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28 marzo 2022

Serial 45. Duelo por una ¿desconocida? Siguiendo pistas tal vez solo simbólicas. Y llegó el sobre.

 Dos semanas desde que sé que Sylvia Lannister está muerta, dos. Y ahora me resulta difícil volver a pensarla como cuando empecé a leer sus notas, en lugar de como un producto de mi imaginación. ¿Acaso entonces creía que existía? ¿Que, un día, por ejemplo en diez años me la podría cruzar en un congreso y decirle, oh, mira, no me conoces, pero estuve también Banderley? Y que nos iríamos a cenar y le contaría que leía sus notas, y preguntaría que si escribía, y reprendería si dijera no. Eso, que no me lo había planteado abiertamente, hoy me parece imposible: Sylvia Lannister ha pasado a ser un ente de ficción, y parece que siempre fue así. 

Dos semanas, las más extrañas de mi vida, en las que he interpretado perfectamente mi papel en el Banderley de día: conversaciones sobre el examen, trabajar, nadar. Pero en realidad sabiendo que lo que me llama es la noche - todo lo oscuro de este lugar, desde los archivos a los túneles a Lannister - y subir al diván desde el que escribo en la buhardilla. Es el lugar para ordenar el remolino de los últimos meses. Podría decir "mi cordón umbilical con la cordura", porque suena bonito, pero no funciona como metáfora. Qué más da. Estoy aquí, escribiendo: vamos allá.

Lo primero que hice al llegar de Birmingham fue meterme en la cama todo el fin de semana. Un supuesto dolor de garganta que, alguien bromeó, podría ser afonía histérica. Pero en realidad, una especie de duelo personal extraño: duelo por alguien a quien de alguna manera quería, aunque nunca la hubiera conocido. Personalmente, quiero decir, porque la adivinaba por sus escritos: ¿no es eso más verdad que la piel, que la mirada? Y además, irracionalmente, creía que ella me conocía a mí, o que compartíamos algo. Qué difícil es explicar esto

Callas y Pasolini
en el rodaje de "Medea"
Si las fases del duelo son shock, negación, ira, depresión y aceptación, yo pasé unas cuantas esos días a gran velocidad. En shock estuve en el abrazo con Wences cuando me lo dijo, y toda la noche en la que no pegué ojo. Wences se vino conmigo al hotel y me cuidó como el amor que es. El dijo que claro que dormí -Zopiclona mediante-; tal vez debí soñar que no dormía. Qué suerte he tenido con Wences, encontrar una persona así a tantos kilómetros de casa, que me quiere y al que quiero. Y más suerte de no haberme enamorado de él: pienso en todas de esas historias, siempre tan tristes porque no son culpa de nadie, pero en las que nada se puede hacer. La pintora Dora Carrington queriendo a Lytton Strachey - qué bien le va el papel a Emma Thompson en la peli de Hampton. O María Callas a Pier Paolo Pasolini, que la quería con locura como la diva que era, como la amiga especial, como la musa: pero la locura terminaba allí. Qué duro tiene que ser eso.

Al día siguiente, cuando me dejó Wences en el tren, seguía en shock. Pasaban campos al sol, caballos, iglesias de torres cuadradas, Sheffield, ovejas, un río, Leeds, se fue el sol, llegaba el norte, cambio de tren. Gente, ruido, silbato, Lannister en bucle, viajar de espaldas, y ya cerca de Middlesborough entró la negación: esto no había pasado, seguro era un error, igual Wences pronunció mal el nombre, igual la persona que cogió el teléfono se equivocó. Tenía que llamar de nuevo, esa era la solución: lunes por la mañana, llamar.

No sé en qué punto del fin de semana, gusanito de seda envuelto en edredón blanco, comencé a transicionar a la siguiente fase: estaba bien lo del autoengaño, a algunos les funciona con cualquier tema toda la vida, pero a mí la historia de la equivocación se me desmoronaba delante de los ojos, por mucho que los tuviera cerrados. Probabilidad y estadística del error: ¿no acababa de examinarme de esto también? Entonces entró la estrella invitada del finde: la ira, el cabreo, por qué ha pasado esto. No es justo, una chica joven, con tanto por hacer. Es todo una mierda. La aleatoriedad de lo importante. La fragilidad de la vida. Yo quería que Lannister estuviera en cualquier otro rincón de esta isla, de psiquiatra o escribiendo, o lo que fuese. ¿Qué le había pasado? ¿Un accidente? ¿Tal vez una enfermedad? ¿Escribía así porque sabía que tenía los días contados? Entonces entra la urgencia, la pasión, el bebértelo todo.

La noche del sábado, en serio: esta sí que no logré dormir. Competía una de las Zopiclonas que me había dado Wences con una idea que se instaló en mi cabeza: tras varios meses reapareció el regalo misterioso de Navidad. Lo siento, pastilla-para-dormir: has perdido. Cutre química de laboratorio luchando con la mía, toda determinación, obsesión y algo más que no identifico. El regalo: dónde lo había dejado; no, quiero decir, dónde lo había escondido. Siempre me pasa: se esconde algo tan bien que al final se esconde de una misma, y esto no es solo literal. Busqué en el armario, en la caja debajo de la cama y por fin, ahí estaba, en el fondo de un cajón, entre medias y calcetines. En la cajita, la hoja de papel doblada por los mismos pliegues de quien quiera que la dejó allí para mí. Y el candado - esto es un símbolo, está claro, tal vez una broma: decidí que lo pensaría luego.

Banderley subterráneo
Desdoblé el folio y ahí estaba el mapa, mucho más claro que la otra vez: una de las esquinas era Serotonina - C₁₀H₁₂N₂O la única leyenda que había tenido a bien dejarme- de la que sale un túnel, en el que estuve con Lucy, la gótica de Whitby, aquella extraña Nochebuena. A ver, caminamos solo un poco, tal vez hasta aquí -voy señalando con el dedo, como si estuviera enseñando esto a alguien-, un pasillo de paredes de piedra con algunas puertas cerradas. Por lo que conozco Banderley en la superficie, si siguiéramos por este otro túnel, esto debería ser uno de los edificios de mediana seguridad, y por este otro, a ver ¿la piscina? Esta rama podría acabar en psicogeriatría y esto debe ser Banderley-C, por donde entré la primera noche del archivo. Si hubiera seguido caminando por allí, habría terminado en Serotonina-eso si lograra no perderme, porque los tentáculos del mapa eran muchos: un laberinto. Debe haber uno que llegue a cada casa: la entrada de la mía tendría que estar en el almacén de abajo, que ocupa toda la planta calle.

Por supuesto sonaba como una gran idea bajar a explorar al almacén entonces, un sábado a las 3 am. Banderley, ese monumento al terror gótico, de noche había perdido ese aura para mí. Por las guardias, la noche era solo una más de sus expresiones, no una oportunidad para la fantasía y la autosugestión como al principio. Mientras bajaba -para no encontrar nada-, pensaba que el único fantasma que existe es el de Lannister, y está en mi cabeza, y más prosaicamente que estos túneles no se hicieron en el pasado para oscuros ritos de sectas satánicas, sino seguro para cosas tan prácticas como mover material fácilmente entre los edificios del hospital, sorteando las nevadas y las tormentas épicas en las que se caen ramas y saltan tejados de cobertizos. Seguro que hay también historias de cómo los usaron como refugio durante las guerras mundiales. Investigarlo sería fascinante, pero Mariona: tú ya tienes bastante con lo tuyo.

Porque ahora venía el análisis del candado, el jueguecito del candado. Di la vuelta al mapa y comencé a dibujar un Mindmap, un esquema también con tentáculos, que pudiera perseguir los caminos de la mente de quien me lo había puesto ahí. Primero: ¿De qué podía servir un candado? Una llave abre cosas, un candado se abre con una llave. La broma ha de pasar por Freud, seguro: para él, una habitación pequeña cerrada simboliza los órganos sexuales femeninos, la llave es el pene. Y abrir con la llave, el acto sexual. Candado y túneles, con puertas cerradas: ¿había sexo salvaje ahí abajo? ¿Me estaban invitando a orgías kubrickianas á la “Eyes Wide Shut”? No, Mariona, no va por ahí, céntrate: me han dejado un candado, no una llave: "la llave la tengo yo." era el nombre de una colección de aquella editorial feminista en mi época de la universidad. Me han querido decir que la respuesta la tengo yo. ¿Pero la respuesta a qué, a qué misterio o pregunta o duda existencial? Un momento: ¿qué más regalos recibí? Una bola de baño que ya usé hace tiempo, perfume que me suelo poner, un par de libros: “El yo dividido” y "La campana de cristal". Fui a la estantería y ahí estaban los dos, sin tocar. En el de Laing, nada, pero pasando las páginas del de Plath, encontré un bulto pegado con cinta aislante en la contracubierta. Despegué y, elemental querido Watson -frase que en ningún momento dice Holmes, por cierto: una llave. Tanta interpretación no puede ser buena, a veces las cosas son concretas y lo que parecen: un candado quiere llave y al probar, efectivamente, esta llave no abría este candado pero, ¿no tenían candado las puertas de las habitaciones de los túneles? Se abrían ante mí varias noches de acción.

Sister Harding vs. Nurse Ratched
Dormí tanto el domingo, que el lunes ni sabía quién era. Por supuesto, no llamé diciendo que no iba a trabajar pretendiendo enfermedad: soy Mariona Calleja, freak de la responsabilidad, víctima de un super-ego implacable, un rollo de tía, llámalo hache. Ocho am en la planta, y la semana de estudio, el examen y el finde de clausura parecía todo irreal. Sister Harding me puso enseguida al día de los pacientes y no paré en toda la mañana. Si tuviera que filmar la secuencia que sigue, la haría toda en blanco, como si ocurrira en el cielo o en un sueño. Extraño, porque Harding, ángel benefactor no era, pero entró en la habitación -tal vez para poner en cuestión esa idea y desterrar a la Enfermera Ratched del Nido-del-Cuco-, para recordarme que tenía que ir a comer. Esto de los exámenes me estaba afectando, me veía muy pálida, ojerosa, tal vez más delgada. Ella me podía traer un sandwich, pero mejor que saliera, que bajara a la cantina. El trabajo estaría aquí más tarde. Obedecí, porque no hay alternativa para manejar el estupor: ¿qué estaba pasando a la Ratched de la primera noche y de todos los días a partir de entonces? Algo había cambiado desde que volví de perinatal, pero lo de hoy era exagerado: un gesto en el que parece que una enfermera malvada cuida: inaudito.

Ese día había Shepherd's Pie con guisantes. Hasta este país, no me gustaban los guisantes pero ahora me los como - machacados, no: el mushy peas, no; tampoco forcemos la máquina. Creo que fue en esa comida cuando apareció Isabel Archer, que por una vez no llevaba libro (¿era ella o un replicante?). Mientras se sentaba pensé en qué habían quedado aquellas excursiones al mundo Bronte que nos habíamos prometido al principio. La conversación comenzó amablemente, como siempre, y como siempre, terminó con la misma extraña desazón. En teoría compartimos muchas cosas, más que con Morgana o Marla o Yolanda, pero esa dimensión de atracción inexplicable e irracional que es el centro de la amistad no existe entre nosotras. El patrón que he detectado es que ella necesita demostrarme (o demostrarse, o demostrar al mundo, aún no lo sé) algo (que tampoco descifro). Por ello termina en una actitud pasiva-agresiva que me sorprende que ella misma no observe: hasta alguien sin formación psicológica se daría cuenta. Vale, tengo claro que Isabel no está estudiando psiquiatría porque quiera ayudar a gente o entender el comportamiento humano, siquiera el suyo propio. Su motivación es toda “para escribir hay que vivir antes”, y aquí se viven muchas vidas -y qué vidas-, o por lo menos se atisban.

Y sí, todo comenzó amable y civilizadamente: Isabel se preguntaba por qué tomamos partido en la literatura por algo que no haríamos en la vida real. Por qué aplaudimos venganzas, sangre, comportamientos inaceptables, por qué nos ponemos "del lado del mal". La literatura pone en cuestión nuestras certezas, nos obliga a empatizar con ideologías que no son las nuestras, nos saca de nuestras casillas, no solo en el sentido de “nos exaspera”, sino que nos saca de la cajita mental donde estamos metidos. La literatura nos alivia de la vida, dijo, y se me quedó mirando. En ese silencio se obró la magia: por fin me sentí incómoda. Una profecía que se autocumple, se dirá, pero es que durante toda la charla esperaba la agresión, no en el sentido "predicción" -tipo “lo sabía”-, sino para intentar interpretarla. Pero no hizo falta contenido -imaginemos que, como en el pasado, se me hubiera ocurrido hablar de territorios minados como grupos de escritura o la misma Lannister-,  el final espinoso llegó como todo forma.

Creo que fue el martes cuando cené con Morgana y Yolanda, aunque podría ser el miércoles. El ritual se repitió como un reloj: quince minutos de sus batallas de examen, luego las mías. Un rato indeterminado, insistencia en la práctica para el siguiente, ellas se ofrecían. Ah, eso, el examen práctico; pero primero tenía que aprobar el escrito, la carta llegaría un día de estos. Si la preocupación ocupa un volumen, lo cierto es que no me quedaba mucho espacio para pensar en eso, pero eso tampoco se lo podía contar a ellas. Eran mis amigas, pero también ocultaban algo.  Esto ya sonaba paranoide perdido, pero tuve un dejá-vu de aquella noche al principio en que, disfrazado de epidemiología de la depresión, concluyeron que yo tenía muchos boletos para deprimirme, y que se iban a asegurar de que estuviera bien. Un dejá-vu amable pero sobre el que también sobrevolaba un pájaro ominoso, porque entonces descubrí que hasta ellas ocultaban algo con aquel "¿quieres que se entere?" con el que Morgana reprendió a Yolanda cuando creyó que yo me había ido.

- ¿Sabéis lo que me apetece? -dijo entonces Morgana- ¡Que bajemos una noche a la disco de Whitby! Mariona: es un lugar decadente y un auténtico peligro para la salud pública, pero se pasa siempre muy bien.

- Sí, y la música es denunciable. Hace tanto que no bajamos de fiesta -suspira Yolanda- Aunque enseguida va a llegar la invitación de la cena de gala...

- Espera, ¿qué cena de gala? - pregunto, medio alarmada.

-No puede ser que no le hayamos hablado del acontecimiento social por antonomasia de Banderley -le dice Yolanda mirando a Morgana con pretendida severidad, y se dirige a mí- A ver, cada tres años se organiza aquí una cena espectacular. Vienen antiguos “banderleys”, gente que está ahora muy arriba en el Colegio, algún político de segunda fila... parece que una vez vino Stephen Fry. Se hacen discursos y…

-... y luego hay un baile muy formal -interrumpe Morgana- y bueno, cuando se van los importantes básicamente desfasamos un poco…

Grandes risas. Me resulta rarísimo imaginar este tipo de fiesta aquí. Gente arreglada entrando por la puerta principal de Banderley-C, bajo esas gárgolas iluminadas que me dieron tanto miedo el primer día.

-Pero, ¿dónde se hace? -pregunto, solo se me ocurre la biblioteca.
La sencillez del Palacio de Invierno

-Ah, claro, no has estado en "la Galería de los Espejos" en el ala oeste de Banderley-C… Está siempre cerrada- dice Yolanda.

-No crees expectativas, Yolanda. No hay espejos, es más bien como una sala cualquiera del Hermitage... así, algo sencillo - dice Morgana riéndose. Y las tres nos reímos: no sé si me están tomando el pelo.

-Lo mejor es la ropa, hay que ir de largo -sigue Morgana- Yo tengo localizado ya el vestido en Whitby... muy discreto: seda roja!!!!

-Tranquila, los alquilamos - me dice Yolanda

-Yo llevé uno de una fiesta de la universidad hace tres años, pero no voy a repetir!-dice Morgana

-Como si alguien se acordara... - Yolanda pone cara escéptica.

-Te aseguro que se acuerdan...

La tercera conversación, hacia mitad de la segunda semana, fue con Will. Yo salía de la piscina y aquí el examen se tocó vía si-me-habían-servido-sus-notas.  Tras un par de lugares comunes amables, la adrenalina del deporte -por mucho que digan, su mayor beneficio- se hizo con el mando. Directa a la yugular del pobre que estaba, toalla al hombro, todo desprevenido.

-Will, ¿te acuerdas aquel día en verano cuando subimos con Richard a ver el cielo?

Se acordaba.

-Hubo una conversación de esas que tenéis siempre Isabel y tú, sobre escribir... bueno, en realidad Isabel me dio una charla de que lo publicado deja de ser del autor y pasa al lector, ¿te acuerdas?

De esto no se acordaba. Primera fase de ponerse en alerta.

-Bueno, pues cuando casi llegábamos a Banderley me preguntaste si quería saber una historia, porque “ya era una de los vuestros” o algo así. Pero Isabel no te dejó.

Aquí se empezó a alarmar. Pidió clarificaciones.

-Bueno, se fue para adelante y tú te fuiste a ver qué le pasaba... una dinámica que ya he visto aquí otras veces: ¿estabas la noche que se fue de Serotonina llorando? Bueno, da igual… pero ¿qué es lo que me ibas a contar ese día?

Un saludo a previos damnificados
Por supuesto, de nuevo, ni idea. Calculé cuánto más podía empujar, hasta dónde iba a poder seguir tirando por este camino.

- ¿Y de la conversación al volver de Lincoln? ¿Y la de Halloween, en que hablamos de la tesis que íbamos a hacer sobre “la locura en Cortázar”?

Me miró como si fuera yo la loca y farfulló algo de lo tarde que era y que se iba al agua. Vale, entendí: demasiado lejos. Pero ya volvería. Eso pensé entonces, que ya volvería a todas esas cuentas pendientes: igual en el momento “desfasando” de esa fiesta.



Dos semanas desde que sé que Lannister está muerta. Dos semanas en las que he funcionado como un autómata: trabajo de día, conversaciones, frases sueltas a las que dotar de triples significados, recuerdos, nadar. Y el archivo de noche, leer párrafos de notas de pacientes de Lannister con tal vez alguna pista que no sabía leer, pero en su mayoría, nada: notas correctas, al grano, datos, diagnóstico, tratamiento. El resto era otoño, ocres desde las ventanas, lluvia a media mañana, los días se acortaban y todo era un aniversario: hizo un año que había llegado a Banderley, e hizo un año de mi fiesta de bienvenida, y de Halloween, y de la paciente Violet, de aquella charla con Cook, y de cuando me empezó a gustar la coleslaw

Y lo dejo aquí: cierro el cuaderno y me acerco a la trampilla: no se oye a nadie, se han ido todos a dormir. Recojo lo que he extendido alrededor del diván, pensando en lo poco que voy a poder subir por las semanas que me esperan: noches en el archivo, tal vez un examen, tal vez visita a Wences, encontrar un vestido, desfasar una noche y esperar salir de aquí para Navidades. Un mes lleno de acción, un mes tan planeado, con tan poca improvisación que desde ya me da vértigo. Saco la escalera del desván y bajo con cuidado.

Sobre la mesa de la cocina hay un sobre: alguien lo ha dejado apoyado en vertical en el frutero. Es El Sobre: membrete del Colegio Real de Psiquiatras y mi nombre. No lo miro un rato, como en las pelis;  lo abro de la única manera posible,  rompiéndolo.

“Querida doctora Calleja, Es un placer comunicarle que tras los resultados del examen del pasado 27 de Octubre, ha pasado al examen práctico, que tendrá lugar en el Maudsley Hospital, Londres. Recibirá detalles por correo en unos días. Felicidades”.

20 marzo 2022

Arturo Bandini, personaje de John Fante: "No se puede ser mala persona y gran escritor"

"Vive algo y
consíguete una máquina de escribir"
Bukowski dixit en  "On writing" 
John Fante nació en Denver en 1909, hijo de emigrantes italianos. Durante su vida escribió muchos relatos y cinco novelas, pero terminó como guionista de Hollywood porque su carrera como novelista no acabó de despegar. Es uno de esos escritores que alcanzó el estatus de culto al final de su vida y después de su muerte en 1983 por una casualidad: Charles Bukowski dio con "Ask the Dusk" ("Pregúntale al polvo") en la biblioteca pública de Los Ángeles y cambió su vida. Según él, nada de lo que leía le era cercano o hablaba de gente como él hasta que encontró a Fante y lo declaró "su Dios". Recuerda algo a la historia de John Williams y su encantadora "Stoner", aunque nada tenga que ver William Stoner con Arturo Bandini, el alter ego de Fante y protagonista de cuatro de sus novelas. Stoner es un melancólico académico y Bandini un cabreado joven que intenta escribir en medio de la precariedad: estamos en la época de la depresión americana, que todos imaginamos en sepia gracias a las fotos de  Dorothea Lange, y a los libros de John Steinbeck 

Arturo Bandini como nombre de personaje es maravilloso, y lleva en mi vida dos décadas (llegó vía el Peda, a quien llegó vía Bukowski). Pero solo como nombre, porque pese a tener tres libros del cuarteto de Bandini (editadas por Rebel Inc. Classics -la cuarta, dictada por Fante a su mujer enfermo en la cama en los 80 no la tenemos, de momento no la compraré) ahí en la estantería mirándome, aún no los había leído. Han caído del tirón, cronológicamente desde el punto de vista de la vida Bandini- niño, al adolescente, al joven-, que no es el orden de escritura: su primera fue "The road to Los Angeles" ("La carretera a Los Ángeles") que no publicó en vida, y que probablemente no quiso nunca publicar (dicen que tiene los fallos típicos de "toda primera novela"-más de esto abajo). En 1938 se publicó la de la infancia de Bandini "Wait until Spring, Bandini" ("Espera hasta la primavera, Bandini"), y "Ask the dust", considerada su obra maestra, en 1939.


"Wait until spring, Bandini" ("Espera hasta la primavera, Bandini"): La infancia de Arturito

Paseando a Bandini
Empecé bien: la primera ha sido mi favorita de la saga. Atención: el resto del párrafo (en realidad, los dos siguientes) es divague personal puro, así que quien quiera leer del libro que se lo salte. Pero es que esto he de escribirlo: lo de "esperar a la primavera" de su título que me trae muchos recuerdos de la Yaya. Cuando proponíamos cualquier plan, su respuesta solía ser "ya veremos, de cara a la primavera". Era una manera muy británica de declinar la invitación, porque ella no era capaz de frases soeces como "déjame vivir" o "ni de coña" o incluso "puedes esperar sentada, bandida". Luego, viajando oí una versión de esta frase, que siempre me partió un poco el corazón: tú vas como el turista blanco universal que eres por las calles de un país paupérrimo con tu mala conciencia, y la gente te ofrece quincalla, o llevarte a sitios, o lo que sea. Te sientes horrible de tener que decirles que no, pero igualmente lo haces, y entonces dicen "maybe tomorrow" (quizás mañana). Cuando todos sabemos que, si no hay mañana así en general, ese mañana mucho menos.


El libro que nos ocupa no se titula así en estos sentidos, pero esa es la ventaja del blog personal: escribes lo que te pasa por ahí (nótese mi capacidad, pese a ser educada por la Yaya, de frases soeces). De hecho, aunque a menudo sueño con que mi vida fuera viajar por el mundo (sintiéndome culpable, claro) haciendo fotos y escribiendo crónicas y divagues y que me pagaran por ello, a menudo me reconcilio con mi trabajo de día porque es lo que me permite la libertad, por las noches, de escribir estos párrafos que cualquier editor me diría: "nena, tú vales mucho, pero corta el rollo". Esto de alguna manera enlaza también con Bandini, pero con el tercer libro, en el que él intenta vivir de la literatura, no como gente sin alma como yo, que tenemos un Plan B que justificamos con párrafos como este, cuando lo que deberíamos hacer es check-in un hotel de dudosa categoría sin aire acondicionado pero con ventilador en el techo, y dedicar las noches a escribir, las madrugadas al Mal y los días a dormir la mona. Pero no quiero adelantar el tercer libro que vendrá más abajo. 


Llegó la primavera, Bandini

Cómo divago: volviendo a Arturo Bandini ni
ño, lo de la primavera viene porque él, sus padres y sus dos hermanos pequeños viven en un pueblo de Colorado, y es invierno, y son de origen italiano, y la nieve no es lo suyo porque su padre es albañil, y hace frío y sabañones en la obra. Hay varios temas en este libro pero por supuesto uno es la inmigración, la pertenencia (Arturo querría llamarse Arthur Jones y ser americano), el catolicismo como una manera de estar en la vida en un mundo protestante (Arturo era monaguillo pero no quería, e iba a cole católico pero soñaba con ir al público y sobre todo querría ser un buen chico pero nunca que sus amigos pensasen que lo era) y la dureza de crecer pasando hambre, que no pasa desapercibida al dueño de la tienda que "se compadecía de su madre con esa pena fría que los que tienen un pequeño negocio  muestran hacia los pobre como clase y con esa apatía frígida y auto-defensiva hacia cada uno de sus miembros".


El retrato que hace Fante de los padres de Bandini es maravilloso: el padre es un tipo carismático y terrorífico a partes iguales: "Nochebuena: Svevo Bandini venía a casa, zapatos en sus pies, desafío en su mandíbula, culpa en su corazón". Svevo desaparece por épocas: está teniendo un affair con la viuda del rico pueblo, de ahí la culpa. La madre es un ángel enredado en su rosario que finalmente, cuando la gota colma el vaso, al mejor estilo italiana de armas tomar, casi le arranca los ojos a Svevo. También se deprime, y no me refiero a "tía, se deprime". No: la descripción de Fante de una depresión clínica severa es para -la gente suele decir quitarse el sombrero, yo suelo decir- plantearse una dejar de escribir. Es una descripción preciosa en lo terrible ("sleeping the sleep that brings no rest"), te deja desolada por ella, por lo niños que están solos navegando con Arturo al timón, sin idea de cómo salir de ahí. 


Pero la grandeza de Fante es que luego, cuando estamos con Svevo en casa de la mujer rica que lo seduce, sentimos una especie de piedad por él: no por sus justificaciones y autocompasión, pero sí por verlo totalmente desorientado, sintiéndose inculto, inadaptado, idiota, inseguro a su lado, aunque no se lo admita a sí mismo; "no había habido tiempo es su vida llena de preocupaciones para libros. Pero había leído más profundamente que ella en el lenguaje de la vida, a pesar de sus libros ubicuos".  Solo triunfa en el éxtasis del sexo: "se rió del triunfo de su pobreza y su campesinado. Ella, esclava y víctima de su propio reto, llorando el glorioso abandono de su derrota, cada gemido su victoria (de él)." Pero, no importa las historias que él se contara, "eran extraños, con la pasión solo para ser el puente de la sima de sus diferencias".


El libro es mucho más, y en estos momentos me planteo que igual debería haber hecho un divague por libro en lugar de haberme metido en esta obradelpilar de tres-en-uno, de la que no sé cómo voy a salir. 


"The road to Los Angeles" ("La carretera a Los Angeles"): No soy yo, eres tú, Bandini


Paseando a Bandini: "Cubana",
Waterloo, Londinium
Flasheada por "de cara a la primavera" empiezo con el segundo (el primero que escribió). La familia ha cambiado (los dos hermanos menores son ahora una hermana que aspira a monja) y su padre parece haber muerto. Bandini es un adolescente de unos 17 que tiene que ir a trabajar a la envasadora de pescados (cannery, imposible no recordar la "Cannery Row" de Steinbeck), que describe magistralmente, incluídos los olores espantosos que le llevan a vomitar el primer día.  Pero el vómito es también metafórico: Bandini, inseguro de ser "dago" (italiano), es abiertamente racista con los filipinos que trabajan allí.


Bandini en Clapham Common,
Clapham, South Londinium
El problema con esta segunda novela es que formalmente no atrapa como las otras dos, y que es prácticamente un "estudio de personaje", y este es muy desagradable. No quiero dar la impresión de que si no me cae bien el personaje no me va a gustar la novela, pensemos en Julian Sorel, Becky Sharpe y tantos otros, pero en este segundo libro, Bandini y yo no hemos hecho click. Encima me ha hecho estar trabajando todo el rato, porque es imposible no preguntarse si el tipo está cuerdo o loco. Sus ideas sobre su genialidad como futuro escritor rozan lo delirante y su hablar pomposo -supone que así hablan los escritores- suena autista.
Bandini se autolesiona para estimularse (corte al que le echa sal!), según él "para sentirse vivo". Sus comportamientos, parecen a ratos los pródromos de algo siniestro. Su crueldad, injustificable. Cuando escribía, Fante seguro que no sabía que hay peor pronóstico en los niños con problemas de conducta que además son crueles con animales. Arturito ya había matado un pollo del corral familiar en su infancia -que, bueno, se acaban por comer- y es desagradable con los animales en general, pero aquí ya es un festival: hay una escena con los cangrejos que me resultó indigerible ("amused at his helpless gasping").


Bandini en Battersea park
Aparte de un cabreo vital que es entendible -y loable- en un chaval de origen pobre, su racismo, su machismo y su crueldad cuestan de asumir y justificar.  En general me suelen atraer personajes que se salen de los establecido, y que tienden a la rebeldía contra del sistema (ojalá hubiera expandido en "mi tema favorito: condiciones laborales en la época de las máquinas"), pero aquí no ha funcionado para mí. La evolución más interesante de Bandini es su ruptura con la religión, "la religión es propaganda de los que tienen para engañar a los que no", poco más hay.

Sinceramente, yo ahora me la saltaría: no es necesaria para "completar" y como "coming-of-age" de adolescente cabreado hay mucho por ahí que leer.


"Ask the Dusk" ("Pregúntale al polvo") : Bandini inamorato


Paseando a Bandini:
 un Council State en Brixton,
South Londinum


Aquí, Arturo Bandini es un joven que ha llegado a Los Ángeles donde se intenta mal-ganar la vida como escritor. Vive en un hotelucho, ha escrito un relato que ha sido publicado en una revista, y un día conoce a Camilla López. El carácter complejo de Bandini se ve reflejado en esta tercera novela en su relación con Camilla, que es camarera en un bareto y de origen mexicano. Lleva unas huaraches (sandalias) viejas con las que él se mete, y ella o bien le ignora o bien le devuelve todas sus pullas, pero no se deja avasallar ("I did not kiss her; she kissed me"). Porque Camila tiene "the sort of eyes a woman gets from too much bourbon, very bright and glassy, and extremely insolent". Camilla por supuesto está enamorada de un tipo tuberculoso que visualizo como a Michael Madsen en su caravana a la entrada del desierto en "Kill Bill". "Se está muriendo", dicen, a lo que Bandini contesta: "Aren't we all?" ("Y no lo estamos todos?")

Todos estamos muriendo, Budd
"Ask the dusk" tiene mucho valor formal, y habla de la experiencia de escribir. Cómo no identificarse, quién no sueña con "no hacer nada en todo el día aparte de escribir, o pensar en escribir", o con "una habitación para escribir al lado del mar". Está a punto de morir ahogado en el océano y, en esos momentos en que "respirar era lo único que importaba", "incluso entonces lo estaba escribiendo todo, viéndolo en una página metida en la máquina de escribir". Un escritor nunca evade una experiencia, todo es material: "Me senté en la máquina de escribir lo eché todo de la manera como debería haber pasado, tecleando con violencia".   Y for fin, llega su primera idea para una novela, "Y entonces como un sueño, llegó. De mi desesperación, llegó".


La mayor parte de la novela gira en torno a la relación López-Bandini, una relación de amor-odio, de ni-contigo-ni-sin-ti. Es enternecedor cómo Arturo quiere no volver a verla ("making resolutions about not seeing her was useless"), pero la razón nunca ayuda


"This is bad, Arturo. You have read Nietzsche, you have read Voltaire, you should know better. But reasoning wouldn’t help. I could reason myself out of it, but that was not my blood. It was my blood that kept me alive, it was my blood pouring through me, telling me it was wrong. I sat there and gave myself over to my blood, let it carry me swimming back to the deep sea of my beginnings". 


Paseando a Bandini:
Electric Av Market, Brixton

y siempre acaba volviendo y dándose cuenta de que su voz le hablaba "a sus huesos y a su sangre" y que eso "es estar vivo". Hacia el final, cuando Camilla enloquece, Arturo demuestra de verdad cuánto la quiere, y aquí es donde he conocido a otro Bandini. Ella se lanza en una huida hacia adelante tipo "Thelma & Louise
", pidiéndole dinero cada dos días -que él le gira a la oficina de correos de turno porque, por fin, han publicado su novela y tiene por primera vez pasta. Por supuesto esto podía terminar de muchas maneras, pero la que nos cuenta Fante que deciden Arturo y Camilla es maravillosa: qué bonito final.


Arturo Bandini lleva casi media vida conmigo, y ahora ya se va a quedar con derecho propio. No es un héroe byroniano, cuyas oscuridades te hacen colgarte más, solo es un emigrante que no pertenece (sobre el tema, qué capítulo el 6 de Ask The Dust habría que enmarcarlo), cabreado -como debe ser- con el mundo, con el que a su vez me cabreo yo inmensamente en el segundo libro, pero con el que me reconcilio por su pasión por la escritura y por su amor hacia el final del tercero. Este es el Bandini con el que me quiero quedar y el Bandini real porque, como dice Fante, "no puedes ser mala persona  y gran escritor".


16 marzo 2022

De ratones y hombres: "Es cosa de Londres"

Ratones en lucha libre
en el metro de Londinium:
merecían el premio
 Todo el mundo sabe que los ratones son "a Londinium thing" (cosa de Londres). Cuando llegas a la ciudad, los comienzas por ver en las vías del metro pero ya enseguida en tu casa. Son casi monos, muy pequeñitos y como de peli de Disney. La leyenda urbana dice que, estés donde estés, tienes siempre un ratón a dos metros de ti. La gente quita hierro al asunto con lo de "es cosa de Londres" (nótese que por una vez no uso el verdadero nombre de la ciudad, Londinium, sino su traducción: es porque la sonoridad del sintagma me lleva al eslógan de una marca rancia de coñac que no escapará al divagante de cierta edad-o sea, tod@s ). 



Al principio te cuesta aceptarlo y te resistes: que sean monos no impide que quieras exterminarlos. A nuestro primer inquilino le pusimos hasta nombre (El Ratón Caramelón). Estamos hablando de los primeros a
ños 2000, éramos jóvenes. Como venía en esa época a pasar unos días Bernardo el colombiano, decidimos dejarlo para él. Sin duda un hombre de mundo como Ber, que se puso un sombrero de expedición para una caminata, lograría atraparlo. Pero, ah destino, no fue así: nuestro pobre huésped -el humano-, que entre otras barbaries tuvo que usar un calcetín para filtrar café (no tenemos cafetera, no bebemos café), se fue sin capturar a Caramelón.


El tema, por mucho que digan, no se puede ignorar, pensábamos (veis? seguía la resistencia). Sobre todo cuando se ríen en tu cara e intentan hacerse una casita. Puedo explicarlo todo: aquí donde me veis, en mi faceta grillo-del-hogar (admitámoslo, testimonial), había dejado un ramo de flores secas en la chimenea, modo decorativo. El maldito ratón de turno fue cogiendo granos para colchón! Con gran frialdad,  frustré sus sueños. 

La siguiente razón poderosa para tu guerra con los malditos roedores es la salud pública, su rol de vectores: descubres que escalan por el frutero para a morder las manzanas o los kiwis (sí, divagantes, me como la piel).  Llegamos a trasladar el frutero al dormitorio por las noches, con la esperanza de que ahí no osara, una lata. Mi padre, otro hombre de mundo, nos trajo una ratonera que parecía un implemento de la Santa Inquisición en miniatura. A falta de Torquemada (mi padre) en casa, quién los saca? Método desestimado. 

Esta anécdota tal vez haga cambiar el concepto que me consta el divagante tiene de mí (persona de gran templanza y amabilidad), pero me debo a La Verdad. Seguimos en esta época mítica de negación, de "hace muchos años": tras semanas de confrontación y hostilidades, hubo un día que el ratón y yo nos encontramos solos en una habitación, a puerta cerrada y con escoba. Fue: o tú o yo. La mujer contra la bestia. Minutos intensos en los que el roedor fue acorralado a escobazos hasta la victoria final. Cuando terminé, tuve un subidón de adrenalina tal que pensé desde el "esto no es normal" hasta "madre mía, qué no deber matar a un hombre".

Fast-forward al presente: han pasado 15 años y ya sabemos que no hay nada que hacer. Ellos vienen y van, y es "cosa de Londres": han ganado. Pero la otra noche, estando Mini y yo solas en casa: ruidos enormes, como si estuvieran moviendo muebles encima de mi habitación. Vamos a ver: ahí no hay nadie, ha entrado un ladrón? Mini duerme, será medianoche, no me voy a dormir pensando que puede haber alguien arriba. Así que no hay otra que hacer un Mariona Calleja cualquiera, y sin linterna, subir al piso de arriba: justo lo que en las películas siempre decimos que no se haga. Subí a oscuras y al llegar arriba: efectivamente, nadie. 

Pasados tres días, llaman a mi puerta: es la nueva vecina de abajo. Que hay ratones. Que no los soporta. Que ha entrado en pánico. Que se ha ido a vivir a un hotel hasta que venga el experto anti-ratones (al que bautizo el Mouse-buster). Que si me importa que el experto entre en mi piso si así es requerido para su investigación. Ah, y que si tal vez la otra noche oimos "movimiento de muebles": ella y su ex estaban intentando atrapar al ratón (o sea, era abajo). Antes de que se vaya, reproduzco el mantra: "es cosa de Londres" y lo adorno: "no te puedes llamar verdadero londinense hasta que tienes uno" (omito "y has aceptado la realidad de que son una parte de vivir aquí"). 

Domingo por la noche. El Peda duerme, Mini y yo leemos, cada una en nuestra cama. De repente, un grito, y Mini se presenta de un salto enmedio de los dos: el ratón ha entrado en su habitación. Tiene miedo, se puede quedar?, no, vuelvo con ella. Enseguida lo veo: sale  por donde ha entrado. Me congratulo de que esta es una de las pocas fobias que no tengo. A ver, no tocaría un ratón por nada del mundo, pero no me vuelvo loca como con otros temas que mejor dejemos de lado. No puedo criticar a la vecina -solo un levísimo sentimiento de superioridad- porque quien no tenga su propia Habitación 101, que tire la primera piedra.  
No sé quienes son,
pero no os parecen adorables?

Lunes: ya venido el Mouse-buster. La evaluación y la intervención (que ha consistido en poner veneno debajo de los armarios de la cocina y en la chimenea, donde aquel mío intentó hacerse la casita) le ha costado a la pobre vecina £180. El perito le ha dicho que "se cuelan por agujeros ínfimos", que "estas casas victorianas no tienen solución" y por supuesto, que "es cosa de Londres". 



13 marzo 2022

Serial 44. Birmingham: el examen. Ser tu profesión, o tu familia, o tu hobbie. Buscando a un fantasma.

"Ante todo: no se cene curry la noche anterior al examen", dijo aquel profe en aquella clase-preparación-examen hará dos meses. Empezamos bien: saludos desde "Taste of Rajasthan". Pero puedo explicarlo todo: tras viaje en tren interminable, varios transbordos y sus esperas, he llegado a Birmingham, donde por sorteo salió que voy a examinarme. Me alojo en otro de esos hoteles que no necesitan más descripción que el gentilicio, y este Rajasthan de bolsillo, establecimiento por otro lado con exceso de colorido y mala iluminación, es lo único que hay cerca. Mañana es el gran día y, según como me sienten las especias, hoy puede ser mi gran noche. Sería mi remate: estoy literalmente en las últimas, nivel cuando vuelva a Banderley no solo necesitaré una semana de baja laboral, sino de ingreso en una de las plantas. Una paciente extenuada más: en época de Freud lo llamarían ataque de histeria, hoy reacción de estrés aguda. La semana como novia de Drácula - noches intensas, alimentación dudosa y días culpables - no ha sido lo mejor para mi cuerpo: está pasando factura.

El restaurante es auto-servicio: frente a las cajas metálicas,  sopeso qué salsa será la menos nociva para el estómago medio. Es deprimente cenar sola, todo el mundo está como mínimo en pareja, y el camarero no ha ayudado con su “cómo-puedo-ayudarte” inicial. Veamos, es un restaurante, ¿usted qué cree?, pero lo que he dicho, con un leve tono interrogativo hacia el final ha sido, "mesa para una". El ha debido sentir pena o tal vez desorientación sobre el mundo en que vivimos, uno en que mujeres van solas a restaurantes. Vuelvo a mi mesa, basmati vegetariano con cúrcuma. Hay dos chicos y una chica en la esquina montando bastante jaleo: espera, ¿no es aquel Rob, el de Nottingham? Cuando se levanta al buffet, me acerco a por un trozo de Naan y, tras vernos,  esos lugares comunes de encontrarte con alguien: sorpresa (oh-my-God), qué haces aquí (el examen) y breve reminiscencia de momentos pasados (qué risas en el curso). Me invita a unirme a su mesa: está con Neil, su amigo también de Nottingham y han quedado con Roxanna, que trabaja en Birmingham. Los tres eran parte del grupo de guays que tras las clases acabamos en Koko.

-¿Os acordáis de Mariona, del curso en la Tavi?

-Hola!, qué tal?

-Mariona! - y Neil se levanta y me da dos besos, algo que los ingleses de nuestra generación ya suelen hacer, pero les sigue quedando poco natural. En Banderley, por supuesto, no se hace. - !Qué alegría! ¿Cómo estás?

Roxanna me hace espacio a su lado con una sonrisa, y dice:

-A Mariona tenía yo ganas de ver. Más que nada para que nos contase qué pasó después de Koko con el abogado que dió la clase de la tarde.

Guau: esto es empezar la noche con fuerza. Lo había olvidado: Roxanna era la que flirteaba abiertamente con Jack en el “role play” de la clase y luego por la noche en el pub. Pienso en el walkman que me he dejado en el hotel con la cinta de jazz que él me envió, que llevo escuchando en bucle desde entonces. Suelto una carcajada -que espero no suene nerviosa- y lo siguiente es desviar:

-Ay, qué va, qué va, pero qué bien lo pasamos en Koko no? Qué ganas de volver - me paro un momento para constatar que siempre es irresistible entrar en batallitas de noches de alcohol y risas:

-Ah, sí, fue genial, una pena que hoy no podamos ni beber -dice Neil- Yo aún tengo que mirarme un par de cosas esta noche...

-No seas agonías -este es Rob- ahora después de cenar podemos perfectamente tomar una cerveza. ¡No vas a tener resaca por una!

-Eso, me apunto, ¿tú Mariona? -dice Roxanna- Pero solo una.

El resto de la cena la pasamos hablando del examen: el temario, las partes que llevamos mejor, peor, la estructura del día. Por la mañana es la maratón de preguntas de elección múltiple -quinielas, las llamábamos en mi facultad, cómo explicarles ese concepto. Por la tarde está la evaluación crítica de un artículo de investigación (¿llevamos todos calculadora?) y los ensayos de dos temas. Rob teme la parte de estadística, Roxanna no se sabe bien la farmacología, Neil se lo ha estudiado todo, en realidad. Yo nunca he sabido tan poco de cómo voy preparada: es el primer examen que hago en este país y desconozco los parámetros. Si suspendo, lo peor no será volver a presentarme el año que viene, sino tener que enfrentarme a Cook -todo lo que hace en supervisión es desviarme del programa establecido, pero él cree que me ha ayudado- y a Wences, que tendrá una razón más para decirme que paradójicamente, Banderley me distrae del estudio y que me centraría más en el epicentro de una ciudad bulliciosa.

En el pub me preguntan por él. Les cuento que Wences ya pasó este examen hace tiempo, que está bien. Les sorprende que no nos conociéramos de antes, parece que emanamos una energía de amigos de toda la vida. No pasa con mucha gente, que les conoces y enseguida te sientes cercana; tal vez cada vez pase menos, a medida que cumples años, no sé. Por supuesto, quieren saber cosas de Banderley, el último bastión, el lugar mítico al que solo unos pocos se atreven a ir, pero que todos quieren conocer. Me felicito de haber comenzado mi diario -que esta semana de estudio he dejado abandonado- algún día tendré que escribir una novela sobre el asylum-por-antonomasia. Opinan que hay un tipo de residente que es atraído por Banderley -yo no cuento porque soy extranjera, o sea, indocumentada-, pero el resto suelen ser neuróticos y excéntricos. Gente para los que su mundo es su profesión, sin vida propia, que aceptan ser institucionalizados como los pacientes. Después de haber vivido allí más de un año, me parece injusto: vale, están los Sandips de turno, pero la gente tiene otras inquietudes. Les hablo de ver estrellas en verano, de remar, de nadar, de bajar a Whitby, de socializar, porque también tenemos un bar y hay un grupo que lee. Me miran, soprendidos. Sí, hay una chica que acabó allí solo por la tradición Bronte- omito que todo intento por crear un grupo de lectura o escritura ha sido abortado, y no sé por qué. A mi intento de normalizar la cosa responde Roxanna:

-No, lo siento, no es normal: ese sitio es endogámico y patológico.

-Pero, ¿en qué te basas? ¿Conocéis a alguien que haya estado en Banderley? - pregunto, mi pequeña exasperación tal vez evidente. 

-No, eres la primera. Y la verdad me sorprende: el imaginario de los de Banderley no eres tú.

Rob y Neil asienten. Me pregunto por qué Banderley despierta estas pasiones aquí afuera.

-Mariona tiene razón -dice Neil- Nuestros juicios están basados en folklore y leyendas. ¿No estábamos hace diez minutos hablando de la parte del examen de valoración crítica? ¿No estábamos comprobando si tenemos pilas en la calculadora? Pues eso: no tenemos datos, no estamos siendo científicos.

-Y además, conocemos a alguien -sigue Rob- que está allí y nos lo desmiente. ¡Deberíamos hacer un estudio!

Todos nos reímos, pero… ay, qué idea. De nuevo, mis mejores dotes interpretativas para pretender eso de como-quien-no-quiere-la-cosa:

-No, hablando en serio: estoy haciendo una auditoría en una planta que me gustaría publicar. Estoy usando datos de una de las anteriores residentes y me gustaría hablar con ella -todos asienten, mi historia es tan plausible que hasta yo casi me la creo- Total que, ¿sabéis si hay manera localizar a antiguos residentes?

-ah, sí… El Colegio de Psiquiatras tiene un listado de todos nosotros, el cole de médicos también… -dice Roxanna- Podrías llamar, y con tu número de colegiada y buenas razones, igual te lo dicen, o por lo menos le dicen a ella que la estás buscando.

Todos asienten y siguen hablando del examen. Mi mente está ya en otro lugar: voy a poder localizar a Lannister, voy a poder llamarla por teléfono, tal vez quedar con ella. Lannister, de la que no había esperado nada más que que fuera un fantasma. Igual que no tienes esperanza de conocer nunca a un escritor que te gusta, me doy cuenta que nunca pensé que fuera real. Quiero que pase ya: no puedo esperar. Pero ahora olvídate y céntrate en el examen. O por lo menos en la conversación con estos tres.

Pero menuda soy yo cuando entro en bucle. De camino de vuelta al hotel, me encuentra una cabina. Está vacía, tengo 50 peniques. Pero son las diez: no sé si son horas de llamar a una casa respetable. Pero es la de Wences.

-Mariona, querida!!! ¿Cómo estás? Justo hablando de ti! -breve pausa, una voz de fondo dice algo que no entiendo- Saludos de Richard. ¿Qué tal el viaje? Qué sorpresa que llames, ¿tanto miedo tienes?

-Emmm, no, bueno… estoy bien. ¿Sabes? Me he encontrado con esa gente del curso de la Sección 12, ¿te acuerdas? Aquellos chicos de Nottingham, ¿Rob y Neil? Y una de las chicas de Birmingham, Roxanna…

-Ayyy sí, qué simpáticos, dales my love. Qué bien, ya que no ibas con nadie del maldito manicomio que te hayas encontrado a esta gente… -otro que nunca desaprovecha una oportunidad para meterse con Banderley- Es agobiante ir al examen sola, pero bueno, así eres tú, la llanera solitaria…

Risa amable y: Wen, mira, te quería pedir un favor.

-Qué decepción: la dama de hierro no llama solo para apoyo moral.

-Necesito que llames al Colegio para preguntar por el hospital en el que trabaja ahora una compañera. Ella estaba en Banderley antes, y tengo que encontrarla. Mañana yo no puedo, y es viernes, y necesito saberlo ya.

Como tantas veces recientemente -pobre Derek- me doy cuenta que mis historias abren un montón de preguntas en mis interlocutores. Pero solo tengo 50p y le prometo que se lo explicaré, algún día. Dos larguísimos segundos de silencio y al final:

-Mira, no entiendo nada, pero mañana llamo, si me prometes que vas a estar centrada durante todo el examen. Recuerda que es un día muy duro. ¿Te has comprado barritas energéticas? ¿Llevas botella de agua?

Es una madre, Wences. Le digo a todo que sí (no tengo barritas). Me manda un beso y le prometo que bajaré un finde a Londres cuando haya terminado esta pesadilla. Puede ser enseguida, si suspendo -y tendré que esperar seis meses para repetirlo- o un poco más tarde si apruebo y paso al oral, que será en tres semanas. En todo caso, en un mes le veo.

Las noches anteriores a los exámenes suelen ser épicas, y no en el buen sentido. Esta está resultando atípica (¿cuándo me había ido de bares en la previa? ¿cuándo en un hotel?) pero me duermo enseguida. A las 4 am, sin embargo, una alarma: el radio despertador que se había dejado un cliente anterior. Maldigo al imbécil que lo dejó, a los dueños, maldigo al mundo, maldigo a la vida, y sobre todo a mí misma por no haberlo comprobado. Me conozco: imposible volver a dormir. Tal vez no elegí bien mi trabajo, tal vez alguien que no puede volver a conciliar el sueño cuando su noche es interrumpida no debería meterse en esto de la medicina. Pero es demasiado tarde para dejarlo (¿lo es?): cómo invitan las 4 de la madrugada a hacerse estas preguntas existenciales. Me siento en la cama y leo la sección de “Desorden de Conducta”, repaso estudios, lo que dice la evidencia sobre sus causas, su tratamiento, todo esto sin saber que una de las preguntas largas -que por supuesto, bordo- va a ser: “Los niños con desorden de conducta son solo mocosos malcriados. Discuss”. Por supuesto, no lo son, y si estuviéramos en otro punto de serial, aquí irían tres párrafos buenos de divulgación. Pero ya estamos cuesta abajo y sin frenos: acción.

Cuando aparezco a las 8:30 en la universidad no veo a mis compinches de la noche. Hay demasiada gente, algunos en grupos. Tenemos que mostrar la carta que nos enviaron, con el número. Lo llevo todo, también la calculadora, y hasta unas barras de muesli-encontradas en una farmacia, en serio. Llevo caramelos, chicles, agua y muchas capas de ropa: una nunca sabe si estos ingleses van a dar el aire acondicionado. Llevo coleteros en la muñeca, y un reloj que puedo dejar sobre la mesa. Llevo toda la información que he podido acumular en la cabeza, y una especie de temblor en la caja torácica. Llevo un libro de lectura, por lo que pueda pasar. Llevo mis bragas de la suerte (dobles disculpas por la afrenta de compaginarlas con ciencia -una vela a Dios, otra al Diablo-y por introducir esta imagen en la retina del lector).

Es una sala enorme, con mesas individuales en filas, nos van ordenando alfabéticamente. Es curioso, en esos momentos de impasse, observar a la gente. Hay muchos indios y paquistaníes. Las típicas inglesas con nariz respingona. Chicos cuidadosamente despeinados con camisas floreadas. Un par de pelirrojos. Coloco el reloj sobre el pupitre, cuelgo la mochila detrás. Ruido de sillas, con eco. Toses. Murmullo. Empiezan a poner los cuadernillos con cientos de preguntas de test boca abajo. Instrucciones. No se puede tener nada encima de la mesa, recoja su reloj. Pueden dar la vuelta, buena suerte.

Nombre, número de identificación y primera pregunta. Neuroanatomía, la primera la sé, sigo y sigo, y en un momento desconecto de la sala, no tengo frío ni hambre ni sed… entro en una especie de trance y voy marcando en la hoja de respuestas. Algo ha pasado en el fondo de la sala, pero no lo registro. Leo, paso páginas, dudo, sé, pondero ambigüedad, porque a veces saber mucho no es bueno, dejo algunas para el final, vuelvo, repaso. Fin.

En la cantina está Roxanna, nos sentamos a comer, ella va impecable, como si no hubiera pasado varias horas frente a un examen. Como buena inglesa, elogia mi ropa, que es lo más básico y aburrido imaginable: un jersey de cuello alto negro y pantalones vaqueros. Siempre encuentro complicado manejar estas situaciones: no me sale elogiar por elogiar, porque toque, por amabilidad. Me sale fácil cuando algo me gusta de verdad, pero aquí es una “economía de fichas”. Si eres el receptor, has de seguir un ritual: primero, minimizar el piropo -“oh, qué va, este jersey es viejísimo” o “lo encontré en un saldo” y luego devolverlo, sin que se note mucho. Sufro pensando cómo decirle nada de su ropa que suene sincero: yo nunca iría a un examen como a una entrevista de trabajo en Vogue. Rob y Neil vienen con un té: ahora viene lo peor, la tarde va a ser larga, Rob sigue preocupado con la estadística.

-¿Os quedáis esta noche? -pregunta Roxanna

-No, cuando termine nos vamos directos a la estación, esperamos coger el último tren -dice Neil- En dos horas estamos en Nottingham. Tú Mariona no tienes hoy tren ¿no?

-No, me quedo: volver a Banderley es victoriano, con carruajes a caballo -les digo- Son dos transbordos, así que saldré pronto por la mañana… con suerte, llegaré por la noche.

-Bueno, pues esta salimos nosotras dos solas… -Roxana me guiña un ojo.

Solo se tiene 20 años una vez, tu cuerpo es un laboratorio no un templo, YOLO, y todo eso pasa por mi mente, pero afortunadamente nos llaman de vuelta al examen.

Durante la primera parte, la de criticar los métodos de un estudio, se oye el teclear de las calculadoras puntuado por suspiros más o menos regulares. El hecho de que los registre me dice que estoy menos concentrada: no ayuda que sea justo después de comer. En la segunda parte, los ensayos, disfruto: siempre han sido mis exámenes favoritos, aunque me doy cuenta que esto se acaba. Hay que estandarizar, medir objetivamente, lo opuesto a múltiples examinadores leyendo diferentes narrativas. Atenta al tiempo, o me saldré del límite: la historia de mi vida, siempre escribir de más. Introducción: plantear la premisa principal. El “nudo” o enseñar las plumas de pavo real: estudios, datos, evidencia, de un lado y de otro. Conclusiones. Cuando todo termina, todo parece haber sido un sueño, una mala pesadilla: la imagen que me devuelve el espejo del baño da mucho miedo. Ya en la calle, esperando no encontrarme a Roxanna, me planteo si estoy alucinando del cansancio:

-Wences!!! ¿Pero qué haces aquí?

-Hola mi niña… !sorpresa!

Nos damos un abrazo, qué ilusión verle. Viene a verme y de paso se queda el finde con unos amigos. Llega Roxanna. Wences da prueba una vez más su simpatía:

-Roxanna! Qué maravillosa estás! Me encanta ese collar - y me echa una sonrisa reproche tipo "por qué no llevarás tú un collar enorme de colores", un collar “statement”.

Cenamos en un japonés, shoryu ramen. No tengo ninguna práctica con los palillos, solo gracias al cucharón de madera logro no hacer el ridículo, pero he tenido tentaciones de pedir un tenedor. Wences me habría retirado el saludo por poco sofisticada, pero me lleva tres años de ventaja. Hablan del trabajo, del futuro: Roxana quiere ir a Londres en cuanto pase los exámenes: Birmingham se le ha quedado pequeña.

-Exacto, y díselo a Mariona: el manicomio la está afectando.

Otra vez este tema. Pereza. Wences cree que puede aplicar lo que desde Goffman se sabe hacen las “Instituciones Totales” en los pacientes, nada menos que a mí. Vale, Banderley cumple todos los requisitos de una institución total: gran número de personas que viven juntos, sí; aislados de la sociedad, sí; que comparten rutinas y están bajo un control formal, sí. Bien, pero hasta un crucero lo es, y la gente paga por ellos. Que sí, que los pacientes deben estar en la comunidad, supervisados. Que sí, que los efectos de la institucionalización, en la que se empieza quitando a las personas de su rol pasado, cambiándolo por el yo institucional -lo que se llama “mortificación del yo”-, es terrible. Pero tal vez esto, que se entiende en pobres pacientes que permanecían ingresados por décadas en este tipo de instituciones, ya no aplica a Banderley, un centro de ingreso de corta duración, donde no hay plantas para crónicos. En cuanto al personal, ¿quién lleva ahí toda una vida? Dr. Cook, Dr. Steen, Sister Harding, Mister Foster… en realidad casi todos, menos los residentes: algunos logran escapar. ¿Me ha despojado Banderley de mi rol pasado? ¿Quién era yo antes? Tristeza esa gente que son solo su profesión, o solo su rol familiar (pobres mujeres de décadas pasadas), o solo su hobbie. Somos la suma de todo eso y más, somos lo que amamos, y somos nuestros valores: lo que de verdad nos importa, por lo que merece la pena vivir y, aunque suene grandilocuente, morir. O su combinación: bajo qué circunstancias decidiríamos que es mejor no vivir.

Wences y Roxanna siguen hablando, les oigo como en sordina. Roxanna se ha encontrado con alguien y Wences me recuerda que mi tren sale pronto, que me acompaña un rato, sus amigos no viven lejos de mi hotel. Vamos caminando, agarrados del brazo, las calles siempre tan oscuras en este país. Miro dentro de las casas: ahí están los salones en la planta de abajo, con luces laterales, la gente viendo la tele. En una hay una mujer al piano, en otra alguien lee un libro. Bastante rato en silencio, que rompe él:

-Mariona, tengo que decirte algo…

Ya me extrañaba a mí este último rato. Le pregunto qué pasa, quiero hacer una broma, pero no me sale.

-He llamado al Colegio esta mañana… tu encargo- dice, bastante serio. Nos paramos, me suelto, le miro.

-¿Dónde está? ¿Sabes dónde está Sylvia?

Me da un abrazo y dice:

-No está, Mariona. Sylvia Lannister murió hace dos años.