Tues, 29.03.16 De Fukuyama a Mijayima: Onomichi
Tras la noche toledana samurai, Nishimoto nos ha preparado un desayuno tradicional en el kokatsu: yogur con una especie de higo, ensalada de berza en hilitos y otras cosas, huevo duro, tostadas (!!!!)-que engullimos como si no hubiera mañana (mantequilla, mermelada de fresa y otra cosa como dulce para extender), té... Un companero de trabajo que viaja a Japón bastante y que se define como un “foodie” (de estos modernos/pesaos que están todo el día hablando de comida-siempre recuerdo a Oscar Wilde en aquel libro desde la cárcel de Reading en el que desprecia a su ex-amante por estar principalmente interesado en el “comer, beber” etc, vs. otros empeños más intelectuales) me dijo que hasta ahora hacía el desayuno occidental en los hoteles, pero que en su siguiente viaje se iba a lanzar a hacer el japonés completo, incluyendo pescado crudo. Certainly no es algo que me vea haciendo, por mucho que venga a Japón. Nishimoto nos presenta a su mujer: una sorpresa porque le hacíamos soltero, y esta vez nos lleva a la estación en el coche de ella que es uno de esos típicos coches cuadrados japoneses. Muchos de los modelos de coches aquí son literalmente paralelogramos andantes, no se entiende que los trenes tengan una forma tan aerodinámica y los coches sean cuadrados. Todo en relación a los trenes es un misterio, realmente, porque en Japón, como digo, las viviendas no son nada del otro mundo, una de las cosas que choca es que no se ven mansiones o casonas así como se ven en occidente, no hablemos ya de Londinium. Pero en la mayoría de los países que he viajado, se nota una diferencia abismal entre ricos y pobres: Latinoamérica (claro ejemplo Brasil), Estados Unidos, Europa (excepto Escandinavia) ... pero aquí eso no se ve. De hecho, los enormes edificios donde vive la gente parecen lo que en Londinium es “council” (casas que alquila el ayuntamiento a la gente con pocos ingresos y acaban siendo guettos), y las casas unifamiliares, según donde, casi parecen una favela. Evidentemente, que se vean pocas desigualdades me gusta, será realidad? En el librodejuan comentan que el japonés es ante todo no-individualista, lo más importante para ellos es la comunidad y se sacrifican por esto: de ahí que trabajen tan duro, porque el bien de la empresa es superior al suyo propio. Cooperación versus competición. Son dos maneras de ver la vida, y en occidente estamos en la antípodas. Anoche en la BBCworld del hotel, veía una noticia sobre los beggars (los sintecho, vagabundos, como se les llame) en Manchester. El alcalde decía que acomodarlos era una prioridad, pero no daban abasto. La mayor parte son gente con problemas de salud mental y adicciones, y rompe el corazón verlos en ciudades “avanzadas”. Aquí no hemos visto (no quiere decir que no haya, tal vez se hacen el hara-kiri antes porque sería una humillación a su honor? Esto es especulación mía. En ellibrodejuan dicen que un adolescente que no entra en la uni y ese era su objetivo se puede suicidar por su honor), sin embargo, en el país más caro de los que he estado, Noruega, vimos indecentes cantidades de mendigos por las calles. Muy extraño. Terminando con esta divagación, el otro día decía que los edificios igual son feos y de mala calidad porque viven a corto plazo (según el librodejuan, por desastres naturales, etc), pero cómo explica esto lo de las estaciones de tren? Son, sin duda, de las más espectaculares que he visto nunca. En ciudades menos importantes, las estaciones igualmente llaman la atención: ponen tanto empeño en esto por la colectividad de la que hablaba antes?
Me he ido, pero vuelvo (no son estas “idas” de la narración lo mejor del diario? Por algo esto se llama divagando, gracias Diva, siempre te deberé el nombre del divlog). Estábamos en puerta de la casa de Nishimoto haciéndonos fotos (que seguro colgará en el corcho, como otros viajeros que tiene) y en el viaje de vuelta a la estación. Da pena despedirse de esta gente que han sido tan amables y con los que sabes que, lo más probable, es que nunca te vuelvas a ver. En la estación de Fukuyama cogemos un cercanías de solo 20 minutos a Onomichi, donde vamos a pasar el día. En teoría hay muchas cosas que ver en esta costa del mar de Japón: el puente flotante más largo del mundo (Akashi Straits Suspension Bridge); una isla de arte, donde hay esculturas por los parques; Seto Oashi, una serie de seis puentes y cuatro viaductos que unen unas islas cn otras y con la isla de Shikoku (a la que no vamos a ir); Washu-zan un monte desde el que hay grandes vistas y un parque de atracciones de esos decadentes... Onomichi, desde la que puedes ir a otras dos islas (comunicadas por puentes): Omi-shima e Ikuchi-jima (en la que está “el templo loco”... descrito como un "complejo tecnicolor"), y más...
No podemos hacerlo todo, así que nos centramos en Onomichi. Dejamos las maletas en consigna (descubrimos lo solicitadas que están las consignas de monedas, tanto es así que no queda ninguna de las grandes y tenemos que usar dos pequeñas, y son de las últimas) y en bus vamos a... sí! El teleférico. Se empieza a vislumbrar la pasión japonesa por el tema funicular y teleférico?
Al llegar al ascensor que sube al mismo hay una amable señora que se dedica a ordenar la fila y a darle al botón. Este es otro tema que hemos observado en Japón: es tan barata la mano de obra? Por qué hay gente desempeniando labores inútiles? Es como en latinoamérica, que tienes gente ayudándote a meter en bolsas la compra en los supermercados. Aquí hemos encontrado gente que solo están allí para hacer una reverencia cuando entras o para hacer un típico gesto con los brazos para indicar que pases. Este gesto es gracioso: con una mano extendida hacia un lado, el brazo en ángulo recto, casi parece de un musical: “gracias por venirrrr”. En los trenes shinkansen hay azafatas en el andén, vestida super-elegantes, con sombrerito y traje, que están por ahí y luego hacen la reverencia al entrar, aunque nadie las mire (porque la gente está ocupada con su trajín de maletas, mind-the-gap, y demás, claro). Cuando, ya en el tren, una azafata o revisor entra en un vagón, también hacen la reverencia, y lo mismo al abandonarlo. En el teleférico, hay por supuesto una seniora que viaja con nosotros.
Al llegar arriba hay un observatorio circular que lleva allí unos años, y la vista es, una vez más, puro Japón: se trata de una ría que termina en el horizonte con un puente que une donde estamos con una de esas islas. A los lados, recuerda a lo que era Bilbao, o Londinium, o cualquier ciudad antes de que se dieran cuenta que el río/ría da muy bien para vivir enfrente, hacer paseos, terrazas para tomar algo, en lugar de industria que vierta allí residuos. Pensad en la Tate Modern en Londinium, una central eléctrica (no cualquiera, es preciosa, igual que la Battersea Power Station), y lo que ha pasado a su alrededor: antes, debía ser todo un erial. Pues bien: ahí están en Onomichi. Grúas, almacenes, maquinaria, tendidos, cables... todo esto se ve desde la parte de arriba de esta montaña. Una empieza ya a ser menos exigente y darse cuenta de que mi mente está demasiado acostumbrada a otro aspecto, y esto choca, pero igual a los japoneses no. De todas maneras, es un paisaje espectacular, como dijo un conocido, “qué debía ser Corcovado antes de que llegara el hombre”.
Comenzamos el descenso andando. Al principio intentamos encontrar el “paseo literario”, que hace referencia a escritores japoneses y está solo en simbología nipona, con lo cual no nos enteramos de nada. Es una pena, imagino un paseo literario en Dublin, Barcelona, Buenos Aires, Londinium (los hay, pero no en un trocito de un parque como aquí: supongo que lo que escrito en las banderolas de los laterales son citas de los autores; en Londinium es “aquí escribió Dickens tal tal”), Madrid, Nantucket (ji), París, Lima...
Más abajo nos encontramos con un par de templos bien chulos, así colgados de la montaña: en uno robo fotos a una niñas jugando con unas bolas de un cuenco (ofrendas?), en otro un monje nos firma el libro de los templos y encontramos un sendero de escalada (unas argollas de metal), que por supuesto alegran el día de Mini que está en permanente estado de “búqueda de Aventura”. Se va escalando con su padre y yo les espero en un mirador haciendo fotos. Más abajo hay una pagoda preciosa, y otro templo con una sala enorme, y otra llena de figuras (parece el aula magana de mi facultad) donde no hay nadie. Hay que cruzar las vías del tren (pasaje por debajo) para coger el bus de vuelta a la estación.
Tras algo de debate comemos en un restaurante de la estación. Imaginad una cocina grande, rodeada ¾ por una barra, y allí todos comiendo. Sigo siendo un desastre con los palillos, pero cada vez me defiendo mejor (invoco a Cervantes: “a la guerra me lleva mi necesidad/ si tuviera dinero, no fuera en verdad”). Estaréis orgullosos de mí, que solo pedí tenedor un día. Comemos ramen, gyoza, arroz (Mini). Cada vez me gustan más los ramen, pero me dejan muy hinchada, no entiendo porqué, y luego al poco rato, tengo hambre. En ese restaurante hay dos occidentales (australianos, como dice el Peda, los que pienses que son british, son aussies), pero en general, solemos ser los única occidentales, más cuanto más te alejas de Tokio-Kioto-Nara.
El tren que nos lleva a nuestro siguiente destino, la isla de Miyajima, tiene que retroceder a Fukuyama (de donde veníamos, recordad a cool Nishimoto y su samurai), y de allí otro a Miyajima. En realidad el Hotel Coral no está en la propia Miyajima, sino justo enfrente. El Peda nos avisa que tenemos el hotel literalmente a 3 minutos de la estación, qué gozada, y justo al lado de donde se coge el ferry a la isla (la mayor parte de la gente va en viaje de un día, hay ferries cada 15 minutos). Caminamos los tres minutos y ya nos damos cuenta que se trata de una calle todo el pueblo y que vive para la isla. Otro moridero, que diría Aurora.
El Hotel Coral tiene unas 12 plantas y viene a ser como Benidorm, lo único que solo hay otro “rascacielos”, no trescientos (recuerden: moridero). Este otro edificio está al lado izquierdo, y tapa parte de la isla a los huéspedes del Coral, que pueden disfrutar de ella al fondo a mano derecha, pero no en “primera línea”, donde hay un aparcamiento (vacío: insisto en el concepto moridero). He hablado del desastre urbanístico japonés? Vamos a ver: tienen una isla espectacular enfrente (típico islote como en Tailandia, pequeña, con mucha montania llena de vegetación) y en lugar de plantar en primera línea un hotel ponen un aparcamiento?
Reverencias en recepción y por fin llegamos a la habitación. Cuando la abrimos, FFS!!! (esto es el acrónimo de un juramento en inglés, lo uso para no poner palabras gruesas como corcholis): nos da un tortazo un olor a humo de décadas. Qué es esto? Nos han dado una habitación de fumadores! Pero espera: aún existen habitaciones de fumadores? Aún hay gente que fuma en su habitación? Yo no entiendo nada. Recuerdo cuando viajaba en aquel Regional Express o en el Intercity para ver al Peda que hasta los propios fumadores pedían el vagón de “solo aire” y se iban a fumar al otro puntualmente. Pero habitaciones de hotel! Yo no salgo de mi asombro en este país.
Bajamos a recepción a quejarnos y nos dan, con muchas reverencias, otra habitación. Cuando llegamos, vemos que la cama de Mini no está hecha, y de camino a dar una vuelta se lo decimos, que a ver si la hacen. El hombre nos dice que esperemos y pasa mucho rato mirando a su ordenador. Otra persona sale de una habitación. Yo ya me imagino un incidente tipo “chotto”, pero lo que hace es producir una nueva llave, es una habitación “de 3”. Por tercera vez, con las maletas a otra parte. En serio....
Salimos a pasear por el centro del moridero, ya es de noche y definitivamente, no hay nada que hacer, a no ser que quieras cenar, y no queremos. Sin embargo descubrimos “the place to be” para la noche siguiente: un restaurante de okonomiyaki, donde te ponen el susodicho en una plancha que hay en tu mesa. Este mismo restaurante tiene una ventanita que da a la calle y venden helados: no me preguntéis porqué. El caso es que el Peda y Mini dan cuenta de uno y ya volvemos al Coral, casi de puntillas no nos vayan a ver en recepción y sugieran que cambiemos de habitación.
Me lo estoy pasando genial con esta crónica. Os imagino tannnnto.
ResponderEliminarLa entrevista
ResponderEliminarHoy: El Japón
Llego cuarenta minutos tarde a la cita, pero no por ejercer de andaluz: Londres ha cambiado tanto desde mi última visita que me he perdido, al menos que yo me haya dado cuenta, un par de veces.
Mi anfitriona, nuestra Di, me recibe en la conference room del headquarter de divagando-divagando™ con un manojo de acelgas bastante mordisqueado en una mano y una tajada a medio acabar de sandía en la otra. Sorprendido por la estampa, antes de disculparme por el retraso, le pregunto que por qué eso. «No te puedes ni imaginar la falta que me hacía», me responde. «A partir de ahora, juro que esto (levanta la mano con las acelgas), esto (levanta la de la sandía) y esto (le da una patadita a una maletita que está a su vera) me acompañarán en todos mis viajes». «¿Qué hay en la maleta?», le pregunto con curiosidad. «Mis muchos gorros», me responde como quien, arrepentido, confiesa una gran culpa: cerrando los ojos, arrastrando las eses y con solemnidad.
Aclarado este punto, intento disculparme por mi demora, pero enseguida me interrumpe agitando las acelgas de derecha a izquierda: «No te preocupes. Mira que llevamos aquí años y que si la puntualidad británica y bla, bla, ¡pues en Japón he acabado de la puntualidad hasta el mismo donde dijimos!», me aclara para mi tranquilidad. «Así que olvídate y, venga, empecemos con la entrevista».
— Di, para los que hemos seguido con el interés de siempre y la puntualidad, aunque hoy me haya faltado, tus crónicas, resúmenos: ¿qué tal vuestro viaje?
— ¿Japón…? Pues, cuando te repones de la disritmia circadiana, Japón es como un vasto tren, tapizado de sospechoso terciopelo (o similar), que todo lo abarcara y donde sólo pudieras tragar comida indigesta mientras ves pasar a toda leche paisajes llenos de cables y mucha, valga la redundancia, autoconstrucción pedorra.
— Entiendo: Asín estética-terremoto, ¿no? ¿Y algo más que destaques de lo que allí hay?
— Japoneses. Muchos. Muchos japoneses en nómina para decirte konnichiwa y sayônara, pero ninguno en urbanismo por lo que se ve. Y, en general, japoneses amables y amables japoneses extravagantes, a partes iguales. Pero todos, todos, sin sentido de la orientación. Vamos, que como guías o cicerones ¡se comerían un mojón más grande que el sombrero de un picaó! Y letreros. Muchos letreros incomprensibles por más dibujitos que les pongan. Bueno, y templos. Templos que si desde el siglo tal y el siglo cual pero todos rehechos hace un cuarto de hora.
— ¿Y los onsen? ¡Toda una experiencia, ¿no?!
— ¿Experiencia? Mira, donde se ponga una bañera con agua limpia… ¡Una ducha sin más si me apuras!
— ¿Y los cerezos florecidos? ¡Guau, ¿no?!
— Cursis y demasiados: empalagosos.
— Entonces, de tu ida al Japón, ¿con qué te quedas?
— Con la vuelta, definitely.
— Gracias.
— A mandar. ¿Puedo añadir algo?
— ¡Faltaría más, estás en tu casa!
— Parafraseando el tópico de «prefiero el libro a la película», de Japón prefiero el libro al viaje.
— Bueno, ¿pero, pese a todo, os lo habréis pasado bien, no?
— Eso sí. Siempre. Además, estos viajes rarunos son los que luego más se recuerdan. El ser humano es así.
Y cuando me acompaña a la salida me topo con una imponente escultura de un samurái que flanquea la puerta. «Se empeñó Muchimoto», me aclara. «Si cuando te dije que son muy amables es porque lo son más que nadie».
Lux, se te ha olvidado la pregunta sabre los helados...Aparte de los trenes redondos y los coches cuadrados parece que es algo que también impactó a los Pedalistas (por lo menos a dos de ellos)
ResponderEliminarEs verdad, C.S.. Grrr, ¡fallo! En mi defensa diré que de helados entiendo poco (tengo un sobrino que de chico explicaba que gustar le gustarían si no estuviesen tan fríos). A ver, ayúdame, ¿qué pregunta sobre los helados podríamos hacer?
EliminarLUx!!! Me dejas comentarios de madrugada y cuando entro a contestarte los has borrado y tengo que venir a casa de Di a contestarte.
ResponderEliminarCoge un tren y no te pierdas la expo de los Wyeth...no te va a defraudar. Son buenos buenísimos, pueden ser Ingres y Caravaggio y Delacroix y Basquiat dependiendo de lo que les apetezca y en "persona" son aún mejores y más impresionantes. Hay un vídeo por ahí de Jamie pintando "El infierno" que ALUCINAS.
Ale.
Molinos, ¿¡de madrugada!? Pero si, como hoy, era sobre las doce de la noche. ¡So exagerá! «Temprano madrugó la madrugada…».
EliminarMuchísimas gracias por la referencia del vídeo.
Es curioso cómo resuella Jamie mientras pinta, ¿verdad? Hace de pintar algo muy físico. Además, en el futuro, los peritos de arte le agradecerán tanto dedazo y escupitajo: con tantas huellas y tanto ADN, ¡¿cómo fallar en la autoría?!
Una cosa me extraña, ¿Por qué afirma que su técnica, tan empastada, es a la acuarela y no a la témpera o gouache? No lo entiendo. Además, los anglosajones usan también las voces gouache y tempera… Entonces, ¿por qué dijo watercolour? En cualquier caso, ¡qué bien pinta!
De ese muchacho, Lux, podría decir lo siguiente: es un avezado comentarista de blogs, a pesar de que casi siempre pone el mismo texto: "El autor ha borrado este comentario". Lo leo siempre con atención, ese texto, por si hay algún matiz nuevo que cambie algo.
ResponderEliminarNáN, escribir es borrar. Y tú lo sabesss.
EliminarEn Japón hay tanta población que se esfuerzan porque todo el mundo tenga un trabajo por innecesario que parezca, o eso me dijeron. Cuando yo estuve en Tokio en una calle había una obra gigante, vallada y señalizada y tenían un señor delante para decir: "¡Cuidado! Hay una obra"
ResponderEliminarPasadlo bien
Nata
Nata, ¿llegará allí el día en que un señor avise de que hay un señor avisando? Y por extensión, ¿un señor avisando de que hay un señor avisando de que hay otro señor avisando, y así hasta el infinito? Empleo-bucle, vamos.
EliminarUn amigo que fue a Japón por trabajo me contó que cuando estuvo allí junto a varios compañeros, trabajaba en una fábrica justo frente al comedor en el que comían. El primer día, como buenos españoles, cruzaron de una al otro por donde les vino bien, por medio de la calle. Ya se sabe que el camino más corto entre dos puntos es siempre por donde no está pintado el paso de cebra.
ResponderEliminarAl día siguiente, una hilera de japoneses, no saben si trabajadores de la fábrica o personal contratado para el asunto, impedía que pasaran la calle a la brava. Con unos banderines les obligaban a desfilar hasta el paso de cebra, gesticulando con las banderas en la dirección correcta.
Pasan los años, pero el descojono continúa.
Marisa, pero estaremos de acuerdo en que esos detalles de los japoneses enternecen.
EliminarAquí hubiesen apostado a un municipal para hincharse a multas.
Touchè, Lux. Mucho más tierno, dónde va a parar. Es cierto que educativo es mucho más, eso es seguro. Cuando en tu mente es el bien común el que prevalece, como cuenta Di, las cosas se hacen de otro modo.
EliminarPero para nuestras mentes mediterraneas anárquicas en el mal sentido de la palabra, es tan, tan, chocante.....