El otro día divagaba sobre la exposición de Damien Hirst en la Tate Modern, y los divagantes, audaces ellos, se lanzaron al sencillo "qué es el arte, y otros demonios". Y por lo menos para enlazar ha tenido que servir porque precisamente con la descripción de un cuadro titulado “Hirst y Koons repartiéndose el mercado del arte” comienza el libro de Michel Houellebecq El mapa y el territorio. El autor del cuadro y protagonista de la novela es un tal Jed Martin, pintor desconocido, hijo de arquitecto industrioso, huérfano de madre (otro, voy a hacer una tesina) que se suicidó en su infancia. De la mano de Martin y su evolución, Houellebecq hace una disección del mundo del arte hoy en día que ríete de la vaca y el ternero biseccionado por Hirst. Y lo hace tan bien, en mi opinión, porque mete al lector en la piel de Martin, de una manera algo más sofisticada que Hirst con las vaquitas.
Jed Martin no es el alma de ninguna fiesta, ni el dinamizador del grupo de clases de idiomas de la tarde. Todas sus relaciones “le pasan”, como suele ocurrir con la gente anodina que, valga la redundancia, pasa por la vida como él: anodinamente. Por supuesto, tiene al padre, con el que no comparte un solo tema de conversación, y con el que cena cada año en Navidad, como para recordárselo y reprochárselo mutuamente, y aquí en cursiva el esfuerzo de llenar el silencio entre plato y plato, bocado y bocado:
"a su padre no le interesaban mucho los detalles de la vida de los demás, como les sucede a todos los hombres en general. En los países latinos, la política puede bastar para las necesidades de conversación de los varones de edad media o elevada; en las clases inferiores, el deporte las sustituye a veces. En las personas muy influenciadas por los valores anglosajones, el papel de la política lo asumen más bien la economía y las finanzas; la literatura puede proporcionar una ayuda adicional. (...) entre una cosa y otra, pudieron al menos, repasando ministerio por ministerio, aguantar hasta el carrito de los quesos". (p.21)
Este es el primer párrafo que me engancha de la novela. Aquí es donde veo brillar un leve rayito de lo que va a ser el humor houellebecquino: en esos ministerios que ayudan a un padre y un hijo a "aguantar" hasta el carrito de los quesos. Es donde se empieza a atisbar su profundo escepticismo y descreimiento de todo, expresado a lo largo de la novela con humor brutal, un humor que, dejado en las manos de un inglés… no sé qué hubiera pasado (siempre he pensado que los mediterráneos tenemos más bien poca gracia). El nuevo enfant terrible de la literatura francesa, al que han comparado con nada menos que Jean-Paul Sartre... ¿es para tanto? Personalmente, sus frases no me atraen como objeto de veneración literaria, pero es un libro donde si no es la belleza formal, son las ideas que subyacen entre líneas las que te hacen sentir eso tan preciado por el lector: encontrar el concepto que subrayar, asterisquear, rodear con rotulador rojo y comentar al margen.
Claro que no se queda en una crítica caústica de la patochada del mundo del arte, las exposiciones, y el "cuánto-pagan-por-tus-cuadros-así-de-bueno-eres", aunque aparezca como el tema que guía la novela, metáfora para contarnos su cosmovisión de este principio de siglo podrido, mentira, asqueante.
“La cuestión de la belleza es secundaria en la pintura, a los grandes pintores del pasado se les consideraba tales cuando habían desarrollado una visión del mundo a la vez coherente e innovadora, lo cual significa que pintaban siempre de la misma manera, que utilizaban siempre el mismo método, los mismos procedimientos para transformar los objetos del mundo en objetos pictóricos, y que esa manera que les era propia no había sido empleada nunca antes”. (p.33)
Y es que no hay nada nuevo bajo el sol.
“Si usted viniera mañana con una hoja de papel, arrancada de un cuaderno de espirales, en la que hubiera escrito, “no sé siquiera si voy a continuar en el arte”, yo expondría esa hoja sin dudar”. (p. 99)
Todo es mentira.
“Los veintidós cuadros siguientes quieren presentar una imagen relacional y dialéctica del funcionamiento de la economía en su conjunto” (p.107)
Esto es el catálogo de Hirst (véase mi pequenia pataleta bloguera). Psicoanalistas y críticos de arte, todos interpretando, inventando historias con una narrativa que sorprenda y que nos diga algo de nosotros mismos. Y como no encontramos nada más interesante que mirarnos el ombligo, algunos lo compran. Y compran. ¿Y de quién compran?:
“Y fingiendo que estaba más o menos absorto en sus reflexiones, cuando en realidad su cerebro no conseguía formular ningún pensamiento” (p.55) “Yo me defino, ante todo, como telespectador” (p76)
Este es Jed Martin, divagantes; divagantes, Jed Martin. Compran de un tipo que eligió fotografiar mapas Michelin como el que decide torcer por la calle siguiente en lugar de la de siempre, y que se cruzó con otro con labia para escribir un catálogo, que se lo presentó a un hombre de negocios. Y ya está. No como en las novelas realistas del siglo XIX francés donde sucede que los personajes de jóvenes ambiciosos triunfan gracias a las mujeres (p.67). En este caso solo si las mujeres tienen una visión empresarial.
“Somos productos culturales (…) También llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico (…) subsiste la exigencia de la novedad en estado puro” (p. 150).
Renovar o morir. Vender o morir. Para justificar su mercantilismo, uno de los personajes en un punto defiende la idea de que desde el comienzo del Renacimiento el arte se empezó a convertir en una actividad meramente industrial, y los supuestos grandes maestros del renacimiento, i.e. Botticelli, Rembrandt, Leonardo, se comportaban como jefes de empresas comerciales. Como Hirst o Koons hoy, dirigían en su taller a trabajadores y su principal actividad era el equivalente del marketing actual (dorar la píldora a los mecenas).
Pero dejando la mentira del arte, como he dicho esta sirve a Houellebecq como metáfora de la mentira de la vida. Estas partes del libro, en las que con toda la ironía y mordacidad posibles nos habla de su manera de ver el mundo, han sido con las que personalmente más he disfrutado. Empieza con Francia, un país que según Houellebecq ya “solo tiene que vender perfume, charcutería de calidad y, por supuesto, hoteles con encanto”.
Soy incapaz de explicar cuánto he disfrutado (se podría llamar masoquismo a esta autoflagelación) con su destrozo del “saber vivir francés” (“menús seductores, diez mermeladas caseras en el desayuno: sin lugar a duda estamos en un hotel con encanto” (p.89)). Resulta que, en los último años se ha experimentado una vuelta al campo “el campo se había vuelto una tendencia” (p.78) por parte de todos esos seres que desprecia Houellebecq: el broker que, harto del stress, lo deja todo para hacer queso orgánico en un antiguo granero decorado con tablas artificialmente envejecidas y mesas rústicas del siglo XIX, la madre de cinco niños rubios que huye del mundanal ruido para hacer pan naturista en un horno de leña del siglo XVI. Esto es mío, pero se entenderá el tipo de gente que puebla ahora la campiña francesa. Gente sonriente y afable (nada que ver con el antiguo verdadero nativo, a los que han expulsado, a fuerza de subir los precios de la propiedad), que dan la bienvenida a los visitantes, porque de ellos depende ahora su subsistencia. ¿Y quiénes son los visitantes? "Ricos embrutecidos, representados por India, Rusia, China. Familia de chinos se empapuzaban de gofres y salchichas”. Resulta que las salchichas y la grasa en vena matinal han vuelto a los hoteles con encanto por prescripción no precisamente médica, sino porque es lo que los nuevos ricos demandan y de rebote las charcuteras de la zona renacen.
El consumo lo domina todo, lo dicta todo: una guía de viajes no incluye los mejores restaurantes sino los que los turistas con dinero esperan encontrar en Francia (“una experiencia gastronómica vintage y hasta hard-core”(p. 86)). Las aerolíneas eligen destinos en una zona que se vuelve turística por esta elección, sin serlo antes (“Así el liberalismo modificaba la geografía del mundo en función de las expectativas de la clientela”). Una nota aparte, me reí cuando Houellebecq describe la fauna que sube a uno de estos vuelos “había prácticamente de todo (jóvenes, jubilados, mujeres árabes con niños), salvo miembros de la sociedad activos, productivos”.
Y también risas, cómo no, con su brillante despedazar la tontería del vino “esa añada cautivaba por su amplitud, su nobleza y su brillo. El final de ciruela y rancio era el ejemplo típico de un aguardiente posado, largo en boca, con un último regusto de cuero viejo”. (p. 75) De nuevo los catálogos, de nuevo una explicación de lo que nos ha de gustar. Con ese lenguaje tan selecto y sofisticado, ¿cómo no estar de acuerdo? Borregos.
Bueno, están esos, y luego los otros. En Londinium es casi imposible encontrar un fontanero inglés. Están todos regentando un alquiler de coches en Marbella: "Jed experimentó una oscura decepción humana ante la idea de que aquel hombre dejase la fontanería, artesanado noble, para alquilar motores ruidosos y estúpidos a pequeños petimetres forrados de pasta que vivían en la rue de la Faisanderie". (p.26)
La visión de Houllebecq del sexo, que es acusado de misoginia a veces, sigue siendo ácida y cruel. Toda la escena de las tetas de silicona de la mujer de Jasselin, el inspector de policía que reina en la última parte, no me parece más que otra crítica sin piedad del consumismo y la locura en la que nos hemos metido... genial la escena en la que hay más clientes en la sala de espera de la clínica de eutanasia en Zurich que en el prostíbulo de la esquina. Tanatos 1, Eros 0.
"Era un chico guapote, pero de esos bajitos y menudos que no suelen buscar las mujeres; la imagen del bruto viril que te lleva a la cama volvía a estar en auge desde hacía unos años, y la verdad era que se trataba de algo más que de un simple cambio de moda, era el reino de los fundamentos básicos de la naturaleza, de la atracción sexual en lo que tiene de más elemental y mas brutal, así como la época de las modelos anoréxicas había acabado de una vez por todas, y las mujeres de carnes exageradas solo interesaban ya a algunos africanos y algunos perversos” (p.63)
Layla se prostituía con desdichados quincuagenarios ricos mientras que “soñaba con hombres musculosos, viriles, pobres y fuertes”. (p. 107)
“Un fin de semana de clase media: No era la felicidad exacerbada, febril de los jóvenes (…) A su edad era ya la preparación para esa felicidad epicúrea, apacible, refinada sin esnobismo, que la sociedad occidental propone a los representantes de sus clases medias-altas” (p.87)
Volvemos a los hoteles con encanto, al savoir faire, a lo que tenemos que consumir para que la cadena siga funcionando. Cadena de la que somos parte inexorable: “¿Qué es lo que define al hombre? (…) al occidental el puesto que ocupa en el proceso de producción , y no su estatuto de reproductor” p. 138.
Y es que el mapa se ha vuelto más importante que el territorio, enseñar la foto más que disfrutar del momento, tener bajada toda la música más que escucharla. Hemos perdido los papeles, el mundo se precipita enloquecidamente al abismo. Y esto nos lo tiene que decir un escritor con unos cuantos rasgos de trastorno de personalidad límite. El que Houellebecq aparezca como personaje en la novela no es nada nuevo (“Abbadón elExterminador“ tiene mi cameo favorito un Sábato encantadoramente neurótico comprando una libreta, ¿o carpeta?), y de hecho, su autoescarnio en cada una de las escenas, le honra. Su desaparición, sin embargo, me llena de dudas y su histrionismo me parece rondar lo patológico. ¿Necesitaré un catálogo que me lo explique? ¿O con el ICD-10 vale?
No hay nada nuevo bajo el sol: que el así-catalogado como loco avise del enloquecimiento de todos los demás tampoco es nuevo ni en la literatura ni en la vida. ¿Serán los así-llamados-alienados los que tendrán que increparnos que de una vez destrocemos los mapas y hundamos los pies en el barro del territorio?
Genial. Sin palabras altisonantes y sin dar lecciones de nada. Poco a poco nos iremos dando cuenta.
ResponderEliminarUn saludo
Lo tuve en mis manos ayer!! Al final me decanté por otro... Ahora te leo a ver que te ha parecido.
ResponderEliminarTengo la impresión de que hemos leído dos novelas distintas con el mismo título, la verdad.
ResponderEliminarJOTA, tú crees? Todo Houellebecq me parece altisonante...
ResponderEliminarDIVA, dime si te apetece tras leerme.
NINIO: fantástico!!! Si tienes timepo en algún momento cuéntanos en un par de líneas lo q leíste tú.
Muxus a lso tres
di
Puse un post al respecto cuando me lo leí.
ResponderEliminarMe parece que Jed sí que es un tío que pasa por la vida y le van pasando cosas, casi todas buenas para lo poco que reflexiona o intenta forjar su futuro. Ahí coincido contigo.
En cuanto al mercado del arte moderno, también estoy bastante de acuerdo, pero ahí creo que el motor no es el dinero, sino la estupidez humana.
Respecto a la forma en la que el liberalismo modifica el paisaje, siempre ha sido así, es el hombre el que siempre ha modificado el paisaje. Nos puede gustar mucho pasear por Bretaña o por la Toscana, pero esos son entornos totalmente transformados por el hombre, totalmente artificiales si quieres. Que ahí se hagan hoteles con diez mermeladas o con salchichas porque el que paga quiere eso, si quieres también destapa la estupidez humana, pero no es achacable al monetarismo ni al capitalismo, creo. Es un hecho que el que pone un hotel quiere ganar dinero con él.
Me interesa más la parte del destino del escritor por aceptar un cuadro de regalo del pintor y como eso perturba su futuro (no quiero desvelar nada) o la conexión que consigue establecer con alguien tan sin substancia como Jed.
Respecto a que el arte está influído también por el que compra, me parece que no hay duda al respecto. Y no me parece mal porque el que tiene dinero elige lo que le da la gana. Si es una vaca de Hirst o un Tiziano, es una opción personal. Eso hará que haya más Hirst o más Tizianos de manera natural. Yo prefiero que haya más Tizianos, que conste, pero no puedo llevarme las manos a la cabeza porque suceda lo otro.
No encuentro la relación que tú encuentras entre esto y cargarse el planeta o los paisajes, la verdad.
Coincido en que es una buena novela, pero está claro que el que lo lee es parte de la misma, al igual que el que paga por un cuadro, no todos vemos lo mismo en él.
Yo veo un retrato de la estupidez humana y el aislamiento cada vez mayor, pero en lo demás no coincido mucho contigo, la verdad.
Lo siento por la chapa. Además en esta cajita tan pequeña de comentarios no se tiene todo a la vista y no sé si me habré repetido mucho, la verdad.
Gracias NINIO, me puedes mandar el enlace de tu post? Sorry me lo perdí... te contesto cuando lo lea. Solo decir q yo no creo haber hablado de la destrucción del planeta o los paisajes (sería otro tema). Yo digo q Ryair decide volar a un sitio feo pq les sale barato, y la gente va allá en masa. La economía dicta esto tb. NO sé donde has visto tanto q "el liberalismo afecta los paisajes", pero si el q pongan un hotel con salchicas pq el q paga quiere eso no es capitalismo, pues no sé... En uan frase lo q vengo a decir es q para mi uno de los grandes temas del libro es el consumo, de todo: desde arte hasta salchicas.
ResponderEliminardi
Sobre el libro, la trama es la percha de la que se sirve Houellebecq para mostrarnos su pensamiento. Este es bastante rompedor, lleno de reflexiones cáusticas, pesimista, irónico, no sé si desencantado, porque eso implica que alguna vez estuvo encantado con algo.
ResponderEliminarEn ese sentido, este es el único libro que he leído de este autor y esas reflexiones me han gustado por lo que tienen de novedad. No sé si en otro libro tendría esa sensación, o su pensamiento se enmascararía más, pero para mí uno de los puntos positivos del libro son esas reflexiones.
La trama no me parece relevante, la historia es secundaria y de hecho la última parte no tiene nada que ver con las otras dos (bueno, no sé si son dos o tres).
La manera en que trata el tiempo, cómo está construida la novela en el tiempo, es algo que también me llamó la atención. Hay una utilización de los tiempos verbales muy sutil, y la novela salta continuamente entre varios "presentes" o lo que nosotros creemos que son presentes pero luego pasan a ser pasados o futuros (depende del punto de vista en el que te sitúes...)
En cuanto al comentario de ND no puedo evitar añadir que la estupidez humana sería inofensiva sin dinero. En el capitalismo los que votan son los que tienen pasta y se rige por lo de un dólar un voto (ni siquiera es una rupia un voto, no). Por mucha esupidez humana que haya que se dedicara a arruinar parajes naturales para construir casas y casas y casas y más casas invendibles, si esa estupidez no fuera acompañada de capital no tendría ninguna repercusión. Lo mismo respecto al arte moderno.
Este es el post: http://elblasco.blogspot.com.es/2011/11/el-mapa-y-el-territorio-de-houellebecq.html
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que Ryanair abre una línea Ciudad Real - Dresde y de repente habría gente que iría a Ciudad Real, pero eso no es porque Ryanair cambie el mundo, es porque son listos y ven que la gente quiere viajar por cuatro duros y les da igual donde. También hay gente que va por X euros a beauvais y luego se gasta más en el autobús a París.
Lo del liberalismo lo has subrayado tú: "Así el liberalismo modificaba la geografía del mundo en función de las expectativas de la clientela".
Desde luego que cualquier negocio lo que quiere es ganar dinero. Ya lo dijo Adam Smith, no es la buena voluntad ni la caridad del panadero lo que nos permite llevar el pan a nuestra casa, sino el propio interés personal de ese panadero.
Correcto, muy correcto, tu divague. También hice uno y me aburre reabrirlo para ver lo que dije.
ResponderEliminarHouellbecq es un ser tan feo, tan pútrido, que una mañana en la que se sentó en una mesa a mi lado en una terraacita de Lavapiés me cambié de silla para no verlo y tomar las tostadas al mismo tiempo... pero escribe como Dios y dice exactamente lo que quiere decir, que nunca es agradable. Desde ese desencanto radical con la vida que emana.
Se fija mucho. Y se ha dado cuenta de que nos hemos convertido en códigos, alejándonos de lo real. Y eso es la consecuencia de un "vaciado" propuesto por el liberalismo. ¿Qué tonteruelada es esa, ND, de que las cosas son así porque la gente es estúpida? Como siempre en la Historia, somos víctimas de las fuerzas hegemónicas. Lo que no sucede cuando simplemente son dominantes. El vaciado de lo real es una parte necesaria de la dirección del mundo actual. Somos estúpidos porque lo aceptamos, no los echamos a patadas, porque nos han enseñado a ser estúpidos hasta en eso: el premio de los ricos es tan banal, que da vergüenza. Ya nos advirtió Débord que venía la Sociedad del Espectáculo... pero Casandra siempre pasa miedo por sí misma y nunca es escuchada.
Y nunca, nunca jamás, se ha cambiado el paisaje como se ha cambiado ahora. Hasta deshacerlo y cambiarlo por sucedáneos como los hoteles con encanto a los que van unos pocos. Negar eso es cerrar los ojos para mirar.
Otro problema de los códigos es que como no existe lo real, todo es posible (y lo posible es tan insignificante como la vida de las familias de los nazis alemanes, cuyas esposas preparaban el pastel para cuando volvieran de su trabajo en el campo de concentración).
Todo es posible. También yo me fijo algo. Por ejemplo, que después de presidir en Nueva York el Panel Internacional del Negacionismo del Cambio Climático (tuvieron que hacer otra foto porque Génova se lo prohibió), solo tres meses después, Aznar apareció como portavoz de un movimiento liberal para aprovechar los beneficios que se podían extraer con la cuarta proposición del Panel del Cambio Climático de la Onu: el alivio de las consecuencias del cambio climático. No se le ocurrió pensar que, si creía que no iba a haber cambio climático, preparar empresas para el alivio de sus consecuencias era un gilipollez. Pero cuando se funciona con códigos, es como usar un DVD: cada vez ves la peli que apetece. Bye bye, Realidad.
Y no me digáis que le tengo manía a ese muchacho. Lo que sucede es que, tal como estamos viendo aquí (y se ha visto en otros lugares), la “liberación” de los negocios pasa por la negación de las libertades y derechos de los ciudadanos. Son negocios, Jose María y su Marianichis; no es nada personal.
Creo que el libro me interesa.
ResponderEliminarUn saludo
Hola hola, unas anotaciones:
ResponderEliminarBASAJA, cuando el autor piensa, cuanod tiene una manera personal de ver el mundo, entonces a traves de la trama expresa precisam esa manera de ver el mundo. Como vengo diciendo, estoy leyendo a Forster q parece q escribe novelitas sobre la upper class inglesa de la época y en realidad lo q hace es pegarles unos mordiscos q ni te cuento. Sobre su tratamiento del timepo, estoy contigo, me gusta y sobre todo al final cuando hace futurología… una especie de 1984 de Jed Martin.
NINIO, sobre la geografía y el libralismo veo q ha hablado NaN. Sobre el panadero de tu ejemplo versus el entramado bestial q describe H. en la novela solo puedo decir q evidentemente cada uno trae su manera de ver y estar en al vida (como le decía a BASAJA) a la lectura, y a nadie le sorprenderá q yo haya sacada del libro una confirmación de una visión muy negativa de los tiempos en q vivimos como consecuencia de un sistema q no comparto, y q tú hayas sacado otras conclusiones.
NAN, leí tu divague en su día, y ahora lo leí tras escirbir el mío. Hablas de la humanidad, no existente en al novela. NO sabía q te habías cruzado con Houellebecq, seguro q llevaba esa parca (pútrida). A mí (y aquí va un spoiler para quien no lo haya leído) la última parte me parece absolutamente histriónica, no se si alguna vez le han entrevistado del tema, de lo q quiere conseguir y demás. Tal vez q nos parezca precisam un ser totalm límite, no sé: es tb parte de su marketing opparticular? Crearse un personaje? Y me he perdido con lo de los códigos, es q es tarde y yo espesa. Ahora, lo del cambio climático (q según tu amigo y otros no existe) sí q lo pillo…
Muxus
di
JOSE LUIS como dice NAN, las 3 fases:
ResponderEliminar_me gusta
-me interesa
-me apasiona
a ver qué te parece...
Los mapas son códigos geográficos.
ResponderEliminarEl territorio es lo real.
El mapa lo veo aquí como el símbolo central y seminal de lo que habla la novela.
Eso era.
Ah, y es que vivió aquí bastante tiempo, como novio de la hermana de una periodista. Si conocías su cara, no era difícil encontrártelo varias veces. ¡Llevaba la parka!
Genial tu crítica, Di.
ResponderEliminarAhora voy a leer la novela.
Ah, sí, sí, Nan, era obvio (lo d elos códigos). Es lo q digo en el párrafo de q ahora se ha convertido más importante poder enseniar la foto q disfrutar del sitio. Lo de la parka, cuando vi la contratapa, lo supe: "nunca se quita esa parka".
ResponderEliminargRACIAS ANONIMO, espero q te guste.
muxus
di
Ya lo he leido.
ResponderEliminarLo primero, eres una cultureta gafapasta pero te quiero igual.
No habia leido nada de él y no sabía de qué iba para nada.
Me ha gustado mucho. Me ha flipado como escribe, no tanto formalmente, coincido contigo en que no hay ninguna frase que te deje temblando por cómo está escrita si no por como consigue transmitir exactamente lo que quiere. No le sobra ni una palabra.
El recurso a introducirse él mismo me ha gustado mucho y además se muestra desagradable, asqueroso..pasas de la sorpresa por verlo convertido en un mismo personaje...al "asco" a la pena y compasión.
Y la historia final que realmente te deja en shock porque no te lo esperas ni logras encajarlo ni en tono ni en tema..me ha parecido una manera brillante como tu dices de mostrar un 1984 real y al alcance de nuestras manos.
y ya escribiré más cuando haga mi post sobre libros.
Creo que era Stendhal el que, cuando había escrito una frase "memorable", la borraba, porque la consideraba una desviación del libro.
ResponderEliminar(no es que esté de acuerdo, pues cazo frases lo mismo que Navokob cazaba mariposas, pero... ¿y si tenía razón?).
Hola MO: ya sabes q no soy cultureta gafapasta, fue terrible cuando me echaron de su grupo pq no entendía a Klein. Me interesa como a ti su (del de la parka) autodeprecación y la parte última q a la gente no le gusta me parece d elo más entretenida (aunque me sirve para diagnosticarle, como he dicho).
ResponderEliminarNAN, esto q dices de las frases, las ideas, etc, lo leí hace poco y no recuerdo dónde (fue en Barnes?). No sé, yo q voy con cazamariposas me vi reflejada, pero al fin y al cabo, cada uno disfruta leyendo como le apetece, y a los neuróticos no nos gusta la sensación de q estamos perdiendo una frase/idea/loquesea para siempre.
os beso
di
Lo que quise decir (e insisto en que también soy de "cazamariposas"), es que hay narradores excepcionales, y Houellebecq es de esos, que narran como al galope, construyendo un texto que va directamente a lo que va y no permite más subrayados que los que hacemos para resaltar técnicas.
ResponderEliminarNi una palabra de más, ni un pensamiento de "mira qué profundo soy" o "sin mí no te habrías dado cuenta de esto. Una narración perfecta y redonda.
O sea, que tiene razón Mo (escribo desde el recuerdo): "coincido contigo en que no hay ninguna frase que te deje temblando por cómo está escrita si no por como consigue transmitir exactamente lo que quiere. No le sobra ni una palabra."
NáN, yo sin embargo lo veo más "filósofo" q narrador. Me interesa más toda su manera de ver la vida q el hecho de q nos cuente q Martin se levanta y hace tal o cual. Yo le subrayo ideas, no técnicas, pero tal vez sea la traducción.
ResponderEliminarEstamos condenados a no entendernos en este tema, pero la conversación per se me gusta.
muxu
di
Veo que mi anterior comentario es del 24 de abril. He leído ahora el libro que compré animado tanto por ti como por Nán y me ha gustado mucho. Vosotros ya lo habéis comentado muy bien y no tengo nada relevante que añadir. Gracias a los dos.
ResponderEliminarUn abrazo
Houllebecq siempre vuelve a los mismos temas pero el aura de vacío vital se encarna en 'El mapa y el territorio'como nunca, incluyendo su propio asesinato...
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