Alejo Carpentier es otro de esos clásicos que no había leído y fue recomendación del Náufrago Ro -que si no lo pongo, me lo recuerda-, aunque su favorito es "Los pasos perdidos" que también leeré en unos meses. Lo tenía por casa desde hace mucho: en realidad, no sé por qué me compro libros porque con lo que tengo sin leer podría pasar solo leyendo varios (maravillosos) años.
Carpentier nació en Suiza en 1904 y murió en París en 1980, pero era cubano. Me parece fascinante este dato: su padre, arquitecto francés, tenía interés por "la cultura hispánica y ansias de habitar en un país joven que le permitiera escapar de la decadencia europea", y por ello se fue con su mujer rusa y su bebé a La Habana. Crecer en ese "crisol de culturas" explica mucho de esta novela; tener un padre que quería vivir en un país joven con todo lo que conlleva de construcción e ilusión versus decadencia y cinismo, también.
"El siglo de las luces" (publicado en México en 1962) es geográficamente el Caribe y temporamente, el SXVIII, durante la Revolución Francesa. Nunca se me hubiera ocurrido hacer esa conexión pero ya me parece, antes de ponerme, interesantísima: cómo influyó ese huracán metafórico en el corazón de Europa en una zona donde los huracanes son reales. Porque sí, además de una novela de ideas, que es lo que a mí me gusta, es una novela de ambiente, en la que tienes que andar con machete para avanzar ante una vegatación salvaje que va creciendo de nuevo a medida que tú pasas. Al leerla pienso todo el rato en Ro, y su amor por esta esquina del Atlántico -todas las fotos del divague de hoy son mías, del Caribe Colombiano-, este mar que siempre ha sonado a exceso y lujo - "me voy al Caribe". En fin, que la exuberancia de la naturaleza y el estar continuamente a su merced es una constante en la novela: en cualquier momento puede llegar el huracán que se lleve, literalmente, todos tus planes por delante. Curiosamente ayer escuchaba con Mini en el coche un podcast sobre el portorriqueño "Bad Bunny" (adivinen quién va a ir el año que viene al concierto; y no, no soy yo, que he sido excluida tras mi actuación en el de nosequé pavo el año pasado) y comentaban que los conciertos en su isla natal son impredecibles precisamente por eso.
Es un lugar común decir que las buenas descripciones te llevan al epicentro del lugar que les ocupa, pero es así y para demostrar con una todas esas imágenes del Caribe que se han clavado en mi retina durante la lectura, aquí va una:
"Había playas negras, hechas de pizarras y mármoles pulverizados, donde el sol ponía regueros de chispas; playas amarillas, de tornadiza pendiente, donde cada flujo dejaba la huella de su arabesco, en un constante alisar para volver a dibujar; playas blancas, tan blancas, tan esplendorosamente blancas que alguna arena, en ellas, se hubiese pintado como mancha, porque eran vastos cementerios de conchas rotas, rodadas, entrechocadas, trituradas —reducidas a tan fino polvo que se escapaban de las manos como un agua inasible".
Ah, la naturaleza. Pero aún hay otra imagen más poderosa con la que me quedo de la novela: "La Máquina" en la proa del barco. La Máquina, que viene de Francia como símbolo de la libertad que va a traer a estos pueblos de salvajes. La Máquina que será usada como en ultramar, el pos de las ideas de la Revolución. Rodarán cabezas; eso sí, como decía Khrae "con el chic de lo francés". Esta imagen resume una de las grandes contradicciones que plantea la novela: para hacer una tortilla, ¿hay que romper unos cuanto huevos? -citando al clásico. Recuerdo aquellas conversaciones con un viejo anarquista que decía aquello de "estamos en contra del derramamiento de sangre-reivindicamos las sogas!". Todos nos reíamos por la boutade, ese tipo de violencia patibular es tan obscena que es fácil asumirla como broma -otra cosa es el otro tipo de violencia al que todos asistimos desde nuestro sofá sin inmutarnos. Pero es risa incómoda, porque "el Terror", cuando viene de mano de la Ilustración, las razón, las luces del título, es tremendamente incómodo.
"Al Tiempo de los Árboles de la Libertad había sucedido el Tiempo de los Patíbulos. Hubo un momento impreciso, indeterminable, pero tremendo, en que se operó un trueque de almas; quien la víspera fuese manso, amaneció terrible; quien no había pasado de la retórica verbal empezó a firmar sentencias. Y se llegó al Gran Vértigo —vértigo tanto más incomprensible, al ser evocado, cuando se pensaba en el lugar donde se había suscitado: precisamente donde pareciera que la civilización hubiese hallado su equilibrio supremo; en el país de las serenas arquitecturas, de la naturaleza amansada, de las artesanías incomparables; donde el idioma mismo parecía hecho para ajustarse a la medida del verso clásico. Ningún pueblo podía ser más ajeno a una escenografía de cadalso que el pueblo francés".
Y al final, ¿todo esto, para qué? Pregunta que se ha debido hacer tanta gente a lo largo de la historia: los que mandan a sus hijos a una guerra en la que creían fervientemente, no sé, había que matar al comunista del Viet Cong, había que terminar con los que tenían "Armas de Destrucción Masiva", y luego va y se los devuelven en una caja que sale de las tripas de un avión militar. Pero en "El siglo de las luces", cuando todo termina, cuando la ilusión de una sociedad nueva se difumina y vuelven los curas, los esclavistas, los de siempre, es especialmente doloroso.
"Allá podrá usted ver a todos los señores del gobierno con sus mejores uniformes, agachando la cabeza bajo los latines eclesiásticos: Preces nostrae, quaesumus, Dómine, propitiatus admitte. ¡Y pensar que más de un millón de hombres ha muerto por destruir lo que hoy se nos restituye!"
"Hubo un inmenso regocijo de propietarios, hacendados, terratenientes, prestamente enterados de lo que les interesaba —tan prestamente que los mensajes habían volado por sobre los barcos—, al saberse, además, que se regresaría al sistema colonial anterior a 1789, con lo cual se acababa de una vez con las lucubraciones humanitarias de la cochina Revolución. En la Guadalupe, en la Dominica, en la María Galante, la noticia fue dada con salvas e iluminaciones, en tanto que millares de «ci-devant ciudadanos libres» eran conducidos nuevamente a sus antiguos barracones, bajo una tempestad de palos y trallazos. Los Grandes Blancos de antaño se echaron a los campos, seguidos de jaurías, en busca de sus antiguos siervos, devueltos a los caporales con cadenas al cuello".
Es doloroso porque cuando se cometen errores (ehem, La Máquina) en nombre de la liberté, la egalité y la fraternité no es lo mismo. Cuando es la razón, en lugar de la superstición, cuando es el progreso en lugar de la tradición, cuando es la ciencia en lugar de la religión... es terrible cuando todo eso lo fastidian unos cuantos porque rompen el sueño de muchos (el sueño y la realidad, que se lo digan a los esclavos liberados). Cuando los que se mueven solo por intereses personales lo fastidian... bueno, los seguidores, qué esperaban? Lo otro escuece más. Pero antes de el desastre, Carpentier describe muy bien la ilusión inicial, el motor de todo ello:
"Dos días transcurrieron en hablar de revoluciones, asombrándose Sofía de lo apasionante que le resultaba el nuevo tema de conversación. Hablar de revoluciones, imaginar revoluciones, situarse mentalmente en el seno de una revolución, es hacerse un poco dueño del mundo. Quienes hablan de una revolución se ven llevados a hacerla. Es tan evidente que tal o cual privilegio debe ser abolido, que se procede a abolirlo; es tan cierto que tal opresión es odiosa, que se dictan medidas contra ella; es tan claro que tal personaje es un miserable, que se le condena a muerte por unanimidad. Y, una vez saneado el terreno, se procede a edificar la Ciudad del Futuro".
Carpentier simpatizó con la Revolución Cubana, criticó el colonialismo, el imperialismo y creo que fue comunista. Curioso que usara los títulos de las láminas de los "Desastres de la guerra" de nuestro Goya como epígrafes de muchos de los capítulos. Esta intertextualidad tal vez funcione mejor en ediciones ilustradas en los que se puedan ver los grabados -yo he buscado algunas pero no todas -bastantes distracciones tenemos ya leyendo! Goya pintó los Desastres tras el impacto que le causó la Guerra de la Independencia: otro "woke", que le llamarían hoy, "afrancesado", entonces, que, como Carpentier, plasmó este en sus lienzos la sinrazón.
He empezado la casa por el tejado porque si se piensa en la novela cronológicamente, tendría que haber comenzado con Sofía y Carlos, hermanos recientemente huérfanos, y su primos Esteban viviendo como náufragos -ellos también- en esa casa varada -o tomada, pero no al modo cortazariano, sino tomada por juegos, por carreras por las escaleras, por arcones llenos de disfraces y pereza. Los tres son adolescentes tardíos y como todo adolescente que se precie, duermen de día y vagan por la casa de noche . Este comienzo de la novela es magnífico y a mí no me hubiera importado, con la prosa bestial de este autor, haberme quedado allí. Porque parecía una "novela de casa", de esas que me encantan (las Bronte, Jackson, Du Maurier..), pero luego salen- vaya que si salen. Unos siglos después, tenemos también a otro trío que llevó Bertolucci al cine ("The dreamers"), que también viven ensimismados en su casa, y que al final salen al Mayo francés. De aquí solo pongo tres citas con las que Alejo describe el cambio de ritmos circadianos en los tres primos, para ilustrar el nivel fomal del que hablamos:
"una mañana, en el medio sueño de su incipiente noche";
"un crepúsculo invertido que se llenaba de maitines y pregones"
"puesto en el patio, el reloj de sol se había transformado en reloj de luna, marcando invertidas las horas"
Pero entonces llega el elemento disruptor a romper la homeostasis y la inocencia: Victor Hugues. Aquí la ficción se entremezcla con la historia con mayúsculas, porque Hughes existió, y quien quiera saber de su vida, su auge y caída y cómo llevó la Revolución a la isla puede leer la wikipedia. A la isla y al corazón de estos tres chavales: de su mano se suben - nos subimos- al caballo del cambio y la ilusión. De su mano también se caen -nos caemos-, como el santo. Llega, de nuevo, como un huracán (no puedo dejar esta metáfora, es así) y cuando se extingue, deja similares destrozos. Pero mientras tanto, cuántas noches sin dormir hablando de esto...
«Hemos rebasado las épocas religiosas y metafísicas; entramos ahora en la época de la ciencia.» «La estratificación del mundo en clases carece de sentido.» «Hay que privar al interés mercantil del horroroso poder de desatar las guerras.» «La humanidad está dividida en dos clases: los opresores y los oprimidos. La costumbre, la necesidad y la falta de ocios impiden a la mayoría de los oprimidos darse cuenta de su condición: la guerra civil estalla cuando la sienten.» Los términos de libertad, felicidad, igualdad, dignidad humana, regresaban continuamente en aquella atropellada exposición, justificando la inminencia de un Gran Incendio que Esteban, esta noche, aceptaba como una purificación necesaria; como un Apocalipsis que estaba radiante de presenciar cuanto antes, para iniciar su vida de hombre en un mundo nuevo.
La novela es tan monumental que, si hago eso de ir a mis anotaciones, me saldría otra serie como la que acabo de terminar. Así que lo voy a dejar aquí, deseando que la disfruten, porque es prosa, es contenido, es viaje, literal e interior, es, y disculpen el cliché, como no podía ser de otra manera viniendo del Caribe, un huracán.
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