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10 diciembre 2025

"Canciones de amor y de lluvia" de Sergi Pámies: Yo también quiero donar mi cuerpo a las letras

El padre de Sergi Pámies era de un pueblo cerca de Vetusta llamado Tauste, pero vivió en Cataluña, donde fue político comunista. Su madre era catalana, periodista y activista. La vida de su familia, el por qué su padre y su tío estuvieron tan involucrados políticamente (spoiler: su hermano mayor fue asesinado al principio de la Guerra Civil), el cómo se crece en una familia tan comprometida y cómo ha intentado educar a sus hijos sobre ese tema, la cuenta en un relato ("El nicho") hacia el final del libro que acabo de leer, "Canciones de amor y de lluvia" (2013), editado por Anagrama.


La foto de la portada es fea con avaricia, así que el resto de las fotos del divague no tienen nada que ver con el texto. Y no, no le han robado la contraseña del blog a Scrooge: pese a las imágenes navideñas, soy yo. Lo que ven es el resultado de entrar en plan curioseo a una iglesia que no conocía pese a estar cerca de casa y aún estoy perpleja ante el festival de árboles. El cotarro lo dirigía un número de personas de mediana y avanzada edad, muy ocupados preparándolo todo para una tarde de villancicos (aquí llamados carols) interpretados por niños del cole local, mince pies (pasteles típicos de la época), mulled wine (vino caliente con canela) y proselitismo. Uno me pilló por banda y me contó todas las veces que había estado en Ejpein, aunque, lo sentía, no en Vetusta. En 1966 vio la final del único mundial que ha ganado Inglaterra contra Alemania en un bar en Ibiza, lleno de ingleses y alemanes- "oh sí, el de Bobby Charlton", dije [de algo tuvo que servir el maldito examen de ciudadanía, ahora tengo ese dato ocupando sitio en mi cabeza]. Pero divago; vuelvo al libro.



Antes de llegar al relato autobiográfico con el que he comenzado, ya me había leído la wiki de Pámies y buscado su foto, porque la que ponen en el libro no sé si va en serio o es irónica: mira a la cámara con una cara, tal vez mueca, que yo solo pondría de risa. Mi conclusión es que es de broma, porque durante la lectura me ha demostrado que tiene sentido del humor. Hay mucha retranca o somarda, o como se diga eso, humor que a ratos puede llegar a ser negro. Me encanta reírme con la literatura y no es tan frecuente en castellano, siempre lo digo. Busco en mis notas y no encuentro ninguna precisamente de humor para intercalar aquí. Ah sí, ya: "en ese restaurante se junta la hipocresía de los clientes que fingen que allí se come estupendamente, y la falta de escrúpulos de los propietarios, que fingen saber cocinar".

Hay mucha metaliteratura: otro factor para decir sí. En "Dos coches mal aparcados", la madre escritora les dice a los hijos que "todo lo queráis saber sobre mí está en mis libros". No puedo evitar sonreír: alguna vez, ante alguna conversación, he pensado (o incluso he dicho, pero solo a alguna persona de extrema confianza) "escribí un divague sobre este tema". Puedo llegar a ver el día en el que remita a la gente aquí para respuestas. Como si hubiera alguna, solo hay preguntas y algunas mal formuladas. Pero además, Pámies habla de libros y del proceso de escritura muchas veces, por ejemplo, lo que nos pasa cuando releemos, que es como examinarnos a nosotros mismos en el pasado. 



Habla de un tipo de personaje que me recuerda a uno de Bryce Echenique (o tal vez a él mismo, no recuerdo): una persona cuyo objetivo es no molestar, pasar por la vida de puntillas. Así como hay narcisistas que siempre quieren ser el centro de todo, en el otro polo del espectro están estos. Yo conozco a alguno y también me ponen bastante nerviosa. Pero el prota de "La vida inimitable" no llora al nacer como un primer paso para pasar desapercibido en la vida. Para explicarte su manera de estar en el mundo, usa lenguaje tan chulo como este:
"nunca probó las drogas: intuía que los paraísos artificiales acaban siendo tan decepcionantes como los infiernos naturales".
Pámies es mayor que yo, pero como este libro fue publicado probablemente cuando él tenía mi edad, siento también cercanía en los temas generacionales: la inquietud por los hijos adolescentes que están de juerga por la noche ("Todo el mundo lo hace"), los padres que se hacen mayores, resacas que duran un año... Y en el lenguaje (¿alguien se acuerda de cuando a terminar una relación se le llamaba "cortar"?). 


Hay varios relatos que son existencialismo en vena (tal vez no lo que necesito en este momento vital): como olvidar  uno estremecedor titulado engañosamente "El tiempo", porque en realidad va de matar el tiempo (un dolor para los que no soportamos aburrirnos). Primero matas una hora o una tarde, y luego ya pasas a matar los días o las semanas.  O de "donar tu cuerpo a las letras": esto hace quedar al donarlo a la ciencia en una vulgaridad utilitaria.

Pero uno de sus temas fundamentales son las relaciones de pareja: la crudeza con la que se aproxima al tema pone los pelos de punta. Hay una pareja que no tiene nada que decirse que busca un destino vacacional sin ningún interés, y Pámies acepta resignado: "si no fuera transitoria, la pasión no existiría". Habla de gente de belleza tan espectacular que perderla con la edad resulta traumático, del idealismo como método de supervivencia, de gente cohesionada por la euforia de la indignación, de que es mejor ser esclava de tus vicios que de tus virtudes. 

Termino con la mejor: "Lo que ocurre a partir de ese momento parece mentira, y por lo tanto es mejor contarlo como si fuera verdad". Qué grande, pero también está el reverso: con la ficción, se pueden contar más verdades que con un ensayo, o documental, o entrada de blog personal.  Tal vez tenga que añadir esta frase a la cabecera de metaliteratura del divlog, donde todo se cuenta como si pareciera verdad, o volver a los relatos o seriales y que se cuentan como si fuera mentira. 








08 diciembre 2025

Dieciséis años divagando

 Hoy cumple este blog 16 años. Quien quiera historia, resúmenes, reflexiones sobre la fugacidad de los blogs, por qué sigo escribiendo y todo eso, lo puede encontrar en entradas anteriores de este mismo día, o en el distintivo "metadivagando". Hoy solo voy a contar una breve anécdota.

En el mes de octubre leí "La canción del verdugo", un true crime espectacular, y me dije: "Tengo que releer a Capote". Había leído "A sangre fría" aún en Vetusta y en castellano, y me parecía fundamental revisarlo en inglés, treinta años después. Lateralmente, le cuento al Peda que voy a comprarlo como siguiente paso en mi plan. Parece que no escucha, pero al rato vuelve con el siguiente anuncio semi-triunfal: "tengo una mala noticia", a la vez que me enseña el libro en inglés que acaba de sacar de la estantería. En concreto, su última página: en verde, como siempre, está su firma y la fecha en la que lo terminó.  Debajo, en rojo, como siempre, está la mía y una fecha: 23 de junio de 2009, cuando lo terminé. 


No recordaba en absoluto haberlo releído: era un blanco total en mi memoria. La tentación es culpar al "brain fog" (¿cómo llaman esto en castellano? ¿La niebla mental?) de la menopausia, pero ya con 20 compré "Las manos sucias" de Jean Paul Sartre - cuando lo tenía leído y subrayado en casa. Mi conclusión es clara: necesito desesperadamente este blog como almacén de memoria. No es casual que releyera este libro el verano antes de comenzar D&D; si hubieras estado aquí, divlog, no habría ocurrido. 


No digo que recordarlo todo sea ideal: igual de cruel que es olvidar, lo es no poder olvidar. La memoria nos juega buenas y malas pasadas todo el rato, y supongo que escribir un blog (o un diario) es una manera de controlar lo que no queremos olvidar. Y si además, hay aunque sea una sola persona al otro lado, ya merece la pena compartirlo en lugar de dejarlo en carpetas amarillas. 

Nota: hoy he leído una de esas Newsletters (los nuevos blogs que te inundan esa cuenta de correo que tienes para ese efecto) que, con 11.000 seguidores, anunciaba que lo dejaba entre otras razones, "en ese momento alto, antes de que el engagement empezara a morir poco a poco". Y he pensado que la gente que escribe y lanza estos mensajes en una botella al océano de internet tiene motivaciones muy distintas. Las mías no han cambiado desde hace mucho tiempo —no voy a decir 16 años porque justo cuando empezamos, no tenía ni idea de lo que era esto. Solo sabía que me gustaba escribir. Con los años he descubierto yo sola que me ayuda a pensar, y gracias a gente como Annie Ernaux que me ayuda a que las cosas lleguen a término: "si no las escribo, solo las he vivido". Otros, como Capote con el que he empezado esta reflexión, me han dado esta frase a la que siempre vuelvo:
“Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse. [...] La diferencia entre escribir bien y el arte verdadero es sutil, pero brutal".

Y después de esta Madre de Todas las Miradas de Ombligo, como esto se está poniendo muy serio, terminemos con una nota irónica pero totalmente real: a quien sea que lea esto, da igual que solo hoy o que desde hace un tiempo...

Agradecida y emocionada
Solamente puedo decir
Gracias por venir

No sería lo mismo sin ti. 

Love

di





03 diciembre 2025

Es la época de los monstruos

El viejo mundo está muriendo. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro nacen los monstruos.” ['"Il vecchio mondo sta morendo. Quello nuovo tarda a comparire. E in questo chiaroscuro nascono i mostri.''].
Antonio Gramsci 

Esta frase del filósofo y político italiano tendrá un siglo, pero es perfectamente aplicable al día de hoy. Los monstruos de su época los conocemos perfectamente: Hitler, Stalin, Mussolini, Franco... y los de la actual, también. Las casualidades no existen [gracias, Sábato], pero en los últimos días mis páginas y mis pantallas se han llenado de monstruos góticos o victorianos. De la literatura gótica en general ya hablé aquí. Hoy me voy a centrar en la segunda ola, con los escritores románticos (1798-1824), que son los okupas que se han infiltrado. 


Pero antes: no sabía lo que eran los "inviernos volcánicos" hasta el otro día. Se trata de una reducción de temperatura por la presencia de ceniza volcánica y partículas de ácido sulfúrico en la atmósfera que obstaculizan el paso de los rayos del Sol. Tampoco que 1816 fue el llamado "año sin verano" por las erupciones del volcán Mayon en Filipinas en 1814 y rematadas con la del monte Tambora en Indonesia en 1815 (la más grande en 1300 años). Esto además coincidió con la década final de la Pequeña Edad de Hielo, un enfriamiento previo que venía produciéndose periódicamente desde mediados del siglo XIV.

Hubo muchas consecuencias de este verano tormentoso y desapacible -los que más lo sufrieron, como siempre, los pobres- ya que se vieron afectadas entre otras cosas las cosechas, pero la que nos interesa hoy es lo que les ocurrió a un grupito de privilegiados que trataban de veranear en el lago Lemán. Dos poetas, Lord Byron y Percy Shelley, un joven médico, John Polidori y la hija de la sufragista Mary Woolstonecraft y el filósofo anarquista William Godwin. Ella era Mary Godwin, más conocida por Mary Shelley, con esa maldita manía de los europeos de cambiarse el apellido -esa gran parte de tu identidad- por el del marido. Pero en el no-verano que nos ocupa, Mary todavía no estaba casada con Percy, que era un seguidor de su padre y sí estaba casado y con dos hijos. Cuando volvieron de esas vacaciones, Mary estaba embarazada pero no se casaron hasta que la mujer de Percy se suicidó enseguida (algo más romántico que eso?). Hay mucho más de esta historia aquí, pero yo voy a volver al lago Lemán. 

Villa Diodati

Lord Byron -ese malote de la poesía, para más datos aquí-  había alquilado una mansión con Polidori, que era su médico personal, llamada Villa Diodati desde junio a noviembre de 1816. Percy, Mary y Claire Clairmont (la hermanastra de Mary con la que Byron había ya tenido un affair en Londinium, por supuesto; me encanta cómo otra de sus múltiples amantes dijo que Byron era “mad, bad and dangerous to know”) estaba en una casita cercana llamada "Maison Chapuis", pero se pasaban bastante por Diodati a tener conversaciones literarias y darle al láudano. Parece que durante tres días de lluvia incesante a Byron se le ocurrió la famosa proposición: vamos a contarnos y a escribir historias de fantasmas.

"Y así se romperá el corazón,
pero roto seguirá viviendo"

Mary escribió un relato que luego daría lugar a una de las novelas góticas más épicas de la literatura en inglés: "Frankenstein o el nuevo Prometeo".  Creo que ya he comentado que Mini está haciendo la comparativa de este libro con "El cuento de la criada" en el A Level (~COU) de Literatura: temas como poder, control y el uso de la opresión, la política del cuerpo, el ser un "outsider", responsabilidad y consecuencias, el "unreliable narrator"... [cómo se enriquecería este blog si yo cursara esa asignatura]. Yo este libro lo leí en Uruguay (o sea, en ese no-tiempo cuando no existía el divlog), así que tristemente (para mí, felizmente para la lectora) no tengo para enlazar. Pero el fin de semana vi la versión cinematográfica de Guillermo del Toro en el que los 197 cms de Jacob Elordi (ou mama) encarnan a La Criatura. Los visuales son muy del Toro (cómo olvidar "Pan's laberynth" o "Crimson Peak") y la historia, rabiosamente actual: Victor Frankenstein (Fronkonstín!) juega a ser Dios, es el "creador" que no se hace responsable de su creación y pasa lo que pasa. Se podrían establecer paralelismos con la IA, que está siendo desarrollada sin frenos ni tener en cuenta posibles consecuencias, y de cómo innovación sin ética nos lleva al desastre. 


El doctor Polidori tampoco se durmió en los laureles, y en esos días escribió su novela corta "The vampyre" que terminé el otro día. Los vampiros son mi figura del terror favorita: que se quiten los zombies lentos o rápidos, el hombre-lobo o los gremlins. Pero además, este texto inspiró luego a Bram Stoker para su "Drácula", una de mis novelas tótem. Aquí, el vampiro glamouroso es un tal Lord Ruthven -cuyo físico parece inspirado en Byron- y tiene todas las características de seductor irresistible -"con una sonrisa de exultante malignidad sobre sus labios"- que tanto nos gustan. 



Y por fin, ha querido el azar también que, terminando un libro que iba leyendo a trompicones, me haya topado con el último monstruo de estos días: Jack El Destripador. El libro es "Historias de Londres", la compilación de retazos de esta ciudad que escribió el periodista Enric González (también autor de "Historias de Nueva York" y de Roma, el muy sortudo con sus corresponsalías). Sí, parece increíble que todavía no hubiera leído este libro, obligatoria para todo espanis en Londinium y que lo tengo en casa por duplicado: a nuestra copia reglamentaria se unió en 2008  otra, regalo de una amiga que ahora vive en Nueva Zelanda a una Mini de dos meses, prometiéndole que disfrutaría algún día mucho de este ciudad -como sin duda ha hecho. Mini se ha intentado resistir a casi todas nuestras recomendaciones y pasiones, pero a las de viajar, Grecia y Londinium, como al vampiro Ruthven, no se ha podido resistir. 



La lectura de este librito ha sido agradable -aunque varias veces me he encontrado no estando de acuerdo- y aún he aprendido de rincones de la ciudad que no conocía -y que contaré en próximas entregas; el distintivo "Londinium" no se acaba nunca. Un detalle me ha llevado a la conclusión de que llevo tantos años que ya soy parte de las "fuerzas vivas ejpañolas"  es que conozco a uno de los personajes que se pasean por el libro: el corresponsal Iñigo Gurruchaga. Un donostiarra con sentido del humor inglés, que aún se está riendo de mis carpetas amarillas de Windows donde clasifico mi vida -mención especial a la titulada "temas de interés". Pero aquella cena me llevó a una reflexión profunda y terminé cambiándole el nombre. 

Pero divago: yo quería hablar de Jack el Destripador y las historias que de este monstruo victoriano cuenta González. Así como hay mucha gente que cree que Sherlock Holmes existió, hay otros que creen que Jack el Destripador fue una leyenda, pero no. Jack creó el terror en la zona de Whitechapel, una zona paupérrima del este de Londinium, mientras que el tío Karl escribía "El manifiesto comunista" en un cuchitril del Soho. Todos los fantasmas de las clases acomodadas victorianas estaban allí. Conan Doyle dio su opinión sobre quién podía ser, pero nadie estaba preparado para un asesino en serie: eso es un concepto moderno, yo diría casi norteamericano. Por cierto, el FBI ha hecho un "profiling" sobre la clase de persona que era Jack, y no, no era un miembro de la familia real, ni un anatomista, ni es bisnieto de Aníbal Lecter. Nos gustan nuestros monstruos con caché, pero frecuentemente, ya ves, no lo tienen. 

Es la época de los monstruos: llenan las páginas de los periódicos a diario. Y no tienen el caché de un anatomista delirante, de un conde seductor, de un monstruo que solo quiere que le quieran. Es la época de los monstruos y nuestro deber es desenmascararlos.


26 noviembre 2025

"La línea de la belleza" de Alan Hollinghurst: Un esteta en la casa de un tory en los excesivos 80

 "The line of beauty" ("La línea de la belleza") de Alan Hollinghurst fue el ganador del Booker en 2004. Owen Jones, periodista de The Guardian dijo una vez que era su libro favorito. Había un episodio en el podcast del que hablo a menudo ("Past Present & Future") sobre la novela en su serie de "Grandes ficciones políticas"Un libro que siempre estaba ahí mirándome en esas montañitas de libros que ponen en las mesas como recomendación ("modern classics") en las librerías. Así que cuando me lo encontré en la tienda de Oxfam hace unas semanas, en una edición cuya portada me ha tenido hipnotizada, lo compré por fin.


Nota sobre la portada: He pasado demasiado tiempo, al abrir o cerrar el libro, mirando esta fotografía, de la que no logro encontrar el autor (está en el archivo de Conde Nast). Sería atemporal si no fuera por el pelo de la chica que delata los 80. Una vez que te metes en la novela, te preguntas quién podría ser qué personaje, qué piensa el del centro y por qué te azoras con la mirada del chico desenfocado.

El título y sus interpretaciones
El título podría de entrada recordar al concepto que introdujo William Hogarth en su libro de 1753 "El análisis de la belleza", en el que defiende que una línea serpenteante con dos curvas opuestas (el ogee, la llaman) es mucho más agradable al ojo que la línea recta. Es una parte esencial de su teoría de la estética, y el protagonista, Nick Guest se considera y es considerado un esteta. A la vez que un consumidor regular de cocaína, y las rayas de esta droga en inglés se llaman "lines", líneas. Un juego de palabras. 

Técnica y Henry James
Hollinghurst usa la conocida técnica de introducir a un "outsider" en un milieu nuevo y en contraste con el suyo. Ese personaje observa y lo cuenta, pero en este caso en tercera persona. Hollinghurst explica esto en el epílogo: él quería entrar a narrar una novela larga (son 500 páginas) desde la tercera persona, al estilo de Henry James por el que está claro que tiene un gran interés, tal vez fijación. Su pasión por James la expresa a través de Nick -que hace su tesis sobre el autor-, y me ha recordado a Geoff Dyer en su "Amor en Venecia, Muerte en Benarés", cuya obsesión (de nuevo, tanto del personaje como del autor) era DH Lawrence. Ay, chicos, es jugar sucio: ambos han estudiado literatura en la uni, luego pueden escribir novelas en las que los personajes hablan de sus tótems literarios, sobre los que profundizaron ad nauseam; los que no, crean personajes obsesionados con la tríada oscura o los neurotransmisores.  

El punto de partida: pero, ¿no es esto Saltburn?
Nick es un chico más o menos de clase trabajadora -su padre restaura antigüedades- que conoce en Oxford a Toby, el hijo de la pareja que forman una aristócrata y un miembro del parlamento (MP) conservador. Cuando terminan la carrera y vuelven a Londinium, los padres de Toby le ofrecen alquilar una habitación  en el ático. También hay una hermana, Catherine, inestable por su trastorno bipolar, la criada Elena y un montón de amigos de la familia, el tío aristócrata y la becaria. Lodging, que se dice aquí,  cuando alquilas una habitación; y sí, estos forrados le cobraban al chaval.

El divagante con buena memoria pensará que esto es "Saltburn" (2024)un chico joven se enfrenta a una clase social que le es totalmente alien, una panda de "toffs" (ricachones) que dicen continuamente "espléndido!" [nota mental a mí misma: decir "splendid!" a la menor oportunidad] y mansión en la campiña (del tío aristócrata, aquí celebran un cumple en el que empezamos a ser testigos del desfase). Pero así como la peli de Fennel se quedaba corta en cuanto a análisis político (no sabía dónde iba en ese tema, en una palabra), esto es una "gran ficción política" por algo. 

En la cresta de la ola del thatcherismo
El libro transcurre entre los años 1983 y 1987, el cúlmen de la época thatcherita (recordemos, Thatcher ganó a los laboristas en 1979, y la echaron en 1990, sustituida por John Major). En el podcast dicen que, tras la mayoría apabullante del 83, es curioso que vuelva a ganar en el 87 ya que, aparte de las Malvinas, el país estaba hecho un caos: tres millones de parados, no funcionaba nada, la economía había colapsado.  Y hay un ambiente de estupor entre los tories al ganar la segunda vez tipo, "si pudimos salirnos con la nuestra después de esto, siempre podremos".

El horror de esta era política es también otro de los grandes temas de fondo del libro. Se han establecido comparaciones con "The way we live now" ("El mundo en que vivimos"), la novela política satírica de Anthony Tropolle de 1875. Todos los excesos de los 80 -los peinados son lo de menos-, pensemos en la economía thatcherita, la avaricia, el consumo, el Potlach continuo, American Psycho, la hipocresía, los trepas sociales, la especulación, la veneración de la riqueza aunque se sustentara en humo, estaban ahí. 

Gerald Fedden, el padre de familia que además de MP es ministro junior con Thatcher, es el típico tory al que quieres abofetear. Encantado de haberse conocido, esto alcanza el clímax cuando consigue que The Lady (ella, la bruja) vaya a la fiesta que dan por sus bodas de plata. Que todos los tories estuvieran como bajo un hechizo con ella no me ha sorprendido -hay gente pa'tó - pero sí que se repiriera muchas veces, tanto entre hombres como mujeres, lo guapísima que era la "milk snatcher" (quitó la leche de los coles de primaria). Me he debido perder algo.

No sabemos exactamente lo que piensa Nick políticamente, aunque se supone que no es conservador, pese a moverse bien entre esta familia y disfrutar de las oportunidades que le dan. Catherine, la hija, es la única voz disonante sobre el conservadurismo de esta familia, la excéntrica, la cabra loca. Otro arquetipo: el loco del pueblo es el único que dice las verdades. Solo Catherine se atreve a decir que Thatcher parece una "cantante de música country".

La casa y los jardines para "los que tienen llave"
Es, como en tantas otras ocasiones en la literatura, la casa donde viven es otro personaje. Es una de esas enormes casas georgianas de Notting Hill, en una calle llamada "Kensington Park Gardens" que está muy cerca de Portobello Road (esta calle igual suena a quien haya interpretado el aburrido rol de turista en esta ciudad; nóteses que todos somos aburridos turistas en algún sitio, aunque nos dan más penita siempre los que vagan por la nuestra]. 



Estas fotos las hice un buen día en el que, en medio de mis lecturas, cogí la bici y me llegué a la zona para situar mejor la acción en mi cabeza. La calle me decepcionó: está llena de grandilocuencia y casoplones, pero carece del encanto victoriano de la mayoría de las calles aquí. Por lo que mereció la pena ir [siempre merece la pena ir a cualquier sitio en bici en Londinium, la ruta es lo que importa] fue por ver los "jardines con llave" que están detrás de la casa. Privadísimos:



Muchas plazas en Londinium tienen un parquecito en el centro, que está vallado y que solo puede ser accedido por los residentes. Se puede revisitar esta escena de la peli "Notting Hill" en la que Julia y Hugh saltan la valla una noche.  Los comunistas bolivarianos, cuando accedamos al poder, aparte de violar monjas y cerrar el Daily Hell (~El Mundo), nuestra primera acción será quitar las vallas y que los pobres que pasan por ahí con sus bicis. puedan entrar a sentarse en un banco a comerse un kiwi con piel. Estos jardines son muy importantes en la narrativa porque simbolizan el "ellos" vs. "nosotros" (Nick tiene llave prestada, pero no es uno de ellos) y porque justo aquí empieza uno de los temas, junto al de clase, de la novela: Nick es homosexual y pierde aquí su virginidad. 

Ser homosexual en los 80
Las escenas de sexo durante la narración son bastante explícitas y el deseo de chavales homosexuales que observan al otro prácticamente siempre desde esa mirada, la del ansia sexual, continuo. Hollinghurst -que es gay también- recorre esas pulsiones muy bien, a la vez que la geografía de la ciudad: esta en una novela muy londinense. Los lagos de Hampstead Heath y las infinitas posibilidades de follaje en sus aseos, ciertos bares de ambiente y, por qué no, los baños de la casa del tory en plena fiesta en el piso de abajo.

Nick también sufre la esquizofrenia de vivir esa doble vida: eres el esteta que da conversación a los amigos de los padres en las dinner parties, que cuida de la hija bipolar y y que incluso baila con  la Thatcher en una de las fiestas: cumple también un papel en mantener la homeostasis de esa familia. Pero NIck, no solo no eres uno de ellos, sino que a la vez estás enganchado a la cocaína y al sexo, al que a veces llamas amor, con ex-companieros de Oxford que, por supuesto, tienen novia y para los que este trío contigo y el camarero latino no significa nada. En una entrevista le preguntaron a Hollinghurst si no podría haber hecho un héroe de Nick, pero contestó que le aburren y que está interesado en la gente que se porta mal. 

Lo mejor del libro, su belleza formal. 
Esto dijo Hollinghurst en una entrevista:
"La forma en que se escribe la ficción siempre ha sido más importante que la historia... todo lo que realmente quiero de ella es la atmósfera, la sensación de su mundo imaginativo". ["how fiction is written has always been more important than story. . . . all I really want from it is the atmosphere, the sense of its imaginative world." ]
Y se nota. He subrayado muchísimas descripciones, del tipo hacernos ver una entrada de alguien en una casa a medida que avanza su reflejo por el espejo, las mil habitaciones de adolescente que se van difuminando a medida que las superas [¿qué libro tenía releidísimo Nick en su habitación de adolescente?: Middlemarch!], o las diferencias objetivas entre la escalera de la familia y la del servicio.  Un ejemplo [así reacciona un personaje cuando recibe un shock, el mayor de su vida]: 
"Tuvo una extraña sensación inconsciente de que la barandilla no estaba allí y que el suelo del recibidor se había precipitado hacia arriba para recibirlo, como si se desmayara pero permaneciera completamente consciente".  ["He had a strange subliminal sensation that the banister wasn't there, and that the hall floor had hurtled up to meet him, like fainting but remaining fully conscious"].
No hay demasiada acción, y en algún punto te preguntas a dónde pueden ir esas vidas que se han entrelazado casi por casualidad, cuándo va a llegar el "clímax" y el desmoronamiento posterior en el que las formas, eso en lo que son maestros los británicos, ya no se mantengan. Es curioso porque yo el terremoto no lo vi venir: tal vez porque el autor nos cortaba el capítulo en medio de una exposición, cuando no movía directamente cuatro años sin volver a nombrar a algún personaje. Porque iba dejando miguitas que no procesas hasta que llegas al final.  Luego, cuando se empieza a caer todo, entiendes su jugada. Y hasta aquí puedo leer, porque si alguien se anima, quiero que tenga la misma experiencia que he tenido yo. 

Corolario
Tories en la era Thatcher behaving badly [comportándose mal], estetas gays haciendo la tesis sobre Henry James en University College London a la vez que esnifando coca y follando con quien sea en parques y jardines (vallados), la decadencia de una sociedad que sigue votando a sus verdugos, la profunda homofobia, las muchas [tantas] noches sin dormir. Los 80: malos pelos, maravillosa música. No hay que meterse líneas [rayas] para encontrar en la novela de Hollinghurst la grande Bellezza. 
¿Vienes del hondo cielo o sales del abismo,
Belleza? Tu mirada, infernal y divina

[Viens-tu du ciel profond ou sors-tu de l'abime,
O Beauté? Ton regard, infernal et divin]




21 noviembre 2025

Gazpacho en otoño

La primera vez que hice un divague de ideas sueltas allá por 2014 lo llamé "Gazpacho". Es una técnica a la que he vuelto algunas veces, pero no demasiadas, porque como es sabido, una de mis limitaciones escritoras es que no soy precisamente conceptista. Ya podía decir mi paisano Baltasar Gracián aquello de "lo bueno, si breve, dos veces bueno", yo soy más de la escuela Mae West y su "too much of a good thing is wonderful" ("demasiado de algo bueno es maravilloso"). Así que me pongo con lo que debía ser una "cápsula" y me salen seis mil palabras. Pero hoy lo voy a intentar: un gazpacho a finales de noviembre. 

Eufemismos de la pobreza
El otro día, escribiendo el divague de la meritocracia me quedé con ganas de expandir sobre esta nueva tendencia de llamar a las personas pobres, "vulnerables".  Según la RAE: vulnerable,  adj. "Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente". Y aquí está la acepción del María Moliner. 



Hay otra palabra que se me hace aún más insoportable para referirse a los pobres: "humildes". Es una palabra que me da muchísima pena, hace conjurar en mí imágenes de criadas con las manos quemadas por la lejía, hombres de campo dando vueltas a la boina para pedir un favor al señor. Son los personajes de "Los hijos muertos" o de "Los santos inocentes". Aquí tanto la RAE como María Moliner acepta el concepto de pobreza en sus deficiones, pero me sigue costando: tal vez sea porque en la RAE en acepciones 3 y 4 ponen "dicho de una cosa baja, sin altura" y "carente de nobleza"



María Moliner
Ya que he hablado del diccionario, quiero decir (y espero que no se desmadre a divague), que hace unos meses, cuando estaban promocionando el libro que ha escrito sobre ella Andrés Neuman ["Hasta que empieza a brillar"], vi el documental "Tendiendo palabras" de Vicky Calavia. Cuando lo lea, tal vez haga un divague conjunto, porque hay mucha tela que cortar. Pero el fogonazo para hoy es que mi colegio estaba cerca de la calle María Moliner, nombrábamos a la calle continuamente, y a nadie se le ocurrió hablarnos en detalle de esta mujer, que había nacido en Paniza, muy cerca de Vetusta. Claro que lo mismo pasó con Amparo Poch, una de las pioneras médicas en España. De estas palabras, me gusta niquitoso:



"Exterior -Noche"
Entrevista a José Sacristán: es un tipo al que me encanta escuchar, no solo por lo que dice que es casi siempre genial, sino además por su voz: me hipnotiza. Tiene 88 años (ya? madremía) y a tenor de eso comentó que ya no está para ciertas cosas: "por ejemplo, si veo una escena que comienza: exterior-noche yo directamente cierro el guión, no me interesa"

Ay Sacristán, te entiendo perfectamente, yo estoy ya ahí: lo dramático es que tengo más de treinta años menos que tú. Claro que no en "mis temas", pero a nivel profesional estoy ahí: paso del equivalente de madrugar y pasar frío. Ojalá pudiera cerrar el guión, como él. 

Esta es mi peli favorita suya, "Un lugar en el mundo" (1992) de Aristaráin. No sé si el mundo era más amable en esa época, o estoy cayendo en la nostalgia.



Una frase de una adaptación del Quijote
También, de la entrevista, copié esta frase, de una adaptación del Quijote por Juan Ramón Fernández. Solo porque me pareció tan bonita....
“Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerlo ante tus ojos, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar”

Rosalía: Sigo sin ser moderna
Hay detalles, algunos sutiles que me indican que tal vez ya no soy tan joven como pienso. Evidente, dirán, pero es que yo, en mi cabeza, sigo creyendo que lo soy: es algo extraño, pero cuando veo una peli, me identifico con los hijos, no con los padres, no me creo que esa cifra sea mi edad, me siento en el suelo en los aeropuertos y la mayoría de los cincuentañeros me parecen mucho mayores.  

Ejemplos de situaciones que me hacen sentir que mi reino ya no es de este mundo incluyen algunas de mis ideas sociales y políticas (me niego a aceptar nuevas realidades), y, por supuesto, cierta música. Ahí es cuando llego a Rosalía: hace mucho me puse el video ese de "Malamente" y no me llegó, por no hablar de aquel que salía con Madonna.  Me resigné a que era un ejemplo más de mi provecta edad (ya lo comenté en el párrafo 5 de aquí)



Sin embargo, hará una semana vi su famoso vídeo de "Berghain" y me quedé hipnotizada. Lo volví a ver: la imaginería me perturbó (qué miedo de mobiliario opusiano), a la vez que fascinó. Volví a escuchar la canción: me encantó, probablemente los entendidos dirán que no canta ópera como se debe, y la letra, si la entendiera, seguramente me horrorizaría porque por lo de las espiritualidades (ni nuevas, ni viejas) no paso. Me dieron ganas de invadir Polonia. Y pensé: qué guay, y si soy por fin moderna? ¿Y si ya puedo decir, como todo el mundo, que me gusta Rosalía y su fusión? 

Fwd unos días y se confirma que no, no soy moderna. Me puse el disco entero de fondo y aparte de una que puede ser que sonara a vals (?), me aburrí. Los trozos flamencos, los sigo sin pillar. El flash de Berghain no se dio más. 




Hola, soy Di y hago tus problemas los míos
Sesión de psicoanálisis. Esta semana, en una reunión de trabajo en la que yo he ido con un problema a una jefecilla patética, ante su reacción (asentir y dejarlo pasar, sin atacarlo), he constatado uno de los problemas que me complican la vida: si alguien me cuenta un problema, lo hago mío. Y entonces hago una cosa llamada "mover mis hilos": intento solucionar el problema de otro.  Cuando lo fácil es simplemente "estar": ver el problema y  ni dar soluciones ni decir que no las tienes, o "déjame pensarlo".  Como dice el Peda: "qué complicado es ser Di Vagando".

Sin ira
Había escrito una cápsula sobre lo que parece clara psicopatía de algunos políticos (de nuevo), con nombres, pero lo acabo de borrar. Cada vez más esto es -tanto en nacional como internacional- un "en qué bando estás", y me incluyo. Hoy he abierto un periódico de "la otra cuerda", y lo he tenido que cerrar, iracunda. Me fastidia, querría ser zen. Así que lo dejo, y termino con una frase de "Las pequeñas virtudes" de Natalia Ginzburg, que me da, por contra, mucha calma
“Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber." 




Es época de cremas y sopas, pero aquí ponemos gazpacho en otoño: que ir contrarriente no se quede en eso. 


15 noviembre 2025

La ironía de la meritocracia: intentando entender a ciertos votantes de la extrema derecha

La reciente victoria de Mamdani en Nueva York nos ha dado un pequeño balón de oxígeno a la izquierda y suspiramos por las esquinas: "Ojalá fuera el principio del fin de esta etapa distópica en la que estamos sumidos". Pero quién sabe: las razones por las que hemos llegado hasta aquí son complejas y multifactoriales, y hoy voy a escribir sobre una — prometido: solo una. 

Los izquierdosos nos preguntamos: ¿qué se ha hecho mal para que hordas de personas pobres apoyen opciones ultraderechistas? Discursos como "los obreros que votan a la derecha lo hacen en contra de sus intereses" (y como no se dan cuenta, por tanto, son tontos, parece implicar la frase) pueden, para el que la compre, describir una realidad, pero no va ni a la raíz del problema - ni por supuesto a la solución. Un análisis que se lee por ahí es que estas personas no tienen nada, luego nada que perder (muy marxista: deberíamos volver a las metáforas de las cadenas) y votan anti-sistema, en particular anti-establishment. Pero divago: pensemos en la solución, ¿qué tendría que ocurrir para que estas masas cobraran conciencia de grupo? (de clase, en realidad, pero como me dirán que es concepto viejuno, usemos eufemismos como "grupo", "los de abajo" o "vulnerables", que es como llaman ahora a los pobres).


En esas disquisiciones estaba cuando cayó en mis manos el podcast de "Past Present Future" (del que he hablado otras veces, e.g. cuando Lea Ypi) que hizo una serie sobre "Historia de las malas ideas", en la que han cubierto conceptos como eugenesia, el fin de la historia, conductismo, identidad, austeridad, antisufragismo, antisemitismo y muchos más. Pero el relevante para hoy es el dedicado a la meritocraciaque podríamos definir como "la filosofía política que concentra la influencia y el poder político en quienes tienen 'mérito', según el talento intelectual y los logros del individuo". Con esta referencia y un par de artículos más me he documentado hoy para este divague. 

Quién creó el concepto "meritocracia"
Un tal Michael Young, político británico que escribió el Manifiesto del Partido Laborista de 1945, que incluía todo el legado de las reformas sociales derivadas de la Segunda Guerra Mundial. En los 50, hizo un doctorado en sociología en la London School of Economics y algunos de los estudios pioneros sobre la vida de la clase trabajadora. 

En 1958 publicó la novela "El Auge de la Meritocracia", que no he leído pero sí su artículo en The Guardian en 2001 titulado "Abajo con la meritocracia"  en el que Young, cincuenta años después, reflexiona sobre el impacto del concepto y concluye con que ojalá que "Tony Blair dejase de usar la palabra", porque no había entendido nada. 



La novela
La novela era una sátira distópica en la que el mérito (definido como Coeficiente Intelectual + esfuerzo) se había convertido en el principio fundamental para organizar la sociedad, reemplazando las anteriores divisiones de clase social: la sociedad estaba ahora estratificada entre una élite meritocrática que ostentaba el poder y una subclase marginada de los "menos meritorios". Termina en 2034 con una revuelta de los menos meritorios («populistas») contra la élite meritocrática.

Breve análisis histórico. 
Desde el siglo XIX, en Gran Bretaña se fue gradualmente cambiando el sistema de acceso al trabajo: desde un sistema basado en la herencia, las conexiones y el nepotismo hasta otro basado en la capacidad personal. Esta tendencia surgió de la mano del crecimiento del sistema nacional de educación estatal, que alcanza su cénit con la Ley de Educación de 1944. 

En ese momento se introdujo un sistema de educación secundaria en el que, a los 11 años, los niños hacían una prueba llamada “11-plus” cuya función era segregar a los niños. Los que sacaban buenos resultados iban, en lugar de a los institutos, a las “grammar schools”, básicamente institutos para listos. Estos niños eran obviamente los destinados a la universidad, luego a ocupaciones de mayor nivel, y por ende a mejores sueldos. Este es el punto de partida de la novela de Young, en la que se pregunta por las consecuencias que tendrá eso para la sociedad que Labour estaba construyendo tras la Segunda Guerra Mundial.


Con la segregación, se crean dos nuevas clases
Por abreviar, me referiré a los que acceden a las grammar, universidad y mejores trabajos como "intelligentsia" [un poco irónicamente, esta clase es mucho más amplia que lo que este término denota], y a los que no pueden como los "menos meritorios", porque en virtud de su peor coeficiente intelectual y otros rasgos (falta de concentración, perseverancia, etc, rasgos que hoy sabemos son neuropsicológicos, o sea, no se eligen) no han tenido acceso a la cultura.

La intelligentsia termina con una variedad de certificados y títulos: Young llama a esto “credencialismo”. Esto significa que las cualificaciones académicas terminan teniendo lo que los economistas llaman “función de señalización”, una "insignia" que te da acceso a ocupaciones e ingresos de mayor estatus (señalizas que has pasado por todos esos exámenes, luego debes ser bueno). Pero el acceso a las instituciones que dicen que se basan en el mérito es en sí mismo una forma de nepotismo [aquello contra lo que la meritocracia se suponía que luchaba]. Además, sabemos que para acceder a ellas hay muchas vías de acceso, no se trata solo del coeficiente intelectual puro, se necesitan también ciertos tipos de conocimiento interno y conexiones, las viejas conexiones.


Y luego están los "menos meritorios", la mayoría que no destacan académicamente, que son relegados a los niveles más bajos, desde edades muy tempranas. Es normal que este grupo se sienta no solo económicamente discriminado, sino menospreciado en la sociedad por los que han prosperado gracias a su "esfuerzo". Una mayoría rechazada y marginada. Hay ciertos tipos de trabajo, e incluso ciertas cualidades, que no se valoran cuando se tiene un modelo de educación superior credencialista.

Los de la intelligentsia se conocen entre ellos en las universidades o en los buenos trabajos, se juntan, tienen hijos. Forman una nueva clase, precisamente con lo que estaba intentando luchar.

¿Fue Young profético?
La novela termina con una revuelta de la mayoría, los "menos meritorios" (curiosamente la fecha es a principios de la década de 2034) porque esa sociedad que se ha formado por las pruebas de inteligencia, capacidad y esfuerzo, es superjerárquica y al final, es la vuelta al nepotismo. Estamos ahí: los rednecks, los chavs, las chonis/canis -todos los términos despectivos que usamos la intelligentsia para denostar a esas personas, y en cada país habrá uno- están votando a Trump, Farage y Abascal. 



Falta de líderes
En el pasado, hubo líderes muy capaces de la clase trabajadora, de los sindicatos y del laborismo [e.g. en UK, Ernest Bevin], pero tras la "revolución social" que ha supuesto lo descrito hoy, los "menos meritorios" no van a tener grandes líderes porque este proceso meritocrático va a arrastrar a los de sus filas que tienen talento intelectual. Young describe cómo Labour, por ejemplo, se había convertido en un partido al que para ser diputado, era necesario tener “credenciales”. Recordemos aquel divague sobre el libro "Amigocracia: Cómo una pequeña casta de tories de Oxford se apoderó del Reino Unido", un extremo de esto. En el UK hemos vivido con tristeza cómo una de las pocas políticas de la clase trabajadora, Angela Rayner, tuvo que dejar la política por un malentendido en el que no había mala fe. 




¿Estamos ante la reacción de los no-meritorios?
Mientras escribo esto, leo y escucho sobre un estudio de "Hope not hate" ("Esperanza, no odio") que describe el "sorprendente" perfil socioeconómico de los votantes de Reform UK (el partido de extrema derecha cuyo líder Nigel Farage nos llevó el Brexit): no todos son esta minoría no meritoria, así que como he dicho al principio, habrá mucho más que analizar. Pero hace poco también Janan Ganesh en el Financial Times incidía sobre este tema ["Aprender mucho es peligroso. Cómo la expansión universitaria dividió a las sociedades occidentales" ]: no hay nada que te meta más en guetos que la educación y seguía con el análisis de los votantes de Trump o de Brexit. 

En la novela de Young, en 2034 se produce una reacción contra la meritocracia, por la dinámica social tóxica de los "no meritocráticos" no están arriba porque no son lo suficientemente buenos y la intelligentsia "merece" estar ahí.  

Pero deberíamos tener en cuenta -y en este blog lo hemos hablado muchas veces en la sección "pepsiquiatría"_ que las personas no tenemos ningún control, o muy poco, sobre nuestro talento y capacidad;  ya sea genético o por la crianza, o la situación social en la que has crecido, no eres responsable de esa lotería que te ha tocado (buena o mala). Tu talento se ha traducido en valor económico, pero recuerda, nuestras “habilidades comercializables” son producto de una combinación de genética y contexto social, por lo que es injusto penalizar a los que no las tienen.




A modo de corolario
Una de las conclusiones que me gustan de Young es que la meritocracia centra toda la atención en quienes han superado una carrera de obstáculos intelectuales, pero hay otros valores importantes de reconocer, que tienen todas esas personas a las que miramos por encima del hombro. Young dice que no hemos trabajado lo suficiente para comprender, recompensar y valorar la rica variedad de la vida humana que se desarrolla fuera de los lugares donde creemos que el mérito encuentra su recompensa.

Igual dejar de mirar a todos ellos con condescendencia sería el primer paso de la intelligentsia para que dejaran de sentirse ciudadanos de segunda. Y tal vez, una puede soñar que un día llegaran a desarrollar una conciencia de clase. Esa idea y otras tan viejunas que dieron lugar a la mejor época de la historia de la humanidad, que ahora, poco a poco, nos estamos cargando.