Todo lo que se diga de los hoteles en esta isla no les hace justicia: son peores. Llegar de noche no ayuda, o tal vez sí, lo veré mañana. Estoy en una casona tal vez georgiana con porche de columnas grandilocuentes, en una calle llena de idénticas casonas quizás georgianas que a saber lo que fueron en su día, hoy son todas “guest houses”, casas de huéspedes, viles pensiones que intentan engañar con su fachada y con sus carteles luminosos pretendiendo ser el “Grovesnor Hotel” o el “Mornington Crescent Hotel”. Por dentro, el horror vacui impera. Hablar de las moquetas y los edredones florales -para cuyo encuentro ningún aviso preliminar puede prepararte- sería manido, pienso, mientras me enfrento a dos cisnes hechos de toallas sobre la cama. Pero es tal la emoción de estar en Londres que, desde este ángulo dudo: ¿son un par de cisnes o, para, un momento, un corazón? Eso cambia las cosas.
Me duermo con el neón de la casa de huéspedes de enfrente parpadeando a través de las cortinas - motivo ornitológico, ya que preguntan- y gritos de algún borracho por la calle. Mañanapuedocaminaralcursoquémaravilladeviajeentrenloscoloresde. Y plof. Lo siguiente son ruidos de pasos por la escalera, veinte minutos antes de mi despertador. Así que, tras desayunar sola (¿dónde están los de los pasos?) salgo caminando hacia la Tavi. Compruebo el bolso apoyada en una columna: una novela, chicles, monedero, cacao, kleenex, mi pluma, dicen que papel te dan allí. Giro a la izquierda, a la derecha y me adentro en probablemente la calle más bonita del mundo: casas y casas blancas, todas de época, con wisteria enmarcando las puertas y arbustos de lavanda o romero detrás de la valla. No me sorprendería que se abriera una puerta y saliera la Sra. Dalloway. Lo siguiente, una placita redonda con jardín cerrado en el centro, supongo que para residentes. Vaya, me he dejado la cámara en el hotel. Por fin, ahí está Sigmund, haciendo como que piensa muy fuerte en su estatua, y detrás la Tavi.
Mientras espero a registrarme me fijo en un chico. Por la mirada, lo sé: es español. Y no, no es que parezca español, esto lo he pensado muchas veces luego- podría ser italiano o portugués- pero es que su manera de mirar es de allá, eso se sabe. Es alto, pelo castaño, muy bien vestido, está bastante bueno. Cómo ponerte delante de un desconocido y decirle “tengo un poder y sé que venimos del mismo sitio”. Un comienzo raro. Por un momento nuestras miradas se cruzan y el tío no sonríe: se confirma, es un creído español. Un guaperas inglés te sonríe. Los ingleses en general son amables y no disimulan al nanosegundo, como nosotros: eso lo he aprendido en el internado que vivo. Por fin llega mi turno, y la persona detrás de la mesa, ella sí, toda sonrisas, me pregunta mi nombre.
-¿¿¿Mariona Calleha??? Niña… ¿a mí eso me suena a española?
Momentos de confusión, porque ese Calleha no es con la hache aspirada de los británicos, es con la gracia de los andaluces. El guapetón perdonavidas está delante de mí, pero al ponerse a hablar se transforma en otra persona, se esfuma la arrogancia, es simpatiquísimo. Se llama Wenceslao, pero hay que llamarle Wences, “por razones obvias”. Lleva casi tres años viviendo en Londres, al principio estuvo poniendo cafés y pintas hasta que logró aprender inglés. Yo le parezco una valiente (inconsciente me lo dirá más tarde), llegar y ponerme a currar. De psiquiatra nada menos, que si me dijeras cirujana o, aún mejor, anestesista, aún ¿pero este trabajo nuestro que consiste en determinar si alguien tiene “desorden formal del pensamiento”? Le encanta Londres y, ¿qué (hostias) hago yo en “el asylum”? Cómo que si lo conoce? como todos ha oído mil historias, y quiere saber si hay algo de verdad. Cuando me está prometiendo que su objetivo será arrastrarme a la City -el lugar del que nunca debí salir aquella noche que llovía tanto en Victoria-, una de las sonrientes nos hace pasar: ya comienza la primera clase.
Bethlem Royal Hospital |
Miro a mi alrededor: los compañeros parecemos el crisol de las civilizaciones, indios, africanos, blancos, de los que una minoría serán británicos. A estos no les gusta hacer psiquiatría, la especialidad cenicienta de la medicina; claro que a los ingleses tampoco les gusta hacer ni medicina en toda regla, ni cardiólogos quieren ser. Para qué sacrificios con lo cómodo y la pasta que se hace “vendiendo humo”. Eso es lo que hacen los ingleses: ya decía Napoleón que era una nación de tenderos; ahora vender relaciones públicas, la vieja gloria de su educación en universidades antiquísimas pagadas por chinos, y las pantallas llenas de números que solo los becarios más jóvenes entienden en la City. Es todo mentira.
En la primera pausa para tomar el té con galletas Wences y yo nos sentamos en una esquina y desaparecemos, ajenos al resto que intentan esa charla convencional educada con gente que no conoces y a quien no piensas ver más en la vida. Con Wences es todo lo contrario: algo me dice que va a ser alguien que se va a quedar en la mía. No es solo eso, pero además me envuelve la magia de estar hablando en castellano tanto tiempo seguido; desde hace tantos meses, solo los ratitos contrarreloj del teléfono. Me escucho pronunciar las palabras, con esa agresividad de la erre, de la jota, con qué facilidad, sin tener que pensar activamente en evitar la “e” delante de las eses iniciales del inglés, por ejemplo. Creo que he empezado a pensar en el idioma del imperio, tal vez a soñar, y no puede ser: necesito a un Wences en mi vida. Además, su acento es una maravilla, lleno de gracia y alegría, y me llama niña todo el rato, y me agarra del brazo para enfatizar. Mi gay-dar nunca ha sido demasiado bueno, pero en ese momento, me asalta una duda, y enseguida tengo respuesta: Wences vive en Clapham, un barrio del sur, con su novio Rob, un radiólogo al que conoció al poco de llegar. Todos aquí huimos de algo, pienso, o igual no. Wences trabaja en el Maudsley, el hospital de salud mental con mayor prestigio de este país. Viene a ser como la Tavi, donde estamos, pero en serio, dice Wences, todo es medicina basada en la evidencia allá abajo-está en un barrio chungo llamado Camberwell-, es muy modelo médico: en resumen, tienes que venirte pacá, chiquilla!
El Maudsley fue fundado en 1923 por -adivina- Henry Maudsley, el prestigioso psiquiatra que soñaba con un centro de salud mental en la ciudad. Hoy en día pertenece al mismo grupo de hospitales que el Bethlem, de donde viene la palabra de uso común en inglés “bedlam”, locura, jaleo, algarabía, y que hoy se encuentra a las afueras en Kent, pero que un día fue el hospital psiquiátrico más antiguo de Europa, fundado cerca de Liverpool Street en 1247. Luego vamos a cenar a Liverpool st, hay un restaurante japonés maravilloso, te gusta el sushi, o mejor, vamos a SoHo, te quiero enseñar… Los ojos de Wences brillan y yo le seguiría al fin de mundo, y eso que no me gusta el sushi.
El resto de la mañana se pasa de ley en ley, de caso clínico en caso clínico, ponentes hablando, o discusiones en pequeños grupos donde debemos debatir de un tema y luego poner en común. Por supuesto Wences es el portavoz de su equipo -un actor nato, cómo nos hace reír- y yo soy del mío cuando nadie quiere serlo - siempre hay el típico que tiene que hablar en un grupo, aunque no tenga nada que decir, y no seré yo quien intercepte su pequeño minuto de gloria.
A las 12:30, la comida consiste en un buffet en el que haces equilibrios con el vaso y el plato de pie. Allí conocemos a unas chicas que trabajan en Birmingham, tres chicos de Nottingham, el resto viven en distinto barrios de Londres. Los que insisten en seguir hablando de leyes están al otro lado: hay uno que podría ser Sandip. Todos podrían ser mis amigos de Banderley, pero a la vez ninguno. En el asylum somos todos personajes irreales de un mundo que ya no existe: hasta yo me resulto ajena. Una de las chicas de Birmingham me está preguntando si conozco cierta cadena de tiendas cuando me fijo en la mirada de Wences, hacia la puerta, y la sigo. Acaba de entrar un tipo de unos 30 que no solo ha hecho caer la mandíbula de mi amigo, sino que calla a la de Birmingham. Nos miramos como si eso no pudiera ser.
Cuando nos llaman a la clase otra vez, resulta que el tipo es el ponente de la siguiente sesión. Se llama Jack Buchanan, es abogado y nos va a explicar nosequé. Es negro, parte de su familia originaria del Caribe, la otra asiática, aunque él es segunda generación. Estudió en Oxford y queda claro que juega al rugby-esto no lo dice, pero es lo que quiero pensar, que no son horas de gimnasio frente a un espejo, pero ay, quién podría culparle. Lleva un traje tan bien cortado que imposible no pensar en la leyenda urbana de que los abogados aquí cobran hasta por escribir emails. Es tan guapo de cara que -hace mucho que no me pasaba esto-, intento disimular buscando mi pluma. Por supuesto, me pilla y me invita a salir a hacer el primer role play: él hace de abogado yo de experta en un juicio. Me quiero morir.
Wences me mira desde la primera fila, lo que le hubiera gustado salir a él. Me hace un gesto que es una intersección entre qué-miedo y qué-bueno-está-el-tal-Jack. Desde el estrado pienso en la broma generacional-nacional que solo Wences pillará: “busco a un hombre llamado Jack’s”. Evidentemente, Jack me destroza, y no es que se ensañe, pero es que yo simplemente no tengo ni idea de cómo pensar a esa velocidad y bajo esa presión. Esa presión. Solo quiero que acabe, y que no se acabe nunca a la vez. Él lo nota, y me deja ir.
No sé cómo transcurre el resto de la tarde: yo me la paso rumiando mi ridículo ante un grupo que me importa un pepino y ante el hombre más guapo del mundo, que ahí sigue, ahora con la de Birmingham que flirtea abiertamente con él: ¿cómo no hacerlo? A menos que seas retrasada mental como yo. Cuando terminan las clases, solo pienso en largarme al hotel de los cisnes: ya no sé ni por dónde he venido, pero era bonito y allí me espera mi libro y tal vez un personaje de novela de EM Forster en el comedor. Pero Wences: no me va a dejar escaparme tan fácil de ninguna manera, ya se ha hecho un grupo y me ha cogido de la mano. Vamos al pub.
Una primera ronda, estamos la mitad del curso, termino hablando con aquellos que no estaban en mi grupo, los otros son ya como de toda la vida. Todos creen que Wences y yo somos también viejos amigos. Es la primera vez en todo este tiempo que alguien me toca, literalmente, desde que llegué a esta isla. Pienso en Sandip, tieso como un sarmiento. Me abraza la cintura, yo tengo mi brazo por encima de su hombro. Nos veo desde fuera, como si fuéramos actores en un escenario: bravo, Mariona, gran puntería, con un gay. Pero bueno, qué importa, es una gozada.
García & Sons: un clásico |
Wences me da un toque indicando la puerta: ahí está, Jack Buchanan. Gorgeous, me dice al oído. Gorgeous es una de esas palabras que se usa continuamente en este país que nunca estudié antes de venir. Good-looking, attractive, handsome, stunning, beautiful, pretty, todas para indicar lo mismo, sí. Pero gorgeous la he descubierto aquí, con ejemplos bien concretos como Jack. Viene con un par de abogados más que nos han dado clase, y una organizadora. Se unen a nosotros y enseguida acaba en el centro de un subgrupo en el que todos, incluso Wences, le ríen las gracias. Yo he terminado, sin saber bien cómo, con un pesado que está escribiendo una novela serializada en su blog, y solo quiere hablar de eso. Con frecuencia me pregunto cómo ocurren esos movimientos fluidos en las noches de fiesta, por los que la gente pasa de conversación en conversación, de persona a grupo, sin que nadie se sienta ofendido: simplemente pasa. Así que estoy esperando mi siguiente pareja de baile pero el del blog no me suelta y el que sí se ha movido es Jack que está ahora hablando con la de Birmingham. En un nanosegundo me pilla mirándole, pero ya he aprendido a no desviar la mirada: le sonrío, y cambio de grupo. Y cambio, y risas, y cambio, y no-me-digas, y cambio, pero en toda la noche acabo en su grupo.
A las once y media suena la campana del pub: última ronda. Esto es uno de esos mitos que se estudian en clase de inglés, pero confirmo: ocurren. Cuando nos echan de mala manera, acompaño a Wences al metro, que ya está cerrado. Maldita ciudad, ¿esta es la que nunca duerme? Un taxi a Clapham le va a costar un ojo de la cara, aunque conoce una combinación de buses nocturnos que le han salvado otras veces. Le ofrezco la mitad de mi cama y uno de los cisnes toallas. Veo que el kitch del cisne le atrapa:
-Eres muy mona, pero no, seguro que no tienes desodorante de Hugo Boss, y sin él no salgo de casa.
-No, pero hay un cepillo de dientes extra -pongo cara de niña buena- Y el cisne.
Me da un abrazo del que me cuelgo como si fuera un náufrago. De lejos veo que llega el autobús: mierda.
-Ay casi me rompes una costilla con el libro ese que llevas en el bolso. Que por cierto, llevo todo el día preguntándome cual es- dice mientras se sube al bus.
-“La Regenta” -contesto, con cierta aprensión, debería haber leído esto hace tiempo.
-Pero tú, ¿de qué planeta eres, mi niña? - lanzándome un beso, justo antes de que cierren la puerta.
La descripción de las casas georgianas convertidas en hotelitos de mala muerte con ínfulas (y moquetas indescriptibles) es perfecta. Me ha retrotraído a mis primeras incursiones londinenses. Te ha faltado intentar definir su peculiar olor, que es casi en todas partes el mismo. Otro clásico de mi aprendizaje londinense fue pedir, por inercia, un café para desayunar, brebaje que casi debía escupir el primer día; a partir de ahí aprendí a pedir siempre té.
ResponderEliminarMe interesa mucho lo de las leyes, en especial la "Lunacy Act", porque en mi curso victoriano hablo de cómo muchos señores pudientes la usaban para internar a sus esposas cuando su comportamiento se desviaba un poquito de la norma. La norma que habían determinado ellos, claro. Igual te pregunto alguna cosa...
ELENA, qué tal. Los guest houses de LOndinium deben ser el horror pero yo... nunca he estado en ninguno! (así q me intriga lo del olor q comentas, lo q ganaría la descripción con el olor, el sentido más evocador... dime, es como a lejía, a rancio, a cerrado?) Hay uno al lado de casa (podría pasarme a ver cómo huele) de ese tipo q unos conocidos míos estuvieron una vez (no sé bien la razón, pq vivían aquí) y dijeron q era el peor hotel q habían estado en su vida, incluyendo viajes por el 3er mundo.
ResponderEliminarHe estado en B&B por todo el país, eso sí, así q he vivido lo de los desayunos. A mí no me gusta el café luego no he pasado por ese peq. rito iniciático tuyo, pero sí q recuerdo a gente diciendo "cruzas el canal y en cualquier máquina de carretera en Francia encuentras mejor café q en el Ritz de Londres". Las cosas han cambiado con las cadenas-te digo pq tengo alguien cercano enganchado a café del Pret. :)
Ah, qué de moda ahora lo de incapacitar a alguien por problemas de salud mental (B. Spears). Volviendo a los victorianos, seguro q sabes mucho más q yo (recuerda, del tótem "THe madwoman in the attic" solo he ido repizcando trozos). En el caso de Rochester, no es q usara la Lunacy Act precisamente :). Una de las pelis q más me han impresionado, basada en hechos reales en "Changeling" de Clint Eastwod con A. Jolie- el tema es indirectamente el mismo, en los anios 50 creo. Sinceramente, si una mira la historia de la psiquiatría es terrorífica (y una se pregunta sobre las burradas q estaremos haciendo ahora).
Buen finde xxx
di
¿Cómo definir ese olor de las guest houses? Para mí, es una mezcla de olor a comida (inglesa, o sea, cosas hervidas con salsa de bote) y a polvo, seguramente responsabilidad de las ubicuas moquetas, que deben de tener ácaros del tiempo de Matusalén. Es un olor levemente dulzón, no repelente, como podría ser un olor a moho o a podrido (aunque habrá casos, imagino, vista la antigüedad y el estado de muchos de esos establecimientos), pero muy distintivo. Es de aquellos que reconoces al instante si te los encuentras de nuevo.
ResponderEliminarMira si Rochester era prepotente que ni siquiera se molestó en recurrir a una ley, simplemente encerró a su mujer en el ático, mientras se dedicaba a flirtear con las chicas de buena familia y a intentar seducir a la institutriz. ¡Menuda pieza! Cuando hablamos de este personaje en los cursos victorianos tenemos un verdadero "field day", como decís por ahí.
Me tienes atrapadísima con ese olor, pq creo q sé a qué te refieres pero no lo localizo. Por ej, si pienso en olor de archivo hemeroteca viejo, por ej, ese lo tengo clarísimo, o mil otros... este voy a tener q hacer una investigación.
ResponderEliminarNunca he entrado en casa de Rose, "the madwoman of the basement" (has visto, somos la imagen especular de Rochester, tenemos loca en el bajo), nos comunicamos por notas-sobre todo ahora con la pandemia, está aterrorizadísima-, pero cuando a veces ha abierto la puerta, es horroroso. Debe ser esa comida q describes, no puedo con ella. Una amiga de MIni me dijo una vez q mi casa olía a "Lenor Ocean Escape" (bueno, esto te lo traduzco yo, ella dijo spr huele a esto, refiriéndose a una camiseta recién lavada) y yo creo q las casas o huelen a Lenor Ocean Escape o a White Linen o a nada.
Bueno, ya has visto q has activado un ensayo con esto del olor. Hay un montón de estudios q relacionan sentimientos de asco (por mal olor por ej) con la gente expresando mayor xenofobia por ej en esos momentos pq en el córtex insular tiene un papel en mediar el asco olfativo y gustativo en mamíferos y en mediar el "asco moral" en humanos. Sabes q los conservadores tienden a presentar con límites más bajos de asco q los liberales? Un mundo.
Cuando me tranquilice tengo q asistir a uno de tus cursos victorianos... estoy ya insalivando con el "field day" de Rochester el héroe byroniano atormentado. Me fascina ese tipo (como no leías el blog en esa época te enlazo un divague -breve, en aquella época me contenía- sobre estos tipos).
http://divagandodivagando.blogspot.com/2010/02/ya-no-quedan-heroes-byronianos.html
AH y otra cosa, no exactamente victoriano pero de enlazo un artículo titulado "The mad doctors: medicine & literature in finisecular Spain" (de 1880-1920)... Clarín, Galdós, Pardo Bazán, Arozín, Baroja, etc... cómo les influyó las ideas de salud mental q venían de Europa 9de hecho, en "La Regenta" se cita a Henry maudsley, del q he hablado en el diavgue). Ahi va: https://nottingham-repository.worktribe.com/output/1024380
Interesantísimo el artículo sobre "Mad doctors". Sólo lo he leído por encima pero seguro que sacaré algún material de ahí.¡Gracias! Y sí, las Brontë, que se habían educado con la biblioteca netamente romántica de su padre, estaban obsesionadas por los héroes byronianos.
ResponderEliminarTengo otros, pero q igual son menos relevantes para lo tuyo con las victorianas, como "la influencia de la psiquatría en Galdós" o "Ana Ozores y el modelo teresiano" -este último igual te podría interesar pq ponen como ejemplo de este modelo teresiano a nuestra amadísima Dodo de "Middlemarch". Puedo pasar por email.
ResponderEliminarLas Bronte y su biblioteca... imagina si nos pusiéramos a pensar en los libros de la biblio de nuestros padres q leíamos en los veranos largos aquellos (q la biblio del cole estaba cerrada). Yo he observado q en casas los padres de gente de mi edad se repetían los mismos libros del Círculo de Lectores. El q mejor recuerdo de leer bastante peque fue "El exorcista" con su tapa negra.
Pues, ya que te ofreces amablemente, no sé si lo podré utilizar, pero me interesa lo del modelo teresiano. También lo del Galdós, si no es muy "médico", que yo con la jerga psiquiátrica me pierdo...
ResponderEliminarYo he tenido la fortuna de tener unos padres muy lectores (y no de los del Círculo), de modo que en su biblioteca había de todo. También me alimenté bastante de la biblioteca de mi abuela, que tenía cosas ya pasadas de moda, de las que algunas regresarían merecidamente, como la obra completa de Wodehouse (creo que su traductor de los años cuarenta era amigo de mi abuela), que iluminó con su humor tan británico toda mi adolescencia.
Mi consuegro amplió estudios y trabajó siete años y pico en el Royal National Hospital, traumatología, finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Y en otro que no recuerdo cómo se llama, quizás Saint Thomas. Cada año volvía a Londres un tiempo, además de a otros muchos sitios, pero sobre todo Londres. Te hubiera encantado su biblioteca, no solo los libros médicos. Decía que apenas se encontraba con españoles, entonces.
ResponderEliminarSolo he estado una vez en Londres, bien, un apartamento en Shoreditch, que estaba cerca de Brick Lane, donde acabábamos llegando muchas veces sin quererlo y de un estudio de grabación con bar en el que también pasé bastantes ratos.
Me parece que escribes mejor. Mejor que antes. Puede ser el verano.
Un abrazo
Hola ANDANDOS! qué tal el verano? Wow, lo de tu consuegro debió ser una experiencia, como dices en aquella época habría muy pocos médic@s espanioles por aquí... cuando yo fuí debió ser la explosión (me contaban q en el hospital del colchester, un sitio pequenio, había 22!). AHora cada vez quedaremos menos, pq hay mucha gente q con los anios se va volviendo y pq con el brexit no podrán venir. Un compa mío francés, por ej, se vuelve por brexit. Y St. Thomas es el mejor hospital de Londres, enfrente del Big Ben (sur del río)... no lo digo por calidad, q no sé, sino pq ahí nació Mini :) Sobre su biblioteca, ya me tienes insalivando... :)
ResponderEliminarShoreditch as un barrio muy chulo, moderno, cool, es casi otra ciudad de donde vivo yo. Los barrios de LOndres son así, muy diferentes algunos, pero casi todos atravesados por hileras e hileras de casas muy bonitas (algunas extraordinariam bonitas, como este barrio q describo), intercaladas por trozos de "fealdad" brutalista q a mí me gusta o trozos de fealdad fealdad. Spr pienso: "mira, aquí cayó una bomba" e hicieron este desastre. Me gusta mucho la arquitectura y, en ese respecto, londres es un parque de atracciones. Tb Donosti, desde donde te escribo... y hasta se pueden encontrar partes preciosas en vetusta, placitas encantadoras, palacios de esos de arcos...
El verano es sin duda la mejor estación del anio, igual por eso escribo mejor para ti, jajaja. Gracias, you are too polite.
Un abrazo
di
Disfrutad, pues, del verano y de las familias, mientras podamos. Ya hablaremos.
ResponderEliminarUn abrazo