Empecé la última novela de Ian McEwan "Nutshell" ("Cáscara de nuez") en el metro hacia el tren hacia el aeropuerto hacia Vetusta, para vacaciones de Navidad. Venía yo de una semana que se podría calificar de shakesperiana en el trabajo (puniales, traiciones, sangre) si no fuera porque los personajes, mickymouses del sur del Támesis en 2017 no le llegan a Macbeth o a Claudius o a Iago a la punta de la bota. Así que no sé si estaba yo muy por leer Hamlet en estos momentos de mi vida. Aunque el epígrafe de "Nutshell" no es que oculte nada:
"Oh God, I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space-were it not that I have had bad dreams".
No solo la frase es de Hamlet: es que la novela es Hamlet. Como siempre, no desvelaré nada con el divague; claro que el que no sepa que la madre y el tío están planeando la muerte del padre con veneno, que no lea este párrafo. Pero el hijo y sobrino de quién? Quién es el trasunto Príncipe Hamlet en "Nutshell"?
Un feto: la novela está escrita desde el punto de vista de un narrador omnisciente que no sé si se ha usado antes en la literatura, un feto en el último trimestre de gestación. Pero McEwan no va a usar el feto para plantear ningún tema de rabiosa actualidad como la gestación surrogada, embarazos producto de violación, selección de embriones, bebés de disenio. No: a él se le ha ocurrido esta original idea y simplemnte se dedica a poner los esquemas mentales de un senior de 70 anios, clase media y de cierta ideología, en boca de un feto. Evidentemente, la "suspensión de incredulidad" ("Suspension of disbelief") tiene que ser aquí esfuerzo de dimensiones épicas... pero como es McEwan le compramos pulpo como animal de compania y seguimos adelante.
Porque McEwan escribe con la maestría de siempre, y dice cosas como "sus visitas no terminan, sino que se difuminan". Siendo un feto el que habla, le dedica algún párrafo al concepto de la conciencia: a qué nos referimos, en qué consiste? "Algunos dicen que el dolor comenzó la conciencia". Para evitar danios serios, las criaturas necesitan desarrollar el sistema de feedback de una experiencia sentida. Algo que duele. La adversidad nos forzó a darnos cuenta de las cosas, y esas sensaciones que sentimos (nos quemamos cerca del fuego, nos duele la piedra sobre el dedo) son el principio de la invención de uno mismo. Del dolor a otras sensaciones (asco, vértido etc) solo hubo un paso. "Dios dijo "que haya dolor". Y hubo poesia. Al final".
Una maravilla. Como lo es cuando habla del amor. Aquel que ya no existe, que ha desaparecido, pero aquí es el padre de nuestro Hamlet-feto partcular quien hace un monólogo sobre el amor perdido. Casi siempre, cuando el amor muere, solemos olvidar los buenos tiempos, y solo queda el barro como recuerdo. La primera víctima del amor roto es la memoria: "el espectro de la vieja felicidad en el festín del fracaso y la desolación"
"I tumbled into love, into ecstasy and trust, joy and peace without horizon, without time, beyond words (...) We were heroic, we believed we stood on a summit no one else, not in life, not in all poetry, had ever climbed".
Se le nota preocupado por Europa a McEwan: le duele Europa. Tanto su desintegración por nacionalismos miopes y pequenios-como todos los nacionalismos por otra parte-"Europa’s secular dream of union may dissolve before the old hatreds, small-scale nationalism, financial disaster, discord. Or she might hold her course", como por el gran dilema de Europa hoy, los refugiados: "A combination, poverty and war, with climate change held in reserve, driving millions from their homes, an ancient epic in new form, vast movements of people, like engorged rivers in spring, Danubes, Rhines and Rhones of angry or desolate or hopeful people, crammed at borders against the razor-wire gates, drowning in thousands to share in the fortunes of the West. If this is biblical, the seas are not parting for them, no the Aegean, not the English Channel. Old Europa tosses in her dreams, she pitches between pity and fear, between helping and repelling. emotional and kind this week, scaly-hearted and so reasonable the next, she wants to help but not to share or lose what she has".
McEwan resume en tres páginas brillantemente el estado del mundo actual (lo pongo al final, de apéndice), a la vez que reconoce que, como hoy, no se ha vivido nunca en el planeta tierra.
Todo esto lo hace vía este feto tan listo que lo escucha todo y todo lo asimila, máxime porque su madre, como la que escribe estas líneas, es una adicta a los podcasts y está siempre escuchando la radio. Pienso en conversaciones con amigos estas navidades en las que la gente normal dice que a menudo les gusta el silencio, pensar ellos solos, reflexionar. Yo pienso escribiendo y mientras me muevo o lleno el lavaplatos estoy escuchando podcasts: de actualidad, de cine, de literatura, de feminismo, de ciencia. Todo mucho más interesante que lo que tengo en mi cabeza. Pero divago.
En conclusión, que tras leer los párrafos que he insertado, o cuando se lea el apéndice, el divagante pensará que McEwan está en perfecta forma, y que hay que lanzarse a la lectura de "Nutshell". Y eso que no he contado las impresionantes descripciones quasi-dignas-de-ginecóloga sobre el ambiente fetal, los ruidos, y localizaciones (algunas tirando a "demasiada información", como lo que debe ser tener una polla embistiendo cerca de tu cara). Sin embargo, para mí no ha estado "Nutshell" cerca de su reciente "The Children's Act", y me ha sonado más bien como un ejercicio de virtuosismo que se ha permitido por ser vos quien sois. Al principio engancha, hay que recornocer que hay cierto sentido del humor (desesperadamente clase media, por eso) y mientras que reconoces los homenajes bárdicos, puedes mantener el interés. El mío, al final lo perdió.
Pero como digo: igual no era mi momento. Mi empacho de drama shakesperiano laboral (oh no, el lunes he de volver!) era tal al principio de las vacaciones (cuando me terminaba de sacar el punial entre los omóplatos) que igual no le he hecho justicia. Lo que sé es que las vacaciones me han servido para que todos esos personajillos, conspiradores de tres al cuarto, diletantes de media tarde, traidores de medio pelo se difuminen hasta casi irse. Para qué, si no, sirven unas vacaciones?
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Apéndice (pgs 25-27): Nuestro mundo visto por McEwan
“The lecturer took a dim view of our species, of which psychopaths are a constant fraction, a human constant. Armed struggle, just or not, attracts them. They help to tip local struggles into bigger conflicts. Europe, according to her, in existential crisis, fractious and weak as varieties of self-loving nationalism sip that same tasty brew. Confusion about values, the bacillus of Antisemitism incubating, immigration populations languishing, angry and bored. Elsewhere, everywhere, novel inequalities of wealth, the super rich a master race apart. Ingenuity deployed by states for new forms of brilliant weaponry, by global corporations to dodge taxes, by righteous banks to stuff themselves with Christmas millions. China, too big to need friends or counsel, cynically probing its neighbours’ shores, building islands of tropical sand, planning for the war it knows must come. Muslim-majority countries plagued by religious puritanism, by sexual sickness, by smothered invention. The Middle East, fast-breeder for a possible world war. And foe-of-convenience, the United States, barely the hope of the world, guilty of torture, helpless before its sacred text conceived in an age of powdered wigs, a constitution as unchallengeable as the Koran. Its nervous population obese, fearful, tormented by inarticulate anger, contemptuous of governance, murdering sleep with every new handgun. Africa yet to learn democracy’s party trick — the peaceful transfer of power. Its children dying, thousands by the week, for want of easy things — clean water, mosquito nets, cheap drugs. Uniting and levelling all humanity, the dull old facts of altered climate, vanishing forests, creatures and polar ice. Profitable and poisonous agriculture obliterating biological beauty.
Oceans turning to weak acid. Well above the horizon, approaching fast, the urinous tsunami of the burgeoning old, cancerous and demented, demanding care. And soon, with demographic transition, the reverse, populations in catastrophic decline. Free speech no longer free, liberal democracy no longer the obvious port of destiny, robots stealing jobs, liberty in close combat with security, socialism in disgrace, capitalism corrupt, destructive and in disgrace, no alternatives in sight.
In conclusion, she said, these disasters are the work of our twin natures. Clever and infantile. We’ve built a world too complicated and dangerous for our quarrelsome natures to manage. In such hopelessness, the general vote will be for the supernatural. It’s dusk in the second Age of Reason. We were wonderful, but now we are doomed. (...)
Pessimism is too easy, even delicious, the badge and plume of intellectuals everywhere. It absolves the thinking classes of solutions. We excite ourselves with dark thoughts in plays, poems, novels, movies. And now in commentaries. Why trust this account when humanity has never been so rich, so healthy, so long-lived? When fewer die in wars and childbirth than every before — and more knowledge, more truth by way of science, was never so available to us all? When tender sympathies — for children, animals, alien religions, unknown, distant foreigners — swell daily? When hundreds of millions have been raised from wretched subsistence? When, in the West, even the middling poor recline in armchairs, charmed by music as they steer themselves down smooth highways at four times the speed of a galloping horse? When smallpox, polio, cholera, measles, high infant mortality, illiteracy, public executions and routine state torture have been banished from so many countries?
Not so long ago, all these curses were everywhere. When solar panels and wind farms and nuclear energy and inventions not yet known will deliver us from the sewage of carbon dioxide, and GM crops will save us from the ravages of chemical farming and the poorest from starvation? When the worldwide migration to the cities will return vast tracts of land to wilderness, will lower birth rates, and rescue women from ignorant village patriarchs? What of the commonplace miracles that would make a manual labourer the envy of Caesar Augustus: pain-free dentistry, electric light, instant contact with people we love, with the best music the world has known, with the cuisine of a dozen cultures? We’re bloated with privileges and delights, as well as complaints, and the rest who are not will be soon. As for the Russians, the same was said of Catholic Spain. We expected their armies on our beaches. Like most things, it didn’t happen. The matter was settled by some fireships and a useful storm that drove their fleet round the top of Scotland. We’ll always be troubled by how things are — that’s how it stands with the difficult gift of consciousness.”