Vacaciones en Vetusta, y no todo va a ser diversión. Primer lunes, con la resaca de Star Wars y fiebre, me encamino a la estación de policía a la renovación quinquenal del DNI, caducado desde Septiembre. Tengo una foto que me gusta-esto siempre es motivo de fastidio-, del año catapúm, donde aún no llevo flequillo, y con un trozo de pelo así "estiloso" que me cae lateralmente sobre la cara. Me tengo que despedir de ese DNI de Di joven y sonriente, y poner una foto actual seria. Lo dicho: fastidio.
Llego a comisaría, cruzo andamiajes, subo por una rampa, paso por una pecera de uniformados y por fin accedo a una gran sala kafkiana, forradas sus paredes con azulejos marrones y amueblada con sillas de plástico y escritorios alrededor de una gran espacio central, desolado. Allí performa un señor simpático, calculo que aproximándose vertiginosamente a la jubilación, que enarbola un boli y una lista. Su trabajo consiste en informar a los que llegamos sobre la existencia de las mencionadas sillas de plástico, comprobar que estamos en la lista, para más tarde "hacernos pasar" a los escritorios correspondientes. Como se puede ver, es el amo de la pista. Yo me pregunto si la poli aún no ha descubierto el sistema de números de las carnicerías. Pero entonces me autopersuado de que todo este circo es por mor de la atención al cliente (recordemos el desagradable "pling" cada vez que salta el número en tu ambulatorio),trato personalizado... Di, esto ya se extiende a todo: poli, cárceles, crucifixion.
Por fin, el amo de la pista me pide paso. Me toca un calvo. Sin más dilación ni contacto visual:
-DNI, foto, y 10 euros 90.
Sí, desde luego, señor agente, mientras me empapo de la supuesta decoración navideña del local. Levanta la mirada de la pantalla. Mira la foto, me mira:
-DNI, foto, y 10 euros 90.
Sí, desde luego, señor agente, mientras me empapo de la supuesta decoración navideña del local. Levanta la mirada de la pantalla. Mira la foto, me mira:
-No le acepto esta foto. Tiene el flequillo hacia un lado.
-Bueno, a ver, es un estilo de peinado...
-Nos da igual. El flequillo a un lado no es posible.
-Ah -alarma, alarma: mi centro de resolución de problemas trabaja rápido-, bueno, aquí tengo otra (saco una foto de hace un par de años, con el flequillo hacia abajo).
Silencio mientras la escruta. El árbol de Navidad con los regalos empaquetados de mentira se meten en mi centro de solución de problemas, que peta: no hay quien arregle eso. Carraspeo que me vuelve a la realidad.
-Tampoco puedo aceptar esta. El flequillo cubre las cejas.
-Esto...sí, pero... bueno, es un estilo libre de peinado...
-Nos da igual. El flequillo no es aceptado, a menos que esté cortado un centímetro por encima de las cejas.
-Así, como de etarra? (mi centro de inhibición de comentarios inapropiados logra abortar esta frase). Pero oiga-esto sí que lo digo- esto es increíble, debe haber un error, mire, esta foto me la hice para el pasaporte en Inglaterra donde son superestrictos con esto de la seguridad. Escuche: QUE NO TE DEJAN SIQUIERA SONREIR! Y usted no me la acepta! Esta foto, que ha pasado todos los niveles de seguridad del MI5, el país de James Bond... oiga, no me joda! (abort abort abort operation).
-Aquí en la calle tiene un fotógrafo que sabe cómo ha de hacer las fotos. Siguiente.
-Pero qué hago, me pongo una coletita en el flequillo? (y hago el gesto). Una bandana?
-El fotógrafo sabe. Siguiente.
Salgo con un cabreo... alguien tendrá que pagarlo: el fotógrafo. Pero a él plim, está exultante con esta nueva norma, si te descuidas tiene un trato con el calvo (que no tiene problemas para retirarse el pelo, claro). Le cuento la peli y me indica que pase a un espejo donde tiene un peine infecto con un set de horquillas para hacer los honores. Sinceramente, el resultado es odioso. El sádico está disfrutando.
-Venga, sonríe
-Esto es el acabóse, por qué hay que hacer esto? Objeto!! España es un estado policial, nos tienen a todos registrados como si fuerámos presuntos criminales
-A ver, levanta un poquito la barbilla...
-Oiga, pero cuánta gente le viene así?
-...y una más...
-En serio...
-Oye, y en Inglaterra cómo os identificáis?
-Pues no con las huellas digitales, desde luego...
-Pero si tienes que sacar dinero del banco?
-No sé, no he sacado dinero del banco allí en mi vida.
-En serio, cómo os identifican?
-Bueno, pues puedes usar facturas del agua o la luz, con tu dirección, el carnet de conducir, esas cosas...
-Y para detener a alquien por la calle?
-Oiga, de qué me está hablando? Es el Reino Unido, el lugar en el que se inspiró Orwell para su "Gran hermano", una sociedad infectada por las cámaras en todos los sitios... y aún así, la poli no toma las huellas dactilares al grueso de la población... Se trata de la más antigua democracia del mundo! Lo entiende?
Por fin salgo del maldito fotógrafo, vuelta a la comisaría. No quiero al calvo, paso de ver su gestito triunfante cuando evalúe mi nueva foto, así que me hago la despitadilla cuando queda libre. Hay una familia de subsaharianos que han puesto al nombre del hijo como padre del padre: un cacao. Un funcionario se lo intenta explicar en suajili (un ejemplo más de los esfuerzos del cuerpo por satisfacer al cliente, ahora es también integración): castellano muy lento y a un volumen excesivo- que retumba en los azulejos y por ello puede ser centro de peregrinación para bloguero con bloqueo.
El espumillón colgado por las baldosas me lleva de nuevo a una carnicería de mercado, con el sonido del hacha de fondo. El cuasi-prejubilado me indica con su boli y un saltito un escritorio con una mujer con tendinitis, jersey de color mostaza y gafas de pasta como del Cuéntame. La foto pasa la prueba. Todo cuesta mucho tiempo porque han de escanearme las huellas. Con mi dedo en el agujero recuerdo la anécdota de mi padre, cuya huella no era leída ni a la de tres: todo encaja en mi teoría del microchip instalado en sus yemas, ya que su portátil solo responde a su dedo, yo he de usar el ratón. La policía no es tonta. El prejubilado me saca de mis ensueños de espías, con su comentario: "Elena, he pasado a los negricos allí". La de mostaza asiente, sin sonreír, como fastidiada por el tiempo que el ordenador está consuminedo en escanear mis índices. Yo me sacudo para comprobar que no estoy de verdad en el Cuéntame: "los negricos"?
El espumillón colgado por las baldosas me lleva de nuevo a una carnicería de mercado, con el sonido del hacha de fondo. El cuasi-prejubilado me indica con su boli y un saltito un escritorio con una mujer con tendinitis, jersey de color mostaza y gafas de pasta como del Cuéntame. La foto pasa la prueba. Todo cuesta mucho tiempo porque han de escanearme las huellas. Con mi dedo en el agujero recuerdo la anécdota de mi padre, cuya huella no era leída ni a la de tres: todo encaja en mi teoría del microchip instalado en sus yemas, ya que su portátil solo responde a su dedo, yo he de usar el ratón. La policía no es tonta. El prejubilado me saca de mis ensueños de espías, con su comentario: "Elena, he pasado a los negricos allí". La de mostaza asiente, sin sonreír, como fastidiada por el tiempo que el ordenador está consuminedo en escanear mis índices. Yo me sacudo para comprobar que no estoy de verdad en el Cuéntame: "los negricos"?
Elena me da el DNI: una niña enmedio de una pataleta con horquilla, solo me falta el baby de parvulitos. Le pido el viejo, como evidencia de que un día sonreí a la poli con pelo por la cara a modo de anuncio Pantene. Salgo de la sala como una autómata. El calvo me mira triunfante desde el fondo. Las luces del árbol entran en barrena en ráfagas rápidas, las delicias de un epiléptico. "He pasado a Los Negricos allí" resuena en mi cabeza, y allí están siendo vociferados por otro funcionario. Elena se limpia las gafas, se prepara para enfrentarse con los minutos que el ordenador pasará escaneando al siguiente, los minutos que son horas que son su vida. El amable amo de la pista cuasiprejubilado me despide con grandes sonrisas y parabéms. No hay tregua de Navidad en aquella comisaría para esto de la atención al cliente.