LAS OTRAS DOS ARISTAS DEL PENTÁGONO. El Magistral o Mesía: ¿difícil elección?
Ambos polos aparecen objetivamente como deleznables por distintas razones. El Magistral, Fermín de Pas, es malvado; Alvaro Mesía simplemente un cantamañanas despreciable. Me pregunto cuál es la posición de la gente cuando lee la novela, de lado de quién están, si es que se posicionan. ¿O tal vez se pueda ser imparcial, y leer desde fuera, sufriendo con Ana, pero deseando firmemente que no caiga en manos de ninguno de los dos bandidos?
Mi posición, totalmente irracional por otro lado (tal vez por eso más interesante?) es clara. Desprecio profundamente a Mesía, por su manera de entender la vida, por su habilidad para ser “listo” pero no inteligente, porque lo que le corre por las venas es linfa. Sin embargo, siento una especie de fascinación por el Magistral (quién me pensó anticlerical?). Tratando de recomponer el puzzle, creo que lo que hace de Fermín un personaje atrayente es su pasión, en todos los sentidos. Este sí que tiene sangre que le hierve en las venas. Su personalidad, atronadora, altanera, “roba la escena” a cualquiera que se ponga a su lado. Su descripción física es absolutamente abrumadora: puedo imaginarlo con su capa, su manteo, su sombrero de teja, y ese ruido de la tela dura, almidonada a cada paso que da decidido por las calles mojadas de la ciudad heroica, la primera Vetusta. Para colmo, de las pocas cosas que recordaba de una serie de televisión de hace años, era la interpretación de Fermín de Pas que hace Carmelo Gómez, que físicamente parece haber nacido para el papel (como su madre, la implacable Doña Paula, representada por Amparo Rivelles).
Mesía es apuesto, es el galán, pero ya desde el principio del libro De Pas demuestra ser físicamente más potente. Al final del libro, Clarín introduce además las “economías amatorias” de Mesía que lo hacen parecer aún más triste, todavía más patético en su galanteo barato. Fermín, sin embargo, tiene sólo 35 años y su problema son… !las faldas! Me ha encantado la metáfora continua de las ropas de De Pas a lo largo de la novela. De cómo al principio son causa de orgullo y se llevan con gracia y bamboleo de faldones, pero cómo al final, cuando por fín se admite la verdad, cuando tiene el valor de poner nombre a lo que siente por Ana (amor!!!!), esas ropas son motivo de escarnio, es lo que le separa de ser un hombre y poder así demostrárselo a Ana, que lo ve como un ente espiritual, sin las esclavitudes del cuerpo.
El Magistral acaba amando a Ana de esa manera novelesca que nos encanta leer. Esa manera que es la propia de los amores inconclusos, lentamente incubados, nunca consumados y por ello eternamente idealizados. Basta leer sus arrebatos de pasión, que son las partes del libros que más he disfrutado, incluso al final cuando enloquecido piensa en matar a la Regenta:
“Idiotas, ¿por qué mato? Porque me han robado a mi mujer, porque me ha engañado mi mujer, porque yo había respetado el cuerpo de esa infame para conservar su alma y ella (…) me roba el alma porque no le he tomado también el cuerpo (…) olvidé que su carne divina era carne humana (…) la creí cuerpo santo y su podredumbre me está envenenando el alma… Mato porque me engañó, porque sus ojos se clavaban en los míos (…) mato porque debo, mato porque puedo, porque soy fuerte, porque soy hombre… porque soy fiera”.
Buah! La pasión que transmite este fragmento es difícil encontrarla en toda la novela, ni siquiera en los arrebatos místicos de Ana, y es prácticamente poesía. Salvaje y desgarrada, como la poesía debe serlo. Y sí, es cierto que su amor no es puro, cierto que es casi obsesión, insania, que se basa en la carencia, en la no posesión…!pero qué párrafo! Esto es literatura.
Y, por último, pasión en su maldad. No sé porqué incluso se le respeta más en su postura atroz al final, manipulando a Don Víctor (y así llevándole a la muerte), que a Mesía, que primero mata como un cobarde, y luego huye igual. Mesía es un malo venido a menos, un aprendiz: solo se ama a sí mismo, y Ana es un mero trofeo más en su chimenea. Es débil, pura fachada. Encuentro muy difícil empatizar con él. Cada vez que hace un avance en su carrera hacia la Regenta pienso en mi interior “tonta!!! No te dejes engañar”.
Pero en el fondo, el pobre sólo quiere su cuerpo. El Magistral quiere su alma, y eso es lo verdaderamente terrorífico. Sin embargo, tanto de Fermín como de Ana (de hecho, los dos únicos personajes) sabemos de su niñez, de su pasado, de las experiencias que los han llevado ahí. Son casi historias clínicas, y por eso los acabamos entendiendo y en ciertas partes nos acabamos identificando. Sin embargo, el resto de los personajes-presentados por Clarín como tabulas rasas-sin pasado, invitan muy poco a esa comprensión, y son analizados -diseccionados, diría yo- de una manera implacable, como cuando leemos un periódico.
***No se vayan todavía aún hay mas****