Uno de los cantos de sirena para atraer a incautos viajeros al Eurostar es aquello de “no hay que facturar luego no hay que estar horas antes como en los aeropuerto, persónese media hora antes de la que vaya a salir su tren”. Los Pedalistas, con su ingenuidad y sus billetes para el 12 de Marzo de 2011 a las 8:57 am, creen que con salir a las 8 am de casa, media hora de metro, y a las 8:30 en Londinium St. Pancras, sonrientes. Ah! Qué cómodo es el Eurostar.
Pero ya se sabe lo que son las cosas por las mañanas: has cerrado aquello, has comprobado esto, llevas las tres "pes" (plata-pasaporte-pasaje) que nos enseñó un amigo colombiano. El caso es que a las 8:12 los Pedalistas se personan en el metro, pero todavía no preocupados: la Victoria Line es tan rápida, está todo controlado. Tan tranquilos que hasta saco mi libro y copio en la última frase una de esas frases de “Poetry in the underground” que a veces tanto me gustan:
“Loving the rituals that keep men close
nature created means for friends apart:
pen, paper, ink, the alphabet,
signs for the distant and disconsolate heart ”
Palladas, 4th Century AD
Ah, qué bien… y por delante nos quedan 11 días de pasear por la vieja Europa y buscar cafeterías donde beber, paradójicamente, té.
-“Por cierto, has cogido té?”
-“No, vaya… tú tampoco, no?”
Esta conversación podrá carecer de sentido para el divagante que no hay probado La Pócima. Mejor dicho, que la pócima no le haya tomado a él: porque el té y sus rituales te vampirizan al poco de llegar a este país (que cuente el Peda su Coming of Age, yo ya bebía té en Vetusta, no me gusta el café) y pasas a ser su esclavo. No es que seamos tan fanáticos como su graciosa majestad, que cuenta la leyenda se lleva su propia agua hasta a las colonias, pero estamos en ello.
Van pasando las estaciones, y más alarmante, ya han pasado las 8:30, la hora según la cual Eurostar decía q deberíamos estar allí. Seguimos sin preocuparnos demasiado. Nos da por recordar aquel finales de Julio de 1997, cuando ocurrió una de las Aventuras Pedalísticas más memorables, cabalgando a hombros de
trenes, esos animales mitológicos, y saltando en marcha de uno a otro, como en las películas.
Habíamos llegado al Reino Unido hacía cosa de un mes. La casa de Steve, un amigo que estaba filmando una serie en el Himalaya fue nuestra primera casa juntos, aunque por pocos días. En esas semanas ocurrió de todo, a gran velocidad: para empezar yo había dejado la adolescencia y de repente era ya adulta. De mi status de estudiante en casa de mis padres unos días antes, había pasado a tener una oferta de trabajo-mi primer trabajo de verdad-para empezar a trabajar el 6 de Agosto.
Ansiedad no hace justicia a la sensación que tenía en un punto indeterminado alrededor del estómago desde que esa oferta y mi aceptación sin dudas estuvo sobre la mesa. Si hubiera intuído, si hubiera siquiera imaginado lo que suponía esa oferta-tantas noches sin dormir, tantos días sin parar, tanto estress, pero a la vez tanta adrenalina de la buena, tanto reconciliarme con lo que pensaba habían sido elecciones erróneas en el pasado, tanto empezar a atisbar porqué algunos dicen que ese curro es más que un trabajo-, la ansiedad habría llegado a puntos de pánico. Pero igualmente hubiera dicho que sí. Te arrepientes siempre de lo que no has hecho, mucho menos de lo que has intentado hacer y sale mal.
Así que el último finde antes de empezar mi trabajo, se nos ocurrió la idea de “Y si nos vamos a Espania?” Para que vean que estamos bien, tenemos unos días, vamonos mañana en tren! Así empezó una locura que salió bien de chiripa: sin tener ni un solo billete nos personamos en las ventanillas de distintas estaciones de distintos países, en busca del siguiente tramo, para ir cerrando el sueño.
El primero era fácil: llegar a Londinium desde Doncaster, al que llegamos con el bus que unía el fin del mundo donde estábamos nosotros con la City. Londinium fue correr por el metro (cuando aún no era nuestro conocido diario) hasta llegar a Waterloo (donde estaba antes el Eurostar), ir a la ventanilla y hacernos con un billete para el siguiente tren. Recuerdo el Eurostar como un tren del futuro, limpio y supernuevo, todo era reluciente, y el viaje fue perfecto. Recuerdo el verde con el que dejas a la campiña inglesa y el verde con el que sales en Francia. No hay color, son dos tonos de un mismo color, o algo diferente?
En París Eurostar te deja en la Gare du Nord, y nuestro siguiente objetivo era la Gare Montparnasse, el tren de alta velocidad que iba Hendaya en 5 horas salía solo una vez al día. Si lo perdíamos, tendríamos que retroceder, así que tuvimos q lanzarnos a la boca feroz de un nuevo metro medio desconocido (nunca me ha gustado la representación en planos del metro de Paris) y correr, y llegar jadeando a la ventanilla y comprar los billetes, y llegar a nuestro asiento sudando y riendo… y no puedo contar lo maravilloso que fue aquel viaje hasta Hendaya, leyendo, perdiéndome en el paisaje, sintiéndome caminar de puntillas en una cremallera que abría Francia para nosotros. Y en Hendaya, la familia…
Así estábamos el sábado 12, reviviendo la aventura de hace mil años, ahora con maletas más pesadas –metafóricamente también- y una hija que cantaba en inglés cuando por fin llegamos a
St. Pancras, la estación más preciosa que la mente haya podido imaginar (y eso que la de Lieja el otro día, en plan moderno, está muy bien), pero que en esos momentos se nos antojó compleja, llena de gente, con ascensores que no completan su ruta… un laberinto para el que va corriendo con maletas y un carrito con niña, porque ene se punto ya nos habíamos dado cuenta que eran menos cuarto, y nuestro tren salía a y 57.
Al llegar a la entrada del Eurostar se nos cae el alma al subsuelo: filas enormes como las de los aeropuertos, y pregunto a una señora cuyo trabajo consistía en ponernos juntos a todos los tardones, y nos dice “8:57, buf, por aquí, pero sin garantías, eh?” y pasen por allá, hay que enseñar el pasaporte a la poli inglesa, y luego pasar por seguridad, nosotros corriendo, hay que bajar a Mini de la silla, y se deja esto, y pi pi pi, espere que las cacheamos, y siguiente puesto, Mini se va corriendo, y ahora el pasaporte a la poli francesa, y nos deja pasar un chico simpático, y sube por la rampa al andén… el tren está ahí… estamos en el vagón número uno pero subimos al primero que encontramos… una escena.
Pasamos por los vagones, sudorosos, emocionados, aún sin poder dar crédito a nuestra suerte, y la gente nos mira, de esa manera medio crítica medio fan que te miran cuando vas al baño en los aviones, y yo sonrío, y le digo a Mini que todo está bien, que tranquila, y en unos de los asientos veo a una pareja de veinteañeros con ropa algo pasada de moda que no levantan la vista de un plano de metro de Paris, y de unos horarios de trenes a Hendaya.
Qué monos: siempre merece la pena intentarlo, aunque se pierda la conexión.