Era Agosto del 98 cuando aterrizamos en nuestro segundo asalto a la Inglaterra Profunda, Derby, tras aquel puerto pesquero decadente en el que habíamos pasado un año. Como en todos los peores lugares, el trabajo ofrecía alojamiento barato y nos puso en la planta baja de una casa de dos plantas; tú vivías en la de arriba, desde hacía un tiempo. La colina del molino de viento. Cuando te conocimos, tuviste que enseñarnos el pasaporte para que creyésemos tu edad. 38 años? Eso era toda una persona mayor para nosotros, que estábamos en la mitad de los 20 y éramos unos indocumentados. Tú, con casi 40 no eras el senior de bigote de mi imaginario-cuarentón, sino "uno de nosotros" ("he's one of us, he's one of us"). Un Dorian Gray de esos con los que todos nos hemos cruzado alguna vez en la vida.
Tenías que pasar por nuestro recibidor para subir a tu piso, y no había ninguna puerta que independizara las dos estancias. Ello implicaba, por ejemplo, que cuando saltaba tu contestador automático, nosotros oíamos tu saludo, icónico, que jugaba con la onomatopeya de tu nombre: "auuuuuuu auuuuu. Soy el lobo. Deja tu mensaje". Y aullidos, regodeándote. También que compartíamos temperatura-ambiente, pero el termostato de la casa estaba al comienzo de la escalera, luego era mi territorio. Tú, como buen alemán, no comprendías mis temperaturas extremas, y como buen alemán, lo solucionaste enseguida. La calefacción, a partir del minuto tres, sí fue separada.
Los españoles (o "gente joven" como nos llamabas) supusimos aún más inconveniencias en tu ordenada vida germánica. En la planta baja había vivido antes que nosotros un chico irlandés carne de takeaway, nunca tocó la cocina. Cuando llegó nuestro bacon y salchichas, fue un pequeño choque cultural para ti, vegetariano de los piii. Además, el irlandés parece que solo usaba el salón, y te había dejado hacer lo que quisieras con lo que en su día debió ser el dormitorio. Resultado: un pequeño cuarto insonorizado con corcho por todas las paredes, y en el centro, tu batería. Cuando llegamos nosotros, tuviste que sacarla, pero dejamos los corchos, así que solo usábamos ese cuartucho para estrictamente dormir, en un colchón individual de aquellos de hospital recubierto de hule, en el suelo. Como sabes, allí dormimos el Peda y yo durante los seis meses que vivimos contigo en Derby. Lo que es el amor con 25, no nos importó nada apretarnos en ese zulo, ni ducharnos en el baño infame, que ante nuestras quejas por las arañas, encalaron: los ladrillos victorianos cubiertos de blanco-hospital, los grifos de Armitage Shanks, el baño con cadena.
Tú estabas en una fase de "aprendiz de brujo" más avanzada que yo. Yo me preparaba para el primer Gran Examen, y tú, durante aquellos seis meses, aprobaste el segundo Gran Examen, lo que te transformó en una semi-deidad a mis ojos. Recuerdo el día que llegó tu nota: nos habías dejado una sartén de hierro especial que te había costado un ojo de la cara, que luego resultó que no se podía lavar. Cuando viniste aquel día y nos habíamos cargado la sartén -obviamente tras lavarla a fondo con fairy-, simplemente te reíste, todo daba igual, tal es siempre la alegría de los aprendices de brujo al pasar esas tontas carreras de obstáculos.
Durante esos meses, llevaste al Peda a Nottingham en coche, donde tú estabas rotando en un trabajo por el que luego pasaría yo un tiempo después, y todo el mundo te recordaría con carinio por tu sentido del humor. Recuerdo contarle a la secretaria que te habías subido al tejado y "quitado la chimenea tú mismo" y ella pensó que era típico. El Peda había empezado un trabajo cutre a ver si se ponía las pilas con el inglés. A la vuelta de Navidad te trajo vino y siempre le recordabas que era de lo mejor que habías bebido. Imagina!
En aquel Noviembre de 1998, nosotros volábamos por primera vez a Nueva York. Tú habías viajado mucho más que nosotros, tenías una vida interesante: habías sido taxista tal vez en Frankurt, tenías un doctorado en neurociencia, habías vivido en Italia (y hablabas, además de inglés y alemán, italiano) y en Nueva York. Recuerdo las pinceladas que nos diste de América, el lugar donde habías visto "cosas como en ningún otro sitio... un mendigo que va por ahí con un carrito de la compra decorado con luces navideñas". Aunque nunca vi al mítico mendigo, esa siempre será para mí una de las imágenes de Nueva York.
Pasados los seis meses, nosotros nos fuimos a Nottingham, y tú encontraste trabajo, de Ultima-fase-de-Aprendiz-de-Brujo en Londinium. Cuántas veces nos decías que teníamos que venir, porque era "maravilloso, cines, teatros, restaurantes de todo tipo". El mito de Londinium. Al final te hicimos caso, y fue verdad, y el primer recuerdo que tengo de mi barrio es desde tu coche: gente corriendo en el parque enfrente del que hoy vivo.
Cuando en 2004 nosotros terminábamos nuestro viaje a Latinoamérica, tú lo empezaste. En Buenos Aires coincidimos tres semanas, también con el Naufrago Ro. Tú aprendías español en clases particulares, y luego lo refinaste durante el siguiente año, haciendo nuestro mismo viaje, pero en dirección opuesta. A la vuelta, nos trajiste la camiseta de Inca Cola de Perú, aún la tengo por ahí, y en Panamá te cogiste el dengue, según tú en el hotelucho que te recomendamos. Pero la última noche nuestra en el viaje aquel iniciático, la pasamos contigo sin dormir en bares extraños bonaerenses. Nos fuimos, qué brutos, al aeropuerto a las 4 am, a emprender un vuelo a Madrid que pasaba antes por Santiago de Chile y Bogotá.
Ya no volvimos a vivir en la misma ciudad, porque a la vuelta de las Américas tú dejaste Londinium, y tiraste hacia el norte. Pasaron los años, y siempre querías hablar con nosotros en castellano, con aquel acento argentino-alemán tan maravilloso ("má o meno"). Tenías varios amigos españoles, no sé si ellos te regalaron las figuritas del penitente y del guardil que tenías en tu piso en Derby, o bien las habías comprado tú en tu perplejidad cartesiana por nuestro extranio país. Aún así, no podías entender qué hacíamos en el Reino Unido, un lugar que acabaste odiando-te he acabado dando un poco la razón, tras el Brexit. Cuando te volviste al continente, en busca de montañas y pistas de esquí, me quedé con tu coche, que hoy es mi mini, y sigue siendo un poco tuyo.
Tus emails siempre eran un regalo: nos reíamos tanto con tus ocurrencias. A veces se los mandaba al Naufrago Ro o a mi hermana, y todos los adoraban. "Qué país mas paupérrimo, qué lugar más escuálido!", escribiste para describir esta maldita isla. Te dimos el título de Naufrago de Honor. Todo esto te lo conté por teléfono, cuánto nos hacías reír, y que te queríamos.
Aunque nunca olvidaste el castellano, sé que no leerás esto. Pero eso no me preocupa; lo que temo es olvidarme yo de estos recuerdos que hoy están tan vivos en mí. Auuuuuuu. Por eso los he escrito, por lo de siempre: un plantarle cara al olvido y a los años y a la costumbre. Para siempre recordarte, aquí dentro, en mi corazón.
Ay. He llorado leyendo tus recuerdos de él, de él con vosotros... y pensando en los que viviréis ahora sin él. Un abrazo enorme a los dos.
ResponderEliminarDi, aún a riesgo de dar miedo y eso, estoy completamente enganchada a tu manera de escribir. No sé como explicarlo. Me lleva allí justo donde sea que esté lo que estés contando y puedo verme en esa casa de Derby o en ese cuarto insonorizado con corcho.
ResponderEliminarDicho esto, qué bonitos recuerdos y que suerte haber vivido una relación así con alguien tan especial.
Te mando un abrazo.
Petons,
Anna
Queridas, sabía q iba a escribir esto, pq como spr lo necesitaba yo, pero no sabía si darle a publicar... ahora me alegro de haberlo hecho.
ResponderEliminarGracias por vuestras palabras y emoción, MO y ANNA, de verdad.
Love
di
Vaya m...,compañera...¡Lo siento mucho!
ResponderEliminarGracias CESI, mil besis
ResponderEliminarEl lobo de los aires buenos.
ResponderEliminarNáufrago Ro
... siempre nos quedará Puerto Madero, Ro.
ResponderEliminarPrecioso homenaje, Di. A él le hubiese gustado leerlo.
ResponderEliminarGracias, Elena, y con la sensación de irrealidad q tengo, aún tengo q pellizcarme porque a ratos creo q lo hará. Y le oigo reír... para mí, lo mejor es que alguna cosa le habría hecho reír. Beso.
ResponderEliminar...en mi deambular por tu blog me sorprendo con este sentido escrito (poust, si prefieres). Tengo envidia del personaje, envidia de las experiencias compartidas, envidia del cariño profesado y ,seguramente, bien ganado, envidia de los maduros casi 30.
ResponderEliminarEstá muy bien escrito, por cierto. Sin cursilerías pero cercano, en tu estilo.
ah!, puerto madero es una horterada impersonal, por cierto.
Muchas gracias ANÓNIMO, me alegro q te haya transmitido el carinio con el q lo escribí y con el q siempre le recordaré.
ResponderEliminarPuerto Madero, tienes razón y aún más cuando te cuente q viene por una apuesta (no recuerdo de qué) con él y el Naufrago Ro durante aquellas tres semanas q pasamos en BA. El q perdía tenía q llevar a los otros al Hilton de Pto Madero- como si los Hilton no fueran iguales en cualquier sitio!
Besos
di