Siempre he pensado que los días que preceden a las Navidades son mucho mejores que las fiestas mismas. Una vez más, la dicotomía del viaje versus el destino, y yo siempre prefiero el viaje. "Lo mejor del sexo es el trayecto en el ascensor" decían en aquel libro. ¿Puede una realidad alguna vez mejorar una idea? Cuando aún vivía en la península, desde que empezaba Diciembre, cenas con amigos de la facultad, con la gente del equipo de baloncesto, con las amigas del cole. Había que preparar cosas, escribir tarjetas, comprar regalos, quedadas varias. Y una especie de energía que no sé explicar. Si el zeitgeist es el espíritu de una época, estos días de escalada hacia Navidad y Fin de Año tienen su propio zeitgeist de bolsillo.
Esto mismo ocurrió en Banderley, aunque intenté bloquearlo: yo no iba a ningún sitio. Pero mis compañeros estaban exaltados, la gente exudaba amor. Se bebió más de la cuenta en Serotonina, el bar de las antiguas caballerizas. En la planta había "Mince Pie" en lugar de galletas y un té especiado con cardamomo. El consabido día del jersey con reno. Y me junté con más tarjetas de felicitación que en toda mi vida. Los ingleses son muy de tarjetas, para todo, eso sí, solo escriben dos palabras y firman - "Para Mariona"- porque el "Season's Greetings" de turno (ya entonces poner "Navidad" podía ofender a otras culturas) ya está impreso. Hasta los pacientes me dieron las suyas, las mejores hechas por ellos mismos en el Taller de Terapia Ocupacional. Las fui poniendo en la repisa de la chimenea de nuestro salón en la Casa. Aún guardo una.
No solo eso, cuando volví de mi "Encuentro con Drácula y Lucy Westerna" en Whitby, tras la guardia, mis compas de Casa habían puesto un árbol de Navidad nivel anuncio: enorme, lleno de luces blancas. Precioso. No sabía que estaríamos quitando agujas hasta Semana Santa, pero ahí estuve yo un buen rato, ajena, boquiabierta, maravillada, como Winona viendo nevar en Eduardo Manostijeras.
Poco a poco, durante la semana, la gente se fue yendo a sus casas. Las de verdad. Y el árbol se fue llenando de paquetes a través de una suerte de peregrinación por nuestro salón: Yolanda y su "prométeme no abrir antes del 25, bajo ningún concepto". Morgana, misma recomendación, mismo abrazo intenso. Mark, que tras unos días familiares en los Cotswolds se iba a esquiar a Colorado (yo hiperventilando, una duda: ¿podré soportar a este pavo todo moreno en Enero, por Diosss?) también me encontró allí cuando trajo el suyo. Me daba la impresión de que esto respondía a culpabilidad de la clásica: cualquiera que hubiera pasado alguna Navidad en el manicomio aún sufría de cierto desorden de estrés postraumático.
Una tarde, cuando ya se palpa el vacío vayas donde vayas-la biblioteca, la tienda, la cantina, la piscina, no que aquí haya mucha gente nunca-, frente a la tetera decido que le den y que me hago un chocolate caliente de esos de Cadbury's, que siempre asocio, sin razón, a "Charlie y la fábrica de chocolate". O mejor, ¿no tenía por ahí unos sobres de Maizena? Igual me puedo hacer un chocolate espeso, como los de casa, de esos que se queda pegado al cazo, y esa es la mejor parte... Se abre la puerta, y se rompe la magia: Sandip.
Sin saludo preliminar, me informa que él y Suchandra son hindis, para ellos la Navidad no significa nada, desde el respeto. Así que se quedan en Banderley con gusto. Luego está Isabel Archer, que busca tranquilidad para escribir su novela. Me parece leer un leve tono irónico en el final de la frase, pero debo estar equivocada: ¿ironía en Sandip? No le había pedido esa información, pero ahora que la proceso, se me cae el alma a los pies: Navidades con estos tres. Sandip, un autista con el que es imposible reirse, porque todo es literal, todo es blanco o negro, y todo gira alrededor de sus intereses especiales, trenes, transporte y la Reina Victoria. Suchandra, a la que casi no conozco, es "la mala", no hay más preguntas. E Isabel, -para la que ser psiquiatra es un mero recurso de producción de contenido para su verdadera vocación, escribir-, va a estar centrada en su novela.
Sin que su lenguaje corporal lo sugiera, intuyo que su siguiente frase hará referencia al montón de paquetes bajo el árbol. Exacto: no sabe ni quiere saber nada de todos esos bultos. A él no le gusta regalar porque ese acto se torna responsabilidad, y el agasajado ha de corresponder con un presente de exactamente el mismo precio a la otra persona. Parece que está leyendo de un documento legal. No, Sandip, no funciona así, pero cualquiera le explica la gama de grises. Se hace evidente lo que intentaba auto-negarme: en nuestra Casa, en Drummond, solo quedamos a estas alturas Sandip y yo. Y mañana es Nochebuena, y en el frigorífico solo hay atún y ketchup. Cuando suena el teléfono -nunca salvada por la campana tuvo mejor uso-, dice "no es para mí". Llamada interna.
-¿Hola?-contesto, mientras Sandip sale de la habitación.
-Hey Mariona, soy Isabel. Hace tiempo que no te veo...
Sí, en concreto desde aquel día que te fuiste precipitadamente de Serotonina por un poema de Auden. Reina del drama. Solo tú puedes citar a Auden. Pero me sobrepongo y finjo olvido:
-Ah, sí, es verdad... ha sido todo tan lío estas semanas, y -relleno que no le interesa- además he tenido mi primera guardia en Whitby.
-Yo he estado ocupada con mi novela, pero muchas ganas de saber de tu guardia, -miente- a ver si me cuentas. Mira, estamos muy pocos aquí estos días -en serio?- y había pensado... bueno, mañana es Nochebuena, tienes algún plan?
¿Plan? ¿Aquí, en medio de un páramo? ¿Está de coña? Se lo digo, menos la ironía: no, casualmente no tengo plan. Bien, porque Isabel quiere proponer que quedemos a cenar en su Casa los cuatro. Los cuatro, ¿qué cuatro? Pues nosotras, Sandip y Suchandra, claro, los únicos cuatro. Se puede pedir un pavo pequeño a cocina, y ella lo prepara, se encarga de todo. Pasa un segundo eterno entre el momento en que proceso la noche que me espera y mi respuesta. Un segundo en el que he de tirar de todas mis habilidades interpretativas para componer una estampa de mínima ilusión. Una noche con un inadaptado, con una tía que me odia y con ella, de la que espero un acto de compasión tipo conversación de libros. Eso sí: con el pavo no puedo, una tiene un límite.
Creo que durante toda la noche tengo pesadillas y durante todo el día 24 me dedico a trabajar. No hay muchos pacientes en la planta, y no está Cook: tal vez consiga dictar todos los informes de alta que tengo apilados desde hace días. Tampoco hay rastro de Sister Harding: este sitio podría ser un lugar normal, sin esta panda. ¿Tendrán vida propia? Venga ya. La enfermera jefe del turno solo me interrumpe una vez para ofrecerme una taza de té, con una cara como de pena. Ella, a las 9, se irá a su casa pero, ¿qué será de esta chica de acento lejano? Seguro que se me llevaría con ella, les hablará de mí a su familia, o a su gato. Hacia el final de la tarde me pasa una llamada, desde recepción.
-¿Mariona? Hola, soy Lucy, de Whitby... ¿cómo estás?
-Lucy, qué sorpresa! ¿Cómo estás? ¿Qué pasa?
-Bien, nada, he recordado lo mal que te sentías por estar aquí sola en Navidad y...
-Ah gracias Lucy, qué amable. Al final, voy a cenar con tres más que están aquí. ¿Y tú?
-Bueno, emmm, todo se ha torcido... me iba con esta gente a Durham pero al final, ermmm... ¿podría subir a verte?
-¿Qué? No, no, Lucy, imposible, me encantaría pero... no nos dejan tener visitas aquí, está totalmente prohibido...
-¿Por qué? Es Navidad...
-Sí, lo sé... es, es... por la confidencialidad de los pacientes, por cosas que pasan aquí que pueden ser algo, no sé, abrumadoras. -En serio, Mariona, ¿le estás diciendo esto a una chica experta en Drácula que pasea a su perro por un cementerio de noche?
9 de la noche: llamada a familia, cabina de pago. Intento vender que se plantea una fiestuqui buena. No sé si cuela, voces sobreactuadas que se van pasando el auricular. 9:20 y casi cinco libras más pobre, llamo a la puerta de abajo de la Casa de Stirling, la verde, la de Isabel. Y la de Will, que también se ha ido. Mientras espero, recuerdo las conversaciones en Lincoln, atrapados por la nieve, hace una eternidad: hace tres semanas. En esta Casa, el salón cocina comedor está en la planta baja, no como en la mía que está arriba: abajo hay un almacén de palos de hockey, un par de piraguas y bicis.
Sandip y Suchandra están ya allí, cada uno con una copa en la mano. En la de Sandip hay zumo de naranja, sin trocitos, odia la pulpa. Isabel se lo ha tenido que colar, se equivocó en la compra, mira que él le dejó una nota con eso y sus alergias. Está hablando, muy alto, del Vivek Express, por lo visto el tren más largo de India, de Dibrugarh a Kanyakumari. No insistan: nunca explicaré porqué aún recuerdo estos datos. Suchandra, que esta noche tiene otros objetivos -miedo-, le deja con la frase colgando acercándose a mí, mano extendida, sonrisa solo en boca. Esa gente que no sabe sonreír con los ojos: lagarto. Isabel también se acerca desde la cocina, qué bien huele el maldito pájaro que tiene en el horno, digo (omítase pájaro y su adjetivo). No sé cómo me voy a hacer tragar eso, pero entonces, primer signo de noche mágica: Suchandra es vegetariana, forzado cambio de planes. Estupendo, un curry de nosequé.
Está muy oscuro afuera, y la segunda señal benigna de la noche: empieza a nevar. Los dos indios y yo estamos felices, tomaré otra copa del espumoso este de supermercado. De repente, tres golpes en la ventana. En la ficción, siempre se sospecha de algo sobrenatural o aunque sea misterioso. En la realidad, nunca es nada de esto, -a menos que estés en Banderley, me digo. Pero efectivamente: ahí tenemos a Lucy.
Que no debería estar aquí, que es una norma muy estricta, que lo sabe, que puede explicarlo todo. Luego, si eso. La pareja: aterrorizados ante esta ruptura de normas, pequeña anarquía en el UK. Creo que lo que murmura Sandip son oraciones en hindu, que Shiva nos proteja. Isabel ha pasado de la preocupación inicial a mostrar cierto interés: más madera para su novela. Para eso nos ha traído aquí, así son los escritores, siempre en busca de contenido, sanguijuelas de historias y -qué apropriado- vampiros de la vida de otros. Y qué festín tiene aquí: un chico de allende los mares con serios problemas de comunicación social, un par de chicas enfrentadas, sin una razón aparente, aun mejor, y ahora le llega una camarera de una ciudad cercana. Y todavía no sabe que tiene una tesis en crítica literaria.
Como buena anfitriona, Isabel nos plantea un juego. Que pensemos en personajes de la literatura y los clasifiquemos usando el "Modelo de los Cinco Grandes" (los Big Five). Sí, este es un juego entre psiquiatras, no la idea de diversión de la mayoría, ni siquiera de Sandip y Suchandra a juzgar por su actitud (decir su cara, en el caso de Sadip, sería un sinsentido: no gesticula). Como mejor animadora, Isabel sabe que Lucy no pertenece a este estrecho mundo nuestro y le explica que se trata de una clasificación de rasgos de personalidad que analiza la composición de cinco dimensiones de esta. Lucy está en su salsa, asiente. Isabel sigue con la metáfora del dial: cada uno de los dominios tiene un rango, del 0 al 10, y muchos de nosotros estamos por el medio, pero se definen mejor por los rasgos límite.
-Por ejemplo -comienzo- en el dominio "amabilidad", tenemos a un lado a esos seres de luz, que solo quieren ayudar y hacer tu vida mejor y en el otro, el borde de turno.
Creo que Suchandra encoge un poco los ojos en mi dirección, o tal vez me lo parezca. Ella tiene que saber está muy escorada hacia el lado de las sombras, o si no, mal vamos. ¿Habrá estado en terapia, como casi todos estos? Para disimular propongo a Atticus Finch, el abogado de "Matar a un ruiseñor" como ejemplo de ser amigable, compasivo, a la vez que heroico y noble. Lucy e Isabel no caben en sí de gozo, están totalmente de acuerdo, e Isabel incluso anota que su nombre es una referencia a uno de los diez oradores miticos griegos de los siglos V y IV antes de cristo. Sandip sigue en su planeta.
-¿Y qué me decís de la "apertura a la experiencia"?- continúa Isabel, y mirando a Lucy explica-, aquí tenemos a aquella gente inventiva, curiosa, con ganas de vivir cosas nuevas. Creo que esa podrías ser tú -y suelta una carcajada, por algo la tenemos aquí habiendose saltado todas las reglas de turno- y en el otro extremo tal vez nos encontraríamos contigo Sandip, cauteloso, que sigue las normas, que no se sale de lo establecido, que no te gusta el cambio.
Sandip se encuentra francamente incómodo. Ser el centro de la conversación, tener que responder, saber si el otro habla con ironía, entender los claroscuros no le es posible. Isabel intenta un rescate forzoso:
-Bueno, también diría que estás, como por ejemplo Sherlock Holmes muy alto en el factor "conciencia": eres eficiente, organizado, sistemático, terminas lo que empiezas... da gusto trabajar con gente como tú en lugar de aquellos descuidados, que nunca terminan nada, que te dejan las notas clínicas a medias y...
Lucy ni parpadea, no se vaya a perder algo. Si pudiera, sacaría un block de notas. Hoy lleva la misma cantidad de eyeliner del otro día, y el rimmel muy marcado, y extra sombra de ojos. Suchandra la mira sin casi disimular, creo que no habrá visto un gótico en su vida. Por lo que me contó un día Morgana, Suchandra viene de una familia de clase media de Delhi. Eso implica tener servidumbre en casa, pero aquí la gente como sus padres no se pueden permitir criados. Allí, donde la pobreza rampa, ese estilo de vida es posible. Aquí, se le ha acabado. Ya nadie le hace reverencias, ni siquiera una recién llegada de un país del sur de Europa-¿cómo les llaman, PIGS?
-Uno de mis personajes favoritos en el extremo del siguiente dominio, "neuroticismo", es Woody Allen -intento mover la conversación-. Me encanta el eterno ansioso, con dudas, me hace mucha gracia. Dicen que los neuróticos son más inteligentes... pero esto no les gustará a los macho-alfa, seguros de sí mismos, sin temor a heridas o al dolor, en el otro extremo.
-Sí, sería también el alter ego de Philip Roth en "El mal de Portnoy" -añade Isabel-. Y por terminar, el último sería... "extraversión", la gente energética, sociable, el corazón de la fiesta... se me ocurren varios ejemplos aquí en Banderley.
Se hace un silencio, está claro que esos ejemplos se han ido de vacaciones. Lucy me mira, la clase de mirada que, si fuera menos discreta, daría primero un barrido a estos dos. Tal vez mostrando habilidades de sus paseos de turistas, intenta involucrar a los compañeros silenciosos.
-A mi me apasiona la literatura de autores indios escrita en inglés... y no solo el famoso de Arundhati Roy, sino Vikram Patel, Salman Rushdie, Kiran Desai,... una maravilla.
No mejoran las cosas. Alguien carraspea. Isabel llena las copas, y va a por más zumo para Sandip, que medio tartamudeando añade:
-No leo ficción. Hay tanto por leer de nuestra profesión... solo leo psiquiatría.
-Pero Sandip, ¿no he visto en nuestra Casa "El gran bazar del ferrocarril" de Paul Theroux?
-Sí- traga algo inexistente en su garganta, muy fuerte- pero eso fue un regalo de Will, y no me interesa.
-¿Por qué?- esta es Lucy
-Me dijo que cuenta su viaje desde Londres hasta India, y vuelta en el Transiberiano. No me interesa, prefiero los datos, como en el "Tratado de la historia ferroviaria del Reino Unido de Oxford".
Su voz cada vez suena más enlatada, mecánica, robótica. Se me ocurre comentar algo sobre otro libro de Theroux que he leído, su viaje de Boston a Patagonia, pero la noche se está despeñando por un abismo que ni con esfuerzo Isabel logrará controlar.
-Ah, tus trenes, Sandio. Seguro que Suchandra, tú tienes otros intereses. ¿Qué te gusta leer?
Suchandra se queda un segundo considerando si esta pregunta es una bala, y si debe agacharse. En ese momento me siento mal por los dos: aquí estamos tres chicas blancas, hablando de un canon -que en el fondo es solo una fracción de la cultura universal- que esperamos que el resto del mundo debe conocer. No tenemos ni idea -por mucho que Lucy cite a cuatro autores indios, que para más inri escriben en inglés, no son traducciones de autores oscuros que escriben desde la India profunda- de literatura de su país, o de todo oriente. Pero pretendemos que ellos conozcan a Roth y sus libros irreverentes.
-Bueno, como a Sandip, no me queda mucho tiempo para leer. -dice, hablando muy lentamente. -Hay tanto que aprender para ayudar a los pacientes que, sinceramente, no sé de dónde sacáis vosotras el tiempo.
Y me mantiene la mirada, como si leer en mi tiempo libre fuera algo delictivo. Me persuade, porque me siento incómoda y a la defensiva. A punto estoy de contestar pero, ¿para qué? ¿Qué tengo que demostar a esta palanganera de Cook? ¿Que estudio mucho? ¿Que me importan los pacientes? Lo que de verdad quiero decirle es que a ella, lo único que le importa es trepar.
-Hey, mirad! -dice Lucy asomada a la ventana- la nevada es tremenda. Hoy no voy a poder bajar a Whitby.-No intenta ni disimular su júbilo.
Flashes de pánico en la mirada de Sandip y Suchandra. Estamos infringiendo una norma importantísima de Banderley: ellos no sabían nada. Esta noche es Nochebuena y Lucy vendrá a dormir a mi Casa. Saca más espumoso, Isabel, que mañana es Navidad, y ya cruzaremos el puente de cómo sacarla de aquí. Como si Lucy hubiera venido a Banderley, el manicomio victoriano, el castillo encantado, la abadía misteriosa, a dormir.