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09 enero 2025

Ver con ojos de turista los lugares donde veraneabas en la adolescencia: Qué extraño

En estas vacaciones de Navidad tanto Mini como yo teníamos un objetivo personal: el mío era intentar recuperar una parte de mi pasado familiar remoto que ha estado siempre revestido de misterio, y el de Mini recuperar "ropa vintage" que pensaba se almacenaba en los arcones de la casa de Vetustilla de la Torre, ese no-lugar. Así que el primer finde en la península fuimos con mis padres de excursión a aquel pueblo donde pasé veranos de mi adolescencia en busca de esas horribles chaquetas de chándal y sudaderas de los 80. Encontramos algunas perlas que nos hemos traído de vuelta a la isla, incluyendo unos pantalones chinos "Nike Golf" (quién llevó esos pantalones alguna vez?) que llevaron a Parras a bautizar al pueblo, a partir de ahora "Vestutilla del Golf",

El día era uno de esos de sol insultante y maravilloso. Y el azul del cielo, tan azul como solo lo es el de Vetusta y comarca en los días de invierno luminosos: sí, porque es el cielo de mi infancia [estáis tod@s, antes de que yo lo escriba, recitando a Machado? "esos ojos azules y ese sol de la infancia"]. Aunque pasados uno, tal vez dos días, la magia desapareció, y llegó la niebla. Que sí, puede ser chula y misteriosa como en aquellas fiestas del covid, pero que esta vez se ha pasado: iba de la mano de frío de valle continental, niebla que, al llegar a casa, te hace sentir como si hubiera caído un sirimiri sobre ti. Sirimiri en Vetusta? No me hagan reír: allí es todo tormenta, cierzo, drama.

Sobre volver a la casa de vacaciones de tus padres (hace cuánto que no volvía?) podría escribir por horas. Ella (la casa) también se ha quedado vintage, como la ropa de los arcones: las habitaciones son de adolescentes, el baño con los sanitarios color beige (créanme, era la moda), los armarios de la cocina con asas (qué comodidad, pero sigamos con las cocinas-quirófano en la que tenemos que abrir las puertas con los dientes). Los interruptores de las luces. Las láminas impresionistas de Monet enmarcadas, algo muy de mis 15. Flores secas. El sonido de los peldaños de las escaleras de madera al subir. Candiles restaurados. El salón, al que le quisieron dar un aire rústico -chimenea con zuecos de nieve de la Cerdanya decorativos cuando no se usa (o sea, ya siempre), baldas de obra, techo de vigas de madera, mecedora del padre de la Yaya- ha mantenido su dignidad.


Las ventanas son enormes, en contraste con lo que son las ventanas de una casa de piedra de la montaña, que fue sin duda la inspiración de mis padres al construirla. Mirando por la de mi habitación a la era vacía, sin un ruido - no hemos visto absolutamente a nadie por la calle-, me planteo si sería capaz de una jubilación allí, solo leyendo, escribiendo, y viviendo lento. El Peda revienta mi globo: "olvídate". Tengo amigos que ya saben cual es su lugar en el mundo, yo todavía no. Me pregunto si esta duda nos persigue más a los emigrantes, que algún día tendremos que tomar esa decisión. Y no será facil, porque tenemos el corazón en pedacitos. Siempre con la mente en distintos lugares -el cuerpo, a ratos-, y de repente decidir "aquí me quedo" que suena a Goytisolo y es para nosotros empezar a morir un poco. O tal vez no, quién sabe, tal vez lo escribo porque hoy estoy melancólica, ansiosa: ha sido el funeral de una antigua compañera de trabajo, más joven [aún] que yo. Lo han retransmitido por internet, una novedad para mí, pero no he sido capaz de entrar. Una mezcla de miedo, superstición y culpa. Pero he pensado en ella: hacía surf en Cornwall, era cálida y siempre sonreía. Suena a tópico. La recordaré siempre entrando en la oficina con su melena rizada y con neopreno. Obviamente, nunca pasó, pero me gusta esa imagen.


Al subir a la torre en lo alto del pueblo me siento en el fin del mundo, qué Vietnam ni qué leches. Ahora está restaurada, pero a mis 17 se estaba cayendo y yo fui a la Diputación con otras dos que se reían "a ver qué se podía hacer". En un escalón bajo los arcos que ya no existe besé a mi novio de la época por primera vez. Olía a corderito, no puedo explicarlo mejor. Hace viento ahí arriba, y miramos el proyecto de macrotirolina que va de ahí al monte, que nunca funcionará. La que funciona es la tirolina infantil, por la que nos tiramos Mini y yo tras el paseo por el río. No había nada de eso en mi adolescencia: ni el camino del río estaba abierto, era una jungla de juncos y de hierbas. Aún así, no cambiaría esos veranos de libertad por ningún viaje a países exóticos que llevamos ahora a los hijos. Me da pena que la mía se haya perdido ese mundo.





A la vuelta, hacemos de turistas en otro pueblo que tiene una presa romana del Siglo I. Les cuento la historia que tengo de aquí: vinimos en bici tres amigas y nos hicimos pasar por inglesa (yo) y francesas (ellas). Un hombre tocó la guitarra y cantaron la marsellesa en plena plaza. Lo loco es que coló bastante rato. Es tan extraño volver a esos lugares que eran nuestros dominios adolescentes y verlos hoy con esos ojos de "presa romana del Siglo I" o "torre mudéjar de nosecuándo": en el pasado todo lo que interesaba eran simplemente las fiestas, las peñas, las relaciones y poco más.



Terminamos comiendo en el pueblo cabeza de partido de la zona, que fue bombardeado durante la Guerra Civil y cuya parte vieja desafía al tiempo, ahí de pie, recordándonos que esto mismo está ocurriendo ahora mismo en Gaza o en Ucrania. Siempre me impresiona pasearme por aquí, aunque ahora lo han vallado: ya no puedes entrar en la iglesia icónica y estremecerte ante el rosetón que se sostiene ahí haciendo equilibrios. Me recuerda a la abadía de Whitby, de la que tanto he escrito, por lo que me gusta y por Stoker, claro.





En el coche, a la vuelta, pienso: hoy me he reencontrado con la Di de esa época en cada esquina [Nota: el pasado remoto al que me refería al principio lo tendré que dejar para otro divague. Allí contaré otro viaje en dirección opuesta: siempre hacia el oeste]. Siento la cara polvorienta -eso nunca cambia de ir allí- y me escuecen los labios. Han cambiado los ojos con los que yo miro las cosas, no el sol de la infancia. Mini lleva un pequeño cargamento de pantalones de chándal más un par extra para [nunca] jugar al golf.

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