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25 febrero 2021

"The Falconer" de Dana Czapnic: En Nueva York, las estrellas se ven en el planetario

The Falconer
 "The Falconer" es una estatua en Central Park que yo no conocía. Tal vez, divagante, si has visitado La Gran Manzana o te has fijado en las películas, te suena la de Alicia (en el País de las Maravillas), pero como a mí, no la de este chico haciendo volar un halcón, todo fuerza y poder. Un chico haciendo algo, vs. Alicia o cualquier otra chica representada en pintura o estatua, en una actitud pasiva: estando simplemente- con suerte, vestida. O con cara de piedra siendo la Justicia o la Libertad o cualquier otro valor noble, con la teta fuera. Lucy Adler, la protagonista de esta novela, que se titula como la estatua, "The Falconer" (ópera prima de Dana Czapnic, 2019) cree que los niños y los chicos se lo pasan mucho mejor que las niñas y las chicas, y por ello se identifica con la estatua del chaval del mayor parque de su ciudad. Ella también quiere hacer, no simplemente estar. 

Han descrito a esta novela como "El guardián entre el centeno de los 90", si Holden Caufield fuera una chica de 17, medio judía, medio italiana. Esto es refrescante, porque una de las críticas al clásico de la novela de formación ("Bildungsroman", "coming of age") de Salinger ha sido que Holden es tan WASP que lo aleja de todos los que no lo somos. Para mí fue una novela maravillosa cuando la leí en el Pleistoceno, aunque tal vez las mujeres nos hemos acostumbrado a leer a hombres blancos -wasp o no- como si fueran el patrón oro, y nos adaptamos. A ellos sin embargo no les pasa lo mismo: tengo amigos, en principio no sospechosos de cavernícolas,  que hablan de "literatura de mujeres" sin rubor (gente que lee, imaginen). Pero esto ocurre hasta en las mejores familias y en las mismas librerías neoyorquinas, nos cuenta Lucy, la prota: tras buscar sin éxito a  Simone de Beauvoir en la sección "Filosofía", es re-dirigida a "Estudios femeninos" por el asistente. Nota a mí misma: otro clásico de la novela de formación en Nueva York, esta vez de chica (yupi),  es "Un árbol crece en Brooklyn" (Betty Smith, 1943), que yo no he leído. Mea culpa, o culpa del patriarcado? 

Lucy Adler y yo tenemos algunas cosas en común, para qué negarlo. Las dos éramos adolescentes (ehem, jóvenes) en los 90, esa época (maravillosa) sin aparatos en la que te ibas de casa y a saber dónde parabas (pensaban tus padres). Las dos jugábamos al baloncesto, claro que ella mucho mejor que yo, por algo considera que "la defensa en zona es para pusilánimes" (que es precisamente la que nosotras solíamos hacer-cómo olvidar aquel partido en el que nos enfrentamos a unas máquinas que nos turraron a individual y no hubo nada que hacer: ahí aprendí la diferencia entre "querer ganar y querer machacar"). Ambas consideramos que la mayor parte de la gente es idiota (aunque desaconsejo ser explícita con esto, divagante, la cara de una conocida fue un poema cuando solté una versión de "no confío en algo que tanta gente dice que les encanta. Ese es mi problema con Jesucristo y Hollywood. La mayor parte de la humanidad tiene muy mal gusto. No me fío de su opinión en dioses o en pelis"). Ninguna nos hemos hecho una manicura en la vida. Las dos teníamos inmensa curiosidad y aunque no he podido quedarme joven eternamente-por algo no soy un personaje de novela-, lo que sí he podido es "estar para siempre abierta a maravillarme con las cosas". Ambas empezábamos a rebelarnos contra las injusticias, por ejemplo ser chica en un mundo donde se conocen a los Salinger pero no a las Smith.

También hay cosas que no compartimos, la primera y más obvia es una adolescencia en Nueva York. La novela comienza en una cancha de baloncesto pública y es tan Nueva York como "Taxi Driver", "Manhattan" o "King Kong"- curioso leerla justo después de "La edad de la inocencia" (la Nueva York de Wharton y la de los 90 no son dos planetas aparte, están directamente en diferente dimensión) y del documental de Fran Lebowitz "Pretend it's a city", sobre la ciudad. Leyéndola me he paseado de nuevo por sus calles mirando hacia arriba, me he sentado en uno de esos restaurantes con mesas de formica, y he intentado un tiro de tres puntos en una de esas canchas con olor a cannabis. Claro que no en todo pierde Vetusta: en Nueva York hay que ir al planetario a ver las estrellas, porque ni rastro en el cielo saturado de luz y contaminación; por lo menos en mi infancia me harté de ver estrellas de verdad. Y así describe Czapnic Times Square a esas horas en que todo el pescado está vendido-me pregunto cual sería el equivalente en Vetusta y se me ocurren un par de sitios llenos de nadies donde una pertenece tras esas noches de naufragio:

"The adrenaline soaked desperation that usually fills the atmosphere is replaced by the last morsels of despair, the globules of oil you find lining the bottom of a Chinese take-out box. A place full of nothings. After my wreck of a night, I belong here"

Pero empecemos (no fear, divagantes, que no voy a contar la historia). Lo que sigue es una amalgama de "temas" -no los que los críticos literarios que saben de lo que hablan pondrán en su lista-,  los que me han tocado a mí, en este momento vital: con todo lo que compartí o me separó de la prota, y teniendo una hija que si no tiene 17 los tendrá en cinco minutos, y eso cambia aún más la perspectiva (dicen que los que tenemos hijas nos hacemos más feminista-yo no sé si eso era posible, pero hey). Primero,  Lucy ha perdido el poco "capital social" que tenía cuando expulsan a su mejor amigo del cole privado al que van, y se queda colgada un tiempo. Porque Lucy no encaja en lo que la gente espera: no es una Barbie, sino una chica alta que mira al suelo cuando anda ("el suelo, mi amigo") o que se esconde detrás de una cámara ("la cámara puede ser un escudo o una capa que te hace invisible") y que, sinceramente, si fuera lesbiana ayudaría mucho al resto, porque por fin podría ser metida en una de sus taxonomías. "Porque es mucho más fácil cuando una encaja en la categoría de niñita agradable buenachica guarra chicazo  femenina lista despistada-en lugar de ser una persona entera metida en conversaciones constantes, a  veces discusiones, a veces guerra a veces paz con todas las fracciones de ella misma. Tengo que vivir en un mundo donde el ser humano entero que soy hará a otra gente sentirse incómoda y encontrar una manera de que no me importe".  Pero no pasa nada, "no todas nacemos sabiendo quienes somos", le dice un personaje a otro, "si tu madre es Gloria Steinem, no habrás crecido con Barbies". Las demás nos lo habremos tenido que currar solas, y no deberíamos culpar a las que quisieron ser princesas demasiado tiempo. Hasta que les llega el momento "ahá"- "esos momento en el que el realismo sustituye al romance", cuya aparición no puedes predecir y que tal vez son limitados. Piensa en hoy, 25 Febrero de 2021: ¿cuántos momentos "ahá" te quedan en la vida? 

Lucy va a un cole privado por todo el sacrificio de sus padres, que son inmigrantes de segunda generación, y han conseguido buenos trabajos gracias a la educación, pero sus abuelos eran clase trabajadora. En ese cole se mezcla con los hijos de la gente con mucha pasta, y se da cuenta del efecto venenoso de tener demasiado dinero, de que el dinero tiene su propia religión. La desigualdad le explota en la cara en un partido de basket entre su cole (el privilegio) y un colegio público (de esos que tienen detector de metal en las puertas): ese partido es en sí mismo una crítica social impresionante. En su cole hay también gente con beca como su mejor amiga Alexis, latina, hija de madre soltera, y que quiere escribir, pero que acaba estudiando medicina, algo práctico para los pobres que se quieren subir en la escalera social. Solo los ricos se pueden permitir vivir del arte o la literatura.  "Cada cínico es un soñador decepcionado".

Pero Lucy tiene una prima pintora de las que tienen que currar llamada Violet, que comparte loft con otra, Max. Violet tiene la habilidad artística y Max tiene las ideas. Cada una tiene lo que a la otra le falta, pero en este mundo, lo que cuentan son las ideas. "El arte de Max no cuenta una historia, es todo "statement" (declaración, afirmación, eso). Es todo político. Es un atajo a la raíz del problema, como escribir un manifiesto de 50 páginas en lugar de Guerra & Paz. Venderá bien por su sensibilidad pop, y por su mensaje, limpio y claro y cabreado". Venderá: cómo olvidar al atracador Hirst y sus secuaces. O a la misma Lebowitz comentando una subasta en Christie's: la gente aplaude cuando alguien compra el Picasso, cuando se da un martillazo con un precio, en lugar de cuando el Picasso entra en la habitación. Y así todo.


Dana Czapnic by S. Rosokoff: Olé tú Dana!
 Las artistas Violet y Max son tal vez la voz de Czapnic: "El príncipe encantador era un necrófilo y tenía un fetichismo con los pies" (ahí va eso, Disney!) o "Mira, lo mejor que puedes esperar de la vida es terminar en un trabajo con seguro médico y un tipo que vea las mismas series que tú y que no esté demasiado en lo anal". Esta frase es de enmarcar. De lo del seguro médico y los USA ya hablamos en este divague, a propósito del libro "Such a fun age", el terror de millones de americanos de estar sin sanidad. Pero alucino con lo "del anal": que alguien escriba esto en la época en la que en toda la imaginería que nos meten en películas y series, es sexo de espaldas (¿se ha fijado alguien?) es lo revolucionario. Once upon a time, los más ancianos del lugar recuerdan que había distintas posibilidades, variedad, incluso hay tratados indios del tema. Hoy, no: todo son mujeres mirando a la pared mientras les estiran de la coleta. Bien, pues aquí las modernas estas hablan de tíos no fijados en "lo anal" como un valor. Ole tú. 

Pero dejemos momentáneamente el sexo [-"nooooo - Tranquilos, ha dicho momentáneamente, luego vuelve" ("El sendero de Warren Sánchez", Les Luthiers)-], porque yo un par de párrafos arriba estaba diciendo que los padres de Lucy, segunda generación, habían conseguido y mantenido un buen trabajo, sobre el trabajo de la primera generación. Pero salvedad: es su padre, porque su madre, que lo consiguió inicialmente, ya se sabe: no salía a cuenta mantenerlo una vez que tienes hija. Me pregunto por los sacrificios que hicieron esas mujeres, en aquella época: ¿merecieron la pena? Por supuesto que no. Hasta la propia Lucy lo sabe, cuando mira con pena a su madre, y solo tiene 17.  

Qué difícil es ser chica, algunos no se dan cuenta: quieres que te reconozcan por lo que piensas, por lo que escribes, pero a la vez quieres ser guapa. ¿Por qué te importa eso? Nietzsche dice que la mejor belleza es la que infiltra la mente y el corazón gradualmente y la llama "la lenta flecha de la belleza". Pero Lucy  preferiría tener la belleza de una bala, de esa que te deja estaqueado en el camino (como decía Cortázar del amor), aunque la otra, que no registras inicialmente, se queda flotando en tus sentidos y al final es maravillosa. Pero "ser guapa es más divertido que tener principios", le dice una boba que la maquilla para una noche de fiesta. Y al final, quién quiere ser, como le dice Violet, "mujeres que a los 40 tiran la toalla: se cortan el pelo, se engordan siete kilos, se empiezan a comprar la ropa en la Planta "Señora" del ECI?" Personalmente, el día que pase de las corners de G-Star de Planta Joven a la Planta Señora será el fin.  

Lucy va también creciendo políticamente. Me encanta cuando la lógica animalista la lleva a hacerse vegetariana (yo estoy casi ahí, 30 años después, pero claro, el ibérico) y aún más su aproximación al mundo del consumismo. Lucy se plantea,  "Cual es el punto de todo este exceso? no necesitamos todo esto, ¿no?, ni siquiera queremos todo esto" o, cuando le preguntan si cree que va a cambiar el mundo y ella contesta: "no, pero al menos no voy a contribuir a su miseria". Esta idea me parece clave para cambiar el mundo, porque empezamos a ser legión. "No quiero convertirme en otro humanoide produciendo basura y comprando inútiles piezas de plástico y ocupando espacio. No quiero ser un consumidor. Quiero crear algo, descubrir algo, enseñar algo o salvar algo". Go Lucy!

Sobre maneras de hacerse vieja, "nadie crece, la gente solo envejece". Nadie quiere "live slow, die old" (vive lento, muere viejo), aunque casi todos parece que vivimos así.  Pese a todo, perder el tiempo como solo se hace cuando eres joven-a menudo pienso en eso, ahora que no podría hacerlo. Una frase que nos decimos a veces con el Peda es "la vida adulta era esto"... la vida adulta es papeleo dice algún personaje, no recuerdo ya cual. Pero lo más importante, cómo queremos vivir nuestras vidas: cuando estaba en primaria, Lucy va con su clase al salón de actos a ver despegar el Challenger. Todos sabemos cómo termina, pero Lucy piensa que esos astronautas ya sabían que ese riesgo existía, y aún así, estaban en esa nave, y concluye que "sea lo que sea que haga en la vida, quiero quererlo tanto que los riesgos que ello implique merezcan la pena".  Ah, volver a los 17. Cuando aún no se sabe que hay que tener mucho cuidado cuando enfocas la foto, porque pronto la foto acabará sustituyendo al recuerdo.

Y a esos recuerdos los moldearemos y con ellos crearemos mitos o fantasmas, según nuestra personalidad. Lucy, que reconoce que "nadie ama de la manera que la gente es amada en la poesía", piensa en su amor de los 17 como "siempre serás mi ilusión óptica favorita. Pero un día en el futuro, cuando piense en ti, mi corazón dará un vuelco y el aguijón del momento tendrá nada que ver contigo sino con la chica de 17 años que te quiso, y es a ella a quien no quiero olvidar". 

No puedo recomendar lo suficiente este libro: sí, incluso a ti, cavernícola que crees que nada tienes que ver con una adolescente, a ratos empanada en canchas de basket. Pero por supuesto al resto, quienes hemos mirado estrellas tirados en el césped de la ladera del Parque Grande-o equivalente.

20 febrero 2021

Serial 25. La Vía Láctea. La Teoría del Apego. Dejadnos en paz.

No es que la vida haya vuelto a una total normalidad -recordemos que hablamos de un asilo de lunáticos- con todo el mundo ya de vuelta de vacaciones, pero sí a algo parecido. Un martes por la mañana, un sobre me saca de la rutina:  es una nota de Middleton, el en teoría encargado de nuestro progreso académico, que me informa -no propone- de un cambio de planta temporal. Destino:  Marcé, la unidad de ingreso de psiquiatría perinatal, una de las pocas plantas psiquiátricas del país donde se ingresan a las madres con sus bebés. Existen desde los años cincuenta, para evitar la separación del bebé de sus madres cuando sufren un episodio de enfermedad mental, tan común en el puerperio. El residente que la cubre se ha tenido que ausentar, asunto familiar grave. En Kraepelin -más conocida como la planta de Cook-, estamos varios juniors (su corifeo griego y yo), por tanto se puede prescindir de uno, y me ha tocado a mí. Me intento convencer de que esto es positivo: es una rotación que tendré que hacer más adelante, qué más da. Librarme de Cook también tiene su atractivo, ¿o tal vez esto es Cook queriéndose librar de mí porque no me sale ser su palanganera? 

Mi nuevo jefe es un tal doctor Steen, sobre el que todo el mundo se muestra vago y neutro, incluso la gente que siempre tiene opinión de todo. Al menos carece de leyenda negra, sobre él no planea el mito, como con Cook. Parece ser que Steen a menudo no está en Banderley porque "hace mucho enlace en Whitby".  La psiquiatría de enlace consiste en evaluar pacientes en hospitales generales, en este caso mujeres en plantas obstétricas y hacer seguimiento, si es posible en consultas externas. Si no, el pequeño grupo de alto riesgo, tiene que ingresar. Eso sí, con su bebé.

El fin de semana antes de presentarme en la planta hago un clásico Calleja: me lo paso en la biblioteca. Cómo logro aprender nada en aquel lugar es un misterio: ensimismada con su belleza me siento en otra época y tal vez no otro lugar, pero con una labor importantísima entre manos. Soy Ramón y Cajal en el Paraninfo. Saco de la bolsa el cuaderno de notas y la estilográfica, mis regalos navideños, y me pregunto si habrá un halo de luz cayendo en mi cabeza mientras tomo notas sobre el cuero verde de los escritorios. Un tipo de sacrilegio: allí solo se debe poder escribir dignamente si eres Keats. 

Una pila de libros a mi derecha, el flexo individual a la izquierda. Comienzo con los “primeros principios”: me gusta estudiar el origen y los trompicones del camino por los que se llegó hasta aquí. Sé que no está de moda y conocer el contexto es irrelevante para los examinadores: una se debe centrar en los neurotransmisores, en las hormonas, incluso en lo social. Pero para mí esta comprensión del contexto me hará mejor psiquiatra, o mejor médica, o por lo menos mejor persona. Aprendo que la primera descripción de enfermedad mental en el postparto está descrita nada menos que por Hipócrates -el del juramento que no se hace, pero que todos tenemos impreso por algún sitio-, en el siglo IV a.C. La mujer de un tal Epicrates (para qué citar su nombre, aunque ella pariese, pudiendo ser "mujer de"), tras dar a luz a gemelos,  dejó de dormir, el sexto día estaba agitada, el día once, deliraba y el diecisiete, murió. Hipócrates ofreció dos hipótesis: la primera, que los loquios (líquido vaginal que se secreta tras el parto) se habían dirigido al cerebro y la segunda, que había un flujo de sangre al pecho. 

Parece increíble, pero hasta el Siglo XIX, el tema de la salud mental antes y después del parto no parece un tema de interés para la ciencia (en el medioevo con brujería los solucionaban todos), hasta que el gran psiquiatra francés, Jean-Étienne Dominique Esquirol publica su "Des maladies mentale" dedicándole un capítulo al tema. Su alumno Louis-Victor Marcé siguió escribiendo en (anoto el título con mi pluma, solo porque me gusta, solo por la experiencia sensual de hacerlo) "Traité de la folie des femmes enceintes, des nouvelles accouchées et des nourrices, et considérations médico-légales qui se rattachent à ce sujet". Y ya en el Reino Unido tenemos a George Savage, que describió las "psicosis del puerperio y lactacionales". Mira, Savage fue psiquiatra privado de Virginia Woolf, que hace una sátira de él en "La Señora Dalloway" con el personaje Sir William Bradshaw. Qué ganas de releer "La Señora Dalloway": anoto y subrayo en un margen de mi cuaderno. 

Cambio de libro de texto:  en este otro hay un capítulo dedicado al suicidio en estas etapas. Parece que a principios del Siglo XX, casi el trece por ciento de los suicidios en mujeres de edad fértil, eran de embarazadas. Afortunadamente, este horror cayó a 1.8% de 1943 a 1980, y 0.05% en 1991. Me quedo clavada a la silla ante esta estadística, que solo puede explicar la intransigencia, las actitudes sociales hacia las mujeres (embarazadas o no) en el pasado. Y esto aún sigue así para muchas mujeres del mundo, el lejano y el nuestro. Y siempre, indefectiblemente, los que les quitarían la capacidad de elegir son los que las machacarían por madres solteras. Sin embargo, sigo leyendo fascinada, aunque esto es el caso, hay mucho de puramente orgánico en la enfermedad mental perinatal, que iguala a la mujer de clase alta a la paupérrima, especialmente en las versiones más severas, las psicosis. 



Lunes por la mañana, me presento en Marcé una hora y media antes de lo esperado. Una enfermera que parece que sale de turno me mira sorprendida. Me disculpo, y cuando me pregunta de dónde vengo, lo entiende todo. Ah Cook, pero no, estos son los dominios del doctor Steen, que parece que es maravilloso -por primera vez, un token informativo sobre Steen-, aunque hoy no vendrá, tiene enlace en Whitby. Si tengo preguntas, las enfermeras -porque aquí son todas mujeres-lo saben todo.

Me indica el cajón de las historias clínicas, ya que insisto en quedarme, y le pide a una enfermera más joven que me dé un paseo por la planta- como quien entretiene a una niña en una sala de espera. Enseguida se me hace evidente que Marcé nada tiene que ver con el resto de Banderley: este lugar parece casi humano. Está decorado como si lo fuesen a disfrutar los bebés, que no se enteran de nada (criterio de ingreso: bebé menor de doce meses): ositos, atrapasueños, papeles pintados en cuadritos Vichy rosa o celeste. ¿Para quién es, en las familias, la parafernalia del bebé?: entra flashback de aquella prima del pueblo que compró una "cuna de princesa".

A la enfermera joven le cuesta un nanosegundo empezar con lo de la importancia de mantener a las madres con sus bebés, seguida de la palabra mágica, "apego". Llegamos a la cocina, pasamos a la sala de estar. Siempre me ha interesado esta teoría: el apego es puro darwinismo, un sistema con el que nacemos que se activa de los siete a los nueve meses, y que de puertas para afuera, se manifiesta con un bebé que protesta cuando se le separa de su figura materna/paterna (o quien sea su figura de apego), porque ha aprendido, vía innumerables interacciones, que cuando necesita algo (comida, calor, que alguien le alivie un dolor), hay una persona que viene y soluciona ese problema. El bebé aprende que en esa esa persona se puede confiar, que uno se termina calmando tras estar muy agitado, y que por extrapolación, el mundo es un lugar seguro y se puede confiar en la gente. Por eso es tan importante que el bebé desarrolle apegos, que aprenda que no está solo, aunque no todo está perdido por haber empezado mal en la vida: si no hay otras patologías, un niño que haya crecido en una situación de extrema negligencia (que no haya aprendido a activar este sistema de apego), podrá desarrollarlo luego con una familia que le quiera y que esté ahí para él. Sospechosamente, esta teoría la desarrolló John Bolwby tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los hombres volvieron del frente y las mujeres, que estaban entonces trabajando en las fábricas, sobraban en el mercado laboral: era mejor mandarlas a casa y la teoría del apego ayudó a devolver el "status quo" de hombre en la fábrica, mujer en casa. Años después, se demostró que el hecho de que la madre trabaje no afecta al apego del bebé. Pero esa es otra historia, que querría contarle a la enfermera joven, querría poder cogerle su cara con las manos y decirle: cuando te cases, no dejes tu trabajo, sigue en la planta aunque parezca que no lo necesites económicamente, aunque te gastes casi lo mismo en guardería, aunque ellos te intenten persuadir. Lo necesitas de otra manera, mucho más profunda e importante. Pero no digo nada, tal vez mejor no el primer día.

Ella sigue hablando, esta vez de las rutinas de la planta, y cómo esperan que las madres, tan pronto como mejoren, se hagan cargo lo más posible de sus hijos. Gran parte del papel de las enfermeras es observación, primero de si van remitiendo los síntomas, para contárnoslo a nosotros los médicos, que somos los que creemos tomamos las decisiones. Luego, cuando mejoran, ver cómo interactúan con los bebés. Y hoy tenemos precisamente un ingreso: una mujer que ha evaluado el doctor Steen a primera hora de la mañana en urgencias de Whitby. Creo que se le ilumina un poco la cara al nombrarle: ¿están todas enamoradas de él o qué? Enseguida me trae el fax:

Primípara añosa. Cinco días port-parto. Presenta en urgencias con su marido, confusa, no comunica. Viste en bata de estar por casa, va despeinada, desaliñada. Tiene los brazos extendidos hacia los lados, le ha dicho a su marido que es Jesucristo en la cruz. Inmediatamente tras el parto dejó de comer, y empezó a decir que había un grupo intentando robar a su bebé. Plan: Ingreso de emergencia en Marcé.

La primera enfermera debe notar mi palidez. ¿Qué antipsicótico le voy a poner a esta mujer cuando llegue? ¿Está catatónica? ¿Viene con el bebé? Dónde está el famoso Steen, no he hecho esto en mi vida. Me trae una taza de té, la solución inglesa a todos los males, y me sugiere que vaya a pasar planta, que aún tardará en llegar. Puedo empezar con la paciente de la siete, se llama Olympia Olsen, una depresión postparto severa cuando ingresó. Buena conversadora.

¿Me habrán puesto a una actriz para darme ánimos? No es posible que nadie se llame Olympia: cómo me gustaría tener el valor para llamar así a mi hija. Cuando llamo a su habitación está mirando por la ventana, su bebé despierto en la cuna, moviendo los brazos y las piernas, monísimo, pero sin público.

– Buenos días, ¿Señora Olsen? - muy despacio, como si le costara la vida, se vuelve.

– Buenos días, ah, ¿la nueva? ¿tampoco está hoy el doctor Steen? -se levanta, es muy alta, delgada, el embarazo no ha pasado por ella, me indica un sillón -Siéntese por favor.

– El doctor Steen está fuera y yo cubriré en la planta hasta que vuelva el otro residente. Su niño es precioso- digo, por decir algo, porque ¿no son todos iguales?.

– Gracias. Sí, todo el mundo lo dice, que es precioso. Está bien que me lo recuerden: yo no siento nada... ¿cómo dice que se llamaba?

– Ah, Mariona Calleja, doctora Calleja. Perdone, no se lo había dicho.

– No recuerdo nada, de todas maneras, así que no se preocupe -se me queda mirando; ojos tristes, vacíos.

– ¿Cómo se llama el bebé? -digo, intentando aligerar el ambiente, construir algo de aquello llamado "rapport".

– Troy, se llama Troy.

– Como la ciudad... suena muy bien y tengo que decirle que me encanta su nombre también... ¿Olympia? - intento adivinar cómo se dice esto en inglés.

– Sí, lo pronuncia bien. Mi padre es catedrático de Clásicas en la Universidad de Durham. Se casó con una "Helen" a la que llamaba "Helena", y yo he tenido la poca originalidad de llamar a mi hijo Troya.

– Me parece una historia bonita.

– No me he salido del camino familiar ni un centímetro: también tengo un doctorado en estudios clásicos. Inevitable: pasábamos todos los veranos saltando entre pedruscos, e incluso vivimos allí un tiempo, cuando mi padre estaba visitando universidades. Como puedes ver, afortunadamente mantengo mi memoria a largo plazo, la única - y hace un ruido con la nariz que intenta parecer una risa.

– ¿Estaba trabajando antes de tener a Troy? - no suele haber preguntas sin búsqueda de significados ulteriores, en este caso potenciales factores precipitantes. Pero ella cambia de tema:

– ¿Ha venido a hablar de mi medicación? El antidepresivo con el que llevo ya más de un mes no hace nada, necesito otra cosa. Es un tricíclico, es antiguo - me mira y me pregunto si está probando con la nueva algo que Steen no aprueba.

– Podríamos cambiar a un SSRI pero la razón de los tricíclicos es que...

– Sí, sí, lo sé -interrumpe, mirando hacia el techo como si tuviera audiencia- Con los tricíclicos puedo seguir dando el pecho... pero es que eso me da igual. Lo que quiero es dejar de querer morirme.

Se hace un silencio, solo los ruidos del niño de fondo y los radiadores, que tienen que ser purgados. Lo siento mucho, me dan ganas de abrazarla. La entiendo, solo un hombre puede seguir insistiendo en que dé el pecho alguien que no ve un mañana.

Rubens: "Nacimiento de la Vía Láctea"


– Hera, una de las doce deidades del Olimpo, esposa de Zeus, estuvo enfrentada con Heracles ya antes de nacer, de hecho mandó dos brujas para impedir su nacimiento; falló y luego envió dos serpientes para que lo matasen en su cuna, pero él las destruyó -Olympia mira otra vez por la ventana, como si estuviese dando una de sus clases- La historia es mucho más larga, pero la parte que nos interesa aquí es que Zeus la engañó para que diese el pecho a Heracles. Cuando se dio cuenta de quién era el bebé al que amamantaba, se lo quitó de golpe y la leche salpicó en el cielo y formó lo que hoy llamamos la Vía Láctea. Bueno, esta es una versión, hay muchas más, otra es que se lo pusieron en el pecho cuando dormía, y el niño le mordió. -por fin se da la vuelta y me mira-, en definitiva, no es una buena idea obligar a una mujer a estas cosas.

– Doctora Calleha, perdone que interrumpa - esta era la enfermera joven, en la puerta- Tiene una llamada del doctor Steen, ¿puede venir? 

Lástima, Olympia me estaba llevando al mismo terreno que mi profesora de latín de los dieciseis,  cuando nos dejaba en paz con las declinaciones y nos contaba historias mitológicas: yo nunca quería que terminaran. 

-Gracias Señora Olsen, me ha encantado hablar con usted. Volveré. 

Pero ella ya me está dando la espalda, mirando por la ventana otra vez. 


15 febrero 2021

Soy una nerd: bienvenid@s a mi podcast!

Se inicia una nueva semana de esta nueva variedad (iba a escribir cepa) de vacaciones: unos días libres, en medio de dos olas -una de frío polar y otra de pandemia- y siendo madre de Mini. Esto último no es baladí -de hecho, se podría definir como otra ola, esta personal, que ya lleva aquí 12 años-, porque si yo me tuviera que coger una semana de vacaciones en estas circunstancias sola, sería fácil. No saldría de mi sofá (o  cama),  7 días con sus 7 noches leyendo, escribiendo, viendo pelis y hablando por teléfono, sustentada solo por un bucle de té, muesli con fresas y bombones Lindt que nos regalaron los vecinos. 

Mini, de día

Pero no es posible: tengo al gremlin. Que no es una palabra de esas cariñosas con las que llamamos a los hijos "el moztruo", "la enana", vacías de contenido. No, yo tengo un gremlin,  inverso: en lugar de disfrutar de un ser amoroso durante el día y un macarra  de noche, está programado al revés. Cuando llega la hora de dormir, la de leer la historia (que ahora se ha tornado en cuéntame una historia), entonces quiere todos los mimos y besos y abrazos del mundo, de los que pasa ampliamente durante el día. Por la mañana,  es ese delincuente que no se apunta a nada de lo que nosotros sugerimos. 

Escena de "Clueless"
Estoy leyendo una novela (descrita como el "Holden Caufield de los 90") en la que la protagonista, de 17,  describe a otra chica de su clase con todos los atributos de perfección que quieren las universidades, los chicos, los padres:
"una "motivada", que participa en todo, editora del periódico escolar, representante del libro del año, papel principal en todas las obras teatrales, voluntaria en el reparto de sopa en beneficio de los pobres, que toca la guitarra, es guapa y encima, no es arrogante". Al terminar el párrafo, una sola palabra: "odiosa". Y automáticamente: entonces, ¿por qué como la oreja a Mini para que sea más así? 

Porque en la lectura de "The falconer" (divague en breve), con quien te identificas es con la protagonista, una chica algo chicazo que no encaja demasiado y que está algo perdida. Pero así somos las madres y los padres, todo este angst nos mola en la literatura, en incluso en nosotros mismos, mirando atrás, pero no queremos que los nuestros lo sufran. Nos damos cuenta de que si fuera la cheerleader motivada, la vida le iba a ir mejor. O no, quién sabe: igual ya no se está en el mismo terreno de juego que antes. 

Toda esta introducción es un ponerme la tirita antes de la herida, porque preveo una semana de broncas continuas para cualquier tarea, por ínfima que sea: intentar salir en bici, ir al parque aquel... y ya: no hay nada más que hacer ahí afuera . Dentro, la batalla será a matar, con las pantallas.   

¿Qué hace Mini con las pantallas? Remontémonos a hace un tiempo, cuando Mini aún no tenía teléfono, y el Peda le introdujo una app llamada "musical-ly". Estaba divertido, porque  hacías vídeos en playback de un par de segundos sobre canciones o la voz de un señor. Esto se transformó en una app llamada TikTok, que si no conoces, divagante, me quito el sombrero. Se trata de adolescentes haciendo bailes de unos pocos segundos: el mayor aburrimiento del mundo. Mini abrió una cuenta para sus amigas y, bueno, no hay que dramatizar: por lo menos baila, imagina (sus montajes están muy bien), y en definitiva, es otra manera de ser creativa.

Lo extraño vino cuando, hará un mes, inició una cuenta abierta (en la que nunca sale ella, claro, escribe con un fondo musical) en la que "da consejo". Atención: una niña de 12 años da consejos al mundo. A mí me entra la risa solo de pensarlo, y cuando leo sus "consejos" (que claramente ha sacado de internet) me doy cuenta de que ya soy demasiado vieja para este mundo. El caso es que esta cuenta tiene 15,400 seguidores y su post más visto ha tenido 700,000 visitas. Siguen conversaciones incómodas:

-"Mummy, cuánta gente dices que comenta en tu blog?"  

No queda ahí: un día fue "live" y otros críos "le preguntaban cosas" (estuve allí, no hubiera tío con bigote pero no,  todo bobadas). 

-"Mummy, puedes hacer explotar ("blow") tu blog?" 

-"A qué te refieres?"

-"Bueno, pues como yo, cuando explotó mi TikTok con todos esos seguidores". 

-"No, Mini, claramente, no puedo hacer explotar mi blog".  

-"Mummy, eres una nerd" 

Intento clarificar la diferencia entre nerd, geek, dork... todas esas palabras que describen a alguien con gafas de pasta obsesionado con algo. Y me encuentro hasta diagramas de Venn:




Dos nerds de las que divagamos aquí
Parece ser que un geek (traductor a español dice "friki") es un obsesionado con un área, generalmente raruna. Un dork (traductor dice "idiota"), según diagrama, un idiota con una obsesión. Un dweeb (traducir dice "cerebrito" o "petardo"). Y por fin un nerd (traductor dice "empollón, ratón de biblioteca"), es alguien obsesionado con aprender, leer, academia y cierto grado de ineptitud social.

-"Sí, mummy, una nerd con amigos: no lo entiendo". 

Parece ser que entre el "capital social" de los 12 años no se encuentra valorado el nerdismo. Me gustaría que entendiera que esto se arregla, o que tal vez de adultos nos rodeamos de otros nerdos y así somos felices. 


Pero en fin, todo esto no soluciona el tema vacaciones: encontrar esa intersección feliz en un hipotético diagrama de Venn Mini-Di en el que podamos convivir (queda claro que lo que está fuera de la intersección ofende a la otra). Pero hace un par de días, entra el Peda con lo siguiente:

-"Oye, estaba escuchando un podcast sobre podcasts y me pregunto, por qué no te abres un podcast?" 

-"¿Yo? Ya tengo el blog"

-"Ya, pero ahora lo más son los podcast"

-"Y?" 

Empiezo a pensar en alto... ¿Cómo se prepara una un podcast? ¿Escribes una entrada de blog y la lees? Y le cuento que, en mis tiempos en Radio La Granja, había una chica que se preparaba unos textos muy trabajados y los leía salpicados por jazz. Entonces, una luz se hace en mi cabeza: esto ya está hecho, Mini puede leer los episodios de "Serial!! Y será nuestro proyecto de semana vacacional! Mini pasa por allí, desprevenida y acepta. No le cuento mi agenda, que todo son ventajas: la alejaré de sus pantallas un rato, leerá en alto en castellano y, a falta de ser la madre que hornea magdalenas con sus hijas, puedo ser la madre que hacer podcasts con su hija. Voilá.

Madre mía,  ya sueno como la alumna aquella motivada a la que odié. 

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Y, si quieres escuchar la primera entrega de nuestro podcast, click aquí: "Retorno a Banderley"

Y aquí ya la entrega dos! Aquí! Sí, sí, aquí!


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Nota: Días después, le enseño a Mini los diagramas de Venn del nerdismo-frikismo etc y dice: "Mummy, no te das cuenta que ese diagrama en sí mismo es algo típicamente nerd?  Touché.

12 febrero 2021

"La edad de la inocencia": ¿el final más bello de toda la literatura?

 
Hace un tiempo, en una de esas cenas con un grupo de gente, una neozelandesa que había vivido en Nueva York explicó, para mi sorpresa, que "Nueva York era mucho menos cosmopolita que Londinium". Habló de ciertos grupos de emigrantes que se repetían en distintos barrios (los que hemos visto en las pelis) y cosas así, pero "nada que ver con nuestro barrio en Londinium"- en el que se hablan 167 idiomas (mea culpa, divagante fiel, esta será la trigésimotercera vez que doy este dato). A mí esta aseveración me sigue pareciendo difícil de creer: para los que no hemos vivido allí, Nueva York es la capital del mundo, arte en cada esquina, Annie Halls en animada conversación con su Alvy Singer y maravillosos rascacielos art deco. Supongo que gran parte de la Nueva York que todos tenemos en mente viene del cine, y cuando llegas allí por primera vez tienes la sensación de haber estado antes. 

Sin embargo, en "La edad de la inocencia" (1920)-recomendada por la divaganta Carmen, gracias my lovely-, la novela de Edith Wharton ambientada en la segunda mitad del SXIX (circa 1870), me he encontrado con una ciudad que nada tiene que ver con lo que nos muestra el cine, o con lo creí ver yo en mis visitas como turista. Una ciudad que tal vez tenga más que ver con lo que describió mi neozelandesa, o que por lo menos, sería su germen.  Wharton usa esta novela para describirnos una sociedad provinciana y asfixiante, siempre en contraste con la más cultural e interesante Europa. Y además, como la novela termina treinta años después de su comienzo, también nos hace reflexionar sobre el cambio que sufre una sociedad con el tiempo. El protagonista se da de bruces con lo diferente de él mismo que son sus hijos. Su hijo "tiene la auto-confianza de aquel que mira al destino no como a su amo, sino como a su igual". No es personal: como todos, son solo hijos de su tiempo. ¿Mereció pues la pena bajar la cabeza y conformar con aquella sociedad implacable? 

Yo no he visto la peli de Scorsese (1993) pero todos recordamos el cartel,  y esto sí que es un problema: no he podido evitar imaginar en mi cabeza a los personajes como a los actores. Daniel Day-Lewis es el protagonista, Newland Archer, que está prometido con la virginal May Welland, Winona Rider (de 9 años, atención al cartel). Y su prima (no, en serio, la prima; no es "te voy a dar lo tuyo y lo de tu prima", aunque también), Ellen Olenska, la mujer "mayor" (30 años, y ya "no radiante", empieza a dar una idea de la sociedad que estamos, claro que ffwd casi un siglo y cómo olvidar a otra mujer "mayor" con 36, Anne Bancroft en "El graduado"). Olenska acaba de llegar de Europa tras un matrimonio fracasado con un conde cabrón. Este papel en la peli lo hace la de siempre, Michelle Pfeiffer... porque sí que he visto "Las amistades peligrosas", también drama de época con vestidos largos (que Mini siente no sea "lo que vistamos hoy en día"; dejadla, yo también atravesé esa fase). Por concluir mi imaginario de los personajes, en mi opinión, el personaje de Newland está muy bien elegido: Daniel Day Lewis tiene una cara y una presencia perfecta para aristócrata atormentado; en el libro su prometida es una rubita mona e inocente, y la tentadora es morena, justo al revés que en la peli. Pero mirad que cara-bruja le hacen poner a Pfeiffer en el cartel.

Uno de los problemas que se le plantean al protagonista es eterno- me consta que aún hoy hay tipos que se rigen por este criterio: para casarte, una mujer mejor sin pasado (ignorando al gran Mr. Wilde que prefería "los hombres con futuro y las mujeres con pasado" o al propio Sr. Cervantes, "No hay carga más pesada que una mujer liviana"), una rubita inconsistente, sin opinión, que la puedas modelar a tu imagen y semejanza y que no dé problemas: "una mujer que sepa nada y que lo espere todo" (del matrimonio). Les presento a Miss Welland, un producto perfecto de esta sociedad biempensante. Pero además es la que pasaba por ahí cuando él está listo "se había casado como la mayoría de los hombres hacen, porque había conocido a una encantadora jovencita en el momento en que una serie de aventuras sentimentales sin objetivo terminaban ya aburriendo"-esto me lo he planteado muchas veces: no es que "The One" esté ahí afuera, es que tiene que ser que "coincida con tu momento". Menudo "The One".

Inconvenientemente (porque esto sí que no está planeado, ni va bien con "su agenda" de novio dedicado y con sentido del deber), aparece "la mala", la mujer "manchada" por un matrimonio fallido, que representa todo lo que no es May: ha vivido en Europa, ha conocido a mucha gente en sus salones, se ha empapado con su cultura, tiene algo propio que decir en una conversación. El concepto de extranjería como algo negativo y contaminante -tan en voga en estos días- recorre la novela, "oh tal vez eso explique su gusto por gente peculiar". Qué asfixia vivir en ese tiempo y lugar- bueno, y ahora. En fin, una mujer con sustancia, que es lo que a los tipos inteligentes atrae, pero no a las tías solteras ricas, aquellas que dicen "las sales!" a la menor. 

Igual que de Emma Bovary dijo Flaubert "C'est moi", yo supongo lo mismo del tandem Archer- Wharton: C'est elle. Porque la novela, pese a estar narrada en tercera persona, está contada desde el punto de vista de Archer y, en contra de lo esperado, a mí me parece (habrá lectores que discrepen) que no es este un tío que quiere nadar y guardar la ropa. Es un hombre enamorado hasta las trancas y que está dispuesto a dejarlo todo por estar con este amor imposible. Que la cree especial, que se cree especial, como nos ha pasado a todos en ese estado de gracia, cuando pensamos que solo a nosotros nos ha tocado esa varita mágica. Una a veces puede exasperarse sobre la lentitud de todos los procesos en la jaula de oro en que viven, pero él es simplemente una persona que nota detalles como "su cara estaba sin lustre y casi fea, y él nunca la quiso tanto como en ese momento", claramente obsesionada con un dilema totalmente actual: ¿haz lo que debes o lo que de verdad quieres? Actuar con la cabeza o con el corazón, el sentidor del deber, cualquiera puede sentirse identificado con esta premisa, y no solo en el amor o la pasión: eso es lo que hace a una obra universal, que nos sigue llegando y apelando más de cien años después. 

Aparte de los tres personajes principales, hay una serie de secundarios, el corifeo griego de fondo, los doce hombres sin piedad que pululan por la narrativa, y a los que se desprecia por representar todo lo que es rancio e irracional, conservador y pacato: "La verdadera soledad es vivir entre esta gente que solo le piden a uno que pretenda", y que comentan con fastidio la última del Catedrático S., un excéntrico del que no se podían librar por su excelente familia, que "llena su casa de hombres con el pelo largo y mujeres con el pelo corto". "Gente que odiaba el escándalo más que la enfermedad, que ponía la decencia sobre el coraje, y que consideraba que no había nada tan maleducado como las "escenas"". Sin embargo, hay un personaje positivo, la abuela de Ellen y May, una mujer que no venía de buena familia pero que casó bien, y que tuvo la personalidad suficiente para irse a vivir a una zona no-de-moda y a pintar su casa de otro color que el preceptivo. Ahora una vieja excéntrica, que pasa de todo y "siempre fan de todo lo impulsivo-a menos que llevase a gastar dinero", me encantó. Genio y figura. O el pobre tutor francés que habla de las conversaciones de los salones de París -"No hay nada como buena conversación. El aire de las ideas es el único que merece la pena respirar. Así que nunca me importó dejar tanto la carrera diplomática como el periodismo, ambas distintas formas de auto-resignación"- a cuyo nivel nunca llegan los provincianos neoyorkinos. 

La novela nos deja también ver el machismo de ese grupo de privilegiados: lo del honor de un hombre situado entre las piernas de su mujer es viejo, pero es que aquí queda claro que nadie se reiría de una mujer con cuernos, pero se miraría mal al marido -en una doble pirueta de moralina barata-, porque bien es sabido que los hombres son más honorables : "Los estándares de sinceridad de una mujer eran tácitamente considerados menores, ella era la criatura sometida, versada en las artes de los esclavizados. Además, siempre podría alegar cambios de humor o nervios, y el derecho de que no se la hiciera demasiado responsable". Edificante, no? O esta: "si la sociedad decidía abrir las puertas a mujeres vulgares, el daño no era demasiado grande, aunque la ganancia era dudosa; pero una vez que se empezaba a tolerar a hombres cuya riqueza fue obtenida de manera poco escrupulosa, entonces el final era desintegración total". 

El otro día viendo la serie documental sobre Fran Lebowitz, "Pretend it's a city", una carta de amor a Nueva York del director (y amigo suyo) Martin Scorsese (hola Martin, otra vez), hay una escena en la que ella coge un ejemplar de "La edad de la inocencia" de una estantería, y habla un poco de la novela. Una mujer rica, Edith Wharton, que no necesitaba escribir para vivir (según Lebowitz, la gente que nos gusta escribir, lo hacemos mal, y los que escriben bien, lo odian, lo hacen para sobrevivir... viene a ser lo de Dorothy Parker "Odio escribir. Me encanta haber escrito"). Pues bien, Wharton era una mujer forrada que contaba temas de gente forrada pero aún así, bien que hubiera una mujer escribiendo en esa época. Mejor que nada. Estoy de acuerdo, recordemos la Pirámide de Maslow, o la misma Virginia Woolf: "una mujer necesita dinero y una habitación propia para escribir". Es de cajón. Aunque ella ambienta la novela 50 años antes que su publicación, supongo que en 1920 Nueva York todavía no sería lo que imaginamos los que solo la hemos visto en pelis, o de turistas. Lo que decía la neozelandesa. 

Terminando el divague, me doy cuenta que he sorteado el tema que más me ha llegado, supongo que por miedo a fastidiar el final si hay alguien que la vaya a leer (si es que se puede sentir una mal por hacer spoiler de una novela de cien años, pero mira, yo misma no conocía el final). Así que si eres esa persona, déjalo aquí, y vuelve luego. Y me cuentas.

Para mí uno de los temas es si ha merecido la pena nuestra vida. Si todos los sacrificios, lo que hacemos por conformar, o por ser rebeldes, o por lo que sea, nos harán sentir orgullosos en nuestro lecho de muerte. Si pensaremos en las vidas que podríamos haber vivido, en los caminos menos transitados que no tomamos, en que Itaka nos regaló un bonito viaje, y eso es lo que importa. Y las fantasías que nos montamos sobre esas vidas paralelas, olvidando que la realidad, por muy buena que sea, nunca puede por definición superar a un sueño.

"Cuando pensaba en ella era abstractamente, serenamente, como se pensaría de alguien amado en un cuadro o un libro: se había convertido en la imagen de todo lo que había perdido"

Dicen que el de "La edad de la inocencia" es el final más bonito de toda la literatura. Yo hasta que no doblé la última página del libro -cuando, treinta años después existe la posibilidad de enfrentar la imagen de todo lo que uno ha perdido-, lo leí con el corazón encogido. Para mí el final es de una belleza devastadora y, aunque sabes que es el mejor final posible, igualmente te rompe el corazón. Creo que cuando alguna vez lo relea, será siempre lo mismo. Igual que en "Casablanca": por muchas veces que la veas, siempre quieres que Ilsa no coja ese avión.  

Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.



10 febrero 2021

Serial 24. El regalo misterioso

El árbol de Porcelanosa, en todo su exceso, claramente no impacta a Lucy: será lo habitual en su familia. Se engancha en el corcho: unas chinchetas de colores sujetan una postal de Tailandia de alguien que no conozco, un menú del chino de Whitby, y las normas de evacuación caso de incendio. Los ingleses y el fuego, 1666. Doy luces laterales,  odio el parpadeo del fluorescente de la cocina. ¿Meter a Lucy a dormir en la habitación -vacía, abierta- de Morgana? Dudo un segundo en su puerta, huele tan bien. Cien abalorios colgados de una percha. Póster de Audrey Hepburn. Una caja de esas de herramientas que ha llenado de maquillaje. Porque ella lo vale, frase acto reflejo con Morgana que me hace sonreír. Seguro que no se enfada, pero mejor no, que duerma en el sofa grande. Con la sonrisa aún puesta salgo a la sala comunal. Lucy está ahora mirando las postales de Navidad en la repisa de la chimenea, en la que le queda algún rescoldo. Se le ha corrido el rímel. Acerco el taburete de tres escalones y busco en el altillo del armario común. Se puede una encontrar aquí desde un tablero de ajedrez hasta cajas de especias caducadas en los 80: quién las trajo y de qué país. Confetti y guirnaldas. Fuentes de horno, una tetera que parece soviética. Linternas, click click, con pilas caducadas.  Ahá, el nórdico de las visitas.  Lo metemos juntas en uno de esos cobertores con el "Propiedad del Hospital de Banderley" impreso, evitando el contacto visual. Le ofrezco desmaquillador de ojos? Irnos a dormir, porque lo que quiero es envolverme en mi albornoz, algo que huela a mi verdadera casa, no a Drummond, la Casa amarilla con nombre de castillo escocés. Pero no digo nada. ¿Qué estarán haciendo allá, en mi verdadera casa? 

Se oye la puerta abajo y los pasos de C-3PO suben por la escalera, inconfundibles, esta vez con el añadido incoherente de choque de cristales.  Sandip saca las botellas de la bolsa de Tesco y las deja en la encimera; se las habrá dado Lucy, inferimos, él no nos va a dar información, así, sin más.  Sandip hace un ruido tal vez de despedida y va directo a su habitación. La mirada de Lucy,  de la encimera a mis ojos, espera mi aprobación. Sí, sí, Lucy, dale, por supuesto: hemos venido a jugar. Cuando estamos para brindar, sale un batín brillante, sobresaturación colorística y ni una sola arruga, hacia el baño.  Antifaz en la frente, los pasos torpes del miope sin gafas.  Carcajada contenida de esas de adolescentes abrazadas a sus almohadas, cuando cierra la puerta. Bienvenidas a Bollywood.

Lucy, en el sofá de enfrente,  levanta su copa y abre la boca, rebozada en el edredón. Lo veo: está entrando en fase exaltación de la amistad. Está claro que el rollo me interesas mucho, persona de allende los mares, no es la razón por la que tengo a esta pava frente a mí.  Ya entonces algo me decía que el haber emigrado no te hace especial, y ha sido ratificado por el número de emigrantes grises con los que me he cruzado con los años. Lucy, eres buena conversadora, y aunque a ratos me siento interrogada, no me molesta. Casi es terapéutico: exteriorizar los últimos dos meses es procesarlo-sección psicoanalista barato-, asumir que no lo he soñado: "No digas que fue un sueño". A menudo me guardo las referencias culturales, para qué ponerme. Pero what the fuck, me rebelo (será el espumoso?): no molestarse en compartir es tirar la toalla, es dejar de ser yo, es que qué hago aquí. He venido a aprender, pero no a cualquier precio. A veces ser feliz no es cómodo ni acogedor, a veces hay truenos y tormentas, y pasas mucho miedo, pero sabes que está mereciendo la pena, que algún día merecerá la pena. Me aburro a mí misma, me he convertido en un coach motivacional.

-""No digas que fue un sueño" es el título de un libro que leí hace años, no te parece precioso? "

Un silencio, pero no hay necesidad de llenarlo, a esas horas y con las copas vacías. No sé cuánto dura, juego a enrollar el pelo entre mis dedos, a predecir la cadencia de las luces del árbol. Lucy se cambia al sofá que está a noventa grados del mío, el de incomprensible terciopelo rojo. 

-"Sí" - dice por fin-  "tan increíblemente bueno fue aquello que, por favor, no digas que no pasó. Una noche de sexo, a la que vas igual hasta arriba de mierda, pero que luego resulta ser la leche, o quién sabe, tal vez la mitificas con el tiempo, cuando esa persona se hace inaccesible?" 

-"Em, tal vez"- ¿qué está diciendo? que alguien me saque de aquí- "Em... em..." -Cook ya me habría insultado, echado de su oficina al primer em- "Emmm, ¿has pensado alguna vez en el título que le pondrías al libro que escribieses? Es casi como nombrar a un hijo... una de las decisiones más importantes de nuestra vida".-Me doy mucha verguenza, que se acabe.

-"Hay todo un arte en la búsqueda del título ideal..." -bien, ha entrado al trapo, yo mientras tanto traigo otra botella, tal vez se duerma- "No te diré que hay una asignatura completa, pero casi... ¿tienes algún otro favorito?"

-"Bueno, algunos que me encantaron luego descubrí que eran citas clásicas... hay un escritor español que no me gusta que ha encontrado un filón en Shakespeare:  "Mañana en la batalla piensa en mí" es Ricardo III, y "Corazón tan blanco" es Macbeth".

Lucy no da crédito: ¿escritores españoles haciendo referencias al bardo con lo que tenemos en nuestro Siglo de Oro? Como buena inglesa, se ha interesado por mi visión primero, son todo buenas maneras y politeness,  pero ahora, su discurso: Si quiero títulos con frases robadas de Shakespeare, ella tiene legión: "Un mundo feliz" ("Brave New World") es de "La tempestad", "A sangre fría" ("In cold blood") de Timón de Atenas, "El ruido y a furia" ("The sound and the fury") de Macbeth... Y también habla de muchos tomados de la Biblia, o incluso de poemas: "Tender is the night" es un verso de Keats, y de Yeats es "No country for old men". "Por quién doblan las campanas" de John Donne, o incluso "Adios a las armas", de un poeta de la época isabelina. 

-"¿Por qué no abrimos los regalos?"

Así, de repente. Su cabeza es el caballo en una partida de ajedrez. Igual le aburrían los títulos, pero fue ella la del soliloquio. 

-"Eh? Ahora? Pensaba que aquí los abríais el Día de Navidad".

-"Sí, son las 00:30. Realmente es ya el Día de Navidad... "

Desprevenida. Pero hace un rato solo quería irme a la cama, y ahora ya no sé lo que quiero. Va a ser mejor abrirlos que seguir escuchando lo que ella de verdad quiere para Navidad: un tour por las plantas de Banderley-C, la biblioteca, la cantina, ir a ver a lo que ella llama "los peligrosos" sería su absoluto sueño.  O a cualquier otro sitio, y va ya bajando el volumen y la velocidad, tal vez esté captando mi frustración, a todos los sitios que se me ocurran, porque ella está encantada de estar aquí.  Como si esto fuera un puto zoo. Sostenerle la mirada es suficiente, se calla. Haber tirado por el "imposible, Lucy, me juego mi trabajo", hubiera sido una estrategia inútil. Es algo que la gente como ella, siempre con el colchón papi, nunca podrá entender: el pub y Drácula serán su aventura de juventud y vuelta al departamento de literatura gótica de Oxford, del que nunca debió salir. Igual hasta le dejan seguir con el eye-liner un poco pasado. 

Un montón de los regalos llevan mi nombre. Lucy da un grito cada vez que encontramos uno más. El primero: perfume de brezo de los páramos, con ramita incluída. "El yo dividido" ("The divided self"), el clásico del escocés Laing de la antipsiquiatría de los 60; qué pereza, ahora tendré que leerlo. Una pluma estilográfica, me encanta. Unas bolas efervescentes de baño, olor almizcle blanco, mmm. "La campana de cristal" ("The bell jar"), el angst de Holden Caufield en femenino. Un cuaderno de notas, con un papel como antiguo, maravilloso. Una diana con un cerebro en el centro a la que se lanzan, en lugar de bolas, tres pequeños muñequitos con velcro: Freud, Marx y Einstein. El clásico de la psicopatía de 1941, "La máscara de la cordura" de Cleckley,  lo veía venir. Un imán que pone "mi ambición en la vida es tener un desorden psiquiátrico que lleve mi nombre".  

"El Síndrome de Calleja", pienso, y me río, y abro los cartuchos de la pluma.  Lucy está anotando las referencias psiquiátricas y se va a poner a hablarme de la prota suicida de Sylvia Plath. Seguro que no hay puntada sin hilo en todas estas cosas, le estoy diciendo, cuando vemos un último paquete. Contiene una caja de madera que se abre con un click, y dentro, un candado y un papel que desdoblo una vez, y otra y otra. 

Lo ponemos encima de la mesa baja de madera que parece un arcón de pirata achatado en medio de los tres sofás. Me pregunto cuantas décadas lleva ahí esa mesa, como el sofá de terciopelo no cumple seguro con las regulaciones. Su superficie es un mapa que podría contar historias: restos de cera de todas las velas que se han escurrido allí en paralelo a las conversaciones, círculos que delatan tazas demasiado calientes, imperfecciones que la hacen perfecta. Lucy sostiene el papel, y sobre ese mapa, otro: en el centro dibujado lo que parece una búsqueda de tesoro infantil, óvalos que se comunican por caminos, sin leyenda. Lucy quiere encontrar una vela, su gran idea es que puede estar escrito en zumo de limón: claramente el libro aquel de "cómo hacer de espías" de mi infancia también llegó a la isla.  

-"Un momento, espera: mira esto en aquel círculo superior izquierdo: C₁₀H₁₂N₂O". 

-"Qué, qué, qué, es algo químico, ¿qué es eso?"

Dejo pasar unos segundos, aunque ya lo sé. 

-"Serotonina, Lucy: es la fórmula química de la Serotonina, el neurotransmisor que media el optimismo, el bienestar, la felicidad". 

-"Alguien te está mandando felicidad... su fórmula química escrita en un papel?"

Felicidad y un candado. Cerrado y sin llave. Qué juego es este? El corazón me va a mil, y bombea extra sangre a la cabeza, para pensar mejor. Serotonina, serotonina, qué es serotonina? Pero, claro! Serotonina: el bar que regentamos los residentes, las antiguas caballerizas.   Y en un flashback casi cinematográfico recuerdo los túneles, en aquella fiesta de Halloween. Túneles que se me negaron, porque según todos, aquella advenediza, disfrazada de lo que no debía, que aún no había demostrado nada, tenía fiebre aquella noche,  deliraba. Nada de aquello pasó. Tomo aire:

-"Lucy, todo encaja: tenemos que ir a Serotonina, a encontrar una de esas puertas en el suelo, que van a una bodega, o un sótano, o un túnel... creo que estuve una vez, y desde entonces todo ha sido misterio y..."

-"Mariona, son las dos de la mañana, mira cómo está nevando..."

-"Pero es perfecto, está todo el mundo de vacaciones! Tenemos que ir Lucy, por favor... aquí hay linternas -omito que sin pilas, algo encontraremos-, y tenemos una llave de Serotonina en cada casa, porque nos turnamos...".

Ya estoy en el panel de las llaves buscando, me tiemblan las manos, y la voz. Por fin voy a entender qué pasa en este manicomio, donde lo menos enloquecido son los pacientes. 

-"Aquí está la llave!" -y en un cajón de la cocina encuentro pilas grandes- "Mira, pilas!- pero cuando me doy la vuelta, un brillo extraño en los ojos de Lucy. Un brillo que desconocía hasta ahora y que solo me da más alas- "Lucy, qué te pasa?"

-"Tengo miedo".

04 febrero 2021

La interpretación de los sueños (Dream Analysis)

 Pasa tan poco que generar "contenido", incluso para mantener el interés de nuestras relaciones diarias, empieza a ser un reto. Y de ahí al "dream analysis" solo hay un paso desesperado. 

Pongamos las conversaciones diarias con las "troncales". Inciso: qué son las "troncales" (*), otro concepto de Fashion. 

* En algunos estudios universitarios parece ser que existía el concepto "asignaturas de libre elección", aparte de las obligatorias o "troncales". En medicina no, tal vez consideraban que era importante que todos hubiéramos examinado de ojos (puag, cómo odié ese atlas), caso que se acabase de médica en Alaska y apareciese el del ojo con espuma del atlas. O de urología, y fueras testigo de una de las seis malformaciones descritas en todo el planeta. Todo olvidado, tranquis, solo los detalles traumáticos como lo que cuento, recuerdo. Volviendo al tema troncales, que divago: un día le cuento a  Fashion mi reciente agradable conversación con una persona con la que hablo muy poco y, aún en plena exaltación de la amistad, concluyo "igual debería llamarle más", a lo que Fashion espeta: "ni hablar, ya tienes suficientes troncales, no te vayas a coger asignaturas de libre elección". Mis troncales son mis llamadas telefónicas diarias que comenzaron con la pandemia e incluyen mis padres, mi amiga M, mi suegra (que ya se está descolgando y solo pide whastapp) y ella, que habla por los codos, y da igual que nada pase (ya se hizo un divague de los múltiples temas comunes, ayer por ejemplo entró uno nuevo, "El gancho"- una zona nocturna de Vetusta solo para los muy cafeteros, a partir de las 4 am, pero no puedo engancharme-ji-en esto). 

Así que las conversaciones diarias con las troncales empiezan a ser un reto: mi madre ya hasta me dice los minutos de bici estática que ha hecho (quién puede culparla: a mí esta semana me han dado juego las terribles agujetas tras hacer un "entrenamiento de remo" con Mini via zoom; ha sido horroroso, la puta ranita),  mi suegra (que se ha bajado en marcha) y con M hemos tocado fondo: estamos ya compartiendo recetas veganas (sus hamburguesas de garbanzo, a mí que no me gustan los garbanzos, pero con bien de comino, un éxito-afortunadamente Mini no me lee) o del anciano aquel que caminó nosecuánto para la Seguridad Social al que hemos cogido manía por sus galones militares y porque se lo apropiaron los brexiteros, fallecido ayer; como dijo otro amigo "nos ha dejado huérfanos, lo era todo". Ahora están pidiendo funeral de estado... señor cuando muera la reina, lo que nos tendremos que ver. Perdón, si muere la reina. Yo creo que esa nos entierra a todos. 

A ver, que no pase absolutamente nada,  en situación de pandemia ("no news is good news") es un éxito, no me quejo. Si miro atrás en el blog, antes a veces escribía de exposiciones, de viajes (ah, los mejores, ya lo sé), de paseos por la ciudad (el pasear, cosa de peripatéticos, te lleva a "discurrir", a imaginar más, a pensar mejor). Ahora eso no está y lo que se me ocurre en cautividad podría, o bien llevar a los divagantes al suicidio, o a mí entre rejas. 


Tan desesperada es la cosa que con un amigo con el que nos llamamos de vez en cuando, hemos recurrido al "dream analysis". Esto no ha sido premeditado, pero empezó un día en el que me puso un mensaje que me tenía que contar un sueño. Resulta que:

-Íbamos los dos paseando por "ese sitio de la exaltación de Franco que nunca he visto, pero que lo visualizo como el obelisco de Mussolini, a la entrada del "Foro Italico"", dice

-El valle de los caídos? Yo no he estado nunca-contesto, no veo por dónde va. Su hermano hizo erasmus en Fachadolid y cree que todos somos así. Claro que Fashion llama a MIni "fachaleca británica" porque hizo un stories en Insta con el anciano fallecido, pero tomándoselo en serio. 

-Sí, eso... pero en el sueño paseábamos por ahí, e íbamos saludando a mucha gente que nos conocía... no es raro? 

Sí, muy raro: imagino a fascistas de los años 30 con botas altas asintiendo con respeto al vernos pasar. Bizarro. Otro día me cuenta que ha soñado con un colega, ya jubilado, que vuelve todo moreno y muy atractivo. No hace falta ser un lince para hacerle "interpretación" de este sueño. 

Yo le cuento mi sueño con el perro Timi: resulta que los jekes se han hecho con un perro abandonado al que llaman Timi (sí, no Timmy como el de los Cinco, yo ya lo veo impreso y es Timi, y no me gusta mucho, pero hey, es su perro y así son las reglas de los sueños). Timi tiene cuerpo delgado de perro pero un poco de lana de oveja, no mucha. Es como Norit, el corderito, pero en perro. Le explico que siempre me ha gustado cuando los perros de la familia me muerden en la mano pero no aprietan (soy muy sensorial, lo sé,  rayo el autismo). Así que en el sueño, el perro Timi me muerde en el antebrazo, dando saltos, y yo elevando el brazo así en plan cetrería. Se hace el silencio: mi amigo reflexiona. Ja, veo con ilusión que esta narrativa plantea más retos a la hora de la interpretación que el jubilado feliz y saludable. Otros sueños míos son, como siempre, fragmentados y extraños, y los recuerdo un segundo tras abrir los ojos, y luego, atados como están por hilos de noche, desaparecen. Si hago un esfuerzo, podría atraparlos, pero para qué, si como el otro día el actor principal es el limitador eléctrico. 

Hacía tiempo que no catalogaba un divague con el di-stintivo "desvaríos". Muero pensando en esa persona despistada que llega aquí tras una búsqueda para que alguien le explique su sueño y se encuentre con ojos con espuma, gusto por los mordisquitos y severa irreverencia al tío Sigmund.