Mis amigos
los Iratis lo han tenido desde que recuerdo en su estantería, y cada vez que iba
a su casa y, en mi revisión habitual me lo encontraba y les preguntaba por él,
Marisa me decía "es uno de esos libros que siempre se me ha
atragantado". Más tarde, en un divague titulado ¿Cuáles son los
tres libros que más te han influido?, el divagante Justanotherspy
, lo citó como uno de sus tres. Lo compré hace unos meses, y este mes de Junio,
por fin, he leído "Bella del Señor", de Albert Cohen.
Cuando divago sobre libros, suelo seguir una técnica: primero vuelvo a mis subrayados, encuentro temas subyacentes, copio las frases que me han provocado, llegado, las que me han hecho pensar, las que hubiera querido haber escrito yo, las que formalmente me agitan ("Fulguraciones" que dice NáN), y algunas las suelo incluir. Ese proceso me ayuda a metabolizar el libro, a repensarlo, a aprender. Pocas cosas hay tan chulas como ir a la estantería, coger un libro amado, y mirar algún subrayado, así de pasada (luego la olla express ya ha pasado los 10 minutos, o lo que sea se ha quemado, pero esa es otra historia, en concreto la de mi vida).
Pero divago: todo el párrafo anterior para explicar que me siento paralizada ante la idea de escribir sobre "Bella del Señor". Es imposible intentar fijarlo con alfileres como otros libros: me declaro derrotada. Albert Cohen escribió una novela tan inmensa, compleja, con tantas variaciones, usando tantos recursos, que no podría más que ponerme a empezar una serie.
Los temas subyacentes no son demasiados, tal vez: la seducción, el amor, el deseo, su evolución, su saciedad, su hartazgo, la obsesión por atrapar lo inatrapable. Nunca he leído tanto sobre el amor en una novela, casi parece un ensayo a tramos. Esa historia de amor que reta, que confunde, que cabrea, que aburre, está enmarcada en la Suiza de 1936. Solal, uno de los protagonistas es un judío rico, que a manejar dinero es a todo lo que puede aspirar: increíble insight en lo que debía ser ser judío en la Europa de la época. La heroína, Ariane, es una aristócrata que se casó por debajo de su cuna pero, pese a tratarse de dos personajes en principio privilegiados, la novela no se lee como quien ve un retrato al óleo de la clase dominante de una época. A su manera, ambos son marginados, y hasta qué punto más adelante, presos en la cárcel del amor.
"Bella del Señor" tiene imágenes que impactan como hacía tiempo que no me chocaba algo. Es tan profundamente pesimista, escéptica, nihilista, que tal vez se pueda entender con esta frase, que lo representa. Frase que por otro lado ahora no puedo encontrar, porque son 624 páginas de una densidad apabullante, muchos párrafos de monólogo interior sin un punto ni una coma, inmisericorde. La idea es, combinada con ese negativismo que acompaña a Solal en su visión del mundo que le hace ver a la gente como sus futuros cadáveres, la de pensar en lo ufanos que caminamos, sin darnos cuenta que los árboles con los que construirán nuestros ataúdes están probablemente ya sobre la tierra.
Si esta idea perturba, preparénse. Tal vez debería aclarar que una de las cosas que Cohen hace mejor es hacer sentir al lector. Para empezar, aburrimiento: hay un capítulo eterno en el que una familia espera a uno de los protagonistas a cenar. Y no llega. Y se extiende, y realmente parece que Cohen lo está contando en tiempo real, y que estás sentado junto a ellos. Te parece increíble que lleve tantas páginas, y pasas hasta el final del capítulo y… quedan otras tantas más! de estar sin moverte, toda exasperación y nervios de una espera, y te sientes de una manera muy similar a cómo se deben estar sintiendo los personajes. También te aburres algunos ratos cuando los enamorados se están aburriendo de su amor. Y se esfuerzan, e inventan nuevas estrategias para avivar una llama que se está apagando, y te sientes aislado con ellos, un Voyeur que ya forma parte de la pareja y su soledad, y su prisión.
Luego está la risa. Cómo puede una novela ser aburrida, trágica y a la vez, de lo más divertido que he leído nunca. Hay algunos grupos de personajes, los familiares judíos de Solal, y los suegros de Ariane que son absolutamente hilarantes, de reírse en alto, de partirse, de tener que ir a buscar a alguien para contarles la última frase.
Una gran parte de su comicidad viene por la extrema ironía con la que está escrito. Tanto es así que, no me extraña que al principio de la novela gente muy lectora como Marisa la dejen. Cuesta unas cuantas páginas establecer que esas frases barrocas, churriguerescas, son de hecho irónicas, y luego recorren la novela. Formalmente, impacta. La habilidad de Cohen con todos los registros es pasmosa, y el lirismo con el que habla del amor en muchos momentos desarma.
La descripción de los personajes, aquello tan antiguo de bucear en el alma humana, a fondo, es magistral. No hay un solo personaje positivo, pero desde la mediocridad fastuosa del marido de Ariane hasta los monólogos de la criada, pasando por la inteligencia derivada a delirio de Solal, hay que descubrirse y, una vez más, decirle adiós a las ansias de escribir. Cohen es uno de esos escritores colosales que nos las quitan, que dejan cualquiera de las recientes actualidades que he leído a la altura de estudiantes aún en la tesina. Pero no es un libro para todos, es una novela que exaspera, que deprime, que te eleva... es para los que aman las sensaciones fuertes.
Me siento extraña por la desestructuración de este divague, podría ser un “Desmontando Belladelseñor”, me ha salido como algunos de los capítulos de la novela, y apenas sé lo que he escrito. Me conformaría con haber llegado a la suela del zapato a Cohen en aquello de crear emociones fuertes en el divagante, para el que la suerte está echada, ya que algo se le está revolviendo dentro: “He de encontrarlo ya” o “No tocaré ni su tapa jamás”. Abro al azar, para terminar con un subrayado, y ahí va:
Cuando divago sobre libros, suelo seguir una técnica: primero vuelvo a mis subrayados, encuentro temas subyacentes, copio las frases que me han provocado, llegado, las que me han hecho pensar, las que hubiera querido haber escrito yo, las que formalmente me agitan ("Fulguraciones" que dice NáN), y algunas las suelo incluir. Ese proceso me ayuda a metabolizar el libro, a repensarlo, a aprender. Pocas cosas hay tan chulas como ir a la estantería, coger un libro amado, y mirar algún subrayado, así de pasada (luego la olla express ya ha pasado los 10 minutos, o lo que sea se ha quemado, pero esa es otra historia, en concreto la de mi vida).
Pero divago: todo el párrafo anterior para explicar que me siento paralizada ante la idea de escribir sobre "Bella del Señor". Es imposible intentar fijarlo con alfileres como otros libros: me declaro derrotada. Albert Cohen escribió una novela tan inmensa, compleja, con tantas variaciones, usando tantos recursos, que no podría más que ponerme a empezar una serie.
Los temas subyacentes no son demasiados, tal vez: la seducción, el amor, el deseo, su evolución, su saciedad, su hartazgo, la obsesión por atrapar lo inatrapable. Nunca he leído tanto sobre el amor en una novela, casi parece un ensayo a tramos. Esa historia de amor que reta, que confunde, que cabrea, que aburre, está enmarcada en la Suiza de 1936. Solal, uno de los protagonistas es un judío rico, que a manejar dinero es a todo lo que puede aspirar: increíble insight en lo que debía ser ser judío en la Europa de la época. La heroína, Ariane, es una aristócrata que se casó por debajo de su cuna pero, pese a tratarse de dos personajes en principio privilegiados, la novela no se lee como quien ve un retrato al óleo de la clase dominante de una época. A su manera, ambos son marginados, y hasta qué punto más adelante, presos en la cárcel del amor.
"Bella del Señor" tiene imágenes que impactan como hacía tiempo que no me chocaba algo. Es tan profundamente pesimista, escéptica, nihilista, que tal vez se pueda entender con esta frase, que lo representa. Frase que por otro lado ahora no puedo encontrar, porque son 624 páginas de una densidad apabullante, muchos párrafos de monólogo interior sin un punto ni una coma, inmisericorde. La idea es, combinada con ese negativismo que acompaña a Solal en su visión del mundo que le hace ver a la gente como sus futuros cadáveres, la de pensar en lo ufanos que caminamos, sin darnos cuenta que los árboles con los que construirán nuestros ataúdes están probablemente ya sobre la tierra.
Si esta idea perturba, preparénse. Tal vez debería aclarar que una de las cosas que Cohen hace mejor es hacer sentir al lector. Para empezar, aburrimiento: hay un capítulo eterno en el que una familia espera a uno de los protagonistas a cenar. Y no llega. Y se extiende, y realmente parece que Cohen lo está contando en tiempo real, y que estás sentado junto a ellos. Te parece increíble que lleve tantas páginas, y pasas hasta el final del capítulo y… quedan otras tantas más! de estar sin moverte, toda exasperación y nervios de una espera, y te sientes de una manera muy similar a cómo se deben estar sintiendo los personajes. También te aburres algunos ratos cuando los enamorados se están aburriendo de su amor. Y se esfuerzan, e inventan nuevas estrategias para avivar una llama que se está apagando, y te sientes aislado con ellos, un Voyeur que ya forma parte de la pareja y su soledad, y su prisión.
Luego está la risa. Cómo puede una novela ser aburrida, trágica y a la vez, de lo más divertido que he leído nunca. Hay algunos grupos de personajes, los familiares judíos de Solal, y los suegros de Ariane que son absolutamente hilarantes, de reírse en alto, de partirse, de tener que ir a buscar a alguien para contarles la última frase.
Una gran parte de su comicidad viene por la extrema ironía con la que está escrito. Tanto es así que, no me extraña que al principio de la novela gente muy lectora como Marisa la dejen. Cuesta unas cuantas páginas establecer que esas frases barrocas, churriguerescas, son de hecho irónicas, y luego recorren la novela. Formalmente, impacta. La habilidad de Cohen con todos los registros es pasmosa, y el lirismo con el que habla del amor en muchos momentos desarma.
La descripción de los personajes, aquello tan antiguo de bucear en el alma humana, a fondo, es magistral. No hay un solo personaje positivo, pero desde la mediocridad fastuosa del marido de Ariane hasta los monólogos de la criada, pasando por la inteligencia derivada a delirio de Solal, hay que descubrirse y, una vez más, decirle adiós a las ansias de escribir. Cohen es uno de esos escritores colosales que nos las quitan, que dejan cualquiera de las recientes actualidades que he leído a la altura de estudiantes aún en la tesina. Pero no es un libro para todos, es una novela que exaspera, que deprime, que te eleva... es para los que aman las sensaciones fuertes.
Me siento extraña por la desestructuración de este divague, podría ser un “Desmontando Belladelseñor”, me ha salido como algunos de los capítulos de la novela, y apenas sé lo que he escrito. Me conformaría con haber llegado a la suela del zapato a Cohen en aquello de crear emociones fuertes en el divagante, para el que la suerte está echada, ya que algo se le está revolviendo dentro: “He de encontrarlo ya” o “No tocaré ni su tapa jamás”. Abro al azar, para terminar con un subrayado, y ahí va:
"Absurdo,
pero el amor estaba echado y había que beberlo" (...)
P.S., 4 años después: el divague de "Comeclavos", el segundo de la saga "Los Esforzados" (al que pertenece "Bella del Señor") lo tenéis aquí.