidad. Quién lo iba a decir, aquella persona era ese ratoncito asustado de hace un año: yo.



Es 23 de diciembre, en el aeropuerto de Manchester: vuelvo a casa por Navidad. Encuentro una cabina y marco el número de Wences:


-No sabes la de cosas que tengo que contarte, Wen, pero no tengo más que un minuto para despedirme.


-Mi niña! ¡Te vas a casa! Tu familia no te va a conocer!! Ah, y lo primero: felicidades por pasar tu examen!!! A la primera!!!!


-¿Cómo lo sabes? ¡La carta llegó ayer! - le digo


-Tengo mis informantes, que obviamente no son tú -dice- ¿Cuándo echas la solicitud para la plaza en mi hospital? Ya les he hablado de ti...


-Yo que sé Wen, tengo que pensar mi vida, han pasado muchas cosas...


-¿En el manicomio? ¿En serio? Va a tener que ser una buena historia para rellenar estas Navidades de guardia… las primeras que paso fuera de casa - y termina pretendiendo una voz llena de pánico.


-Ay qué llorica eres, te llamaré desde allá… una cosa, escucha: ¿no tenías una amiga en una editorial?


-Sí, Joanna, muy amiga nuestra...


-En enero, ¿me podrías poner en contacto? Tengo una cosa que quiero publicar- le digo, tengo el cuaderno de Sylvia conmigo - Esto se corta! Love you!


-Love you too, Mariona, vuelve pronto... 


Y sí: se corta. Pobre, como yo el año pasado: trabajando en Navidades y además con las nevadas y los regalos misteriosos y la soledad de Banderley. Localizo el buzón de todo aeropuerto: siempre me han parecido muy literarios, cuántas novelas podrían empezar así - la prota echa una carta y vuela. Llevo un montón de felicitaciones -que son en realidad agradecimientos-  que he ido escribiendo en el tren - en esto ya me han hecho británica. Las voy cerrando y echando de una en una. Mark, gracias a ti descubrí el misterio, cómo va ese brazo. Yolanda, Marla, Morgana, gracias por la amistad, y tienes el kogai encima de la mesilla. Sandip, gracias por retar a mi paladar y mi paciencia. Isabel, gracias por las Bronte y por haber querido a Sylvia.  Will, siempre te deberé a Plath. Sister Harding: gracias por la valentía, por cuidarme y rescatarme. Doctor Cook, gracias por Hobbes, Rousseau, los yanomamis y los intentos por que sea una psiquiatra integral. Jack, gracias por el soul, el blues, James Carr (encontraré la otra canción en vacaciones, ya verás)- y - dudo si escribir esto -, por Hampstead Heath. 

Llaman a embarcar. Miro por los ventanales y, al igual que aquella tarde hará más de un año en Victoria Coach Station: por supuesto, llueve.



~~FIN~~



20 junio 2022

Serial 49. La fiesta

 En la habitación de Morgana hace bastante frío: está todo abierto, pero aún así huele a cremas y a su perfume, que tiene un deje de patchouli, la esencia de los hippies de los 60. Hoy los iluminados aseguran que funciona contra la depresión y la ansiedad - miro, y el frasquito encima de la mesilla se llama
Kōgai para un vestido sin espalda
Coco Mademoiselle. Ella se ha planchado el pelo -le ha quedado perfecto-, pero yo no puedo llevarlo suelto: la razón de ser de un vestido con la espalda al aire es la que es. No para de hablar mientras me hace un “recogido japonés”: después de enrollarme el pelo lo atraviesa con una especie de palo decorado llamado kōgai, explica, que se trajo de Okinawa. Allí es donde va Beatrix Kitto a ganarse la katana de Hattori Hanzō para matar a Bill, recuerdo. Morgana sonríe -ha pillado el lapsus cronológico. 

En la sala están Sandip, Duncan y Richard, todos de tuxedo - me encanta esta palabra, de ahí que no la traduzca. Me cuentan el programa: antes de la cena hay charlas con lo típico, logros de los últimos tres años, dónde va Banderley en los siguientes, la investigación que está teniendo lugar. Luego habla un paciente y el invitado especial, que este año es un famoso violonchelista que sufre de Trastorno Bipolar y está haciendo mucho por la divulgación de la enfermedad. Al final hay una entrega de premios en la que, básicamente, se premian a ellos mismos. 

Salimos de la casa sin abrigo: mediados de Diciembre, pero nadie tiene nada acorde con los excesivos trajes alquilados. Rodeamos Banderley-C para entrar por la puerta principal. Hace un siglo desde aquella primera noche que me abrió Sister Harding y pasé tanto miedo, y no precisamente por las gárgolas, que me siguen mirando desde arriba. Extrañeza ante tantos coches y taxis llegando con los invitados externos. La alcadesa de Whitby y dos concejales. Todos ellos llevan abrigos acordes, hay una mujer con una boa de plumas, pero nosotros parecemos de una compañía teatral: una panda de veinteañeros disfrazados de raso, terciopelo y brillantina. Pero hasta ahora estoy disfrutando de este baile de máscaras, sin máscaras:  me encanta mi vestido, aunque tengo frío, y aún no me he hecho a los zapatos, que son de Morgana. El clutch, esa especie de bolso ridículo de mano que nunca imaginé llevaría, venía con el vestido. Solo caben chicles, dinero, las llaves de casa y otra:  la del supuesto anexo al cuarto de reunión del grupo Bandersbury. 

La sala de los espejos no tiene espejos -bueno, tal vez un par- pero es igualmente preciosa, ya me habían avisado. Hay un escenario al fondo y un montón de mesas circulares muy bien decoradas. Al entrar nos saludamos con los amigos, ahí están todos: Will, al que hace mucho que no veo, y Marla. Isabel que pretende que no me ha visto fingiéndose muy concentrada en una conversación con alguien externo. Suchandra, en una esquina con Sandip, va con sari. Yolanda va de no-he-puesto-esfuerzo-en-estar-mona, como si supiera que es inútil competir con Morgana, de seda roja, espectacular. Todos estamos representando nuestro papel: me pregunto cual es el mío. 

Allá en el fondo está Sister Harding. Me impresiona: está muy guapa, no parece ella, sin ese uniforme de falda campaniforme con el reloj colgando. Parece tensa, mira a los lados. El doctor Cook, hablando con otros colegas de su edad, encantado de su evento social del año. Derek, el enfermero de las noches, ha vuelto para la fiesta y me saluda con el vaso desde la otra punta. Está también el señor Foster, el de mantenimiento, los de la cantina, Jaffa el de la tienda. Las enfermeras de perinatal. El fisio buenorro. Compas con los que no coincido mucho: Michael, el holandés, Greg, Joy. Todos. 

Nos han distribuído en las mesas de manera que no estemos con nuestros amigos: así se hacen posibles conversaciones que de otra manera no ocurrirían, especialmente con ex-Banderleys. Los británicos son únicos en establecer charlas superficiales que fluyan con cualquiera en cualquier situación. En mi mesa, todo señores de cierta edad - el más delgado detallando, quizás un poco de más su rol como editor de una revista de gran factor de impacto-, y al otro lado, Sister Harding, que me ha dedicado una especie de sonrisa forzada, de esas que se hacen con la boca pero no con los ojos, mientras coge una segunda copa de vino. 

El murmullo -ese que te hace preguntarte cómo mantienen tanto rato una charla de relleno- se rompe cuando sale el maestro de ceremonias al escenario: es un señor alto con un chaqué rojo y todas las tablas del mundo. Va dando paso a los distintos ponentes. Los camareros traen bandejas imposibles de copas de vino. En un par de ocasiones, Sister Harding me está mirando fijamente, con esa desinhibición del alcohol: esto me recuerda que no debo beber mucho hoy. 

Jackie du Pré
Ahora está en el escenario el hombre del chelo, contando su viaje por la enfermedad mental, cómo ha influido en su música. Pienso en otra famosa violonchelista de este país, Jacqueline du Pré a la que descubrí hace unos meses, una tarde en el cine de Whitby: estrenaron "Hilary & Jackie", un biopic dicen que algo sensacionalista. Salí impactada, no solo por la tragedia del desarrollo de su enfermedad, esclerosis múltiple, en medio de su carrera profesional, sino por la pasión de sus interpretaciones. Mientras el hombre se sienta al chelo recuerdo la melena de la actriz, Emily Watson, volando mientras se transformaba en du Pré al chelo. Bajan un poco las luces y supongo que nos va a interpretar la famosa suite 1 para chelo de Bach, pero no: son ingleses y anuncia un movimiento del Concierto para violonchelo en mi menor, Op. 85 de Elgar que no conozco. Carraspeos, ruidos de cristal que van muriendo y por fin silencio. Entonces, se para todo y comienza, y es un escalofrío,  y la piel de gallina: parece que haya sido compuesto para esta sala, para Banderley, para los páramos de Yorkshire. Salgo volando por uno de los ventanales, llego a la montaña donde fuimos en verano a ver las estrellas, y me quedo ahí, hasta que vuelven a subir las luces y todos aplauden y entonces, de repente, alguien dice mi nombre desde el escenario. 

Lo siguiente, estoy ahí arriba agradeciendo un premio que no sabía que existía. No solo hay premios para los ex-Banderleys exitosos, o los que han publicado este año, sino también para los que nos hemos limitado a sobrevivir en una jungla nueva, mi único mérito. Y sí, para mí misma merezco una corona de laureles, pero en este fango hemos estado todos. El hombre del chaqué rojo está hablando -leyendo de una tarjeta, en realidad- de mis supuestas "extraordinarias dotes clínicas para lograr involucrar al paciente".  Qué mejor le pueden decir a un médico: es la parte “arte” de esta ciencia. Por un nanosegundo casi me emociono, pero es complicado todo desde el escenario: no se ve nada, solo un montón de bocas sonrientes desconocidas, y mucha luz. Pero de repente, la mente se enfoca y  ahí hay un plano fijo de peli: Cook y Harding se miran, y me pregunto si esto ha sido cosa de ellos. Ah, el final feliz: los villanos iniciales a los que la heroína se gana y terminan todos amigos. Qué bonito.  Un camarero en el fondo ordena al milímetro copas sobre una mesa blanca. Y todo serio, apoyado en una puerta lateral, Steen, que ha debido llegar tarde. Con los brazos cruzados mientras todos aplauden cuando bajo. In the dark end of the street, pienso y me siento.

El típico grupo de después de las cenas empieza a tocar. El vino se me ha subido un poco, tengo calor. Voy a la barra a por un agua y entonces oigo la voz de Steen: intentando la broma del ya-vamos-de-aguas. Me doy la vuelta y veo que él de lo que no va es de risas. Entonces interrumpe Cook: salvada por la campana.

-Ahhh doctora Calleha, felicidades por su premio, tan tan merecido- dice, tiene las mejillas muy rojas, me da un apretón de manos.

-Oh, qué va, pero muchas gracias - logro balbucear. Quiero irme de aquí.

-Seguro que la nominó el doctor Steen -y le mira. A Steen le cuesta reaccionar, no sabe si asentir o seguir de esfinge. Calcula la mejor manera de lograr su objetivo, que no sé cual es. Sigue Cook- Tiene mucho que agradecer a la doctora Calleha, doctor Steen: alguien tan junior y que lo hizo, me consta, tan bien.

Tierra trágame. Siento un frío enorme cuando por fin habla Steen:

-No tengo palabras para agradecer esos meses. Pacientes y enfermeras aún la echan de menos -dice, mirando solo a Cook, y entonces se gira hacia mí- Pero yo le hubiera dado el premio a su afán por saber. No tira la toalla si se trata de llegar al fondo de todas las cosas. 

Tiene esos ojos azules feos de tan uniformes. No hay una sola veta que indique mezcla, variedad. Decir fríos sería aburrido: es el azul de un nazi de película, un azul de sima marina, un azul ominoso e inquietante. Me disculpo diciendo que tengo que ir al baño  y allí, me mojo el cuello. Tengo el eyeliner corrido por todo el párpado: lo intento arreglar y lo empeoro. En el pasillo está Harding, que me hace un gesto con la cabeza.

De vuelta en la sala mis amigos están bailando y me escurro entre la gente hacia ellos. Alguien me agarra del brazo y gracias a la música nadie oye mi grito. Es Isabel Archer, que se pega a mi oído para felicitarme y metralleta de preguntas: que cuándo haremos el viaje de las Bronte, que si he empezado a escribir, que me quiere hablar de un grupo de escritura que tuvieron, Bandersbury, y si yo lo querría resucitar con ella. Me da vueltas todo: ¿qué dice esta mujer? No le contesto y me voy. El grupo sigue tocando ahora una canción que me encanta. Look at me with starry eyes /  Push me up to starry skies/ There's stardust in my head/ Pure and simple every time. Sigo avanzando entre la gente y ahí, en el espejo al lado del escenario, el reflejo de Steen solo, mirándome. Me abrazo a Morgana y Yolanda, estamos saltando. Fresh and deep as oceans new / Shiver at the sight of you. Sister Harding está en la barra, y sigue bebiendo, y sus ojos se cruzan con los míos. If love's the truth then look no lies /And let me swim around your eyes. Viene Sandip -verle bailar me alegra la noche- y Richard y Will y durante un rato me olvido de todo.  I've found a place I'll never leave /Shut my mouth and just believe/Love is the truth I realize. Isabel se ha ido, Cook está borracho, Sister Harding está ahora hablando con Foster, Steen con la alcaldesa. Not a stream of pretty lies/ To use us up and waste our time. Seguimos saltando, pero es imposible olvidar por mucho rato que bailamos sobre túneles en los que pasaron cosas horribles. No todo está bien. Lying smiling in the dark / Shooting stars around your heart. Entonces, una idea. 

Una idea, de repente, y es una urgencia. Tengo que bajar al cuarto anexo, y ha de ser ya. Todo el mundo está en esta sala: nadie me va a echar en falta. Salgo por la puerta lateral, todos han bebido mucho, nadie me ha visto. Camino por el pasillo por el que entré un día, esquivando los baldosines sueltos que conozco, ahí está la puerta lateral que baja al archivo. Ahá, la nueva contraseña de Mark funciona, y enseguida estoy en la entrada que lleva a los túneles. 

Hay alumbrado de emergencia, como el de los cines y supongo que si estos túneles se usasen más, instalarían las luces con sensores. Lo que hay son interruptores con temporizador que duran tal vez un par de minutos, tiempo suficiente hasta que llegas al siguiente. Otras veces he bajado con linterna, pero hoy ha prevalecido el sentido común: Mariona, linterna amarilla en el clutch, no -aunque la de ver anginas lo he sopesado. Voy dando las luces que iluminan el túnel, una tras otra. Al fin, ya estoy frente a la sala donde se reunía Bandersbury y efectivamente, ahí está la puerta del anexo. Abro mi clutch y -nuevo cliché-, con manos temblorosas saco la llave que, voilá, también funciona. El anexo es un cuartucho con estanterías hoy vacías. Qué decía el acróstico: "En anexo al Grupo Bandersbury, séptima baldosa izquierda, espero". Cuento siete, dos veces: tiene que ser esa, tiene lo que podría ser una hendidura pero está muy dura, no se mueve. ¿A quién esperabas, Sylvia? Me llevo la mano al pelo y estiro del kōgai: mientras me cae la melena sobre la espalda lo miro y sopeso si esto podrá hacer de palanca. Ahá: lo meto por un lado, empujo, y sale. Gracias Morgana. 

Debajo de la baldosa, madre mía, un cuaderno. Salgo del anexo con él, me doy la vuelta: sí, he dejado la baldosa donde estaba. Una vez en el túnel, busco el siguiente interruptor pero entonces, un ruido, con el eco que ya ha dejado de darme miedo de estos túneles. Es el clank característico de cuando se apaga la luz por el temporizador, y suena allá lejos, en el archivo. Y le sigue el click de cuando se vuelve a encender. Hay alguien ahí. Tengo la mano sobre el interruptor pero decido no presionar. Me quedo escuchando: otro clank, aún lejos, y otro click. Veo una luz al final del túnel, y no precisamente en el sentido metafórico: alguien se acerca. Empiezo a caminar, intentando un mínimo sigilo, en la otra dirección. He mirado tantas veces el mapa de los túneles que me lo sé de memoria, mis pupilas están enormes, ya acostumbrada a funcionar con las luces de emergencia. Sé que si voy por aquí acabaré bajo la piscina. Pero al llegar a una intersección hay un nuevo click, y todo se ilumina: y no he sido yo. Me doy la vuelta y ahí está el doctor Steen. 

-Ya han dado las campanadas y Cenicienta se va de la fiesta... -dice, apoyado en la pared. Y sigue- ¿Sabe lo que dice Bruno Bettelheim, el de "Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas" de Cenicienta?

-No, no estoy interesada en el psicoanálisis, igual que no estoy interesada en la astrología- le contesto, así con un tono de listilla que me sorprende hasta a mí. 

-Claro, claro, la doctora Calleja -y hace énfasis para pronunciar la jota- siempre tan cuadriculada, solo la evidencia, bla-bla-dibla. Pues Bettelheim dice que es un mensaje subliminal para las niñas: "si te lo pasas demasiado bien, perderás tu carroza". ¿Qué cree usted que simboliza la carroza? 

Mariona: si persistes, vas a perder tu carroza
-Algo aburrido edípico y por supuesto, sexual. Pero es solo eso, un símbolo inventado por Bettelheim. 

-Oh sí, claro claro, todo sexual... No es dificil ver la simbología del pasado, cuando perder la virginidad era un drama, se era señalada, y se perdía tal vez hasta la posibilidad de casarse... Pero hoy todo esto ha quedado muy anticuado, ¿no cree?

- ¿Ha terminado? Tengo que irme-le digo.

-No. Creo que usted se lo ha estado pasando muy bien últimamente. ¿Sabe qué carroza se está arriesgando a perder por un juego? -dice, y mira el cuaderno que tengo en las manos-. Pero ya se ha acabado: le cuento las nuevas reglas. Usted me da el cuaderno, volvemos a la fiesta y nada de esto, incluído lo que lleva usted haciendo durante meses,  ha pasado. 

-No sé de qué me habla- soy muy mala actriz, la verdad.

En estas circunstancias, todo ocurre siempre "demasiado deprisa": una excusa para que el narrador no aburra al personal con "y entonces pasó esto, y seguidamente aquello". Pero es que es verdad, todo pasa demasiado deprisa -atención al siguiente cliché- como una proyección de diapositivas: Steen se acerca y parece que me va a coger el cuaderno. Yo -o un ser feral dentro de mí- da un empujón y sale corriendo. Clank, la luz de apaga, creo que le he tirado al suelo, sigo la estela de las luces de emergencia. Vuelvo a la encrucijada, ya me oriento, pero de nuevo, click, ha dado las luces, se ha levantado, viene hacia aquí. Doy una vuelta por un pasillo por el que nunca había estado. Le despisto. Veo luces que se dan en la otra dirección. Vuelvo a correr un rato, luces, que se encienden, se apagan, clank, click, clank, aquí estoy: esta es la entrada de mi casa. Mientras abro, le veo al fondo, subo corriendo, le cierro la trampilla, gano unos segundos, estoy en el almacén de abajo, donde están los trastos, las maletas, el equipo deportivo. Vuelo a la primera planta. saco la escalera del desván. Puedo oírle ahí cerca, aún le llevo un rato. Subo, tiro de la escalera y contengo la respiración. No puede saber que estoy aquí arriba. 

Oigo sus pasos abajo un rato, cruje la madera. Entra en las habitaciones, me llama por mi nombre. Mariona, dice. Se acabaron los doctora Calleja, con esfuerzo en la jota. Mariona, repite.  Soy un personaje de peli de terror, y estoy poniendo su misma cara, seguro. Mis ojos navegan por el techo inclinado, la claraboya está oscura. Cuando pasa lo que parece una eternidad, dejo de oir sus pasos, pero puede estar por ahí, esperando. ¿Estoy enmedio de un sueño? Voy de puntillas al diván, me suelto las tiras que sostienen el vestido detrás de mi cuello y abro el cuaderno de Sylvia Lannister. Son las 2 de la madrugada.

15 junio 2022

Londinium Nightrider: La noche que fui Superwoman

La Nightrider es una carrera de bici no competitiva nocturna por las calles de Londinium. Empezó hace años con 200 participantes y este año tuvo 1800. Hay dos versiones: 50 y 100 kms. Sale y termina en el Parque Olímpico en Stratford, en el este de la ciudad y recorre desde calles anónimas hasta lugares de postal.

[Nota ,disculpa, disclaimer: Se me ha ido la mano, de ahí los títulos].

¿Deporte? ¿Me he confundido de blog?
¿Hay una sola entrada de este blog dedicada al deporte? (dejemos de un lado las que abuso a los que corren). No, padre ¿Soy yo o una replicante? Cualquiera en primero de divagando sabrá que me aburre el deporte, luego: ¿De qué oscuro tema va esto?

A ver,  "de joven" (que alguien me aclare cómo se dice esto sin sonar como mi padre) era otra cosa: en el cole el deporte es un elemento de socialización y no se me daba mal. Llegué a practicar deportes extremos como levantarme a las 3 am para ver partidos de baloncesto - [por cierto, mientras escribo, tengo a unas okupas en casa y una de ellas, que va por la vida con una camiseta de Doncic, ha tenido el nervio de decir que es del Madrid “porque juegan bien” -ahora está pagando sus pecados jugando al Monopoly con Mini, su hermana y el Peda]. Pero luego, si he tenido que elegir qué hacer con mi tiempo libre, nunca ha sido esto: no he pisado un gimnasio en mi vida, y lo único que disfruto es nadar, porque me gusta el agua. El resto (particularmente correr): un rollo. 

¿Qué no era el Nightrider?
Ni era un reto conmigo misma, ni tuvo ningún elemento motivacional del deportista, ni quise saber “si podía hacerlo”. Todos los pilares de la psicología del deporte lloran conmigo. 

¿Por qué, entonces? (bici + Londinium + noche).
Porque sonaba divertido. Me gusta ir en bici porque desde ella veo cosas, porque me da el viento en la cara, por ir de un sitio a otro, por bajar cuestas a toda leche, por descubrir sitios. No voy en bici "para estar en forma", sino porque me gusta la sensación, la velocidad, ese rollo. También me encanta pasar -gliding- a los pobres corredores todos esforzados, sufrientes y malhumorados (yo en mi bici sonrío, ellos siempre gruñones): ¿por qué correr cuando puedes medio volar? Siempre me ha encantado ir en bici y, está mal que yo lo diga, pero así como debo tener un gen autosómico dominante que me impide correr sin querer llorar al nanosegundo, debo tener un gen ciclista autosómico recesivo, pero ahí. 

Luego está Londinium, para mí la ciudad más bonita del mundo, porque es la que mejor conozco - y porque en un día de sol lo es. Un ciudad que no te la acabas nunca, con una personalidad como pocas y gente de todos los rincones -en mi barrio se hablan 176 idiomas. Pero también es una ciudad de terribles contrastes sociales (de la riqueza asquerosa extrema, construida sobre la sangre de otros, a la pobreza sin presente ni futuro, a veces a pocos metros) y todo esto, lo bueno y lo malo, lo ves desde tu bici, una cosa casi al lado de la otra. Nota: si combinas Londinium con bici y con música (sí, sé que no se debe), es un pequeño apoteosis con el me subo super arriba.

... y luego estaba La Noche: hacer toda esta ruta cuando todo estuviera tranquilo e iluminado. Tenía que hacerlo.

¿Quién quiere venir?
Nadie. (No tiene amigos, piensa el divagante, entristecido). Fue complicado: que era un montón, decían. Claro, también para mí, mi máximo desde que hay anales (un par de semanas, con una app que me bajé) eran 25 kms, y al día siguiente estaba para el arrastre. ¿Pero qué importa? También se está tiradísima un día de resaca, pero sales de fiesta y bebes porque es divertido. Esto era lo mismo; mañana, los dioses dirán. Nada.

Pero de la manera más curiosa me salió compañera: una colega que casi no conocía con la que acabé hablando de aficiones en mi appraisal. Pasados los días me enteré que era una “pro”, que había corrido varias maratones, triatlones, hecho la nightrider de Edimburgo (es escocesa), que hace remo (remó la misma mañana de la carrera), esgrima… en fin, que fui preparada a que esta mujer tuviera que esperarme todo el rato y, de hecho, fue al revés (el gen).

Logística
La carrera salía de Lee Valley Velo Park, el velódromo del parque olímpico en Stratford. De mi casa al velódromo ya hay 17 kms, así que si me iba y volvía en bici, la cuenta final serían 84 kms (recordemos, mi record son 25). Primer reto: encontremos transporte público, claro que hay que hacer un grado de combinatoria y estadística para entender en qué momentos y tramos en metros/trenes puedes llevar bici normal (vs. Brompton). Además, cuando terminase la cosa de madrugada, ¿qué hacer? Esto lo incluyo solo porque Fashion rió mucho con la idea de su hermana durmiendo en un banco abrazada a la bici esperando al primer tren.

Pero no: me salva Mandy, que así se llama mi compa, que por supuesto tiene un coche equipado para llevar las bicis en el techo y, super-amable, me pasa a buscar. He recibido abucheos por parte de JAL - que como buen Cuñado Universal le da a la bici por carretera -, y según él, es como la gente que “va al gimnasio en coche”. Pobre JAL, ha tenido mucha envidia de esta carrera y ha mandado memes crueles para sobrellevarlo. 

Disfrazada de semi-pro
Primer golpe de efecto: GoPro (cámara de acción) en el casco. Esta es la típica cámara que se tiene muerta de risa en casa - solo se usa para hacer videos bajo el agua de vacaciones. Como no voy a poder hacer fotos, decido ponérmela ahí, grabar y a ver qué sale. Mientras le duró la batería, fue grabando todo como lo vi yo, y las fotos malas que incluyo son pantallazos del video. También está grabada la conversación que ocurrió durante todo ese rato y, aunque les dije en casa que “Mandy habla mucho”, el Peda opinó que soy yo la que no le dejé hablar.

El culotte. Nunca me había planteado que el culotte es para proteger el culo. Hace unas semanas, alguien (otro pro) me avisó de la importancia de llevar relleno “de calidad” en los glúteos porque al final de estos eventos duele el culo. A mí antes jamás, pero parece que “no había hecho nunca 50km, ya verás”. El novio de Mónica -otro pro, y ya van…- me dejó un par que llevan tirantes. Yo los llevaba colgando hasta la salida porque cómodos no parecen.

Las gafas. Resulta que es de noche, luego no iba a llevar las del sol. Me llevé unas de Mini rosas, tipo John Lennon, que por supuesto no me puse.

Comedias en baño de festival. 
Velódromo
Una vez en el velódromo nos registramos, comemos un plátano y hago comedias en el baño portable (de esos de festivales) para ponerme los tirantes. Auténticas maniobras (orquestales) en la oscuridad porque, por lo visto, se llevan por debajo de la camiseta!-vivir para ver- y hay que quitarse todo para volverse a poner. Salgo del portable sintiéndome Don Pantunflo el de Zipi. Hablamos con algún que otro ciclista, hay dos chicas vestidas de bailarinas, estoy esperando a ese que siempre va de banana, pero no aparece.



22:15-Salida
Por fin, salimos en grupos como de 20, a las 22:15. Un hombre y su megáfono nos da instrucciones: se sigan las flechas amarillas (la gente lleva GPS con la ruta), no se infrinjan las normas de circulación, se pare en los semáforos -yo pensaba que la ruta iba a estar cerrada para nosotros pero no, la carrera es en calles abiertas y entre el tráfico. 

El hombre continúa: “iréis por partes que estarán muy tranquilas, no montéis jaleo que la gente duerme, y luego pasareis por otras muy bulliciosas, tened cuidado. Pasadlo bien, tenéis una noche preciosa”. Y es verdad: una de esas noches de verano, con brisita superagradable y una luna casi llena sobre Stratford.

La primera en la frente: nos perdemos
Nos perdemos cerca de aquí
La salida alrededor del velódromo es lo peor, porque tienes bicis por todos los lados, parece una mani y los motivados metiéndose por enmedio. Enseguida salimos a la calle y, cuestión de nanosegundos, nos perdemos: de repente no hay flechas amarillas. Estamos un buen grupo (si el primero se mete mal, el resto sigue) que hemos terminado en un sitio superoscuro desde el que se ve Stratford iluminado, incluida ahí al lado la Orbit Tower, esa torre observatorio y tobogán que se hizo para las Olimpiadas (según la wiki “la expresión más grande arte público de UK”).

Por fin vemos al siguiente grupo saliendo por otra calle y nos reincorporamos. Enseguida, la gente se empieza a dispersar y de hecho, toda la carrera va a transcurrir así: a ratos vamos solas, a ratos nos encontramos con pequeños pelotones con los que vamos un rato, todo muy relajado.


Mi ruta

El noreste
Si imaginamos una especie de elipse horizontal (arriba), hemos partido de su extremo noreste, y al principio, cuando la ruta va por el norte de la ciudad, no conozco nada: quién iría a "Fish Island" por su propia voluntad?  Tras un montón de calles oscuras y sin apenas tráfico pasamos por Victoria Park -me dice Mandy, que ha trabajado también en el norte de Londinium, no como yo que he sido una chica solo sur-, Bethnal Green, Hackney y Dalston (zona de modernos).

Toda esta primera parte, que es muy larga es una sucesión de calles residenciales oscuras y, de repente un “village”, o sea, una zona con tiendas y bares. Al pasar por ahí, te das cuenta de cuánta vida hay en la ciudad por la noche ("tienes que salir más"): pubs con gente en las mesas de fuera, tiendas de esquina con sandías en la calle, gente paseando a perros, muchos deliveroos (Globos, para vosotros) que se creen los reyes de la pista.

Seguimos muy por el norte de Islington, pasamos por el estadio del Arsenal. Si yo tuviera un equipo sería este - basado en que leí “Fever pitch” al llegar a este país, y Hornby te persuade muy bien. Ah, y por oposición: no ser del Man U. O del Chelsea.

Camden Town
Todo visitante de Londinium ha estado en Candem de día. Aquí hay que venir de noche, empezando por Koko (el selecto grupo de lectores de Serial sabe de lo que hablo). El ambiente lo empezamos a notar ya un rato antes, donde la masa de borrachos hacinada en la esquina de un pub nos jalea como si fuéramos el Tour.

La gente presenta sus respetos

Candem Town
Girando la elipse
Si me seguís en la elipse, ya estamos girando hacia el sur, por Regent’s Park. Primero entramos por su cara norte, donde hay unos apartamentos para morirse, y luego nos metemos por el parque donde hay la “mezquita central de Londinium”, con la lámpara más grande que he visto en mi vida. Ohhh ahhh.

Pleno centro
A partir de aquí, ya empieza el festival de Central Londinium: baja por Baker Street (sí, la de Sherlock Holmes), gira por Wigmore St (donde hace como que trabaja el Peda), y ya salimos a Regent St (en imagen), que está vomitivamente decorada con banderas por el fkin jubileo y en la que el tráfico es una movida, pese a que sea medianoche. Algunos del mini-pelotón en esos momento se paran a hacer fotos (de hecho, al final de la noche cuando veo a un tío meterse en un hotel en Stratford con su bici me doy cuenta que igual habrá venido gente de otras ciudades a hacer esto).

Regent Street, así la vio mi GoPro

Más Regent

Oxford St es la calle más horrorosa de la ciudad (ya he hablado muchas veces de que ha pasado de ser un centro del consumo mainstream -Regent's siempre ha sido algo más pijo- a ser el centro del consumo “El mañico”, con todas esas tiendas tapadera, blanqueo-de-capitales de tazas de la reina y caretas de Lady Di-la otra). Pues la parte que va hacia el este desde Oxford Circus hacia Totenham Court Road es aún peor, pero hoy, al recorrerla, en medio de buses y de rickshaws con bola de espejos de colores y música a tope (esto se grabó en mi GoPro) me siento como en un video musical. Me arrepentiré de haber escrito esto la próxima vez que pase por ahí, pero a esas horas y en ese estado: yeahhhhh!

Oxford St, carrera con un ricksaw

Puente de Waterloo-Waterloo sunset, amo a la humanidad
Bajamos por Holborn, pasamos Somerset House y cruzamos el río por el puente de Waterloo. Al entrar nos damos cuenta que hay un montón de gente de la carrera que se ha parado a hacer fotos, y nos paramos también. He estado en este puente de noche muchas veces, pero debe ser que estoy hasta el casco de endorfinas: nunca lo había visto todo tan bonito. Hacia un lado, la City, St Pauls, el Shard… hacia el otro, Westminster, el London Eye cambiando de colores. Uno de esos momentos de comunión que la gente alcanza con la naturaleza, y yo con la ciudad (ommmmm). Y cómo no recordar a The Kinks, qué bonita es esta canción...

Millions of people swarming like flies 'round
Waterloo underground
(...)
As long as I gaze on
Waterloo Sunset
I am in paradise


Desde el puente de Waterloo

Sea Containers, Oxo tower, the Shard et al


Descanso: fuera los tirantes
Bueno, ahora que todos habéis tenido un descanso con esta canción estratégicamente colocada, el descanso de las guerreras. Porque una vez en el sur del río, tenemos el descanso en el Imperial War Museum (los lectores de Serial recordarán a buen seguro que fue al principio el Royal Bethlem Hospital), con su par de cañones enormes, símbolos fálicos de militar acomplejado donde los haya (para constatar que no exagero, se clique aquí) apuntándonos enmedio de la noche. 

Está muy bien montado: pequeñas carpas para tomarte un té, y coger lo que quieras: barritas energéticas, bananas, cacahuetes, flapjacks, haribos… Y menos mal porque estoy con un ataque de hambre que me comería por lo menos el cañón de la derecha. 

De repente hace frío y me duele la espalda. Me quito los malditos tirantes y es como sacarte un sujetador de esos de balconette al final del día. Ahhh, mucho mejor. También saco de la mochila mis propias barritas y se las pongo en la alforja a Mandy (esta es la explicación de JAL de porqué Mandy la triatleta iba más lenta que yo: llevaba la alforja llena de mi comida). 

Psicología del deporte, según Mandy
Como he dicho, una especie de bestia parda se ha dado a conocer en esta noche: Yo. Quién lo iba a decir, pero durante los primeros 25kms, nunca he estado cansada o se me ha hecho pesada una cuesta: nada. Pero al parar, de repente el cansancio universal de una generación viene sobre mí y, de no haber estado con Mandy, quién sabe si no hubiera enfocado mi rueda hacia el sur, y a casa que hace frío. Como digo, esto no era un reto personal, pero claro, había que terminar con Mandy (la carrera, me refiero, no aniquilarla con mi conversación).

Ella me cuenta "cuánto ha aprendido de sí misma corriendo maratones" (ya os lo digo: no me interesa aprender nada sobre mí en esa circunstancia). Dice Mandy que cuando llegas a los 24 millas (o eran kms?) tienes una bajona física y mental, y por lo visto ahí es donde aprendes cositas, y luego de repente te da un subidón, viendo que el final está cerca, y ya llegas. Whatever. Llegas con cara de sapo, como todos los runners, no sonriendo y cantando "Waterloo Sunset". Sigamos. 

Las vueltas siepre se hacen más cortas
Cuando nos volvemos a poner en camino, descubro que me he quedado sin frenos de atrás. Vuelta porque no he dicho que hay una carpa con mecánicos que, Señores Lobo, solucionan problemas. Al salir ya bien, en teoría estamos en “mi territorio”, muchas veces voy en bici por aquí-pero nos volvemos a perder de las flechas. Como sabemos que se cruza por Tower Bridge (el famoso de la BBC - lo que el turista llama o “Tower of London”, que está al lado, o “London Bridge”, que es el anterior puente) tiramos hacia allá por nuestra cuenta y enseguida encontramos a otro mini-pelotón. Nos hacen fotos con el puente (hay fotógrafos apostados en sitios de postal) y luego nos metemos en un carril bici espectacular (por el que ya fui a Poplar a ver la Balfron Tower) y, de repente, así sin darnos cuenta… eh, los bares aquellos, eh el Orbit, eh el parque olímpico… ya estamos.

Llegada, vítores, Unstoppable today
Entramos en la pista que rodea al velódromo solas y se vuela, es una gozada. Cuando llegamos a la meta tenemos a los pobres de la organización aplaudiendo ilusionados (qué va a ser la vida el finde que viene, que nadie me aplauda?) A mí me da la risa todo esto: creo que están de coña. Nos ponen las medallas y suena Sia o similar a todo trapo. No eran estos los que decían en las instrucciones “no se monte jaleo que la gente duerme”? Sinceramente, no sé porqué no han montado una disco dentro del velódromo: con la subida de adrenalina que llevamos todos, qué fiestuki.

I'm unstoppable
I'm a Porsche with no brakes
I'm invincible
Yeah, I win every single game
I'm so powerful
I don't need batteries to play
I'm so confident
Yeah, I'm unstoppable today
Unstoppable today
Unstoppable today
Unstoppable today
I'm unstoppable today

[PS: Unstoppable es mi canción favorita de Sia: está pensada, seguro, para ir en bici... Gracias Mini. Parece que es la banda sonora de Superwoman, que no he visto, pero no es óbice para sentirme así ]
 
Sí, soy unstoppable pero aquí hay bocatas de bacon o salchichas y té y demás “para desayunar”. Son las 3 am y por supuesto me como todo como si no hubiera mañana. Sí, soy unstoppable pero ya nos tenemos que despedir, y encima ahora hay que encontrar el coche.

Adicta al aplauso y gracias Mandy
Hay que hacer otra vez el velódromo pero se me pasa la salida a la calle, tiro para adelante, Mandy me sigue y, sensación de dejá vu: el hombre aplaudiendo otra vez! Y el tío: “tu cara me suena”. Ay qué risa, llegábamso de nuevo a meta: se confirma: addición al aplauso barato.

Todas las calles se parecen y no es fácil encontrar el coche de Mandy. Con las alitas que me han salido, le digo que me deje en su casa que ya tiraré yo sola a la mía (en esos momentos me podría ir a Glasgow, su ciudad natal, apostillo). Pero se niega: gracias Mandy, sin ella no habría hecho yo esta movida. Ella sí que es superwoman, que estaba de guardia al día siguiente. 

Cualquiera se duerme ahora
A las 4:30 am me meto en la cama. He mandado algún whatsapp a mis fans en la lejanía (nada como los que aplauden a pie de carretera, pero bueno) desde el museo del falo. Los Jekes, por ej, han seguido todo al minuto -gajes de tener un Roc de un mes. 

El Peda abre un ojo y aconseja que me tome una melatonina. La emoción no deja dormir. No le hago caso inmediatamente, pero sí a los 5 minutos. Aún así me despierto mil veces, y a las 8:40 por fin me levanto para ser un zombie todo el día. Desayuno fuerte a base de ibuprofenos. A media mañana Mónica me manda esta foto:

La carrera muldial de bicis nudista 

Qué callado lo tenías: lo has hecho en bolas!! Puedo explicarlo todo: coincidencia, esa misma tarde fue la “Carrera mundial en bici en bolas”. Bueno, esto lo dejo para el año que viene: solo llevaré mis alitas.