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27 noviembre 2019

Serial 9.

Anoche salimos de Serotonina mucho antes de lo que hubiera querido Yolanda. Qué grande, bautizar a un bar con nombre de neurotransmisor. Oh Serotonina, allí me iba a pasar horas y horas de mi tiempo libre en Banderley;  yo, que no era particularmente de bares ni del bebercio. Aquí aprendería muchas cosas, la primera que los ingleses beben a otro nivel; sur de Europa, diletantes! Y los irlandeses!... de ahí que Yolanda nunca se quisiera ir. Cualquiera de mis amigos fiesteros peninsulares aquí pasaría por un aficionado. Oh, las famosas rondas donde la pintas de cerveza aparecían y desaparecían, y vuelta a aparecer, menos para mí, que me acababa juntando con tres, Mariona la esponja. En estos años me he llegado a plantear si, como los orientales, tengo problemas con la enzima alcohol deshidrogenasa, que transforma el etanol en el tóxico acetaldehído, que sienta fatal. No es que me ponga roja como un tomate como los asiáticos del este, pero sí que llegado un momento, mi estómago no responde, se cierra, dice basta. Aunque, cartas boca arriba, también hubo noches "memorables", así llamadas precisamente porque aunque lo que quieres es olvidarlas, el personal insiste en magnificarlas, corregirlas, ampliarlas y, en una palabra, imprimir la leyenda. Nunca logré disfrutar de la Guinness, castigo que estando tan al norte y teniendo como amiga a Yolanda, era algo casi imposible de evitar. Pero fui, a mi pesar, leyenda. Más sobre esto en algún punto de Serial (donde esperamos que por fin haya pasado algo). 

Hoy tengo que llegar muy pronto a la planta, a ver si logro hacerme un hueco bajo el ala de Cook. No que quiera convertirme en uno de sus estúpidos castratti, pero estaría bien, como reto de hoy, que no me mande a casa a la media hora. Para ello, llegar una hora antes de la que estipula el contrato que firmé y, sobre todo, desterrar para siempre los vaqueros. Frente al armario considero entonces, mis limitadas posibilidades: tengo los inefables 501 en todos los colores... seguro que el viejo Cook no reconoce que son vaqueros, si voy con los negros. Aún así, hoy no me atrevo a probar, y me decido por una falda. Pero, el espejito mágico dictamina: demasiado corta. Saco la petite robe noire, el vestidito negro tan esencial en todo armario según Christian Dior: pero dónde vas, a una fiesta? Otra falda: pareces una colegiala. Un pichi: sin comentarios. Se ha hecho una montaña encima de la cama, estoy en esa odiosa situación del "no tengo nada que ponerme". Y no solo eso, además estoy atrapada a decenas de kms de la tienda más cercana, que sin duda será "Saldos La Dalia", en Whitby. Me tengo que ir ya y estoy en bragas. Literal y metafóricamente. 

No hay nadie en la cocina y el cielo, tozudo, no piensa en amanecerse (me gusta aquí este uso del reflexivo, seguro voces divergentes). Me costará aún unas semanas darme cuenta de que no es nada personal, que en estas latitudes simplemente es casi siempre de noche al final del otoño, y en invierno. Porque aunque de hecho salga el sol, los días son tan encapotados y oscuros, que sinceramente da igual. Vamos, es casi peor, llegas a añorar las noches de 6 meses de los polos, porque por lo menos ahí no tienen la esperanza de vaya a amanecer (y porque, seamos realistas, no hemos vivido en los polos). Aquí, todos los días, la estúpida ilusión; y todos los días, tortazo. Los días negros, las noches blancas. Dovstoieski. Lo que sea. Mientras me como los Weetabix con el ultimo culo de leche y sin fresas (juraría que dejé una barquilla aquí) apoyada en la encimera, se confirma en el reflejo del ventanal que por fin me he puesto el pichi negro con camisa blanca: soy la Mrs Honey de Matilda, o la Srta. Rottelmeiher. 

Un ruido en el pasillo me hace componerme: es Morgana. No la he visto desde la fiesta  sorpresa, pero Yolanda me ha hablado de ella. Mi conclusión (a compartir con nadie,  nadie por aquí conoce a Sabina): Morgana es la prota de "19 días y 500 noches",  siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga, y la falda muy corta. Una mujer de rompe y rasga, como quiera que eso se diga en inglés. Y efectivamente, ahí la tenemos, con el eye-liner perfectamente dibujado, que yo he desechado por las horas intempestivas, un vestido como el negro, que yo he desechado por festivo, y unos tacones asesinos, que yo he desechado por feminismo.  Todo lo que tú hagas en Banderley -me digo- Morgana lo habrá hecho antes, y con estiletos. Qué bien huele, es como siempre la interacción química de la piel con el perfume, ese algo puramente biológico que lo convierte en algo mucho más interesante en quien tiene las feromonas adecuadas.  O de Lancome?  No creo.

- Perdona? - Esta soy yo, haciendo el idiota, porque me lleva hablando un rato mientras yo hago de perfumista. 

- No, te preguntaba si hay leche...

- Eh, ah, no, me he terminado la poca que quedaba-y miro al bol entre mis manos, que me incrimina-... cómo va lo de la leche en la casa? 

Me mira como si fuera un escarabajo extraño. Ya me dijeron que la cestita metálica que hay a la izquierda de la puerta, en la calle, es donde el lechero deja las botellas de leche cada día. Son de cristal, tan vintage que seguro son las mismas que usaban en la Segunda Guerra Mundial. El primero que sale de la casa ha de subirlas, no cuesta tanto, algunos siempre alegan prisa, las dejan ahí y el conflicto es por la noche el tema principal de la cena. 

- Ah, sí... creo que recuerdo eso de la noche de la fiesta, pero no he vuelto a ver a nadie de la casa y aquella noche...

- No importa, yo te iré explicando, un momento- y desaparece, volviendo enseguida con tres botellas.- Ya... quieres un té? 

- Voy con algo de prisa - Sueno a excusa.

- Pero si  los las 7:30... 

- Ya, pero ayer aparecí en la planta a las 8:30, media hora antes de lo que pensaba, y Cook ya llevaba por lo visto media hora de reunión con el equipo y...

- Ah, vale. Cierto. Estás con Cook. Entonces sí... vete cuando creas. Claro que un día él llegará a las 11, y otro día a las 6. Nunca puedes saber con él.

- Trabajaste con él? 

- Ermmm... no. Pero he oído historias... ya te contaré. 

- Historias?

- Sí, no sé, a ver, historias, mejor llámalo un ambiente denso en esa planta: entre él y Harding consiguen que... 

Plop, ha saltado la tetera, que también parece vintage, un pequeño electrodoméstico soviético, con todas las pegatinas típicas de las instituciones "comprobación eléctrica pasada en tal fecha", y Morgana se está poniendo el té. No sé si es muy guapa, pero es de aquellas que lo intenta tanto, y que tiene tanta confianza, que consigue venderte la moto. De la fiesta aquella me llega un recuerdo, que en Banderley llaman intrusión: sus padres son de una familia rica de Kerala, pero ella es ya segunda generación. No tiene acento indio y es más inglesa-si pensamos en el vino blanco-que las que aquí. Pelazo impresionante, con movimiento y vida propia. 

- Qué perfume llevas? 

Antes de terminar la frase me doy cuenta de lo inapropiado, por personal, de la pregunta.  En qué estoy pensando. No fue ayer mismo cuando aquel paciente, Mr. Wood, me dijo que le gustaba como olía yo? Ay, y sentí como si el tal Mr Wood me estuviese oliendo de arriba abajo: "Una mujer debe ponerse unas gotas de perfume donde quiere ser besada", la frase Coco Chanel se filtra así sin permiso (intrusión, en Banderley), y entonces, qué lío, Mr Wood recorriendo mi cuerpo, imagen potente donde las haya para esas horas de la mañana. Cuando bajo de este momento semierótico-disociativo, Morgana, como el dinosaurio, todavía está ahí. Y afortunadamente, a ella le ha debido parecer una pregunta inofensiva. 

- Oh, se llama "Retrato de una dama", de Dominique Ropion... 

- Te sienta muy bien. 

Madre mía, sigo cavando en mi agujero. Y continúo, explicándole que precisamente cualquier otra persona con ese perfume no haría el mismo click. La pobre me sonríe, qué amable, y sigue tendiéndome una mano, como si yo pudiera ya salir del pozo:

- No es muy conocido...

- Ah no -risita nerviosa, me odio- solo conozco la novela. Nanosegundo incómodo, pero ella me rescata de nuevo:

- Buf, yo ni idea de literatura: solo leo psiquiatría y... el Vogue.

Con la cuchara señala la pila de revistas en la esquina de la sala. Hace una especie de mini-disertación sobre "por sus suscripciones les conoceréis": Sandip revista de criquet, Richard, de rugby y... de repente se para en seco, como cambiando de tema:

- Te tengo que presentar a Isabel, Isabel Archer: está en la casa de Edimburgo y lo ha leído todo. Escribe poesía y dice que está trabajando en psiquiatría solo para conocer al género humano, para poder escribir mejor- Hay inflexión en la voz, en "género humano", drama, drama.

- Estas de broma, no se llama Isabel Archer.... -me mira incrédula mientras asiente, no entiende-. Isabel Archer es el personaje principal de "Retrato de una dama"-le digo, como protestando. Morgana se echa a reír.

- No he leído a Henry James, así que no tenía ni idea. Ella se llama Isabel Archer, en serio. Y tampoco bromeo cuando te digo que con ese pichi, hoy vas a triunfar. 

Por segunda vez esta mañana, no sé dónde meterme. Era mi absoluta única opción, estoy dispuesta a iniciar una disertación autocrítica (y eso que acababa de llegar, hoy en día tengo un máster porque esta es una habilidad imprescindible en esta isla). Pero parece que Morgana no está de coña, y desde la superioridad que le da ser la residente más estilosa de Banderley, me lo creo: mi atuendo hoy tiene un pase. 

- Ese rollo colegiala católica le va a poner mucho a Cook. Claro que cuidado con el ama de llaves de El Resplandor... -Y con esto da un salto, deja su taza en el lavaplatos y concluye- Pasa un buen día, me voy a nadar!

Mientras cruzo la pradera hacia Banderley-C me planteo, pero acaso había ama de llaves en El Resplandor? 
 Yo solo recuerdo a las niñas del pasillo. Y tengo miedo.  Pero mi paso es firme, porque Morgana me lo ha dicho: hoy voy a triunfar. 

1 comentario:

  1. Bueno, en este capítulo está más claro que quien escribe es una mujer.
    No es ningún descubrimiento, pero después de leer los comentarios de "fuera de serial", ¿quién se atreve a opinar?. Más bien estoy para fijarme que para criticar, aunque desde mi reconocimiento de tener muy poca idea de cómo se escribe una novela puedo seguir haciéndolo, claro.
    Por cierto, San Valero parecía mayo.

    Un abrazo

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