La familia paterna de mi padre siempre ha sido un misterio. Solo conocemos a mi abuelo A., que era riojano y le pilló el golpe de estado del 36 en zona facista. Empezó con ellos la guerra pero luego desertó y la terminó luchando con la República en el frente de Aragón, donde conoció a mi abuela V. Se casaron y él, al terminar la guerra, mantuvo un perfil bajo hasta que por un accidente le detuvieron; sería 1944. Mi padre recuerda ir a visitarlo con una carta de mi abuela metida en el calcetín: tenía cuatro años. Como venían las Navidades, les dieron un juguete a cada hijo de preso. Tras un juicio en el que declararon "su buen carácter" diversas personas, le dejaron libre a los cuatro meses; luego tuvo que presentarse regularmente durante un tiempo. Pasados los años, cuando mi padre ya era un joven con coche, fueron los dos a su pueblo natal, Santo Domingo de la Calzada, a ver que había sido de sus padres. De un hermano llamado Adrián que se había ido en un barco de nombre extranjero, como en la copla, no esperaban encontrar nada, aunque la leyenda familiar dice que mi abuelo y su padre fueron a verlo una vez que atracó en Vigo. Pero en Santo Domingo, nadie sabía nada, nadie quiso "remover", nadie quiso hablar.
Y aquí termina la historia que siempre se ha contado en mi familia. Mi padre dice que al suyo no le gustaba demasiado hablar del pasado: ninguna novedad en el país del "de esto no se habla" o "no te metas en política" que me decía la Yaya. Cuando les visitaba de pequeña, mi abuelo siempre estaba escuchando la radio y hablaba de la Guerra Civil como los libros de texto, del General Miaja y de brigadas y cosas así. Por la Ley 37/1984, de "reconocimiento de derechos y servicios prestados a quienes durante la guerra civil formaron parte de las Fuerzas Armadas de la República", le dieron una pequeña cantidad que distribuyó a partes iguales entre sus nietos. Lo más personal que recuerdo que me contó fue que se le perdió la cartera en el frente y ahí llevaba la foto de su madre. Un soldado joven se ofreció a ir a buscarla y él no le dejó: era demasiado arriesgado.
Mi abuelo murió en 1993 y todas esas conversaciones yo nunca las escribí. Me da tanta rabia: lo que no se escribe se olvida. No recuerdo, por ejemplo, si le pregunté por qué no íbamos en ese mismo momento a ver quién quedaba en su pueblo, o por qué no volvió mucho antes, cuando dejó de estar de incógnito.
Hace un par de años, en la estación de RENFE de Pamplona, el Peda tuvo una conversación con mi padre en la que le contó lo de arriba. Yo ya se lo había contado antes, pero algo hizo click aquel día. Me gusta que empezara todo en una estación, porque aquel día comenzó mi viaje en búsqueda de esa familia perdida. ¿Dónde están mis bisabuelos? ¿Tal vez en una cuneta? ¿Dónde el misterioso hermano Adrián? [por culpa de él, hubieran llamado así a Fashion, de haber sido niño]. ¿Habrá descendientes de su rama de la familia en Santo Domingo? ¿O en el pueblo originario de mis tatarabuelos, uno muy pequeño en la provincia de Burgos?
Llevo estos dos años haciendo una investigación amateur, consiguiendo partidas de nacimiento, certificados bautismales, archivos de combatientes, y he conseguido un árbol genealógico de esa parte de mi familia que va hasta finales del SXVIII: los tatarabuelos de mi abuelo. Carlos, Isabel, Juan, Basilia, Pedro, Bonifacia, Joaquina, Martín, Teodora, Marcelo, Eusebia, Félix, Antonina, Juana, Candelas, Donato, Concepción, Avelino, Eugenia, Purificación... nombres antiguos, feos para nuestro oído, aunque recuerdo uno curioso, de la tía de mi bisabuela, Zoa.
Mi bisabuela era Felisa, tenía como ocho hermanos. Encontré su partida de nacimiento en Santo Domingo de la Calzada, pero allí no figura su defunción. ¿Dónde murió? Como he estado en contacto con diversas personas de la zona (un escritor, un investigador) sugirieron que debería ir a ver los libros de los registros civiles y parroquiales en el pueblito de Burgos, por si Felisa hubiera huido allí, y ese era el objetivo principal del viaje que hicimos mi padre, el Peda y yo estas Navidades. El día de San Esteban nos pusimos en carretera, siempre al oeste, y llegamos a Santo Domingo.
Lo primero que hicimos fue visitar la catedral, que es preciosa y famosa por la leyenda que ha dado lugar al adagio: "Santo Domingo de la Calzada, que cantó la gallina después de asada". Lo de abajo es un gallinero en plena catedral, donde siempre hay un gallo y una gallina blancos: es una pena que al haber tanta luz dentro no se ven, pero confirmo que lo que vimos tenía un tamaño descomunal.
La leyenda dice así: en el libro quinto del Códice Calixtino, escrito en el SXII, se recomienda pasar por Santo Domingo cuando se hace el Camino de Santiago. Me hizo mucha gracias ver las notas en inglés en la catedral, en las que lo llaman "Saint Dominic of the Way". Sí, el santo "did it his way" como Sinatra, y sustituyó la antigua calzada romana por otra mejor para los peregrinos, junto con un puente, un hospital y un albergue. En el siglo XIV, Hugonell, un peregrino alemán y sus peregrinos padres pararon a dormir en una posada en este pueblo. Por supuesto, y siendo una leyenda para mayor gloria de un santo católico, atención, spoiler, la mala es una mujer: la hija de posadero, afrentada porque su amor no era correspondido, le pone al alemán una copa de plata en su zurrón (la mochila de la época) y voilá, enseguida lo acusan de ladrón. Como todo era muy razonable en la época, al pobre teutón lo condenan a muerte, pero ni con la horca se muere (o resucita, no me queda claro, pero lo que sea lo hace Domingo con su buen hacer de santo). Sus padres, locos de alegría, van a una autoridad a decírselo y el tipo, que según la fuente o bien tiene un pollo en el horno o bien en el plato dice: "Venga ya! Si eso es cierto, que cante esta gallina!». Y efectiviwonder [no estoy muy puesta, no eran los gallos los que cantan?], colorín colorado, "cantó la gallina después de asada".
Bromas aparte, la catedral merece mucho la pena y la visita es muy interactiva. Mi padre la recordaba muy oscura y lúgubre de aquella visita hace más de 50 años... bueno, aún conservan algún detalle oscuro como esto:
Me encanta, que conste, para gótica yo. En fin, lo que me impresionó fue semejante iglesia en un pueblo relativamente pequeño, aunque si una cosa me he dado cuenta en este viaje es que esto es la tónica. Hemos pasado por otros lugares incluso menores con maravillas similares. Y es que claro: es el Camino de Santiago. Más mañana sobre esto, pero adelantar que si ya quería hacerlo antes (en bici, eso sí), ahora aún tengo más ganas.
Seré un guiri más con mi sombrero ese de todos los viajes, pero intuyo que el problema será, como siempre ya en todas partes -menos en Vetustilla, véase ayer!-, la masificación. No solo porque está de moda: he podido ver estos días por la Rioja Alta y por Castilla cómo de a rebosar de albergues, hoteles y casas rurales está hasta el pueblo más pequeño: esto en verano debe ser como Salou.
La primera persona que conocí que hizo el Camino fue cuando yo hacía 2BUP (~1986). Un amigo que acababa de terminar primero de historia se fue con dos colegas suyos. Les costó un mes, a 30 kms diarios. En aquella época, debió ser una experiencia realmente chula -y eso que ya había guiris con los que compartían habitación. Pasados los años también lo ha hecho mi suegro [por etapas], y cuando nos habla me da la impresión de que es uno de los recuerdos de su vida-dice que lo quiere repetir.
Y esta maravilla era el antiguo hospital de peregrinos, hoy un Parador Nacional en el que quedamos con el investigador que me está ayudando a tomar un café. Nos explicó que entre esos arcos dormían los peregrinos: los hombres a un lado, las mujeres a otro.
Cuando haga el Camino, me quedará a dormir aquí [el resto iré de albergues, ji], pero esta noche teníamos que ir a domir a... Castrojeriz, Burgos.
~~Continuará~~
Mientras, os dejo con el horario de misas de un convento que visitamos a la salida, donde también había, cómo no, exposición de belenes [y los Cristos con falda y mazados que colgué ayer].
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