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06 octubre 2024

El "museo de los restos de la guerra": un tour de force. Vagabundeando por Saigón todo el día hasta la medianoche (V27)

Martes 06.08.24: Todo el día vagando por Saigon hasta medianoche

Cuando abro los ojos a las 7 am pienso que la próxima cama en la que duerma será la mía, pero no esta noche, la del martes, sino la del miércoles, y sumándole las horas extra del desfase horario. Hoy volamos a medianoche, así que toca uno de esos días vagando por las calles, llegar ya desfasados -antes del desfase horario- al aeropuerto, y rezar lo que se sepa. 

Para todo mal,  chapuzón, así que subimos a la terraza y nos damos no necesariamente el último baño -aunque luego resulta que sí- porque los del hotel son tan amables que, aunque tenemos que check out a las 11:00, nos guardan las maletas y nos dejan usar el resto del hotel todo lo que queramos, desde la piscina, el gimnasio (ja!), las duchas y ... el afternoon tea! Esto sí que no nos lo esperábamos. 

Tras desayunar y ya cerrar las maletas nos vamos caminando hacia el Museo de los Restos de la Guerra, que está al lado del hotel que nos quedamos el primer día. Es media hora de "vuelta a Ho Chi Minh City" con todas sus motos, su calor, su ruido, sus influencers en cada esquina:


El War Remnants Museum ("Museo de los Restos de la Guerra de Vietnam") ha cambiado de nombre durante los años desde su fundación en 1975 que era la "Exposición de los crímenes de EEUU y los estados títeres" hasta la "Exposición de crímenes de guerra y agresiones" en 1990. El actual es mucho más neutro, aunque el horror de dentro sigue siendo el mismo. Visitarlo es un "tour de force" y es imposible que no se te salten las lágrimas por lo que pasó y porque sigue pasando: es insoportable. 


No puedo verlo todo: hay algunas salas de las que nada más entrar me salgo, destrozada. Por ejemplo las del Agente Naranja (una forma de guerra química que causa malformaciones, en este país a medio millón de criaturas) que me lleva al segundo día de nuestro viaje (parece que hace una vida), cuando después de visitar los túneles nos llevaron a comprar artesanía a un taller donde trabajaban personas afectadas por este Agente Naranja. O la recreación de las celdas, pura tortura: es todo espantoso.

Lo que sí disfruto son los carteles de apoyo que recibió Vietnam de todo el mundo, algunos bien chulos, y esto es lo que quiero colgar hoy aquí. Este viaje ha sido muy bonito pero la guerra está de alguna manera siempre presente. Es como ir a Berlín, o me cuentan que a Polonia o a Normandía: pasará un siglo, y seguirá ese fantasma sobrevolando. Es como pasar por la carretera del esqueleto del pueblo bombardeado de Belchite. Son fantasmas incómodos, una diría necesarios para no olvidar, pero parece que esto solo nos importa a alguna gente de la calle. 

Estos primeros murales no sé de dónde son:



Estos son de la República Democrática Alemana:




El partido comunista de la India:


Por supuesto Cuba, hasta la victoria siempre:




El Comité de Estudiantes Argentinos:


El Partido Comunista francés:


El comité médico vietnamita-holandés:


Y aquí un misceláneo. Ni que decir tiene que no había nada de nuestra querida piel de toro...








También hay exposiciones de fotografías de distintos autores, aquí tenéis a Robert Capa que murió tras pisar una mina en Thái Bình, al norte, en el delta del Río Rojo. Por lo visto, tenía planeado fotografiar el contraste entre los tanques y los campesinos en los campos de arroz. 




A un fotógrafo japonés la cámara le salvó la vida, no solo metafóricamente: 


Manis por el mundo

y en Londinium


Este hombre se llamaba Michael Heck y se negó a bombardear más en 1972:


Esto me dejó en shock: dos jóvenes americanos se quemaron a lo bonzo en EEUU para protestar por la guerra:



Tras basntante rato salimos a la calle donde nos espera el mundo apacible y sencillo del turista, siempre que no abras un periódico y te encuentres exactamente lo mismo en la portada, solo que en otros lugares. Escribo esto del 6 de octubre, justo dos meses después de ese día, y nada ha cambiado a ese respecto, solo ha empeorado. El género humano, no tenemos remedio. Una foto cualquiera -una anciana cuenta đồngs de su puesto callejero- para desengrasar:


Lo hemos visto muchas veces desde la calle, pero ha llegado el momento de entrar en el "Cafe Apartment", aquel edificio que parece de apartamentos pero que está lleno de cafés. Subimos todos los pisos por las escaleras, que están llenas de encanto por lo mugrientas. 


Cada esquina te dice "fotografíame", desde un tanque de algo, hasta pegatinas en puertas. Como esta: "si nunca lo pruebas, nunca lo sabrás".




Empiezo a entender el humor vietnamita, igual que en Hanoi en una tienda de vapes te decían que "era malo, debes dejarlo", en esta te dicen que "son los responsables de la preparación refinada de donuts y de necesidades relativas a la sed". Y concluyen: "este es un mal sitio para dietas. Los críticos no son bienvenidos".  


Cada piso tiene pasillos como estos por los que accedes a los cafés:

Por fin entramos en uno a tomar unos smoothies: lo intentamos en la terraza pero terminamos dentro por el calor. Se está bien poque está vacío y tiene una sección elevada con cojines, donde nos sentamos, que me recuerda mucho a Japón.




 A las 1430 volvemos al afternoon tea al hotel donde, pese a no tener hambre lo damos todo. El hall del hotel tiene unos sofás tipo chester y unas estanterías con libros hasta el cielo: estamos un rato leyendo allí y cuando subimos a la piscina se pone a llover como llueve en Vietnam: parece que el país no quiere que olvidemos esta faceta suya de cambiar un plan de repente por sus micro-huracanes (en todo caso, no nos podemos quejar porque nos escapamos de uno bueno por los pelos). Nos quedamos en el gimnasio vacío jugando al futbolín (soy mala con avaricia) y al Uno sentados sobre la cinta de correr.


Pasadas las 6 nos decidimos a salir con paraguas para paseo nocturno y despedida de Saigón. Subimos a la terraza del Hotel Caravelle, el que más historia tiene de la ciudad. Fue construido en 1958 y dicen que desde arriba se podía ver el frente y que muchos periodistas occidentales escribieron sus informes de guerra desde su rooftop bar abrazados a bebidas de alta graduación. Al entrar nos encontramos una sala de fiestas tirando a cutre, vacía y oscura y algún parroquiano sentado fuera, en la estrecha terraza en forma de "u" que rodea esta despropósito. Salimos a mirar a ver desde qué ángulo de la u hay mejores vistas: a un lado está la ópera, aquel es nuestro hotel, aquello de allá el ayuntamiento con el Tío Ho, y esa terraza la del Hotel Rex que estuvimos hace casi un mes. Hay un ejército de camareros que nos persiguen ya queriéndonos sentar en cualquier sitio desde que salimos del ascensor y decidimos irnos porque al final las vistas no son mejores que en nuestro hotel y son mucho menos simpáticos. Paramos en un Katinat de varios pisos para un último smoothie de fresa, eso sí. Otra salamandra que sale a nuestro encuentro:



Volvemos al hotel por el río, y aunque querríamos haber cruzado a hacer fotos al puente iluminado, es hora punta y lo de las motos es más demencial si cabe que durante el resto del día. Ni siquiera gente entrenada como nosotros a estas alturas puede meterse en ese lío, y cuando llegue a Londinium y vea a coches y motos parados en los semáforos va a ser un shock. Aquí un poco de Saigón-la-nuit:






Al llegar al hotel, anunciamos nuestra partida hacia el aeropuerto. Toda recepción hace sonidos de decepción porque ya somos unas piezas de mobiliario más en ese hall: llevamos entrando y saliendo más de 24 horas, las últimas 8 sin tener habitación. Algunos de los ratos leyendo en esos chester hemos asistido a interacciones de clientes -un grupo de españoles que había reservado una sesión de turismo en moto- que darían para divagues en sí mismos, pero tengo, de verdad, que terminar ya esta serie. Mañana hará dos meses que llegamos y hay que bajar la persiana y divagar-divagar. 

Así que nos despedimos con grandes efusiones y nos vamos al aeropuerto con lo que creemos es demasiado tiempo (tres horas). Sin embargo, al llegar allí es tal el caos y las filas que nos empezamos a agobiar dudando si estaremos en la puerta de embarque a las 23:30. Primero, hay que hacer una fila que generalmente evitamos que es la de coger las tarjetas de embarque en papel -no todos los aeropuertos están digitalizados, y este es uno de ellos. Intentan que facturemos las maletas y les consigo persuadir (con lo que me gano el respeto momentáneo de Mini): tenemos 7 horas de espera en Dubai y quiero tener todo conmigo, una nunca sabe. Luego seguridad, una auténtica pesadilla y por fin llegamos a la puerta de embarque de Emirates cuando ya han empezado a embarcar porque a las 23:55 sale el vuelo. El caso es que no sé bien cuándo terminar este divague porque si "el día no termina hasta que una se acuesta" la cosa está complicada. Como entre que despegamos  y no, cuando estemos en el aire ya técnicamente será miércoles (en Vietnam), contaré esto como "el día siguiente". Queda un divague para el último nochedíadíatarde de viaje... y os dejo en paz.




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