
Tras la divacrónica sobre "
Los santos inocentes", no he podido más que adentrarme en las carpetas y subcarpetas amarillas para encontrar lo que escribí, exactamente el 22 Noviembre 2005 sobre esta novela de la Matute. Tal vez la pasión del texto os parezca exagerada, pero es que el libro es una montaña rusa de emociones, todas muy intentas. Y como dice un amigo mío:
"Cuando tengas una emoción fuerte, ve a por ella, no pares hasta entender". Así que aquí va el refrito, con rabia, que en su día me ayudó a entender.
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Me adentro a lo salvaje en este libro de letra muy pequeña, con trozos en cursiva apretada que aún hacen la página más comprimida e inaccesible. Supongo que esto habrá sido cosa de la edición de bolsillo, pero de alguna manera es un espejo, por así decirlo, de la complejidad de muchos aspectos del libro. Habla de gente que viven en pueblos perdidos, inhóspitos. En medio de parajes naturales de los que casi se puede oler la tierra, sentir el rocío, con semejantes descripciones (gracias, Ana María!). La portada de mi edición, con una foto de árboles en tono sepia o tal vez sea marrón, aún causa mayor desasosiego.
El libro comienza narrando una saga familiar, para desembocar poco a poco en una saga de un pueblo, de un país, de un grupo de gente que representan lo que fuimos, y desde luego deja entrever un poco lo que somos.
Los Corvo. Qué apellido, es también difícil, impenetrable, con una mezcla de cuervo y corzo. Los Corvo son los ricos de siempre: ricos a costa del hambre de los otros, también los de siempre. La que más me llega de esos otros, de los de abajo: la Tanaya, el personaje que representa tal vez a la mayor parte de ese país perdido en ese momento: campesina, analfabeta, pobre de solemnidad. Daniel, el primo huérfano con leyenda (su padre arruinó a los Corvo) y que carga con el sambenito de maldito. Daniel se sabe diferente, desarrolla ese sentimiento de clase, y se da cuenta que él pertenece a los otros, a los desheredados. En el momento histórico que le toca crecer (nace en 1915), esto significa ir a la guerra, a luchar por la República. Estaba dispuesto a dar su vida por la justicia. ¿Que habría sido de Daniel Corvo de haber nacido hoy en día? ¿Sería un observador, o habría pasado a la acción? Daniel representa en ese punto la ilusión, la lucha, el espíritu de la Republica.
Y, por oposición a Daniel, Miguel: La descripción de su personaje es tan maravillosa que sólo por eso merecería la pena leer el libro. Miguel representa la personalidad psicopática de libro de texto, que sólo mira por sí mismo, que se ha construido una coraza alrededor de su cuerpo, para que no le den las balas. Miguel podría ser una historia clínica, podría servirnos para ilustrar lo que nos hace a los hombres la guerra, la separación, el ser testigo del horror (de niño es testigo de una escena de tortura atroz y partir de ese punto "todo cambia"). Y así crece Miguel: desarraigado, cuidándose a si mismo, desconfiando, siempre dudando, nunca queriendo, siempre mirando por él. Miguel no quiere ser pobre, dice. El no va a pasar más hambre, lo tiene claro. Ha empezado muy mal en la vida, la vida es así, él se encargará de que nadie le deje nunca tirado. Su padre muere por la Republica, ¿y qué? Eso a él no le dice nada. Todas esas historias de política y demás solo han servido para que él no tenga nada, para que esté solo, para que odie a todos.
Al principio del libro, cuando Matute describe magistralmente la pobreza, no puedo aguantar (ni quiero) las lágrimas. Se me caen encima un montón de fantasmas. Los fantasmas de clase, de la gente pobre que aún tenemos al lado, de nuestros propios abuelos que tal vez vivieron aquella pobreza. A los Corvo sólo les interesa trabajar para ellos mismos, el que no entre en su plan es un traidor, y así es como aparece la figura del maldito (Daniel) que no ha entrado en sus planes.
Los hijos muertos, es un título tan duro como las condiciones de vida de la gente. Hay muchos hijos muertos literales en el libro: Herrera tuvo un hijo muerto, la Tanaya muchos, Daniel tiene todavía un hijo muerto en el vientre. La guerra ha dejado su reguero de muerte y horror, es así y no perdona. Pero hay también otros hijos muertos, los metafóricos. Daniel, cuando conoce a Miguel, se da cuenta de que la siguiente generación no tiene que ver nada con la suya. ¿Para qué luchamos? ¿Para qué todo?, se pregunta.
"Está todo perdido, nos han nacido los hijos muertos, a estos se les mete en la cárcel por estraperlistas, o cosas peores, pero no por ideas políticas". Daniel es, al final del libro, un hombre amargado, un luchador que ha perdido la guerra, que ha perdido los sueños, que espera la muerte en una cabaña en el bosque. Es la imagen de la desolación, y me pregunto hasta qué punto hubo mucha gente así. Gente que creyó en una idea, que tuvo un sueño, y que al final no le quedó otra que bajar la cabeza y aguantar lo que caía, con rabia, con rencor, con odio cada mañana.
Nosotros somos los hijos de Miguel, de los Migueles aquellos. Somos los individualistas, lo que encima presumimos de ello. Somos los que decimos en las cenas que “
en Escandinavia uno no se puede hacer rico porque se pagan muchos impuestos.” Somos los que no queremos saber nada que nos haga mover de nuestro sofá. Nosotros estamos muertos, igual que lo estuvo Miguel, tal vez incluso peor, porque no hemos visto a un grupo de hombres ser torturado frente a nosotros a los 7 años. Nosotros estamos muertos, o tal vez anestesiados, con los vinos de marca, los restaurantes en los que te retiran la silla, las orquídeas, la mirada de ombligo. Sólo queda la esperanza de que nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos no nazcan como nosotros: muertos.