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02 junio 2010

Caperucita actualizada

Leyendo a Arturo Pérez Reverte, me encuentro con estas versiones de Caperucita mucho más acordes con los dictámenes de la Ministra de Igual-da, Bibiana Aído. Menos mal que hay gente que se preocupa de estas cosas. Si no, ¡pobres de nosotros!

La versión 2.1 es la que escribe Arturo y la 2.2 es un comentario a la primera. No tienen desperdicio.





Caperucita versión 2.1


 by Arturo Pérez Reverte

Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no, por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia -dice- contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.


Caperucita Versión 2.2

by Fernando FR

Érase una vez una persona joven llamada Caperucita Roja, la cual vivía en los confines de un área natural poblada por especies protegidas —especialmente los Strigidae Estrigiformes o búhos— y plantas raras; alguna de las cuales, probablemente, podría servir como cura alternativa para el cáncer, si alguien se tomara la molestia de estudiarlas.

Caperucita Roja vivía con un donante de alimentos y educación, al cual, a veces, se refería como “madre”; aunque este término no implicara que fuera a valorar más a una persona, por el simple hecho de estar unida a ella mediante un lazo biológico.

Tampoco era su intención denigrar el equiparable valor del cabeza de familia no tradicional, por lo que pedía perdón, si esa había sido la impresión causada.

Un día, su madre le pidió que llevase una cesta, de frutas cultivadas orgánicamente y agua mineral embotellada, a casa de su abuelita.

“Pero madre ¿no piensas que podemos estarle quitando el trabajo a los mensajeros sindicados, que durante años han luchado por el derecho de distribuir paquetes entre las gentes del bosque?”

La madre de Caperucita le aseguró a esta, que ya se había puesto en contacto con el jefe del sindicato y obtenido un formulario para realizar misiones especiales por razones humanitarias, el cual, después de ser debidamente rellenado y enviado de vuelta, obtuvo su correspondiente aprobación.

“Pero madre ¿no consideras que me estas oprimiendo, al pedirme que realice una tarea como esta?”

La madre de Caperucita le hizo notar que era imposible que una mujer oprimiese a otra, por el simple hecho de que todas las mujeres eran seres oprimidos por los hombres y, por tanto, esto no sería posible, hasta el día en que todas alcanzasen la libertad y la igualdad de sexos.

“Pero madre, si es así ¿no sería mejor que mi hermano llevara la cesta? Si partimos de la base de que el es un opresor, no estaría de más que aprendiese lo que significa sentirse oprimido”

La madre de Caperucita le explicó, que su hermano se encontraba participando en una manifestación por los derechos de las aves —en concreto la focha moruna— y, además, portar una cesta no era un estereotipo del trabajo femenino, sino más bien, un acto de afirmación que ayudaría a reafirmar el menoscabado espíritu comunitario.

“¿Pero no será considerado, desde el punto de vista de la abuela, un acto de opresión, al implicar que es un ser enfermo y, por esa razón, incapaz de acometer, independientemente, la realización de sus propias necesidades vitales?”

La madre de Caperucita le hizo notar, que no se podía considerar a la abuela, de forma alguna, una persona enferma o incapacitada, tanto física como mentalmente; y que con esto no quería dar a entender, que cualquiera de esas condiciones pudiera entenderse como inferior o degradante, al ser comparadas al estado que la gente consideraba como saludable.

Finalmente, Caperucita comprendió que no existían más argumentos validos en contra el concepto de llevar una cesta a su abuela, por lo que partió hacia la casa de esta.

Mucha gente pensaba que el bosque era un lugar funesto y peligroso, pero Caperucita había llegado a la conclusión de que estas ideas preconcebidas, eran producto de un miedo irracional, basado en un paradigma cultural, profundamente instalado en una sociedad patriarcal, que consideraba la naturaleza como un conjunto de recursos que debían de ser explotados y, en consecuencia, interpretaba a los depredadores naturales, como intolerable competencia.

Otras personas evitaban el bosque por miedo a ladrones y pervertidos, pero Caperucita Roja consideraba que en una sociedad —realmente— sin clases, cualquier persona marginada debería de sentirse lo suficientemente segura como para atreverse a “salir del bosque” e integrarse y ser aceptada como modelo de un estilo de vida diferenciado, pero igualmente válido.

En el camino a casa de su abuela, Caperucita pasó cerca de un leñador y, más adelante, abandonó la senda, para examinar detenidamente unas sencillas flores.

De repente, se encontró enfrente del lobo, lo cual, ciertamente, la sobrecogió.

Este demandó saber que había en la cesta

Su maestro solía advertirles que nunca debían de hablar con extraños, pero ella rebosaba de confianza en si misma y era capaz de controlar su incipiente sexualidad, por lo que decidió hablar con el lobo.

Le contestó: “Llevo, a mi abuela, algunos saludables tentempiés, como gesto de solidaridad hacia ella”

El lobo dijo: “Sabes, cariño, no es muy seguro, para una niña pequeña, caminar sola a través del bosque

A lo que Caperucita contesto indignada: “Encuentro tu comentario sexista y ofensivo en extremo. No obstante, voy a ignorarlo, al ser el producto de tu status tradicional como desclasado, en la sociedad moderna, que, sin duda, es la causante del estrés que te hace desarrollar una alternativa, aunque, por otra parte, completamente valida, visón del mundo. Y ahora, si me permites, desearía continuar con mi camino”

Caperucita regreso al camino y continuó en dirección a la casa de su abuela.

Precisamente, porque su status antisocial le había liberado de la esclavitud de adherirse a la forma Occidental de pensamiento lineal, el lobo conocía una ruta mas corta a la casa de la abuela.

Rápidamente alcanzó esta y de un bocado se zampó a la persona de edad avanzada, afirmando, por medio e esta acción, su naturaleza depredadora.

A continuación, libre de las rígidas y tradicionales nociones acerca de los roles sexuales, se vistió con el camisón de la mujer de la tercera edad y se introdujo en la cama, a la espera de lo que pudiera venir.

Caperucita entró en la casa y dijo: “Abuela te he traído algunos tentempiés gratuitos a modo de saludo y en consideración a tu rol matriarcal, lleno de sabiduría y buen hacer educacional”

El lobo dijo: “Acércate, pequeña, de modo que pueda verte mejor”

Caperucita dijo sorprendida: “¡Oh, dios mío! que ojos más grandes tienes”

“¿Te habías olvidado de que soy ópticamente incapacitada?”

“¡Y que nariz tan grande! pero finamente formada”

“Naturalmente podría haber hecho que me la arreglaran, lo cual me habría ayudado en mi carrera cinematográfica; pero no soy persona que cede a las presiones y hábitos sociales con facilidad”

“¡Y que dientes tan grandes y afilados!”

El lobo ya no podía aguantar más aquellos perjuicios retrógrados, abundantes entre individuos de diferentes especies, por lo que, como resultado de una apropiada reacción, típica del entorno al que pertenecía, saltó de la cama, agarró a Caperucita y abrió sus fauces; tanto, que esta pudo ver a su abuela, aterrorizada, en el fondo de la barriga.

“¿No estás pasando algo por alto?” Demandó con bravura Caperucita. “Deberías requerir mi permiso, antes de proceder a un nuevo nivel de intimidad”

El lobo se quedó tan sorprendido con esta declaración, que aflojo la presa que ejercía sobre la niña.

Al mismo tiempo, el leñador irrumpió en la casa, blandiendo un hacha.

“Quítale las manos de encima” gritó.

“¿Puede saberse que está Ud. haciendo?” gritó Caperucita. “Si le permito ayudarme, en este momento, estaré mostrando una grave carencia de confianza en mis propias habilidades, lo que me conduciría a una baja auto-estima y empobrecería mi nivel de realización, lo que sin duda influiría en mis futuros exámenes de acceso a la universidad.

“Es tu última oportunidad, hermana ¡Quítale las manos de encima a esa especie protegida! Esto es una operación encubierta de la policía” gritó el leñador. Y al hacer Caperucita un movimiento repentino, este le cortó la cabeza.

“Gracia a dios que llegasteis a tiempo” dijo el lobo. “Esa pequeña y su abuela, me trajeron aquí engañado. Creí que no lo contaba”

“No te creas. Pienso que yo soy, aquí, la victima” dijo el leñador. “He estado controlando mi rabia desde el momento en que vi a esa mocosa arrancando las flores protegidas, hace un rato en el bosque. Y ahora, toda esta estresante y traumática situación. ¿No tendrás una aspirina, por casualidad?”

“Por supuesto que sí” dijo el lobo.

“Gracias”

“Comprendo tu malestar” dijo el lobo, al tiempo que daba unas palmadas en la firme y bien formada espalda del leñador. De repente, se le escapó un eructo. “¿No tendrás algo para la acided?”

9 comentarios:

  1. Todo esto te pasa por leer a Reverte.

    ... me da miedo q me des a desayunar tigre, q mira lo q pasó hace un mes...:):):)

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  2. Patronal (lobo) y sindicato (leñador), juntos de la mano ... jeje.

    K, ... komplotando.

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  3. yo quiero un status antisocial

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  4. ¡Qué estrés! Encuentro a Caperucita un poco tensa, pero la mejor, sin duda, la de la viñeta.

    PD: Pérez Reverte (es que están tambien los Martínez Reverte que escriben en otros registros bien diferentes), tiene su punto, lo encuentro un poco desigual y un tanto marcado por su talante abrupto y crítico, pero tiene algunas cosas muy bien dichas y escritas.

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  5. Están fenomenal!

    Reverte tuvo un artículo sensacional sobre los políticos...


    http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_firma=5150&id_edicion=2687

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  6. I LOVE ARTURO PÉREZ REVERTE!!!

    su columna "con ánimo de ofender" una pasada...

    a mi la que me da miedo es la bibiana aido.

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  7. Pues a mí no me gusta una mierda el Reverte. Me gustó delante de una camara de reportero de guerras, pero su faceta de articulista la veo monotona, siempre el mismo tono ácido, crítico y mordaz a la hora de escribir.Que si, que escribe verdades como puños y cosas bien dichas, pero de sus libros, pues la verdad que uno de ellos se me "enquistó" y no le he vuelto a hacer caso.

    Hay veces que casi me gusta, pero esa mezcla repetitiva entre Camilo José Cela y Fernando Fernán-Gómez me puede.

    Pero oye, que no pasa nada ehh, como dice mi sobrino, que podeis seguirle leyendo. Que no se cae el mundo por hacer lo contrario einnn.

    K, ... que agarra la toalla y se va para la playa.

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  8. Perez Reverte puede no ser un gran articulista pero ES UN GRAN NOVELISTA

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  9. Estoy con Gonzalo. A mi me ha gustado mucho "El Asedio"...

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