Hay tantas historias de Bellver que hacer un divague por día es casi pecado. En cualquier otro de viajes, es tan fácil... porque cada rincón no tiene una historia. Pero aquí no es solo lo que ves, o lo que te pasa... es que habría que remontarse décadas para explicar qué es qué y quién es quién. La mañana del domingo vamos a bajar al Segre (hoy sí, que el de ayer era el "glaciar Llosa"), al sitio que íbamos siempre de peques. Pero antes hay que pasar por casa de nuestros familiares, no solo porque está de paso.
Lluisa, prima de la Yaya, es una de las personas más sonrientes que conozco, y es la madre de los que encontramos ayer en aquella plaza. De pequeña me encantaba su casa, super acogedora y llena de antiguedades- específicamente aquí me aficioné a ellas. Al entrar veo que está exactamente como la recuerdo, con muchísimo estilo en todo: los pasillos llenos de cuadros, llaves antiguas, uno de aquellos muebles que se usaban para asearse, lo que debían ser aperos de labranza, viejos esquíes. Su hija nos pasa a una habitación para enseñarle a Mini el organillo de manivela, que le cambió Lluisa a una mujer que pasaba por allí por unas botas. En el salón hay una cómoda que se la regaló la Yaya. Mira Mini, el reloj de cuco que a mí me fascinaba, esperando que diera la hora para ver salir al pajarito. Tirada por el suelo de este salón, en la tele al lado de la chimenea vi la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Al fondo, en una extensión acristalada que hicieron más tarde, pasa su tiempo ahora Lluisa: debajo está el huerto que ella antes cultivaba y hoy nos cuenta que sigue su hija, que vive en Barcelona pero sube casi todos los findes. El chalet de al lado, que lo tiraron (para mi disgusto el primer día), no les ha ido mal porque han ganado más luz y si quieren les dejan pasarse a la piscina comunitaria del edificio de dos plantas que ha sustituido aquel chalet de ensueño de tejado inclinado, pizarra, madera y cristal. Salimos porque quiero enseñarle al Peda el estudio de pintora de la hija de Lluisa, otra de las cosas que me maravillaban de aquella casa: al fondo del jardín de césped perfecto había (y hay) una casita con las paredes acristaladas llena de lienzos, brochas, botes... la hija siempre ha pintado, aunque se medio sonroja diciendo que "cada vez menos", "está muy liado, lo tengo que organizar"... Hablamos un rato más, y me encanta ver a Lluisa que tiene la misma sonrisa de siempre, y que me coge de la mano mucho rato.
Bajamos al Segre por el mismo sendero de mis recuerdos: hay un camino que desciende con escalones grandes de piedra, un bosquecillo, un prado enorme, un canal de riego por el que pasa el agua muy rápido, que hay que cruzar por una de esas compuertas (tal vez las que controlaba Joan?), haciendo equilibrios. Por fin estamos en el río, que está algo distinto de la última vez que estuve, hace diez años, que estaba también algo distinto de la antepenúltima, y así... La leyenda urbana es "baja mucha menos agua que antes", y lo cierto es que yo recuerdo que me cubría hasta los hombros quizás, claro que también era yo más pequeña. Hoy no cubre más que hasta la cintura, con suerte, en los sitios más profundos, pero hay muchas piedras que hacen como pequeñas cascadas y es divertido estar ahí con todo el ruido. El agua no está ni de lejos tan fría como ayer: fresca pero razonable y, en una palabra: no duele.
Vamos a comer a un asador llamado "La Solana", que está camino de Puigcerdá. Lo descubrieron los Jekes de casualidad hace tiempo, porque les dejaban tener a Nara: han estado comiendo en su terraza incluso con nieve! Sin embargo, antes de dejar Bellver, queremos ir a dar un último paseo y hacer alguna foto. Lo que es problemático porque cada foto podría extender esto sin conocimiento: pero quién dijo miedo habiendo hospitales?
En uno de esos pisos de las terrazas vivía la Yaya con sus padres cuando vino de Barcelona siendo apenas una adolescente porque a su madre, enferma de corazón, la enviaron a vivir a "la montaña".
Estas cosas eran comunes en la época, todos hemos leído "La Montaña Mágica" (y el que no, ya va tarde), pero es que además en Bellver tenemos un famoso literato que fue enviado aquí para sobrellevar su tuberculosis: Gustavo Adolfo Bécquer. Escribió aquí su leyenda "La cruz del diablo", y cita a nuestro héroe de estos días, Belllver, el la primera página
En concreto, Bécquer se alojó en esta casa (si se amplía igual se puede leer la inscripción), que en su tiempo fue fonda: Cal Patanó, donde vivían unos familiares de la Yaya. En el primer piso había una cocina gigante, con una mesa de madera de lado a lado: allí, el Señor Patanó me decía que se debió sentar Bécquer y a mí me llenaba de ilusión (a propósito de estos fetichismos literarios el libro que estoy leyendo ahora).
Patanó era fotógrafo aficionado, y nos enseñaba el cuarto oscuro de revelado que siempre me pareció un lugar mágico. Le encantaba hacerme rabiar, y yo, claro, entraba a todos los trapos. Su tema principal de pique era Vetusta!!! (sonrío mientras escribo). Tengo una foto que me hizo a los 8-9 años sentada en la mesa donde sostengo un trozo de papel donde pone algo así como "Soy la reñidora!" Hace 10 años les visitamos por última vez; hoy Cal Patanó está cerrada... no sé si esta pareja tan entrañable siguen vivos. La casa está en una calle cuyo nombre me explicaba la Yaya: "se llama así por lo difícil que era atravesarla en invierno con la nieve": es el Carrer de l'Amargura.
Antes de entrar en esta calle está La Formiga: una tienda de regalos de unas amigas de Nansi que también me encantaba. Estaba excavada en la roca, como están gran parte de estancias en esta zona antigua del pueblo. Le hago esta foto desde la ventana: veo que se ha transformado en antiguedades también. Mira, Mini, son lecheras! Me encantaba ir a una lechería que había aquí abajo (hoy es una tienda de algo que no recuerdo, tipo video club? pero quien alquila pelis hoy?). Los recipientes aquellos metálicos grandes donde guardaban la leche, el olor del sitio, los coloretes en las mejillas de la mujer que la vendía. Sabes, Mini? Si le dabas la vuelta rápido, por leyes centrífugas, la leche no se cae... En serio? Sí, a no ser que se rompa el asa, que es lo que me pasó a mí una vez...
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La Formiga |
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La Formiga |
Más cosas excavadas en la roca? La guerra estalló el día que la Yaya cumplió 16 años y este es el refugio donde se metían cuando pasaba "La Pava", (el avión de combate Heinkel-46). Que viene La Pava! Que viene la Pava! Y todos corrían al refugio. Todos menos su padre, que nunca quiso ir: "id vosaltres, jo em quedo", y seguía trabajando. Vivo sobre uno de estos refugios en Londinium, y lo divagué aquí.
Volvemos a subir a la plaza, esta vez podemos entrar en la iglesia y pasearnos por entre los arcos sin apenas gente. En la puerta de una casa alguien ha ido registrando las alturas con las fechas de cada uno de los niños de la casa.
De bajada, ahí sigue Cal Jaume, un colmado de los que vendían butifarra, y aunque me asomo no recuerdo mucho, aparte de que antes era muy oscuro. Los carteles de azulejos de Freixenet siguen intactos...
Se han hecho las mil para comer, pero conseguimos que los de "La Solana" nos preparen una mesa, y esta es nuestra comida-parrillada catalana de despedida de los Jekes, que marchan para Barcelona y nosotros seguimos camino hacia Puigcerdá, para Francia. Aquí tenemos más familia, pero ya es tarde y no paramos; igual que había (quién sabe sin aún estarán) primos y demás de la Yaya en los pueblos fronteros de Francia: Bourg-Madame, que en realidad es como un barrio de Puigcerdá.
Siempre me han gustado esos lugares fronterizos donde se hablan dos idiomas y donde en mi imaginación se desarrollan pelis de espías y contrabandistas. Cuando cruzábamos a Francia en mi infancia había que pasar por aduanas con los gendarmes, y eso siempre le daba mucha emoción... íbamos a otro país! Las visitas a los familiares de la Yaya eran, si una lo piensa, aburridísimas (gente mayor hablando en catalán), pero me daban una bebida exótica que no me gustaba necesariamente (era como un concentrado de colores vivos, dulce) y galletas extrañas, que hoy pienso eran parecidas a las Jaffa Cakes inglesas. El baño estaba separado del cuarto donde te duchabas, y una vez descubrí uno de en el jardín, de tiempos inmemoriales: lo recuerdo como una especie de sauna, todo de madera con una tapa con asa. Tal vez no lo más higiénico.
Cruzamos el río y nos encaminamos a Ceret, el pueblo cercano a Perpignan, donde una amiga tiene una casa que nos ha dejado para un par de noches. El camino, atravesando todos los Pirineos es precioso: pasamos por diversos pueblos pero mayormente tenemos la sensación de estar cayendo en picado: entre valle y valle, vemos el "pequeño tren amarillo", ("Le Petit Tren Jaune") que surca todo el valle del "Parque natural de los Pirineos catalanes", desde el pueblo fortificado de Villefranche-de-Conflent (440 m sobre el nivel del mar) hasta Latour-de-Carol (más allá de Puigcerdá, a 1248 msnm). Recorre unos 62 kms, con su punto más alto a 1592 msnm. Parece ser que fue una obra de ingeniería colosal cuando abrió en 1909, y que aun funciona con 7 de los 10 vagones eléctricos de la época. "Atraviesa el unico puente colgante de Francia, cañones, bosques, valles, pueblecitos colgados de las montañas con sus campanarios y a veces, parece que desafía la gravedad, cuando se detiene solo se oye la risa del río al fondo", según dice el autor del artículo que enlazo.
Porque en este viaje, no habíamos oido hablar del trenecito amarillo, y simplemente nos encontramos con él en la terraza de un bar cuando paramos para una coca-cola medicinal pues Mini que se ha mareado en los zig-zags del valle. El bar en cuestión es maravillloso: estancado en los 70, tan típicamente francés, que parece de atrezzo, con sus botellas de Pernod Ricard. Aquí es donde descubrimos que el catalanismo esta aún mucho más presente que en la propia Cataluña: "no somos occitanos, somos catalanes", tienen en una pegatina.
Llegamos a Ceret aún de día pero, como dijo Escarlata O'Hara... mañana sera otro día (o no habrá plazas hospitalarias suficientes para los divagantes).