Mi padre es ganadero. Siempre lo ha sido y ha tenido la suerte de disfrutar con su trabajo y encima ganarse el pan. No siempre fue así. No siempre ocurre así.
Cada día iba como mínimo dos veces a su granja a “dar vuelta” a los animales, porque “hay que verlos”, “hay que estar” y porque le encantaba. Se encendía su faria y yo creo que era feliz. Los terneros engordaban, salían viajes para el matadero, las vacas parían: la vida continuaba.
La cosa se complicó un poco con toda la burocracia que surgió hace unos años y que pilló a mi padre ya un poco mayorcito: cartillas ganaderas, pac, dais, dibs, guías, autorizaciones, crotales, certificaciones de pienso, del veterinario, permisos, libros, hojas, tratamientos, anexos, vacunas, saneamientos etc.
A partir de ahí entré yo en acción. Me encargaba del tema burocrático y él del práctico. Éramos un buen equipo, con sus más y sus menos (que lidiar con mi padre nunca ha sido tarea fácil). El no entendía por qué un animal tenía un número y no le podías poner otro que te encontrabas por el suelo, o por qué había que informar a los burócratas que la vaca número xxxx había tenido un feliz alumbramiento en 10 días y te podían sancionar si no lo hacías o lo hacías tarde, o por qué a los animales de 12 meses se les daba un tratamiento y a los de 12 meses y un día otro, o porque había que hacer fosas para cadáveres y luego pagar para que los recogiera una empresa... Para él, esos detalles eran lo de menos y tenía, tiene razón.
De un tiempo aquí, el tabaco y la edad le han pasado factura y no puede hacer lo que hacía, aunque alguna faria todavía cae. Así que yo he tomado las riendas de la explotación ganadera (que bien suena). No es que tenga que echar ahí 8 horas al día ya que tenemos un “cuadrero”, llamado Tito, que maneja el cotarro, pero sí es cierto que me enfrento a nuevas decisiones que hasta ahora tomaba mi progenitor. Algunas simples, otras no tanto, ya iré informando…
Lo que sí he descubierto (y hasta aquí el divague anterior) es que ME GUSTA.
Me gusta llegar y ver a los animales paciendo tranquilos, algunos con sus terneritos. Me gusta darles de comer y ver cómo se acercan (al principio me temían). Me cae bien Tito y su humor. Me gusta ver a los terneros recién nacidos y a su madre desafiante al lado. Me gusta el rollo que me tiro, como que entiendo cuando un animal pequeño es más bueno “cárnicamente hablando” que otro (cuando ya ha crecido es más fácil, sólo hay que mirarles el culo), cuando en realidad lo distingo con dificultad. A veces llevo conmigo a un asesor que me cobra por almuerzos (pero ese es otro divague). Me gustan los perros que hacen tan bien su trabajo. Me gusta la paja y su olor. Me gusta “negociar” con hombres sencillos, de trato fácil y picardías todas (aunque creo que a veces me la meten). Me gusta ver a las cigüeñas, que las hay a cientos en el campo, la ermita que está cerca, los charcos cuando llegas, los campos de maíz, la acequia y … desde hace poco me gusta el pavo.
El "bisho", un pavo cristatus o pavo real apareció un día por la granja y Tito que es muy espabilao, lo cazó al vuelo y lo puso a vivir con las gallinas. Nadie lo reclamó. No me extraña.
Desde el principio tuvimos una relación escandalosa. Yo llegaba sigilosa y el pavo se ponía a gritar como un poseso. ¿Habéis oído chillar a un pavo real? Todo lo que tiene de bonito lo tiene de histérico. Un día harta de tanta escandalera le contesté en su idioma y no sé lo que le dije, pero el tío no me habló más. Desde ese "momento pavo" me cae mejor y ya no me delata cuando llego.
Anteayer sin ir más lejos, fui a la granja. Di una vuelta y vi los terneros. Después me fui al gallinero y allí estaba el pavo y su cohorte de gallinas. En cuanto abrí la puerta, el pavo se alejó de mí (me guarda rencor), mientras las gallinas se apelotonaban por salir.
Ir al gallinero me gusta. Me caen bien las gallinas. Piensan en mí. Siempre me dejan varios regalos.
Ir al gallinero me gusta. Me caen bien las gallinas. Piensan en mí. Siempre me dejan varios regalos.
Joder, huevos frescos, ternera orgánica, pavo real,... cómo viven algunas.
ResponderEliminarGuau, qué sitio para educar a tus polluelos, me gusta.
ResponderEliminarUn confesión: tengo desde ya síntomas de estress postraumático con la historia del pavo... a mi ese pavo me levanta la ceja y le doy lo q me pida...
Estimado Basaja,
ResponderEliminarExisten también otras situaciones menos idílicas de las que, si puedo, comentaré en otro post. Además todavía no conces a los "otros" que también viven en la granja.
Toda la razón Di. Además y para info de los urbanitas que pueden leer (existen ¿?) este comentario diré que lo pavos que se comen hacen, según los americanos: gobble, gobble, gobble lo que traducido al españols sería algo así como bulu, bulu, bulu (lo has de decir muy rápido). Mientras que los pavos reales hacen algo así como las águilas pero a lo bestia: IAAAAAAA, IAAAAAAAA!!!
ResponderEliminarY tienes razón mis pollitos se lo pasan fenomenal. Por cierto que la última vez que fueron la peque con 5 años llevaba al pavo en brazos y mis polluelo de 8 los bolsillos llenos de huevos, que después ambos dos, estamparon contra la pared creando una obra de arte que ya querría el Tapies.
Argggh, eres cruel. Lo de las onomatopeyas me ha matado. Qué miedo... aunque como te digo espero que El Ente(o Pavo)vuelva al blog. Es amor/odio lo q tengo ya con él.
ResponderEliminar¿Y que tu peque llevaba a Pavo en brazos??? Me descubro y presento mis respetos. En la que nunca duerme todo lo que podemos hacer es llevar a las fieras a las City Farms (donde, entre otras taxonomías se encuentra la e.coli).
No tienen miedo, ni al pavo, ni a los terneros ni a los otros...
ResponderEliminarA mis polluelos hay que decirles antes "soooo" que "arre!". Yo lo prefiero así. Aunque alguna vez te dan cada susto...