an

29 enero 2021

"El silencio de las chicas" y "Mujeres y poder": feminismo, del clásico

 
Tras "El infinito en un junco" y todavía poseída por
 el mundo clásico, me metí en la lectura de "The silence of the girls" ("El silencio de las mujeres" lo han traducido, cuando "girl" es más niña o chica que mujer) de Pat Barker, recomendación de Elena Rius y seguidamente "Women and Power: A manifesto" ("Mujeres y Poder") de la famosa clasicista cantabrigiense Mary Beard.  Ambas obras, la primera una novela, la segunda un ensayo  son feministas, y ambas parten del concepto de "silencio". 

Beard comienza con "la primera vez en la historia de la literatura en que a una mujer se le hace callar", que no es otra que a Penélope en la Odisea, por el imberbe Telémaco. Ya en el primer libro, Penélope baja de sus habitaciones, le pide al bardo que está entreteniendo a sus pretendientes que cambie la música, y el mocoso le suelta: "Madre, vuelve a tus aposentos y retoma tu trabajo, el telar y la rueca... los discursos con cosa de hombres, de todos los hombres y de mí sobre todo, porque soy el hombre de esta casa". Y va Penélope y le hace caso: vuelta para arriba.  La tesis de Beard es que esta actitud de Telémaco ha sido repetida a lo largo de la historia, y aún ocurre en el SXXI.


Qué bonito: comienzo de La Ilíada
Partiendo de que no se ha oído suficientemente la voz de las mujeres en el mundo clásico, Pat Barker se pone a contarnos "La Ilíada" desde el punto de vista de ellas, en concreto de Briseida, la que será esclava-concubina de Aquiles. Todos conocemos la historia, que comienza cuando la Guerra de Troya -desatada por culpa de una mujer, qué raro, Helena "la más guapa del mundo"- ya está en su noveno año. Briseida es la nuera del rey Eneas de Lynerssus y al principio de la novela nos cuenta con detalle cómo cae su ciudad delante de sus ojos. Junto con otras mujeres agazapadas en la torre, constatan que ya no hay donde huir. Alguna tiene valor y se lanza al vacío. 

La escena en la que describe cómo Aquiles, el macho alfa de los guerreros griegos (ya divagamos de él y de su contrapunto el troyano Héctor aquí: esos dos tipos humanos de tíos, los gorditos y los malotes) va matando uno a uno a 60 troyanos es especialmente impactante: ves a Aquiles que ha clavado la espada en un crío de 14 años, que se retuerce en el suelo y mientras, como si tuviera todo el tiempo del mundo, eleva su mirada hacia la torre,  aunque le deslumbre el sol. El tiempo parece que se para y entonces, con delicada precisión pone su sandalia en el cuello del chico muerto y saca la espada, sin molestarse en bajar sus ojos, rassss. Al chaval le cuesta unos segundos desangrarse, pero Aquiles ya ha pasado a su siguiente víctima. El crío es el hermano de Briseida. 

Me atrevo a predecir que en ningún medio visual, videojuego o película se puede sentir lo mismo que con el detalle de esta lectura. Porque te lo está contando directamente, no importa a través de cuantos siglos, alguien a quien se le está rompiendo el corazón. Y a esta predicción me aventuro sin haber visto "Troya", la superproducción de 2004, pero lo sé. A Beatrix Kitto la jaleamos cuando hace esto mismo en Kill Bill, nos da igual quién hay bajo su catana. Pero por asegurarme con Troya hago un poco de detective: por lo que leo de las críticas, no me he perdido nada. Sin embargo, un google imágenes rápido revela la siguiente:

Brad como Aquiles: Respiremos hondo

Señorrrr: a fe mía que no ayuda tener la imagen de Brad como el sanguinario Aquiles, al que se supone has de odiar durante toda la novela. El error es que tras esta y otras fotos del rodaje, una (y uno, confesad) ya no se puede quitar de la retina a este señor, que interpreta al hijo de Thetis (una nereida o ninfa marina) y un rey (humano), pero que bien podía verse en el papel de dios.

Sigamos con mi tesis: quiero indicar que Barker te hace poner tanto en la piel de Briseida que ni el deltoides ese de Brad logra hacerte flaquear.  He conseguido, divagantes, lograr no empatizar con Aquiles: ni cuando se va a nadar solo antes de amanecer a encontrarse con su mami la nereida, ni cuando va de atormentado. Porque claro, como todo héroe byroniano tiene un gran conflicto interior y esas cosas que a las fans-del-malote encantan. Actitudes que las demás sabemos parten de tremendas inseguridades, como esa hipersensibilidad a que alguien no exalte su estatus, la importancia del respeto y del honor (bostezos).

Y ahora tras este inciso-excusatio-non-petita, sigamos con la novela. Una vez que han arrasado ciudades enteras, matado a los hombres y atravesado el bombo de las mujeres embarazadas (no vayan a llevar a un troyano), los griegos se llevan al resto de las mujeres como esclavas. En el reparto del botín tras la caída de Lynerssus, a Briseida se la que queda como "premio" Aquiles, sin demasiado entusiasmo: "OK, she will do", dice, algo así como "ok, ya me vale". La escena describe lo que parece un mercado de carne donde el mayorista va a ver las piezas y, ante una que ni le va ni le viene, venga, póngame esa, cuarto y mitad, intentará hacer lo que se pueda con lo que le ha tocado como "premio".

Si, divagante, estás revolviéndote en tu silla, esto es lo que pasa durante toda la novela: es una constatación continua de que todas las mujeres, hasta las libres, no valen nada. De hecho, si eres mujer, crecer significaba ir perdiendo libertad, incluso en tiempo de paz. Ahora, si eres botín de guerra, como digo, pasarás a ser una Cosa. Si eres aristócrata, se te quedará uno de gran rango y te podrás dar por afortunada: solo tienes que sonreír mientras sirves vino, asumir tu rol como el trofeo que cree se ha ganado y meterte en la cama del tipo que ha saqueado tu casa, quemado tu ciudad, asesinado a tu hermano, a tu padre, a tu marido. Si eres vieja, o fea, vivirás en los bajos, comiendo restos de comida que los perros de los "héroes" no quieren y te "echarán" a la chusma para que se entretengan. Es durísimo de leer. 


La novela sigue bastante fielmente la Ilíada, adaptándola desde la mirada de Briseida: la plaga que azota a los griegos, que Briseida cree que invoca rezando a Apolo "dios de la curación, dios de la plaga". El culpar a otra esclava, la del repugnante Agamenón, por ella (la vuelta de la tuerca: alguien esencialmente anulada es culpable de algo). Los cabreos de parvulario "me han quitado mi premio, te cojo el tuyo, ahora yo no voy a la guerra".  El rollo gay 
con el amigo de la infancia, tándem Aquiles-Patroclus (claro que son griegos, hay opción?) Que se vaya Patroclus a la guerra porque mi orgullito pero allí más rollaco eroto-gay sublimado en el ardor guerrero ("no mates a Héctor, Héctor es mío"). La adrenalina de la batalla, cuando estás en "flow" (como yo hoy escribiendo un informe,  si lo interrumpes, fuera flow), una especie de estado de gracia, la sangre de los que te has cargado es adictiva (yo lo sé que mate un ratón a escobazos). Y claro, Patroclus kaput y el dolor de la pérdida, tan grande como el amor que reemplaza, las negociaciones con el dolor, "si... si...". La sangre seca en la cutícula de las uñas de Patroclus, ¿por qué no se limpian? [Cómo olvidar la mejor frase de Macbeth,  (Will all great Neptune’s ocean wash this blood/Clean from my hand? No, this my hand will rather/The multitudinous seas incarnadine,/Making the green one red)] ni todo el océano lavará esta sangre de sus manos... Pero Aquiles ("cantemos oh musa la cólera de Aquiles") vuelve y ahí le han guardado a Héctor para su follaje metafórico sangriento, sublimación sexual con armadura, mañana en al batalla piensa en mí.  

Total que me disponía a divagar sobre que "para las mujeres cualquier tiempo pasado fue peor" (y el presente para medio globo también) pero me he dejado atrapar por esta narrativa de testosterona y sudor, que es la Ilíada. Y por el horror de la guerra, aunque no es que la novela de Barker tenga mucho de sangre e intestinos desparramados, nuestra narradora está casi todo el tiempo en el campamento, no en la línea de frente, pero transpira. Pero la escena más bestia, no tiene ni sangre ni sudor, solo lágrimas: el anciano rey Príamo ("His eyes bleached with age" -dificil de traducir, pero para quien la entienda, la imagen es poderosa)) va al campamento de los griegos a suplicar a Aquiles el cuerpo de su hijo Héctor. Hay un silencio (otro, tantos en este divague): "Las palabras caen como piedras en un pozo tan hondo que podrías pasar el resto de tu vida esperando escuchar el plop cuando cae en el agua".  Porque no solo Héctor está muerto, sino que ha sido maltratado por Aquiles y sus arrebatitos de ira. Nada hay peor que no poder hacer una despedida a un fallecido, y que sea pasto de los perros o los buitres. Solo los rituales de limpieza y preparación harán de ese fajo de carne y hueso una persona de nuevo. El anciano se arrodilla delate de Aquiles y llorando dice la famosa: "Hago lo que ningún otro hombre ha hecho antes. Beso la mano del hombre que mató a mi hijo". Muy fuerte, Homero, quienquiera que fueses: ya lo sabías todo de contar una buena historia, capullo. El resto solo han sido notas al margen.

Y antes de irse, cuando Briseida le cuenta a Príamo su plan de escaparse de allí, él le pregunta si acaso es Achilles malo con ella. "No, pero mató a mi familia", dice Briseida, "Ya, pero eso es la guerra", le contesta él. Otras reglas, otro mundo. Estamos escuchando esto tristemente este último año, "medicina de guerra", "elegir quien vive o muere", y me espanta. Así que yo vine aquí a hablar de feminismo y he acabado hablando también de la sinrazón de la guerra, y la de la muerte. Porque hasta Aquiles tiene escrita su muerte en las estrellas no hay nada que hacer. Pero cada amanecer rojo nadando en el Egeo "de vino oscuro" (oînops póntos) le recuerda la riqueza de la vida que está a punto de perder. Las veces que he pensado que mi vida se acababa, he compartido esa visión de Aquiles. Llegado ese momento no era miedo (que es lo que siento ahora, con la calma), sino el cabreo inmenso de lo que me iba a perder de mi vida. Sin embargo, Briseida y el resto de pobres chicas-mujeres de esta novela no tienen ninguna riqueza de vida que esperar, y los amaneceres magenta en la playa, que-se-jodan (que diría Barker, sus personajes hablan así). Mejor muerta que esclava; morir de pie antes que vivir arrodillada, ¿suena de algo? Aún mejor, vivir de pie, hablando, escribiendo y luchando porque nadie nunca más nos haga callar. 






24 enero 2021

La escritura como reto a la mortalidad, y otras cosas que aprendí con "El infinito en un junco"

 La primera persona que me recomendó "El infinito en un junco", este ensayo sobre la historia de los libros fue el náufrago Ro. Seguro que lo deslizó en una de esas conversaciones surrealistas en las que se habla desde el evangelio de las anguilas hasta la maratón rosconiana vestústica cuya temporada no ha hecho más que comenzar. Luego vino mi suegra, y Marisa, y otra gente. Porque resulta que la autora, Irene Vallejo, estudió Clásicas en Vetusta, un año antes que Fashion, y la conocía "de la biblioteca". En aquella época "ya era famosa", según la hermanísima, y "una sabia de otro tiempo y lugar". Luego, Santi el Méntor también la conocía, a ella y a su familia -hasta parece que yo he tomado una cerveza con su tía-, y así todo. Bienvenidos a Vetusta: rascando un poco la gente se conoce, y si eres mi madre, no hay ni que rascar. 

Irene, una vida entre libros

El libro llegó a mí en aquella famosa caja junto con el turrón y el rodillo, y lo empecé el día de Navidad. Antes, había visto mil entrevistas, recomendaciones y críticas: ¿es necesaria una más? Obviamente no, pero por algo esto es un blog personal (ie. un diario que, por altruismo o narcisimo una decide compartir): por definición puedes hacer lo que quieras.  Incluso si nadie llega al final (muy probable, quién puede culparos), para mí habrá merecido la pena, porque seguro que tendrá al menos una lectora: yo, en el futuro. La ancianita Di, con las manos artríticas y muchas lecturas más, seguramente aterrorizada por lo mal que escribía de cuarentañera (ains, agarrándome ahí!) pero recordando este libro, o en concreto lo que fue este libro para mí hoy, a principios de 2021.  

Antes de leerlo, ya podría haber escrito un divague (desde cuándo no haber leído ha sido óbice aquí para divagar? Recuerden las infames sombras de Grey, tristemente una de las entradas más visitadas del blog). Porque meta-divagar sobre libros es uno de los intereses propios que rayan la adicción, pero además porque ya sabía que me iba a gustar: el tema del libro era caballo ganador, apuesta segura.  La mayor parte de la gente que conozco que ama la lectura, comparte la pasión -más o menos intensa- del fetichismo del libro como objeto. Yo he escrito muchas veces de esto en los años del blog: cómo me he besado, abrazado a un libro, cómo los huelo, los toco, los miro, ahí apilados. Cómo los "hago míos" vía subrayados, comentarios, manía de abrirlos mucho (el Peda me odia, él prefiere leer con el libro medio cerrado, por lo visto). Cómo los firmo y pongo fecha y lugar cuando los empiezo y termino. Cuando estoy de viaje, se transforman en diario: voy escribiendo en los márgenes superiores sus etapas... "lunes, fecha, tren de aquí allá". Y es maravilloso; puede sonar raro, porque cuando una viaja va a ver, a descubrir, algunos a registrar con fotografias o con diarios o con sucintas crónicas de blog. Pero a mí además me encanta leer cuando viajo, y tendré para siempre asociados algunos lugares al libro que estaba leyendo allí -esa fuente pública en Portland, "Las correcciones" de Franzen.  Y como dice Vallejo "La pasión del coleccionista de libros se parece a la del viajero. Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad". Viajando con un libro, te llevas al autor a ese viaje, pero esta idea mía no era original: el famoso bilbilitano Marcial ya dijo "Cicerón en un pergamino. Si este pergamino te acompaña, piensa que emprendes viaje con Cicerón". O sea, que yo viajé por California con Franzen, y creo que en alguno de mis divagues sobre sus libros, he debido decir no solo eso, sino que me iría con él a tomar unas coronitas. 

Para hablar del origen de la escritura, obviamente tenemos que remontarnos al mundo antiguo, y el libro está dividido en dos grandes partes: Grecia y Roma. A mí me ha gustado mucho más la primera y diréis, claro, pesada, Grecia. Y sí, haber estado allí ayuda a enamorarte aún más de todo lo que cuenta de esta cultura, simplemente porque ves el mar que describe, imaginas a los filósofos debatiendo entre olivos (cómo olvidar la nunca encontrada "Escuela homérica" de Itaka) o a los dioses tomándose un frappé.  La parte que le dedica a la Gran Biblioteca de Alejandría es mi favorita, pero además yo creo que a Vallejo se le ve el plumero y también prefiere a los griegos que a los romanos. Igual ella lo negará, como esas madres que dicen que quieren igual a los dos hijos - pero tú ya sabes.  Vallejo nos cuenta que Roma copia exactamente todo lo griego, "Grecia lo inventa, Roma lo quiere".  Aspiraban a una literatura lo más parecida a la griega posible, y copiaron uno a uno sus géneros y sus formas métricas. Si hay algo que caracteriza la conquista a lo largo de la historia es la asunción del idioma del conquistador por parte del conquistado: aquí es lo opuesto, los romanos intentando aprender el idioma de sus conquistados los griegos. Se lo enseñaban, junto con la cultura, los pobres griegos ilustrados a los que habían covertido en esclavos. Así como en EE.UU. prohibían a sus esclavos aprender a leer, por razones obvias, en Roma se aprendía de ellos. 

En mi caso, cuando me sumerjí en la lectura del "junco", lo primero que sentí fue gran emoción: página a página, comencé a maravillarme con una serie de datos que desconocía, o  los menos, que había enterrado en algún arcón de la memoria. Esto lo he constatado en las múltiples conversaciones con Fashion durante la lectura, en las que ella me ponía en mi sitio:

-Fashion, ¿sabes que Vallejo dice que en la antiguedad se leía en alto? ¿Que el leer como hacemos nosotros es algo relativamente nuevo? Resulta que los escritores antiguos iban pronunciando las palabras para escuchar su musicalidad, te leo: "Para los antiguos, la lectura no era una canción que se canta con la mente (...) el lector se convertía en su intérprete, le prestaba sus cuerdas vocales. Un texto escrito era una partitura -la partitura musical del lenguaje- muy básica donde todas las palabras estaban en una cadena una detrás de otra sin separaciones ni signos de puntuación y por eso había que pronunciarlas para entenderlas".

-Di -esta es Fashion- esto yo a ti ya te lo había contado, ¿no te acordabas? 

-Ups, en serio? No... 

[¿Por qué te crees que escribo? Para no olvidar ya más. Pero es curioso, me digo, que tuvieran que oír las palabras para descifrarlas, y que algunos tengamos que verlas escritas para pensar, "en lugar de solo escucharlas en el veloz río del discurso". Por algo Aritósteles usó el primero la palabra theoría y el verbo theorein que alude al acto de mirar algo.  Y si hacemos un fast forward hasta Roma, volvemos a la sonoridad: aquí los tenemos considerando que "el acto de hacer sonoras las letras escritas encerraba un hechizo inquietante. (...) como creían que el espíritu residía en el aliento, por ejemplo en las tumbas ponía "préstame tu voz". Todo  texto escrito necesitaba apropriarse de una voz viva para alcanzar su plenitud. Por eso, el lector era invadido por el aliento del escritor, que aunque muerto, usaba al vivo  como instrumento vocal. Por eso consideraban que los profesionales de la lectura y la escritura tenían que ser esclavos; su función era servir. Quedaban poseídos por el libro, dejando de pertenecer a sí mismos durante los instantes de la lectura. Las metáforas usadas para esta actividad son las mismas que las usadas para la prostitución, o para el ser pasivo de una relación sexual: el lector es sodomizado por el texto"]

Esta parte de la voz, de dar la voz, de ser poseído por la voz, de nuestro silencio lector, me ha fascinado. Pero enseguida, otro subidón cuando me encuentro con nuevos datos como que la primera palabra de la literatura occidental es "cólera" (en griego ménin, al principio de La Iliada, la cólera de Aquiles) o con el concepto griego póthos: "el deseo de lo ausente o inalcanzable, un deseo que hace sufrir porque es imposible de calmar". Aunque como digo el tema de este libro es infalible, para mí el más apasionante sigue siendo el de la condición humana: vía la literatura, la historia, la neurociencia. Esta última nos dice que, para que haya un cambio sustancial en esta naturaleza (que mal que les pese a algunos, se encuentra en todos estos sistemas y subsistemas del cerebro que estamos empezando a nombrar y entender) se necesitarán mucho más que treinta siglos. Así que no es extraño constatar que los griegos tenían las mismas pulsiones y pasiones que nosotros porque, ¿quién no conoce a alguien atacado por este póthos? Vallejo lo utiliza para hablar de Alejandro, siempre queriendo más y más, desde Anatolia hasta el Punjab. Megalomanía y crueldad, ingredientes que en combinación con el pothos, bang! O el Síndrome de Eróstrato, el deseo patológico de popularidad del pirómano del templo de Artemisa (intentaron que su nombre no pasara a la historia, sin éxito), que luego hemos visto repetidamente desde Japón (en aquella novela de Yukio Mishima) hasta EE.UU. con los Chapmans de turno. La autora nos cuenta que Antifonte fue el primer psicoterapeuta , ya que abrió un local en Corinto anunciando que podía "curar a los tristes con el discurso adecuado".

Ideológicamente, Vallejo me cae bien. En los albores del divlog -cuando aún cierta capacidad de síntesis era posible, claramente perdida ya- hice un divague titulado "Hypatia, una de las nuestras", y lo mismo he pensado de Irene. La admiro porque, de una manera sutil, como de puntillas, ha ido metiendo ideas con las que estoy de acuerdo, pero que cuando me pongo a escribirlas yo, soy como un elefante en una cacharrería. Pero ella las va introduciendo como si nada, una miguita aquí, otra allá. Deja claro que la historia de la escritura también fue desigual y dio voz al poder establecido (proletarios eran aquellos que, sin bienes, solo tenían a sus descencientes, la prole. No eran llamados a filas, no pagaban impuestos, y por supuesto no tenían voz -ni oral ni escrita- ni voto). Que lo único que merece la pena es la educación, recordémoslo  en esta etapa de la historia oscura en la que nos adentramos en la que tantos están empeñados en "apagar la luz" (cómo olvidar a los tan actuales "doppers" sudafricanos, así auto-denominados porque su objetivo era terminar con el Enlightment, la Ilustración). Que Platón era un hipócrita diciendo que "las dotes naturales estaban igualmente distribuidas entre hombres y mujeres" y acto seguido, que "el sexo femenino existía porque los hombres injustos se reencarnaban en mujeres". Que "las verdaderas fronteras no son las geográficas, sino las de la naturaleza de cada uno", citando a Heródoto. Que "griego es quien comparte nuestra cultura, no nuestra sangre", citando a Isócrates. Que aunque Caracalla diera la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del imperio, pronto la frontera de la riqueza sustituyó a las fronteras geográficas. Que la actual actitud de esperar que el trabajo artístico sea gratuito, que el arte es para el tiempo libre es el fin, es como que haya que estudiar "carreras con salida", o sea, en el actual marco neoliberal, que den dinero. Que la censura acaba siendo paradójica, porque pone un foco en lo que precisamente espera ocultar. Que la igualdad entre los seres humanos, la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes, el usar el erario público para cuidar de los débiles son todas desesables, y que estos inventos de los clásicos llegaron a nosotros de mano de esos objetos mágicos, los libros. 

Que el miedo al extranjero y al distinto no es nuevo. Me detengo aquí porque esto sí que es rabiosa actualidad. La autora se para en la historia para contarnos que, tras los éxitos militares de Alejandro, una parte del mundo comenzó una cierta asimilación cultural, empezando por el idioma, hasta el trazado de las ciudades con ágoras, teatros, gimnasios. Eran nuestros Starbucks. Aquella primera globalización se conoció como "helenismo"Igual que ahora, algunos viejos griegos, ante el nuevo cosmopolitismo, añoraban "la pureza perdida del pasado". Los salarios del trabajo libre bajaron por culpa de la emigración de esclavos orientales. "Aumentó el miedo al otro, al diferente (...). Empezó a cundir el desarraigo, la sensación de estar desplazados, de vivir perdidos en un universo demasiado grande. Se desarrolló el individualismo, se agudizó la sensación de soledad". ¿Suena esto familiar? Nihil novum sub soleno hay nada nuevo bajo el sol.

De todos los personajes que habla la autora, el que más me ha fascinado es Calímaco, el bibliotecario de l
a Biblioteca de Alejandría, que también era poeta. "Toda biblioteca se parece a su bibliotecario", dice Vallejo (¿no os encanta mirar las librerías cuando vais a cenar a casa del alguien?)  Él se encargó del catálogo de la biblioteca en el S II a. C. que ocupaba por lo menos 120 rollos y fue "el primer cartógrafo de la literatura". Su catálogo se llamó las "pínakes" (las tablas).  El caso es que, divagantes, Calímaco c'est moi.  Y no, no por lo de poeta, pero más por mi actitud catalogadora obsesa de la vida y por la suya a la que aspiro: Calímaco defendía "la experimentación creativa. Le aburían los imitadores de un pasado literario irrecuperable. Amaba la brevedad,* la ironía, el ingenio, la fragmentación". *Nota: aceptaré con gracia abusos por lo de la "brevedad" del divagante valiente que haya llegado hasta aquí. 

Y es que es descubierto lo que quiere decir mi suegra con lo de que en los divagues "me enrollo". Atención:  la escritura ha ido cambiando en formato a través de la historia, desde los frágiles papiros, a las tablillas atadas, al rollo de papiro, las tablillas sustituidas por pergaminos, a los códices, al papel y en algunos puntos de la historia convivieron distintos formatos, por ejemplo, el rollo de papiro en la época romana era usado para solemnidades  y los códices para las cosas del día a día. De ahí viene que "algo es un rollo" (o también la palabra "rol", porque en el medievo los actores tenían el guión enrollado). Durante esta coexistencia, siempre hubo gente resistente a lo nuevo. Algunos pensaban que todo degeneraba si se permitía el cambio, y lo curioso es que yo soy una de esos viejos gruñones que no querían cambiar de los rollos a los códices: me niego al libro electrónico, aunque entienda sus ventajas. Pero mi resistencia viene de dos razones, ambas relacionadas con "el rollo": la primera, al leer en un libro electrónico, lees como "en un rollo", no tienes la separación mental que te da pasar la página. Y la segunda: "el rollo" del segundo párrafo sobre lo maravillosos que son para mí los libros como objeto, que seguro no debo repetir aquí (aunque tentaciones, haylas).

Formalmente, me pasó algo curioso al principio del libro, que luego desapareció.  Sintagmas como "aguas repugnantes", "diareas monstruosas", "dolorosa sed de posesión", "olor fragante" o "espeluznantes amenazas" me chirriaban, como sobreadjetivados.  Entonces entró Fashion: "Pero así es la traducción de los clásicos, Di; todos son olores fragantes y embriagadores perfumes y voluptuosas bahías ahí". (No sé de qué me extraño, cuando Itaca es mi poema favorito). Así que no sé si fue eso, o que me fui encontrado algunas perlas durante la lectura de auténtica belleza formal, cosas que me han dejado de verdad boquiabierta:  "la mirada ciega de las estatuas", "los sumerios comenzaron a escririr sobre la tierra que sostenía sus pasos", "los títulos son poemas mínimos; barómetros, mirrillas, ojos de la cerradura, carteles luminosos, luces de neón; la clave musical que define una partitura venidera; un espejo de bolsillo, un umbral, un faro en la niebla, un presentimiento, el viento que hace girar las aspas", "la delicada urdidumbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se pierda el viejo hilo de la voz". Precioso. 

Vallejo usa múltiples referencias de la cultura actual, del cine, la literatura: por ejemplo, "Memento", la primera peli de Nolan y el paralelismo del "cuerpo con un libro, nuestra piel, una página en blanco". Aquí aprendemos que en el siglo II ac, en Pérgamo comenzaron a usar las  pieles de animales para escribir sobre ellas. y de ahí vino "el pergamino", y los libros  se transformaron en "cuerpos habitados por palabras, pensamientos tautados en la piel". Desde el principio esperaba yo la referencia a "El nombre de la rosa", tanto libro como película que me marcaron en mi adolescencia porque, ¿qué mejor combinación que una historia de detectives en un monasterio de la Edad Media en el que se mata por un libro? O 84 Charing Cross road, ese librito epistolar que es una celebración de todo lo que es amor a los libros. O Luis García Berlanga, sobre la importancia de poder leer con una sola mano por aquello de la literatura erótica (pensemos que con los rollos esto era imposible, ja). 

Y para terminar, tres curiosidades que ni Calímaca ha podido clasificar, aparte del hecho que a mí me han interesado. Una: parecía que también había listas como ahora con "los mejores del año" o "los mill libros que has de leer antes de morir" (a quién no le apasiona una lista?), y "enkrithéntes" eran los autores que habían superado la criba, los tamizados.  Dos: aunque parezca evidente, no me había planteado que la expresión "hablar largo y tendido" viene de la costumbre romana del triklinium: ahí tirados con sus túnicas, comiendo uvas, bebiendo vino y charlando hasta altas horas... ah, eso es vida!  Y tres, por último, los oficios.  "Los griegos querían saber de todo, no les interesaba especializarse. Menospreciaban la técnica, considerando a los oficios "envilecedores" (ya tenían a los esclavos para que trabajasen o les leyesen). Lo elegante era el ocio. Solo la medicina logró imponer un tipo de educación propia, pero los médicos tenían complejo de inferioridad y repetían que un médico era también un filósofo". Más tarde, en Roma, "hasta los oficios intelectuales, como la medicina, la arquitectura o la enseñanza eran propios de las clases bajas". Me resulta dificil comentar aquí ya que habría que comenzar definiendo el concepto "clase", según algunos tan pasado de moda. Lo único que puedo constatar es que hoy en día muchos médicos no tienen complejo de inferioridad, sino más bien lo contrario, y que se puede tener un título de esos oficios "intelectuales" y ser un verdadero asno. 

Con casi 70 años, vuelve Marcial a su natal Calatayud. Tras 35 en el epicentro de la acción, pasa a la calma de la siesta perpetua frente al Moncayo pero, cómo no, echando de menos  "las reuniones, los teatros, las bibliotecas de Roma, la agudeza de su círculo social, los placeres y el bullicio de la capital; en suma, todo lo que ha dejado atrás por afán de tranquilidad. Deja atrás su disfraz de niño terrible, y se apacigua su rabia". Y deja de escribir. La ancianita Di, probablemente la única que ha llegado hasta aquí, está sentada al sol en el porche de un chamizo frente al mar, en la península de Mani, centro del Peloponeso. En el extremo sur está el Cabo Ténaro o Matapán, donde cuenta la mitología que vivía Hades, y hay una entrada al inframundo - la muerte. Pese a la cercanía geográfica, Ténaro está aún muy lejos, piensa ella mientras con su dedito scrolls (otra palabra que viene del "rollo") la pantalla leyendo divagues antiguos y, por supuesto, planeando divagues nuevos. La escritura, otra de formas de aspirar a la inmortalidad. 

20 enero 2021

La esperanza es esa cosa con plumas

La esperanza es esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
y entona su melodía sin palabras,
y nunca se detiene, en absoluto

y suena más dulce en el temporal
;
y tendrá que ser 
feroz la tormenta
que pueda abatir al pajarillo
que a tantos ha dado abrigo.

La he escuchado en la tierra más fría,
y en la Mar más extraña;
pero, nunca, ni en el extremo del abismo,
ha pedido una sola migaja, 
de mí.

Emily Dickinson

"Don't lose heart"
(No pierdas la esperanza)


Hope” is the thing with feathers  
“Hope” is the thing with feathers -
That perches in the soul -
And sings the tune without the words -
And never stops - at all -

And sweetest - in the Gale - is heard -
And sore must be the storm -
That could abash the little Bird
That kept so many warm -

I’ve heard it in the chillest land -
And on the strangest Sea -
Yet - never - in Extremity,
It asked a crumb - of me.

Emily Dickinson





17 enero 2021

Vacunada!

 

Pasillo exposición temporal
Es exactamente lo del título: hoy me han puesto la primera dosis de la vacuna del covid-19, la de Pfizer. Como decían los primeros memes, "ya sabíamos que solo Pfizer iba a poder levantar este año" (nota: Pfizer es la farmaceútica que comercializa la Viagra). El proceso: un sistema muy organizado de una sola dirección, espera de breves minutos sobre una pegatina en aquel pasillo-galería de arte del que alguna vez he hablado (en imagen), porque es tan largo, tan blanco, con tanto eco, que parece sacado de Serial, pero no: existe. Por fin he conocido a la enfermera Tracey, simpatiquísima, que tras las preguntas de rigor me ha inoculado. Antes de salir me ha dado mi tarjeta (en imagen, yo quería una pegatina, pero me ha dado cosa pedir), un botellín de agua y un paquetito-tan inglés-de galletas. Por el pasillo, uno de los que organizaba el tráfico-o tal vez un animador sociocultural-  me ha dicho "Congratulations!", como si hubiera pasado un examen, o me hubiese tocado algo (nota: en Diciembre me tocó el premio por rellenar la anual encuesta del trabajo, los que piensan que te inyecta un microchip con la vacuna pensarán que este hombre me tenía localizada). Al final he llegado a la "sala de recuperación", donde había que esperar 15 minutos para asegurar que a nadie le salieran escamas (o para que se nos bajase la erección-sigue la broma Pzifer, vale ya lo dejo). Los efectos secundarios pueden ser como los de la vacuna de la gripe: dolor de brazo, cansancio, tal vez febrícula. Yo he sentido leves molestias de brazo y 37.2. Nada. 


A falta de pegatina, tarjeta


Al salir, he pasado por delante del hospital de King's. Es un lugar que me causaría flashbacks del trauma si no lo frecuentara a diario (en épocas normales), dadas las desventuras que sufrió allí Ju-di hace, madre mía, ya diez años. Pero eso es lo que tiene la continua exposición, y por eso cura los traumas: al final, te des-sensitizas. Sin embargo hoy, al ver a las ambulancias, gente en sillas de ruedas esperando, pósters con fotos del personal y frases dándoles las gracias, he sentido una gran emoción. ¿Es este un efecto secundario de la vacuna que no me han contado? ¿Labilidad emocional? ¿Volverme moñas? ¿O solo nos pasa a gente como yo, para los que la salud pública es una religión?  Entonces me he acordado del que me ha felicitado nada más salir, y he sentido profundad gratitud y a la vez deseo de que el fin de esta pesadilla esté cerca, para todos. Esto ha sido un regalo.

Y es que esta semana ha estado llena de regalos y en mi casa, aún ha sido Navidad. Lunes: un paquete de mis suegros, con jamón y turrón, hace por fin su aparición (y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado). Nadie ya tenía esperanzas de que este paquete -enviado a principios de Diciembre- estuviera en otro lugar que en la despensa de un gendarme. Pero hey, no hay que desesperar, han llegado dos de tres. El tercero, no pudo ser, porque la caja de los Queridos Jekes Magos (Fashion y JAL) había quedado atrapada en la frontera, con todo ese lío de covid o brexit o fila de camiones. La compañía, ante la situación, se declaró sobrepasada y, en un ejercicio de déjenme en paz, les devolvía la caja. Fashion estuvo llorando un par de días, tras el fin de semana que pasaron "agotados de envolver" y porque todas las empresas de paquetería reputadas se llamaron andana: nadie quiso aceptar su caja perdida. 

Pero ah, los duendes. El martes por la mañana, aquí todos frente a una pantalla, cada uno a lo suyo, suena el timbre de abajo. Cuando estoy a mitad de escalera oigo que Glenn, el lovely australiano de; piso 2, está hablando con alguien, supongo el correo. [Nota: para quien se esté preguntando qué fue de Rose, la del subsuelo, decir que no la había visto desde Marzo. Hasta el otro día: aclaró que su callada por respuesta a mi mensaje sobre el intercom roto es porque las cartas o papeles los tiene en cuarentena 15 días antes de tocarlos. Aparte, no está interesada en cambiar el intercom porque ella jamás abre la puerta]. Espero en mi rellano por si hay algo para nosotros y ahí tengo a Glenn con una caja inmensa, que pienso que será para ellos, que tienen un bebé. Pero no, es nuestra, será el pedido de cardo en bote... espera: es la letra de Fashion. ES LA CAJA!!!! El ser taimado me ha estado engañando todo el tiempo! Menuda historia la de que "no habían dejado pasar la caja". Como hoy en día todo es inmediato, bombardeo de whastapp, lleno de abuso, me la metiste doblada, cabrona. La pobre no entiende nada: "Pero Di, de qué hablas? Es algo malo?". Entonces le cuento que tenemos La Caja, y dice: "no puede ser, si justo tengo un email esta maniana de la empresa diciendo que ya tienen la caja de vuelta, y que me la traen a casa mañana". Pero si está aquí!! Estás segura? Confirmaciones y todo eso y la pobre Fashion, preocupada: "qué me pensaban traer a casa mañana". 


Tarjetitas explicativas de paquetes

Personalmente, no hubiera dicho nada, por esto de lo que me gusta una historia para luego poder divagarla, a ver qué contenía la nueva caja. Pero Fashion es buena (aunque propone un cuerpo descuartizado como posibilidad en esa caja), llamó, les dió las buenas noticias, y finitto. Increíble el mundo del tracking de paquetería. Por la noche pasamos más de una hora abriendo paquetes via videollamada... cada uno tenía un pequeño poema dedicado, Fashion confirmó que "Mini no sabe leer en castellano" y contamos alrededor de 30 paquetes, casi todos para Mini, que fue la persona más feliz e histérica del momento. A mí lo que me hizo feliz fue reciclar los envoltorios posibles, porque siempre regalo con papeles usados. Y no, no es solo el scrooge que me late dentro, esto ya es cambio climático, babies. Que si no Greta llora.  


Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Por fin, hoy, unos cuatro meses después de pedirlo, ha llegado mi nuevo móvil del trabajo! (y único, no tengo móvil personal). El anterior ni cargaba ni admitía ninguna aplicación ni casi fotos, con 8 Gb, el pobre. Tuve que ir desinstalando cosas: si alguien llora mi ausencia en Instagram )eooo hay alguien ahí?), hete ahí la razón, aunque la verdad es que empiezo a preferir un móvil que no hace "nada". He recibido abuso por parte de toda mi familia y amigos sobre mi Samsung Galaxy J3 y cuando vieron que el "cómprate un iPhone" no daba resultado (odio Apple, y su maldito Safari, y que toda mi maldita familia esté dispuesta a pagar el gusto y las ganas por ese estúpido teléfono), lo intentaron por "pide un nuevo teléfono en el trabajo". En Septiembre. Y hoy está aquí, para poner broche a la semana de las festividades del consumo. 

Y tantas cosas están aquí! Por ejemplo, Semana Santa. Dice el Peda que ya hay Huevos de Pascua de chocolate en el supermercado. Cómo es posible? Se han saltado "San Calentín"? Como dijo el otro día el Naufrago Ro citando a un compañero, de esos pobres que se están comiendo toda la mierda del covid, "ahora hay que salvar San Valentín". En fin. Es muy básico, aquí vamos para los 100,000, pero hay gente que se niega a entender nada. Eso, o son idiotas. Al final de telediario de la noche en la BBC el otro día se vieron obligados a mostrar la imagen del estadio olímpico de 2012 para ilustrar que esa es la gente que ha fallecido en esta isla. Venga majetes, venga Bunbury, vosotros podéis...





Yo había venido a escribir de mi vacuna, pero me lío. Solo constatar que si las Navidades no terminan hasta que se acaba el turrón, nos quedan aún unas horas.

12 enero 2021

Serial 23. Navidades en el manicomio

 Siempre he pensado que los días que preceden a las Navidades son mucho mejores que las fiestas mismas. Una vez más, la dicotomía del viaje versus el destino, y yo siempre prefiero el viaje. "Lo mejor del sexo es el trayecto en el ascensor" decían en aquel libro. ¿Puede una realidad alguna vez mejorar una idea? Cuando aún vivía en la península, desde que empezaba Diciembre, cenas con amigos de la facultad, con la gente del equipo de baloncesto, con las amigas del cole. Había que preparar cosas, escribir tarjetas, comprar regalos, quedadas varias. Y una especie de energía que no sé explicar. Si el zeitgeist es el espíritu de una época, estos días de escalada hacia Navidad y Fin de Año tienen su propio zeitgeist de bolsillo. 

Esto mismo ocurrió en Banderley, aunque intenté bloquearlo: yo no iba a ningún sitio. Pero mis compañeros estaban exaltados, la gente exudaba amor. Se bebió más de la cuenta en Serotonina, el bar de las antiguas caballerizas. En la planta había "Mince Pie" en lugar de galletas y un té especiado con cardamomo.  El consabido día del jersey con reno. Y me junté con más tarjetas de felicitación que en toda mi vida. Los ingleses son muy de tarjetas, para todo, eso sí,  solo escriben dos palabras y firman - "Para Mariona"- porque el "Season's Greetings" de turno (ya entonces poner "Navidad" podía ofender a otras culturas) ya está impreso. Hasta los pacientes me dieron las suyas, las mejores hechas por ellos mismos en el Taller de Terapia Ocupacional. Las fui poniendo en la repisa de la chimenea de nuestro salón en la Casa. Aún guardo una. 

No solo eso, cuando volví de mi "Encuentro con Drácula y Lucy Westerna" en Whitby, tras la guardia, mis compas de Casa habían puesto un árbol de Navidad nivel anuncio: enorme, lleno de luces blancas. Precioso. No sabía que estaríamos quitando agujas hasta Semana Santa, pero ahí estuve yo un buen rato, ajena, boquiabierta, maravillada, como Winona viendo nevar en Eduardo Manostijeras. 

Poco a poco, durante la semana, la gente se fue yendo a sus casas. Las de verdad. Y el árbol se fue llenando de paquetes a través de una suerte de peregrinación por nuestro salón: Yolanda y su "prométeme no abrir antes del 25, bajo ningún concepto". Morgana,  misma recomendación, mismo abrazo intenso. Mark, que tras unos días familiares en los Cotswolds  se iba a esquiar a Colorado (yo hiperventilando, una duda: ¿podré soportar a este pavo todo moreno en Enero, por Diosss?) también me encontró allí cuando trajo el suyo. Me daba la impresión de que esto respondía a culpabilidad de la clásica: cualquiera que hubiera pasado alguna Navidad en el manicomio aún sufría de cierto desorden de estrés postraumático. 

Una tarde, cuando ya se palpa el vacío vayas donde vayas-la biblioteca, la tienda, la cantina, la piscina, no que aquí haya mucha gente nunca-, frente a la tetera decido que le den y que me hago un chocolate caliente de esos de Cadbury's, que siempre asocio, sin razón, a "Charlie y la fábrica de chocolate". O mejor, ¿no tenía por ahí unos sobres de Maizena? Igual me puedo hacer un chocolate espeso, como los de casa, de esos que se queda pegado al cazo, y esa es la mejor parte...  Se abre la puerta, y se rompe la magia: Sandip.

Sin saludo preliminar, me informa que él y Suchandra son hindis, para ellos la Navidad no significa nada, desde el respeto. Así que se quedan en Banderley con gusto. Luego está Isabel Archer, que busca tranquilidad para escribir su novela. Me parece leer un leve tono irónico en el final de la frase, pero debo estar equivocada: ¿ironía en Sandip? No le había pedido esa información, pero ahora que la proceso, se me cae el alma a los pies: Navidades con estos tres. Sandip, un autista con el que es imposible reirse, porque todo es literal, todo es blanco o negro, y todo gira alrededor de sus intereses especiales, trenes, transporte y la Reina Victoria. Suchandra, a la que casi no conozco, es "la mala", no hay más preguntas. E Isabel, -para la que ser psiquiatra es un mero recurso de producción de contenido para su verdadera vocación, escribir-, va a estar centrada en su novela. 

Sin que su lenguaje corporal lo sugiera, intuyo que su siguiente frase hará referencia al montón de paquetes bajo el árbol. Exacto: no sabe ni quiere saber nada de todos esos bultos. A él no le gusta regalar porque ese acto se torna responsabilidad, y el agasajado ha de corresponder con un presente de exactamente el mismo precio a la otra persona. Parece que está leyendo de un documento legal.  No, Sandip, no funciona así, pero cualquiera le explica la gama de grises.  Se hace evidente lo que intentaba auto-negarme: en nuestra Casa, en Drummond, solo quedamos a estas alturas Sandip y yo.  Y mañana es Nochebuena, y en el frigorífico solo hay atún y ketchup. Cuando suena el teléfono -nunca salvada por la campana tuvo mejor uso-, dice "no es para mí". Llamada interna. 

-¿Hola?-contesto, mientras Sandip sale de la habitación.

-Hey Mariona, soy Isabel. Hace tiempo que no te veo...

Sí, en concreto desde aquel día que te fuiste precipitadamente de Serotonina por un poema de Auden. Reina del drama. Solo tú puedes citar a Auden. Pero me sobrepongo y finjo olvido: 

-Ah, sí, es verdad... ha sido todo tan lío estas semanas, y -relleno que no le interesa- además he tenido mi primera guardia en Whitby.

-Yo he estado ocupada con mi novela, pero muchas ganas de saber de tu guardia, -miente- a ver si me cuentas. Mira, estamos muy pocos aquí estos días -en serio?- y había pensado... bueno, mañana es Nochebuena, tienes algún plan?

¿Plan? ¿Aquí, en medio de un páramo? ¿Está de coña? Se lo digo, menos la ironía: no, casualmente no tengo plan. Bien, porque Isabel quiere proponer que quedemos a cenar en su Casa los cuatro. Los cuatro, ¿qué cuatro? Pues nosotras, Sandip y Suchandra, claro, los únicos cuatro. Se puede pedir un pavo pequeño a cocina, y ella lo prepara, se encarga de todo. Pasa un segundo eterno entre el momento en que proceso la noche que me espera y mi respuesta. Un segundo en el que he de tirar de todas mis habilidades interpretativas para componer una estampa de mínima ilusión. Una noche con un inadaptado, con una tía que me odia y con ella, de la que espero un acto de compasión tipo conversación de libros. Eso sí: con el pavo no puedo, una tiene un límite. 

Creo que durante toda la noche tengo pesadillas y durante todo el día 24 me dedico a trabajar. No hay muchos pacientes en la planta, y no está Cook: tal vez consiga dictar todos los informes de alta que tengo apilados desde hace días. Tampoco hay rastro de Sister Harding: este sitio podría ser un lugar normal, sin esta panda. ¿Tendrán vida propia? Venga ya. La enfermera jefe del turno solo me interrumpe una vez para ofrecerme una taza de té, con una cara como de pena. Ella, a las 9, se irá a su casa pero, ¿qué será de esta chica de acento lejano? Seguro que se me llevaría con ella, les hablará de mí a su familia, o a su gato. Hacia el final de la tarde me pasa una llamada, desde recepción. 

-¿Mariona? Hola, soy Lucy, de Whitby... ¿cómo estás?

-Lucy, qué sorpresa! ¿Cómo estás? ¿Qué pasa? 

-Bien, nada, he recordado lo mal que te sentías por estar aquí sola en Navidad y...

-Ah gracias Lucy, qué amable. Al final, voy a cenar con tres más que están aquí. ¿Y tú?

-Bueno, emmm, todo se ha torcido... me iba con esta gente a Durham pero al final, ermmm... ¿podría subir a verte?

-¿Qué? No, no, Lucy, imposible, me encantaría pero... no nos dejan tener visitas aquí, está totalmente prohibido... 

-¿Por qué? Es Navidad...

-Sí, lo sé... es, es... por la confidencialidad de los pacientes, por cosas que pasan aquí que pueden ser algo, no sé,  abrumadoras. -En serio, Mariona, ¿le estás diciendo esto a una chica experta en Drácula que pasea a su perro por un cementerio de noche?


9 de la noche: llamada a familia, cabina de pago. Intento vender que se plantea una fiestuqui buena. No sé si cuela, voces sobreactuadas que se van pasando el auricular. 9:20 y casi cinco libras más pobre, llamo a la puerta de abajo de la Casa de Stirling, la verde,  la de Isabel. Y la de Will, que también se ha ido. Mientras espero, recuerdo las conversaciones en Lincoln, atrapados por la nieve, hace una eternidad: hace tres semanas. En esta Casa, el salón cocina comedor está en la planta baja, no como en la mía que está arriba: abajo hay un almacén de palos de hockey, un par de piraguas y bicis. 

Sandip y Suchandra están ya allí, cada uno con una copa en la mano. En la de Sandip hay zumo de naranja, sin trocitos, odia la pulpa. Isabel se lo ha tenido que colar, se equivocó en la compra, mira que él le dejó una nota con eso y sus alergias. Está hablando, muy alto, del Vivek Express, por lo visto el tren más largo de India, de Dibrugarh a Kanyakumari. No insistan: nunca explicaré porqué aún recuerdo estos datos. Suchandra, que esta noche tiene otros objetivos -miedo-, le deja con la frase colgando acercándose a mí, mano extendida, sonrisa solo en boca. Esa gente que no sabe sonreír con los ojos: lagarto. Isabel también se acerca desde la cocina, qué bien huele el maldito pájaro que tiene en el horno, digo (omítase pájaro y su adjetivo). No sé cómo me voy a hacer tragar eso, pero entonces, primer signo de noche mágica: Suchandra es vegetariana, forzado cambio de planes. Estupendo, un curry de nosequé. 

Está muy oscuro afuera, y la segunda señal benigna de la noche: empieza a nevar. Los dos indios y yo estamos felices, tomaré otra copa del espumoso este de supermercado. De repente, tres golpes en la ventana. En la ficción, siempre se sospecha de algo sobrenatural o aunque sea misterioso. En la realidad, nunca es nada de esto, -a menos que estés en Banderley, me digo. Pero efectivamente: ahí tenemos a Lucy. 

Que no debería estar aquí, que es una norma muy estricta, que lo sabe, que puede explicarlo todo. Luego, si eso.  La pareja: aterrorizados ante esta ruptura de normas,  pequeña anarquía  en el UK. Creo que lo que murmura Sandip son oraciones en hindu, que Shiva nos proteja. Isabel ha pasado de la preocupación inicial a mostrar cierto interés: más madera para su novela. Para eso nos ha traído aquí, así son los escritores, siempre en busca de contenido, sanguijuelas de historias y -qué apropriado- vampiros de la vida de otros. Y qué festín tiene aquí: un chico de allende los mares con serios problemas de comunicación social, un par de chicas enfrentadas, sin una razón aparente, aun mejor, y ahora le llega una camarera de una ciudad cercana. Y todavía no sabe que tiene una tesis en crítica literaria. 

Como buena anfitriona, Isabel nos plantea un juego. Que pensemos en personajes de la literatura y los clasifiquemos usando el "Modelo de los Cinco Grandes" (los Big Five). Sí, este es un juego entre psiquiatras, no la idea de diversión de la mayoría, ni siquiera de Sandip y Suchandra a juzgar por su actitud (decir su cara, en el caso de Sadip, sería un sinsentido: no gesticula). Como mejor animadora, Isabel sabe que Lucy no pertenece a este estrecho mundo nuestro y le explica que se trata de una clasificación de rasgos de personalidad que analiza la composición de cinco dimensiones de esta.  Lucy está en su salsa, asiente. Isabel sigue con la metáfora del dial: cada uno de los dominios tiene un rango, del 0 al 10, y muchos de nosotros estamos por el medio, pero se definen mejor por los rasgos límite. 

-Por ejemplo -comienzo- en el dominio "amabilidad", tenemos a un lado a esos seres de luz, que solo quieren ayudar y hacer tu vida mejor y en el otro, el borde de turno. 

Creo que Suchandra encoge un poco los ojos en mi dirección, o tal vez me lo parezca. Ella tiene que saber está muy escorada hacia el lado de las sombras, o si no, mal vamos. ¿Habrá estado en terapia, como casi todos estos? Para disimular propongo a Atticus Finch, el abogado  de "Matar a un ruiseñor" como ejemplo de ser amigable, compasivo, a la vez que heroico y noble. Lucy e Isabel no caben en sí de gozo, están totalmente de acuerdo, e Isabel incluso anota que su nombre es una referencia a uno de los diez oradores miticos griegos de los siglos V y IV antes de cristo. Sandip sigue en su planeta. 

-¿Y qué me decís de la "apertura a la experiencia"?- continúa Isabel, y mirando a Lucy explica-, aquí tenemos a aquella gente inventiva, curiosa, con ganas de vivir cosas nuevas. Creo que esa podrías ser tú -y suelta una carcajada, por algo la tenemos aquí habiendose saltado todas las reglas de turno- y en el otro extremo tal vez nos encontraríamos contigo Sandip,  cauteloso, que sigue las normas, que no se sale de lo establecido, que no te gusta el cambio.

Sandip se encuentra francamente incómodo. Ser el centro de la conversación, tener que responder, saber si el otro habla con ironía, entender los claroscuros no le es posible. Isabel intenta un rescate forzoso:

-Bueno, también diría que estás, como por ejemplo Sherlock Holmes muy alto en el factor "conciencia": eres eficiente, organizado, sistemático, terminas lo que empiezas... da gusto trabajar con gente como tú en lugar de aquellos descuidados, que nunca terminan nada, que te dejan las notas clínicas a medias y...

Lucy ni parpadea, no se vaya a perder algo. Si pudiera, sacaría un block de notas. Hoy lleva la misma cantidad de eyeliner del otro día, y el rimmel muy marcado, y extra sombra de ojos. Suchandra la mira sin casi disimular, creo que no habrá visto un gótico en su vida. Por lo que me contó un día Morgana, Suchandra viene de una familia de clase media de Delhi. Eso implica tener servidumbre en casa, pero aquí la gente como sus padres no se pueden permitir criados. Allí, donde la pobreza rampa, ese estilo de vida es posible. Aquí, se le ha acabado.  Ya nadie le hace reverencias, ni siquiera una recién llegada de un país del sur de Europa-¿cómo les llaman, PIGS? 

-Uno de mis personajes favoritos en el extremo del siguiente dominio,  "neuroticismo", es Woody Allen -intento mover la conversación-. Me encanta el eterno ansioso, con dudas, me hace mucha gracia. Dicen que los neuróticos son más inteligentes... pero esto no les gustará a los macho-alfa, seguros de sí mismos, sin temor a heridas o al dolor, en el otro extremo.

-Sí, sería también el alter ego de Philip Roth en "El mal de Portnoy" -añade Isabel-. Y por terminar, el último sería... "extraversión", la gente energética, sociable, el corazón de la fiesta... se me ocurren varios ejemplos aquí en Banderley. 

Se hace un silencio, está claro que esos ejemplos se han ido de vacaciones. Lucy me mira, la clase de mirada que, si fuera menos discreta, daría primero un barrido a estos dos. Tal vez mostrando habilidades de sus paseos de turistas, intenta involucrar a los compañeros silenciosos.

-A mi me apasiona la literatura de autores indios escrita en inglés... y no solo el famoso de Arundhati Roy, sino Vikram Patel, Salman Rushdie, Kiran Desai,... una maravilla. 

No mejoran las cosas. Alguien carraspea. Isabel llena las copas, y va a por más zumo para Sandip, que medio tartamudeando añade:

-No leo ficción. Hay tanto por leer de nuestra profesión... solo leo psiquiatría. 

-Pero Sandip, ¿no he visto en nuestra Casa "El gran bazar del ferrocarril" de Paul Theroux?

-Sí- traga algo inexistente en su garganta, muy fuerte- pero eso fue un regalo de Will, y no me interesa. 

-¿Por qué?- esta es Lucy

-Me dijo que cuenta su viaje desde Londres hasta India, y vuelta en el Transiberiano. No me interesa, prefiero los datos, como en el "Tratado de la historia ferroviaria del Reino Unido de Oxford".

Su voz cada vez suena más enlatada, mecánica, robótica. Se me ocurre comentar algo sobre otro libro de Theroux que he leído, su viaje de Boston a Patagonia, pero la noche se está despeñando por un abismo que ni con esfuerzo Isabel logrará controlar. 

-Ah, tus trenes, Sandio. Seguro que Suchandra, tú tienes otros intereses. ¿Qué te gusta leer?

Suchandra se queda un segundo considerando si esta pregunta es una bala, y si debe agacharse.  En ese momento me siento mal por los dos: aquí estamos tres chicas blancas, hablando de un canon -que en el fondo es solo una fracción de la cultura universal-  que esperamos que el resto del mundo debe conocer. No tenemos ni idea -por mucho que Lucy cite a cuatro autores indios, que para más inri escriben en inglés, no son traducciones de autores oscuros que escriben desde la India profunda- de literatura de su país, o de todo oriente. Pero pretendemos que ellos conozcan a Roth y sus libros irreverentes.

-Bueno, como a Sandip, no me queda mucho tiempo para leer. -dice, hablando muy lentamente. -Hay tanto que aprender para ayudar a los pacientes que, sinceramente, no sé de dónde sacáis vosotras el tiempo. 

Y me mantiene la mirada, como si leer en mi tiempo libre fuera algo delictivo. Me persuade, porque me siento incómoda y a la defensiva. A punto estoy de contestar pero, ¿para qué? ¿Qué tengo que demostar a esta palanganera de Cook? ¿Que estudio mucho? ¿Que me importan los pacientes? Lo que de verdad quiero decirle es que a ella, lo único que le importa es trepar. 

 -Hey, mirad! -dice Lucy asomada a la ventana- la nevada es tremenda. Hoy no voy a poder bajar a Whitby.-No intenta ni disimular su júbilo.

Flashes de pánico en la mirada de Sandip y Suchandra. Estamos infringiendo una norma importantísima de Banderley: ellos no sabían nada. Esta noche es Nochebuena y Lucy vendrá a dormir a mi Casa. Saca más espumoso, Isabel, que mañana es Navidad, y ya cruzaremos el puente de cómo sacarla de aquí. Como si Lucy hubiera venido a Banderley, el manicomio victoriano, el castillo encantado, la abadía misteriosa, a dormir.  


09 enero 2021

Era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación

 "It was the best of times, it was the worst of times; it was the age of wisdom, it was the age of foolishness; it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity; it was the season of Light, it was the season of Darkness; it was the spring of hope, it was the winter of despair. We had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to heaven, we were all going direct the other way - in short, the period was so far like the present period, that some of its noisiest authorities insisted on its being received, for good or for evil, in the superlative degree of comparison only".

“Era la mejor de las épocas, era la peor de las épocas; era el tiempo de la sabiduría, era el tiempo de la estupidez; era la época de las creencias, era la época de la incredulidad; era la estación de la luz, era la estación de la oscuridad; era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación. Lo teníamos todo frente a nosotros, no teníamos nada. Ibamos todos directos al cielo, todos íbamos en el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”

Charles Dickens, A Tale of Two Cities

No hay que explicar por qué el comienzo de "Historia de dos ciudades" es sistemáticamente votado como uno de los mejores de la literatura. Leerlo hoy me ha parecido más relevante que nunca: era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación. Recuerdo que lo subí también en 2012, para el 200 aniversario del autor, y puse algo como "esto se podría aplicar perfectamente a los tiempos que vivimos". Ingenua, si hubiera visto dónde estamos solo moviendo un par de cifras, en 2021.

Hoy, en el parque de enfrente de casa ha habido una manifestación de descerebrados en contra del confinamiento, las mascarillas y cualquier medida de salud pública. El mismo tipo de terraplanistas y conspiranoides que con cuernos y gorras se metieron en el Capitolio en el día de Reyes. ¿Ha sido un regalo para los americanos, porque esto significará el final del trumpismo, como Tejero y sus secuaces le dieron la puntilla al franquismo? Esta es la teoría de Giles Tremlett el corresponsal del Guardian en España, y me gustaría creele. 

Como en primavera del 2020, intento leer la prensa lo menos posible, aunque no puedo evadirme de las circulares del trabajo, donde los mismos augurios de entonces se están repitiendo: no hay oxígeno, no hay camas, no hay personal. Eso sí, te encuentras a gente como esta: el otro día, haciendo una fila en la calle, una mujer que se me pega detrás, esperando tal vez que así fuera más rápido el tema. Cuando le digo amablemente que respete los dos metros, me espeta: "oh, dont give me that!", que traduzco libremente como "no me comas la oreja". Así está la peña. Lo que me daban ganas de hacer es darme la vuelta de un salto, manos a lo kung-fu y meterle un grito tipo "chitón!", pero no. Primero porque no se grita con covid y segundo, tal vez me diera una torta. 

La gente llama y pone whastapp, ¿qué esta pasando por allí? No mucho: el confinamiento es "la vida sigue igual", para gente como yo. La vacuna, después de que se apuntaran la estrellita de "prímer" ni se sabe. 

Pero no todo es indignación, y malas noticias. Antes de Navidad,  Mini nos contó que les habían pedido que escribieran una carta a ex-alumnos del cole, una persona mayor que probablemente estaría sola estas Navidades. No sé si esto último es golpe de efecto, ya se sabe, Hans Christian Andersen. Total que Mini escribió algo sobre su vida escolar: "le dije que mi asignatura favorita es el comedor". Esa es mi Mini. Pero hoy nos ha llegado un libro, con una bonita dedicatoria. El anciano al que llegó la carta de Mini parece que publicó un libro, titulado "Not as planned. Recollections", y le lo manda dedicado. El cole nos lo ha reenviado. Mini, que lo ha empezado nos comenta: "Mira, como a mí, no le gustaba la física". 

Que llegue ya la primavera de la esperanza: ya aburridos y asustados del invierno de la desesperación.