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"Encrucijadas" con sus hermanitos
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Tengo una debilidad por Jonathan Franzen. He divagado aquí ya de
"Las correcciones", "Libertad" y
"Pureza" y he tratado de explicar qué me pasa con su escritura: es su conocimiento del comportamiento, de los sentimientos, de las ideas de las personas lo que me fascina. Su capacidad de observación, el "cómo sabe esto un tío blanco americano de su edad". Como para mí no es
condición sine qua non una trama trepidante ni un "giro de guión" al final, me da igual que sus tramas no sean lo importante: en las dos primeras y en "Encrucijadas" (Crossroads) son descripciones de las relaciones de una familia americana (me encantaría que escribiera alguna vez una "novela de campus"). Da igual: solo que me deje acceso a su manera de mirar a esa familia, mientras él está sentado en la esquina de su salón, tomando notas. Aunque al final de "Crossroads" me he sentido como esa visita que ya se está alargando y de la que te quieres ir con unas palabras de agradecimiento y una mentira piadosa. A ver si logro explicarme.
"Crossroads" es la historia de una familiar nuclear con cuatro hijos y los sitúa en una milieu muy particular: un grupo religioso en medio de EE.UU. en 1971. El padre, Russ, es un pastor protestante, que según yo entiendo debería apreciar que sus feligresas le encontraran "unsexed, unmanly and unthreatening" no? (plot spoiler=No). La madre Marion, típica ama de casa, pero no tan típica -tiene un pasado (a Oscar Wilde le interesaban los hombres con futuro y las mujeres con pasado). El hijo mayor, Clem, que está en la universidad y es el único ateo de la familia. Le sigue Becky, la guapa y popular del instituto que tiene "algo, un aura de singularidad, una fuerza tanto atractiva como inaccesible" (ah, caer bien, ser admirada y temida a la vez!). Perry tiene 14 y de él resalta su altísimo coeficiente intelectual (y se puede corroborar en sus conversaciones, así debe hablar Franzen). Y por último, el pequenio Judson que está terminando primaria. Esta es la familia Hildebrandt, a los que les van a pasar cositas, porque aunque "encrucijadas" se llama el grupo parroquial juvenil que ya no lidera Russ sino otro cura -las razones es uno de los elementos de trama de la novela- y al que terminan uniéndose Becky y Perry (de alguna manera traicionando a su padre ya que el que lleva el grupo ahora es el enemigo), también todos los personajes de la familia, salvo el menor, están en un punto encrucijada de su vida.
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Cuando estés en una encrucijada, piérdete en un mapa |
Desde luego no voy a contar la trama pero aunque lo hiciera, no pasaría nada. Como en todas las buenas novelas eso da igual: lo que importa es ir tú misma desesperándote con los personajes, o identificándote, sufriendo y en tu cabeza diciéndoles no-lo-hagas, mientras alucinas de que esta gente que tiene tan poco que ver contigo te importe algo. Porque esta gente, definitivamente, tiene poco que ver conmigo en un aspecto importante: su fe. Supongo que para lectores que no hayan conocido el fenómeno religioso igual la novela podrá tener el interés de ver cómo operan estas personas. Para mí este interés no ha existido y simplemente todas las partes de "Dios" me sobran (más exagerado y pesado en esto me pareció Graham Greene). Me pregunto si habrá alguna razón por la que Franzen ha elegido este particular contexto (podría ser simplemente que buscaba un grupo cerrado donde desarrollar el conflicto), así que investigo un poco y descubro que el autor estuvo en un grupo similar durante seis anios, y lo dejó cuando comenzó a escribir en serio. Aparte de demasiado tiempo en un colegio de monjas, la que suscribe no ha estado en un grupo religioso como tal, pero reconoce los excesos que describe Franzen, por ejemplo, un valor de "Crossroads" es eso de "la verdad por delante, aunque duela" y "expresiones públicas desatadas de sentimientos", ambas cosas son la economía fundamental del grupo (cómo no recordar de nuevo los mucho más divertidos "Colores" de Marsé en la "Prima Montse"). Parece que cuando Franzen vivió en Philadelphia, enmedio de una crisis inmensa, se encontró que necesitaba otra vez creer en algo - no me deja de sorprender que alguien en esa situación "necesite creer" y, zas, crea: no funciona así conmigo. Franzen describe su vida como "entrando y saliendo de la religión" y esto me deja muy sorprendida. Nunca lo hubiera dicho: siempre me ha parecido el típico "hombre blanco heterosexual liberal woke". Y esto me ha dado que pensar sobre "el autor y su obra" (hay sintagma más manido?), también porque acabo de leer una entrevista que le hace Adam Thriskwell a Enrique Vila-Matas y se pasan todo el rato hablando sobre esto (hay tantas perlas en esa entrevista que voy a tener que hacer un divague separado). O sea, ?se puede escribir algo De Verdad (y con esto no me refiero a que haya pasado, ya me entienden) desde algo que no sea la biografía? "Cuando un autor está escribiendo un nuevo libro, realmente está reflexionando sobre su propia vida y encontrando nuevas cosas nuevas dentro de sí mismo", dice Jonathan en una entrevista,
Y allí explica que quien le inspiró el tono del libro fue nada menos que Dostoievski, con su escritura carente de intención dogmática ni de adoctrinar a su lector. "Nadie jamás había presentado un mejor caso en contra la iglesia cristiana que el que hizo Dostoievski con Los hermanos Karamazov”, dice Franzen que ha metido desafíos a sus propias creencias políticas y religiosas en sus novelas, por ejemplo en "Strong Motion" (1992), creó un predicador fundamentalista pro-vida y le dejó hablar, aunque sus simpatías estaban con los liberales. Lo importante es no acabar escribiendo una pieza de propaganda. “El arte no vive en los extremos de la convicción absoluta, se encuentra en algún punto de la incertidumbre”.
Qué puedo decir: esto es oro puro. La única voz atea como digo es la de Clem ("sigo mis propios principios éticos, no ningún Mandamiento"), y la tentación (mía, si yo hubiera escrito algo así), habría sido la de dejarle hablar, que él hubiera sido el "predicador" de mis valores. Pero un gran escritor deja hablar lo mismo a todos para que de esta manera se descalifiquen (según mi visión), pero me da que las personas religiosa no se habrán sentido ridiculizadas, sino más bien respetadas y reflejadas - claro que también hay varias ocasiones en las que los personajes recurren a Dios para lo que sea, y este no contesta (nunca contesta, a no ser que estés psicótico) y esto para mí resuena más que ninguna otra cosa (claro que el paisaje está en los ojos). Lo que queda claro es que la familia no es feliz (á la Tolstoi, todas las familias felices se parecen, ya se sabe, pero las infelices lo son cada una a su manera), y Franzen dice que todos sus libros abordan la cuestión de la infelicidad humana. “Si todos están felices, no hay historia”.
Y ya vamos por aquí, y todavía no he empezado a mirar las notas que tomo en las páginas en blanco del final del libro, y que aquí han sido dos carillas y un poco de la tercera. Voy a intentar, otra vez, ser sucinta.
Drogas y enfermedad mental
Estos son temas que siempre aparecen en la literatura de Franzen. Cuando leí sus descripciones de trastornos psiquiátricos en "The corrections", me explotó la cabeza, como se dice ahora (hay emoji). Aquí es lo mismo, Marion, la madre, va a la psiquiatra a escondidas (otro dato interesante para entender el estigma sobre el tema en esa época-estigma que aún existe) y su experiencia allí no es positiva: si en previas ocasiones vivió la "insufrible condescendencia masculina", esta vez, que se sienta frente a una mujer, se siente como en una "amistad pagada". Hay su pertinente -si no algo manida- comparación con el confesionario católico o bien de la enfermedad mental con la macroeconomía (la gente maníaca durante periodos de expansión económica, desplomándose a la depresión cuando los mercados caen). En sus sesiones de terapia, la psiquiatra nunca opina o dirige, y Marion es incapaz de saber de dónde viene "su programa conceptual subyacente, si freudiano, o médico o político o lo que sea" hasta un punto en el que se da cuenta que Su Tema son las amas de casa hastiadas, todas cortadas por el mismo patrón, Talla Única, la hace sentir. Y ahí llegamos a...
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Bodegón |
Crisis de pareja
Encuentro muy triste la parte en la que se describe cómo Russ se siente repelido por su mujer, que no tiene nada que ver con la chica mona con la que se casó y se ha transformado, ahora con cincuenta, en una madre con sobrepeso y hartazgo -aunque es mucho más lista que él (por supuesto de esto él no se da cuenta, otro síntoma de su menor capacidad o tal vez de ser tío). Hay numerosas alusiones a esa repulsión física, que me chocan aún más porque el tipo es cura, la verdad. Hay una discusión en un punto entre la pareja en las que las intervenciones de ella son de enmarcar: "tira para adelante y mira si me importa", "no voy a dignificar eso con una respuesta", y depués de eso, ella comienza una actitud de pasotismo que es peor que la frialdad ("coolnes was worse than coldness"). Para explicarnos de dónde viene esa crisis, Franzen nos lleva en dos capítulos muy largos a los anios formativos de Marion y Russ. Marion vierte ideas interesantes ("Yo era culpable que es distinto de sentirse culpable. Es un dato objetivo"), pero la parte de Russ, que viene de una cerrada comunidad anabaptista, me ha aburrido.
Enamoramiento
Este es otro recurrente de Jonathan, como el otro lado del espejo del hastío de la crisis que acabo de describir. En "Crossroads" este fenómeno-de-la-naturaleza ("viniendo de ella, eso era como ácido en su cerebro"-qué bonita descripción, á la Palahniuk, "escritura peligrosa", recordemos) ocurre en personajes de distintas generaciones ("cuando la aguja de su mente se había quedado atascada en un surco que tocaba Sharon") y de distintas maneras ("poniendo sal en su herida", más escritura peligrosa, os escuece como a mí?), y en todos los casos ayuda -o pone trabas, quién sabe- a su encrucijada particular.
Los que se dejan llevar por este estado y enganian a su pareja son descritos como "débiles cuya vanidad necesita caricias", la falta de sentido de esa relación evidente para cualquier observador objetivo desde fuera, pero no para los que están metidos hasta las rodillas ("hablar de cualquier cosa que no fuera ellos dos iluminaba lo nada que pegaban"), o la descripción por parte de uno de los enamorados de lo que es normalmente un defecto como un valor ("Era inconcebible para ella que nadie se le pudiera resistir. Y esto, más que nada, le había enganchado a él. Quería más y más de su vanidad"), o de un beso ("la realidad de besarle era asombrosamente mejor que la idea de hacerlo"). En fin, solo se puede volver a los clásicos: quien lo probó, lo sabe.
Tenemos la guerra de Vietnam de fondo, y los padres de nuestra novela son "violentamente pacifistas". Cuando tu encrucijada personal es "matar al padre", lo puedes hacer de múltiples maneras, algunas más arriesgadas que otras. Hacerte del Madrid en mi casa sería un buen ejemplo, tal vez solo marginalmente menos arriesgado que alistarte para ir a la guerra. Siempre muy a favor de este rito de paso, salvo cuando nosotros somos los padres, que no hace ninguna gracia. Pero volviendo a la novela, he echado mucho de menos más conversaciones sobre este tema. Promete al principio porque hay una interesante en la que Sharon (personaje que me gusta, "una verdadera lectora, acostumbrada a la soledad, que prefería no tener amigos que tener a gente menos notable que ella"), la novia de Clem en la uni habla con desprecio de los "peaceniks" que miran con superioridad moral a gente como su hermano, que ha ido a la guerra, siendo buena persona pero sin educación superior, luego no ha podido pedir una prórroga, mientras que sus compas están fumando maría y follando en campus, chicos blancos de los barrios residenciales con sus pancartas con la pata de gallo. Y no solo era su hermano, sino chicos negros o nativos americanos que ni siquiera sabían que podían decir que no. Luego hay otra conversación con el padre ("la gente es cruel con aquello que temen amar"), que es en la que lo remata. Yo hubiera querido más de eso.
Y de por qué hacia el final me quería ir de la visita
El principio del libro está lleno de energía: como he dicho, Franzen se pasa los primeros dos tercios introduciendo a los personajes y sus encrucijadas particulare. Dice cosas como "lo opuesto de lo intenso es lo cool" o "las palabras tienen su propio poder: crean sentimientos" y tantas cosas más que he subrayado y anotado y puesto astericos y "des" de descripción a su lado.
Pero cuando llega a lo que los técnicos llaman el "acto tres de la novela", para mí empieza a perder interés a nivel ideas, porque gana velocidad narrativa. En ese acto -subpartes: "noche oscura del alma", la "secuencia climática" y la "resolución"-, particularmente la secuencia climática me ha aburrido, aunque hay una frase con la que me he quedado, cuando el vagón se para ese segundo antes de caer por la pendiente de la montania rusa. Y no porque no la haya oído nunca, o porque no me haya planteado alguna vez lo que representa, sobre todo pensando en la fragilidad de la vida humana, sino porque... no sé, aquí me ha tocado: "Y así empezó el resto de su vida". Qué vertigo.
El resto de su vida lo conoceremos en las siguientes dos novelas, en las que Clem, Becky, Perry y Judson serán adultos y tal vez estén en otras encrucijadas. O tal vez solo siendo humanos, con el vértigo que eso da, a veces.