an

20 junio 2025

"Deteminados. La vida sin libre albedrío" (III y último): Cambia el chip de "me lo merezco"; solo has tenido suerte.

Hoy se termina -en serio- esta serie sobre “Determined” el último libro de Robert Sapolsky. En la primera entrega hablamos de las bases biológicas del comportamiento, y cómo hay que remontarse desde el último nanosegundo hasta civilizaciones muy atrás para empezar a entender las influencias que han modelado nuestro cerebro para explicar un comportamiento ("It 's all turtles all the way down"). En el segundo se explicó por qué, aunque la mayoría pasara a aceptar que no existe el libre albedrío, no cambiaría nuestra vida: no pasaríamos a una continua “rave”, orgía o bacanal. En el de hoy vamos a ver las consecuencias de todo lo anterior, para lo bueno y para lo malo, en particular qué piensa Sapolsky que habría que hacer con la gente cuyas acciones afectan negativamente a otros, ya que su postulado es que no tienen responsabilidad de sus actos. Y qué hacer con los que, por la misma regla de tres, son los receptores de honores y premios, los que llamamos “triunfadores”. Pero antes, vamos a empezar con otro ejemplo de enfermedad sobre la que se ha culpado, y aún se culpa, a los que la sufren.

Un último ejemplo de otro enfermedad estigmatizada: la obesidad
En el divague anterior vimos cómo enfermedades neurológicas y del neurodesarrollo eran, antes de ser entendidas por la ciencia, explicadas como consecuencias de posesiones o de malasmadres. Pero no solo enfermedades neurológicas: recordemos los múltiples cambios de paradigma con las úlceras de estómago. Nuestros amigos los psicoanalistas lideraron el SXX con su interpretación de “es psicosomático”, hasta que en 1982 se descubre el Helicobacter pilori, la bacteria que causa la mayoría de las úlceras (luego hay un pequeño porcentaje de otras razones, pero ya me entienden). Para terminar con estos ejemplos que le sirven a Sapolsky para explicar el "hemos estado ahí antes" incluyo otro tema médico de rabiosa actualidad: la obesidad. 


Hasta hace nada, la mayor parte de la población pensaba que las personas que tienen obesidad eran vagos, sin disciplina, comían demasiado, no hacían ejercicio: “un puto gordo”, vamos. Como "no se cuidaban", eran los únicos culpables de su situación. De repente, bang, se descubre la leptina, una hormona que regula el almacenamiento de grasa en el organismo y que le dice a tu hipotálamo cuando estás llen@. Las personas con niveles bajos de leptina tienen poca capacidad para sentirse saciad@s, y esto empieza en la infancia. Una persona puede tener una variante de mutación de la leptina y de sus receptores y hay un montón de tipos. Y lo mismo para los centenares de otros genes que regulan el peso de una persona. Esto quiere decir que hay muchísimos factores biológicos envueltos en que alguna gente tenga este problema. 

Por supuesto, el ambiente también juega un papel fundamental, y si nos ponemos a tirar para atrás en la máquina del tiempo (lo que llevamos haciendo todo el rato en esta serie), sabemos que la propensidad para la obesidad en toda tu vida está influenciada por el tipo de embarazo que tuvo tu madre: si tuviste mala nutrición ya como feto, si te pasó sustancias porque fumó, bebió, tomó drogas, estuvo expuesta a metales, a infecciones, te transfirió ciertas bacterias intestinales y no otras. Y como siempre, recordemos que el "interruptor" genes, necesita de un ambiente que lo "presione": por ejemplo, hay una variante de estos genes que solo se activa si tu madre fumó en el embarazo. Otras que dependen de tu género, etnicidad. También hay genes que codifican si el ejercicio te ayuda o no a perder grasa (eso explica por qué hay gente que le cuesta mucho más perder peso con ejercicio).
 
Hace poco han aparecido los agonistas de la hormona GLP-1, que imitan su modo de actuación (regula la glucosa en sangre y reduce el apetito, aumentando la saciedad). La descubrieron estudiando la saliva de un pequeño reptil (1.6 kgs) norteamericano llamado el "Gila Monster" (en serio, el monstruo Gila, mirad abajo qué feo es) que podía pasarse largos períodos de tiempo sin comer. Una de las proteínas que detectaron fue un péptido parecido a la GLP-1 humana, pero mucho más potente debido a pequeñas diferencias estructurales. Una vez en el cuerpo, la GLP-1 se desintegra en 2 minutos, pero la del Gila Monster permanece estable dos horas. Así que modificaron este péptido para hacerlo más estable y potente y... voilá: Ozempic. 

Esto es como lo de la esquizofrenia: si la gente mejoraba al darles bloqueadores de los receptores de la dopamina, ¿no habría que sospechar que esto no es una madre cabrona lo que lo causa? Pues aquí igual: ¿debemos atribuir la obesidad 100% a que una persona "no tiene fuerza de voluntad" cuando, por deficiencia de leptina, le resulta muy difícil reaccionar ante la comida como alguien que la tiene normal? Y los tropecientos otros factores:  que si su intestino absorbe grasas más eficientemente, que si tiene más tendencia a acumular grasa o a movilizarla, y si lo hace en el culo o en el abdomen, que si las hormonas del estrés hacen más fuerte esa propensión, que si tiene más receptores del gusto que le hacen cierta comida irresistible, que si su sensación de hambre es mucho más aversiva que para ti, que si alto estrés le produce antojos de carbohidratos, que si cuántas neuronas de dopamina que anticipan el premio tiene, que cuántas neuronas se le activan por imágenes de comida... Y por supuesto, cómo de bien su lóbulo frontal (recordemos, el de las decisiones) regula las partes del hipotálamo relevantes al hambre, trayendo de nuevo el tema siempre presente de "la fuerza de voluntad". 

Pero, esperad, un momento: ¿he empezado esta sección sobre obesidad en pasado, diciendo que hasta hace nada la gente estigmatiza a las personas que sufren de obesidad? Mal usado: tristemente, y con toda esta información, esto sigue pasando. Y no es que hablemos de sesgos explícitos, sino también de implícitos, inconscientes: incluso las persona con obesidad tienen sesgos negativos hacia ellos mismos y hacia otras personas con este problema. Esto auto-desprecio no pasa en otras comunidades estigmatizadas. Es terrible: están siendo culpados por cosas sobre las que no tienen control. 



Y ahora ya terminamos con qué hacer con los "malos" y los "buenos". Ah, era tan fácil cuando existía Dios que "premia a los buenos y castiga a los malos"...

"El placer del castigo"
Así titula el capítulo en el que usa cuatro casos históricos para ilustrar que el pueblo disfrutaba -y disfruta- viendo cómo se castiga a un "malvado". Desde la Revolución Francesa -acabo de terminar una novela ambientada en la época y hay que ver qué obsesión con la guillotina en la plaza pública- hasta los ahorcamientos públicos en EE.UU. -que solo pararon en los años 30, no hace ni un siglo- pasando por, más recientemente, los condenados a silla eléctrica. 

Uno de estos, Ted Bundy, el asesino en serie aquel guapo, reunió durante su ejecución a un montón de peña a la puerta de la cárcel -se incluyen familias con niños- a cantar "Burn, Bundy, Burn" ("arde, Bundy, arde"). Cuando se confirmó lo esperado, todos gritaron y se abrazaron y fueron felices. Nota: lo de los asesinos en serie es demencial: desde las que les escriben cartas de amor y hasta se casan con ellos en la cárcel, hasta aquellos que hacen camisetas, barbacoas y echan fuegos artificiales el día de la ejecución: entre medio, debe haber un espectro de reacciones extrañas. 

Pero esto de disfrutar con el castigo ajeno no es solo educacional o cultural. Como Sapolsky es primatólogo, ha hecho estudios con monos y los ha comparado con niños pequeños, encontrando que ambos están particularmente interesados en ver el castigo de un compañero que ha sido malo con ellos. Os ahorraré lo que pasa el cerebro cuando “disfrutan del castigo”, pero si alguien se acaba de leer la primera entrega, igual se anima a predecir que es el circuito de la dopamina implicado en la recompensa a lo que le salen lucecitas. Vamos, que ser altruista nos hace sentir bien, pero castigar a alguien que ha hecho algo que percibimos como terrible nos hace sentir realmente bien. Hemos evolucionado para hacer que el castigo de un malo sea una recompensa visceral para el resto.


Pero volvamos a Bundy y los niños comiendo las "Bundy-burgers" de una food truck a pocos metros de la sala de ejecución y comparémoslo con la reacción de los noruegos con uno de sus casos más notorios. El supremacista ultraderechista Breivik asesinó a 77 jóvenes en una isla cerca de Oslo y dejó al país y al mundo en estado de shock. Tras el juicio, lo enviaron a una de sus "cárceles" por lo máximo que establece su código penal: 21 años. El entrecomillado viene porque no son los lugares sórdidos de castigo a los que estamos acostumbrados, sino lugares “neutros” donde hay ordenadores, gimnasio, cocina. Breivik hasta pidió matricularse en la universidad (eligió ciencia política, igual un poco tarde) y le dejaron ser alumno a distancia (aunque leo que su ideología no se ha movido un ápice pese a ello). En teoría, si cuando cumpla los 21 años allí demuestra no ser un peligro, lo dejarán libre. Qué diferente es esto del "que se pudra en la cárcel" al que estamos acostumbrados. Pero en Noruega la sociedad respondió a esta pesadilla reforzando sus valores de la manera más fuerte posible. No le iban a dar el gusto de cambiar al modelo de sociedad autoritaria y cruel que le gustaría a Breivik. 


Ponerlos en cuarentena
Para ver qué hacemos con la gente que comete crímenes, Sapolsky apoya un sistema parecido al noruego, uno que él llama de "cuarentena". Sigue los mismos principios de una cuarentena médica: es posible que alguien tenga una enfermedad que ponga en riesgo a los demás; no es su culpa, pero para proteger a la comunidad, en un acto de autodefensa, es lícito limitar su libertad; eso sí, lo mínimo para no dañar a los otros, nada más. Todos hacemos esto todo el rato: si tu niña tiene un virus, ese día no va a la guarde para no infectar al resto. Pues aquí, lo mismo. Y habrá gente que seguirá siendo tan impulsiva, carente de empatía, incapaz de ponerse en la piel de otro y loquesea, que no podrán salir nunca. Pero por protegernos al resto, no porque disfrutemos viéndoles "pudrirse" en una celda. Resulta difícil de digerir, pero si pensamos en potenciales factores y empezamos a tirar para atrás, la conclusión es que estos individuos tuvieron muy malas cartas con las "tortugas que les tocaron en la vida". 


El teatro del mundo judicial
Esto, una vez que se ha establecido que son un peligro para la sociedad. Pero antes, para llegar a esta conclusión, Sapolsky aboga por un mundo en el que ya no haya más juicios, con su parafernalia y sus representaciones, donde tanto la defensa como la acusación buscan ganar su caso, independientemente de la verdad (esto lo he visto claro cuando he estado dando declaración como experta, las preguntas no eran para intentar entender, sino para hacerme decir lo que sustentaba su caso). Propone que lo que debería haber son meramente investigaciones para averiguar quién hizo qué, y en qué estado mental. Sin jueces moralizantes que suelten una chapa desde su púlpito al final. 



Los triunfadores
Alguien se acuerda del capítulo de aquella serie tan chula, "Unique", en el que explicábamos que Michael Phelps, por ejemplo, tiene extremidades muy largas y pies enormes? ¿O el esquiador inlandés que tiene una variante genética que le hace más resistente al frío? En realidad muchos deportistas de élite a menudo tienen raras variantes genéticas que contribuyen a su rendimiento. ¿Cómo puedes competir tú con ellos? ¿Tienes "lo que hay que tener" para sufrir como un corredor de maratón? ¿O él se esfuerza más que tú? Y si alguien tiene predisposición a las adicciones, tiene los mismos retos en un bar para parar de beber que alguien a quien el alcohol no le sienta muy bien? 

Y no solo son los atributos físicos que se ven como arriba, luego está la inteligencia: la sociedad te premia según el número de títulos que tienes y tu Coeficiente Intelectual. Se cree que esa  persona se merece todos esos honores y a veces dinero porque es tan lista, se lo ha currado tanto. Parece de cajón que esto es preferible que el “hijo de”, que practica el nepotismo ilustrado. 


Pero Sapolsky opina que no hay justificación en el "merecer": no tienes más derecho a que se cumplan tus deseos que ningún otro ser humano porque tengas alto CI, pies grandes, resistencia al frío, o cara bonita.  Puedes pensar lo opuesto porque no puedes asumir "lo de las tortugas", todas las distintas causas bajo la superficie que te hicieron tú. Te permites el lujo de decidir que el esfuerzo y la auto-disciplina no están hechos de biología. 

La suerte
¿A dónde llegamos con todo esto?  Las características de tu biología te llegaron por suerte: buena o mala. Eres alt@ y delgad@ como tu madre, moren@ sala@. O puedes ser todo lo contrario. Asumimos esa suerte en el físico, un poco en el intelecto, pero aún pensamos que “el esfuerzo” viene de la magia (o sea, es inexplicable por genes + ambiente + su interacción). 

También nos cuesta asumir que hay gente que humilla o abusa a otra por rasgos que son manifestaciones de la biología. Deberían apretar los dientes desear muy fuerte no ser así, y conseguirlo. Y hay gente que lo hace, pero eso son aún otro tipo que los que al final vemos actuando de una manera negativa. Pero al final, dice nuestro científico, deberíamos terminar dándonos cuenta de lo absurdo que es odiar a alguien por algo que ha hecho. 



Corolario
Habrá gente que diga que todo lo que hemos descrito en estos tres divagues (y créeme, en el libro hay mucho más) son sólo propiedades estadísticas de poblaciones que no pueden predecir comportamientos a nivel de los individuos, pero lo cierto es que cada vez tenemos más datos que nos hablan de lo que les pasa de adultos a los niños abusados, de que puedes tener una diferencia de esperanza de vida de 30 años según en qué país nazcas, que la biología de tu córtex prefrontal explica por qué hay gente que sistemáticamente toma la decisiones equivocadas. Y suma y sigue. 

Si hay algo claro tras ese libro es que todo es "esto pasó por lo que pasó antes, y esto antes y esto antes (tortugas y tortugas). Pero no busques más explicaciones ni “sentido”. No hay nada, na-da, aparte de un universo indiferente en el cual, ocasionalmente, los átomos se juntan para formarte a ti. No somos los "capitanes de nuestras naves", como en el poema "Invictus": nunca hubo un capitán al mando. Pero mejor no lo digamos mucho: en 2016 el filósofo Stephen Gave escribió un artículo titulado "No hay libre albedrío, pero estamos mejor creyendo en él de todas formas", replicando un poco lo que dijo la esposa de un obispo anglicano cuando se empezó a difundir la teoría de la evolución de Darwin en 1860: "Que los humanos descienden del mono! Esperemos que no sea verdad, pero si lo fuera, que no se entere la gente". Podemos vivir “sin saber”, pero en el divague anterior ya vimos los beneficios de entender que los comportamientos son complejos y no nacen de la nada, que se lo digan a las personas con epilepsia, esquizofrenia, autismo…

En el futuro, dice Sapolsky, cuando vean nuestros juicios, nuestras prisiones, nuestras ceremonias de premio nobel, nuestras olimpiadas, nos verán como nosotros vemos a los que hacían exorcismos con los enfermos que convulsionaban, oían voices, o lo que sea. Tal vez lo pongan en contexto histórico y vean que fue solo a finales del SXX y principios del SXXI cuando empezamos a conocer más de genética y epigenética, y que nos costó todavía unas décadas llegar a la misma conclusión a la que se llegó antes con tantas otras enfermedades y comportamientos. 

En un punto del libro, ya no sé cual, cita esta frase tan de sueño americano: "No es tu culpa si naces pobre, pero sí si mueres pobre". Es mala suerte si naces pobre y también si no cuentas con el ambiente ni los rasgos de personalidad y neuropsicológicos para salir de ahí. Cuando se puso de moda en las universidades eso de “check your privilege” (estáte atent@ de tus privilegios) no solo se deberían referir a tu raza, género, clase social, sino también a todas esas “magias” que aún no entendemos y que son otro regalo. Si has llegado hasta aquí, me atrevo a decir que tienes muchas de esas“suertes”: la capacidad de concentración, la curiosidad, el interés por temas que puedan incomodar, la capacidad de tal vez, moverte de tu baldosa ideológica un centímetro. Enhorabuena.  

Robert Sapolsky


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenten bajo su propio riesgo, sin moderación. Puede ser divertido.