Bea y Jorge llevaban apenas unos meses de relación. Les separaban unos 200 kms entre sus Vetustas particulares, que eran vividos como una especie de tortura laica del enamorado, inflingida por los dioses paganos Eros y Sarturno. Entre semana, Saturno devoraba las horas en cámara lenta, y los fines de semana que se veían, pasaban volando. Oh, l´amour! Y así todo el rato.
Todo había empezado en verano -como siempre han de empezar estas cosas, sanjuaneando- y andaban ya en el finde de Todos los Santos. Ahora eso ya no existe, ahora es Halloween, que no da ni la mitad de miedo que los Santos, que en realidad son muertos, todo el mundo sabe. Pero nuestra parejita de enamorados, ajena al calendario (y con ello, a la posible Ira de Dios) decidió irse de "acampada libre" a la montaña.
Ninguno de los dos tenía demasiada experiencia en esto de acampar, porque sí, ella había sido jefa de patrulla en las Cabuyeras de las Teresianas, pero siempre estaba aquella monja de gemelos gordos que sabía lo que se hace. Bea recordaba a las monjas de Cabuyeras con su hábito y chirucas, una imagen que no ha conseguido quitarse a la retina, pero había olvidado todos aquellos nudos que repitió hasta el infinito: el margarita, el pescador, el ballestrinque, el as de guía... Jorge solo había hecho una etapa del Camino de Santiago con su cuadrilla, en la que terminaron durmiendo bajo un puente dado el grado de intoxicación etílica de los peregrinos: no dio ni para sacar la tienda de la bolsa.
Ninguno de los dos tenía demasiada experiencia en esto de acampar, porque sí, ella había sido jefa de patrulla en las Cabuyeras de las Teresianas, pero siempre estaba aquella monja de gemelos gordos que sabía lo que se hace. Bea recordaba a las monjas de Cabuyeras con su hábito y chirucas, una imagen que no ha conseguido quitarse a la retina, pero había olvidado todos aquellos nudos que repitió hasta el infinito: el margarita, el pescador, el ballestrinque, el as de guía... Jorge solo había hecho una etapa del Camino de Santiago con su cuadrilla, en la que terminaron durmiendo bajo un puente dado el grado de intoxicación etílica de los peregrinos: no dio ni para sacar la tienda de la bolsa.
Uno de esos amigos, ese amigo que todos tenemos que siempre tiene una tienda, reincidió, y allí que Jorge apareció con ella el finde de Todos los Santos. El coche fue gentileza de la que se convertiría en la suegra de Bea, que ya tenía el Corsa, pero aún mantenía un viejo Seat Fura para emergencias como esta. El "Infimo" fue bautizado tras esta aventura, porque a Jorge le venía definitivamente pequeño: todo un espectáculo verlo aparecer conduciéndolo, con la cabeza tocando el techo. Bea se derritió de amor con esta imagen, y esto indica un poco por qué esta historia es una de terror.
El tío pastelero (fan de Mari Trini) les dió una caja de croissants-brevas espectacular, con la que sobrevivieron todo el finde: eso y el Amor. De qué viven si no los enamorados? Y no sean prosaicos, más bien retrocedan a los primeros 90, sitúen la trama en la reserva espiritual de la reserva espiritual de occidente, y volvamos a invocar a las Madres Teresianas. Un cocktail molotov.
Infimo les condujo a un rincón absolutamente delicioso: un río de montaña, con su sonido cautivador, arbolitos, hiedras, césped y... bueno, habrá que plantar la tienda y... oh, maldito-amigo-de-la-tienda, se ha olvidado de incluír los vientos (Bea anunció que se llaman vientos algunos de los "clavos" con los q se sujeta la sobretienda). Embelesado quedó Jorge ante esta importante información: cuánto sabía Bea! Y era su novia! No importa nada, dijo Jorge inundado de la seguridad del desinformado, dormiremos sin sobretienda! Oh, qué arrojo el de Jorge, pensó Bea. Y era su novio! (No dijo nada, solo dio saltitos a la vez que aplaudía). Así (de plastas) son los enamorados.
Una vez plantada la tienda, qué hacer? Meterse en ella, no hay otra: no hay tiempo que perder! El río cantarín, el monte espectacular, algún pájaro exótico... a tomar por... Los enamorados y la caja de croissantes se metieron en la tienda hacia el final de la mañana y pasaron-verídico-17 horas sin salir de la misma. Y el miedo comienza aquí (almas pusilánimes, se abstengan).
Había tannto que hablar retrasado! Y mirarse a los ojos!! Algún traguito de agua, croissantes.. más mirarse a los ojos! Y describir los ojos del amado! Y abrazos! Y besos! Y hablar... había tanto retrasado!
Se hizo de noche. Con la linterna es que... jo, tus ojos adquieren un tono que...(nuevas posibilidades para hablar más de la pupila del otro!) Quedan croissantes? Cualquier cuerpo humano ya hubiera desarrollado un reflejo condicionado para aborrecer no ya a los croissantes-brevas, sino al concepto Pastelería para el resto de sus vidas. Un traguito de agua. Más besos... y se duermen.
De repente, un ruido ahí afuera. Se despiertan. A ver, no es un ruido ahí lejos... es... espera, pero qué es eso? Un jabalí? Un duende el bosque? Un oso? el Basajaun! No es "ahí fuera", ayyy qué miedo... es, es, es... digo, suena suena suena como una mano con uñas rasgando el cielo de la tienda. De arriba abajo. Nosferatura: Bea ve las imágenes de la peli de Murnau. Freddie Kruger: Jorge ve los dedos navajas corriendo sobre la tienda. Se abrazan, se quieren meter dentro del saco y no salir. Morirán juntos: Romeo y Julieta, palideced.
El ruido, con el fondo del río continúa: alguien o algo rasga la tienda, de arriba abajo. No hay sobretienda, así que alguien o algo está pasando una mano con uñas sobre sus cabezas y no da el paso de acercarse a la puerta de la tienda. Por qué los tiene así? En los principios de los 90 aún no se había filmado "The Blair Witch Project", pero la imaginación de Bea y Jorge supera cualquier bobada de footage encontrado. Por qué ese alguien o algo los tiene así?
Entonces, en un arrebato Jorge abre la cremallera y enfoca hacia el río. Una de las imágenes más bellas que ambos recordarán toda su vida fue el espectáculo que tienen delante: nieve. Está nevando unos copos inmensos, locos, como de peli de Navidad, que se acumulan en el tejado de la tienda y cuando la gravedad estima suficiente, se escurren hasta el suelo, haciendo un ruido que ríete Oso Universal.
Aún les quedaban un par de croissantes y la alegría de que, muchos años depués, lo podrían contar "en lo de Di". A la mañana siguiente ahí les esperaba, con una media sonrisa, el gran Infimo, que también vivió sus minutos de gloria al llegar a la ciudad: los viandantes le señalaban, por una vez, no porque su conductor tocaba con la cabeza el techo, sino por el medio metro de nieve que llevaba encima