Últimamente estoy viendo bastantes películas. Últimamente no estoy de humor de hacer divagues de esas películas. Divagues al uso, me refiero: simplemente me apetece divagar propiamente, de una idea que la peli ha dejado en mi cabeza, o de una imagen, o una música, o algo así.
Es un poco lo del anterior divague, donde la idea que me rondaba era la libertad, o mejor dicho, el "estar" libérrimo de los ninios, de algunos ninios, y que nació por "The Florida project". Aquel divague no iba de la peli; requeriría mucho más trabajo hacerle justicia. Igual que este no va de la última de Luca Guadagnino, el director de "A bigger splash", una peli que me gustó simplemente por su ambiente, por el lugar al que te lleva física y luego mentalmente (en ese caso, una isla tan del sur de Italia que casi es Túnez, Pallenteria. Ni que decir tiene que, con mi amor por el Mediterráneo menos-explorado, esta isla también pasó a estar en mi lista de "visitar").
Pero divago. Estábamos con Guadagnino y el ambiente de sus películas, la textura, el olor, la luz tamizada, el color, la bruma, la sensación que te deja. En "Call me by your name" ha rodado en Lombardía, al norte de Italia, en una casona que él dice que en el pasado quería comprar, pero que "ahora será suya para siempre", y que contribuye a crear ese ambiente mágico en el que transcurre aquel verano donde en principio no tendría que pasar mucho.
He puesto alguna imagen de la casa para quien no haya visto la cinta, como vaga referencia; hay que ver toda la película sin embargo para entender donde está situada, en medio de la nada, y que el camino que te une con el maravilloso pueblo clásico italiano (creo que es Crema) se recorre en bicis ultra-fotogénicas o en coches vintage (son los 80, gran música en walkman o casettes). Esos paseos sin rumbo o aquellos en los que verdaderamente vas a hacer algo, a por el pan, o a poner un sello, me han llevado a esos veranos de la adolescencia donde podía remotamente ser uno de esos personajes en cuanto a lo de tener todo el tiempo del mundo en mis manos, un cálido y largo verano. Claro que nada que ver con el escenario: nunca estuve en una mansión y los alrededores de Vetustilla de la Torre nada tenían que ver con Lombardía (tal vez sí los de la Cerdanya. Definitivamente sí los de la Cerdanya).
Pero es que aquellos veranos no terminaban nunca, sus tardes no acababan nunca: eran como las de Alicia sentada en la rama del árbol, esperando a caerse al agujero. En la peli los personajes tienen 6 semanas, !SEIS! para ser "tomados por la casa", y esto me llena de envidia y de recuerdos, y de gratitud a la vez: me lleva directamente a Agosto del 2013 donde experimentamos algo parecido-de nuevo, con distancias-, unas semanas en esa otra casa que son de las mejores vacaciones que he tenido.
La pileta: en esta casa de la peli tenían una pileta, a falta de mejor palabra. Se trata de una especie de piscina antigua, de piedra, con agua que sabes (quieres creer) limpia, que tal vez venga de un río o manantial, pero no ves el fondo. No he encontrado buenas imágenes de la pileta, aparte de esta. En el jardín de mi casa de Vetusta, cuando yo era ninia había una. La usábamos de piscina; luego crecimos y se nos quedó pequenia. Mucho más parecida a la de la peli (y mucho más grande) era la del Monasterio de Iranzu, en Navarra, donde estuve de colonias a los 9 anios. Recuerdo que subíamos una cuesta y en un alto estaba esta especie de piscina con pan de rana. Nos daba igual. Eso es lo chulo: todo da igual, empezando por el agua helada, que seguro lo estaba.
Aparte de aspectos formales, Guadagnino también te lleva a sitios con el contenido. Los amores de verano, alguien los ha podido olvidar? Era todo tan intenso, conocías a alguien, te volvías loca, loco, y cuando digo intenso alguna vez igual esa otra persona nunca se enteraba, todo pasaba en tu cabeza, otras veces sí, pero tal vez todo tan difuminado que a veces luego te preguntarías si todo no había sido un suenio: hay una imagen en la que los enamorados hacen un atisbo de cogerse las manos que es sobrecogedor. Pienso en veranos cuyo final era el fin del mundo, los zapatos de uniforme una tortura tras semanas en sandalias, el asiento de copiloto en el coche en lugar de tu bici, volver a misa tras los meses de anarquía, retomar la física y la química tras la maravilla de tus lecturas elegidas, la desaparición de los flash de coca-cola, no volver a ver el cielo estrellado desde el césped porque en la ciudad nada de eso es posible y la libertad aquella tan de puertas afuera se acababa. Cada anio seguías sin aprender que aquel amor con el que se acababa el mundo probablemente se olvidaría antes de la Primera Evaluación, y cada anio tenías la misma sensación de ahogo ante la separación, que nos plasma perfectamente este director.
Y miro a Mini y pienso: "te queda todo esto por vivir, ojalá lo vivas bien". Y tal vez me he transformado en el padre de la peli y su discurso final, que viene a ser una versión del "No te vayas dolor, última forma de amar" de Pedro Salinas. Siempre merece la pena enamorarse en verano, aunque haya que sufrir luego. Disfruta del dolor, le viene a decir, porque estás vivo. Y ahora que lo recuerdo, uno de mis amores de verano, el de COU, me regaló ese poema... intenta no hacer demasiado danio, Mini, aunque a veces lo harás, sin quererlo, y a veces te lo harán, también sin proponérselo: así que no tengas miedo.
Esto es lo que quiero para mi hija y, para mí? Yo no quiero una mansión en Lombardía para pasar mi verano: me conformo con un chamizo solitario en algún punto de la costa griega, en una montania que mire al mar. Tendré limoneros y cada maniana iré a recoger tomates para la ensalada. O berenjenas, o vainas, como hacíamos aquel verano de 2013, bajo la guía de la Yaya. Quiero una hamaca colgada entre dos árboles, con una pila de libros, y una mesa enorme bajo un porche hecho de parras. No necesito pileta, solo unos escalones de piedra que bajen al mar.
Este es el lugar al que siempre acabo volviendo. Amor, Grecia, libros, limoneros, nadar y carpe diem. Ese lugar en mi cabeza.
He puesto alguna imagen de la casa para quien no haya visto la cinta, como vaga referencia; hay que ver toda la película sin embargo para entender donde está situada, en medio de la nada, y que el camino que te une con el maravilloso pueblo clásico italiano (creo que es Crema) se recorre en bicis ultra-fotogénicas o en coches vintage (son los 80, gran música en walkman o casettes). Esos paseos sin rumbo o aquellos en los que verdaderamente vas a hacer algo, a por el pan, o a poner un sello, me han llevado a esos veranos de la adolescencia donde podía remotamente ser uno de esos personajes en cuanto a lo de tener todo el tiempo del mundo en mis manos, un cálido y largo verano. Claro que nada que ver con el escenario: nunca estuve en una mansión y los alrededores de Vetustilla de la Torre nada tenían que ver con Lombardía (tal vez sí los de la Cerdanya. Definitivamente sí los de la Cerdanya).
Pero es que aquellos veranos no terminaban nunca, sus tardes no acababan nunca: eran como las de Alicia sentada en la rama del árbol, esperando a caerse al agujero. En la peli los personajes tienen 6 semanas, !SEIS! para ser "tomados por la casa", y esto me llena de envidia y de recuerdos, y de gratitud a la vez: me lleva directamente a Agosto del 2013 donde experimentamos algo parecido-de nuevo, con distancias-, unas semanas en esa otra casa que son de las mejores vacaciones que he tenido.
La pileta: en esta casa de la peli tenían una pileta, a falta de mejor palabra. Se trata de una especie de piscina antigua, de piedra, con agua que sabes (quieres creer) limpia, que tal vez venga de un río o manantial, pero no ves el fondo. No he encontrado buenas imágenes de la pileta, aparte de esta. En el jardín de mi casa de Vetusta, cuando yo era ninia había una. La usábamos de piscina; luego crecimos y se nos quedó pequenia. Mucho más parecida a la de la peli (y mucho más grande) era la del Monasterio de Iranzu, en Navarra, donde estuve de colonias a los 9 anios. Recuerdo que subíamos una cuesta y en un alto estaba esta especie de piscina con pan de rana. Nos daba igual. Eso es lo chulo: todo da igual, empezando por el agua helada, que seguro lo estaba.
Aparte de aspectos formales, Guadagnino también te lleva a sitios con el contenido. Los amores de verano, alguien los ha podido olvidar? Era todo tan intenso, conocías a alguien, te volvías loca, loco, y cuando digo intenso alguna vez igual esa otra persona nunca se enteraba, todo pasaba en tu cabeza, otras veces sí, pero tal vez todo tan difuminado que a veces luego te preguntarías si todo no había sido un suenio: hay una imagen en la que los enamorados hacen un atisbo de cogerse las manos que es sobrecogedor. Pienso en veranos cuyo final era el fin del mundo, los zapatos de uniforme una tortura tras semanas en sandalias, el asiento de copiloto en el coche en lugar de tu bici, volver a misa tras los meses de anarquía, retomar la física y la química tras la maravilla de tus lecturas elegidas, la desaparición de los flash de coca-cola, no volver a ver el cielo estrellado desde el césped porque en la ciudad nada de eso es posible y la libertad aquella tan de puertas afuera se acababa. Cada anio seguías sin aprender que aquel amor con el que se acababa el mundo probablemente se olvidaría antes de la Primera Evaluación, y cada anio tenías la misma sensación de ahogo ante la separación, que nos plasma perfectamente este director.
Y miro a Mini y pienso: "te queda todo esto por vivir, ojalá lo vivas bien". Y tal vez me he transformado en el padre de la peli y su discurso final, que viene a ser una versión del "No te vayas dolor, última forma de amar" de Pedro Salinas. Siempre merece la pena enamorarse en verano, aunque haya que sufrir luego. Disfruta del dolor, le viene a decir, porque estás vivo. Y ahora que lo recuerdo, uno de mis amores de verano, el de COU, me regaló ese poema... intenta no hacer demasiado danio, Mini, aunque a veces lo harás, sin quererlo, y a veces te lo harán, también sin proponérselo: así que no tengas miedo.
Esto es lo que quiero para mi hija y, para mí? Yo no quiero una mansión en Lombardía para pasar mi verano: me conformo con un chamizo solitario en algún punto de la costa griega, en una montania que mire al mar. Tendré limoneros y cada maniana iré a recoger tomates para la ensalada. O berenjenas, o vainas, como hacíamos aquel verano de 2013, bajo la guía de la Yaya. Quiero una hamaca colgada entre dos árboles, con una pila de libros, y una mesa enorme bajo un porche hecho de parras. No necesito pileta, solo unos escalones de piedra que bajen al mar.
Este es el lugar al que siempre acabo volviendo. Amor, Grecia, libros, limoneros, nadar y carpe diem. Ese lugar en mi cabeza.