Hoy, cuando he subido a poner el libro de Yukio Mishima que terminé ayer, "El templo del pabellón dorado" (Kinkaku-ji, me gusta mucho más en japonés) al lado de "El marinero que perdió la gracia del mar", he abierto este último y me lo he encontrado con muchos subrayados, justo el que he abierto decía que "el protagonista cumpliría 34 años en Mayo", y yo había comentado con lápiz en el margen, "yo también cumpliré 34 en Mayo!". Esto da una idea de hace cuánto lo leí y tal vez explique porqué me gustó más, o guardaba mucho mejor recuerdo que de este que ahora termino. No es lo mismo leer algo con 20, que con 40. Como diría Mandela, "No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte cuenta de cuanto has cambiado tu” . Yo lo adapto: "No hay nada como volver a una lectura que no ha cambiado, para darte cuenta de cuanto has cambiado tu”.
En todo caso, esto no era una relectura, más bien podría ser el retorno a un autor. Y Mishima me ha parecido por supuesto ese extraterrestre, por japonés -ahora lo sé de primera mano tras haber viajado por allí-, y tal vez por leer la traducción al inglés. Ha habido momentos en los que me perdía y tanta elucubración (divague!) sobre la belleza del templo se me hacían cansinos. O tal vez es que en algún punto me recordaba a Murakami (de hecho, la dirección es inversa: Murakami sería el que le "homenajearía a Mishima), con ese nihilismo juvenil, con ese suicidio tan obligatorio, con ese sexo aséptico, hecho con guantes de goma y con esos personajes que son todos casos clínicos de un psiquiatra del neurodesarrollo.
Porque con los personajes de los japoneses, una nunca sabe si enmarcarlos en el espectro autista o si tal vez esa rarunez, ese hikikomori se puede explicar desde lo cultural, interactuando con lo que traen de fábrica. Esto me pasaba con el protagonista de-dejadme llamarla-Kinkaku-ji, que durante la mayor parte de la novela puede pasar como el inadaptado autista, pero que luego se va poniendo más interesante (para mí), cuando empieza a mostrar rasgos psicopáticos.
Lo que no sabía al comenzar a leer es que esta historia está basada en hechos reales-a partir de aquí, quien quiera mantener el misterio, que deje de leer. Ni lo sabía cuando visité este templo hace ya tres años. Al parecer, hubo un monje joven del Kinkaku-ji que sufría de esquizofrenia, y que terminó quemando el famoso templo dorado. El propio Mishima le visitó en la cárcel para documentarse para la novela. Esto me ha llevado a otro libro titulado "Terrorismo para auto-glorificación: el Síndrome de Herostratos" de Albert Borowitz's (Terrorism For Self-Glorification: The Herostratos Syndrome, 2005), y aquí es donde me he quedado enganchada.
En primer lugar pensando si Mishima supo describir la enfermedad mental que aquejaba a ese pobre monje esquizofrénico. Como digo, leyendo la novela una se pregunta si tiene problemas de comunicación social o si tiene rasgos psicopáticos, pero en ningún momento queda claro que el monje perdiera el contacto con la realidad, que es esencialmente una psicosis . Un esquizofrénico quema un templo porque hay una voz en su cabeza que le dice que lo haga, o Dios le dice que lo haga, o piensa que es Juana de Arco y ha de vengar el haber sido quemada. Un psicópata se puede entender que queme templo por auto-glorificación, son narcisistas ante todo, centrados en ellos mismos, superficiales e inseguros, en el fondo. El personaje no queda, entonces, bien demarcado, si lo que quiso el autor fue mostrarnos al personaje real en esta ficción.
Dejando la novela, paso a fijarme en el "Síndrome de Heróstrato". Entra wiki: Heróstrato (en griego Ἡρόστρατος) fue un pastor de Éfeso, convertido en incendiario. Fue responsable de la destrucción del templo de Artemisa (diosa Artemisa o Diana) de Éfeso, considerado una de las siete maravillas del mundo, el 21 de julio del año 356 a. C., coincidiendo, según Plutarco, con el nacimiento de Alejandro Magno. La confesión del propósito de su crimen le fue sacada bajo tortura: su único fin fue lograr fama a cualquier precio. Al descubrirse la intención del incendiario, se prohibió bajo pena de muerte el registro del nombre de éste para las generaciones futuras, como vemos, con gran éxito. Por eso cuando hay actos de terrorismo hay muchas voces que sugieren que no se les dé publicidad, no solo por ellos, que es retroalimentarlos, sino por posibles imitadores, o incluso todos aquellos pirados que les mandan cartas de amor a la cárcel. A este respecto, especial estupor me causó la historia de Ted Bundy: en el docu de Netflix ya da pavor solo de verlo, pero aún hay una oligofrénica que le sigue por todas las cárceles, y que se queda embarazada del psicópata en un vis-a-vis penitenciario.
No he leído el libro de Borowitz, aunque la idea de analizar "los motivos del terrorismo desde la Grecia clásica hasta nuestros días" parece muy interesante. Dice que el terrorismo no puede ser objeto de una sola disciplina, sino que la religión, la filosofía, la historia, la mitología, la literatura (Chaucer, Cervantes, Mark Twain, Jean-Paul Sartre) tienen mucho que decir. Y yo me pregunto: y la psiquiatría y la psicología? Y la política/sociología? No sé, digo, sugiero, planteo. Como siempre, nuestro comportamiento es un cocktail de nature-nurture, con lo que nacemos y las experiencias que tenemos. Y si agitas, y abres antes de tiempo, a veces te pones perdida.
Como el pobre monje de Mishima: tartamudo, de familia disfuncional, inadaptado y al final, sicópata. No sé si lo he comprado, si lo que tenía de verdad era un psicosis, pero igual soy una friki de la sicopatología. Sobre todo me duele que la gente con enfermedad mental lleve mala prensa: tiene una persona con una enfermedad física la culpa? Pues por qué alguien con enfermedad mental? Ahora, en la novela hay descripciones hermosas y reflexiones de otra época y de otro mundo (no solo porque es otro planeta llamado Japón), por las que merece la pena leer el libro.
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