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27 enero 2022

Colaboraciones: Pioneras, la lava de la locura, Extremoduro

Hay una etiqueta anquilosada en el divlog titulada "dilaboraciones", que viene de colaboraciones o algo. Como Mini se acaba de leer  "Normal People" y seguidamente "Conversations with friends", le he pedido que escribiera un divague para resucitar esta etiqueta, pero se niega (rebajé a "comentario en mi entrada", sigue pasando)-sospecho que solo se leyó los libros porque dije que creía que no eran apropiados para su edad, aunque las conversaciones asociadas me han dado que pensar (sobre el fenómeno milennial Rooney).  Ahora está leyendo "The song of Achiles" -donde parece que hay tela de rollo homoerótico entre Aquiles y Patroclo, pero según ella "no es para tanto".  Total que no podré de momento reactivar las colaboraciones con Mini (si alguien se pregunta por qué está parado el podcast: no hemos llegado a un acuerdo salarial). Pero, quién necesita a adolescentes en el bloguerío? Yo no: tengo material por otros lados. 

Primero, el divagante Andandos me envió el enlace de una página muy chula que ha creado mi Alma Mater (quién lo iba a decir de la infausta Univetus) como homenaje a las primeras licenciadas en la Universidad de Vetusta. Se llama "Pioneras" y en ella se cuenta que 1910 fue cuando se permitió por primera vez matricularse a mujeres en todas las universidades espaniolas (en 1888 debían solicitar un permiso especial al Consejo de Ministros- es lo que yo llamo "tener demasiado tiempo en sus manos", los ministros).  Hay en esta web una línea del tiempo que si está al día es escalofriante: licenciadas que empiezan en 1911 y siguen hasta 1936 (ninguna, una y dos por anio), cuando se para y no hay otra hasta 1949. Qué tristeza. Y pensaba escribir algo sobre Concepción Diego Rosel, la primera mujer que se licenció en Medicina en Vetusta en 1926, como hice con Elizabeth Blackwell, la primera médica en EE.UU. (aunque era inglesa). Pero leyendo, he conocido a mi verdadera heroína: Amparo Poch, que se licenció con otra companiera en 1929. Me ha gustado tanto su vida y me parece tan imperdonable no haberla conocido antes, que le voy a dedicar una entrada entera, tal vez el 8 de Marzo, como hice con la doctora Blackwell. Así que volveré. Mientras tanto, mil gracias a Andandos por haberme descubierto esta página. 

La segunda viene de Carmen, una de esas divagantas Guadiana que lleva aquí desde el principio. Me llama Reinamora guapa y de vez en cuando me envía emails con cositas. Como esta época no está el Guadiana visible, puedo decir que lee superbien y supermucho, sobre todo poesía. Y gracias a ella llegué de rebote a una página que me encanta, con cartas de escritores. El otro día tocó otra de mis tótems, Virginia Woolf y voy a incluir (y traducir, mi abnegación por este blog ya se sale) unos trocitos porque son la pera (no la famosa a su marido antes de llenarse los bolsillos de piedras y meterse al Támesis), ahí van:

"Mañana volveré a Londres, y allí ya me espera una sucesión de experiencias inevitables - lo que se llama "ver a gente". No sabes lo que eso significa - significa que una no puede librarse de ello"
Tomorrow I shall go back to London, and there already awaits me a string of inevitable experiences—what is called “seeing people.” You don’t know what that means—it means one can’t get out of it. 
Letter to Gerald Brenan 4th October 1929

"Como experiencia, la locura es magnífica, se lo aseguro, y no es para desechar; y en su lava todavía encuentro la mayoría de las cosas sobre las que escribo. Saca de repente de una todo con forma, finalizado, no en simples gotitas, como lo hace la cordura".
As an experience, madness is terrific I can assure you, and not to be sniffed at; and in its lava I still find most of the things I write about. It shoots out of one everything shaped, final, not in mere driblets, as sanity does.
Letter to Ethel Smyth 22nd June 1930

"La dificultad es que estoy escribiendo siguiendo un ritmo, no una trama"
My difficulty is that I am writing to a rhythm and not to a plot.
Letter to Ethel Smyth 28th August 1930

"Mi cerebro es para mí la más inexplicable de las máquinas: siempre zumbando, tarareando, elevándose, rugiendo, sumergiéndose, y luego enterrándose en el barro".
My own brain is to me the most unaccountable of machinery—always buzzing, humming, soaring roaring diving, and then buried in mud.
Letter to Ethel Smyth 28th December 1932

Y por fin: el otro sábado por la tarde-noche, estando por aquí tirada, plink: mensaje de la divaganta Marisa. "Hombres con faldas" (un interés compartido), decía. Y que estaba haciendo limpieza (o era selección?) musical y le había aparecido esta canción, que le gustaba mucho y por eso me la mandaba. Ya está.  Marisa, "a la que no le gustaban los blós": Gracias.

Se le nota en la voz, por dentro es de colores
Y le sobra el valor que le falta a mis noches

23 enero 2022

Algunas madres de la literatura (a propósito de "Madres e hijos" de Theodor Kallifatides): Siempre nos quedará Grecia

Acabo de terminar
"Madres e hijos", el libro de
Theodor Kallifatides, autor griego asentado en Suecia. El otro día vi "The lost daughter" (en castellano "La hija oscura"), la primera peli dirigida por Maggie Gyllenhaall basada en un libro de Elena Ferrante. Y entre libro y peli, recordé el "Carta a mi madre", de Georges Simenon. Así que voy a meter todo esto en el turmix, y a ver qué sale.

Llevo a Kallifatides de paseo
Aunque hoy parezca increíble, hubo vida antes del blog: ya he contado aquí que "en el principio era el documento de word". Yo escribía en esos docus de word (o incluso en papel, esa cosa, pero no entremos ahí), que luego archivaba en esas carpetas amarillas. A lo archivado es relativamente fácil de acceder, aunque parezca imposible dado el título de algunas de ellas, e.g. "temas de interés" (un ex-divagante periodista que vino a cenar ya me alertó sobre lo absurdo del nombre: nos reímos mucho, tal vez fue el vino), pero la mayoría son más explícitas, e.g. “crónicas de libros”. Allí me he encontrado mi recensión (solitaria, por poco frecuentada ¿quién leía eso entonces?) del libro de Simenon, de 2006. Y no solo esta, buceando ya en simas abisales (2002!) también ha aparecido la de "Carta al padre" de Kafka. Un festival de la literatura de los progenitores.

Por un nanosegundo he sopesado colgarlas- no por sacar a la tarima a humillar a la Joven Di, sino por mi compulsión (ya diagnosticada y con código en el CIE-11) por el hiperenlace. Afortunadamente, esa idea ha sido observada y desestimada, y todo bien. Pero ha sido curiosa la lectura de ambas crónicas: en el caso de la de Kafka, la escribí con 31, y es doloroso constatar el combo "complejo de Peter Pan" y "vómito adolescente". Os presento a la Joven Di que, en respuesta a que a Kafka le decían "niño, no se contesta" escribió esto: "A mí me me decían lo mismo, y si algún día tengo hijos nunca diré eso...  porque querré oír sus razones, argumentaciones, debatir con lógica". Ni ni ni. En fin, corramos un velo. Atención al leve momento de introspección: "No sé “en qué bando” se posiciona la gente que tiene hijos en edad de disentir al leer este libro. Si estoy algún día en esa posición, releeré". Ja, qué mona. ¿Será Mini la venganza poética de la providencia por esa crónica? Me pregunto. 


Luego está el escrito de la "Carta a la madre" de Simenon, de 2006 -o sea, aún pre-Mini, y aún azotada por "¿es esto de la maternidad para mí?", que es una carta a mi suegra, que nos regaló el libro - supongo que la envié. En ella, anoto cosas como que a Simenon se le nota que estuvo muy enfadado con su madre, pero a la vez todo el libro es un esfuerzo por ponerse en su piel. Comprender el contexto histórico, social, familiar en el que ella nació, lo que la hizo ser Henrietta con sus virtudes y problemas. Parece que "la divulgadora en mí" ya se estaba gestando porque doy la chapa sobre lo que él llama “sensibilidad” y a mí me parece una tendencia hacia la enfermedad mental en la familia materna. A su tía se la llevaron al manicomio y su madre parece tener un trastorno de la personalidad. Simenon no superó lo que él percibió como una indiferencia de su madre hacia él, "Mientras viviste nunca nos quisimos, bien lo sabes. Los dos fingimos. Hoy, creo que cada uno de nosotros tenía una idea inexacta del otro", concluye. 

Casa abandonada con mensaje, Oval
Pero ya vale de espeleología en carpetas amarillas: hoy yo había venido a hablar del libro de Kallifatides, que es todo lo contrario a Simenon: un panegírico a su madre, en el que intercala un resumen de la vida de su padre, 24 años mayor, que nos lleva por historia de Grecia desde finales del Siglo XIX. Kallifatides narra la semana en la que visita a su madre desde Suecia, el país en el que lleva viviendo 40 años, donde se casó y tuvo hijos y nietos. Kallifatides tiene 68 años y su madre 92. 

Aparte del tema principal, hay dos razones por las que a mí me toca personalmente: la primera, reflexiones sobre su condición de emigrante. Kallifatides dejó Grecia de muy joven, durante un tiempo -la dictadura militar de 1967 a 1974- no pudo volver y, como todos los que estamos lejos, se siente a menudo culpable, especialmente a medida que los padres van cumpliendo años. Es uno de esos que "envejecen en un país ajeno (..) que vuelan cada año de ida y vuelta incapaces de permanecer en el presente o regresar al pasado". En su caso, además, como está casado con una sueca, supongo que la grieta es mucho mayor: en ningún momento habla de terminar su vida en Suecia, que es ya su país. En mi experiencia, los emigrantes-de-larga-duración (otra cosa son los que vienen aquí cinco años a aprender el idioma y luego "se vuelven" - cobardes) no solemos querer terminar nuestros días en el país que sea. Idealmente querríamos "ir y venir", pero la pregunta es "de dónde". Y la siguiente “nos lo podremos permitir”.

Kallifatides plantea la dicotomía de vivir en dos sociedades: “en Suecia los hijos son educados para ser independientes cuanto antes; (...) los griegos son hijos de mamá, y los suecos hijos de su sociedad”. El autor se siente incapaz de elegir entre ambas "y eso creo mi incomodidad existencial". No entiendo esa incomodidad: personalmente encuentro puntos fuertes en ambas sociedades en las que me muevo y odiaría ser uno de esos españoles siempre añorando y mitificando la península, que los hay.  Tampoco comparto esto con el autor:  "Me preguntaba cómo sería mi vida si no me hubiera ido de Grecia (...) El mayor miedo del emigrante es haber perdido su vida". No me pregunto nunca esto, porque no tengo duda de que mi vida no habría sido mejor. Vivir a caballo entre dos sociedades ha contribuido a que yo sea quien soy y no temo haber perdido la vida que podría haber vivido allí porque, lo más importante, las relaciones, el amor por la gente de allá, lo he mantenido igual. 

Pero divago. La segunda razón por la que la novela me debería tocar es porque se desarrolla en Atenas, donde "la vida cotidiana tiene una ligereza casi onírica", en concreto el balcón de la casa de su madre, desde el que hablan, toman café y miran la acrópolis. Sin necesidad de estar haciendo algo, "dejando que la vida transcurra sin mí".  No es que quisiera cambiar el caos de Londinium por el de Atenas -para mí Grecia son las islas, la costa del Peloponeso, Pelion-, pero sí me ha encantado volver a los griegos, esos seres enloquecidos y entrañables, de los que la madre de Kallifatides es una representante clara. Ella es la "madre mediterránea" por excelencia: no le deja lavar los platos, continuamente le mima, se le llenan los ojos de lágrimas por todo (lo malo y especialmente, lo bueno) y le cocina cosas de nombres maravillosos: lukumás, keftedes, spanakópita, kurabiés, kadaif… Comida con la que le llenará al pobre la maleta (sufrimiento en el aeropuerto, tick) y que luego seguro no está tan buena: siento decirlo pero, pese a mi amor por el país, la cocina griega no tiene mucho allá (ahora se levantarán voces falaces a decir q no puedo opinar porque "allí tú solo comes yogur y sandía").

Las puertas abiertas de los griegos: "Así se ensanchaba la vida. Se contaban nuevas historias, nuevos cuentos, nuevos sueños" , y su madre, cuando él llega a casa "tenía la puerta abierta de par en par, como si quisiera ensanchar su abrazo", y describe así de bonito ese encuentro: "Su abrazo era siempre mayor que el mío, lo que significa que yo cabía en él, mientras que ella no cabía en el mío, y no era cuestión del tamaño del cuerpo." Y no puedo terminar esta parte sobre el país sin esta anécdota, cuya frase final totalmente suscribo: Kallifates se resbala y cae en la calle y el montón de gente que va a ayudarle termina interrogándole sobre las beldades de Suecia ("donde el dinero de los impuestos va a donde tiene que ir, las mujeres son bellas, la infidelidad no es un crimen", etc). Por fin uno se harta y dice: "Vale ya!, ¿nada en Suecia es malo?". A lo que el autor responde: "Sí, una cosa. Que no es Grecia".

El libro tiene muchas reflexiones que me han gustado, o interesado, incluso movido. Una vez le fueron a hacer un retrato y él se dio cuenta de que, en un punto, estaba posando. La pose es, al final, "adivinar lo que quiere el otro de ti para dárselo. Verte a ti mismo como te ve el otro". El con el libro no quiere que su madre pose, pero ¿Es posible ser escritor sin traicionar a alguien o algo? Vemos a la literatura y al arte como descriptores de nuestra vida, cuando en realidad la crean.  Habla a veces de los mitos griegos, de cómo nuestra vida nos asigna un mito determinado. "Primero fue el mito, decían los antiguos, luego la lógica. Tiemblo ante la idea de un mundo sin lógica, como tiemblo por un mundo donde solo haya lógica". O, una de mis favoritas: “Es imposible ganarse el corazón de nadie. Simplemente a veces te lo regalan sin que hayas hecho nada, o quizá justamente por eso”. 

Y ahora, en teoría (cuántas palabras llevo?) y según he planteado al principio del divague, aún me queda por hablar de la película, protagonizada por Olivia Coleman (actriz que me encanta). Pero en son de paz y por no abusar del divagante (cómo si eso te importara, pensará el que haya llegado hasta aquí), no me voy a meter en analizar la peli. Únicamente, para cerrar esta tesina-papilla sobre las madres, comentar el titular de un artículo de The Guardian -escrito por un tío- que postula que esta peli toca uno de “nuestros más persistentes tabús culturales: que las madres no puedan querer a sus hijos". Me pregunto si yo he visto la misma película que el autor de ese artículo. El que una mujer con dos hijas pequeñas tenga ansias académicas (que incidentalmente, es su trabajo), necesite leer y, lo que viene siendo “una habitación propia”: ¿es eso no querer a tus hijas? A mí me parece lo deseable. O será que el feminismo ha llegado demasiado lejos.

Es complicado. Como decía Oscar Wilde, “Los hijos empiezan amando a los padres, cuando crecen les juzgan… al final, algunas veces les perdonan”. Aún no hemos llegado a esa fase pero mientras…

...siempre nos quedará Grecia.





20 enero 2022

[i carry your heart with me(i carry it in] - [llevo tu corazón conmigo (lo llevo aquí dentro]


llevo tu corazón conmigo(lo llevo en
mi corazón)nunca estoy sin él(dondequiera
que voy tú vas, mi amor; y si he hecho algo
por mí sola, es cosa tuya, my darling)
                                                                                 temo
cero al destino(pues tú eres mi destino, cariño) quiero
cero mundos(porque guapísima, tú eres mi mundo, mi verdad)
y eres tú lo que sea que han dicho que es la luna
y da igual lo que el sol cante, también serás siempre tú

aquí está el secreto más profundo que nadie sabe
(aquí está la raíz de la raíz y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida; que crece
más alto de lo que un alma puede esperar o una mente ocultar)
y esta es la maravilla que mantiene las estrellas separadas

llevo tu corazón(y lo llevo en mi corazón)


E. E. Cummings
Complete Poems: 1904-1962
Trad. Vagando, Di (2022). [i carry your heart with me(i carry it in].  Londinium: Blogger.




19 enero 2022

Serial 40. Pertenecer a La Noche. Escritores suicidas. Cintas TDK.

Toda una experiencia el jaleo en la cocina un lunes a las 8:30. Jaleo que yo no disfruto normalmente por una de las mil manías de Cook: estar en la planta a las 8 de la mañana. Pero hoy, primer día de mi semana de estudio, no hay Cook ni reglas ni horarios: se irá a la biblioteca como la gente normal, se comerá cuanto se tenga hambre (versus cuando se desfallezca, y si hay hueco), y se irá una a casa cuando la última neurona diga basta, no cuando Cook decida terminar su chapa sobre la larga vida media de la fluoxetina. Alrededor de la mesa, una estampa costumbrista: todos desayunando juntos - aparte de Sandip que está, en cámara lenta, metiendo un cuchillo dentro de la tostadora-,  compartiendo muesli, fresas, esquivando las garrafas de leche en el centro para pretender contacto visual. Repasemos unos cuantos clichés, porque esto es un serial y la gente se pierde:  Morgana lleva ya el pelo en un moño italiano y perfecto eyeliner (en mi lista,  próxima visita a Whitby), Duncan sigue sin lavarse el pelo (estaría feo en psiquiatra forense ir decente) y, Richard van con camiseta blanca y camisa de leñador abierta (que se cambiará para ir a la planta, los enloquecidos formalismos británicos). Y para elevar el dedo corazón a estos y decirle al mundo que no estoy trabajando, hoy voy con vaqueros y una camiseta de manga larga que pone “Nantucket”. No, tristemente nunca he ido a Nantucket, pero algún día. Y me compraré otra, esta sí, con historia. 

En un extremo de la mesa hay una pila de periódicos. Que va creciendo, junto con folletos, notas, papeles, y se acerca peligrosamente a nosotros: algún día comeremos los cinco apelotonados en la otra esquina, aceptando nuestra derrota. Miro por encima los titulares del de ayer. Desde hace un mes, monotema:  Lady Di. La princesa del pueblo. Una nación en shock, paralizada. El día que ocurrió, domingo, cómo olvidarlo: desconcierto total, sin entender qué pasaba. Pensaba que este idioma de bárbaros ya no se me resistía -al menos con acento de la BBC4, otra cosa son los regionales, o las pelis yanquis de cowboys modernos atormentados. Pero esa mañana, mientras me duchaba: qué silencios, qué voces graves,  qué música tristísima de órgano en la radio. No entendía nada: no era la hora de "Dessert Island Discs"? Al salir, alguien me aclaró el drama nacional y luego, los únicos que sin pudor pudieraon hablar de esta pérdida de un símbolo fueron los pacientes. Recuerdo su boda, le dije a aquella mujer con trastorno de ansiedad generalizado, y el vestido, que parecía un merengue. No entendí que esa chica se casara con ese viejo: qué pareja extraña. La mujer del trastorno de ansiedad generalizado asintió: no se identifica la gran mayoría con Carlos, en su planeta del conservacionismo: demasiado posh. La mujer del trastorno de ansiedad generalizado asegura que tiene lacayos que le ponen la pasta en el cepillo de dientes, tal cual, nada de leyenda urbana. Le comento la mirada de corderito degollado de la princesa triste, que por fin dio un portazo. La mujer del trastorno de ansiedad generalizado llora, realmente afectada.  Los compañeros casi no han hablado de esto y ni siquiera Cook en supervisión se ha metido en lo que hubiera sido lo suyo: un análisis sociológico de los sueños que hay que dar con cuchara a una población adormecida, otro viejo opio del pueblo, panem et circenses, un nuevo insulto a la razón. Pero tampoco se habla de la avalancha de Labour el pasado mayo, con Tony Blair. Muy entre líneas, tengo la corazonada de que aquí se simpatiza con el laborismo, o por lo menos ya se estaba hasta arriba de tanto tory. Pero es una impresión basada en gestos, en miradas, en suspiros al cerrar un periódico, no en conversaciones, ni datos duros - aparte de que la Seguridad Social es un nido de Labour, y el norte del país también. Pero hay que seguir con la ficción de que Banderley es una isla dentro de una isla, que nada del exterior nos afecta, y que si un día esto se desmorona, será por nuestra propia negligencia o activa parte en su destrucción, no por un cambio de gobierno, o cosas racionales así. . 

Nadie en la biblioteca y menos mal: he extendido libros, notas, rotuladores, atlas en una de las mesas para seis. Toda la mesa. "Síntomas en la mente: introducción a psicopatología descriptiva", de Andrew Sims: probablemente el libro de texto más complicado con el que he batallado en mi vida. Miro la cubierta: no puede representar mejor el contenido, lo complicado que lo hace todo el autor. Parece un William Blake actual, debe ser obra de un esquizofrénico. Tener la mente partida así, voces que hablan de ti, gestos que significan cosas, gente que te persigue. Entonces, “el archivo”. (Guau, Mariona, observa el proceso: esta es una idea intrusiva de libro). Bajar-al-archivo. (Lo que parecía una línea de pensamiento en la dirección adecuada, del cuadro de la cubierta a la enfermedad, invitando a pasar amablemente al estudio que nos ocupa, psicopatología pura y dura, sin adornos, se ha visto hackeada). Pero las hileras de estantes del archivo (Hackeo ya adornado con imágenes). Podría bajar al archivo solo para ver si la contraseña que cogí de Foster funciona. (Qué trucos, qué juegos, a mí me vas a engañar: claro que funciona).  Pero para bajar al archivo debería tener el listado de las pacientes de Marcé ingresadas durante el periodo que estuvo Lannister en la planta. (Debería estudiar pero mi mente, incansable, en piloto automático. Y sigue:) Primero tengo que volver a Marcé, con cualquier excusa, y mirar el libro de ingresos de hace un par de años. ¿Por qué no lo hice cuando estaba allí? (Venga, déjalo ya: mira qué bonitos los rotuladores) Obviamente, no sabía lo que sé ahora. Y me echaron de ahí precisamente por investigar. (El rotulador verde hace particularmente buenos subrayados) ¿Lo sabrá alguien más? (Abre ya las notas) No sé qué razón habrá dado Steen al resto sobre mi salida de allí. (Tiro la toalla: mente dispersa, estás ganando) Podría ir en un turno de noche, cuando hay menos enfermeras, enterarme cuándo están aquellas que solo hacen sustituciones, que no conocen el sistema. Es muy arriesgado: pero cómo podría hacerlo.


Pego un salto del portazo. Alguien acaba de entrar, estiro el cuello: no veo a nadie. Unos pasos por la escalerita de caracol que sube a la mezzanine. Cuando llega arriba, los pasos se han parado en la sección de gestión y son él:  Derek, el enfermero nocturno de la voz encantadora. Se apoya en la barandilla, mira un libro. Hace siglos que no le veo cuando estoy de guardia: nunca está ya por las noches. Siempre me ha caído bien este hombre: no le debe quedar mucho para jubilarse, pero tiene un talante juvenil. Lo veo de bares, cerrándolos, me refiero. Buen conversador, siempre con ganas de hablar. Esos ratos tras haber corrido a la planta a recetar tranquilización rápida: esto es lo que dice el vademecum, love, esta dosis a este toro le hace cosquillas, ni le toca, sube más. Los médicos aprendemos tanto de los enfermeros, y él siempre sabía qué hacer. Tenía una risa cascada que terminaba en tos muchas veces, y bromeaba todo el rato. Subo a saludarle. 


Se vuelve cuando oye el ruido metálico de la escalera. Se alegra de verme, pero cómo es posible, cuántos meses, sigues igual de guapa. Derek, darling: eres tú el que me ha abandonado, yo no he salido de aquí. Comienza el “banter”, el tira-y-afloja: yo esto solo lo hago con los tipos como él. Me confiesa que me ha sido infiel con un curso de gestión hospitalaria, que se pasa al lado oscuro. Me rompes el corazón, Derek. Y él que va a echar de menos La Noche. La planta solo iluminada por los flexos de la estación de enfermería. Las crisis. Las charlas con algunos pacientes, los más lúcidos, a medianoche. Los ingresos traídos a las 3 am por la policía, las tazas de té compartidas. Las conversaciones con los residentes, como yo, de madrugada: contamos cosas que no se cuentan de día, y eso que no hay alcohol por enmedio. El sexo salvaje en el cuarto de la lavadora, recuerdas? Carcajada: cómo olvidarlo. Los dos nos reímos con la broma, pero no es descabellado: Derek habrá tenido sexo con otras residentes, o policías, o tal vez con compañeras suyas en la noche, cuando todos duermen. Después de la crisis, con toda la adrenalina a tope. Tiene que haber pasado. Creo que me lee la mente, y le divierte.   


Sigue con que está buscando un libro para su disertación de fin de máster. Ya le han ofrecido un trabajo de gestor de departamento del hospital de Whitby. Su mujer estaba harta de dormir sola -me guiña un ojo-, y la pasta es mejor. Admiro que se haya metido en esto al final de su carrera profesional.


-¿Al final de mi carrera? ¿Qué quieres decir?- hace una mueca pretendiendo enfado. 

 

No sé dónde meterme, pero me rescata antes de que me hunda más: tiene 55 años y yo la típica miopía del veinteañero, para quien cualquiera mayor de 40 es un viejo. Convencida de que Derek tendría 65: igual debe ser la mala vida, no solo mi despiste. Soy fatal con edades, le da igual, él tuvo la delicadeza de no preguntarme si yo era mayor de edad cuando llegué, y vuelve a reírse. 


-Pero estaré en la planta unas semanas haciendo unos cuantos turnos... tengo que desengancharme, empiezo hoy… -dice- Ven a  verme una noche de guardia, aunque no haya crisis. 


-Siempre hay- me río- Traeré bombones de los que te gustan.


Se me ha hecho tarde para comer. De camino a la cantina, en el salón de actos al lado de la biblioteca han terminado la presentación del fármaco de turno por parte del fenicio de turno.  Aún no se han llevado el carrito de los sandwiches, patrocinados por la farmacéutica: míseras migajas con que comprar a profesionales hambrientos. Es patético si lo piensas: todo el mundo sale con bolis, post-it e incluso despertadores con una marca encima del genérico que se podría comprar por una décima parte. Cuando llegué ni me lo planteaba, pero qué casualidad que la medicación que primero me sale recetar es la del boli con el que estoy escribiendo. Nada es gratis, y si lo parece, tú eres el producto. Tu alma. La mayoría vive en negación, los más viejos particularmente: Cook no quiso ni oír hablar del tema, a él le han pagado congresos al Caribe. Suena a mito, a frase hecha, pero fue literalmente en el Caribe -cuenta la leyenda negra. Pero, joder, si vendes tu alma, véndela bien, no por un par de bolis. He dejado de ir a estas presentaciones, tampoco es viniera mucho, no hay tiempo para los juniors - ni Caribe. Viene el de la cantina, que se va a llevar el carro, que coja un sandwich, que los van a tirar. 


En aras del “tengo que airearme” (ni que hubiera hecho mucho esta mañana), decido caminar al bosque, a comer al sitio de las vistas. Llevo bajo el brazo la novela que escribió la poeta Sylvia Plath, publicada bajo seudónimo en 1963, "La campana de cristal". Subo un poco por el camino, hay un sol tenue. Al llegar abro el sándwich, de gambas y mayonesa. Curiosas combinaciones a las que me ha acostumbrado este país. Pepino y atún. Queso Cheddar y chutney. Pollo Coronación. Puag. Me encanta esta vista, tengo que venir más y no olvidarme el walkman. Aunque solo me traje unas pocas cintas y en este año en Banderley, nadie me ha grabado más. ¿Un mal juvenil, esto de grabarse cintas entre amigos? Muchas de las mías cuentan historias, encerradas en las TDK: aquel chico bien que me grababa clásica-su favorito Rachmaninoff; aquel noviete que hablaba entre las canciones y por el que conocí a Serrat ,"No hago otra cosa que pensar en ti"; los del norte de clase, Barricada, Kortatu, La Polla; mi amiga que lo tenía todo de Dire Straits, y aquel concierto en el que nos sabíamos todas la canciones. Ahora me pondría el "Going home", que pega todo con este sitio, las gaitas escocesas que suenan de fondo, Escocia a doscientos kilómetros. 


En la biblioteca hay una sección de literatura y salud mental, y de ahí saqué este libro y miré una biografía y detalles de Plath. Su foto en blanco y negro, con ese flequillo, me persigue. Tenía solo unos pocos años más que yo cuando se suicidó: treinta. Depresión durante toda su vida adulta, de una severidad tal -"las garras de un búho exprimiendo mi corazón"- que recibió terapia electro-convulsiva. Su matrimonio con Ted Hugues supongo que tampoco ayudó, pero no fue lo único: eso se lleva dentro. Él, también poeta, todo belleza clásica, mandíbula cuadrada y testosterona en exceso, "un cantante, un cuentacuentos, león y trotamundos, con una voz como el trueno de Dios", se conocieron en una fiesta, se escribían poemas el uno al otro, se casaron en cuatro meses. ¿Qué tiene que ser enamorarte de un poeta? Ida y vuelta de los Estados Unidos. Dos hijos. El piso de Primrose Hill. Y Ted que por supuesto se enamora de aquella belleza exótica Assia Wevill. Y entonces Sylvia, sola, escribe compulsivamente algunos de sus mejores poemas, alquila el piso de Yeats, mete la cabeza en el horno de gas.

Miro al horizonte. Imposible disipar la imagen de Sylvia preparando la escena de su muerte mientras leo "La campana de cristal". Sylvia que había empezado antidepresivos hacía unos días para este nuevo episodio de su depresión recurrente, Sylvia poniendo toallas en las rendijas de las puertas, que los niños dormían ahí fuera. Sylvia preparándoles el desayuno. Sylvia enferma, débil tras el invierno más frío en los anales, fuera y dentro, en sus venas la sangre helada por meses, por años. Sylvia que por toda nota de suicidio escribe "por favor llamen al doctor Horder", y su teléfono. Sylvia, en cuya tumba Hughes hizo escribir: "Incluso en medio de llamas feroces se puede plantar el lotus dorado"

Me persigue la idea de que la angustia existencial de Esther, la protagonista de esta novela, es la de Sylvia. Un roman à clef, una novela que narra hechos reales con nombres de personajes ficticios: hasta la madre de Sylvia intentó bloquear su publicación. Cierro el libro y vuelvo sobre mis pasos hacia Banderley. Aún tengo el suyo de poesía que me prestó Will, he de devolvérselo, pero todavía no. No es que esto lo piense así: "en Plath tengo pistas para entender cosas de Banderley", pero busco en la biblioteca si está “Ariel” o “El coloso”, y no los encuentro. Al final esta es una biblioteca de salud mental y sus ramas, no tienen por qué tener todas las obras literarias en las que se habla de locura lateralmente. 

Me acerco a la bibliotecaria, una mujer joven que parece vieja: esa falda floral, esa camisa de seda falsa color crema y esa rebequita rosa. Le pregunto por Plath como si nada y, un momento, que va a mirar. La sigo a un cuartucho donde, seguro, va a sacar tarjetas amarillentas individuales de préstamo, llenas de polvo, pero no: me sorprende con un ordenador, solo algo más viejo que los de la sala donde vamos a escribir emails. Empieza a teclear, con uñas de mujer, rojas y con forma de almendra, dedica mucho tiempo a esas uñas, pienso con horror. Mete datos y datos (tanto es necesario para localizar un libro?) y la pantalla es negra, como de programación, por fin parece que oigo a la caja del ordenador pensar y ella encoge los ojos y se sube las gafas (de esas montadas al aire, esas que lleva la gente que no le gusta llevar gafas y cree así disimularlas). Sin mirarme, con su índice sobre la pantalla, lee: sí, qué raro, tenían un par de libros de poesía de Sylvia Plath, que nunca fueron devueltos. El corazón me da un pequeño vuelco, porque sé hace cuánto, y sé a nombre de quién. Que pase la señorita Marple:

-Conociendo su sistema de multas con los pequeños retrasos, me sorprende que alguien se libre de devolver un libro aquí- intento un tono jocoso.

-Estos libros se tomaron prestados hace más de dos años, yo todavía no estaba aquí- y ahora sí que me mira. Mi broma claramente no ha encontrado receptor.

-No, no se lo tome como una crítica, discúlpeme - le digo. A ver cómo levanto esto. Pero ella sigue, mirando la pantalla:

-No, a mí me extraña también... a ver, un momento, se sacaron el 14 de abril de 1995, a nombre de ... S. Lannister. ¿Conoce a S. Lannister?

Lo sabía.

-No personalmente, he oído hablar de ella. Ya no está en Banderley, creo.

-O sea ¿que se escapó con los libros? Ja! Esto no pasaría ahora -y suelta una risita, así como de conejo- Lo que voy a hacer es comprarlos de nuevo: no albergamos esperanza de que los devuelva no?

-No parece - y risa forzada- pero, vale, gracias. Como vengo mucho por aquí, ya me dirá cuando los reciba.

-Descuide -y suena el teléfono- perdone.

Vuelvo a la sección de literatura. Definitivamente, quien organizó esto merece mis respetos. Novelas donde hay personajes aquejados de salud mental. Autores que sufrían o sufren enfermedad mental. Autores que se suicidaron: por supuesto Sylvia Plath, pero además… guau, tienen aquí desde los clásicos, Petronio, Séneca hasta los más conocidos Virgina Woolf, Hemingway, John Kennedy Toole,·Yukio Mishima, Sándor Márai, Emilio Salgari, Stefan Zweig, Cesar Pavese, Malcolm Lowry, Walter Benjamin, Anne Sexton, Primo Levi. Recuerdos de muchos de sus libros leídos, algunos no, otros me sorprende verlos en la lista. No tienen a nadie que escribiera en castellano, se lo podría decir a la bibliotecaria, aunque tampoco conozco tantos: Larra, esto lo aprendíamos en el colegio; Alejandra Pizarnik, a la que conocí después. Y aquel poema suyo que podría estar de titular de esta sección…

ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba

(...)

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!



 Si uno de los ensayos del examen fuera “literatura y suicidio”, después de esta tarde, lo bordaría. Pero no: me van a preguntar precisamente de la cara menos romántica y glamourosa del mismo: epidemiología, factores de riesgo, prevención, comorbilidad, intervenciones, legalidades. Estaré hecha yo para esta carrera? Ya me pregunté lo mismo en COU cuando, en un descanso de física estaba memorizando el monólogo de Segismundo (ay mísero de mí, ay infelice). No sé qué hora es.

Recojo todo y camino hacia casa. Igual alguien ha cocinado algo, si no me echaré muesli en un yogur. No hay luz en las ventanas, va a ser lo segundo.  Lannister cogió los libros de Plath, era esperable: por qué no los devolvió? Le doy a la tetera y vaya, no hay yogur. Meto un par de trozos de pan en la tostadora, ahogo en leche un weetabix. Ahora vuelvo: llevo todo el día pensando en hacer esto. Busco mis walkman y me echo en la cama. Play. La canción ya está empezada: “When you're sure you've had enough / Of this life, well hang on / Don't let yourself go /'Cause everybody cries / Everybody hurts sometimes” y qué apropiada, el “Everybody hurts” de REM. A cuánta gente habrá parado de matarse, cuánta gente la habrá escuchado que ya han tenido demasiado, que iban a decir vale, y que han oído que todo el mundo se duele alguna vez, y que todo el mundo llora. No lo sé.

Cuando oigo que salta la tetera, salto yo de la cama y vuelvo a la cocina. Dentro de una hora entra de turno Derek, y esta noche iré a verle: tengo un favor que pedirle. Y no me había dado cuenta: alguien ha dejado aquí el correo. Un recibo del Colegio de Psiquiatras y anda, un paquetito, que no es de casa. Ese tamaño: exacto, es una cinta, TDK Chrome para más señas. Nada escrito en el lateral. Miro el sobre: matasellado en Londres. La abro con tanta fuerza que la desmonto. Dentro tiene una nota: “Para Mariona. Un beso, Jack”.

13 enero 2022

"La oscura historia de la prima Montse" de Juan Marsé: El discreto asco por la burguesía

 Juan Marsé me mira desde la contracubierta de mi libro con esa cara de boxeador perdedor, que tanto juego ha dado en el cine y en la literatura (ya no me acuerdo del "Torito" del Gran Cronopio, he de releer). En mi foto parece que quiere hasta sonreír, pero no es lo normal si buscas en imágenes en la red-como la de la izquierda. Y es que cuando estoy leyendo un libro suelo mirar mucho la foto de la autora/autor, y ahí comienzan mis conversaciones con ell@s: aparte del típico "cómo has podido describir tan bien esto que siento o que sueño" (cabrona/cabrón), también está el "qué te pasó, qué miraste, de dónde vienes, qué te hizo escribir esto" -de esas conversaciones con Marsé escribí cuando murió. Pero con él, además de todo eso, cuando le miro, no puedo dejar de maravillarme porque un hombre con ese físico, sin ninguna formación académica para la literatura, que estaba arreglando pendientes en un taller, pueda tener ese Don de cuentacuentos tan bestia - y la mayúscula no es una errata. 

Aparte de las fotos, también me intereso por su biografía -esto debe ser deformación profesional- y la de Marsé es simplemente una mina. Explica todos los temas subyacentes de su literatura, sus valores, sus obsesiones... por ejemplo, el no pertenecer, la orfandad. Leo en una entrevista: "No tengo ningún empacho en decir que yo no soy nacionalista. Ni de Cataluña, ni de España, ni de China, ni de Andorra. No tengo ningún problema identitario. ¿Qué problema identitario voy a tener si además soy adoptivo? (...) En boca de los políticos, las patrias no son otra cosa que carroña sentimental".  Su adopción ocurrió de una manera curiosa: su madre falleció en el parto y su padre, taxista, le contó esta historia en lo que duró una carrera al hombre sin hijos que adoptaría a Juan, hombre que terminó en la cárcel por antifranquista. Por ello, el niño Juan tuvo que ponerse a trabajar a los 13 años en un taller de joyería.  Pero la escritura es ese "noble pero implacable amo"  (gracias, Capote), y  comenzó a escribir. 

Juan Marsé pertenece a "La escuela de Barcelona", un grupo de escritores de la generación de los 50 entre los que se encontraba su amigo "como todos los jóvenes yo vine / a llevarme la vida por delante"  Jaime Gil de Biedma ("los inseparables", les llamaban), Jose María Castellet, José Agustín Goytisolo y Carlos Barral. Parece que este último necesitaba a un "escritor obrero" para dar color a su editorial, a su grupo de gauche divine de privilegiados de izquierdas con alto "capital cultural", del que Marsé carecía. Y vaya si lo dió. Crítica social en toda la boca, desde la ironía y  nunca el panfleto, simplemente exponiendo la manera de pensar y comportarse de la burguesía, cuyo discreto encanto ni existía ni se le esperaba, como se dice ahora. 

"La oscura historia de la prima Montse" fue publicada en 1970, y Marsé cuenta que la empezó a escribir inmediatamente después de "Últimas tardes con Teresa" (1966) - por ahí se habla de cierta continuación temática. En ambas Marsé hace un retrato al óleo de la burguesía catalana, principalmente a través de las mujeres: Teresa, la joven progre universitaria que se enamora de Pijoaparte, el semidelincuente al que adscribe inexistente ideario político; y Montse, la joven devota de Acción Católica o Hijas de María o la parroquia, yo no sé, aspirando a cambiar la vida a "su vasto y palpitante mundo de necesitados", que hace proselitismo con un presidiario - y atención a la descripción del mismo, quién escribiera así: "un joven apuesto en su indigencia, distante y felino, (...) mostraba un pesimismo púdico y respetuoso, despojado de arrogancia, desesperanzado y a la vez- eso era lo inquietante-lleno de poder"

Ambas son idealistas y soñadoras, y se supone que hay un cierto inconsciente malestar de clase en ellas, aunque Montse no lo llamaría así porque las catequistas han sido educadas en la idea de que el mundo de hoy no está dividido en clases ("noción blasfema y de una rencorosa falsedad"). Vía Teresa, Marsé critica la falta de autenticidad de la juventud universitaria burguesa de izquierdas, para los que el izquierdismo es una postura solo estética, y vía Montse, los "repliegues de nuestra benefactora y limosnera burguesía, esas blandas cavidades de la caridad". En contraposición a ellas, ambos chicos están muchos pisos abajo en la Pirámide de Maslow: están en lo de sobrevivir. No hay tiempo ni energía para leer a Marx, Engels y Gramsci (Teresa), o la hoja parroquial (Montse) cuando tienes que llenar el estómago. Y ambos son guapos - siguiendo mi teoría del "trasvase de capitales" ya esbozada en el divague de "Normal People": los ricos, si se salen de su círculo en esto del amor, tontos no son.

Aunque la pobre Montse sí que es considerada más o menos imbécil por su familia: vamos a ver, una cosa es lo de la caridad (limosna) cristiana, quitarte un poco de lo que te sobra para compartirlo con "los necesitados" y otra cosa es ir toda Teología-de-la-Liberación, seguir al pie de la letra al amado líder y "dejarlo todo y seguirle". Esto no, Montse, no has entendido nada. Montse, que así "muestra un desprecio para con la propiedad privada  que obedece no a caprichosas leyes económicas dictadas por la ciega maquinaria liberal, sino a insondables designios divinos".  Montse, que no sabe distinguir "el mal del mundo de la maldad humana". Montse, la santurrona tipo Viridiana de los barrios altos de Barcelona de la que esos maleantes del Carmelo se van a aprovechar. Porque por algo serán pobres. 

La novela está narrada en primera persona por Paco Bodegas, el primo medio xarnego (atención al origen de esta palabra, viene de "lucharniego", y esta de "nocharniego": "el que anda de noche" - "surgirá de las sombras del barrio, de su transpiración nocturna y maloliente, de su misma secreción estival y promiscua") de la familia Claramunt, dueños de esa típica empresa familiar textil "asentada sobre la miseria obrera, hecho no ajeno a ellos por razones postconciliares". Su madre, hija pródiga y hermana de la madre de Montse y Nuria, se enamoró y huyó al sur con un cordobés, todo ojos nazarenos y fantasía y encanto, y tuvo a Paco, que cuando a vuelve a Barcelona, los Claramunt insisten en llamar Fransecs. Paco, o "el perro asalariado" como se refiere a él mismo, es otro de los alter-egos de Marsé: personaje que no pertenece, medio huérfano, que se da cuenta de su soledad en contrastre con "las extensas familias ricocatólicas con tanta progenie, que le ayuda a uno a sentirse menos desvalido en el mundo, todos bien situados en la vida, con influencias e introducidísimos", pero muy cercano a esta burguesía a la que observa desde ese ángulo de "pariente pobre", y que luego, pasados los años, recuerda ("la memoria lo es todo para mí; tanto recuerdas, tanto vales"). Porque la novela está narrada en dos tiempos narrativos, el presente, cuando Paco ya ha vuelto de París ("que nos poetiza, politiza y erotiza a los españoles"), ya admitiendo que no puede entender a su país (a alguien le suena?) y hace unos diez años, cuando llegó a Barcelona del sur y ocurrió la "oscura historia". Con gran maestría el autor nos lleva a saltos de un tiempo a otro, haciendo a la vez una reflexión sobre la naturaleza de la construcción de la memoria, reconociendo que no siempre "se acude a la cita de los recuerdos cabales, esos que podrían arrojar alguna luz sobre la naturaleza de nuestros sueños"

Pero no solo está el eje clase presente en la novela, hablando de estas chicas de familia bien, Marsé nos presenta claramente su opresión de género.  Un ejemplo ocurre en el capítulo sobre la puesta de largo de "las debutantes", lo que viene siendo la puesta en el mercado del matrimonio, como ganado que va al matadero de "relaciones formales muertas antes de nacer". Me cuentan que en la burguesía catalana esto aún ocurre y no me lo podría creer si no fuera porque un día, buscando inocentemente un Airbnb, me encontré con uno recomendado para el tema (voy a reservar con tiempo para Mini). Me siento mal al reírme cuando dice que algunas de estas pijas-de-la-puesta-de-largo son bien feas "esa mezcla de cara fea y piernas bonitas que en las ricas resulta tan excitante" (quién no ha conocido una pija fea pero que se saben arreglar tan bien que hasta dan el pego? Los chicos, si feos, hay que decirlo: no hay  manera, por mucho que se arreglen o muchas iniciales que se borden). Este capítulo está narrado con el estilo de crónica de revista del corazón con acento de narrador del Nodo. 

Otro de los personajes clave de la novela, arquetipo de otro tipo humano, es un tal Salvador Villela. Actúa de contrapunto de Paco pues es el típico arribista que, si bien viene "de lo oscuro" -otro de esos jóvenes pobres de la parroquia "rescatados" por las visitadoras (todas ellas ociosas de casa rica)-,  termina convirtiéndose en un "intelectual". Villela es usado por Marsé para su crítica implacable de estos, que además se han agarrado a "la lengua vernácula" porque van en la dirección del viento que corre:  hay que subirse al tranvía que nos lleve a sitios. Es de esos dialogantes, tibios, que "detestan la violencia venga de donde venga" y que sonríe desde sus altas convicciones. Pero como le dice Paco, nuestro perro asalariado:

"A qué violencia os referís, los católicos? Por qué insitís en acusar de violentos a los pueblos subdesarrollados y oprimidos que intentan rebelarse? Acaso no era una forma de violencia el poder que ejercen sobre ellos las minorías privilegiadas? No es una forma de violenca la ignorancia, el hambre, la miseria, la emigración laboral, los salarios insuficientes, la prostitución organizada, la discriminación intelectual, etc?"


Enmedio de la novela hay unos capítulos que Marsé describe como "una novela corta dentro de la novela, tanto por su temática como por su estructura y estilo" que son con los que más me he divertido. Narran los días de Retiro Espiritual ("una moderna experiencia religiosa") en Vich que Montse le organiza al presidiario cuando sale de la cárcel, como parte de su proceso para reinserción en la sociedad. En Vich se lucha contra  "los ateos hundidos en el concubinato y el marxismo". No miro a nadie. 

Me he reído mucho con todo en esta parte, empezando por los personajes: los curas, los "profesores", los cursillistas a los que llama "colorines" porque el curso se llama "Colores"  (son tan modernos y postconciliares que admiten todos los colores y todas las tendencias, dicen). Las canciones ("Juventudes católicas de España, galardón del ibérico solar").  Jesucristo en mono azul, y sus valores ("el Obrero Ejemplar que no se mete en política ni huelgas ni manifestaciones de protesta (...) un Cristo moderno, fuerte, animoso, paciente, cumplidor en la fábrica y respetuoso con sus superiores! El que esgrime la llave inglesa para construir, no destruir, pero también, cuidado! el que tiene sus ideas sobre el capitalismo"). La mujer como pecado,  misoginia abierta ("El firme propósito de no pensar en ellas, todas unas marranas").  Las emotivas confesiones públicas, el lacrimógeno acto final.


Quien no conozca ese mundo (Marsé claramente lo vivió en su juventud), tal vez pueda pensar que es una hipérbole enloquecida, una caricatura febril, una mofa tipo "El sendero de Warren Sánchez" de Les Luthiers ("Yo era un desgraciado!"), pero ya os digo yo que no (por algo hay una etiqueta en este blog llamada "tengo un pasado oscuro"). Y me tenéis que creer: cuando era peque, iba de campamentos con las monjas, una mera extensión del colegio (véase "Las niñas" de Pilar Palomero), así que ahí no noté nada. Pero pasados unos años, cuando tenía como 12, ya estaba lista para un cambio y una amiga de mi madre sugirió este lugar. Aún no sé quién estaba detrás, pero empezaré diciendo que se cantaba precisamente "Juventudes católicas de Ejpaña" mientras se izaba la bandera del campamento (no la ejpañola, phew) cada mañana. Ya en aquella época me sonaba a marcha militar y la cantábamos de risa -me debí juntar con lo mejor de cada casa, pero os aseguro que me la sé aún entera y que la letra no hace sino mejorar ("ser apóstol o mártir acaso"). Había misa y rosario diario, opcional (liberales eh?). Yo hacía propósito de ir, pero nunca lo conseguía, aparte de un día porque le tocaba rezar el rosario a Luis Enrique  Echevarría, el monitor que me gustaba, que tenía 17. Porque por primera vez iba a un campamento (o a algo) mixto, aunque el precio que hubo que pagar fue elevado: a saber a qué facción del nacionalcatolicismo pertenecían sus líderes, y podría yo ser ahora una monja en antidepresivos?. Lo terrible es que reincidí (ni toda esa propaganda lo consiguió): es que era tan bonito Broto, lo pasábamos tan bien, caminábamos a Ordesa, moríamos de miedo con las historias de terror de las noches, tirábamos con arco (muy dificil) cuando aún no existían los "Juegos del Hambre",  y Luis Enrique Echevarría seguía allí, cada vez más guapo, arbitrándonos partidos de basket, ajeno a mi existencia prepuberal. Este fue mi mes de inmersión en lo que seguro era un Cult, y yo sin enterarme.

Pero no se vayan todavía, aún hay más: pasados los años, ya en pleno BUP hormonal y efervescente, estuve en un par de "convivencias" con las monjas del cole (tristemente unisex, no había monitores con silbato aquí). Tenían una casona en un pueblo llamado "El Frasno" y todo lo que recuerdo es el chocolate espectacular que hizo Madre Caridubi (una monja mala mala, daba mates) y luego la sesión de lloros por la noche en una sala en la buhardilla. Ahora que lo pienso, era un poco un embrión de una terapia grupal (no nudista, como la de California) en la que se sacaban los demonios a pasear. A las monjas también les encantaba que se llorase, como en los retiros de Vich, en los que acababan todos  con "una tendencia ya enfermiza al enternecimiento, al esponjamiento cordial y a la llantina, flojo el lagrimal" : aquí una contaba que era la menor de varios hermanos, todos chicos, y se la ignoraba, otra que la obligaban con el piano, no valorando su opinión (siempre eran cosas así, nunca abusos sexuales, padres divorciados, problemas de la abuela con el alcohol). Una suerte de lo que cuenta Marsé cuando habla de la "autoconfesión", "la minuciosa exposición de horrores por los que pasó antes de ser tocados por la luz" cuando uno a uno todos los participantes salían y se golpeaban el pecho con el puño y compartían sus pecados con "alta emoción expresada". 

Gracias, herbada Di, por tu valiente testimonio. 

Disculpas, me he ido. Yo estaba hablando de la novela de Marsé, pero por algo la ideóloga y creadora de este blog, que nos abandonó, lo llamó divagandoalcuadrado. Pero qué mejor oportunidad para terminar en un punto alto: logré escapar de las sectas, aunque me quedé así de rarita,  ejerciendo "la minuciosa exposición de horrores o autoconfesión bloguera", y colgada demasiado rato de fotos de escritores que me miran desde la contracubierta como Juan Marsé.