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22 septiembre 2019

Open House 2019: Keats, Erno Goldfinger, feminismo, biblioteca y art deco

Finales de Septiembre, luego toca el tradicional divague sobre Open House, el fin de semana de arquitectura de Londinium, puertas abiertas para entrar en múltiples edificios que de otra manera o no son accesibles, o hay que pagar. Ya hemos contado otros años en los que hemos ido a antiguos urinarios, hoy sala de arte (2015), cines espectaculares de la época dorada venido a bingo (2016), coles, teatros, panaderías (2017), piscina de 91 ms de 1906 (2018), entre otras cosas. 

Los edificios más populares entran en sorteo an Agosto. Todos los años se nos pasa la fecha y este año que lo recordé, estaba en Sudáfrica. Así que una vez más, me quedé sin entrar en la Trellick Tower de Erno Goldfinger, pero por lo menos nos llegamos a 2, Willow Road, las tres casas particulares que construyó en Hampstead en 1939. El vivió en la central, y esta es la que visitamos. De estilo modernista, fue una revolución arquitectónica en su época, e Ian Fleming, vecino de la zona, uno de sus principales detractores. Dicen que el malo de James Bond le debe el nombre al arquitecto húngaro.

Me encanta la casa, sobre todo porque realmente entras en otra época cuando pones tu pie en ella: el olor a papel antiguo, como de biblioteca o librería de viejo, tal vez mezclado con tabaco. La escalera de caracol que, de verdad es para quedarse allí toda la tarde. El escritorio (pasen a la segunda imagen con los cajones abiertos). Los radiadores. Los baños, con la grifería de la época, que el amigo G. diría que es la misma de su la casa de sus padres, que es la misma que la del palacio de Ceausescu (esto lo descubrió en un viaje, aún nos estamos riendo). Las vistas desde la parte frontald e la casa, a Hampstead Heath (mi parque favorito de la ciudad) son para morirse; pero las de atrás, que da a un jardín, y con todo el sol, lo mismo. Hay un montón de obras de arte, y el mobiliario es todo especial. Es una pena que no dejaran hacer fotos, y solo incluyo un par que hice con cuidado, como buena delincuente que soy. 

 




 




Antes habíamos estado en la casa de John Keats, el poeta (Wentworth Place), ya que en Willow Road te dan hora. Se trata de una mansión victoriana sin particular interés arquitectónico para mí, pero sí como nerda de la literatura. No que yo haya leído mucho a Keats, pero siempre me interesa ver cómo vivían, y aquí se entiende muy bien su inspiración, ya que está a pocos pasos del famoso parque. Como todo buen romántico, Keats murió muy joven de tuberculosis en Italia. Creo haber visto alguna peli sobre él, pero no recuerdo... tal vez aparezca en la reciente "Mary Shelley" de Haifaa Al-Mansour (2017), o tal vez no. En su casa hay un diván verde (que necesito ya para un rincón de mi sala), un piano, una (sencilla) cama, y unas grandes vistas al otoño. 







 La siguiente visita es el Isokon Building, otro ejemplo de arquitectura art deco que me encanta, pero no entramos por las filas. Ya he estado alguna otra vez por fuera.. simplemente necesito más paciencia, pero mi religión me impide hacer colas, a menos que sea absolutamente necesario. 







Pasábamos por aquí, por el viejo ayuntamiento de Hampstead, de camino a otro sitio, así que entramos. Y resulta que este sitio fue cuna de feministas, reclutaban a nuestros queridos brigadistas internacionales que vinieron a apoyar la República Española, de insumisos (Lytton Strachey fue el primer Objector de Conciencia, frente al Tribunal de Hampstead) y hasta tocaron Madness y The Pogues. Un centro de radicalismo en una de las zonas más ricas de la ciudad. El edifico es bonito, como tantos otros ayuntamientos de esta ciudad, pero para muestra, lo que pasó aquí...






Para concluir el sábado, la biblioteca de Swiss Cottage. Cualquier visita a biblioteca es ya de por sí chula. Esta, además, abierta en 1964, es un hito arquitectónico (Basil Spece) por algo. Las imágenes lo explican todo: no cometeré el mismo error de intentar explicarla que nuestro guía, un jubilado que hacía chistes malos, y que no nos dio absolutamente ningún contenido, pese a no parar de hablar. Bueno, por lo menos nos llevó a los archivos, en las tripas del lugar...





Hoy domingo nos hemos quedado en el sur de Londinium y visitado "Pullman Court" en Streatham, otro conjunto de pisos de la época (construido en 1936). El arquitecto, Frederick Gibberd tenía 23 años! Hemos estado en un piso que enseña su dueña, que lleva 33 años viviendo allí. Como la casa de ayer, de Goldfinger, parece que el tiempo se ha quedado para aquí, es como viajar al pasado. Por la simplicidad de los muebles, el minimalismo, la belleza de cosas tan simples como los interruptores, las líneas de simetría de los balcones. 














Oh me encanta Open House. Yo creo que en otra vida debería haber sido arquitecta. Hasta el año que viene...


01 septiembre 2019

"Absolución" de Patrick Flanery. Intentando coser Sudáfrica

Gran parte de la literatura sudafricana se puede considerar anglosajona: era extraño que yo solo hubiera leído a un autor (J.M. Coetzee, Disgrace). Así que antes de embarcarme hacia este país investigué entre mis "mavens" de lo literario y terminé con cuatro libros. Comencé por "Absolución", recomendación de Elena Rius, que terminé hará una semana en una cabania en un parque natural, las antípodas desde donde hoy me lanzo a intentar escribir.  

Para mí, leer "Absolución" antes de, y a llegar a Sudáfrica, ha sido otra manera de encontrarme con el país, y a medida que viajaba, ir corroborando lo que Flanery nos cuenta, desde las cosas pequeñas -la sana obsesión que tienen con el ahorro de agua, el spray desodorante en todos los banios- hasta las enormes. Porque cuando una piensa en Sudáfrica, una piensa Apartheid, y de hecho, todas las novelas en el fondo, hablan de este horror. 

Me resulta muy difícil escribir este divague porque todavía no he "procesado" Sudáfrica. Cuando una llega de viaje, tiene varias montañas de colada que hacer, emails que contestar, últimos detalles para el comienzo del cole (Mini cambia a secundaria!) y una nevera que llenar. Eso sin hablar de ese pequeño show lateral que tenemos algunos llamado "trabajo a tiempo completo", con sus fantasmas habituales, algunos que ya han tenido a  bien aparecerse en sueños en las últimas noches del viaje. De repente, la vida al aire libre, la extraña libertad y desconexión del viaje desaparecen y aquí estás, de vuelta a la rutina y todos los días pasados quedan resumidos en unas cuantas imágenes, que sabes que, poco a poco, irán desapareciendo, y al final quedarán solo las fotos. Por eso desde siempre los viajeros han escrito sus periplos: porque cuando estás "ahí fuera" todo es excepcional y memorable, de alguna manera. Con esto quiero decir que, poco a poco, iré volviendo atrás a aquellos días para intentar contar(me) lo que pasó, lo que yo creí que pasó. 

Lo que creí que pasó, lo que los personajes de "Absolution" creyeron que ocurrió, cómo se lo cuentan a sí mismos y a otros, tanto en conversación como en forma narrativa. Porque la protagonista de la novela, Clare Wald, es una autora consagrada en el país que está ofreciendo entrevistas al narrador, un periodista que ha estado obsesionado con ella desde la infancia y que está componiendo su biografía, y además, en paralelo, está escribiendo ella misma una novela de "ficción" (con todas las comillas), titulada "Absolución" que tal vez tenga más de verdad que la historia oficial que le da al periodista. Completando el dicho de "la realidad a veces supera a la ficción", añado que en la ficción nos atrevemos tal vez a admitir cosas que no haríamos en la así-llamada-realidad. En todo caso, Wald es lo suficientemente sabia como para no intentar una autobiografía, esa imposibilidad, porque hay cosas que uno teme decirse incluso a una misma. 

Aparte de esta estructura de distintos narradores, la novela ocurre en dos tiempos: el presente, cuando las entrevistas ocurren, y los años 80, cuando el apartheid estaba en su apogeo. En la tapa lo describen como "thriller literario" y tal vez se refieran a que hay misterios por resolver en la vida tanto de Wald como del periodista, que las casualidades no existen, y que las cosas no son como parecen. Hay mucha muerte en la novela, lo que nos da una idea de lo que ha sido vivir allí en las últimas décadas. Hay tortura supuesta, no confirmada, solo expresada en los peores suenios y duermevelas de Wald, pero la descripción te deja atormentada por varias noches,

Para entender Sudáfrica hoy no solo hay que entender la historia más proximal de la que estoy hablando, sino remontarse más distalmente, a los primeros holandeses (boers) que llegaron a la Península del Cabo, más tarde los ingleses, lo que les hicieron a los africanos que allí vivían, y lo que se hicieron entre ellos. No voy a entrar en esto hoy, porque seguro que tendré oportunidades cuando ordene mi Sudáfrica particular en los divagues, o cuando escriba sobre "My traitor's heart" ("Mi corazón de traidor"), la biografía de Rian Malan, descendiente tanto de boers como de ingleses, que lo explica muy bien. Solo lo quería anotar porque remanentes de esa historia quedan plasmados en las relaciones interpersonales de la novela, donde los descendientes de anglosajones son más progresistas-dentro de estar perfectamente integrados en el sistema de abuso e injusticia-y descendientes de los boers (holandeses) son reaccionarios, lo que hoy llamaríamos "blancos supremacistas". Esto mismo se puede ver dentro de una misma familia, y es el caso de la de Wald: la rivalidad infantil con su odiosa hermana se acrecienta con su matrimonio con un boer.

Así que la complejidad del país es enorme, y la separación racial muy evidente. Hoy en día, y este es otro aspecto de Sudáfrica que queda claro tras leer a Flanery, esta grieta no solo se siente: se ve en los enormes muros con pinchos levantados entre los ricos y los pobres. Las empresas de seguridad florecen allí, y continuamente ves carteles de "casa protegida por". Los ricos viven en lo que en Brasil llamaban "condominios", grupos de casas con muros y guardias de seguridad en las puertas. Wald, progresista, siempre se ha negado a meterse en uno de estos, y de hecho, con su cambio de casa tras un asalto comienza la novela. Hay muchas reflexiones sobre lo que eso significa: 

"le disgustaba la idea de pagar por su propio encarcelamiento, pagar para que la observara una empresa de seguridad que muy bien le podría pasar su espionaje al gobierno o, peor, a una empresa que reuniría sus hábitos de consumo y comportamiento, que a su vez vendería esta información a otra empresa que le intentaría vender sus productos; productos manufacturados por las mujeres, hijas y hermanas de los ladrones de poca monta de los que se trataba de proteger con esta compañía de seguridad".

Se cierra el círculo, pero como dice un amigo del periodista, "es el precio que hay que hay que pagar por vivir en la plantación". Este amigo calcula que al año da el equivalente de 650 euros a gente que le pide dinero por la calle. Esto sin contar lo que paga por "servicios" a jardinero, criada, canguro, todos negros. Y acepta pagar así su privilegio, o mala conciencia. Eso sí, Flanery habla en otro punto de los frigoríficos con candados, que vienen así de fábrica, para que el "servicio" no se pase: esto no lo he llegado a ver en mi viaje. 

La novela toca muchísimos otros temas, como la culpa, la censura (y autocensura), las expectativas sobre las mujeres tras la maternidad en un país tan retrógrado como ese. De cómo la sorpresa y el escándalo y el enfado dan poco a poco paso a la resignación, a simplemente tratar de pasar el resto de tu vida tan poco afectado por el mundo como sea posible. Además, está escrita muy bien y para ilustrarlo, antes de terminar quiero poner una metáfora del mundo de la costura que me ha gustado particularmente

"this feeling runs like under-stitching through the fabric of the dreams, invisible but holding firm the lining that keeps everything else tidy, the seams obscured, the construction masked under a shimmer of subconscious satin".

He logrado que el divague me quede hilvanado y a la vez, largo, lo peor de ambos mundos. Pero espero tener cierta absolución porque en mi cabeza domina una jauría de imágenes y de ideas, y me espera la falda del nuevo uniforme de Mini para cogerle los bajos.