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03 abril 2021

Serial 28. Todos aquí huimos de algo.

Sábado por la mañana, no sé cómo he terminado aquí: en el trastero debajo de casa, con Yolanda y Marla hinchando ruedas de bicis. Como hace sol, pese al frío, nos bajamos al Esk a remar: así, sin anestesia. Ni un solo día he pasado por la máquina de remar, mi entrenamiento se limita a nadar, que trabaja básicamente extremidades, mientras que el remo cubre nueve grupos musculares (esto me lo oculta Marla, pero lo constataré mañana). Llegamos al embarcadero por un camino de bosque que merecería la pena en sí mismo, aunque no fuéramos a ningún sitio -fresnos, abedules, helechos-, y cuesta abajo -imposible no hacer yuhuuuu. Un hombre mayor que es un tintineo de llaves va cojeando a abrirnos el cobertizo de barcas de Banderley. Marla empieza a calentar e, inconscientes, la seguimos: primer contacto con los nueve grupos y algo me dice que mañana tendré las agujetas más salvajes de la década. La primavera está aún lejos, aunque el día lo desmienta, y algunos árboles se han lanzado con las flores. Mejor no pensar que tal vez alguna helada les hará luego arrepentirse, igual que a mí cuando me despierte mañana y me duela hasta el alma que no tengo. 

Hay que comprobar, registrar, asegurar, y una serie de pasos en el proceso antes de entrar y estar las tres sentadas en la barca. Pero una vez allí y cuando nos empezamos a adentrar en el río, tengo uno de esos momentos de comunión con la naturaleza: soy feliz. Está todo tan tranquilo, el ruido del agua es tan relajante y todo es tan armonía... claro que luego me enteraré que remar no es esto, que hoy Marla ha ido "de paseo" porque yo no sé bien lo que me hago todavía: al principio problemas de sincronización, intentar no "catch a crab" (errores con el remo, hago varios, tal vez todos), todo esto concentrándome nivel meditación. Pero cuando terminamos,  casi puedo entender la euforia de los corredores: estoy hasta arriba de endorfinas, los opioides endógenos que son analgésicos potentes y se unen a receptores de distintas partes del cerebro, los mismos que la morfina, un opiode exógeno, prácticamente idéntico a las endorfinas, y producen los mismos efectos: analgesia, euforia, sedación y depresión respiratoria. Las endorfinas se incrementan con actividades que producen placer, como comer, el sexo o, en Banderley, el ejercicio. Pero, ¿por qué, de la armonía con el planeta, mi pensamiento ha saltado a una clase de endocrino?

Y no me quedo ahí, mientras volvemos en las bicis, sigo en bucle: ¿qué le ha pasado a ese órgano que nos obsesiona?¿Qué alquimia logra el sol y el ejercicio en el cerebro para estar sintiéndome ahí arriba? Inyección de dopamina, noradrenalina y serotonina, los tres mayores neurotransmisores que son modulados por el ejercicio, los tres monoaminas. La dopamina es el neurotransmisor del "feel good", que aumenta la atención y la motivación, enfocándonos a un objetivo, mejorando nuestros aprendizaje lo novedoso, provocando euforia, aumento de energía. Llevada al extremo puede terminar en ansiedad o en obsesión: todas las adicciones están asociadas con altos niveles de dopamina. La noradrenalina nos ayuda también con la atención, percepción, motivación, y la serotonina nos eleva el ánimo, nos regula el sueño, el apetito, la memoria. Viene el bedel: fin de la clase.

Aún es pronto y claro, Yolanda: desviémonos por el pub de Danby, tienen mesas en el jardín. Ella, por supuesto, una pinta de Guinness. Marla, una cerveza artesanal con sabor a regaliz, que me da a probar y no. Recomienda una para principiantes, también artesana, con deje de fresas: venga, menú infantil para Mariona. Cheers. El jardín se ha llenado: gente local y un grupo de motoristas que ocupan un par de mesas. No tiene nada que ver con el sitio al que llegué hace meses, en lo más oscuro del otoño. Cuando comparto mi flashback casi dickensiano de niña asustada sola ante los elementos, no es novedad: parece que el Duke of Wellington y Faggin son un rito de paso para todos los que llegamos a Banderley.

Sale la dueña a tomar la nota de la comida y me reconoce. Le agradezco las galletas para el camino que me dio hace ya meses. Oh, no es nada, love. Se extraña de no haberme visto en todo este tiempo.

- Lleva todos estos meses estudiando - dice Marla.

- No se lo crea -intento protestar

- Sí, ha estado en hibernación, pero ahora ya se acabaron las excusas- añade Yolanda, señalando al sol - Ay, no puedo olvidar el primer día que me la encontré toda asustada en el pasillo grande de Banderley-C…

Compartimos un Ploughman's lunch, la comida tradicional inglesa de los que trabajaban en las granjas, novedad para mí: una tabla de embutidos y queso cheddar, pan, manzana, uva y chutney. Hasta aquí normal, luego viene la fantasía con huevos duros, cebolletas y pepinos en vinagre, apio y rábanos. Seguimos con el efecto aterrador de Banderley para neófitos:

- Es la impresión que tuvimos todos, exceptuando probablemente a Sandip, que ni siente ni padece - comenta Yolanda - Imagina los pobres pacientes...

- Yo creo que los victorianos lo construyeron así de intimidatorio precisamente para tener a todo el mundo ahí dentro bajo su control-dice Marla.

- Es la Institución Total de Goffmann: cuando vine aquí ya sabía que venía a esto. Pero supongo que nunca imaginé lo que me iba a impresionar el edificio en sí y...-Yolanda me interrumpe:

-Cuéntanos cómo acabaste aquí. Yo tengo una teoría: todos los que estamos aquí, huimos de algo.

- ¿En serio? Ya me iba - y hago amago de levantarme, se ríen - Vale, una podría pensar que venir aquí es una huida, pero hacia adelante.

- Vaya con Thelma... ¿y dónde te has dejado a Louise? - pregunta Marla, mientras coge un rábano.

- Joder, Marla, por lo menos déjame ser a mí Louise, que era el cerebro de la operación...

- Venga, Louise...

- A ver, la razón por la que acabé en este país es porque siempre quise viajar, vivir en el extranjero. Miré algún otro país, pero luego supe de este lugar y...

- Y aún no te has recuperado del susto!!! - Y su frase termina en una carcajada con tintes etílicos. En ese punto yo empiezo la segunda artesanal, de manzana quizás, ya no recuerdo, pero ellas hace un rato me han adelantado- Venga, venga, preciosa la explicación oficial, pero a nosotras cuéntanos la verdad.

- “O lo que le pasó a una amiga” - sigue Yolanda

- Cómo sois, parecéis psiquiatras. ¿Queréis que reinvente la historia como huida patológica, en lugar de como búsqueda funcional y aventurera?

Gritos, aplausos, ahhh, ohhh, síííí, cuenta, drama, drama, y otra ronda. Y más bolsas de patatas fritas, sabor vinagre. Nos miran los de las motos, un par nos levantan el dedo pulgar. Me lanzo, el tono es cuentacuentos:

-Erase una vez… a ver, lo titularé “Mariona Calleja: la huida” -y abro así las manos, como si estuviera mostrando un cartel- Tenéis que poner toda vuestra atención, queridas, porque siempre es difícil entender por qué una deja una vida de piscina y sangría, que es lo que los británicos pensáis es España por esto -Las dos asienten, pretendiendo una seriedad exagerada - No os riais, Sandip me preguntó una vez si en mi país “los médicos tenían camas en los hospitales para dormir la siesta”.

Aquí las tres soltamos una carcajada desmesurada. Ni siquiera es tan divertido, pero hay que contar con el efecto benéfico de la combinación endorfinas y alcohol. Los motoristas se van, también el sol, y la dueña nos invita a pasar a la cueva aquella donde conocí a Faggin, que hoy es un lugar distinto.

- Sigue con “Mariona Calleja: huyendo de la diversión” -dice Yolanda moviendo las manos como yo.

- A ver, para empezar, lo que estáis esperando escuchar, arpías es... un tío -y hago una parada de efecto. Una historia no es una historia sin los momentos teatrales. Ellas son el público más agradecido, nuevos grititos y quieren saber: nombre, estaba bueno.

- Germán. Y sí.

- uuuu

- Mucho.

- UUUUUU

- Venga, bobas. Este chico era un compa de clase al que conocí de una manera prosaica: nuestros apellidos comenzaban con las mismas letras...

Se miran extrañadas

- En mi facultad acababas conociendo muy bien a la gente cuyo apellido empieza por la misma letra, así de complejos son los hados, porque siempre estás con ellos en los grupos de prácticas, en los exámenes... esas cosas.

- Qué sistema curioso, aquí no es así... -esta es Marla- ¿y no conocías a otra gente?

-Sí, sí, desde luego... tenías tu grupo de amigos, pero había unas reglas no escritas en esto, me di cuenta luego: mis amigos eran un grupo heterogéneo formado por unos que compartíamos ruta porque vivíamos en el mismo barrio, otro que era amigo de un amigo, otra que conocí en un concierto el verano de antes de la uni, otros que venían del mismo instituto... luego, podías tener amigos con los que compartieras una afición (yo iba con estas dos chicas a presentaciones de libros, aunque no eran de mi grupo de fiesta), pero también pasabas muchas horas con los de la letra de tu apellido, que no eran elegidos, y con los que en principio no compartías nada. ¿entendéis?

Asienten, pero no lo tengo claro. Ni si están preparadas para lo que viene ahora. El Reino Unido es un país muy clasista - cuando alguien abre la boca, ya se sabe su procedencia social-, y hay una separación muy clara sin casi ósmosis entre las clases. El caldo de cultivo comienza en los colegios privados, carísimos, donde va una élite, que luego pasa a las universidades del Russel Group -otra élite-, donde se culminan las relaciones personales, que facilitarán luego las de negocios en la vida adulta. Lo de siempre. En un pasado no muy lejano había un sistema de "grammar schools", secundarias donde la selección no era por zona, sino académica, un gueto de gente lista cuyos padres no querían o podían permitirse la educación privada. Creo que ellas están esperando que les clasifique a mi grupo de amigos como "chicos listos de las grammar schools", pero ese paralelismo no existía, ni el de la "clase media", porque en España todo el mundo cree que lo es, y ha perdido definición. En Reino Unido, la "middle class" es la clase media alta: gente con dinero y unos intereses culturales específicos.

- Bueno, os tenía que explicar lo del apellido para que vieráis lo aleatorio del tema: Germán era hijo de una famosa saga de ginecólogos de mi ciudad. Su padre, su tío, su abuelo... tenían una consulta privada enorme, y ese era el camino que este chico iba a seguir: formarse en la universidad pública, luego hacer la residencia también en la pública, más tarde irse a hacer el doctorado o el máster al extranjero, y por fin terminar ayudando a las señoras ricas de mi ciudad a parir, o a concebir, que aquí se abre un nuevo nicho de mercado que seguro su abuelo ni -valga el juego de palabras, que no sé si traduce bien- concebía...

- ¿Y cuál era el problema de este tío? -pregunta Yolanda

- A ver, déjame seguir: él, como os he dicho pertenecía al grupo de "hijos de médicos" o por extensión "middle class" de mi ciudad. Se conocían todos, venían de los mismos dos colegios. Los profesores los conocían también, los llamaban "gente recomendada"…

- ¿Qué, en serio? ¿Lo decían así, abiertamente?

- En privado sí... el idiota caredrático de ojos, dijo "al cajón de los recomendados" delante de mí.

Las pobres alucinan con el nepotismo patrio. No que esto aquí no pase, pero disimulan, cuidan las formas: ya que no tenemos ética, tengamos estética. En España, ninguna de las dos.

- No nos desvíes… como ha dicho Yolanda, ¿cuál era el problema de Germán? -Marla suena impaciente. En su pronunciación de Germán, ni entro. 

- Bueno, os tendré que dar contexto ¿no? He analizado esa relación ad infinitum, no os lo puedo explicar con un simple “complejidades del amor entre-clases”, no fue eso.

Las dos asienten: en este país hablar de clase no es un tema tabú. A la gente le puede resultar más o menos incómodo, pero todo el mundo sabe de lo que se habla. De hecho, existen las expresiones como “marrying up” and “marrying down”, casarse con alguien de una clase así-llamada superior o inferior. De donde yo vengo, se podría decir casarse con alguien de más o menos pasta, pero el concepto de “clase” es como el elefante en la habitación. Me pregunto qué factores históricos y sociales han contribuido a esto.

- Este es uno de esos momentos en los que me gustaría que compartiéramos referencias culturales -en este caso, literarias- para poder explicaros mejor mi formulación de esta historia…

- No te pongas psiquiatra – dice Marla- Además, aquí tenemos referencias literarias de ese tipo en cada esquina: “Orgullo y Prejuicio”, “Jane Eyre”, historias de chicas de clase más baja que sus enamorados, Cenicienta otra vez… o viceversa, mira “Lady Chatterley” y su leñador Mellors…


- Sí, claro, pero eso es demasiado clásico, demasiado lejano... bueno, tal vez Mellors no - risas y mientras, evalúo si me van a seguir por aquí, venga, va, inspiro- Hay un escritor de Barcelona, llamado Juan Marsé en cuyas novelas un tema subyacente suele ser el chico de barrio que se enamora de la chica bien. Marsé era en el fondo un chico de barrio él mismo, “adoptado” por esa la burguesía literaria de la Barcelona de los años 60. En una de sus primeras novelas, "Últimas tardes con Teresa", un chico pobre, rozando la delincuencia, tiene una historia con una chica de buena familia. Es una época muy politizada, los 60, y ella lo ha leído -y lo suscribe- todo. Se construye un personaje en su cabeza con este chico, al que imagina en la vanguardia de la clase obrera, un... no sé, un Olmo de "Novecento". Pero él no es eso: él no ha leído nada, y lo que le preocupa es sobrevivir. Pirámide de Maslow, ¿os suena? El es una proyección de ella, un fantasma que no existe. Bueno, en el fondo, el enamoramiento es eso…

Se hace un silencio: aquí no hay carcajadas sino las miradas de las dos, luchando con las unidades de alcohol que llevan en sus venas por pensar claramente. No sé si las drogas dan alguna clarividencia -dicen que con los estimulantes puedes disfrutar mejor del arte-, pero un medio pedo como este no sé si es proclive a la filosofía. Sí que favorece mucho las risas: cosas que normalmente no tendrían demasiada gracia pasan a ser hilarantes, como lo de Sandip. Pero sobre todo, en mi vida anterior, este estado conducía a una fisicalidad que no encuentro posible en este país, sentadas a los lados de una mesa con bancos fijos de madera. Cuando se está de pie en un bar o en una fiesta, los brazos se cuelgan de hombros o abrazan cinturas, los cuerpos entrelazados en esos momentos en los que eres una con tus amigos y tal vez con el universo. A mí también se me está subiendo la artesanal esta. Continúo:

- Bueno, pues con salvedades, yo fui este chico delincuente para Germán. El era Teresa: estaba en esos grupos del privilegio por su historia familiar, pero ideológicamente, tras lecturas y algunas experiencias, intentaba supongo rebelarse contra su familia -la tarea fundamental de búsqueda de identidad de la adolescencia- para encontrarse a sí mismo, ser individual. El se decía, obviamente, que esta iba a ser su manera de estar en el mundo para siempre. Así que cuando me conoció, en el microscopio de al lado, le debí parecer un bicho raro tan merecedor de estudio como las bacterias grampositivas. Quiso venir conmigo a algunos de los grupos de activismo que yo frecuentaba, pasábamos horas hablando de política… ya os podéis imaginar el rollo: es que contigo puedo hablar de todas estas cosas que son alien a mi grupo de amigos. Y, claro, a su novia, estudiante de derecho estereotipo, con perlas y todo. No sé cómo no lo vi venir, las alarmas no se dispararon hasta que dejó a su novia y, cuando me di cuenta, ya estábamos enrollados.

- Así, ¿en secreto, como un amor escondido a lo siglo SXIV?- pregunta Marla, sin el más tibio asomo de ironía. Yo me río para descargar un poco de tensión. Me planteo que me estoy metiendo en un agujero, pero ya es imposible parar.

- No, joder, que es España, no Pakistán. Esos fueron los mejores meses, cuando nadie lo sabía, aparte nuestros amigos y gente de la facultad. Ninguno hicimos por introducir al otro en nuestro grupo: yo veía a las pijas de clase mirarme con desconfianza y mis amigos le saludaban amables pero distantes. Yo estaba muy bien con él... no me importaba ser su “delincuente, vanguardia de la clase obrera” - hago las entrecomillas con los dedos-, porque lo que él proyectaba en mí no era del todo mentira: yo no impostaba mi ideología, ni mis lecturas. Pero en el fondo nunca me creí el personaje que él se había montado de sí mismo, que fuera a dejar su vida tan cómoda como se la habían preparado una vez pasados estos años locos de la universidad. Lo veía como algo hecho, este chico tendría un rollo conmigo un tiempo y luego se casaría con la de las perlas. No me planteaba que yo fuera a tomar un rol activo, porque estaba convencia que él lo haría por mí. Me limité a vivir el momento y no pensar en mañana.

Creo que se está haciendo tarde, me pregunto cómo vamos a subir a las bicis en este estado para llegar a Banderley. En la siguiente ronda yo pido agua del grifo.

-Pero ese status quo no se mantiene en una ciudad media. Pasamos varios meses esquivando el tema familia, pero tenían tantas ganas de conocerme, decía él: al final accedí. Aunque me lo tomé un poco como ejercicio antropológico, ya estaba el germen psiquiatra en mí - Marla hace un gesto con la mano de "por supuesto"- Fui a comer un día en plan “informal”, sin la caterva de hermanos, solo estaban sus padres. Buf, por dónde empezar: su madre haciendo esfuerzos sobrehumanos por sonreír, con un gesto de "no identifico de dónde viene ese mal olor". Luego una mujer, a la que se dirigían de usted, sirviéndonos la comida -yo intentando el contacto visual para decirle, soy una de las tuyas, y Germán evitándolo conmigo cada vez que aparecía la sirvienta. El padre era un personaje aparte, increíblemente atento, exageradamente amable. Afortunadamente, teníamos la medicina para escudarnos en gran parte de la conversación. En un punto soltó "creo que la elegancia es cuestión de esqueleto", y yo supe que estaba citando a Pitigrilli pero soy una chica bien educada y no dije nada. Luego me comentó Germán, como de pasada, que le había dicho que yo tenía "los hombros cuadrados y magníficas clavículas".

- Qué asco, ¿no? Qué baboso… -dice Yolanda haciendo un gesto como el de la madre.

- Lo curioso es que no me sentí así durante la comida: era tan encantador que esto no lo procesé hasta después. Su madre, con la que creí tener menos química, sin embargo le comentó en el “post mortem” que le parecía que yo era una chica “que había leído bastante, y bien”. Ella tenía una de esas licenciaturas en filosofía y letras de las mujeres ricas de la época, con la que no había hecho nada, aparte de sentarse a leer libros y así poder sentirse en “Howard's End”. Total que - empiezo a moverme en un intento de recoger- se nos está haciendo tarde, ¿no?... -no se mueven- así que resumiendo mucho, estuve en esa relación como dos años, evitando todo lo posible las celebraciones familiares, pero ese no era el problema, ni siquiera que era otro planeta, ni la constatación de que German era "uno de los nuestros", quiero decir, de los suyos. Lo que me llevó a poner tierra-y mar- de por medio, fue ver en quien me iba a convertir yo con él: mi futuro iba a pasar por la consulta de su padre, vacaciones de surf en Zarautz, findes de invierno en Jaca y algún viajecito a hoteles con encanto para poner una chincheta en un mapa.- Pausa dramárica- De esa vida me escapé.

Marla y Yolanda me miran como cuando el público no tiene claro si empezar a aplaudir al final de una función, o esperar por si aún el actor dirá algo más. Al final Yolanda exclama, muy despacio, con cara de preocupación: "wow". Y entonces sí, me da un ataque de risa, y ellas me siguen y todo vuelve a estar bien.

6 comentarios:

  1. Leo en la habitación mientras escucho bajito cómo va el Derbi vasco. No puedo verlo, pero tampoco me concentro en la lectura, así que, mejor mañana. Seis larguísimos minutos todavía...

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  2. ...bueno, Anónimo: FELICIDADES!!!! ha merecido la pena y qué decirte, aquí tod@s de celebración. Aúpa la Real! :):):)

    Muxus

    di

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  3. Imagino que los demás lectores comentan por otros conductos menos públicos. Me hace sentir en cierta desventaja.

    Solo te digo que me ha gustado, que inicias caminos que podrían ser profundizados, que las citas parecen menos buscadas, que controlas muy bien los diálogos, que percibo cierto aire adolescente que por supuesto no puedo demostrar (no soy de ciencias) en toda la narración o relato.

    Y se confirma que soy "clase media" tirando a baja, esto sí demostrable. De lo demás ni hablo, pero muy bien. Tienes método.

    Un abrazo

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  4. Hola ANDANDOS!... no, no se comenta por conductos menos públicos... (risas) aparte de algún casual "te has pasado de largo" en casa mientras una saca el lavaplatos y el otro echa mozzarella a una ensalada. Te agradezco mucho q lo hagas aquí :)

    Como siempre he dicho, este serial no es autobiográfico, las cosas no pasaron o no pasaron así, pero alguna idea comparto con la prota, su voz a ratos es la mía... así q me hace gracia lo de la adolescencia: has oído alguna vez del "complejo de peter pan"? :)

    Las citas (o divulgación" como lo has llamado antes) no son buscadas nunca (más bien me encuentran a mí cuando me pong a escribir, ja)... pero si te parecen forzadas es q algo hago mal. Y si hoy no te lo han parecido, biennnn, voy mejorando.

    Un abrazo y espero q ya pronto veas mejor

    di

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  5. Lo de la adolescencia no es una crítica sino que algo levemente ingenuo pero verdadero se desprende de este post. No lo puedo demostrar.
    Ojos: hasta el 18 de mayo nada. Leo, escribo...con lupa.

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  6. NO, no me lo he tomado como una crítica lo de la adolescencia, al contrario... me gusta y en algunas cosas reivindico la ingenuidad vs. cinismo, como una manera de estar en la vida.

    Bueeeno, ya solo falta un mes! Aupa! :)

    di

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