como si nunca hubieran vivido,
que murieron y fueron olvidados,
ellos, y sus hijos después de ellos."
Este epígrafe sacado del Deuteronomio de la novela de Nicholas Mattieu le sirvió a él para darle título y a mí para sobrecogerme porque se puede aplicar salvajemente a los protagonistas de esta historia: la clase trabajadora de un valle desindustrializado del noreste de Francia. No es ninguna novedad esto del olvido, ya Buñuel ganó en Cannes en 1950 con
"Los olvidados", aquí eran los niños de un barrio pobre del DF. Ambas obras son realismo social -como el autor es francés, también se la ha comparado con el realismo social de Zola o Balzac-, todos estos autores intentan que, apelando al olvido, a esta gente alguien los recuerde.
La novela llegó a mí recomendada por Laeti, una amiga francesa. Había ganado el Goncourt en 2018, era temática social y una
"bildungsroman", una novela de formación/crecimiento que sigue a un chaval de 14 años durante cuatro veranos de su vida en los 90. Me lo has vendido, Laeti, pensé. No sé si habrá sido un error pero lo leí traducido al inglés: por alguna razón me chirrían menos las traducciones en este idioma. De entrada en el título inglés hay una palabra más que es castellano, la conjunción y:
"Y sus hijos después de ellos" ("And their children after them"), porque así es la cita del Deuteronomio, y para mí que le da más "movilidad" a la frase.
Hace más de un mes que terminé la novela, así que a ver qué sale, me lanzo a la piscina (splashhh). Metáfora no casual, ya que en el bordillo de múltiples piscinas en un país muy lejano leía yo esta novela: mientras me miro los subrayados y las anotaciones veo casualmente en sus márgenes cosas como “piscina del retiro Ba Vin” (suspiro). Eso sí: no es un “libro piscinero”, de esos que lee la gente para “evasión”. A ver si sé explicar los temas tras tantas semanas, porque la trama [a quién le interesan las tramas?], como siempre, no la voy a destripar.
Anthony tiene 14 y es el verano de 1992. Vive en una ciudad indeterminada en un valle en el noreste de Francia en la que ya no hay fábricas, ya no hay trabajo, ya no hay futuro. Ni presente. Mathieu reproduce la voz de un chaval de esa edad con un oído increíble, a mí me ha parecido muy mono: piensa cosas como “su culo especialmente, era increíble” o cuando se rozan sus rodillas y: “las chicas son muy blanditas; es algo a lo que nunca te acostumbras”. Ah, la chica es Steph y el punto de partida de la novela ocurre cuando "chico conoce a chica": “Steph ya era como uno de esos yingles que se quedan pegados en tu cabeza y que te vuelven loco. La vida de Anthony se había puesto boca abajo; nada se había movido pero nada estaba en su sitio. Estaba sufriendo. Molaba”.
Steph es de clase media-alta (en un punto sus padres se hacen precisamente una piscina en el jardín) y tiene aspiraciones de ir a la universidad en París y "salir de allí". Me planteo cuántas pelis y novelas van de la gente que quiere salir del sitio donde nació, que percibe como insuficiente para sus aspiraciones, o tal vez simplemente claustrofóbico. Steph le sirve al autor, aparte de para contarnos aquello del "primer amor" (que si puede ser de verano, tanto mejor, y lo es) como para contrastar ambas clases. El fenómeno chico-clase-trabajadora se enamora o al menos siente fascinación por la pija universal es curioso y lo vengo observando toda la vida; desde
Pulp hasta
Marsé, pasando por propios amigos (por lo que sea, a mi alrededor no ha ocurrido al revés). Escuché un programa de neurociencia en el que hablaban del concepto
"mating value" (escala en cuanto a “tu valor en el mercado del ligue” -cosas como inteligencia, belleza, situación laboral o potencial si eres joven, dinero...) y podría desarrollar una teoría a propósito de esto, pero no hoy.
El tercer personaje clave de la narración es Hacine, que entra en confrontación con Anthony por una moto robada. Las motos tienen un cierto papel en esta novela, y yo la leía en Vietnam, el segundo país en número de motos por familia del mundo (86%, le gana solo Tailandia, 87%). Hacine es -quién lo iba a decir- musulmán y sirve para introducir el tema de la inmigración. Es “segunda generación”, un tema que me toca muy de cerca porque también lo es mi hija: viven a caballo entre dos “rootlessness” (desarraigos) a la vez que con una riqueza inmensa, dos idiomas, dos culturas, dos maneras de entender el mundo. Mathieu describe por ejemplo cuando vuelve Marruecos de vacaciones y como buen expatriado “se sentía envidiado e importante como si la gente que se hubiera quedado allí vivieran vidas menores y no hubieran hecho mucho aparte de esperarle a él”.
Pero también hay clases en los emigrantes: todo sabemos el trato que reciben los magrebíes en Europa. Su padre es un hombre que ha intentado mantener la dignidad y adaptarse al sistema, pero que lleva 40 años sufriendo “la violencia institucional y la maraña de reglas tácitas y métodos coercitivos heredados de las colonias, usados para garantizar que los oprimidos estén disciplinados”. Su padre y los demás inmigrantes han sido “los afros, los nígers, los wogs”. Con el tiempo y lo políticamente correcto, el desprecio hacia ellos se ha ido tornando más tácito pero nunca ha desaparecido. Con lo cual, sí, a su padre le ascendieron en el trabajo, pero la ira “había estado cociéndose en sus tripas durante 40 años”. Hacine es el hijo de esto, y con él se puede llegar a entender a muchos de los jóvenes inmigrantes cabreados en nuestras ciudades. Porque ellos se dan cuenta de que el país en el que viven trata a sus familias como “una pequeña nota pie de página de la sociedad”. Sí, sus padres habían tenido un trabajo, pero de mierda. Habían sido vejados y marginalizados, malpagados y la palabra “inmigrante” les resumía y juzgaba allá donde fueran. Pobre generación: colgados en medio de dos idiomas -uno de ellos, el francés, que no dominaban- y dos países, sin herencia cultural y ni qué decir tiene económica que pasar a sus hijos. A alguien le sorprende que estos chavales -especialmente los chicos- desarrollaran una total desesperanza? Para qué ir bien en el colegio, y estudiar una carrera: eso es entrar a jugar el juego de una sociedad que ha maltratado a sus familias durante décadas. Ser bueno es un acto de colaboración
La situación familiar y social de Anthony no es mucho mejor. Sus padres, ya separados, son clase trabajadora y es a través de su padre, un desastre con problemas con el alcohol y el "control de la ira", con el que Mathieu nos da su visión -espero- política del mundo. Estas partes son para enmarcar, y una de las razones por las que leer te puede cambiar la vida. Yo siempre digo que a mí me hicieron roja los libros, y me imagino el impacto de una novela como esta en los adolescentes, si leyeran.
A alguien le suena eso de que “ya no hay clases, todo eso se acabó?”. Sí, aquí al valle agonizante donde viven estas personas llegan los que quieren montar negocios turísticos (me gusta cuando un personaje que viajaba “iba una vez al año a verificar la existencia de los paisajes que ha visto en la televisión Las Vegas Madagascar Vietnam”). Esto hace que los trabajadores de las fábricas se vayan, disminuyendo la parte del electorado que votaban a la tendencia política que en teoría les protegía algo en la región. Pero los nuevos gurús les hablan de que los mayores ya aburren hablando de ese pasado industrial, con sus nociones productivistas. El futuro está en "el tiempo libre", economía de servicios (país de camareros, a alguien le suena esto también:?) no hay que preocuparse, ellos están llenos de dinamismo y saben que es el momento de mirar hacia adelante. Aunque este libro esta basado en los 90, estos gurús aún existen: como ha ido todo tan bien con su filosofía…
Pero el padre de Anthony echa de menos los viejos tiempos de camaradería y se da cuenta que la solidaridad de siglos se disuelve entre tanta palabrería sobre la competencia, la calidad del servicio, la estrategia de comunicación, la satisfacción del cliente. Todo lo que ofrecen son nuevos trabajitos mal pagados que están reemplazando el trabajo de antaño, que era duro pero compartido. Desde que las fábricas cerraron los trabajadores son “confeti, pienso para las compañías”: es la hora del individualismo, de la temporalidad, de los que están aislados… Eso sí, en Europa mejor no nos quejemos porque nos ponen aire acondicionado para atemperar los cambios de humor (no en UK, que seguimos con ventiladores). Nos anestesian con la promesa de unas vacaciones, con la idea de comprar el último electrodoméstico (hoy yo diría teléfono) y así intentar que los días en el curro sean soportables. Un personaje anota sus observaciones de compañeros veteranos que “habían desarrollado toda suerte de trucos para conquistar este tiempo uniforme que empezaba cuando salías de la cama y que se extendía para siempre hasta que te jubilas”. El tiempo había dejado de pertenecerle, “mentes de otros hacían las reglas para su cuerpo. Me había convertido en una herramienta, en una cosa: estaba trabajando”. Al final, ante tanta desolación, el ejército era un lugar donde uno podía ir a esconderse: allí todo lo que tenías que hacer era seguir las órdenes.
Es muy gracioso (ríes por no llorar) cuando al padre del prota le obligan a ponerse un uniforme en uno de sus trabajos como repartidor, y reflexiona: “en los viejos tiempos la gente no se tenía que poner disfraces para trabajar, quizás solamente las criadas y los porteros, pero hoy todos somos lacayos más o menos. La silicosis y las explosiones en la mina ya no son riesgos en el trabajo. En su lugar, hoy se muere por la humillación de las pequeñas demandas, la vigilancia continua”. Y los putos uniformes, que si tienes la mala suerte de que al jefe le parezca simpático que lleves a Mickie Mouse, te planteas si ofrecerte a llevar también una diadema con sus orejitas, tal vez te dará una promoción. Esto del disfraz laboral lo que visto también en una peli pero no la recuerdo.
Y con todo ese caldo de cultivo, igual que los hijos de los marroquíes llegan a la desafección y al odio, aquí entendemos qué fácil es incendiar a algunos obreros blancos, tal vez los menos sofisticados y con menos cultura política, hacia el racismo y la xenofobia. Mathieu lo describe muy bien: la extrema derecha da siempre soluciones simples a los problemas complejos. El personaje que nos pone como ejemplo hace este cálculo: “el problema eran los inmigrantes, simplemente tenéis que hacer las matemáticas: había 3 millones de inmigrantes y 3 millones de parados. Todos esos vagos del extranjero eran la mayor causa de los problemas”. Voilá. Y así estamos como estamos.
Por terminar con dos notas altas en lo que parece es solo rabia y dientes apretados, repetir que la novela es una coming-of-age, y la edad de sus personajes impregna la novela, y te devuelve a cosas tan intrínsecas a la adolescencia como la sensación de inmortalidad: iban en moto “muy rápido, sin casco, y en la oscuridad, incapaces de accidentes, insuficientemente mortales”. Hay una descripción de ir en moto muy chula: “cada día repetía las rutas que había elegido cuidadosamente por su geometría, por la rapidez de sensaciones que generaban, por las posibilidades del momentum que ofrecían las complicadas maniobras que le encantaba hacer”. Son un grupo de chavales que se meten de todo, todo el rato. Me ha chocado cómo estás con el chico que te gusta y aún así, tienes que beberte una botella de vodka para estar bien: “el problema fundamental de una vida sin alcohol era el tiempo, el aburrimiento, la lentitud y la gente”. Esta frase me impactó por todo el nihilismo que acarrea, y el final de la siguiente, cuando describe tan bien el efecto del cannabis: “caer más profundamente en ese estado de ligereza paranoica y placer exhausto, en el que incluso la pobreza tomaba una belleza singular”. La belleza singular de la pobreza.
La segunda nota positiva son ellas, las mujeres, que a ratos se sienten “a la vez con menos certezas pero con más confianza”. Ya he hablado de Steph, que quiere salir de ahí, pero también está Vanessa, una chica un poco mayor que inicia a Anthony en el sexo [o sea, le ensenia todo eso que nos gusta de verdad a las chicas, no lo que dicen en las letra del reguetón], que luego él va a aplicar con éxito con Steph. Nota: hay bastante sexo adolescente en la novela, algo siempre dificil de contar, y en su favor diré que al menos no me quedé con la sensación de haber pasado verguenza ajena leyéndolo, que ya es mucho. Decía que Vanessa, que había sido bastante frívola hasta los 15 pero entonces empezó a estudiar duro, de repente horrorizada con el pensamiento de repetir el patrón de sus padres: llevar una vida cómoda y moderadamente feliz, siguiendo adelante sin triunfos ni fallos: era la vida que ella ya no quería. Claro que luego anota Mathieu, “no podía entender cuánta determinación y sacrificio se requiere para mantener una vida normal y media”. Y también está Coraline, la pareja de Hacine que rellena el vacío que tenía dentro con la maternidad, mientras que a él su hijo no le cambia nada, sólo aumenta “sus neurosis, su infelicidad, la ira que nunca le dejó. La vida seguía siendo insuficiente para él". O la misma madre de Anthony, que una vez mayor y sin las ataduras de marido e hijo se une a esa edad a la tropa de mujeres que vía divorcio o viudedad volvían a ser solteras y a hacer cosas (un saludo para las “señoras que van al cine”) y para las cuales “los hombres y los niños habían sido solo un episodio en sus vidas”. Qué fuerte esto: que a los 40 pienses que así van a ser el resto de tus días, y no. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida: en este caso y para este grupo de mujeres, para bien.
La novela tiene 420 páginas (en inglés, en castellano tendrás más) y al final se me hizo algo larga. Tal vez porque se me acabaron las piscinas y la terminé ya en casa, terminado el viaje. No podía evitar, al leerlo, pensar una y otra vez en la suerte que yo he tenido con mi vida: no solo la gente está sufriendo a tres horas de vuelo de aquí en guerras y genocidios, es que también hay mucha gente que sufre porque no puede llegar a fin de mes, porque no pueden pagar las facturas, porque no hay futuro ni para ellos ni para sus hijos. Solo leyendo, que es la manera más íntima desde la que puedes meterte en la piel de alguien, puedes entender que no son una panda de vagos culpables de su destino, ni unos ni otros, y tal vez llevado de la mano de Anthony y Hacine dejes de pensar que hay soluciones simples y rápidas para problemas complejos que vienen de atrás. Bravo Mathieu por poner aquí el foco, por hacer que no olvidemos a aquellos que la Biblia dijo un día que “no serán recordados”.