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28 septiembre 2025

"Cuando partí una mañana de verano" de Laurie Lee: 1936, un poeta inglés que se camina la piel de toro

Hace muchos años compré varias colecciones de clásicos —diez libros en una caja— que hacía Penguin. Aún me quedan bastantes por leer, entre ellos el primero de una trilogía autobiográfica de Laurie Lee, "Cider with Rosie" ("Sidra con Rosie") en la que el autor evoca su infancia en Slad, uno de esos pueblos bucólicos de los Cotswolds, en el oeste de Inglaterra. Nacido en 1914,  este libro  traslada a un mundo rural encantador al final de la Primera Guerra Mundial y por ello está en el corazón de los ingleses, siendo un texto  que se estudia en los colegios como un clásico moderno.  Yo solo he estado en los Cotswolds una vez y como era poco antes de que empezara el divlog, tristemente no hay crónica. Sí que he encontrado un divague en el que cuento la boda a la que fui y hay algunas fotos aquí. Es una maravilla, pero ahora no me dan ganas de volver porque hasta JD Vance lo eligió este verano para sus vacaciones: idilio roto. De todas maneras, aquí incluyo una foto del autor con el cottage en el que creció:


"Cider with Rosie" sigue sin leer, pero ayer terminé la segunda parte de esta trilogía,  "As I walked out one midsummer morning"  ("Cuando partí una mañana de verano") en la que el autor narra su periplo caminando desde su pueblo hasta nuestra península, y lo que allí aconteció. Lee deja su casa en 1934 y echa a andar. Primero llega a Londinium, donde pasa casi un año trabajando en una obra en un barrio que conozco bien, Putney, y luego cruza en barco hasta Vigo, desde donde sigue caminando hacia el sur por la piel de toro. 

Como me gustan los mapas, he hecho lo mismo que hago con mis vacaciones - claro que tantos destinos no me han cabido en uno:


 


Este es su recorrido, de Vigo a Almuñécar, pero no voy a contar aquí sus aventuras, a la gente que conoce, ni sus observaciones. Tal vez por no hacerme daño, ya que como escritora de crónicas de viaje, leer a Lee es la máxima humillación: aunque una intenta por todos los medios transmitir sensaciones y ambientes -en contraposición con aburridas descripciones de "hice esto, me pasó aquello"- se da cuenta de que nunca podrá alcanzar ni de lejos el nivel de lirismo con el que escribe este autor. No soy mucho de descripciones detalladas de paisaje, pero claro, atención a esto:
"Toro looked like dried blood on a rusty sword" ("Toro parecía sangre seca en una espada oxidada") (nota: se refiere a la ciudad de Toro, cerca de Zamora)
"By the afternoon I was out in the plain, in an electric haze of heat, walking a white dust road as straight as a canal, banked by shimmering wheat and poppies. For  mile after mile I saw neither man nor beast; the world seemed to be  burnt out, drained and dead" ("Por la tarde, estaba fuera en la llanura, en medio de una bruma eléctrica de calor, andando un camino de polvo blanco tan recto como un canal, bordeado de trigo brillante y amapolas. Durante kilómetros y kilómetros no vi ni hombres ni bestias; el mundo parecía estar quemado, seco y muerto").

Esta situación de "lonely peninsula", piel de toro solitaria -los de la "Lonely Planet" empezaron por la India, pero podrían haber encontrado inspiración en la España de los años 30- es una constante en la novela: hay tantos sitios por los que pasa Lee en los que no hay ni un alma, y la palabra más adecuada sea tal vez desolación. 

Es la desolación que siempre me causa leer la extrema pobreza de nuestro país hace solo un siglo, con personas deformadas que muestran sus muñones para que les den limosna arrastrándose por las calles —esto, tristemente, aún se puede ver en muchos países del mundo, algunos tan cerca como Marruecos. Pero la reflexión social solo llega en el penúltimo capítulo, titulado "Guerra"; mientras, va saltando de un punto a otro con alguna observación aislada de la situación social, pero no lo que estamos acostumbrados por parte de un Orwell o un Langdon-Davies. Describe a un pueblo "con calles negras de curas y tavernas llenas de furiosos ateos" o comenta cómo "ya había aprendido a desconfiar de la Guardia Civil, los enanos venenosos de España" o "la Guardia Civil, siempre con el demonio". Bastantes veces comenta que lo que ve estaba pasando "dos siglos antes" en Inglaterra o en el "SXVII en Escocia, en una de las pausas entre hambruna y masacre". 

Hay mujeres "de negro, tanto como el carbón", dando golpes a sábanas a la orilla de un riachuelo, como salidas de una peli de Almodóvar o del "España oculta" de Cristina García Rodero; hay patios encalados con geranios colgando, apestados de moscas y burros y asnos; hay voces nasales malentonando el perdonaatupuebloperdónaloseñor [esto ha sido mi conclusión: Lee escribe "dirge"="música deprimente, fúnebre"]; hay niños a los que se ahoga a besos, camas llenas de pulgas, gente generosa pese a no tener ni un real -Lee toca el violín por las esquinas-cuando alguien le devuelve el instrumento, lo hace "delicadamente, como si me estuviera pasando un cordero recién nacido". Hay "precipicios de sangre", por donde antiguamente se despeñaban a felones, adúlteras y herejes para ahorrar la bala; hay palacios plagados de fuentes, más extravagantes que el mismo Versalles, pero sin nadie que los vea; tardes "púrpuras, jugosas como uvas, la luna fina cortando una nube como un cuchillo". Pronto entiende por qué, a la hora de la siesta, nadie —tal vez solo algún insecto— se aventura en las calles, y describe ese calor tan nuestro muchas veces y a la perfección. 

En tantos momentos leyendo a Lee he tenido ganas de dejar lo que estoy haciendo y coger un vuelo a la "lonely península" y perderme por los campos de Castilla, por trigales salpicados de amapolas, por pueblos de piedra que siguen igual que entonces. Inevitable no recordar la aventura burgalesa de las Navidades pasadas y decido que, cuando me jubile, voy a seguir los pasos de aquel ilustre vetústico y meter un país en la mochila. Esta foto es la que incluyen en un artículo del Guardian sobre el libro, y no hay nada que me pueda gustar más: una montaña al fondo, con los picos nevados.

Sierra de Guadarrana, por Miguel Angelo Silva

 Siempre me hace gracia encontrar descripciones de algo que hoy en día tenemos completamente etiquetado, pero no entonces. Aunque obviamente, existía:
"Eating bread and sausage, my back to the church  wall, I was aware only of this point of time, the arrested moment of casual detail, the unsorted rubbish of now" (Comiendo pan con chorizo de espaldas a la pared de la iglesia, solo era consciente de este punto en el tiempo, el instante detenido del detalle casual, la basura sin clasificar del ahora).
Está ejercitando nada menos que la "atención plena" (mindfulness, que decimos en inglés),  un tipo de meditación en la que te concentras en estar plenamente consciente de lo que estás experimentando y sintiendo en el momento, sin interpretaciones ni juicios. Es algo que a mí me cuesta muchísimo hacer, y que nuestro modo de vida, siempre con  prisa, no favorece. La descripción, tan inocente, es maravillosa. 


También me encantan aquellas en las que describe el talante de nuestro país. Tengo una amiga francesa que hizo Erasmus en España y siempre me recuerda lo maravillosa que es la gente, la fiesta, el ambiente - este verano cruzó la península en coche desde Portugal de vuelta a Londinium y corroboró su idea. Esto me gusta, porque a veces, desde aquí lejos, lo que vemos en los medios da miedo -claro que lo que se ve en los medios da miedo en todos los sitios. Lee comenta: 
"Spain enclosed me once more with its anarchic indifference, asking  no discipline but the discipline of manners"(España me atrapó una vez más con su indiferencia anárquica, sin pedir otra disciplina que la de las costumbres).
Como viajera me ha gustado leer su desazón al llegar a un sitio en el que aún no sabes donde vas a dormir -esto ya no lo experimento mucho, pero espera-, su descripción de una llave de habitación "tan grande como una espada", sus cambios de decisiones de viaje -al entrar en Andalucía cambia de ruta, siguiendo el Guadalquivir en lugar de ir hacia Granada, o los clichés que nos montamos con ciertos lugares que luego hemos de visitar: él lo tenía con Sevilla. Para él, desde su infancia, estaba al final de "un camino blanco entre naranjos". 

Aunque había hablado lateralmente de religión, de la guardia vicil y de la pobreza extrema, es en Sevilla donde hace el primer comentario social de todo el libro:
"Until now, I’d accepted this country without question, as though visiting a half-crazed family. I’d seen the fat bug-eyed rich gazing glassily from their clubs, men scrabbling for scraps in the market,  dainty upper-class virgins riding to church in carriages, beggar women giving birth in doorways. Naïve and uncritical, I’d thought it part of the scene, not asking whether it was right or wrong".
Hasta ahora, había aceptado este país sin rechistar, como si visitara a una familia medio loca. Había visto a los ricos, gordos y de ojos saltones, con la mirada vidriosa desde sus clubes, a los hombres buscando migajas en el mercado, a las delicadas vírgenes de clase alta yendo a la iglesia en carruajes, a las mendigas dando a luz en los portales. Ingenua y acrítica, lo había considerado parte de la escena, sin preguntarme si estaba bien o mal.
 Y los últimos capítulos son los que camina bordeando la costa desde Cádiz a Almuñécar, pero es solo cuando llega aquí y pasa un tiempo con la población, cuando se empieza a dar cuenta de que, aparte de unos pocos comerciantes y terratenientes, todos en el pueblo eran pobres. Había dos tipos de pobres, los de la caña de azúcar y los pescadores. 
 "It was labour without mercy, dignity, or reward, and the men hauled at the net without hope, each one grunting and straining in the horizontal position of a beast, his face to the buttocks of the man in front. It was a grinding hour of expended strength, too mindless even for comradeship. When the cod-end at last had been dragged ashore, the men gathered round it in silence, while the few kilos of sardines, a heap of dirty silver, died flickering in the sand.  The auctioneer arrived, unshaven, in his pyjamas, and a dismal price was set. Perhaps fifty pesetas – half to the owner of the boats and the rest between forty men. Sometimes the price was so low that no sale was made, and the men divided the fish between them,  slowly counting them out into forty little heaps, a sandy fistful for  each man’s family".
Era trabajo sin piedad, dignidad ni recompensa, y los hombres tiraban de la red sin esperanza, cada uno gruñendo y forcejeando en posición horizontal como una bestia, con la cara pegada a las nalgas del hombre de delante. Era una hora agotadora de esfuerzo, demasiado sin-conciencia incluso para la camaradería. Cuando por fin arrastraban el final de la red a la orilla, se ponían en silencio a su alrededor, mientras los pocos kilos de sardinas -un montón de plata sucia-, morían titilando en la arena. El subastador llegaba, sin afeitar, en pijama, y ​​fijaba un precio deprimente. Quizás cincuenta pesetas: la mitad para el dueño de los barcos y el resto entre cuarenta hombres. A veces el precio era tan bajo que no se vendía, y los hombres se repartían el pescado, contándolo lentamente en cuarenta montoncitos, un puñado arenoso para la familia de cada uno.
¿Cómo no iba a estar ese pueblo lleno de fatalismo? Solo las chicas tenían trabajo, como criadas de los ricos, y los chicos hablaban de otro mundo que iba a llegar, uno sin iglesia ni gobierno ni ejército. Sus padres no habían nunca oído esas promesas: sobre sus espaldas, siglos de oscuridad. Hay que destruir a los tiranos, decían unos. Sí, pero traerán al ejército, contestaban otros, no tendremos ninguna posibilidad. En febrero del 36, el Frente Popular ganó las elecciones y  en Almuñécar, los pescadores se hicieron con los barquichuelos y los campesinos con el control de la tierra, mientras que los terratenientes hablaban en susurros en los casinos: obviamente, las cosas no iban a quedar así. Pese a saber el final, me ha gustado leer las páginas en las que describe las nuevas pequeñas libertades que la gente del pueblo disfrutó en esos meses, desde una expresión más libre del amor, hasta la aparición de libros y pelis no censurados por la Iglesia, cosa que se extendió a la prensa, trayendo a esta gente una brisa del mundo exterior. 



El pueblo se dividió en dos facciones: fascistas y comunistas. Los primeros aceptaron la etiqueta porque en el fondo es a lo que aspiraban: la Falange -Lee la llama "swaggering spearhead of upper-class vengeance" (arrogante punta de lanza de la venganza de la clase alta)-  usando símbolos fascistas inspirados en los italianos evidentes. La etiqueta comunista era más complicada:
  "The ‘Communist’ label, on the other hand, was too rough and ready, a clumsy reach-me-down which properly fitted no one. The farm labourers, fishermen, and handful of industrial workers all had local but separate interests. Each considered his struggle to be far  older than Communism, to be something exclusively Spanish, part of  a social perversion which he alone could put right by reason of his  roots in this particular landscape. In fact, I don’t remember meeting an official Communist in Almuñécar – though ‘communism’ was a word in the bars". 
"La etiqueta de «comunista», por otro lado, era demasiado burda y directa, una torpe estrategia que no le sentaba bien a nadie. Los jornaleros, pescadores y un puñado de obreros industriales tenían distintor intereses, aunque en el pueblo. Cada uno consideraba que su lucha era mucho más antigua que el comunismo, que era algo exclusivamente español, parte de una perversión social que solo él podía corregir gracias a sus raíces en este paisaje particular. De hecho, no recuerdo haber conocido a ningún comunista oficial en Almuñécar, aunque «comunismo» era una palabra común en los bares".


La siguiente cita es muy importante porque encaja con una de mis preocupaciones de estos momentos: últimamente no paro de pensar en cómo la clase trabajadora se ha echado a los brazos de la ultraderecha. Con lo que escucho y leo por ahí me podría salir una serie —¿suena a amenaza?—, pero entender esto me parece la clave para cambiar el mundo de hoy.  Lee dice en este capítulo que estos labriegos o pescadores habían votado a un gobierno de políticos de la clase media-alta sin ni siquiera un socialista en el gabinete. Esto no es exactamente lo que está pasando ahora, pero sí que la clase trabajadora no se siente escuchada por los políticos de izquierda. En un artículo reciente del Financial Times se defiende cómo en el UK y US la educación es la línea divisoria política y cultural más importante. Antes se pensaba que el que mucha más gente accediera a la universidad en los 1990/2000 terminaría acabando con los conservadores, pero en realidad ha creado dos países: los más o menos liberales con grados universitarios y los más o menos conservadores sin, que encima no se mezclan entre sí demasiado (nos casamos y socializamos entre nosotros). Solo el 40% de americanos tienen un grado: estos pueden dominar el discurso político, pero no son lo suficientes para ganar las elecciones. El resto son más, y se han sentido excluidos por ese discurso universitario "woke" mientras que su poder adquisitivo ha caído y son ahora muy fáciles de acceder con titulares breves llenos de soluciones simples. Así ya salen las cuentas. Hay que volver a ganar a esa gente, y aquí tenéis a Bernie Sanders en West Virginia, terreno trumpista donde los haya.

Esta es la cita de la que hablaba y con la que termino:
Yet the government they supported must have seemed remote to many, being composed entirely of middle-class politicians – without a Communist, Anarchist, or even a Socialist anywhere in its cabinet. The peasants looked to this government because their hopes lay with it, hopes they thought to realize for the first time in centuries, an opportunity to shift some of the balances which had so long weighed against them, more than against anyone else in Europe. Spain was a wasted country of neglected land – much of it held by a handful of men, some of whose vast estates had scarcely been reduced or reshuffled since the days of the Roman Empire. Peasants could work this land for a shilling a day, perhaps for a third of the year, then go hungry. It was this simple incongruity that they hoped to correct; this, and a clearing of the air, perhaps some return of dignity, some razing of the barriers of ignorance which still stood as high as the Pyrenees

Sin embargo, el gobierno que apoyaban debió de parecerles remoto a muchos,  compuesto exclusivamente por políticos de clase media, sin un comunista, un anarquista ni siquiera un socialista en su gabinete. Los campesinos depositaron en este gobierno sus esperanzas, esperanzas que creían materializar por primera vez en siglos, una oportunidad para cambiar la balanza que durante tanto tiempo les había perjudicado, más que a cualquier otro en Europa. España era un país desolado, con tierras abandonadas, gran parte de las cuales pertenecían a un puñado de hombres, cuyas vastas propiedades apenas habían sido reducidas o reestructuradas desde la época del Imperio Romano. Los campesinos podían trabajar estas tierras por un céntimo al día, quizás durante un tercio del año, y luego pasar hambre. Era esta simple incongruencia la que esperaban corregir; esto, y tal vez retornar a la dignidad y eliminar las barreras de la ignorancia que aún se alzaban tan altas como los Pirineos.
  O aún mejor, finalizo con una canción: el West Virginia trumpista me ha traído una maravillosa de John Denver que va de volver a casa titulada: "Take me home, country roads" ("Llevadme a casa, caminos rurales") . Así que he empezado con un joven saliendo de su casa una mañana de verano y concluyo con una vuelta - porque si queremos volver a donde estábamos antes y salir de este lío, va a haber que remangarnos y pensar qué ha ido mal. Y no olvidar que, por muy mal que esté todo, no estamos como en Almuñécar en 1936. 

22 septiembre 2025

Otoño caliente

 ¿Tiene alguien la misma sensación que yo, que esto de que viene un otoño caliente, se dice ahora cada año? Aquí en Londinium hemos empezado septiembre con una mani (march, les llaman) por semana. 

El sábado 6 de septiembre fue la de Palestina, organizada por la coalición de "Red Line for Gaza" (Líneas rojas con Gaza) pero al final no pude ir, luego no tengo fotos. Incluyo una de su página web: 


Todas estas organizaciones están en la coalición, con las que más familiarizada estoy es con Oxfam y
Plan.

El sábado 13 de septiembre fue el infame día de la mani de la extrema derecha ("Unite The Kingdom") que concentró a demasiada gente con la bandera de St. George y a demasiada poca en las líneas antirracistas/fascistas ("Plántale cara al racismo"). De mi desolación hablé en el "Diario de una mujer horrorizada".  

El miércoles  17 de septiembre fue la de "Stop Trump". Esta coalición se montó ya en su primer mandato, con la idea de crear un movimiento global que se rebele contra este sinvergüenza. Tampoco pude ir —llevo una etapa complicada en lo laboral—, pero estuvo el Peda, que me ha compartido estas fotos. Todo de esa visita me pareció grotesco, ridículo, obsceno, de vergüenza ajena - lo de la carroza, para gritar. Menos mal que los de "Led By Donkeys" ("Dirigidos por asnos") hicieron una de sus performances en una torre del castillo de Windsor, donde proyectaron la historia de amistad entre este tipejo y Epstein, otro amigo de los niños. Si no la habéis visto, está aquí.  Son geniales, pero ya hay cuatro detenidos. Las fotos son de mi enviado especial, el Peda. 


"Tantas cosas mal, tan poco cartón"

Al fondo de esta calle está el palacio de Buckingham. El sábado todavía quedaban restos de la visita...

Ninguna bandera me pone de pie

Este sábado 20 fue la de "Make them Pay" ("Hazles pagar"): de nuevo, una coalición de la sociedad civil entre los movimientos climáticos, obreros y de justicia social. Exigen (exigimos) acciones que puedan abordar la crisis climática y la injusticia social, reconstruyendo la sociedad para quienes la mantienen en funcionamiento, no para los ricos y poderosos. A esta sí que pude ir, y termino con algunas de mis fotos que, frivolamente, también pueden servir de turismo por esta ciudad tan bonita y tan llena de injusticia.



Oxford Circus, cabeza de mani

Haz que paguen los que contaminan

Estado de bienestar, no de la guerra
(Regent's St)

Que paguen impuestos los superricos

Para nuestos coles, para nuestro NHS, para nuestro clima:
Hacedles pagar

 Lo confieso: me hubiera encantado el megáfono un ratito

No financiéis los combustibles fósiles,
sí el NHS y los coles

 Proteja,mos a los trabajadores, no a los billonarios

 Picadilly Circus,
 con las pantallas que intentan
emular a Times Sq. 

Picadilly Circus, con Cupido de fondo. 
Esta performance no sé si era parte de la mani

Más Piccadilly Circus:
Creemos un futuro mejor; que paguen los que contaminan

Nelson observa el panorama desde ahí arriba
en Trafalgar Sq.

Bajando por Whitehall, al fondo se ve el Big Ben

"La única minoría destruyendo este país son los billonarios"
dice la pancarta de esa chica.
Ya está bien de culpar a los inmigrantes

Pasando por 10 Downing St:
Despierta Starmer





Al final en el rally habló mucha gente y, aunque no me pude quedar a todo, voy a enlazar a uno de ellos, el economista Gary Stevenson autor de "The trading game" ("El juego del dinero: Un intruso en la cima del mundo") porque lo entrevistaron en Carne Cruda hace un tiempo y por tanto está traducido [también tiene un podcast donde os contará su vida, que es interesante].

A ratos pienso que no hay nada que hacer.  Que han ganado. Pero si miro adentro, siempre me queda una lucecita y un hay que seguir luchando, hasta la victoria. Siempre.


19 septiembre 2025

"El diario de un hombre decepcionado" de WNP Barbellion: Un naturalista diseccionándose a él mismo

Más de un mes me ha costado leer este libro, que empecé en la Albania profunda, por aquello de que el tiempo que normalmente dedico a leer, en agosto lo paso escribiendo los diarios. Precisamente al ser fragmentos, ha sido fácil dejar y retomar, leer un poco una y tarde y nada la siguiente, beberme un año de golpe, y luego ir día a día. Ha sido curioso leer un diario mientras escribía un diario: ambos comparten ser clásicos (ji) no muy conocidos por el público. A mí me llegó gracias a la recomendación de la divaganta Daniela (gracias darling), pero hasta en la prensa titulan artículos así: "Barbellion: The greatest diarist you've never heard of".

Bruce Frederick Cummings nació en Barnstaple (Devon) en 1889. Desde los trece años empezó a escribir un diario y el libro comienza con una entrada a los 15 con una deliciosa voz infantil, pero en la que se resume su manera humorística de estar en el mundo: 
"Estoy escribiendo un ensayo sobre la historia natural de los insectos y he abandonado de momento la idea de escribir sobre 'Cómo pasan el tiempo los gatos'"
Porque este es un niño apasionado con la naturaleza: todo lo que ve a su alrededor le interesa, le fascina, le causa curiosidad. Cuando publica por fin, lo hace con el pseudónimo "WNP Barbellion" [antes muerto que sencillo]: Wilhelm Nero Pilate (quería las iniciales de tres hombres abjectos de la historia), y Barbellion, que era una tienda de caramelos que estaba cerca del Museo de Historia Natural, en Gloucester Road. Hay muchas entradas —tal vez las que menos he disfrutado yo— sobre historia natural: describe con "alegría furiosa", como dice él, nidos que se encuentra y todo tipo de animales que estudia. Tiene una pasión por la vida extrema, "un estado mental en ebullición", que le da pena irse a dormir por perderse la vida.  Así describe su borrachera de vida: 
“Youth is an intoxication without wine, someone says. Life is an intoxication. The only sober man is the melancholiac, who, disenchanted, looks at life, sees it as it really is, and cuts his throat. If this be so, I want to be very drunk. The great thing is to live, to clutch at our existence and race away with it in some great and enthralling pursuit”.
"La juventud es una borrachera sin vino, dijo alguien. La vida es una borrachera. El único hombre sobrio es el melancólico, que, desencantado, mira la vida, la ve tal como es y se corta la garganta. Si es así, quiero estar muy borracho. Lo importante es vivir, aferrarnos a nuestra existencia y escaparnos con ella en una búsqueda grandiosa y apasionante".


Sin embargo, Bruce es un niño enfermizo: con frecuencia se encuentra mal y se rebela. A medida que pasan los años se hace más evidente y sus reflexiones escuecen: "Vivo en una ciudad más grande y más sucia [que Londres]: la enfermedad. La enfermedad, cuando es crónica, es como una ligadura permanente alrededor de tu vida". A veces damos esto por dado, sin plantearnos la suerte que es tener salud y olvidamos que injustamente, también hay jóvenes que no la tienen. 

Desde el principio sabes que finalmente Barbellion morirá a los 30 años de esclerosis múltiple, pero este no es en absoluto el diario de una enfermedad. Solo al final descubre su diagnóstico -que su mujer conocía antes de casarse, y aún así siguió con el matrimonio- y no es hasta las últimas páginas en las que habla más del tema y de la muerte. No es una persona que inspire sentir compasión: no va de víctima y su personalidad no deja indiferente, pero en esas últimas páginas es tan bonito cómo lo escribe ["estoy haciendo tiempo en el borde de un precipicio"] y su descripción de todo lo que ya no hará [cuando una vez me vi en ese precipio -drama queen-, eso es lo que fastidiaba: todo lo que me quedaba por hacer] es tan amarga que es imposible no emocionarse. Los diarios  pasan a estar más vivos cuanto más moribundo está él. Como digo, no quiere nuestra pena, y esta es la rabia con la que se dirige al lector que pueda estar compadeciéndole: 
“I am dying, but you are already a corpse. You have never really lived … Do you think I would exchange the communion with my own heart for the toy balloons of your silly conversation? ... Or my present tawdry life for yours as polished and neat as a new threepenny bit?”

«Me estoy muriendo, pero tú ya eres un cadáver. Nunca has vivido realmente… ¿Crees que cambiaría el conocimento de mi propio corazón por la chuchería de tu tonta conversación? ¿O mi sórdida vida  actual por la tuya, tan pulcra y ordenada como una moneda nueva de tres peniques?»



Hay que considerar que este libro fue escrito a principios del SXX pero toca temas de actualidad, que todavía no hemos logrado resolver un siglo después [el otro día alguien dijo sobre un tema científico -no recuerdo quién ni dónde, lo siento-: "cuando se llevan décadas sin dar respuesta a un tema, es que no estamos formulando bien la pregunta"]. El tema sin resolver es, por supuesto, la muerte digna. Hay muchos momentos de estos diarios en los que Barbellion plantea cosas como "No es la muerte, sino las terribles posibilidades de la vida lo que es tan deprimente" o "No tengo miedo de la enfermedad en sí misma, pero tengo miedo de sus efectos en mi mente y mi carácter". Habría que escuchar más a personas lúcidas que han sufrido como él.

Pese a todo, es un tipo cargado de sentido del humor: en una visita al médico — "los hombres de Harley St.", los llama; esta aún es la calle donde hacen su agosto algunos médicos que practican la medicina privada—  que adopta una posición como de rezo, comenta: "cuando el médico reza por ti, mejor llamar al enterrador". O tras la conversación con un cura: "Conozco a algunas personas más entusiastas de pulgas y gusanos que este cura con Jesucristo".  O su cosmovisión: “Civilisation and top hats bore me” ("La civilización y los sombreros de copa me aburren".


También hay mucha reflexión sobre el proceso de la escritura -siendo un diarista, qué esperar: a todos los que escribimos blogs nos encanta hablar -aquí tenemos hasta un distintivo, se llama "metadivagando"- de esta especie de esclavitud o droga ["caigo en este diario  como otros caen en el alcohol"] que ahora veo recomiendan por ahí los gurús de la salud -"journaling", le llaman. 
"He pasado un rato feliz leyendo viejas entradas del diario. Me entristeció y sorprendió ver cuántas cosas había olvidado. Olvidar el pasado tan rápido se me antoja como ser poco leal con uno mismo. Estoy tan egoístamente absorbido en mi yo del presente que me he acostumbrado a que los yo del pasado no me importen un pepino: esos queridos caballeros muertos que han estado alquilados en el templo de esta carne y que han pasado el testigo de mi vida y mi identidad personal antes de arrastrarse hacia la salida en silencio para modestamente descansar".

Impresionante: nunca había pensado en mis distintos yoes muriendo y pasando un testigo, pero es una imagen muy potente. Lo que sí que a menudo he pensado es lo de "ese bebé (Mini) no existe ya", y cuando miro sus fotos, supongo que como cualquier madre o padre. 

Barbellion comparte lo terrible que sería para él perder sus diarios: "¡Estos preciosos diarios! ¡Imagina que los perdiera! No puedo imaginar la angustia que me causaría. Sería la muerte de mi yo real". Igual termina algo dramáticamente, pero compartimos esa angustia por perder lo escrito, porque equivale a perder gran parte de la memoria. Que será fabricada y falsa, pero sigue siendo, en estos momentos, lo más parecido a lo que de verdad ocurrió. 



La Primera Guerra Mundial, de la que él es eximido por sus problemas de salud, está de fondo en gran parte de sus escritos. El autor explica cómo ha cambiado su identidad: en el pasado era un "inválido interesante" y ahora es un "perro con suerte". Antes "era una estrella con tragedia; ahora, estoy ahogándome y siendo ignorado". Cuando escribe  "¿Cómo puedo excusarme por seguir escribiendo sobre asuntos propios o zoología durante la mayor guerra de todos los tiempos?" me recuerda a mí misma, cuando pienso cómo, con el mundo en ebullición [y nosotros las ranas dentro del agua acostumbrándonos poco a poco a las temperaturas] sigo escribiendo miradas de ombligo extremas, como libros o mercerías art-decó. 

Su profundo antimilitarismo  -esto no se comenta en ninguna crítica de este libro- es de lo que más me ha gustado, y está presente cada vez que habla la guerra. Si le hubiera tocado ir, nunca hubiera aceptado ser un soldado, matar a otros. Denosta a los periodistas a los que se les llena la boca de lo "grande" que es, el drama, la inmensidad, la catástrofe sin parangón. "¿Por qué llamar a esta vergonzante basura con frases grandilocuentes, como si fueran una tragedia de Eurípides? Deberíamos encubrirla, no presumir de ella, mencionarla con sonrojo".

No hay nada nuevo bajo el sol: ¿Alguien se acuerda del "saldremos mejores" de la pandemia, que resultó ser un bluff? Pues esto ya estaba inventado: Barbellion reflexiona sobre lo que hace la guerra en la gente: 
The War is searching out everyone, concentrating a beam of inquisitive light upon everyone’s mind and character, and publishing it for all the world to see. And the consequence to many honest folk has been a keen personal disappointment. We ignoble persons had thought we were better than we really are. We scarcely anticipated that the’ War was going to discover for us our emotions so despicably small by comparison, or our hearts so riddled with selfish motives. (...) We are like a nest of frightened ants when someone lifts a stone. That is the world just now.

La guerra nos está buscando a todos, concentrando un inquisitivo rayo de luz  en la mente y el carácter de cada uno, y publicándolo para que todo el mundo lo vea. Y la consecuencia para mucha gente honesta ha sido una profunda decepción personal. Nosotros, personas innobles, nos creíamos mejores de lo que realmente somos. Apenas previmos que la guerra nos descubriría nuestras emociones tan despreciablemente pequeñas en comparación, o nuestros corazones tan llenos de motivos egoístas. (...) Somos como un hormiguero asustado cuando alguien levanta una piedra. Así es el mundo ahora mismo
¿No es maravilloso? Y tan actual, sin falta de estar en guerra. 

Barbellion publicó su diario anunciando que había muerto el 31 de diciembre de 1917, aunque era mentira: cuando se publicó en marzo de 1919 aún estaba vivo, pero murió seis meses después. Dijo que estaba de acuerdo con los críticos que decían que era un buen libro, que él era un arrogante o que estaba loco. También que "ningún escritor se atreverá a estar vivo después de escribir semejante libro".

Y es cierto: a ratos Barbellion exasperará al  lector, a ratos se verá reflejado (estos pueden ser los peores momentos porque dice cosas que no te atreverías a decir): su honestidad es brutal. En todo momento, cualquier lector, hasta el que no lo hace, subrayará o anotará sin parar porque es imposible arriesgarse a olvidar esa frase, cualquiera, "Lo único que puede hacerme la muerte es matarme", o "Hope thou not much; fear thou not at all" ("No esperes demasiado, no temas nada"). 

En un divague, por largo que sea, no podría explicar lo que lo hace especial estos diarios de un hombre enfermo: paradójicamente, su vitalidad. 



16 septiembre 2025

Robert, el Brad de mi infancia

 Robert Redford era el Brad Pitt de mi infancia: así le he explicado a Mini quién era este señor que ha muerto hoy. Con esta idea fuerza y la de hacer un divague-haiku aniado esta entrada al distintivo  "Burla burlando" —título robado a Cortázar— que no es otra cosa que obituarios de gente que ha marcado mi vida, y ya hay unos cuantos.  

Como eso es un blog personal, se habla de lo que supuso esa figura para la bloguera en cuestión —en los periódicos contarán su vida, sus ideas, su apoyo al cine indie y todo eso. Así  que cómo no comenzar con que Robert era el guapérrimo por excelencia: para mí, incluso frente a otro guapo canónico, Paul Newman, ganaba él. Sé que esto puede generar controversia, pero yo era del Team Redford. 

Hay muchas pelis, pero creo que en la que más guapo está es en "The way we were" (Sydney, Pollack, 1974) ("Tal como éramos"): hace mucho tiempo que no la he visto, pero me parece un buen aviso para navegantes para jóvenes incautas que, bajo el txumani de endorfinas ese maravilloso, crean que una relación duradera con alguien en tus antípodas ideológicas pueda funcionar - se admite el crush tonto de verano: quien no haya caído, que tira la primera piedra. 



La otra es "The sting" (George Roy Hill, 1973) ("El golpe"). Esta cinta tiene una historia personal: cuando llegó el vídeo a mi casa, esta peli estaba por ahí y pasó a ser la favorita de Fashion. Tendría ella unos 7 años, y la vimos tantísimas veces que nos aprendimos trozos del guión de memoria: "trampeando por esos pueblos de inmigrantes, siempre con la policía pisándome los talones".  Luego hemos usado esa frase muchas veces en nuestra vida, sobre todo para reírnos de nosotras mismas: somos en realidad unas impostoras o timadoras como Paul y Robert. Ya se me ha pegado la banda sonora... 



Y cómo no, yo tenía 15 cuando se estrenó "Memorias de África" (Sydney Pollack, 1986). Con la banda sonora de John Barry que corrí a comprarme al salir del cine —también el libro de Karen Blixen,  que no terminé—, con esas imágenes de Kenia desde la avioneta y, por supuesto, con esa escena de lavado de pelo. Si lo pienso, esta peli significó mucho para mí en esos momentos en que estás decidiendo lo que quieres hacer con tu vida. La prota fue una inspiración: una mujer fuerte que saca una granja adelante ella sola -en aquella época no me planteé rollos coloniales, aunque es imposible que no te chirríe su relación con los trabajadores. Ella y muchas otras lecturas o pelis me dieron alas para viajar, para no quedarme en la ciudad donde estaba. Y como a esa edad todo es épico, me veía con "Médicos sin fronteras" á la "Historia de una monja" atea en esas sabanas salvajes salvando africanos (¿alguien dijo colonialismo?). ¡Atención, spoiler!: nada de esto ocurrió, ni tampoco me enamoré del prototipo Denys Finch-Hatton, el cazador británico que interpreta Redford, el típico Aquiles que nunca está ahí cuando se le requiere, como plantilla para mis futuras relaciones. Tuve una amiga que sí compró esa historia, y lo que sufrió la pobre—pero culparemos a su padre. Sobre el tema gorditos vs. malotes, se ha divagado aquí.


Un abrazo,  Robert, el Brad de los 80... 

13 septiembre 2025

Diario de una mujer horrorizada

Estoy terminando un libro titulado "el diario de un hombre decepcionado", y de ahí mi título. Nótese que me he llamado a mí misma mujer, cuando suelo pensar en mí misma como "chica", pero es que "el diario de una chica horrorizada" le quitaba gravitās. Así me siento últimamente, pero especialmente hoy, cuando 110.000 matones con banderas de St. George por capa han tomado las calles de la ciudad. Me enteré ayer, cuando una circular del curro avisaba al personal de diversidades étnicas varias que trabajaba el sábado que cogieran taxis -el trabajo correría con la cuenta- para evitar abusos y enfrentamientos en el transporte público. No podía dar crédito: que hayamos llegado hasta aquí. En la plaza del Museo Británico, en Russel Sq. comenzaba la mani de los antirracistas: 5000 personas. Recordé el millón que estuvimos en el no a la guerra en 2003. 


Odio las banderas. Hubo una época, cuando el PP inflamaba el souflé catalán, que estaba todo lleno de banderas colgando de los balcones. En Vetusta aún queda alguna tirando a deshilachada, pero la mayor parte se ha ido. Aquí, sin embargo, parece que están llenando Inglaterra de la bandera de St. George, la asociada a la extrema derecha. Es insoportable.


Este finde también empezaba Open House, el festival de puertas abiertas que todos los años suelo reportar aquí. Yo tenía planeado ir al Isokon Building en Hampstead, pero he decidido que tal vez no era buena idea meterme hoy por el centro de la ciudad. Así que ha venido a comer nuestro amigo David, con el que siempre solemos hacer Open House, y hemos hablado de la vida y del mundo. David es originariamente judío -aunque ateo- y le amenazaron de echarle del partido laborista por antisemita. Con él he estado en el pasado en una concentración apoyando a Palestina. 



El otro día, en la concentración por Palestina arrestaron a más de 900 personas, muchas de ellas jubiladas. Si llevas un cartel que ponga que apoyas a Palestine Action, eres terrorista. Porque Palestine Action lo es, según este gobierno, por usar métodos clásicos de desobediencia civil como hacer unos grafitis, ocupación de espacios y destrozos de mobiliario urbano. Vamos, que aplaudamos el coraje de las sufragistas que hicieron lo mismo, pero ahora ya tal. 

Cuando veo a esa masa de racistas ultraderechistas, extremadamente cabreados, me desespero. ¿Dónde estaban antes? Cada vez son más, en más sitios. Y cada vez habrá más porque las tasas de natalidad están cayendo mucho más rápido en la izquierda progresista que en los conservadores -estos últimos siguen teniendo el mismo número de hijos que hace décadas. Este es el gráfico del Financial Times de John Burn Murdoch. 


La gente de izquierdas también se define como menos felices que la de derechas. A mí me da para algunas conclusiones: cada divagante que saque las suyas. 

El que no recuerda su pasado está condenado a repetirlo: como el SXX fue tan bien, volvamos a los años 30. Que es un poco lo que hicimos ayer, pero de otra manera: nos colamos en Du Cane Court, un edificio art deco maravilloso construido en 1937 en Balham. En su momento era el edificio con más apartamentos de Europa (676), vivían en él artistas del music hall, tenía sala de baile, bar de cócteles, billares, restaurante y otras zonas de socialización. También había radio en todos los apartamentos, y dicen que el director del edificio retransmitía durante el Blitz si "un apartamento en el piso 2 del bloque H" tenía las luces encendidas: ¡apáguenlas!  



Curiosamente, durante la Segunda Guerra Mundial no fue bombardeado, pese a que a 300 metros una bomba rompió un tubo que inundó la estación de metro de Balham en la que murieron ahogadas 66 personas, como recordará quien haya leído "Atonement" ("Expiación") de Ian McEwan (o visto la peli de Joe Wright). Hay varias leyendas sobre las razones: la primera, que Hitler lo quería como su base de operaciones tras la victoria; otra, que estaba llena de espías, pues durante un ataque se vio a un hombre flasheando una linterna, presumiblemente indicando algo a los pilotos de la Luftwaffe, así que podría haber sido un orientador para los alemanes. La tercera es que desde el cielo parece una esvástica, pero la verdad es que no. 

Allí me colé y en tu edificio art deco me planté

No es Open House en Du Cane Court, pero igualmente nos colamos, preguntamos a un recepcionista muy aburrido si podemos hacer fotos, nos subimos en los ascensores y llegamos hasta la planta séptima, desde donde se ve Crystal Palace y que está llena de pasillos interminables con moqueta roja, tal vez herencia de los artistas del West End que un día vivieron aquí. Cuando salimos, vemos alguna gente en bicis del alquiler eléctricas con la bandera de St. George: deben venir del centro. 



Tras horas de reunión con la cúpula editorial de D&D, he decidido no poner fotos de esta gente, ni de la manifestación, así que tal vez el lector se pregunte qué relación con este horror tienen las fotos que he incluido: son de la tienda de telas de las que ya no quedan a la que fuimos al salir de Du Cane Court. He pasado por ahí tantas veces y nunca se me había ocurrido entrar: a veces, la belleza pequeña está ahí delante y pasamos de largo. Se las dedico a mi amiga y divaganta Marisa, con la que aspirábamos a montarnos una mercería de barrio: quién nos iba a decir que teníamos una tirando a industrial cerca de casa. 

Cogiendo ideas para la mercería

Este sigue siendo el diario de una mujer horrorizada, que por un rato se ha refugiado en un edificio de casi un siglo, en una librería de segunda mano de Oxfam [de donde salí con cinco libros, pero esa es otra historia] y, por supuesto, en una mercería.