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28 marzo 2021

No todos los hombres

  Hace un mes, Sarah Everard aún estaba viva. Caminaba por una calle principal por la que he pasado mil veces, a las 9 de la noche, con pantalones y un anorak verde. De repente, se desvaneció, y las calles se llenaron de su foto y de patrullas de voluntarios con chalecos naranja buscando por los setos del parque, por los lagos. Ni rastro. Estuve varios días dándole obsesivamente al actualizar de las noticias, hasta que lo que nos temíamos llegó: un tío (para más inri, policía, pero eso es otra historia) fue detenido por secuestro y asesinato. El cuerpo de Sarah fue encontrado en unos bosques a 70 millas de Londinium.  

Desde entonces, en el Reino Unido llevamos un mes de "soul searching" intensísimo atravesando todas las fases de la pérdida: shock, negación, desperación, enfado, tristeza inmensa. Es complicado intentar explicar lo que esto ha supuesto para las mujeres en esta isla, donde los feminicidios (esta palabra siempre me lleva a "2666", el gran Bolaño) ni se cuentan (parece ser que van a empezar ahora!). Esto se empezó a ver en la calle: miles de mujeres, sobre todo chicas jóvenes, comenzaron a ir al parque por el que pasó Sarah antes de que se la llevaran, a 15 minutos de ahí, con flores. La primera vez que vi a una, subiendo Battersea Rise con un ramo de tulipanes violetas, me dieron ganas de abrazarla. Luego me di cuenta que eran legión: flores y flores y flores. Y velas, y ositos, y mensajes, y el quiosco de la música del parque se tornó santuario para Sarah, pero también para tantas mujeres asesinadas, y por extensión, tantas mujeres molestadas, abusadas, violadas.

Somos el 97%

"Somos el 97%", y ese 97% puede ser tu hermana y tu madre. Este es uno de los lemas que leí (y fotografié) entre las flores de ese símbolo que es ahora el quiosco. El 97% de las niñas, chicas y mujeres hemos sido molestadas, violentadas de una manera u otra. Y otro cartel: "Si dices no-todos-los-hombres, eres parte del problema". Parece ser que este #notodosloshombres fue uno de los hagstags de estos días en redes sociales. Tíos: ¿en serio?


Está claro que no todos los hombres son violadores ni asesinos ni pegan a sus parejas, ni acosan ni molestan pero esto no va de vosotros. Lo que sí nos ha pasado a todas es sufrir lo de arriba: sí, #todaslasmujeres. Esto va de nosotras. Sacando el "sí, pero yo...", lo que estáis haciendo es intentar desviar la conversación, el foco, a vosotros. De  nuevo. Intentáis así sentiros menos mal personalmente (yo, yo, yo!), porque claro que no es agradable, si yo lo entiendo, pero lo que pasa es que ahora vosotros deberíais pasar a entender porqué no es solo desagradable, sino terrorífico ser mujer. Para que se entienda mejor: ¿os acordáis de aquel hagstag de #AlLivesMatter (#todaslasvidasimportan) en respuesta al #BlackLivesMatter del año pasado tras el asesinato (por la policía, caramba qué coincidencia) de George Floyd? Es lo mismo: claro que todas las vidas importan, pero los que están oprimidos son ellos, ya vale de que todo tenga que ser siempre sobre los que estamos en posiciones de privilegio. 

Pero  todos esos hombres buenos que no matan ni mandan sus pollas por internet ni son el fiscal de Nevenka, deberían plantearse cual ha sido su última actitud machista, y si no las encuentran, igual re-pensar.  Un par de ejemplos: hace unos meses una chica abrió una página llamada "Everyone's invited" para que adolescentes y jóvenes compartisen sus experiencias de acoso, asalto, o violación, para acabar con la "rape culture". Se ha montado una buena aquí porque se describían experiencias terribles, y se nombraban colegios, algunos de ellos prestigiosos privados como Dulwich College, del que sale la clase dominante de este país, y parece que los profes miraban para otro lado. Chicas que abiertamente reconocen que estaban tan borrachas que no recuerdan nada, pero que a la mañana siguiente se encontraron con semen escurriendo por la pierna. Chicas que iniciaron igual la noche con un chaval y que en un punto dijeron ya vale, pero entonces reproches, calientapollas y bueno, ya debatimos aquí mucho sobre "Cat person", aquel relato del New Yorker que nos llegó tanto. ¿Alguien se ha planteado por qué vas provocando, por qué te emborrachas, por qué empiezas? Por ahí van los tiros. 


Segundo ejemplo: el otro día estuve con una amiga en bici por la ciudad, parándonos a hacer fotos a todos esos árboles en flor que son un festival. Cuando estaba frente a una casa salió un tío que entabló conversación sobre lo bonita que estaba la plaza, y me indicó dónde había más árboles. Todo bien. Pero en otro punto, pasando por una calle estrecha con las bicis, otro tío, desde la acera y con cierta sonrisa que me conozco, dijo "good morning ladies" (ni que decir tiene que este hombre no habría dicho "good morning gentlemen" de haber sido dos tíos, y mucho menos en ese tono). La situación aquí es el contexto: es viernes por la mañana, estamos cerca de un quiosco de la música que se ha convertido en un lugar de peregrinación de las mujeres para decir "dejadnos en paz" y tú nos sueltas esto, así, sin más. Está claro que es algo muy mínimo, y a mí misma no me hubiera apelado hace tiempo (acostumbradas a tantas cosas peores que nos han dicho en las calles, en los bares, incluso en el trabajo), pero el que haya pasado aquí y ahora me dió que pensar. Y si alguien piensa que exagero, mi pregunta es: ¿te gustaría saber que tu padre o tu pareja o tu hijo va diciendo eso a unas desconocidas por la calle? Solo piénsalo. Es un poco diferente de la pregunta de siempre: ¿te gustaría que alguien le dijera nada por la calle a tu madre, a tu hermana a tu hija? Y es diferente porque pone el foco en ti: ¿quieres ser esa clase de tipo? Te aseguro que a ninguna chica nos gustaría que nuestro padre o nuestro novio lo fuera. 


Creo que todos deberíamos repensar, y el que crea que lo tiene todo hecho, lo que tiene es un problema. Aquí me incluyo yo: el otro día leí un artículo sobre el arma de doble filo que son las propinas en la hostelería (sobre todo en EE.UU, donde esto la norma) desde el punto de vista de las camareras: los carros y carretas que tienen que soportar para que luego el cliente -"que siempre tiene razón"- deje su propina. Este artículo me recordó cuando yo escribí sobre las propinas en el blog, hace la friolera de once años, "¿A quién se le hace un favor cuando se deja propina?" en el que hago la típica argumentación social, pero no comento en ningún momento esta posibilidad: no he trabajado nunca de camarera y simplemente ni se me ocurrió. Así que agradezco a este artículo que me abriera los ojos, porque aún hay cosas que se me escapan, seguro que muchas. Así que espero que esta entrada tenga el mismo efecto en quien pase por aquí. El machismo es una cuestión sistémica, y a tod@s nos afecta. Pero sobre todo a vosotros, lo del #NoTodosLosHombres.

"No hay más neutralidad en el mundo. Tienes que ser o parte de la solución, o vas a ser parte del problema"

Eldridge Cleaver 

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Nota: Otra cosa que podemos hacer en este país, es apoyar a organizaciones como Plan o escribir a nuestr@ Miembro del Parlamento (MP) con las cosas que nos preocupan (la mía debe estar frita). Aquí tenéis su respuesta... Gracias a mi MP!





24 marzo 2021

El último año: The director's cut

Ayer fue el aniversario del confinamiento británico, día en el que yo aún fui a trabajar, y hoy hace un año nos mandaron
 a (trabajar desde) casa.  Y aquí sigo. 

A veces, vivir en el extranjero te da la oportunidad de vivir el mismo acontecimiento -que luego igual será histórico- desde las dos perspectivas, y acabas siendo un poco la reportera del lado de allá para los del lado de acá (gracias, Julio) y viceversa. Ejemplo 1, el 11M: cuando en España todavía se estaba insistiendo que todo el que dijera que el atentado no era obra de ETA eran unos "miserables", aquí la prensa ya era un clamor en otra dirección. Ejemplo que nos ocupa, la pandemia: al principio en Reino Unido íbamos con "dos semanas de retraso" en todo, familia y amigos ya estaban trabajando en casa, pero a pesar de la evidencia de que nos iba a caer la misma plaga de langostas (si no mayor: isla superpoblada), al igual que en el resto del mundo, no se hacía nada. Hasta salió el inefable Johnson a hablar de "inmunidad de rebaño" unos días antes-luego tuvo que envainársela y dar marcha atrás. 

Esas semanas en las que fuimos desacompasados, yo seguía yendo al trabajo, en realidad a escribir informes, porque nadie quería ya venir. El último día me encontré en el pasillo con una de esas gerentes que me preguntó "si estaba bien", tal era mi palidez. Solté mi arenga, independientemente de la cual al día siguiente ya no volvimos. 

Creo que la primavera pasada escribí en el blog abiertamente sobre lo mal que lo pasé al principio: el maldito concepto de "medicina de guerra" hasta en sueños. Dos conversaciones  me serán dificiles de olvidar: la primera, aquel último día de trabajo presencial, conversación con un colega griego que me presentó su versión del armageddon: nos iban a llamar para ir a las plantas. Pero qué dices, eso no es posible: si yo solo he usado un laringoscopio en dummies, cómo voy yo a intubar a nadie. En dos días aprendes, "medicina de guerra". La segunda, casi peor, con otro colega jubilado que me llamó para escribir nosequé de ayuda del gremio en una web. Para tranquilizarme sobre el concepto "Di-cogió-su-fusil-digo-laringoscopio"  dijo: "no te preocupes; si lo pienso, en mi primer año de House Officer-mírese el divague de "La casa de Dios", maté a varias personas". Y no contento con eso: "Pero además, no creo que te llamen para eso, más bien para comités de bioética: decidir quién vive o quién muere. Es medicina de guerra".

En serio: estas conversaciones y las reuniones diarias los primeros meses no ayudaron. Por lo que sea.  La sensación de no tener las habilidades necesarias para un trabajo es siempre horrorosa (la vivo ocasionalmente en la cocina), pero cuando tienes vidas en tus manos, eso es otro nivel. Afortunadamente, para alivio de los británicos, nada de esto pasó  y pude seguir trabajando desde casa, desarrollando de hecho métodos remotos que han funcionado muy bien y que yo querría por supuesto extender a una isla griega. Pero qué frivolidad pensar esto cuando "medicina.de.guerra". Teniendo salud se hacía imposible quejarse de nada y además, el sol brilló espectacularmente sobre Londinium durante todos esos meses. Pasé horas y horas leyendo en mi balconete de un metro cuadrado,  acabando más morena que algunos veranos (siempre factor 50, nos quemamos mucho en casa). 

En aquella época, yo aún pensaba en el futuro: mi foco estaba en el verano:  ¿Qué íbamos a hacer? Cada nuevo día existía la posibilidad de que cambiasen las cosas. Pero de repente, en un punto ya se vio claro que, aunque algun@s fueran a seguir sus planes como si nada, algo estaba pasando. No planeé nada y la semana que al final pasamos en Yorkshire fue reservada dos noches antes de salir. La siguiente meta era el half-term de Octubre, y con esta simpática sinestesia mía con la que me represento el tiempo visualmente, ahí al fondo estaba Diciembre, con sus luces de Navidad,  como la siguiente esperanza. Pero nada.


Cuando por fin se constató esa "nada",  noté que algo profundo le había pasado a mi cerebro en estos meses:  dejé de pensar en el futuro. Esto es algo inaudito, nuevo, extrañísimo en mí.  Empecé a ver una nebulosa blanquecina, una niebla que está ahí físicamente en mi mapa mental del tiempo, y se ha quedado. Ya no me atrevo a pensar en con quién estaremos en los cumples o lo que haremos en el verano-aunque según las noticias de ayer, estamos atrapados en la isla: no se puede salir, de momento.  Gracias a las vacunas, me he empezado a atrever a considerar que tal vez, quién sabe, si todo el mundo está vacunado, podamos ir a casa por Navidad. Pero tampoco me sorprendería un giro de guión, que es a lo que me he acostrumbrado. A no tener el control - cosa que los control-freaks no llevamos bien.   "Take back control" es el maldito lema con el que ganaron el Brexit. "Give up control" es lo que nos hemos visto obligados a hacer, y me he sorprendido a mí misma en esta especie de "dejar que fluya". ¿Qué será lo siguiente, el budismo?
Atrapados en la isla-Mini está nadando

Cosas que no pensaba que echaría tanto en falta: 1. Cortarme el pelo. Desde Navidades del 2019 ("the end of the world as we know it") solo he estado en la pelu un día de agosto.  Pocahontas, nivel leyenda- y que yo lo diga os debería preocupar. 2. Salir de fiesta. El viernes un amigo que ya no vive en Londinium escribía en insta: "¿quién se anima a una noche de karaoke de David Bowie?". Buf, yo, dónde hay que apuntarse (potenciales víctimas que me leen desde lejos, manisfestaos). Dance the night away.

Y por fin, tres cosas que me han salvado este año, las tres primeras son las de todo el mundo, lugares comunes: familia, amig@s, libros. Aunque solo he podido abrazar a una (Mini) y medio (el Peda de tanto correr está desapareciendo), el resto por teléfono, por email, por whatsapp, por videollamada, por señales de humo, por palomas mensajeras (gracias a tod@s). Y algo que tal vez sea menos común: a mí me ha salvado este blog. Escribir ha sido como siempre ser feliz, y leeros y contestaros, aún más.

 Jeffrey Eugenides dijo que "la vida real no puede competir con escribir sobre ella" (real life doesn't live up to writing about it) y yo matizo, "si no puedes escribir sobre ella, la vida es sin duda peor". Sigo viendo una nebulosa en el futuro (y más desde que estamos oficialmente atrapados en la isla), pero lo que hago es no mirar mucho y centrame en el aquí ahora. Y entonces me veo escribiendo y solo algún rato soñando con ese divague que terminaré con  la mayor resaca de la historia, con una melena presentable, y frente a una cala cualquiera del Mediterráneo . Un día. 


21 marzo 2021

Serial 27. Oversleep. Cuida con lo que deseas. Medea y el libre albedrío.

Hoy me he dormido. Desde que estoy en Marcé, con las depresivas y psicóticas postparto, sus bebés, y las encantadoras enfermeras, me he debido tranquilizar -cuando estaba en Kraepelin me despertaba a las cinco de la mañana, qué espanto. Igual porque aún no he conocido a Steen, que no vino durante mis primeros días -"está en enlace en Whitby", decían-, y luego se fue a un congreso en Toronto. La vida en esta planta es paz: sin Cook, sin Sister Harding, sin los palmeros de Cook. Hay mucho trabajo pero, una vez que hemos pasado planta, me suele dar tiempo para quedarme un rato junto al último moisés. Le doy el dedo índice al bebé de turno, se supone que para comprobar el reflejo de presión, pero en realidad para enfrentarme a esos seres tan pequeños que me dan un miedo tan grande. No quiero tener hijos: no me gusta en lo que se convierten todos los que los tienen. No hay una sola de mis amigas con bebé a cuya vida quiera aspirar, ni quiero usarlos como excusa para no hacer nada con la mía. Gran lista de razones: la maternidad no es para mí. O mejor dicho, su parafernalia es lo que no va conmigo, el parque, el carrito, las conversaciones. Porque cada día en la planta constato que esos seres que huelen tan bien y hacen ruiditos tan monos en las cunas, son para mí un imán. Me cuesta admitirlo pero cada vez que la enfermera me pasa uno y lo sostengo -patosísima-, me dan ganas de comerlo a besos. Se llama disonancia cognitiva a aquel estado en el que tu mente y tu corazón van por caminos opuestos, me recuerdo. A mí esto me ha pasado mil veces en la vida, y en Marcé descubrí solo una expresión más de este proceso. Que hay que seguir el camino del corazón es lo que todos los libros de autoayuda dictaminan, y por ello una ha de remar en contra- aunque a los veintipocos has de alinearte con el corazón, sin fisuras. Luego entra la cabeza, mi lista de razones irrefutables, y el que a los cuarenta sigue con... ah no, eso aplicaba a política: el que a los veinte no es de izquierdas, no tiene corazón y el que lo es a los cuarenta no tiene cabeza. Qué estupidez, si hasta la ideología está escrita en los genes (esto dará para cena con amigos, cuando vuelva). Lo que sí es cierto es que los cuarenta son una buena edad para mirar atrás y valorar si el camino que elegiste mereció la pena. El menos transitado, versus la autopista más segura: y alguna gente soñará con haber tenido más vidas para probar otras maneras. Qué pena tener solo un tiro en esto, sin posibilidad de rebote.

Así que esta mañana me he dormido espectacularmente: son las 9. Inútil salir corriendo, ya es muy tarde. No hay nadie en casa, salgo a la sala en camiseta blanca, tal como duermo. Pongo la tetera, pero un post-it: "no hay leche". Genial. ¿Tanto les cuesta subirla? Yo no voy a bajar ahora en bragas a por la botellita de cristal. A ver qué hay por aquí: una infusión de "jengibre y limón", “vigorizante”, se le ocurrió al de markéting. Recojo los Weetabix y saco un yogur de kilo: una cucharada en un bol, fresas, muesli. Se ha terminado ya el "Today Program" de Radio 4, las noticias con el inglés más de la reina que la propia reina- aquí en el norte nadie habla así. Están con los “Discos de Isla Desierta”: su sintonía es una mañana de verano sin planes.

Al salir de la ducha me enfrento a la desolación que es mi armario: nada que ponerme. Me eligen unos vaqueros negros, esos que los ingleses no se enteran que son vaqueros, por otro lado prohibidísimos en hospitales. Pero estos, que no pueden tener el "501" más claramente en la etiqueta, les pasan desapercibidos. Por encima -demos el día libre a la camisa blanca- un jersey de cuello alto, también negro. Pareces un atracador, Mariona, le digo al espejo del cuarto de Morgana. Necesito un collar, diría ella -es una enviada de mi madre: soy demasiado sobria vistiendo-, pero hay mil. Venga, el de las bolas de lava de Santorini, a juego con un anillo muy grande que definitivamente no soy yo. Un reto aguantar más de media hora con anillos: me los quito, pongo, juego con ellos, me molestan, fuera. Una razón más para no casarme.


Bajo y al lado de la puerta están los zapatos de todos: Wellingtons, deportivas embarradas, y mis botas italianas de tacón alto cuadrado al lado de  varios pares de stilettos de Morgana- algún día le explicaré por qué me niego. Fuera, a la izquierda, han dejado la botella de leche en su cestita metálica. Que la suban ellos -sonrío- que voy tarde.

Marcé y son casi las diez - ya me quedaré por la tarde. La enfermera jefa, siempre relajada y amable, hoy con un punto de pánico: "Mariona, qué tarde vienes... te está esperando el Dr. Steen". Qué puntería: ha vuelto el encantador de serpientes de su congreso, quién iba a saberlo. Me acerco a su puerta.

-Pase!

-Hola, buenos días - como no dice nada, sigo hablando- Soy Mariona Calleja, la residente que... está cubriendo la planta unos días.

-Sí, hablamos por teléfono un par de veces antes de Canadá -se hace un silencio- No la imaginaba así.

Dicen que en psicoterapia, todo lo que va a pasar en años de sesiones entre terapeuta y paciente ocurre en los primeros tres minutos: luego, todo es repetir ad nauseum esa interacción. Algunos lo extrapolan a la supervisión, que en el fondo es una especie de terapia, con su transferencia y su contratransferencia, una partida de ajedrez donde sales a ganar, pero cuando conoces el juego, entiendes que lo mejor son las tablas. Muchas veces después he recordado esta frase –“No la imaginaba así”- como ilustración de su talante y mi perplejidad, una y otra vez. Habré luego re-elaborado, de eso va la memoria, pero en ese instante tan breve –“No la imaginaba así”- sentí que ya había pasado una eternidad desde que entré en esa habitación. Lo había aprendido todo y mi victoria consistió esta vez en no llenar el silencio, no intentar rescatarle de ese agujero en el que él tal vez no era consciente de haberse metido. “No la imaginaba así”: y lo cierto es que, mientras le sostenía la mirada, no tenía ni idea a lo que se refería. Pero supuse que este no iba a ser el principio de ninguna gran amistad: qué sabio lo de los tres primeros minutos de la psicoterapia.

-Dra. Calleha -se remueve detrás de su escudo, la mesa- lo primero, quiero darle las gracias: ha llevado la planta muy bien esta semana.

-Gracias a usted, y sobre todo a las enfermeras, tienen mucha experiencia.

-Es un buen equipo. Y gracias también por dejar el suyo y venir con nosotros, ya le di las gracias al Dr. Cook. Sé que no es fácil en plena rotación...

-No importa, de verdad. -Vamos a dejar de comernos las pollas, pienso. Soy el Señor Lobo, deme un problema, Steen- ¿De qué quería hablar hoy?

-Tenemos un caso complicado que quiero discutir con usted: intento de infanticidio – Jo-der con el Señor Lobo, ¿no querías problemas? Lo he pensado tan alto que igual me ha oído.

Se levanta, abre un armario archivador lleno de notas clínicas, saca tres carpetas enormes. Son para mí. Lo tengo delante y siento una especie de júbilo interior infantil: subida en mis botas soy un poco más alta que él. Solo una mujer que haya tenido enfrente a un gilipollas con cierto poder podrá entenderme. Creo que él lo nota:

- Hágame el resumen clínico... y mañana, venga antes. Si no le importa.

Por la noche, en el sofá amarillo de la sala comunal, extiendo las notas en la mesa baja y apilo los tres libros que he cogido en la biblioteca. No podré ir a nadar hoy, gracias Steen. ¿Quién eres? Un tipo de unos 55, guapetón, con traje hecho a medida. Su acento no es de por aquí, suena a pijo del sur. Todas las enfermeras están enamoradísimas de él, especialmente la Sister, que tendrá su edad. Un caso de tensión sexual no resuelta de veinte años, seguro. Lo de las enfermeras jóvenes no lo entiendo: si te pone un tío 30 años mayor, igual hay que hacérselo mirar. Steen es un pequeño jeque con su harén casto, a golpe de aleteo de pestañas ha aplacado un potencial complejo de Napoleón. Cómo sobrellevar de otra manera el aburrido matrimonio al que vuelve cada día, los niños ya en la universidad, su mujer abriendo la botella de Chardonnay cada noche un poco antes.

Qué imaginación tienes, me decía una amiga en el cole. Igual debería empezar a escribir estas historias absurdas que me invento, una forma más de sublimación. Céntrate: ahora tengo que leer estos tres archivos y mirarme la parte legal del infanticidio. Cruzo las piernas sobre el sofá y me recojo el pelo. Entonces entra Sandip.

-Hola doctora Calleha - este formalismo, irónico cuando lo usa el resto, es literal con él.

-Hola Sandip, ¿qué tal tu día?

-Bien, gracias, ¿y el tuyo? - hey, Sandip progresa adecuadamente, me ha preguntado por mi día.

-Bueno, haciendo cincuenta cosas a la vez y...

-¿Cincuenta cosas? Eso es simplemente imposible. Tienes doce pacientes en tu sala. En el improbable caso que tuvieras tres trabajos por paciente, no te darían cincuenta - y hace ese ruido con la garganta, un tic vocal.

-Sandip: -ya no me sorprende su ser concreto, solo sé que tengo que ser directa- tengo que leerme estos tres archivos enteros... - sigue de pie, mirando, ajeno a mi lenguaje corporal- ¿Te importa dejarme sola?

Por fin. Abro la primera carpeta de la mujer acusada de intento de infanticidio. Tendremos que hacer una evaluación detallada porque este caso va a juicio. Querrán saber si, después de lo que pasó, esta madre puede aún cuidar a su hijo o se lo han de quitar y darlo en acogida, tal vez adopción. Demasiada responsabilidad.

Por el nombre, veo que es una mujer oriental. Veintidós años, primípara, trabaja en el restaurante de comida para llevar de la familia de su marido. Toda su familia de origen está en China. Malas relaciones con sus suegros. Nace su hija tras un parto vaginal normal, 39 + 1 sin complicaciones. Apgar de 8, normal. No hay cianosis ni ictericia. Se le da de alta el mismo día. Esa noche la mujer no duerme en absoluto, y no solo por el bebé. A la mañana siguiente comienza a reportar ideas obsesivas al marido, con pensamientos recurrentes de hacer daño al bebé. Su marido tiene que ir al restaurante, no hay apoyo social. Altos niveles de ansiedad, vacío interior, culpa e ideas de no valer nada. Los pensamientos mórbidos se incrementan con la total falta de sueño. La familia extensa cree que no pone de su parte, que debe intentarlo más. Conflicto. Aparecen las ideas suicidas, de gran intensidad, que la familia ignora. Las ideas obsesivas se tornan en maneras de acabar con el bebé, asfixia o ahogo, asfixia o ahogo, no ve más allá. Luego irá ella, pero no puede pensar ni planear tan lejos, luego ella. Su marido vuelve a casa, se ha acabado la tinta de la impresora del restaurante, y allí se encuentra un cuadro dantesco, y al bebé cianótico. Pero aún había tiempo: en el hospital lo resucitan. Ahora solo falta que nosotros la salvemos a ella.

Sobrecogida, cierro las notas y las abrazo contra el pecho, como hacía con aquella carpeta clasificadora en las que copiábamos frases y poemas y letras de canciones de la adolescencia. Consulto uno de los libros, infanticidio: por ley, se define como producir la muerte de un niño menor de doce meses (neonaticidio, en el primer o segundo día) por su madre, bajo circunstancias que de otra manera serían asesinato. El "balance de la mente" (término legal) de la madre en ese momento se supone está alterado, se considera una forma de homicidio, y por ello es tratado de una manera indulgente. Un tercio de las mujeres que cometen infanticidio están psicóticas, han perdido todo contacto con la realidad, siguen instrucciones de alucinaciones auditivas o ideas delirantes. Algunas terminaron con sus hijos porque no eran deseados, por compasión (enfermedad grave, malformación) y un grupo menor por venganza (Síndrome de Medea). El infanticidio está asociado con intento de suicidio posterior en más de la mitad de los casos.

Suspiro, me levanto, le doy a la tetera, me quedan dos archivos por leer. Vuelvo: en la pila de libros que me he traído de la biblioteca se asoma "Medea". A menudo, cuando algo me sobrepasa en la vida, recurro a alguna forma del arte, a los que lo han contado antes: "Azul" de Kieślowski, hace años. Paradójicamente, porque la ciencia tranquiliza y el arte remueve. Esta vez le toca a Eurípides, una edición de hace décadas, que huele a polvo y papel viejo. Solo voy a echarle un vistazo rápido y vuelta al archivo dos. Cuando oigo la puerta de abajo – Sandip, que se va-, ya estoy en horizontal en el sofá: me he enganchado.


Medea representa el arquetipo de la “doncella que ayuda” de la mitología griega- otro ejemploes Electra. Medea ayuda a Jasón en su búsqueda del vellocino de oro, para que sea rey. Tiene algo de bruja -por algo es sobrina de Circe-, aunque esto no la protege de enamorarse como una bestia de Jasón. Esta manera de describir el amor de los griegos, me planteo, es de la que ha seguido tirando el amor romántico hasta hoy: Eros le clava una de sus flechas de punta dorada, y la pobre ya ha perdido el control. Locamente enamorada: quien lo probó, lo sabe- gracias Lope. Pero “el amor al que falta mesura no aporta a los humanos renombre o virtud”: qué curioso, esta frase está subrayada (¿por quién, hace cuánto, por qué?). Al llegar a Corinto, para trepar políticamente, Jasón traiciona a Medea y la abandona por la princesa Glauca. Pero menuda es Medea: se venga dándole a la novia un vestido de boda envenenado, que se convierte en llamas cuando se lo pone. Pero no se queda ahí la cosa: "El odio es una copa sin fondo: verteré y verteré”, y Medea mata a dos de sus tres hijos para castigar a Jasón. Y otro subrayado: “Más fuerte que el amor de un amante es su odio. En ambos incurables las heridas que deja”. Por fin se escapa a Atenas volando en el carro de oro de su abuelo Helios.

-¿Mariona?

- Qué susto me has dado! – tras gritito y salto. Es Morgana.

-Llevo diciendo buenas noches desde abajo -dice mientras se sienta en el sillón de enfrente- ¿no hay nadie? ¿Qué lees?

-No, solo he visto a Sandip, que se ha ido. Es “Medea”, tenía que leer un caso complejo de intento de infanticidio y estaba procrastinando…

- ¿De qué va esto? -y coge el libro como si estuviera contaminado.

-Es una tragedia griega, no la había leído hasta ahora… Pero en serio, has de leerla: tiene una sofisticación psicológica increíble. Fíjate qué cosas dicen otros personajes: -le quito el libro y busco- “De todas las criaturas que tienen mente y alma no hay especie más mísera que la de las mujeres”. Pero se nota que Eurípides siente compasión por Medea, mira qué frase dice ella: “Y dicen que vivimos en casa una existencia segura mientras ellos con la lanza combaten, más sin razón: preferiría estar en el frente de la batalla tres veces más que pasar por los sufrimientos del parto una sola”.

Me quedo mirando a Morgana, que creo no entiende mi estado de gracia. Decido en contra de contarle lo de los subrayados. Entonces dice:

-Sí, totalmente de acuerdo en lo del parto, y en que hay que tener compasión por estas mujeres. Pero historias de venganza como la que me cuentas no son frecuentes más que en el teatro griego… de hecho los hombres también lo hacen y…

-Desde luego, llevo un par de semanas en perinatal y entiendo perfectamente porqué la sociedad desde el principio de los tiempos ha sido benévola con las mujeres que matan a sus hijos. Incluso cuando no se tenía la información de la organicidad que tenemos ahora, algo intuían…

-Pues sí… en el juicio os preguntarán por el maldito libre albedrío, ¿podía ella haber hecho otra cosa?… al final, ¿qué es el libre albedrío? -y abre los brazos - Nosotros no podemos creer en esto ya más: estudiamos genes, neurotransmisores, hormonas, el cerebro, la evolución… y es claro que somos el resultado de la suerte o mala suerte que nos ha venido dada por la biología. Por ello, el sistema penal no tiene ningún sentido, y menos con estas mujeres. Piensa en el córtex frontal, la parte más evolucionada, que nos hace hacer “lo correcto”, incluso cuando esto es lo más difícil de hacer: gracias a él, retrasamos la gratificación, planeamos a largo plazo, controlamos los impulsos, regulamos las emociones… cuando tu lóbulo frontal está jodido, vas a tomar las decisiones más impulsivas y equivocadas. Yolanda te lo dirá: más del 25% de los sentenciados a pena de muerte en Estados Unidos tiene síndrome del lóbulo frontal, generalmente tras contusión cerebral en la zona. No es gente “mala”, no es gente “sin alma”… es una máquina a la que los frenos no le funcionan!

-Pero, ¿no piensas que nuestros colegas los psicólogos han conseguido mucho trabajando con premios y castigos? ¿En serio crees que es todo solo “suerte biológica”?

-Totalmente. Piensa en hace 400 años: si le preguntaran entonces a la persona más científica las razones por las que aquel desgraciado tenía lo que hoy sabemos es un ataque tónico-clónico, en el que ponía los ojos en blanco y sacaba espuma por la boca, diría que era por posesión diabólica. Nos costó 300 años poder llamar a esto epilepsia. Afortunadamente, solo nos costó 50 años, en el Siglo XX, desmontar que eran las malas madres frías las que causaban la esquizofrenia. Y 30 años, que la vagancia no es la causa por la que hay niños que no se centran en los estudios… cuando más aprendemos sobre la biología, más entenderemos los comportamientos…

-Claro, porque la gente lee de una madre que ha asfixiado a su bebé y piensan… a la hoguera con ella, pero somos nosotros los que hemos de hacerles entender que esto ha estado fuera de su control. Dentro de 100 años, nos mirarán alucinados pensando que en algunos lugares del mundo aún mandan a la gente a la silla eléctrica.

Nos quedamos mirando, en silencio. ¿Qué pensará ella? Yo, que este trabajo no es nada si no es compasión: del latín compassio que a su vez, del griego, συμπάθεια, “sufrir con”. No se lo digo, pero me sonríe y aprieta la mano, mientras se levanta para irse:

-Suerte, y te queda bien ese collar.

Le guiño el ojo mientras me lo enrollo en la mano izquierda. Por cierto, ¿dónde habré dejado el anillo?

15 marzo 2021

"La Casa de Dios" de Samuel Shem: Tómate el pulso antes de leer esto

 La primera vez que alguien me recomendó este libro fue en Nottingham cuando yo era aprendiza de bruja del más bajo nivel. Él era un escocés malhumorado -unos niveles por delante de mí, le faltaba muy poco para ser lo que considerábamos Dios, i.e. consultant-, que se volvió a Escocia tan pronto como pudo al acabar la residencia: "no aguanto otro mundial en Inglaterra", decía. Un día, para ilustrar no sé qué de la vida del residente, me preguntó si había leído "La Casa de Dios" ("The House of God"), y que si no, ya tardaba. Parece que es un rito de paso para todos los que empiezan en esto de la medicina en el mundo anglosajón- incluso lo venden  en las librerías médicas, y ha sido elevado al status de libro de culto. No volví a ver al escocés en muchos años, pero un día hará tres o cuatro me lo encontré en una conferencia: se le había cerrado aún más el acento, pero fue menos arisco -ahora ya estábamos al mismo nivel, ambos diosecillos de este Olimpo menor- y no me preguntó si por fin leí "La casa de Dios". Le tendría que haber dicho que no, aunque tal vez sin las razones: prejuicios sobre si era literatura. Es que la vida es demasiado corta para devastarla leyendo el primer año atroz en un hospital de un grupo de recién salidos de la facultad, sin más.  Total que, ¿por qué me pongo a leer este "Catch 22 con fonendoscopio" a mi provecta edad, 20 años después? Pues siguiendo el consejo de Elena Rius con el objetivo de ver, tal vez aprender otro ángulo de novelar sobre medicina. Porque, divagantes, siempre he despotricado contra los compañeros que veían "Anatomía de Gray" en la sala comunal en las guardias (los he visto)-aunque (sonrojo), reivindicando mi derecho a la incoherencia, recordemos aquel placer culpable que tuve con aquella serie del cirujano autista. Total que ahora,  tras muchos años, he terminado yo escribiendo sobre medicina- o algo parecido. 

En primer lugar, anotar que dudo que este libro tenga mucho predicamento entre los que no han estudiado medicina.  Yo misma he estado a punto de dejarlo un par de veces, así que un notario de Cuenca, ni te cuento.   Ha vendido más de 2 millones de ejemplares, pero como su publicación fue en 1978, supongo que será por el boca-a-boca-a-oreja-a-loquesea de generación tras generación de estudiantes anglosajones (en la península nadie lo había leído).


Si siempre se debe leer las novelas con el año de publicación de un libro en mente, con "La casa de Dios" esto es aún más vital, porque hay cosas que, de otra manera, te harían explotar la cabeza. El libro está descrito como una "sátira", pero es que hay cosas tan bestias que ni pensando en 1978 se digieren bien- "políticamente incorrecto" no comienza a describrir lo que el autor hace en esta novela: tanto que no se podría escribir hoy por racista, machista, "ageísta" (discriminatorio por edad) y algún -ista más. [Nota: este concepto de lo PC, que comenzó como risible, empieza hoy a ser definido por su contrario: ¿quién no ha leído en un perfil lo de "Fulanito, enemigo de lo políticamente correcto", para pasar enseguida a descubrir que es sinónimo de "Fulanito, soy un absoluto gilipuertas"?]. Para muestra: a los pacientes ancianos con demencia avanzada, los pobres en su planeta, los llaman los "gomers" (acrónimo de "Get Out of My Emergency Room", o algo así). Estas pobres personas -que podrían ser tu abuelo- son aquí tratadas como vegetales y completamente deshumanizadas (curioso para un libro que habla entre otras cosas de la deshumanización del entrenamiento de los médicos). Hasta han desarrollado una serie de reglas sobre ellos que informan la práctica ("los gomers no se mueren" o "los gomers se caen de la cama"), y la principal: "nunca intervengas con un gomer", es mejor dejarlos como están e intentar turf them a otro departamento (pasarles el vivo a, por ejemplo, trauma, tras caída de cama-recordemos los gomers se caen de la cama). Las descripciones detalladas de la no-vida que llevan estas personas son tan poco edificantes y dramáticas que durante la lectura, yo me preguntaba si esto era un panfleto pro-eutanasia. Desde luego si el lector no era pro-muerte digna antes, tras leerlo no hay duda. (Esto siempre me recuerda a Houellebecq en "El mapa y el territorio" describiendo la clínica de eutanasia en Suiza con gran fila y el burdel de al lado vacío: genial).

Sobre la "política de género", ni entremos: todos los médicos residentes o altos cargos son hombres, menos una, que es una amargada neurótica, adicta al trabajo. Un gran modelo para cualquier chica que se quisiera lanzar en este gremio, que a día de hoy ya tiene 75% de mujeres en las aulas. En 1978 no, lo que había eran enfermeras monísimas católicas con las que tener todo tipo de sexo en cualquier situación. La escena de la orgía fue uno de los momentos en que estuve a punto de abandonar: no me llaméis pusilánime, es que uno se disfrazaba de "gomer". Sinceramente: not funny

El protagonista -alter ego supongo del autor, aunque sé que no debería pensar esto- es judío y, de hecho, la Casa de Dios (es el nombre del hospital) fue contruído por judíos para formar a judíos, porque estos no tenían las mismas opotunidades que los WASP en los hospitales de WASP.  Tiene una novia psicóloga, que le introduce conceptos como "negación", "envidia del pene" y citas de Freud tipo "el onanismo como tema nunca se acaba"  durante sus conversaciones. Él mientras se va tirando a las enfermeras, porque el pobrecito está tan estresado, hay que entender. Está tan cerca de la muerte: eros-tánatos, ya lo decía el Tío Sigmund. 

Fats
Nada más llegar conoce al tipo que lleva ya ahí un año, -been there, done that, have the T-shirt- y se convertirá en su mentor, "el gordo" ("the Fatman", aka "Fats"). Como hace unos días vi de nuevo "El lobo de Wall Street" (otra película totalmente irreverente y enloquecida pero con la que me río mucho-cómo olvidar la escena con Mathew McConaughey en el restaurante), yo a este Fats lo veía como al amigo de Dicaprio, ese gordo histérico al que no he visto en más pelis y que me acabo de enterar se llama Jonah Hill. Fats es el creador de todas las normas del hospital y aunque va de duro, es uno de los pocos personajes positivos de la novela. 

Practicar la medicina en los EE.UU. debe ser una pesadilla. Yo he escrito ya demasiado sobre la importancia de la sanidad pública (hay hasta un distintivo en el divlog), así que se libran de arenga. En esta novela, mi punto se ilustra con ejemplos: a los pacientes privados se les hace un "lavado intestinal" que no está indicado ni sirve para nada, pero hey, es pasta.  A un paciente con cáncer terminal con respiraciones agónicas no se le puede dejar morir en paz, porque tiene una hemodiálisis por la que se recibe 8.000 dólares cada tres días y así todo. Obsceno. Las enfermedades raras o costosas no tienen lugar en la privada, no son rentables pero eso sí, tienes flores frescas en la mesilla. Y crees que tienes opciones. 

Al final de su año de residencia, nuestro héroe y sus amigos han de decir qué especialidad van a hacer y van haciendo balance de los pasados meses: esas noches de guardia en las que rezas por morir mientras duermes antes de que pite una vez más ese odioso bleep, esos días en los que han constatado que la medicina es muy guarra, que los gomers nunca mueren pero los jóvenes caen todos, que curar, no se cura nunca, que ni el sexo con las enfermeras y las trabajadoras sociales (a las que llaman "Sociale Cervix"-admito que me reí con este horror, viene de Social Services) logra paliar este vacío, entonces deciden ir a por una especialidad "NPC" (No Patient Care-no has de tocar al paciente). Fats les hace una lista con "pros y cons" de cada una de estas especialidades: Rayos (aka radiología=mucha pasta, pero hay gomers a los que meter enemas de bario), Gas (aka anestesia=pasta, pero aburrimiento general puntuado por momentos de pánico, más desprecio de los cirujanos), Path (aka anatomía patológica = ningún cuerpo vivo, pero oficinas en el sótano y desprecio de todas las especialidades), Derma (aka dermatología = mucha pasta, pero asquito de lesiones), Ojos (aka oftalmología =pasta astronómica, pero ese atlas sobre el que aún tengo Síndrome de Estrés Postraumático) y, por fin, Psiquiatría (no hay gomers! pero desprecio del resto de especialidades a menos que estén en terapia, múltiples acusaciones de comunista, gay etc). Y, ¿adivinais qué? Eligen psiquiatría. 


Samuel Shem, el autor, sorpresa, es psiquiatra: no es de extrañar porque a esta peña le gusta escuchar historias ajenas y contar, fabular historias propias. Muchas veces pienso que lo peor de la medicina acaba en psiquiatría precisamente siguiendo el proceso descrito en el libro: tras un año de residente donde te quieres morir en cada guardia, lo que de verdad quieres es dejar todo esto  atrás, como si fuera un mal sueño, pero llevas ya tanto invertido, que es dificil repensar qué hacer con tu vida. ¿Acabar de "fenicio", como decían mis amigos? -desde luego visten mucho mejor que nosotros, y antes al menos siempre traían regalos (ahora no, al menos en el UK, recordemos la capaña No free Lunch. La península, siempre en la vanguardia, me consta que todavía es el Lejano Oeste).

En fin, que es terrible para la profesión la imagen de que aquí termina el detritus de tu cohorte (aunque conociendo a muchos de mis colegas, una no puede autoengañarse mucho tiempo: un saludo a Mostacho Klimt , al pequeño saltamontes el griego y al little Padawan el egipcio).  Pero en serio,  hay un pequeño grupo vocacional que siempre sabía que quería terminar en esto (elige un órgano al que vas a entregar tu estudio el resto de tu vida: el hígado? el bazo? No hay posible competición: El Cerebro), o por lo menos lo vamos delineando a medida que pasan los años en la facultad. Cuando entras eres un baby que se va a Africa o Latinoamérica con MSF nada más que te den el título, pero luego te caes del caballo: nada de lo que estudias te apasiona y entras en crisis. Pero la gente te dice "no, estos son los años preclínicos, en cuarto todo mejora". Así que aguantas esos cursos aburriéndote infinito memorizando el conducto inguinal (que siempre cae), aprendiendo las fórmulas de todos los aminoácidos (creo que hay como unos 20), y no siendo capaz de comer más salami porque huele igual que la sala de disección. Pero hay una pequeña luz, de todas las asignaturas de las preclínicas, disfrutas en las clases de Psicología Médica, en las que el profe cuenta historias como la de un paciente que se creía vampiro y vivía en una pensión "de tan baja estofa" (sic) que le dejaron entrar un ataúd, en el que dormía. Recuerdo esa historia porque, bueno, es bastante inolvidable (con los años llegaría a ver una parecida, pero este se quedó en pintar la habitación de negro y ser gótico) pero también porque debí pensar "igual prefiero dedicar mi vida a entender esto que el ciclo de Krebbs". Cuando llegas a los cacareados cursos clínicos, que van a salvar tu crisis existencial, sigues descartando y ya confirmas que ninguna quirúrgica podrá ser lo tuyo, tras varias incursiones en quirófano donde directamente te caes redonda y te tienen que sacar en brazos un par de camilleros que jesús-josé-y-maría, igual era psicosomático. A ver, que ahora nos reímos (la comedia es tragedia más tiempo), pero a mí en aquellos momentos no me hacía niguna gracia y "luchaba" exponiéndome a todas estas cosas para las que parece no fui llamada. Soy demasiado impresionable.  Así que podría decir que acabé en la profesión del autor de esta novela porque era lo mío (que lo era), pero también porque los camilleros están para llevar camillas con pacientes, no personal. Shem y colegas terminaron aquí huyendo de la medicina interna. Pero al final: ¿quién no huye de algo?

Parece que el autor luego publicó otra novela similar sobre un hospital psiquiátrico, y otra más reciente, donde parece que sigue jugando a "los médicos y las enfermeras", 40 años después- ¿en qué planeta ha vivido este hombre? No leeré ninguna de las dos, y como he dicho, aunque no me arrepiento de haber leído esta, no me atrevo a recomendarla. Yo he aprendido que la literatura médica es algo kin' dificil de escribir de una manera humana pero con cierto humor y cierta mirada, sin caer en solemnidades o creernos superwoman, muy ocasionalmente me he encontrado frases llenas de ingenio y casi formalmente literarias y, sobre todo, me he reído culpablemente en algunos momentos; sobre todo -y con esto termino- con la mejor regla de Fats, que podemos extrapolar a cualquier hospital, y en general a la vida:

"El primer procedimiento en una parada cardíaca es tomar tu propio pulso".  


10 marzo 2021

Serial 26. Pensamientos y deseos impuros. Sublimación freudiana. El efecto Dunning-Kruger. Glam rock.

Miércoles por la tarde: mientras espero a que me abra la puerta Marla, me enrosco el pelo y lo atravieso con un lápiz. Es mi primera sesión de "presentación de casos" con una compañera porque, aunque aún faltan unos meses para el primer examen, nunca es pronto para empezar.  Señor: mi discurso mental ya suena a Cook, pero en conclusión: hay que tirar de colegas para el oral - para el escrito basta con hacer aquello para lo que se nos entrena en la Facultad de Medicina: memorizar, puro individualismo. Siempre envidié a mis amigos que se fueron por ciencias - en físicas o mates no había otra que estudiar en grupo: para resolver problemas,  pura simbiosis.  Pero en esta parte de presentación de casos no hay otra que entrenar. El día del examen te meten una hora con un paciente -que puede elegir mutismo, incontinencia verbal o fastidiarte con su acento cerrado-, y cuando crees que la cosa no puede ir peor: el panel de examinadores, en mi representación mental, tres señores en blanco y negro, con gafas a lo JFK, escrutándome, acribillándome. Venga, cuánto drama, Mariona, no puede ser así. 

Marla ya ha pasado este examen,  se está preparando para el segundo. No la conozco mucho, parece maja. El cuarto comunal de su Casa,  Stirling, tiene menos carácter que el nuestro, más bien parece una suerte de almacén, con bolsas de deporte gigantes, palos de hockey y demás parafernalia. En la Casa Roja, todos son máquinas del deporte. ¿Nacen o se hacen? ¿Presión de grupo?  ¿El color rojo? Marla hace remo. Hasta un día que coincidimos en la cantina no sabía que se podía remar aquí al lado, en el río Esk, o incluso bajar a Whitby, que tiene hasta regatas en verano. Nunca he remado, aparte de en vacaciones. Pues ven conmigo un día a entrenar, hay unas máquinas en el gimnasio. Se veía venir. Lo pensaré, miento. 

Nos sentamos cada una a un lado de una mesa enorme -aún así hay que despejar una zona llena de sobres, revistas, el frutero-, ella es el "panel". Estamos solas, espero que no aparezca nadie. Me he preparado un par de pacientes de Kraepelin, la planta de psicóticos de Cook, porque las de perinatal, demasiado especializado, no caerán en el primer examen. Carraspeo, bebo un poco de agua, miro el reloj (tengo 5 minutos) y comienzo:

"Quiero presentar a AR,  hombre caucásico de 40 años, que fue detenido por la policía usando la Sección 136 de la Ley de Salud Mental  tras encontrárselo causando desorden público en la plaza del pueblo. En examen del estado mental, el paciente estaba muy agitado, con discurso rápido, en el que quedaba claro el desorden del pensamiento formal. Presentaba con diversos síntomas de primer orden de la esquizofrenia de Schneider: alucinaciones auditivas de voces en forma de diálogo, y que comentaban sus actos de un modo derogatorio. AR describe también vivencias de influencia corporal;  robo del pensamiento;  difusión del pensamiento; ideas delirantes de referencia y..."

Marla me mira atentamente, a ratos toma notas. Asiente. En el examen el panel sabrá el diagnóstico de antemano, pero Marla lo desconoce. Cuando termino, unas cuantas preguntas sobre posible diagnóstico diferencial. Aquí es donde tengo más confianza: llevo meses aprendiendo a categorizar a los síntomas de la gente, a meterlos en compartimentos, a encajar piezas de una jenga cerebral, y me gusta. Tiene algo de trabajo de detective, pero infinitamente más complejo: la palabra multifactorial no empieza a explicar lo que es esto. Luego viene lo más interesante: la formulación, las razones por las que ese paciente y no otro presenta así, y por qué en ese momento, y qué mantiene el status quo, y qué le protege de mayor severidad, o qué lo hace tan salvaje.  Y, al final, qué hacer para cambiarlo, de momento para paliarlo, porque hasta que no entendamos cómo la fisiología se hace patología, desviándose de los caminos de la cordura, no conseguiremos curar, la palabra tan soñada por la medicina. Pero en este caldero que llamamos mente se mezcla la naturaleza y la crianza, lo biológico y lo social, los genes y lo vivido.

En estas estoy cuando Marla está a mitad de feedback: positivo, aséptico,  siendo amable. Yo es que prefiero que se implacable, ya habrá tiempo para los laureles. Esta es mi primera presentación de verdad; hasta ahora, solo lo he hecho con Cook, que usa esas sesiones para hablar de lo humano y lo divino-si esto existiera, y si de rebote aprendo algo de lo examinable, vale, pero no es su objetivo. A ratos creo que a Cook se la suda que yo progrese: más bien quiere él aprender de mí, viajar vicariamente, con mi  acento o lo que sea al verano del 65, cuando tuvo un rollo  en Fuengirola, enterarse de lo que lee la gente joven, esas cosas. Uno de esos tíos que están tan solos que la supervisión es su punto álgido social de la semana. Pero Marla, tú, porfa, sé crítica, en qué puedo mejorar, muérdeme. Pero no es posible: es demasiado amable, y ya sé que me tengo que buscar otra pareja si quiero caña. 

En ese momento se oye la puerta y entra Mark, al que se le ha ido ya casi todo el moreno de esquiar en Colorado, pero da igual. Estiro del lápiz y se deshace mi moño. Me pregunto si Mark sería más sincero si le presentase casos. Pone sus manos llenas de venas encima de la mesa. Lleva una cuerdita naranja en la muñeca, de esas que te ponen en Tailandia o así. No sé qué dice esto de mí,  pero lo siguiente es una imagen de la escena de la mesa de la cocina de "El cartero siempre llama dos veces". 

-Ah, qué buena idea, cuándo vas?-me pregunta. Intento volver a la realidad: Marla le ha debido estar hablado del estúpido remo. Ah, porque Mark también rema (quién lo hubiera dicho, esos brazos), y me cuenta del equipo de remo masculino de Banderley -del que es, por si había alguna duda, el capitán-, y que estaría muy bien formar uno de chicas.


Yo sigo sin centrarme en este aburrido culto-al-cuerpo que a ellos les pone. Pienso en cuerpos, sí, de otra manera: mejor que no lo sepan. ¿Cuánto tiempo desde la última vez que besaste a alguien? ¿Cuánto tiempo llevo en Banderley? En resumen: ¿Cuántos meses en negación? Pero como diría el tío Sigmund, usando sus metáforas de la Revolución Industrial, esto ha de salir como el vapor de The Rocket de Stephenson. Mientras Mark me está vendiendo otras máquinas, las de remo del gimnasio, asiento: si el pobre supiera que estamos ya los dos enharinados en la mesa, en mi cabeza. Cómo decirle que no he estado en un gimnasio en mi vida, y que toda su obsesión con el estar en forma me parece una pérdida de tiempo. Salgo como puedo: yo también sé ser amable, quitarme a la gente de encima: 

-Voy casi todos los días que no tengo guardia a nadar - les digo, y observo la ilusión de ambos. Casi van a dar palmaditas. -Está guay, toda la piscina para mí.

-¿A qué hora vas? -pregunta Marla, y temo que se apunte y luego de paso me arrastre al gimnasio. 

-A última hora: justo antes de ir a dormir- puede sonar a truco, pero es cierto.

-Yo creo que Will va antes del trabajo -dice Mark mientras se vuelve y explora la nevera. 

-Yo no podría, porque salgo como en una nube, medio dormida...- los dos se ríen. Pensarán "esta loca cantante mexicana".

Mark coge un par de plátanos del frutero y se disculpa, se va a entrenar: ese cuerpo es alto mantenimiento. Me pregunto cómo será salir con un chico que no te cansas de mirar, como a una estatua griega, pero con el que no compartes nada: ni la visión del mundo, que está en tus antípodas políticas, y que mientras tú lees él se mira los resultados de los partidos. ¿Puede lo físico sostener ese edificio? ¿Por cuánto tiempo? Tal vez sea una pregunta académica porque para la mayor parte de los tíos la respuesta es sí, lo que sea. Flashback de Germán en una cena de clase: salía conmigo "porque estaba buena... y bien, luego vino lo demás" (lo demás, ¿qué sería?). Si hubiera sido gorda (la última osadía para una chica), nunca habría conocido mi "demás". ¿Fue aquello el principio del fin? Pero, ¿no le jalearon todos? ¿A cuántos más he conocido así? 

Si Marla fuera una de mis amigas de siempre le diría todo esto y más y, muertas de risa, que en mi desesperación iba a aplicar el método científico: testar cuánto tiempo lo puramente físico sostiene el edificio con Mark. Pero todo esto está prohibido en Banderley - tal vez todos estos del fitness están así haciendo aquello que el tío Sigmund llamaba "sublimación" (del sexo, por supuesto, todo es sexo en Freud: canalizar ideas e impulsos inaceptables en aceptables). Castigar al cuerpo en lugar de follar. Pero lo que hacemos es seguir hablando del examen un rato más (cómo se llamará esta defensa? displacement?). Más lugares comunes: hay que estudiar mucho, cada noche, meter horas. Hay gente aquí que pone toallas bajo la puerta para que no se vea la luz y pretender que no revisan, pero no te fíes (estamos de vuelta en secundaria? La sensación de internado es abrumadora). Mientras pone la tetera, me habla de la leyenda de Robert The Bruce, aquel rey escocés -Marla es de Aberdeen- que fue derrotado por los ingleses. Perseguido, se fue al exilio y vivió en una cueva. Allí su única compañera era una araña, a la que veía todos lo días intentando comenzar una tela, sin éxito. Lo volvía a intentar, y se caía, hasta que un día, logró, a partir de un hilo, completar su red. El rey interpretó que si la araña no se vencía, él tampoco lo haría y eso le inspiró a volver a luchar contra los ingleses, a los que venció en la batalla de Bannockburn, que ocurrió en 1314. Quinientos años después, la leyenda fue publicada por Sir Walter Scott, en "Cuentos de un abuelo". Me siento como si me estuviera leyendo una historia de buenas  noches.

-Pero volviendo a la presentación -continúa, como cerrando el libro de cuentos-  además del contenido, que es bueno, tienes mucho punch presentando los casos. No tendrás ningún problema en el examen oral. Sinceramente, lo haces con tanta pasión, que parece que el paciente es un miembro de tu familia. He visto presentar a mucha gente, y casi siempre son monónotonos, parece que están leyendo. Tú mantienes contacto visual, modulas la voz, me has mantenido colgada de la historia,  he querido saber más, Mariona: eres una cuenta-cuentos!!!... no sé, ¿has sido actriz?

-No, no profesional - me entra la risa, cualquier cosa es pasión para esta gente-  Pero sí que me gusta el teatro y estuve en grupos... claro que igual es que también los del sur somos más expresivos.... -me escucho usando esta convención, que la odio. Anda que no hay españoles aburridos. 

-¿Por qué no montas un grupo de teatro aquí? Yo no me uniría, lo mío es el deporte, pero puedo pensar en unos cuantos personajes dramáticos en Banderley -y abre mucho los ojos, riéndose.

-No, no tengo conocimientos para montar un grupo, en serio... - me empiezo a caer mal. generalmente soy yo la que propongo al mundo que hagan cosas, y aquí la pobre intenta dar ideas y yo soy un rollo de tía. 

-El que seas consciente de tus limitaciones te hace muy diferente de ciertos personajes de aquí también, que creen que son la pera. Hay algunos compas brillantes en Banderley, pero  hay otros que son tan tontos que no les da para darte cuenta... ¿has oído hablar del efecto Dunning-Kruger?

No había oído. 

-Bueno, no creo que caiga en el examen, es más cosa de psicólogos, pero básicamente es un sesgo cognitivo muy divertido visto desde fuera-no tanto si lo padeces: los incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que los competentes tienden a subestimarse en relación con la de otros. Vamos que hace falta un mínimo de Coeficiente Intelectual para darte cuenta que no das de ti para algo. Los idiotas no pueden evaluarse objectivamente porque tienen disminuida la capacidad metacognitiva para el autoconocimiento, con lo que tienen dificultades para evaluar objetivamente su habilidad o ineptitud.

Si una lo piensa,  siempre se puede tirar de agenda y ver cuánta gente conoce aquejada de este sesgo. Pienso en el síndrome del impostor (o más bien, de la impostora, pasa mucho más en mujeres) que implica ser una de esas competentes, demasiado conocedora de tus carencias.  Este síndrome es generalizado dentro de los que trabajamos en salud mental. Algunos piensan que lo peor de medicina termina en psiquiatría y tal vez tengan razón. Claro que estamos un subgrupo que siempre supimos que queríamos hacer esto.

-No lo conocía por el nombre, pero claro que todos nos hemos topado con esa gente-una pausa de un segundo, en la que decido si abrir mi corazón a esta chica- ahora, por terminar con lo del teatro, no es que esté cerrada a todo lo que me estás proponiendo Marla, pero es que ... me parece imposible organizar nada en Banderley. 

-Pero ¿qué dices? Hay un montón de clubs y actividades...

-Ya. Mira, lo que de verdad me gusta es la literatura y escribir y...

-Pues estás en el lugar adecuado... -interrumpe- tienes a Isabel , a Will... 
 
-Al poco de llegar intenté organizar un grupo de escritura y  alguien lo intentó bloquear... Me quitaron lo carteles e Isabel actuó muy rara...  no entiendo el porqué. Todo es misterioso y extraño aquí...  -y como la veo tocarse el pelo, nerviosa, creo que no voy a llegar a ningún sitio tampoco con ella- Bueno, es tarde, gracias por todo, me voy a nadar.


Meterme en el agua es el mejor momento del día. Salir es lo malo y da mucha pereza, la toalla, baldosas, frío, y con el pelo mojado volver a la Casa. Pero llegar a la piscina, ducharme y tirarme al agua es maravilloso.  Sobre todo porque esto último está prohibido, a juzgar por la imagen oxidada en la pared, pero nunca hay nadie: toda la piscina para mí. Tal es la sensación dominio territorial, "este sitio es mío y hago lo que quiera", que enseguida me empecé a llevar el radiocassette de la sala comunal. Predomina la clásica o canciones enérgicas, pero lo que elijo cambia completamente la experiencia en el agua . Hoy por ejemplo, tengo de fondo a T-Rex. 

Tras media hora, cuando estoy a punto de salir suena el "Get it on" así que tengo que hacer un par de últimos largos: hay que aprovechar la furia que me impulsa con ciertas canciones. Por fin cuando salgo, "Children of the Revolution". STOP, clack, y ahora solo se oye el ruido de las calderas y un continuo goteo. Y seguidamente, un portazo metálico: quién entra aquí a estas horas? Por un momento tengo miedo, pero ¿quién sino Marla iba a estar en al puerta?

-Hola, me ha parecido escuchar a T-Rex?

-Sí, me da fuerzas para nadar...-Marla viene del gimnasio parece. 

-Qué gran época la del Glam rock, nos la perdimos por muy poco... aunque yo he tenido amigos que llevaban eyeliner y las uñas pintadas. Dicen que precisamente la aparición de Mark Bolan-y señala al radiocassette, como si él y todo T-Rex estuviera allí dentro- en "Top of the Pops" vestido con lentejuelas y brillantina inició el movimiento. Pero... bueno, no he venido a hablar de Glam Rock. Me he quedado pensando lo que has dicho... parece como que no estás a gusto en Bandeley?

-Oh no, Marla, tú también, no  -me envuelvo el pelo en la toalla pequeña- ¿Por qué es todo aquí tan dificil? De qué me intentáis proteger? Morgana y Yolanda lo mismo... Estoy bien aquí pero de alguna manera no soy uno de los vuestros. Estoy con vosotros, pero yo creo que no se terminan algunas frases cuando estoy ahí...

Marla me mira como si fuera una paciente, emparanoiada perdida. Sigo: 

-Sí, sé lo que piensas, sé que vas a decir que estoy estresada pero, Marla, me he ido enterando de cosas... e incluso he estado en los túneles. 

-Qué túneles?

-No conoces los túneles?  Yo tampoco, hasta Navidad, porque aunque estuve en ellos con Will para Halloween, me lo negó. Hay un entramado de túneles debajo de Banderley, que comunican tal vez todos los edificios. No sé si se construyeron en la Segunda Guerra Mundial, o si se refugiaban allí...

Marla se queda pálida, despega los labios, no dice nada. 

-Y no estoy parana, pero todo el mundo me dijo que yo esa noche tenía fiebre. Quise olvidarme pero en  Nochebuena, alucina: alguien me dejó como regalo un mapa bien claro. Logré meterme en Serotonina y encontré-con una chica de Whitby que pasaba por allí, esa es otra historia- un túnel que parte de debajo de la barra y que conduce a otros que no exploramos, pero vimos algunas puertas cerradas y una, con candado, que estaba abierta.  Y nada, solo una mesa grande con muchas sillas y poco más... parecía un lugar de reunión.

En ese momento me doy cuenta de lo enloquecido que suena todo. Marla sigue mirándome  no sé si como a  una paciente o como si estuviera presentando uno de esos casos que parecen de mi familia. En ese momento, casi nos abrazamos de un salto porque el portazo metálico suena otra vez: alguien se va. Alguien que había estado escuchando esa conversación, se iba. 

08 marzo 2021

Iré donde quieran mis botas: Nevenka, la mala educación, "Las niñas"

 Desde que existe este blog vengo escribiendo algo para las divagantas el 8 de Marzo: desde el "Londinium Sufragista" del primer año (maremía Mini era una baby!), pasando por extractos de Virginia Woolf, dibujos de Mini, historias desagradables que me han ocurrido, hasta la doctora Elizabeth Blackwell. Sinceramente, querría dejar de escribir ya de este tema, porque eso significaría que esta pesadilla ha terminado. Pero cada año siguen habiendo razones (por no hablar de que ahora incluso los que tienen un discurso anti-mujeres cuentan con representación parlamentaria). 


Estos días un par o tres de cosas me han hecho pensar que no se puede bajar la guardia: algunas ocurrieron hace mucho tiempo, otras están pasando en presente continuo (escribo con el corazón encogido mientras veo a gente con chalecos naranjas buscando en los lagos del parque de enfrente a una chica de 33 que desapareció el miércoles a las 9 de la noche mientras caminaba hacia su casa. Tengo mucho miedo). Pero hace mucho tiempo, 20 años ocurrió "el caso Nevenka", una historia que yo no conocía bien porque ya vivía en UK entonces. Una concejala (en el docu la llaman todo el rato "concejal": ya hasta los piii de las "médicos", las "abogados", las "arquitectos"-de esto hemos divagado mucho, ya lo dejo) de un ayuntamiento de pueblo grande, Ponferrada, fue la pionera del #MeToo en España, cuando todo esto aún no existía como movimiento. El caso es de libro: ella comienza una relación con un tío 23 años mayor que ella (verlos juntos da verdadero asco, tick), que es el todopoderoso alcalde (relación de poder, tick) y enseguida se da cuenta que no, pero el tipo no lo acepta (siempre me salgo con la mía-tick) y comienza una campaña de acoso que daña la reputación y la salud mental de la víctima (tick, tick) y que es verdaderamente asfixiante de contemplar. El claramente es un "charming psychopath", un alfa carismático vende-humo que, cuando se le lleva la contraria, su falta de capacidad para ponerse en la piel de otro, para el remordimiento y la culpa, su inexistente empatía y su afecto superficial toman el centro del escenario. Es sinceramente un documental muy dificil de ver (la escena del fiscal es antológica), pero sobre todo me pareció devastador ver la reacción del pueblo, mujeres gritando "a mí no se me acosa si yo no quiero", manifestándose en contra de ese pajarito asustado, traumatizado y depresivo que es Nevenka Fernández. Que, por cierto, el caso sigue llevando su nombre, cuando se debería llamar "el caso de Ismael Alvarez". Él, que fue condenado, sigue viviendo en Ponferrada, mientras que ella se tuvo que venir a UK, donde aún vive. 

La imagen de esas personas gritando como energúmenos en la calle culpando a una mujer por los desmanes de un hombre me llevan a un artículo que leí ayer de The Guardian titulado "Los hombres son como perros: lo que aprendí de los ataques sexuales en mi colegio católico". La autora se ha inspirado en una petición por "más educación sobre el consentimiento sexual" en colegios privados  de Sydney que se hizo viral. La iniciadora -seguida por más de 500 testimonios- contaba cómo las niñas había sido abusadas por chicos de colegios masculinos y la autora del artículo que enlazo, alumna de un colegio de esta secta ultra-católica [dentro de lo que yo llamo "la mayor organización de pedófilos mundial" (perpleja de que aún nadie pueda seguir dejando a los hijos en sus manos)] cuenta de dónde viene todo eso: en su colegio se les daba el mensaje de que eran ellas las que debían "domar" a esos perros salvajes que son los hombres, y que si algo pasaba, era culpa de las chicas, claro: no había sido lo suficientemente fuertes (entra flashback de esa mujer de Ponferrada gritando "yo si no quiero que me acosen, no me acosan"). Les contaban la historia de la santita María Goretti que pidió a su violador que la matara antes que "perder la honra": ese era el ideal. 

Yo no recuerdo la historia de María Goretti en mi colegio, aunque sí la de Santo Dominguito de Val que nos contó Madre Petra Azpeitia en, atención, Primero de EGB (¿6 años?), ya lo conté aquí hace mucho: "Pisa este crucifijo". Recuerdo bastantes otras cosas, y algunas de ellas las ha contado Pilar Palomero en "Las niñas". [Nota, pequeño name-dropping que sé os gusta. Fashion, siempre en el cresta de la ola de las artes vetústicas fue a clase y a "Green" (la discoteca infantil de esa época-en la mía eran "Oh de bailar" o "Pachá") con Palomero y cuando vio la película nos pasamos aún más tiempo del normal en el teléfono. "Diiii, es que es todo igual.... Sagrariete obligando a algunas a hacer play-back en el coro, la niña tal tiene que estar basada en aquella cual, todo-todo-todo". Parece que Palomero se inspiró en una redacción escolar que les hicieron escribir sobre la importancia de la virginidad para el matrimonio o similar. Recordemos que Fashion y Palomera son gente que tienen 9 años menos que yo (son los 90); todo esto sería aún aumentado para mis compas y para mí, en el ojo del huracán de la España nacional-católica en los 80 (ahora lo entendéis todo). 

Yo no he visto aún la peli, claro, solo algún trozo en internet, que me han tocado un montón: el uniforme lo ha cambiado (nosotras íbamos de azul), la "sesualidad" (siempre me da lagarto-lagarto la gente que no pronuncia aquí la x, suelen ser monjas, curas y reprimid@s en general), el "soy capitán de un barco inglés", las eternas horas del "descanso" (rayuela es mucho mas bonito, lo aprendí después), las camas elásticas del Parque Pignatelli al lado del cole, las bolsas de g.E., los edificios de Marbel, siempre ahí al fondo. Pero además, como hablábamos el otro día del poder emotivo de la música, su banda sonora, llena de grupos de Vetusta de la época: canciones de Niños del Brasil, Héroes del Silencio y mi favorita, una de esas que logra que la emoción sea física al escucharla: "Apuesta por el rock & roll", escrita por Mauricio Aznar y Gabriel Sopeña (quién le hubiera tenido de profe en la infame unizar). Con sus dos primeros versos termino:

Ya no puedo darte el corazón
iré donde quieran mis botas

Amigas, otro 8 de Marzo más: vayamos a donde quieran nuestras botas.