Fiona y su marido, una pareja de altos profesionales sin hijos viven en Gray's Inn, una de las cuatro asociaciones de abogados y jueces de Londinium. Como se dice en inglés, for the sake of completion, quiero nombrar las cuatro: The Honourable Society of Lincoln's Inn, of the Inner Temple, of the Middle Temple y la que nos ocupa, of Gray's Inn. Para los turistas de tercera generación, aquellos que ya os sabéis Westminster y aledaños, ir a a dar un paseo por, por ejemplo Temple, está muy bien. Es una de los secretos de Londinium que descubrí en aquel año de baja maternal con Mini (qué rabia no haber tenido blog en esa época: tendríamos aquí una detallada guía de "Londinium de día y entre semana"). Andando con mi hija en el carrito dando vueltas, de repente, me encuentro con una calle que tiene una barrera de coches y un guarda en una casita. Me acerco y sí, los viandantes pueden pasar, y básicamente lo que te encuentras es un grupo de casitas victorianas encantadoras, alrededor de un parquecito aún más. Las puertas están abiertas, y en los recibidores, grandes paneles de madera con los nombres y los títulos de los abogados (aún no distingo las diferencias: barrister, lawyer, solicitor, attorney, counsel-prosecutor es fiscal, hasta ahí llego).
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Gray Inn's Square-isnt it lovely? |
Pero divago. Como decía, la vida de Fiona no solo es la Ley durante sus largas horas de trabajo, sino que además viven en una "Total Institution" que supone residir físicamente en un plaza donde todos se dedican más o menos a lo mismo. Fiona toca el piano y sus aficiones son, evidentemente, desperadamente de clase media (que ya sabemos que en inglés, "clase media" significa precisamente clase media-alta, yo diría directamente, clase alta). No hay ningún tipo de crítica, sino más bien una aceptación sin peros al statu quo, que sorprende sabiendo que McEwan viene de clase trabajadora, y es más, su hermano fue dado en adopción en la infancia y hoy en día es albañil. Pero no sé cómo tratará este tema en otros libros porque no leído demasiado a este autor (tres o cuatro novelas?), y me consta que sus inicios fueron de lo más inquietante. Con motivo de los 40 años de publicación de su primer libro "Primer amor, últimos ritos", escribió un artículo en The Guardian, "Cuando era un monstruo", del que me quedo con este párrafo:
"And as far as I was concerned, fiction was synonymous with freedom. The legal struggles to publish Joyce’s Ulysses, the Lady Chatterley trial, the wild transgressions of books such as Roth’s Portnoy’s Complaint and Burroughs’s Naked Lunch
persuaded me that to write fiction was to be obliged to take the reader
by the hand to the edge – and jump. The business was to find
a boundary, then cross it".
("Escribir ficción conllevaba llevar de la mano al lector hasta el borde-y saltar. El tema era encontrar un límite, y cruzarlo").
No solo por cuánto quiero las tres primeras novelas que cita (la cuarta habré de revisitarla), sino porque me encanta esa desiderata de lo que debe ser la literatura: llegar al abismo, y saltar. Precioso. Conclusión: debo darle mi mano más, a ver si de verdad me lleva al precipicio?
Leyendo "La ley del menor", una se acaba preguntando si, disfrazado de las niceties de la clase media, en el fondo no está otra vez metiendo el dedo en la llaga. No, el marido sesentero que quiere tirarse a la de 28 no parece ninguna transgresión-tal vez su honestidad de admitir que una pareja a los 60 ya no está en la cama como a los 25 sea novedosa. El tema de la pareja esta ahí, de fondo, como la lluvia que no deja de caer en la tapa del libro.
Pero el tema fundamental es la religión. En el mundo de lo políticamente correcto, donde todos sabemos que hay que respetar las maneras de ver el mundo de todos, McEwan, un confeso ateo que ya se metió en un medio-lío por decir algo en contra del islamismo, plantea el eterno tema de la transfusión de sangre a un Testigo de Jehová que es además, un menor. El hospital quiere transfundir, los padres y su comunidad no. Y, claro, él tampoco. Dentro de tres meses, si sigue pensando NO, se le respetará. Pero hoy tiene 17 todavía, y ahí entra la jueza, a decidir sobre la vida o la muerte de un tercero. Conceptos muy establecidos en la jurisdiccion britanica como el de a Competencia Gillick se debaten en la novela: un menor de entre 16-18 años puede aceptar tratamiento si es competente, dando igual lo que digan sus padres. ?Pero qué dice el Estado (vía esta jueza)?
Por supuesto, igual que no desvelaré qué pasa con su marido, tampoco lo haré con respecto a la transfusión (aunque algún divagante lo preferiría, para quitarse la tensión de la trama). Lo que sí que quiero decir, antes de terminar, es que con esta novela he entendido personalmente algo mejor en lo que consiste el trabajo de un juez de familia/menores (no criminal/penal). El mismo McEwan describe que el primer embrión de esta novela partió de una cena que tuvo con un grupo de jueces, las conversaciones que oyó y, más importante, el libro que leyó donde se resumían veredictos de uno de esos jueces, Alan Ward. Cuenta McEwan que, mientras avanzaba, se iba dando cuenta de lo similar que era aquel oficio al suyo. En particular aquello que leía era un prosa prácticamente literaria: "limpia, precisa, deliciosa"
"It was the prose that struck me first. Clean, precise, delicious.
Serious, of course, compassionate at points, but lurking within its
intelligence was something like humour, or wit, derived perhaps from its
godly distance, which in turn reminded me of a novelist's omniscience. I
continued to note the parallels between our professions, for these
judgments were like short stories, or novellas; the background to some
dispute or dilemma crisply summarised, characters drawn with quick
strokes, the story distributed across several points of view and,
towards its end, some sympathy extended towards those whom, ultimately,
the narrative would not favour".
... "seria, compasiva, inteligente, con humor, o ingenio, derivada al vez de su distancia, que me recordaba a la omnisciencia del escritor".
"La ley del menor" es un libro correcto. Un libro que he subrayado mucho pero que no me ha cambiado la vida, ni me ha agitado, ni cuya tapa he besado al acabar. Pero sí que la he mirado, pensativa, después de cada sesión de lectura.
McEwan: tal vez mi conclusión es que voy a dejarme llevar de tu mano al precipicio.