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24 febrero 2020

"Intemperie" y "Lion": Aflojar las tuercas de Dios

Hoy he terminado "Intemperie", la novela de Jesús Carrasco (2013), y anoche vi "Lion" (en castellano, "Un camino a casa"), la peli de Garth Davis (2017). Una coincidencia en un mismo fin de semana, tal vez: las dos tienen en común que sus dos niños protagonistas están solos, desvalidos, luchando contra los elementos, ahí afuera, a la intemperie (qué gran título; en inglés la han traducido como "Out in the open", algo así como "fuera en lo abierto").

Una quiere pensar que ambas obras pasan como los cuentos de hadas, en "érase una vez, hace muuuuchos años, en un país muuuuuy lejano...", porque de otra manera se hacen insoportables. Pero no, y en "Lion" tienen a bien aclararnos al final de la peli, que en ese país tan lejano" (India), 80.000 niños al año desaparecen de sus casas. El tiempo verbal no deja lugar para el cuento: es presente. Desaparecen, ahora. Esa historia, la que cuenta Lion -y está basada en hechos reales, en 1986- aún ocurre a día de hoy.  En "Intemperie", el autor no nos da ninguna referencia temporal/histórica, así que sabemos que es el pasado, pero es difícil determinar exactamente cuándo. Los protagonistas llevan burros de carga, y otros motos con sidecar. A los burros deslomados, pobrecitos, los vimos en plena actualidad en Marruecos hace un año, así que no es de extrañar que esto pasara en España hace no mucho. (También es mucho suponer que sea España, porque tampoco de ello tenemos demasiadas referencias. Sequía y abuso es algo que se ha dado (da) en muchos más sitios). Lo curioso es que el mundo que describe "Intemperie" que parecerá remoto a chavales de hoy, yo, niña de ciudad (vale, ya de cierta edad), de alguna manera lo he atisbado. He estado en las localizaciones secas, desoladas que describe, he visto viejos corrales hundidos que un día fueron, y a los que llamaban "parideras", he explorado viejos castillos o torreones en ruinas, o "polvorines" de la guerra, mi mayor miedo que salieran palomas. He visto de lejos en el monte cabreros huraños que se cogieron "las maltas" (Fiebre de Malta o brucelosis), por beber directos de la cabra. He jugado por las cuevas que se hacían en recovecos de las montañas y temido que me tiraran al "abrevador". Mis veranos de los 70-80 en los pueblos eran así. No, no eran "Intemperie", pero a la vez hicieron que este libro no haya sido completamente extraño para mí.

Otra cosa es "Lion", la India, un mundo que he conocido solo de vacaciones, ya de adulta, con lo que solo en metido el dedito. Pero la historia que cuenta, de un niño de 5 años que se queda dormido en un tren y acaba a 1200 kms de su casa, y por tanto irremediablemente perdido, es imposible que no te toque. Uno de los miedos más ancestrales que todos tenemos o tuvimos es el de perdernos de nuestros padres, que se nos pierdan los hijos. Yo me perdí una vez, con 7 años, en la plaza más concurrida de Vetusta. Por suerte, un buen hombre me llevó enseguida a la sacristía de la Basílica, y por suerte el cura no me metió mano, y solo anunció mi nombre por megafonía. Solo recuerdo la cara de terror de mi padre al reencontrarnos. Seguro que me echó la bronca, eran esos tiempos, o es mi padre, quién sabe. Pero en la India no hay megafonía que valga, y el niño que habla hindi cae en un mundo bengali, y no sabe ni el nombre oficial de su pueblo, y su madre es "mamá". Lo que sí recuerdo de la India son sus estaciones e intuyo el pánico que debió sentir aquel niño al llegar a Calcuta. Muchísima gente, algunos durmiendo tirados por el suelo, otros amputados, polvo, bolsas, cajas, jaleo, animales vivos.

Con "Intemperie" me sentía como leyendo "The road", la novela apocalíptica de Cormac McCarthy, que ha pasado a ser para mí mucho más que un libro, "theroad" es un concepto. Vale, sí, un concepto de esos neuróticos míos, pero que no hace más que acrecentarse cada día con los avisos de Greta y las canículas cada vez peores del veranocon las decisiones abismo de esta isla, con el aumento de la ultraderecha, con los malditos virus que van para pandemia. Temo que theroad sea una posibilidad que me toque vivir (a mí o a Mini) y me da pánico. Que le tocará a alguien (espero que en muchas generaciones), parece claro. "Intemperie" es una distopía del pasado, y eso reconforta, en cierta manera, porque sabemos que hoy estamos aquí (no como en la novela de McCarthy que da vértigo sobre el futuro). Pero a la vez, cuando se piensa en que retroceder es algo que ha pasado repetidamente en la historia, entonces vuelve a dar pavor. 

Sobre ambas obras planea el abuso infantil. En "Lion" no llega a ocurrir, pero en un punto es recogido por una mujer que llama a un tipo que le promete que le ayudará a encontrar a su madre. Esta escena, sin mostrar nada explícito, es vomitiva: hasta un niño de 5 años (como diría Groucho Marx, "tráigame a un niño de 5 años!") intuye lo peor, y escapa. En "Intemperie", el niño ha huído del abuso continuado de un pedófilo, con la aquiescencia de sus padres. También emética la escena del padre, con la gorra en la mano, humillándose ante el señorito, y entregándole al hijo. Esto hace a "Intemperie" una historia aún mucho más brutal que "Lion". Porque en "Lion", es el fracaso sistémico total lo que se pone en evidencia: una madre analfabeta, que trabaja en una cantera en una de las sociedades con más desigualdad del mundo pierde a un hijo por un cúmulo de malas suertes. En "Intemperie", es el sistema más cercano a ti, el que en teoría te ha de proteger, la familia, el que te falla. Al final, los padres son producto del clientelismo y del servilismo también creado por esa injusticia mayor. Pero ante ciertas cosas, no sería preferible morir? 

El niño de Lion (Saroo) es adoptado por una pareja acomodada de australianos. El niño (sin nombre) de Intemperie es "adoptado" por un viejo pastor. No le hace falta firmar ningún papel para acoger al chico y ayudarle: es una buena persona. Naturalmente, al niño le cuesta mucho confiar, tras su experiencia en su corta vida con los adultos. Pero el pastor pasa a ser esencialmente el padre que nunca tuvo durante las semanas que están juntos "on the road". A Saroo en Lion no le cuesta tanto confiar, porque venía de una familia que le quería. Y en la peli se representan muy claramente las luchas internas de las personas adoptadas: quién soy? Si nuestra identidad se forma a partir de mil influencias, y en la adolescencia creemos encontrar quienes somos rebelándonos contra nuestros padres, qué es esto para los adolescentes adoptados? Pero Saroo además ha tenido que dar la pirueta extra, el salto mortal: él recuerda a su madre, y sabe que no le abandonó. Pero no sabe cómo llegar a ella. Está muy agradecido y quiere a sus padres australianos, pero. Luego aparece googlemaps, y una búsqueda obsesiva, como no podría ser de otra manera. Cuando por fin, tras meses, logra localizar un tanque de agua en una estación, la de su pueblo, es un momento mágico, porque hemos ido con flashbacks, imágenes de cuando tenía solo 5 años, conociendo las piedritas blancas en el camino que le harán poder llegar a casa. 

Leer "Intemperie" es como leer a Delibes: Carrasco tiene un vocabulario amplísimo del mundo del campo, y yo había muchas palabras que desconocía. El que sea tan descriptivo me lleva a pensar que ha pasado muchos veranos en esos pueblos de escopeta de perdigón y mula mecánica. Particularmente me ha encantado cuando, a falta de relojes, describe las horas usando el sol, "en una hora en la que sol ya lo aplastaba todo", o "Abrió los ojos a una hora en la que el sol ya no recortaba la sombra de la pared sobre la tierra, sino que la difuminaba y alargaba en una mancha que se extendía ante ellos en dirección al horizonte vacío". El sol está siempre ahí arriba, justiciero, quemando a todos y todo. Tal vez por eso la frase final emociona e ilusiona tanto: "Y allí permaneció, mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento". Es pura poesía. 

El abrazo de Saroo con su madre india interpretado por los actores, y luego las imágenes reales.  Otro final poético, o más bien de justicia poética. El reencuentro, la lluvia. Pero 11 millones de niños indios siguen a día de hoy en las calles. Y las sociedades vamos evidentemente para atrás. Los finales felices, a veces, solo ocurren en el arte, cuando los escritores y guionistas deciden aflojar las tuercas de Dios. 

21 febrero 2020

Serial 12. Halloween. Fiebre. Amnesia.

Estás guapísima, pero ir disfrazada de vampira, aquí, en serio? 

Ah claro, es que Halloween en Banderley no es cualquier cosa, Mark, macho-alfa por antonomasia, don Giovanni del manicomio-perdido-en-los- Moors, te entiendo, aquí hay que ser moderno, pasado de rosca, vuelta de la tuerca. Ay Mark, cabeza de Stirling, la casa roja, no podías ser de otra, capitán del equipo de rugby, quién si no, la versión médica de Johnny Williams:  cuadradísimo, rubísimo, un paso más allá de la sobre-confianza, vamos que darías ganas de vomitar-si no quisiera una inmediatamente comérselo. Y Mark va, obviamente, de Ted Bundy, el único asesino en serie guapetón.

Yo sigo pensando que ir de novia de Drácula aquí, a pocos kms de Whitby, mola. ?O soy yo la única que no podrá olvidar la escena de las tres novias del vampiro sacando la lengua en la peli de Coppola? Y no que ha sido fácil encontrar los trapos del disfraz en lo remoto. Los demás, como van todos de yoquesé qué sicópata de los 70, pues se han puesto gafas grandes y camisas de cuellos largos y, ale. Pero lo mío, combinación de gitana húngara con peluca inmensa y Reina de Saba, con colmillos, ha sido un reto. Eso sí, lo mejor de mi caracterización, ya lo dijo Morgana, es mi estado febril, que comienza como palidez y ojos brillantes, pero a medida que progresa la noche se hacer cada vez más salvaje, complicado el diagnostico diferencial con los litros de alcohol que corren por mis venas, mujer...venga, Mariona: nadie conoce esta canción aquí.

Y no, Mark,  como buena recién llegada no estoy impresionada con la Abadía de  Whitby, y no me he  releído Drácula, gracioso. Ni estoy haciendo un esfuerzo por parecer culta, original, rompedora en esta fiesta, donde todo el mundo vais de personaje irreconocibles. Quién pillara a un hombre lobo o a una bruja en condiciones. Pero según tú, aquí se inventa el tiempo, sobran horas, de tantas que hay, y por eso os sabéis la vida y milagros de todos los malos y os disfrazáis de ellos, en lo que me parece, así de entrada, una idolatría quinceañera cutre. Pero algo habrá que hacer con las horas derretidas en los relojes, sugieres, y queda claro que tú no recomiendas releer a Stoker por enésima vez.  Y soy yo, o me lanza la sonrisa más maravillosa que he visto en meses? Si tú me dices ven, me quito el pelucón y los colmillos y me visto de Rose West-si supiera entonces quién era. Cuánto follará este tío aquí, en el manicomio.

Pues sí, Mark, me encanta que aquí el tiempo se viva diferente... quiero aburrirme, volver otra vez a aquellos veranos de tardes larguísimas donde no había nada que hacer, ?no aseguran eminentes psicólogos (lo siento, no puedo citar la referencia) que grandes cosas salen del aburrimiento, que hay que dejar a los niños aburrirse? Pero qué diferentes habrán sido nuestras horas de tedio, Mark,  en qué antípodas están nuestros veranos de la infancia, yo en un pueblo enmedio del desierto, con críos salvajes tirando a los pájaros con escopetas de perdigones, y tú en katiuskas (que llamas Wellingtons) en el casoplón con acres de jardín de tus abuelos en los Cotswolds. Pero también salen malas cosas del aburrimiento, dices, en serio, te lo aseguro, dijiste eso Mark, y rematas con tu opinión, resulta que crees que gran parte de lo que pasa en Banderley es por el tedio.

Pero qué hostias, qué cojones pasa en Banderley, what the fuck goes on in here, creo que es lo que de hecho te digo porque no sé si es la fiebre, o la cerveza, o realmente me estoy emparanoiando en este lugar. Que me están haciendo luz de gas, como en la peli aquella. Pero Mark, querido, te salva la campana: gritos en la explanada verde, todos hacia la ventana. Y shiii pum, cohetes o petardos, o fuegos artificiales, creen aquí. Fuegos de guardería, de Micky Mouse, una tristeza ruidosa, que luego veré algo más expansiva la noche de Guy Fawkes, el 5 de Noviembre. Todos rodean a Greg, de Balmoral, la casa de Yolanda, y a otro que no conozco. Deben estar muy aburridos aquí, para que robar los lánguidos petardos con los que la dirección de Banderley deleita a pacientes y personal el 5 de November sea un acontecimiento.

Suben la música, de repente hay mucha gente. Morgana está con una tal Suchandra, que me mira con un odio animal, esas miradas que no vuelves a experientar con desconocidos desde la primera infancia. Es muy baja de estatura, cara redonda, un punto pegado-o es pintado-entre las cejas. No se lo ha quitado ni para el disfraz, que, como el resto, a saber de qué va. Morgana está contando que viene de nosequé parte de India, y entonces tengo un momento de iluminación: nos conocimos en aquel horrible pase de planta de Cook, ella era uno de sus corifeos, de sus palmeros, de sus narices-marrones (así se dice aquí lame-culos, qué gráfico puede ser este idioma). Ella también me ha localizado, está claro, de ahí su mirada. 

A partir de aquí, todo empieza a estar confuso: mis recuerdos de la noche son una proyección de diapositivas en blanco y negro, muy contrastadas, que deslumbran con una luz molesta, de esa que te obliga a cerrar los ojos. Morgana asegurará a la mañana siguiente que me tuvo que llevar a la cama porque me subió muchísimo la fiebre y comencé a delirar en un sofá, al poco rato de la conversación con Suchandra.

Sin embargo, al despertar por la maniana, todavía con jirones del disfraz de vampira, retazos -tal vez jirones también- de memorias: conversación con Will, el otro guapo, este va de intelectual. Más bien nos gritamos en el oído porque la música. Will es muy de Bukovski, John Fante y Raymond Carver... estos escritores americanos que dejaban los relatos sin cerrar, tan distintos de mi adorado Cortázar, para el que cada relato tiene la precisión de un reloj suizo. Pero cómo se habría enfadado el Gran Cronpio con esta imagen, de relojero preciso, él que decía que no había que fiarse de los que apretaban el dentífrico desde abajo.

A
nd did you get what
you wanted from this life, even so?
I did.
And what did you want?
To call myself beloved, to feel myself
beloved on the earth. 


Esto lo dijo Will, asintiendo como hacen los borrachos que aman a la humanidad: era Carver,
parece ser que su epitafio. Está claro. Me interrumpió cuando yo hablaba de Rayuela, que por supuesto había leído, y esto terminó de cerrar el círculo: éramos almas gemelas, nos prometimos amistad eterna, con una "pinky promise", que consistía en enlazar los meñiques a la vez que jurábamos que íbamos a co-escribir una tesis, o un tratado, o tal vez fuera solo un artículo, sobre "la locura en Cortázar", ibamos a leer de nuevo todos sus relatos y comenzar a identificar, usando categorías clínicas, los males que achacaban a los protagonistas. Si en el pasado existían los pecados y los curas, hoy exiten los desórdenes y los psiquiatras!!! Y venga a reír.

Aquí viene una laguna severa en la proyección, porque ya todo lo escuchaba como en sordina, y había cuerpos de gente entre los que me abría paso, olor a curry y a perfumes extraños, y bocas que decían cosas, con ecos, y mucho frío y mucho calor, y avanzar de la mano de Will por unas escaleras de caracol con las paredes de piedra, y un pasillo con el suelo mojado iluminado por la linterna, parte intrínseca de todo disfraz en Banderley, aprendí, los ojos cada vez más calientes, y más sed, y Will tirando de mí mientras seguía con la tesis, "Casa Tomada", y "Manuscrito hallado en una botella" y "Bestiario", y debía haber goteras porque era ruido de agua al caer en los charcos lo que se multiplicaba en mi cabeza, estamos en un túnel, Will? y Will, "incluímos a Sábato en la tesis?", qué idea, "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas" y "Abdaddón el...", y Will se paró y me dijo "ya no hables", como si le fuera la vida, y al llegar a la encrucijada tomó la izquierda "siempre  la izquierda" me dijo, y eso mismo al llegar a la siguiente. Entonces se paró detrás de una puerta de la que salían voces. 

-Nada de eso pasó-esta es Morgana, por la maniana, que me ha traído una taza de té. En serio: te llevé yo a la cama, qué me estás contando? Tenías fiebre.

Duermo todo el día, ahora sí que sueño: personajes con máscaras venecianas que me ponen algo en al bebida, estoy en la fiesta de "Eyes Wide Shut", y aún así bebo. Al final de la tarde, me preparo para salir, va  a ser mi primera noche de guardia en Banderley.  Paso por la cantina, antes de irme a dar vuelta por las plantas, ahí está Will, con su libro. 
-Hey, ya preparando nuestra tesis? 
-Qué tesis? 
-Ermmm.. Cortázar? esto... anoche? 
-No he leído a Cortázar, qué recomiendas?

Aún depie, bandeja en manos, sonrisa congelada y, un momento, el tablón de anuncios: mi cartel del grupo literario ha desaparecido. Pero para qué deciselo a Will, que ya está leyendo otra vez. Casi no ceno y corro contra reloj porque solo tengo 10 minutos hasta empezar la guardia: en todos los sitios siguen los carteles habituales, en la piscina, en la sala de ordenadores, en los mess de las casas. Menos el mío. Todos, uno por uno, han desaparecido.


16 febrero 2020

"Lluvia fina" de Luis Landero: Rancio.

No suelo hacer divagues de libros que no me han gustado, para qué. Pero hoy tengo que sacar lo que llevo dentro desde anoche, que terminé la última novela de mi admirado Luis Landero. Intentaré, por lo menos, que sea breve, como la novela misma: parece que el autor ha tenido el buen criterio de escribir algo que se lee en un fin de semana; hasta él de ha dado cuenta de que nadie quiere permanecer con esos personajes más de lo estrictamente necesario. 

No me ha gustado "Lluvia fina".

La novela habla de una familia disfuncional que, a ver, en principio nada en contra [el viernes vi "Knives out" ("Puñales por la espalda"), donde esta disfunción a ratos hace reír, a ratos da susto, a ratos intriga], ya dijo alguien aquello de "todas las familias son disfuncionales", pero es que aquí... 


Aquí lo primero que te planteas es, pero qué me está contando, o mejor dicho, de qué Espaňa me está hablando, esperando que, con suerte, Landero solo haya equivocado la época. La generación central de la familia tendrá mi edad, tal vez un poco mayores,  gente nacida en los primeros 70, o en los 60 tardíos. Yo entiendo que monstruos los ha habido en toda época y situación, pero sinceramente, en los 80, que una madre obligue a casarse a una hija a los 14 años, me parece un poco traído por los pelos. Una hija que quería viajar y aprender inglés, y la casa con un viejo de 36 años "para quitarse una boca". ¿En serio? Esto tal vez pasara así en grupos totalmente desclasados, fuera de la sociedad, pero no en este tipo de familia que sí, sufre económicamente al quedar huérfanos de padre, pero uno acaba en la universidad y perfeccionando inglés en Londres. Entiendo que el machismo ha sido atroz en muchas familias, pero en este extremo, la boda forzada, se le va la mano. Boda forzada que luego tiñe toda la novela. 

En otros detalles, el autor ha acertado más en el escenario: la madre es "practicante", y va y viene con un maletín negro, y su "moño duro": eso sí que es un recuerdo de los 70, cuando esa figura existía: a mí me suena uno llamado Blas, pero es un nombre demasiado perfecto para que no sea una maquinación de mi imaginación. No sé qué ha sido de ellos, los "practicantes", ni cuál era su cualificación, ni sé hoy en día qué ha pasado con todas esas inyecciones que se ponían... tal vez hoy son orales, ¿ampollas? Esto siempre era un suspiro, ampollas, cuando venía el médico y con terror cruzabas los dedos para que no recetase inyecciones, esperando a que simplemente dijera un jarabe y estos sobres, tres veces al día, o como mucho, si pronunciaba la palabra , viniera detrás con "bebida, inyección bebida". Y eso que en mi caso cuando ocurría siempre las ponía el ángel bueno Yaya, nunca un Blas, ni una señora con "moño duro", pero aún así. Otro elemento exitosamente robado de la imaginería de los 70 es "la mercería", esa tienda que hoy, si queda alguna, son ocasión para la nostalgia de un mundo que se está yendo y del cual la mercería representaba lo mejor: podías ir allí a comprar los hilos y botones para repasar esas prendas que aún iban a durar. En lugar de tirarlas  al Vertedero Universal donde hoy se echa todo lo que falla, porque ya no merece la pena arreglarlo.

Tampoco sé si existen hoy en día "las jugueterías". Me refiero a las tiendas pequeñas que se monta alguien, no a los hangares de juguetes que existen junto al Ikea, o a cualquier otro gran almacén. Porque uno de los personajes tiene precisamente esa tienda, que ha estado en su familia por generaciones, y de la que tiene una extensión en una habitación en su casa. Una aquí se pregunta si Landero debería haber tirado por el género terror, porque verdaderamente este personaje y su mundo da pánico. Yo no tengo palabra en castellano para definirlo, ayúdenme divagantes a encontrarla: en inglés es CREEP.  Es un tío que da miedo, asco, dentera, tristeza, desazón. El caso es que en estos momentos me cuesta separarlo del otro personaje masculino: físicamente me parecen el mismo: un tipo delgado, con escamas,  amarillento, con saliva blanca que se queda pegada en los labios, casposo, grasiento, con manos delgadas de unias largas, cruzadas como las de un cura, y con su misma voz engolada. Ambos comparten el infantilismo, el estar arrestados en sus caballitos, sus cowboys, el no ser hombres, sino una piltrafa de seres que no están a la altura de la vida, ni de poder llevar una relación, luego, ¿por qué lo intentan? Estos personajes existen hoy en día, están por todos los sitios, pero no como Landero los concibe, esperando a salir tras su telón de terciopelo rancio: hoy en día son los cacareados nerds, o geeks, que han abrazado sus juegos de rol, su Star Trek, sus cómics y lo han elevado a cultura u orgullo raruno: ya no nos tenemos que ocultar, somos guays (la cultura nerd ha surgido en los últimos 10 años, "Big Bang Theory" y tal) y sí, estos tíos existen, y no hay problema, siempre que no intenten meterse en una vida adulta con sus citas en el hospital, cumpleaños infantiles, vacaciones escolares que cubrir, facturas y reparaciones de grifos. Ellos lo que quieren es seguir en sus habitaciones jugando a los marcianitos con otros como ellos, o lo que sea. Yo conozco a algunos de estos ejemplares, que no tienen ningún problema en dejar colgada a su mujer y niños el finde porque tienen que ir a Comic Con, o a hacer volar sus drones, o sus cochecitos teledirigidos, o a su maratón de Star Wars, o a preparar su triatlón, que esos del deporte son otro grupo. Mira, chato, si querías una relación para tenerla de atrezzo, deberías haber avisado antes. Si lograste dar el pego un tiempo hasta enganchar a la pobre incauta, también podrás quitarte del rol este finde para estar con los niños. Y en la novela el ejemplo está clarísimo: uno de los personajes, se "retira" de la vida familiar cuando le nace una hija autista. El pobrecito ha de concentrarse en su dolor, mientras que es su pobre mujer la que lleva las citas, el colegio, la casa. Mira tío: vete a la mierda.

Los personajes femeninos no son mejores, yo durante toda la novela me preguntaba si estaba leyendo una sucesión de casos clínicos. Queda claro que la mayoría tienen trastornos de la personalidad más o menos severos, y con una de las hijas me planteo si ha pasado episodios que ha estado psicótica y nadie lo ha notado. Es un festival de la psicopatología, y cuidado que no digo "de la psicología", no, digo psico-patología. Si alguna o algún trabajador de la salud mental lee "Lluvia fina", se sentirá en todo momento trabajando. Pero no como en esas grandes novelas en las que aprendes del alma humana a través de personajes atormentados, o en conflicto. No: esto es material clínico, puro y duro. 

Y el único personaje normal, abnegado, la observadora externa, confidente de toda esta jaula de grillos, es usado por Landero para enfatizar, de un plumazo final, la fatalidad que recorre la novela. Parece injusto, pero ¿por qué cambiar al final, cuando toda la novela es negativa, opresiva, huele a grasa rancia, a naftalina, a fritanga que se te ha quedado en el pelo y en la ropa, a nicotina vieja amarilleando las cortinas? Y todo es mentira, nada es lo que parece, para ello usa la técnica del "unreliable narrator" (el narrador del que no te puedes fiar), y al final ya no sabes si las perversiones sexuales del juguetero (harto desagradables por cierto, pero contadas como de paso, de una manera casual) fueron tal, o producto de la mente enferma de la que lo acusa. De esto nos advierte Landero desde la primera página: los relatos no son inocentes. Claro que no, cómo van a ser inocentes, si siempre son una re-composición de la realidad que cada uno nos hacemos, esto sí que es de primero de psicología, señor Luis.

Hoy es domingo, y aquí llueve, y no precisamente de esa manera fina e insidiosa de la novela: aquí llueve tipo ciclón-menor, con ventolera terrible, pero a la que abrazo hoy tras el txirimiri de la lectura de ayer. Y mientras termino el divague, que ha sido en el fondo catarsis, me doy cuenta de que me siento tan mal porque admiro muchísimo a Landero: desde sus "Juegos de la edad tardía" (aquí también hay un Faroni fantasioso y dramático, que muere enseguida) hasta "Hoy, Júpiter", su manera de trabajar el lenguaje, como un alfarero de las palabras (esto es suyo), y su manera de relacionarse con la escritura: "Me gusta gustar, pero no lo intento" siempre me ha parecido magistral. Es la decepción lo que me hace estar ahora así. Quedo a la espera de otra tormenta, con nubes negras que se vacían allá lejos, en el horizonte, mientras me sacudo esta lluvia fina. 

09 febrero 2020

"Life after life" ("Una y otra vez") de Kate Atkinson: Por qué está Europa repitiendo el mismo error?

Me pregunto si mi experiencia de "Life after life" hubiera sido distinta si la hubiera leído cuando se publicó, en 2013. Y cómo habría sido mi divague en 2013. Porque entonces todavía no había pasado aquello: el terremoto que ha agitado inesperadamente a esta isla, dejándola con una grieta para la que no tengo palabra en castellano, pero que en inglés y en francés sé que es "crevasse". La aprendí, o por lo menos pasó a mi activo, en aquel docu de 2003, "Touching the void", que cuenta los avatares de un montañero que cae en un "crevasse" en los Andes. Y esta imagen es con la que me quedo como metáfora de la fisura que ha dejado "aquello", el Brexit, en este país, un terrible crack que recorre su orografía en mi imaginación, y en realidad, el que recorre a las personas. Por lo menos, mi corazón, con respecto a Inglaterra, es exactamente eso: un puño de hielo furioso partido por una enorme crevasse. 

Así que lo último que necesito ahora es leer libros, o ver pelis sobre la grandiosidad británica: no gracias, Sam Mendes, no tengo ningún interés en ir a ver tu "1917", ya me aburrí bastante con "Dunkerque". De qué va esta exaltación, justo ahora? Como no podéis mirar a la cara vuestro pasado colonial, ahora os escudáis en qué buenos fuisteis en la Segunda Guerra Mundial, luchando contra el fascismo. Oh, ahí lo disteis todo, una generación que hizo tantos sacrificios porque Europa no cayera ante la bota delirante alemana: pero qué habéis hecho ahora, con quién os estáis alineando con el Brexit?  

Al final de "Life after life" (traducida al castellano como "Una y otra vez") hay un post-scriptum en el que la autora, Kate Atkinson, hablando de su proceso de creación, dice que no sabe bien el tema principal de la novela, pero se aventura: tal vez va de "ser inglés, o lo que significa ser inglés en nuestras imaginaciones". Esto lo leo cuando llevo tal vez unas 100 páginas de sus 600, y obviamente no hace que lo abrace con más cariño. Leo algo más sobre Atkinson y veo que viene de una familia trabajadora de Yorkshire, con un abuelo muerto en un escape de gas de una mina, el otro por una bomba en 1941. Su padre trabajó en la misma mina que había muerto su abuelo, allí "sirvió" la guerra. Estos datos me parecen interesantes para entender porqué la familia de la novela es la típica de clase acomodada, que en aquella época en la que empieza la narración, 1910, tenía criados y cocinera, en una mansión en el campo. 

Cuando comienzo la lectura no sé nada de todo esto: me lo ha recomendado Elena Rius, de la que me fío muchísimo, y simplemente me sumerjo en la historia. Al principio, me cuesta entrar, por varias razones: la primera porque no encuentro "voz" a la narradora. Sí, me está contando cosas, pero cómo lo dice no me hace sacar el lápiz de subrayado demasiadas veces. La familia en la que nace la protagonista, Ursula, es esa familia inglesa de la que hemos leído ya tanto en Forster, Waugh, Austen el al. Se me hace confuso la misma escena, la de la gran nevada la noche que nace Ursula repetida varias veces. Miro la lista de capítulos, e intento entender de qué va a ir ese ir y venir temporal.


Poco a poco voy avanzando, creo que dejo atrás la infancia, aunque luego volveremos. Snow, nieve, la escena del nacimiento está presente hasta el final: qué habría sido del mundo si hubiéramos muerto en nuestro parto? Porque Ursula muere con el cordón alrededor del cuello algunas veces, y otras se salva, y en otras el "murciélago de alas negras" la atrapa tras un virus, o ahogándose en el mar, y otras se salva, y su vida, que irá tomando diversos derroteros, será muy distinta según si un encuentro casual con un mediocre profesor de historia, o la decisión de viajar al continente para perfeccionar su alemán. Esto me lleva a un tema que no ha sido recurrente, pero sí que hemos tocado a veces en el blog: las múltiples vidas que podríamos haber vivido, el camino que no tomamos, maneras de vivir. Imposible ignorar algunas coincidencias: yo también nací cianótica, bien azul tras un parto complicado y yo también estuve a punto de morir ahogada en el mar a los 10 -11 años. Para mí eso no hubiera supuesto nada, simplemente no existir, para el mundo, tampoco, mi trabajo lo podrían haber hecho otros. Es para los que te han querido para los que cambiaría la vida si esas olas se me hubieran llevado: aún recuerdo la confusión cuando por fin salí /me sacaron toda arañada por las rocas a las que me arrojaba el mar enfurecido, y se me volvía a llevar, una y otra vez, y mi madre llorando, y sobre todo a mi hermana, poco más que un bebé entonces, a la que seguro abracé: hoy me planteo cuántas horas de felicidad que hemos pasado juntas no habrían sido. La vida es de una fragilidad que duele, cómo una tontería puede cambiarla toda para siempre. 



Así que aún tocada por esta vida que se entrelaza con la mía sigo leyendo y entonces estoy de lleno en la guerra, la Segunda Guerra Mundial que Ursula vive de distintas maneras: como mujer abusada por un marido cruel y patético, como madre atrapada en el Berlin pre-guerra, como soltera que trabaja para el gobierno por el día y por las noches sale en una patrulla de rescate. De todas estas vidas, ha sido la descripción detallada del Blitz, el bombardeo de Londinium durante la guerra, la que más de cerca me ha tocado. Londinium no es como Berlin, donde la Guerra está presente en cada rincón: a mí me impactó, me pareció estar en un decorado de la historia, con la salvedad de que no tenías la sensación de decorado, sino de algo muy real. Algo así como en el pueblo viejo de Belchite, que resiste de pie como un fantasma. Pero pese a no ser tan marcado como en Berlin-Belchite, en el Londinium del día-a-día todavía se sienten los destrozos del Blitz: el hospital de St. Thomas donde nació Mini fue bombardeado, y no hay duda de qué parte; en una tarde de compras en John Lewis, un gran almacén de Oxford St., te encuentras, junto a la cafetería, una línea del tiempo donde se explica que su ala Este fue bombardeada y la foto estremece; en muchas calles de casitas victorianas exactamente iguales hay, de repente, un par de edificios feos, cuadrados, sesenteros, hoy en día ocupados por viviendas protegidas: ahí cayó una bomba. Tengo un ejemplo a dos manzanas de mi casa, y a tres minutos, la aparentemente inofensiva parada del metro que, nueve pisos más abajo, fue el refugio de esta zona. De mi visita a este lugar divagué aquí: "Vivo sobre un refugio antiaéreo". De lo que pasó en la estación de Balham, a una parada de la mía, lo cuenta mucho mejor que yo McEwan en "Atonement" ("Expiación").

Así que leer lo que fue la vida en esta ciudad durante el Blitz ha sido para mí devastador. Esto es un cliché, pero oía el shhhh de las bombas, sentía su vibración, y la onda expansiva, y recordaba algunos de mis peores sueños, en los que me he despertado pensando lo mismo que Ursula ante un trueno gigante, seguido de paredes que colapsan, dejando al edificio como una de munecas: "Esto es, así es como me muero". Ursula trabaja de voluntaria de rescatando a los pocos vivos que quedan bajo los escombros, y sacando/catalogando cadáveres, un horror personal, silencioso: al igual que los soldados que nunca hablarían de las trincheras, imposible hablar de esto luego con tu familia, con tus amigos, para qué. Al leer, creía entender (seguramente de mala manera) la actitud de la gente cuando cada noche te bombardean. Cuando bajé al refugio hace 4 anios, me preguntaba cómo podían hacer baile ahí abajo, cuando igual a la maniana siguiente no tendrían casa, o tal vez vida... pero la gente sigue, tal vez haciendo cosas que el decoro u otras convenciones no permitirían en tiempos de paz pero, qué más da, follemos, si igual no estamos maniana, una tal Kathy "se guardó para nada", su madre ha escrito con su muerte. Y si "él te besa en la palma de la mano: captura ese momento, porque es bonito"; luego ha de irse, y no sabes (pero entra dentro de las posibilidades) que no le verás más. Caminar de la mano de extranios, cuando se queda la ciudad sin surtido eléctrico, y no hay luna, y cristales afilados en el suelo, igual ese tipo es un malvado, pero hay que confiar en que no lo sea, y tirar para adelante.  Cuando suenan las sirenas, buscar linternas, ropa de abrigo, el ovillo de tejer, un libro, y al refugio, que puede ser público, o del vecino de abajo si tiene un sótano. Dejo el libro al lado y le pregunto a Mini, "tú crees que si viniera una guerra Rose nos dejaría bajar a su sótano?", y ella: "Hell, no!". Aspirar, como un suenio dorado, que te llegue la muerte de una manera rápida. Vuelvo a escuchar el silencio: los domingos por la maniana no tocan las campanas de las iglesias durante el Blitz (alguna vez volvieron? yo ahora tampoco las oigo,  es para mí un sonido y a de la infancia, o tal vez de alguna vacación griega). Todas aquellas preciosas Iglesias de Wren, que se construyeron tras el Gran Fuego de Londinium, destruidas.  Los escritores de entonces querían ir a la guerra porque esto era su "experiencia", lo que luego, si sobrevivían, intentarían narrar; hoy en día la gente sigue buscando experiencias para subir a instagram. "Casa" es una idea, no es ni siquiera tu casa de la infancia, y como Arcadia está perdida en el pasado. Pero Ursula tiene una hermana, y se quieren. Hay cosas que no cambian. 


No he leído prácticamente literatura de guerra, y tal vez por eso me ha impactado tanto esta parte del libro: para mí, solo por esto, ya ha merecido la pena leerlo. Aunque fuera hoy, a principios de 2020, no en aquel 2013 post-euforia olímpica, cuando estábamos orgullosos de que esta isla había producido los Beatles, las Bronte y el NHS, y de haber sido aquí un mínimo granito de arena. Que se iba a llevar el mar, pero no de esta manera. 

Me pregunto cómo se escribirá esta historia dentro de unas décadas. Atkinson dedica un par de páginas a imaginar un mundo donde Hitler (inconcebible hoy entender el carisma que de hecho tuvo, histeria de masas por un amante de la operetta vs. la ópera) no hubiera existido: tal vez no existiría el conflicto árabe-israelí, tal vez Rusia no se hubiera hecho con Europa del Este, tal vez toda la cultura europea sería distinta, sino todos aquellos que tuvieron que huir a otros países, por ej EEUU. Me pregunto cuales son los "tal vez" que se escribirán entonces y, en fin, no quiero saber. 

Solo espero que no se cumpla la traducción de este libro al castellano: que "una y otra vez" hayamos repetido los mismos errores.