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30 octubre 2019

Para siempre recordar

Era Agosto del 98 cuando aterrizamos en nuestro segundo asalto a la Inglaterra Profunda, Derby, tras aquel puerto pesquero decadente en el que habíamos pasado un año. Como en todos los peores lugares, el trabajo ofrecía alojamiento barato y nos puso en la planta baja de una casa de dos plantas; tú vivías en la de arriba, desde hacía un tiempo. La colina del molino de viento. Cuando te conocimos, tuviste que enseñarnos el pasaporte para que creyésemos tu edad. 38 años? Eso era toda una persona mayor para nosotros, que estábamos en la mitad de los 20 y éramos unos indocumentados. Tú, con casi 40 no eras el senior de bigote de mi imaginario-cuarentón, sino "uno de nosotros" ("he's one of us, he's one of us"). Un Dorian Gray de esos con los que todos nos hemos cruzado alguna vez en la vida.

Tenías que pasar por nuestro recibidor para subir a tu piso, y no había ninguna puerta que independizara las dos estancias. Ello implicaba, por ejemplo, que cuando saltaba tu contestador automático, nosotros oíamos tu saludo, icónico, que jugaba con la onomatopeya de tu nombre: "auuuuuuu auuuuu. Soy el lobo. Deja tu mensaje". Y aullidos, regodeándote. También que compartíamos temperatura-ambiente, pero el termostato de la casa estaba al comienzo de la escalera, luego era mi territorio. Tú, como buen alemán, no comprendías mis temperaturas extremas, y como buen alemán, lo solucionaste enseguida. La calefacción, a partir del minuto tres,  sí fue separada. 

Los españoles (o "gente joven" como nos llamabas) supusimos aún más inconveniencias en tu  ordenada vida germánica. En la planta baja había vivido antes que nosotros un chico irlandés carne de takeaway,  nunca tocó la cocina. Cuando llegó nuestro bacon y salchichas, fue un pequeño choque cultural para ti, vegetariano de los piii. Además, el irlandés parece que solo usaba el salón, y te había dejado hacer lo que quisieras con lo que en su día debió ser el dormitorio. Resultado: un pequeño cuarto insonorizado con corcho por todas las paredes, y en el centro, tu batería. Cuando llegamos nosotros, tuviste que sacarla, pero dejamos los corchos, así que solo usábamos ese cuartucho para estrictamente dormir, en un colchón individual de aquellos de hospital recubierto de hule, en el suelo. Como sabes, allí dormimos el Peda y yo durante los seis meses que vivimos contigo en Derby. Lo que es el amor con 25, no nos importó nada apretarnos en ese zulo, ni ducharnos en el baño infame, que ante nuestras quejas por las arañas, encalaron: los ladrillos victorianos cubiertos de blanco-hospital, los grifos de Armitage Shanks, el baño con cadena.

Tú estabas en una fase de "aprendiz de brujo" más avanzada que yo. Yo me preparaba para el primer Gran Examen, y tú, durante aquellos seis meses, aprobaste el segundo Gran Examen, lo que te transformó en una semi-deidad a mis ojos. Recuerdo el día que llegó  tu nota: nos habías dejado una sartén de hierro especial que te había costado un ojo de la cara, que luego resultó que no se podía lavar.  Cuando viniste aquel día y nos habíamos cargado la sartén -obviamente tras lavarla a fondo con fairy-, simplemente te reíste, todo daba igual, tal es siempre la alegría de los aprendices de brujo al pasar esas tontas carreras de obstáculos.

Durante esos meses, llevaste al Peda a Nottingham en coche, donde tú estabas rotando en un trabajo por el que luego pasaría yo un tiempo después, y todo el mundo te recordaría con carinio por tu sentido del humor. Recuerdo contarle a la secretaria que te habías subido al tejado y "quitado la chimenea tú mismo" y ella pensó que era típico. El Peda había empezado un trabajo cutre a ver si se ponía las pilas con el inglés. A la vuelta de Navidad te trajo vino y siempre le recordabas que era de lo mejor que habías bebido. Imagina!

En aquel Noviembre de 1998, nosotros volábamos por primera vez a Nueva York. Tú habías viajado mucho más que nosotros, tenías una vida interesante: habías sido taxista tal vez en Frankurt, tenías un doctorado en neurociencia, habías vivido en Italia (y hablabas, además de inglés y alemán, italiano) y en Nueva York. Recuerdo las pinceladas que nos diste de América, el lugar donde habías visto "cosas como en ningún otro sitio... un mendigo que va por ahí con un carrito de la compra decorado con luces navideñas". Aunque nunca vi al mítico mendigo, esa siempre será para mí una de las imágenes de Nueva York.

Pasados los seis meses, nosotros nos fuimos a Nottingham, y tú encontraste trabajo, de Ultima-fase-de-Aprendiz-de-Brujo en Londinium. Cuántas veces nos decías que teníamos que venir, porque era "maravilloso, cines, teatros,  restaurantes de todo tipo".  El mito de Londinium.  Al final te hicimos caso, y fue verdad, y el primer recuerdo que tengo de mi barrio es desde tu coche: gente corriendo en el parque enfrente del que hoy vivo. 

Cuando en 2004 nosotros terminábamos nuestro viaje a Latinoamérica, tú lo empezaste. En Buenos Aires coincidimos tres semanas, también con el Naufrago Ro. Tú aprendías español en clases particulares, y luego lo refinaste durante el siguiente año, haciendo nuestro mismo viaje, pero en dirección opuesta. A la vuelta, nos trajiste la camiseta de Inca Cola de Perú,  aún la tengo por ahí, y en Panamá te cogiste el dengue, según tú en el hotelucho que te recomendamos.  Pero la última noche nuestra en el viaje aquel iniciático, la pasamos contigo sin dormir en bares extraños bonaerenses. Nos fuimos, qué brutos, al aeropuerto a las 4 am, a emprender un vuelo a Madrid que pasaba antes por Santiago de Chile y Bogotá. 

Ya no volvimos a vivir en la misma ciudad, porque a la vuelta de las Américas tú dejaste Londinium, y tiraste hacia el norte. Pasaron los años, y siempre querías hablar con nosotros en castellano, con aquel acento argentino-alemán tan maravilloso ("má o meno"). Tenías varios amigos españoles, no sé si ellos te regalaron las figuritas del penitente y del guardil que tenías en tu piso en Derby, o bien las habías comprado tú en tu perplejidad cartesiana por nuestro extranio país. Aún así, no podías entender qué hacíamos en el Reino Unido, un lugar que acabaste odiando-te he acabado dando un poco la razón, tras el Brexit. Cuando te volviste al continente, en busca de montañas y pistas de esquí,  me quedé con tu coche, que hoy es mi mini, y sigue siendo un poco tuyo. 

 Tus emails siempre eran un regalo: nos reíamos tanto con tus ocurrencias. A veces se los mandaba al Naufrago Ro o a mi hermana, y todos los adoraban. "Qué país mas paupérrimo, qué lugar más escuálido!", escribiste para describir esta maldita isla. Te dimos el título de Naufrago de Honor. Todo esto te lo conté por teléfono, cuánto nos hacías reír, y que te queríamos. 

Aunque nunca olvidaste el castellano, sé que no leerás esto. Pero eso no me preocupa;  lo que temo es olvidarme yo de estos recuerdos que hoy están tan vivos en mí. Auuuuuuu. Por eso los he escrito, por lo de siempre: un plantarle cara al olvido y a los años y a la costumbre. Para siempre recordarte, aquí dentro, en mi corazón. 

04 octubre 2019

"Mi corazón de traidor" ("My traitor's heart") de Rian Malan: Por favor, no interfiera con nuestros mitos liberales

Creo que nunca antes se me había literalmente caído un libro en la cabeza. Desde luego, no uno de 519 páginas, con todo su peso real- que no es nada en comparación con su peso metafórico, su contenido. Esto ocurrió la noche del sábado 28 de Septiembre. Estaba profundamente dormida y empecé a gritar. Hasta ahí nada inusual, esto ha pasado otras veces, y siempre termina con el Peda sujetándome a los gritos de "Di, Di, una pesadilla, una pesadilla". Pero hoy había algo más, algo físico,: ahí estaba el libro junto a mi almohada. Al apagar la luz, lo había dejado en la estantería detrás de la cama, sobre una pila y, se confirma: la tierra gira. Pasado un rato, tomó vida propia, pero afortunadamente, mi versión es la maravillosa de tapa blanda (tendría traumatismo craneoencefálico con la dura) de Vintage Classics de Random House, con una portada que me he quedado mirando muchas veces al cerrar el libro: un corazón acribillado.

Esa anécdota me va muy bien para comenzar el divague porque "My traitor's heart" (que he visto en castellano han traducido como "Mi corazón de traidor") es un libro que, aunque no se te caiga literalmente en la cabeza, te golpeará, lector: no hay escapatoria. Michael Herr, el corresponsal de guerra dijo "nadie que lo lea podrá nunca olvidarlo". Yo lo terminé hace un par de días y tengo la sensación de que va a ser así.  

Yo llegué a Malan por recomendaciones de una sudafricana (la ex-profe de Mini) y un compa del curro interesado en racismo. Ninguno me engañó: era una "harrowing experience" (me encanta la palabra harrowing; harrow significa "grada", el instrumento para allanar la tierra después de arada: así te deja). Pero en mi afán de lectura de libros que me ayudaran a entender la historia y la realidad del país que iba a visitar, Sudáfrica, decidí "venga, lo que me echen". 

El título completo del libro es "Mi corazón de traidor: un sudafricano explora la locura en su país, su tribu y en sí mismo" y en su mayoría se basa en sus experiencias como reportero (trabajo que, como la medicina, te acerca verdaderamente a la realidad de un país), pero antes de nada nos da un paseo por su historia familiar, que sitúa el libro y el porqué de su "traición". 

Malan nació en Johannesburgo en 1954 y comienza el libro diciéndonos que su apellido lleva en Sudáfrica desde que el primer Malan, un hugonote que huyó a Holanda de la Francia de Luís XIV para evitar la muerte por su fe protestante. Los holandeses lo pusieron en un barco en 1688 y lo mandaron al continente oscuro, a la "ruda colonia holandesa" de la Península del Cabo. La poderosa "Compañía holandesa de las indias orientales" (The Dutch East India Company) tenía aquí una base importante, donde los barcos que venían de Holanda paraban para repostar en su camino hacia la India donde iban a por especias y demás. Poco a poco, los holandeses fueron expulsando a los africanos que allí vivían, los hotentotes, hacia el interior, lo mismo que a los elefantes y a los leones.  Hacia ese mítico interior también tuvo que huir uno de sus antepasados que se enamoró de una criada negra: escándalo. Este era un hombre, se supone, no extremadamente racista, pero tras años viviendo en "lo salvaje", volvió hecho un supremacista blanco, de esos que ahora otra vez tristemente abundan. Algo le había hecho la "Africa profunda", que lo transformó en aquello.

Esa zona que yo he llamado "lo salvaje" en aquella época no estaba ni en los mapas (hic sunt dracones, otra vez) y en ella nadie sabía quién vivían, aparte de bestias terribles, indígenas y algunos blancos "de la frontera", que se vestían con pieles, y su regla era la del Viejo Testamento y la pistola.  Muchos eran analfabetos y su holandés estaba degenerando en un dialecto que luego sería el Afrikaans. Habían hecho de los totenhotes que no habían matado sus sirvientes. Eran los rubios de ojos azules descendientes de holandeses, los Boers. En 1779 empezó una guerra con los Xhosa, los negros indígenas, desarmados pero para qué si tenían brujería-obviamente fueron machacados. Y así empezó una guerra entre blancos y negros en Sudáfrica, que según Rian Malan, sigue hasta el día de hoy.  

Es importante contextualizar: en es época comenzaba la democracia en los EE.UU. y en Francia la Revolución Francesa y la Ilustración. En contraste, en Sudáfrica, estos descendientes de europeos, los Boers, decidieron apostar por la oscuridad.  Se llamaron incluso a sí mismo "Doppers", que quiere decir ese capuchón de hierro que se usaba para extinguir las velas. Para ellos, Rousseau & company eran una amenaza: ellos seguían siguiendo el ojo por ojo, y sobre todo, creyendo que los negros eran como animales, y como a tal había que tratarlos. 

Aquí es donde se encontraron con los británicos que, alucinemos, fueron aquí "los buenos" de la película. O mejor dicho, los menos malos, porque fue aquí donde se inventaron los campos de concentración, donde ponían a mujeres y niños boers: sí, los inventaron los ingleses y luego, como todo, los "perfeccionaron" los alemanes. Pero a mi isla de adopción parece que las burradas de los boers con los negros les parecían "inappropriate" y así se comenzó otra guerra sangrienta entre boers e ingleses, que estos últimos ganaron.  Otro de los antepasados del autor, Daniel Francois Malan con su Afrikaner National Party llegó al poder en 1948 con la promesa de dar una patada a los ingleses y solucionar el "tema de los nativos". La "solución" fue apartheid, y el resto... ya se sabe. 

Rian Malan es guapo
He incluido toda esta parte de la historia porque es fundamental para entender  lo que pasa hoy en Sudáfrica, y el germen de que a mitad del SXX se inventara esa atrocidad, el apartheid, que se basaba en la mentira "separados, pero iguales". Malan nos cuenta cómo en su casa, los criados (negros, por supuesto) no podían beber en los mismos vasos que los blancos, y cómo les hablaban con un inglés tipo Tarzán (pidgin). El padre de Malan era un Afrikaner (boer) y su madre era inglesa. El creció en un barrio del norte de Johannesburgo donde la mayoría de la gente eran blancos liberales, que hablaban inglés (vs. Afrikaner), y estaban en contra del apartheid,  pero eran tan pocos que no importaban al gobierno. Malan terminó siendo un joven con pelo largo, de izquierdas, y que fumaba maría.  Y que sin pasar por la uni, se puso a escribir informes de crónica negra para un periódico. Ahí es donde ve toda la miseria que nos cuenta en el libro, y su propia ambivalencia. En un punto, harto, asqueado, se va a EE.UU., donde vive 8 años. Sin embargo, vuelve, para escribir este libro. Piensa que hay una lápida bajo la que no quiere estar en Los Angeles que diga "Huyó". Además, tal vez moriría de aburrimiento: en Sudáfrica se vive en el límite.

De las historias que cuenta Malan en el libro, hay varias que me gustaría repetir aquí para que no se me olvidaran. Todas comparten un tema: intentar instalar la duda en la cabeza del lector. Malan nos dice que lo que se espera que un blanco liberal de izquierdas escriba sobre Sudáfrica es el mito, la historia simple de que hay buenos y malos: todos los negros son bondadosos y víctimas, de esos blancos opresores y malvados.  Pero Malan se atreve a romper un mito, y el libro está lleno de estas historias. 

En 1986, 32 mujeres ancianas negras fueron quemadas vivas acusadas de brujería, pues con ella "estaban interfiriendo con la lucha de liberación racial". Fueron quemadas por otros negros, que a su vez luchaban con otros negros, todos en esta lucha totalmente justificada para liberarse del blanco. Pero mientras tanto, se machacaban entre ellos, tan cruelmente como quemar a ancianas en vida. A mí todos los partidos y facciones me han recordado a la izquierda, históricamente incapaz de negociar y cooperar. También está la historia de Alcock, un boer que se salió del rebaño, inicialmente vendiendo a bajo precio los excesos de leche a los negros de su granja (en lugar de tirarlo al mar porque el excedente bajaría los precios), y que al final acaba viviendo en el Africa profunda, hombro con hombro con los zulú, siendo verdaderamente como ellos, en condiciones infrahumanas, todo por la pasión por su proyecto, y por su amor a Africa. Aún así, tras muchos años, los zulús le acaban asesinando. 

Pero la opinión internacional blanca liberal no quiere oír esto: según Malan, cualquier cosa que se separe del discurso blancos-malos y negros-buenos, te lleva a una etiqueta de racista, como se le dieron a su libro. Quieren fotos de negros sufriendo, y ciertos blancos saldrán con sus cámaras para dárselas. Los blancos en el mundo, por norma, suelen respetar por las culturas no occidentales, pero no es así  con los blancos en Sudáfrica. Pero para esta elite liberal blanca sudafricana, la salida de Mandela de la cárcel, el fin del apartheid y el terminar con los nacionalistas afrikaaners fue ver su sueño dorado cumplido. Sin embargo, pronto se fueron poco a poco del país: no podían vivir allí por la violencia y la inseguridad. 

Yo no creo que este libro sea racista, sino más bien valiente y reflexivo. No puedo entender el nacionalismo, porque dentro de grandes grupos humanos como son los países, habrá siempre gente con empatía y generosidad, y gente cruel y egoísta. Una tal vez pueda generalizar en ciertos grupos, y por ejemplo estimar que, por ejemplo, en el Ku Klux Klan o Vox la mayor parte de la gente está en el segundo grupo, pero no en naciones enteras, solo por serlo. Por eso claro que habría también zulús malvados y blancos buena gente. Y Malan simplemente lo describe. Esto supone cruzar muchas líneas rojas.

Tras escribir "Mi corazón de traidor" dice Malan que casi no escribió nada, porque  sentía que se había vaciado allí. Tras leerlo, no me extraña. Se ha vaciado y al lector le ha dejado del revés.  He aprendido muchas cosas, por ejemplo que, así como la policía echaba agua tenida de verde en contra de los blancos en las revueltas, con los negros este agua debe ser roja o tirando a violeta, y la llaman "Purple Rain" (Prince, no volveré a escuchar la canción nunca como antes). Ha sembrado la duda en mí de si Mandela fue un mito blanco, vs. Steve Biko.  Que había misioneros irlandeses que decían que el apartheid no era nada en comparación con lo que los ingleses les hicieron a ellos (pero no dudaron en echar a los Alcock, que daban anticonceptivos a los negros). O que las Revoluciones no vienen en tiempo de opresión intensa, sino en épocas de liberalización y  reforma. Que lo que el apartheid quería es que los negros volvieran a su "tierra de tribus" (Pero, esta era su tierra!!!-parece que la serie ochentera "V" tuvo en Sudáfrica mucho éxito, y en la metáfora está claro quienes eran los lagartos), pero al final su verdadero objetivo es que hasta los blancos pobres tuvieran piscina privada, porque contaban con privilegios que nadie de su escala social tendría en ningún otro país, pero sí en Sudáfrica.  Me suena muchísimo a Trump, y su "make America great again", es lo que todos los rednecks que le votan quieren: que se vayan los negros y los latinos, y así ellos podrán tener piscinas. 

 Además, está bien escrito, y tiene para ser una crónica, frases con las que la misteriosa belleza de Africa  te llega sin darte cuenta: "after midnight, lonely gay men threw lonely shadows as theys stalked rent boys across it floodlit floor". El libro dejará sombras oscuras también en la cabeza y en el corazón de quien lo lea. El corazón acribillado. El corazón de traidor.