Sábado, 16.07.16 Kathisma. Exanthia y Kalamitsi. Megali Petra y Avali. Milos.
El jetlag este europeo se hace notar, porque nos despertamos a las 10 am (es un error pensar, ah, menos mal, son las 8 en el UK, pero se piensa). Desayunamos en la terracita planeando el día: decidimos ir a Kathisma, la playa que está un poco al sur de Agios Nikitas, e ir improvisando.
Di: cree que la policía es tonta
Recordemos: habíamos dejado al Micra en una hilera de coches en una carretera, en Croydon. Caminamos en su búsqueda lo que parece una eternidad y al final, allí lo tenemos, solitario, en medio de una carretera. Claro: todos los domingueros del día anterior se habían ido, y a nosotros no se nos ocurrió, con nuestro jetlag o despiste vital, ir a ver qué pasaba con el Micra. Y lo pasó es que un conductor a medianoche, decidió que estaba en una curva y llamó a la poli de tráfico. Conclusión: multa de 80 euros. No doy crédito y me cabreo mucho: dónde pone aquí que no se puede aparcar? No hay línea, no hay señal. Bien, hago una fotos para demostrárselo a la poli, y nos encaminamos a Kathisma.
Alguien ha puesto un filtro gigante en el horizonte?
Es Kathisma una típica playa jónica: hay que subir una montaña y luego bajarla por su otra vertiente, para accederla (en este caso, no como Mylos, en coche). Este es uno de los puntos fuertes de estas playas, para los que nos gusta ver las cosas desde arriba . Bueno, eso y... el Azul. Cuando la vemos se nos salen literalmente los ojos de las órbitas. El añil en el fondo -como si el mar se hubiera pintado la raya del ojo, para destacarse del cielo-, da lugar a un azul marino con pespuntes de olas blancas como la que dibujan los niños, para pasar a una nueva fase de un Azul como el de los ojos a los que cantaba de Machado, y luego otro más claro, y otro casi blanco. Sé que esto se produce por la cacareada roca caliza sobre la que está esta zona de Grecia (y que se extiende hasta Turquía), pero aún así, este Azul es más exagerado que en ningún otro sitio. Simplemente, hipnotiza, y podrías mirarlo sin cansarte durante horas...
Al bajar a la playa, que es inmensa, hay mucha gente con sus hamacas y sombrillas de alquiler, en perfectas líneas. Las piedras son redondas y blancas. Hay una especie de club (piscina con bar y música) llamado “Copla”. Las olas son tremendas. Donde rompe la ola, las piedras se han convertido en arena gorda, y caminamos por allí hacia unas rocas y dunas que hay en el final de la playa, donde no hay gente. Estamos tan extasiados con el color que casi ni me planteo que esta no es mi playa griega tipo (una cala cerrada con agua transparente, sin olas). Esto es mar abierto, y con esas olas desde luego que no se puede nadar, la bandera roja no necesita explicaciones. Hacemos fotos y más fotos, impresionantes.
La matriarca me enternece
Volvemos a Panos Panetis para algo, y allí le contamos a Panolis lo de nuestra multa. Es el Senior Lobo que soluciona problemas, así que le pedimos si puede llamar a la poli y contarles nuestra vida: que no somos locales y que no había señales. Panos Panolis lo intenta, pero no consigue. Aconseja que vayamos a Lefkas Town al día siguiente (“es domingo”, “oh sí, pero es temporada alta, todo está abierto”) y nos presentemos en la poli. Durante estaos intercambios, por ahí siempre por el fondo hay una típica Yayá griega, una señora que aparenta como 80 años, toda vestida de negro y con un moño blanco, siempre sonriente y siempre liada con cubos y fregonas. Es la Mamma del clan Panos Panetis, y un personaje clave en la fauna de esta pensión.
Por las montanias como cabras griegas: Exanthia y Kalamitsi
Cogemos el coche (que esa vez hemos logrado aparcar ahí delante) y tiramos hacia los pueblos de la montaña. El primero es Exanthia (al que acabo llamando Exantema), que parece un pueblo fantasma porque son las horas del calor. Hay una panadería, pero está cerrada. Vemos el restaurante que nos ha recomendado Panolis para el atardecer, con unas vistas impresionantes sobre ese mar inexplicable. Vemos una taverna con tres parroquianos lo siguiente de auténtica (tristemente, no les iba a hacer una foto en su cara). Y en general, disfrutamos vicariamente de lo que debe ser vivir allí, con esas vistas. Cuando veo a las personas mayores por la calle, caminando por la carretera con sus bastones, me pregunto si ellos, que han nacido aquí, pensarán que todo el mar es así. Podrán concebir que hay mares de azules aburridos, incluso algunos mares grises?
En el siguiente pueblo, Kalamitsi, sí que encontramos la panadería abierta y compramos el clásico snack de mediodía griego (por lo menos, nuestro clásico): empanadas de espinacas, de calabacín, de feta. Este combo nos saca de apuros más de una vez en la playa, suelen estar ricas (aunque varían, claro, depende del horno) y de algunas la corteza es espectacular. Eso sí, los griegos no saben hacer pan: lo constatamos en todos los restaurantes donde las rebanadas son duras y gominolas a la vez.
Las tres playas
De Kalamitsi va una carretera en zigzag a tres playas: Avali, Kavalikefta y Megali Petra. Bajamos a esta última cuyo nombre esta más que justificado: es muy pequeña, apenas una calita, dividida por dos rocas gigantes, megali petra! El mar sigue estando como ayer, loco. Así que la diversión consiste en dejarse vapulear por las olas, nadar no es una opción con esas olazas entre las rocazas. Mini se lo pasa en grande. Terminamos tomando algo en el chiringuito que hay subiendo de la playa.
Deshacemos las cremallera del zigzag, vuelta arriba y vuelta abajo hasta Avali. Esta sí que es inmensa, y hay que andar un rato entre malezas para llegar. No hay casi nadie. La arena es gorda. Las olas, siguen gigantes, así que jugamos en la orilla. Un fenómeno curioso: son tan enromes que al romper en la playa, te das la vuelta y hay una ducha de bien alto, algo así como la Gran Ola de Kaganawa. Viene una particularmente salvaje que me tira al suelo y me hago una rozadura en el tobillo que aún me dura. Antes de Avali hay una especie de chill-out hippie. Está hecho de maderas y tules colgantes, tiene mesas hacia el atardecer donde el sol se pone en el mar, tiene hamacas colgadas y un amago a una de esas camas con tules colgantes que debe haber en los hotels chic, frente al mar. Hoy no podemos quedarnos, pero prometemos venir a cenar otro día.
Playa de Milos. Mi historia con las olas.
Porque queremos ir a ver anochecer a la Playa de Milos, de vuelta en Agios Nikitas, aquella que hay que subir a pie una montaña -y obviamente luego bajarla. Al llegar, una nueva playa de impression, con olas y puesta de sol. Cuando superamos la subida y comenzamos a bajar, vemos que alguien ha hecho un par de hogueras-siempre he querido hacer una hoguera en una playa desierta. El Peda y Mini se banian, yo no. Esas olas inmensas con las que simplemente luchas con sus rulos en la orilla no me gustan, tal vez me traigan flashbacks de una vez, cuando tenía unos 11 años, en que no pude controlar esas olas y cuando quise salir del agua, el mar, cada vez más enfurecido, se me llevaba se me llevaba, hasta que me escupió por varias veces sobre unas rocas terribles, y el rasgunio de este anio en el tobillo es nada en comparación con como acabaron mis piernas aquel verano. Pero esa es otra historia.
Se pone el sol con esos dos en el agua y ya es de noche y tenemos que escalar la montaña y bajarla hasta Agios Nikitas. Acabamos en otro restaurante tradicional en una especie de terraza-pasillo sobre los tejados del pueblo. Hace fresco. Es tardísimo: ya parecemos griegos, que van a cenar “a partir de las 22:00, y bien puede ser la medianoche”.
Camorra a la medianoche
Llegamos a las mil, y cuando nos estábamos metiendo en la cama, llegan aquellos de arriba y comienzan a mover muebles. En serio? Otra vez? Pero hoy ni corta ni perezosa, me echo un chal a los hombros y subo. LLamo a su puerta y sale un hombre, con dos niños de unos 10-12 años. Les sugiero que dejen de mover muebles a la medianoche, que la anterior me despertó y esta lo hubiera hecho de nuevo si no es porque. El hombre me mira con una mezcla de alucinación y cabreo. Veo que no me entiende. Llama a su mujer, Deben ser de algún país del este, principal fuente de turismo lefkasidiana. Repito, esta vez con gestos: hago como que muevo, me senialo las orejas, junto mis manitas bajo mi cabeza inclinada, intentamos dormer, plastas. Y me voy.
*Nota: taberna en griego es taverna, y así lo escribiré en el resto de la serie.
Para obtener el carnet internacional de playero divagante es imprescindible narrar un día de viento en la orilla.
ResponderEliminarLas partículas de arena que ametrallan los muslos, la lucha entre el oleaje y el vendaval por controlar las crestas de las olas, las turbulencias circulares que forman molinillos de viento, y sobre todo el efecto del viento en la visión del horizonte transformando los colores lentos en colores rápidos.
No vale decir que no hubo ni un día de viento.
Siempre te lo podrás inventar.
Total, no nos daremos cuenta.
Madre mía que playas.,....organizamos una excursión conjunta el año que viene! A leer, nadar y dormitar. Un plan ambicioso.
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ResponderEliminarDRIVER: casi no hay playas de arena y no hay viento. Vassiliki es el centro windsurf, pero solo estuvimos de pasada... Pero en la splayas inglesas se llevan biombos!!! en serio! (tb los vi en Tarifa, pero aqui mucho mas triste claro)
ResponderEliminarMO, ya estoy desarrollando la ruta para el verano q viene.. incluye una semana entera en Itaka haciendo eso!
LUX... me parto.. crees q por eso el hombre me miravba con terror?
love
di