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10 julio 2024

"The book of evidence" ("El libro de las pruebas") de John Banville: "La maté porque podía"

Este ha sido mi primer Banville. 
¿Por qué este? Sin recomendación de nadie, me imagino que lo elegí tras una búsqueda tipo "por dónde empezar con John Banville" y me salió "The book of evidence" ("El libro de las pruebas") . Pero no lo sé, porque ahora lo he hecho y no sale; el propio autor recomienda "The Newton letter", de su tetralogía científica. Este es también el primero de una trilogía que narra las andanzas de Freddie Montgomery, un asesino ilustrado, un científico que ama el arte, pero que estudió ciencias "para hacer la falta de certeza más llevadera".

Tal vez fue por eso: siempre me interesa lo que la gente llama "el Mal", meterme en la cabeza de lo que la gente llama "los monstruos" para intentar explicarme cosas. Conclusión hasta ahora, primicia: es complicado. Ahora estoy leyendo otro de esos libros de neurociencia con los que de vez en cuando os deleito por aquí, y aseguro que todo lo que tiene que ver con nuestro comportamiento es de una complejidad que ríete de la NASA y el metaverso. El ensayo, de David Linden y del 2020,  se llama "Único. La nueva ciencia de la individualidad humana". Lo que nos hace  especiales, únicas e irrepetibles está meɓdiado por genes, ambiente, y el azar de los procesos del desarrollo. Genes que se activan o desactivan según diferentes parámetros (no sé, por ejemplo, la temperatura), ambientes compartidos y no compartidos, randomness. Es apasionante y todo una maldita lotería. No me atrevo a leer el último de Sapolsky [del que ya divagamos sobre su "Behave"] titulado "Determined: A Science of Life Without Free Will", porque me da medio miedo. A propósito del libre albedrío, ya al principio de "The book of evidence" nos encontramos frases como "I realised I did the things that I did because I could do no other" o "I am asking if it is feasible to hold on to the concept or moral culpability when the notion of free will has been abandoned".

Pero divago: todo lo anterior para decir que Freddie no parece un psicópata al uso, pero me quedan muchas dudas clínicas de lo que le ocurre [tiene muchos momentos de grandiosidad, de "cómo no se me da más importancia, tras lo que he hecho"; otros de "disregulación emocional", como se llama ahora a una pataleta de adulto], de cómo entender su asesinato, cuando todo lo que explica es "la maté porque podía". Y realmente, parece que él mismo no tiene ni idea. Es un tipo que se ha obsesionado con un cuadro (que si es el de la portada de mi edición, entiendo el porqué: me he descubierto mirándolo muchas veces antes de abrirlo y tras al cerrar el libro), va a robarlo a plena luz de día, y como una criada se le interpone, zas, la mata. Pero ni siquiera para salirse con la suya, ni para no dejar huellas. No. Simplemente, podía. El que lo entienda, que lo compre. Nota: con los libros de neurociencia en la mano, creo que algún día -no cercano- se entenderá. Con nuestra lógica cuentacuentos, no.

Freddie nos cuenta su historia en primera persona y es un "unrealiable narrator" (el narrador en el que no se puede confiar) de libro: ¿es esta confesión de su puño y letra lo que realmente ocurrió? Lo han comparado con Raskolnikov ("Me siento como el triste protagonista de una novela rusa", dice en un punto), y es que hay mucha filosofía en esta novela corta: la libertad ("to do the worst thing, that's the way to be free"), el miedo a la libertad (que lleva consigo tomar decisiones; parece que Freddie se ve aliviado de no tener que decidir nada nunca más, en la rutina despersonalizada de la cárcel), el libre albedrío, la piel de cordero con la que cubrimos el lobo que somos ("This is the only way another creature can be known: on the surface, that's where there is depth")... pero lo que de verdad llama la atención de la novela es cómo está escrita.

Banville escribía novela negra con un pseudónimo, Benjamin Black, y he leído alguna entrevista en la que explicaba cómo usaba a Black para relajarse de la extrema concentración que necesita para escribir como Banville. Parece que una cosa es literatura y la otra un divertimento. No he leído a Black ni de entrada me apetece, pero Banville escribe cosas tribonitas como "that grim, shadowed gallery I call my heart" o 
"como si hubiera atravesado la membrana del tiempo en sí mismo". O reflexiones sobre alguien "destinado a grandes cosas, pero que había logrado evitar su destino", o "creo que será lunes por la mañana cuando me den la bienvenida en el Infierno".

Un día solo fui a un taller de escritura (absténganse los graciosos de comentarios) en el que dijeron que "era muy importante describir sensaciones de los sentidos". Pero claro, una cosa es hablar del manido "olor a césped recién cortado" que te lleva a la infancia en el Parque Grande y otra Banville: "chupar el sobre que ella había previamente cerrado", "un sonido de tractor que era justo la voz del verano", o incluso llegar más allá, a la despersonalización: "me vi a mí mismo girándome, mientras me giraba". El nivel de su descripción tal vez se entienda aquí: "A paralelogram of moonlight was propped againts one wall like a broken mirror".

Y el humor: no sé si una acaba siendo del equipo de Freddie incondicionalmente -es un tipo raro-, pero si tiene algún punto positivo que le define y tal vez redime es el humor. Cuando su amigo pregunta todo solemne al inspector si es absolutamente necesario que le esposen, él reacciona con desapego e ironía, "It was such a grand old line, and so splendidly delivered , with just the right degree of solemn hauter, that for a second I thought I might elicit a small round of applause". O la relación con su madre, "ya me había irritado. Tenía ese efecto en mí. Solo tengo que estar frente a ella para que la irritación y el resentimiento empiecen a anidar en mi pecho", y tras el soliloquio: "¿es de extrañar que haya acabado en la cárcel?".

¿Quiero reencontrarme con Freddie en el resto de la trilogía? Puede. Pero seguro, con quien quiero seguir encontrándome es con la prosa de John Banville. 

04 julio 2024

Divagar sobre "Chums" ("Amigocracia") de Simon Kuper en esta jornada histórica

El autor de "Chums" (que no se traduce literalmente como "amigocracia" como lo han hecho en la edición en castellano, sino más bien como "amigotes"), Simon Kuper, estudiaba en Oxford en los 80. Un momento, espera: ¿quién estaba en Oxford en aquellos maravillosos años? Daré una pista con el resto del título: "Amigocracia: Cómo una pequeña casta de tories de Oxford se apoderó del Reino Unido". Ahá, esos que están pensando: sí, ese, y sí, ese, y aquel. Los que nos llevaron al Brexit, y a otros desastres. De esta panda de amigotes habla este libro.

Este es Kuper
El autor escribe desde la posición del que observa desde fuera: Kuper era en Oxford un "outsider", alguien que no pertenecía al ecosistema de la clase alta educada en colegios privados, era un hijo de sudafricanos de clase media de colegio público, que había nacido en Uganda y vivido en Holanda. La mirada del outsider ha dado tanto juego en literatura: prácticamente en todas las novelas de campus hay uno que nos cuenta la historia: desde las mellizas O'Sullivan en Santa Clara, pasando por el nuevo de "El club de los poetas muertos", el pobre de "The secret history" y la mítica Mariona Calleja en Banderley, hasta el más reciente, Oliver de "Saltburn" -que justamente también está ambientado en Oxford, pero esta vez en los 90.

De los 17 Primeros Ministros que ha tenido el Reino Unido desde 1940, 13 fueron a Oxford. De las excepciones, hay tres que no fueron a la universidad (Winston Churchill, James Callaghan y John Major) y Gordon Brown fue a Edimburgo. Casi todos los 13 estudiaron una carrera llamada PPE (Política, Filosofía y Económicas) - si existen carreras separadas de cada una de estas tres disciplinas, lo de esta licenciatura es patinar por la superficie-, y muchos de ellos fueron miembros de un grupo llamado la "Oxford Union", la sociedad de debate de la uni, de la que hablaremos luego. Keir Starmer, nuestro flamante primer ministro, llegó a Oxford en 1985 después de haber estudiado derecho en Leeds para hacer un curso de postgrado de Derecho Civil. Kuper lo describe como “genuinamente clase trabajadora, guapo, carismático y bastante de izquierdas”. Será el cuarto que no hizo su grado en Oxford.

No deja de ser curioso que vaya a publicar este divague de libro justo hoy, el día histórico en el que les vamos a dar la patada a esa casta de tories en las Elecciones Generales. No ha sido planeado, empecé el libro antes de que se anunciaran. Mi plan inicial no era celebrar, sino resumir el análisis del autor sobre la clase dominante de este país, y para ello habrá que entender un poco de dónde venían (o sea, la historia), habrá que ver lo que era la cultura de Oxford cuando ellos se estaban formando (seguramente no lo que el divagante piensa, “una buenísima universidad”) y lo que es ahora. Si no hubiera tenido este divague de libro tan a mano, probablemente habría escrito uno mirando al futuro, no al pasado, como ha hecho la gran Zadie Smith hoy en el Guardian: “Here comes the sun”, lo ha titulado. Ojalá salga el sol metafórico, aunque sea, en esta isla; llevamos demasiados años bajo las nubes. Ahí vamos.

~~UN POCO DE HISTORIA~~

A las grandes guerras del Siglo XX también fueron los alumnos de Oxford: en la Primera Guerra Mundial murieron siete ex-presidentes de la Oxford Union. De 1940 a 1963, los Primeros Ministros que tuvo el Reino Unido habían todos luchado en la Primera Guerra Mundial. Uno de mis libros favoritos de los últimos años, “El domingo de las madres” de Graham Swift, narra la inmensa tristeza que se respira en las casas de la clase alta en el periodo de entreguerras donde “las habitaciones de los chicos se han quedado como las dejaron”, pero están todos muertos. Tres ex-presidentes de la Oxford Union cayeron posteriormente en la Segunda Guerra Mundial.

La clase alta se vio muy afectada, como se puede ver, por las guerras. No es casualidad que la era en la que los Primeros Ministros eran veteranos de la guerra coincidió con la época de la socialdemocracia británica. De 1945 a 1979 se dieron “aquellos maravillosos años”: en 1945 Clement Attlee, ganó las elecciones por goleada para los laboristas y formó el primer gobierno de estos en mayoría, hasta 1951. Ya hemos hablado mucho en este blog de avances sociales de esos años, incluyendo la creación del NHS (Seguridad Social) y el Welfare State (Estado del Bienestar), la independencia de la India, nacionalización de múltiples industrias y keynesianismo (aprobado por tanto laboristas como conservadores!), entre otros.

Tras años de austeridad de la posguerra, la prosperidad económica llegó en los 50, aunque el UK ya no era una potencia mundial. Analicemos esto último: el ligero cambio de puntuación e imperativo cambia el significado del himno patriótico “Rule Britannia”. De “Rule Britannia, Britannia rule the waves!” [inicialmente exhortando a los británicos a mandar sobre las olas-qué bonito-, sobre el imperio], a “Rule Britannia, Britannia ruleS the waves” [afirmación: de hecho, mandaban]. Pues entonces estaban de vuelta al casillero de salida, ya no mandaban sobre las olas, y eso no molaba. Oxford incitó a sus alumnos a preocuparse por el pasado, a asumir que hay ciertas instituciones y costumbres que son intocables. Dice Kuper que esto llevó a algunos de sus alumnos a crear fantasías atemporales como “Alicia en el el país de las maravillas”, “El hobbit”, “Narnia” y… el Brexit (de esto hablaremos luego).

El Primer Ministro conservador Ted Heath había estado en el Desembarco de Normandía y concluyó que “no se podía permitir que los europeos volvieran a matarse entre ellos”. Fue el que en 1973 hizo posible que este país entrase en la entonces Comunidad Económica Europea (CEE).

En 1979, “la desigualdad salarial alcanzó el punto más bajo de la historia”. Pero también en ese año llegó Margaret Thatcher (ding dong the witch…) al poder, y empezó por celebrar de nuevo el privilegio y el acento adecuado, restableciendo las desigualdades. Hasta finales de los 80, Thatcher no se quejó de la CEE: había obtenido el reembolso que quería y aquí preocupaban otros temas, como la huelga de la minería, el apartheid etc. Pero cuando se empezó a hablar de la moneda única, Thatcher se volvió euroescéptica.

Incentivados por Thatcher, en los 80 las clases altas estaban empezando a recuperar un poco de la confianza que habían perdido desde la Segunda Guerra Mundial con toda esa revolución social. Durante el divague veremos cómo la combinación de thatcherismo y Oxford dio lugar a este interesante tipo humano que lleva dirigiendo el país casi 15 largos años.

En 1992, con John Major como Primer Ministro, se aprobó el Tratado de Maastricht y ahí empezaron a preocuparse por aquello de no poder ejercer el autogobierno, el ser una provincia más del imperio europeo, cuando ellos habían sido siempre el centro de su imperio: iban a ser la aldea gala de resistencia. Además, con los sindicatos y la URSS vencidos, la derecha británica necesitaba un nuevo enemigo. El evidente era la CEE.

Running out of ideas...


~~OXFORD EN LOS 80~~

Acceder a Oxford
Cuenta Kuper que en su época, las buenas notas en A levels (~selectividad) no eran suficientes: para entrar en Oxford tenías que pasar ese ritual tan británico que es la entrevista personal. Allí se buscaba gente que “pudiera hablar desinformada de cualquier tema y que fuera ingeniosa y divertida luego en las tutorías”.

¿A alguien le viene a la cabeza un tal Boris Johnson? Ah claro, porque otra faceta que te daba puntos era ser alt@, rubi@ y de colegio privado. Pongo la @ pero las mujeres eran entonces solo el 30%. Los coles privados dedicaban tres meses solo para prepararte para la entrevista y, si aún así no lo conseguías, siempre estaba el telefonazo de papi (esto lo dijo el director de un cole privado en Westminster; si en este divague hago bromas o exageraciones, lo avisaré, todo el resto es factual).

En esa preparación, sabían que el lenguaje corporal de la entrevista lo era todo: los chicos de la escuela privada se sentaban como si fueran los dueños del mundo, como sus abuelos y padres con el whisky en la mano en el club, mientras que los de las "grammar schools", en la punta de la silla, como a punto de salir corriendo. Eso nunca da puntos.

De dónde venían los alumnos
Ah, las “grammar schools”: algún alumno venía de aquí. Era un tipo de cole público que existía aquí hasta que se los prohibió, en el que se seleccionaba alumnos en base a sus méritos académicos (Keir Starmer fue a una). De este sistema selectivo salían los pocos de la escuela pública que nutrían a la muy selectiva Oxford. Pero era muy difícil competir con los de la privada -aparte de las obvias, veremos las razones más abajo-, en particular con el principal productor de futuros oxonians (como llaman a los alumnos de Oxford), Eton, el famoso colegio de chicos, aquel en el que los chavales van de chaqué por las calles. Esos colegios que poseen "38.000 acres de terreno", para deporte, claro. No hay más preguntas.

Casualmente, el otro día caí en un trozo de una entrevista que dió Paul McCartney a Julia Otero en 1989 en el que ella le preguntaba por qué, con la pasta que tenía, llevaba a sus hijos a la escuela pública. Y Paul: "La escuela privada en Inglaterra produce un tipo de gente diferente, de clase alta y a mí eso no me gusta. Me gusta la gente normal, yo vengo de gente normal, trabajadora y no quería que mis hijos vinieran a decirme, hola papi" (y pone un acento pijo). Me encanta esta anécdota, pero tal vez a Paul uno de sus nietos, hijo de Stella, le diga “hola granpapi” con ese acento pijo [tal vez Stella haya llevado a su hijo con la nariz tapada, como yo, al mismo cole que va Mini].

Oxford o no dar palo al agua
Cuando Kuper llegó a la universidad, se dio cuenta que estaba mal visto estudiar mucho. Ya escribió Marías en “Todas las almas” eso de que “Oxford, sin ninguna duda, es una de las ciudades del mundo donde menos trabajo se hace”. Graham Greene escribió que “estaba borracho de la mañana a la noche, solo necesitaba estar sobrio una hora a la semana cuando se reunía con su tutor” y Stephen Hawkins que “estudiar era lo peor, el signo de ser un hombre gris; o eras brillante por naturaleza o había que aceptar tus limitaciones y tener un grado cuarta clase”. Lo que se venía a hacer a Oxford era otra cosa: relaciones. Crecer, beber, hacer deporte, hacer amigos, tal vez echarte novia.

Con ese enloquecido “programa de festejos”, no daba la vida para estudiar, claro. Pero no importaba: los tutores valoraban más la capacidad de producir un ensayo con prisas la noche de antes (Kuper que es periodista del Financial Times dice esas noches le prepararon precisamente para ese trabajo), poder defender un argumento en el que no se creía necesariamente, echar faroles en las tutorías y hace exhibición de aquello tan británico como es el “wit” y el “charm” (el ingenio y el encanto).

Y no es que no importara, es que si habías estudiado, te miraban mal. ?Alguien recuerda la escena de “Saltburn”, cuando el chico pobre dice que se ha leído todos los libros de la lista del verano y se le ríen? Claro que había empollones, gente seria a la que interesaban la complejidad y los matices, pero no era lo normal.

En el primer grupo, el de los faroleros vagos de la improvisación, tenemos como ejemplo claro a Boris Johnson, que combina “nature” (nació con ese tipo de personalidad) más “nurture” (Eton, Oxford). Estudió Clásicas y fue periodista de los que escribían sin mucho conocimiento (le echaron un par de veces por mentir), y luego político de los que hablaban sin saber nada. En sus antípodas, en el segundo grupo, el empollón que tenía muchas mejores notas, Dominique Cummings (el que movía los hilos de las marionetas) que además de tener los datos era consciente de sus limitaciones: “no se me da la retórica”. Hay gente que es mejor escribiendo que hablando, y es bueno conocerse a una misma.

Lo de las ciencias
Aunque el libro está lleno de perlas, aquí va lo que más me ha impactado: las ciencias era algo que no se estimulaba en los toffs (aprendan esta palabra, la versión británica del pijo). La idea era que los científicos “se quedaran en la sala de máquinas” haciendo sus cosas mientras que los retóricos “llevaran el barco” [este desprecio por la ciencia me recuerda el nacional unamuniano “que inventen otros!”... aún estamos pagando esa ideología en España]. Lo de Oxford era especializarse en producir tres tipos de profesionales: los políticos y funcionarios que administrarían el estado, los abogados y economistas que servirían a la economía y los periodistas que contarían la historia, que narrarían el espectáculo a las masas.

Esto quiere decir que la mayoría de estos licenciados en PPE (recordemos, Politics Philosophy Economy) habían dejado de estudiar matemáticas o ciencias a los 16, lo que quedó más que claro cuando llegó el covid y no sabían leer una gráfica. Nota: el 95% de los Miembros de Parlamento (MPs) que habían estudiado PPE votaron “Remain” (quedarse) en el referéndum del Brexit, incluyendo a David Cameron, Liz Truss, los Millibands, Jeremy Hunt… entre el 5% que votaron “Leave” (si me queréis, irse!) estuvieron Rishi Sunak y Rupert Murdoch (quién iba a decir que en sus tiempos en Oxford tenía un busto de Lenin en su cuarto y fue miembro del Partido Laborista de la uni). En contraste con los de PPE, los tories brexiteros habían estudiado clásicas (6 de los 8 clasicistas de la cámara votaron “Leave”).

Lo del latín
El latín implica mucho prestigio en este país porque solo un pequeño grupo de colegios privados lo enseña. Tal era su estatus que hasta 1960, haber estudiado latín era un requerimiento para entrar en Oxford.

Probablemente mi anécdota favorita de todo el libro es esta: Francis Crick, que no sabía latín, no fue aceptado por ello ni en Oxford ni en Cambridge, así que terminó en UCL (University College London). Y de ahí su carrera hasta el Nobel tras descubrir nada más y nada menos -con Watson- que la doble hélice del ADN. Me parto. Nota de menos risa: Watson, Crick y Rosalind Franklin, que se debería también llevado el Nobel-en el enlace explico por qué. 

Kuper dice que cuanto menos “útil” tu grado era, más chic se consideraba. Tiene mucha lógica: la gente que tiene la espalda cubierta puede permitirse estudiar algo de lo que luego no tendrá que vivir.

Más mitología: Retorno a Brideshead
No olvidemos al osito de Sebastian
Junto con el thatcherismo, algo más contribuyó a que la clase alta empezara a salir de sus madrigueras. En 1981 se estrenó la serie adaptación de la novela de 1945 de Evelyn Waugh “Brideshead revisited” (“Retorno a Brideshead”), toda llena de nostalgia (esa palabra, de nuevo) por la época aristocrática británica. Como en las mejores ficciones, la protagonista es la mansión, que aquí es un símbolo de la amenaza existencial de la modernidad. La serie inspiró una nueva forma de cultura juvenil en esta isla, comparable al punk o la música indie, liderada por los toffs.

El “Bullingdon Club”
Así que ahí los tenemos, ya desatados. Si has visto alguna vez las imágenes de Cameron, Johnson y amiguitos de chaqué en unas escaleras en los 80, no la habrás olvidado: eran los miembros del Bullingdon Dining Club (Labour la quiso usar alguna vez en su campaña, para lo mismo que yo querría usar este divague). 

Este grupo selecto de niños-bien-nivel-leyenda se reunían para cenas a lo grande que solían terminar con desfases varios, como destrozar el restaurante (total, ya pagaría luego papi), vandalizar la calle, humillar a las prostitutas que contrataban, bajar los pantalones a los “plebs” (así llamaban a los de “clase baja”), a los que luego daban dinero en compensación. 

El lema del Bullingdon era “Las normas no aplican a nuestra clase” (con toda la razón porque de hecho, podían hacer todas esas burradas: aunque les arrestaran, les soltaban al día siguiente sin cargos). Johnson se avergonzó más adelante públicamente de haber pertenecido a este club - quién sabe si lo pensaba, o fue otra lavada de cara.

La “Oxford Union”
También perteneció Boris a la “Oxford Union”, una sociedad de debate fundada en 1823 que hasta 1963 no aceptó a mujeres, a la que Kuper llama “una House of Commons para niños”. Físicamente, como la real, parecía un club de gentlemen inglés: biblioteca, salas de escritura, bar, jardín y la sala de debates, con bustos de Primeros MInistros que habían sido miembros de la sociedad. El tono era de ironía y juego verbal (banter) y se prefería la retórica a entrar en el detalle de las leyes o el tema que fuera. Allí se oían también con los característicos “ayes” y “noes” de la House of Commons, la de los mayores. No quiero hacer listas, pero todos estuvieron allí: desde Theresa May hasta Netanyahu pasando por Benazir Bhutto y Viktor Orbán. Era el lugar donde “aprender el juego de la política”.

La Oxford Union estaba llena de conservadores, que había aprendido las reglas de cómo debatir en sus colegios privados (Point of Order! Point of Information!) y aunque había tradición de laboristas allí también, nunca fue tan central como para los tories (ni Clement Atlee ni Toni Blair se molestaron en ser parte). Pero en general, se cree que la retórica de los conservadores, salidos de estas sociedades de debate de Oxford, es mucho mejor que las de los laboristas, que lo que hacían era “torturarse en debates de post-marxismo en seminarios”.

Kuper concluye que toda esta panda son “habladores” (los mejores, como ha quedado claro), pero no “hacedores” (“talkers, not doers”). Por tanto, tras una campaña de Brexit llena de palabras que eran aire, se dieron cuenta que no habían  hecho algo fundamental: leerse la letra pequeña. Y luego vino la pandemia, otro claro ejemplo del triunfo de la retórica versus los hechos o la experiencia: el cuarto desastre del Reino Unido en los últimos 20 años, tras Irak, la crisis financiera y el Brexit.

Generación sin tragedia
Otra de las hipótesis de Kuper para explicar la última crisis, la de Brexit, es que esta panda de políticos fue la “generación sin tragedia”: Cameron, Johnson et al era la generación que más suerte había tenido por no haber vivido ningún drama generacional en un país que durante 300 años había evitado revoluciones, dictadores, hambrunas, guerras civiles, invasiones. Ellos además, eran los miembros más privilegiados de esta sociedad, que transformaron la muerte de algún antepasado en estas guerras en viejas glorias familiares y personales. Pero algunos querían su propio proyecto heroico… y este fue el Brexit, del que hoy no voy a escribir porque hay hasta una etiqueta en el divlog.

"Me preocupa que nos está llevando a la batalla
una persona que lleva pajarita"


~~EL FUTURO~~

¿Hay justificación para la educación de élite?
Visto donde estamos y a dónde nos ha llevado este grupo de toffs, hay que preguntarse: para qué los Oxford de turno? Kuper estudió también en universidades europeas -ni selectivas ni de élite, como sabemos los que venimos de la pública. Allí había muchos alumnos por clase (olvídate de las tutorías en asientos de cuero) y muchos estudiantes trabajando en bares por la noche, gente que le costaba 10 años terminar la carrera. Oxford era mejor que esas universidades, pero si te lo planteas, las sociedades de Holanda o Alemania eran más ricas, más justas y más igualitarias que la británica. En estos países los niños no tenían que estar siendo instruidos desde una escuela privada para saltar una valla a los 18. En esos países se saltan las vallas como adultos, en la vida laboral. De esta manera se evitan muchas de las injusticias británicas.

¿El futuro para Oxford? 
Qui lo sá… de entrada Kuper afirma que ha cambiado: el proceso de admisión es más transparente, tienen algoritmos para entender los obstáculos que han tenido que superar los alumnos de la clase trabajadora, y muchos tutores no los excluirán solo porque se queden en blanco de terror en las entrevistas, teniendo más en cuenta los resultados que la familia y el acento. La mayor parte de los tutores ya no toleran las retóricas vacías de los de antes -de hecho, hay cierto examen de conciencia del rol que Oxford tuvo en el Brexit. Eso sí, no idealicemos, hoy Oxford se ha globalizado, está lleno de estudiantes extranjeros que traen muy pasta -según bajas del tren está la escuela de negocios Said, que lleva el nombre del que lo pagó, un traficante de armas.

~~HOY~~

Sí, me ha quedado largo y aún así me he dejado muchísimos factores que explican cómo hemos llegado hasta aquí. Pero hoy es un día histórico, hoy en las Elecciones Generales se espera un “landslide” (victoria por goleada) del laborismo. Tal vez como la de mayo de 1997 con Tony Blair, y yo llegué a la isla justo un mes después. Cuando entró Cameron, en mayo de 2010 estaba muriéndome en un hospital (tal vez no tanto, pero no dejemos que la verdad empañe una buena historia). Unos meses antes había empezado este blog, y aquí he ido contando todos estos años de montaña rusa. 



Muchas cosas han pasado, muchas cosas son diferentes… pero un dato relevante para maniana es que a consecuencia de este gobierno y el Brexit al que nos llevaron, con la nariz tapada (la segunda vez que me tapo la nariz en este divague, lo sé, nobody’s perfect, ni siquiera Maléfica) me tuve que hacer el pasaporte británico, “azul como las olas del mar”, que decían los brexiteros. Pasaporte que me va a permitir, por primera vez, votar en las Generales, y contribuir a botarles a ellos.

Mi casa: una zona libre de tories
No me hacía falta leer este libro para saber que jamás apoyaré a una “pequeña casta de tories de Oxford que tomaron -y destruyeron- el Reino Unido”, pero creo que "Chums" debería ser de obligada lectura para los británicos antes de ir a las urnas. Hasta los que votan por sus intereses antes que por los de la mayoría, deberían tras la lectura mostrarles el dedo anular, por pura dignidad. 

No es que el poder corrompa, es que los que aspiran a él suelen ser en gran medida un cierto tipo de personas -como contamos aquí. Pero si esas personas además nunca han caminado por el mundo real, los problemas se tornan aún más graves, y las consecuencias... las que hemos sufrido en esta islita, como decía José Donoso, con forma de conejo.


Bye bye, babies. Hasta nunca. Here comes the sun. 

24 junio 2024

Roc en Sant Joan. Crianza moderna con toques vintage

Londinium, mon amour
Mis compas de piso conocieron a Roc el finde de Sant Joan de hace dos a
ños, entre petardos y cohetes. Este año hemos repetido finde, pese a que dentro de los dos tipos humanos "los que les molesta" y "los que aman" los petardos, no hará falta que aclare a cual pertenezco. Que pase la Scrooge de los petardos.

Iniciando a los menores en El Mal
Dirán que es cosa de la edad, pero es algo que nunca entendí: el ruido desagradable por sí mismo.  Me gustan los fuegos artificiales espectaculares (no las tristezas que echan en los jardines de detrás de mi casa vecinos particulares para Guy Fawkes el 5 de noviembre), como las de fin de fiestas en The River en Vetusta - creo recordar que intentaban que fueran al ritmo de música clásica y todo. O como los de Londinium en Nochevieja (esos que ponen en el telediario con el Big Ben de fondo cada año, entre los de la ópera de Sydney y la Tour Eiffel), pero esto solo lo imagino porque una vez lo intenté y nos fuimos antes de que empezaran, tal era el agobio que nos dio la marabunta -no me gustan las hordas pero además llevaba a Mini en la tripa.

Momento nostálgico...
Esta breve introducción fallera tiene un objetivo: comunicar que aún no salgo de mi apoteosis de que el padre de Roc comprara un set de "bombetas" para que el niño se iniciara en el rollo ese del ruido gratuito que tiene a los animales y a los neurodivergentes estresados durante una semana. Nota: las susodichas bombetas hicieron las delicias no solo del rascal de 2 años sino también de Mini que, como sabemos, se apunta siempre a un bombardeo-nunca mejor usada la palabra. 

Pasó volando
Han sido muy pocos días en la condal esta vez y no dio tiempo a nada: hay que sumar un día tomado por la visita de mis padres que hicieron un "sube-y-baja" desde Vetusta [viva el ave, que a ellos les va directo y a mí siempre me para en el "Campo de Tarragona" (será que compro billetes de oferta?)] y el sueño que nos atrapa a todos allí (por qué esas siestas?) Si yo tuviera la tontuna que me entra allí en UK, estaría ahora pidiendo "spare change" (limosna, pero en inglés, como no son tan dramáticos te preguntan si "te sobra algo de cambio") en la puerta del metro. 

Sección desarrollo
Juguete Montessori o
psicomotriz o algo
La estrella invitada en cuanto a "los mojones del desarrollo de Roc" de este viaje ha sido, sin duda, lo que habla. De repente ha despegado, y dice un montón de palabras y frases complejas. Creo que ya comenté que como a su padre le encanta el mar, Roc ya se sabe el nombre de todos los peces extra
ños que aparecen en algún cuento (ya he sido superada por un niño de dos años, yo solo conozco al besugo). Y por supuesto los colores, contar hasta diez en tres idiomas y los nombres de todos los miembros de ambas familias (otro cuento más son esos albumes de fotos impresos que se mira en el desayuno). 

Tema comida, muy controlado, aunque "macarrones" suena a "pantalones".  Su fruta favorita es el "melón" -que se come lo de arriba y cuando llega hacia abajo, lo da por terminado. Adivinen lo que es la "sarana" (sí, naranja) pero también maneja conceptos menos frecuentes como "arándanos". Hubo una pequeña movida un día porque le dijeron que cogiera algo con la mano pero él quería el "tenedor! tenedor!". Sí, un niño muy repelente, y aún no han leído lo peor: le gusta el "brócoli" y en general toda la verdura y la fruta, y está muy poco interesado en los carbohidratos (los "pantalones" son un descubrimiento reciente). Escucha podcasts de salud y bienestar?

Otra de sus frases es "llaves, calle!", o cuando nos íbamos y no le hacía gracia quedarse, nos llevó a su armario y "ropa, calle!". El día que se fueron mis padres, los buscaba por las habitaciones diciendo sus nombres "Yayo Lisi?" y parece que lo mismo cuando nos fuimos nosotros (emoji corazón roto). 

Juegos
Juguetes vintage
Quién tuvo un supercinexin?
Como casi todos los críos que conozco, pasa bastante del mogollón de juguetes que tiene (de madera, colores brillantes, un tipi para esconderse... de todo), lo que quiere, por ejemplo, es una bolsa de plástico con cables y enchufes de viejos ordenadores. Aún me quedan peluches y muñecos de Mini, que le sigo llevando religiosamente; dentro de poco solo me van a quedar Barbies, y en aras de ser modernas, también se las llevaré. 

Tiene un cinexin de su padre y le encanta... no creo que dure mucho porque mete los cartuchos del revés y se va a cargar la bombilla, que está toda al descubierto (ah, dónde estaba la "salud e higiene" en esa época vintage): "quema" me dice. Su peli (y cuento, se lo he traído) favorita es Peter Pan, así que me la enseña dándole a la manivela, y yo hago las voces y aprovecho para contarle (será la primera de infinidad de veces-aquí ya alguna vez: "siempre quise ser la mala") que su tía interpretó al Capitán Garfio en la obra de teatro para San José de Calasanz (4 EGB). 

Pero lo que más le gusta, con diferencia, es que te pongas una manta por encima y hagas de bruja ("brusha!"), se muere de risa, y eso que sus madre, siguiendo principios de crianza también vintage le señala el Tibidabo avisándole de que "allí vive la bruja". Yo solo diré que la Yaya me hacía miedo con el Gallo Kiriko, y aquí estoy, tan libre de neurosis. Nota: Mini siempre tuvo mucho miedo de las brujas, no de ogros ni vampiros, en concreto de brujas, y les sigue teniendo. Nosotros no usamos de seres mitológicos tradicionales, la amenaza suprema eran los basureros: "si no cierras el padaguas se lo dejaremos aquí afuera a los basureros". Lo veo mucho más coherente porque... existen!

Educación vintage:
ahí, en la cima, vive la Brusha!

El parque infantil, esa tortura
Por favor, hay alguien ahí afuera al que le guste el parque infantil? Yo creo que retrasé tanto mi maternidad por el horror general  -que pasaba a existencial / vacui los domingos por la tarde- que me daban los columpios. Aquí esas ansiedades han sido vicarias, transferencias freudianas heavies con las cuidadoras. Porque sí, el domingo el parque estaba lleno de madres con deportivas marca Veja y padres que dudábamos si abuelos, y un montón de críos por familia (si no hay mínimo tres, no eres nadie) pero el viernes, lo que había eran cuidadoras de varios países de latinoamérica (hubo un tiempo en el que podía más o menos distinguir algunos acentos). Esas mujeres con la mirada perdida en el infinito, a menos que se junten con otras dos o tres con las que poder hablar de lo que podría haber sido su vida en Colombia, en Ecuador, en Bolivia si el mundo no fuera una mierda. Aquí, vigilando a este niño rubio (por qué los ricos son rubios hasta en Ejpaña?) que ya tiene ademanes de macho alfa.  

Burbushas!!
Roc dice "motos!" y nos sentamos frente a frente en unas que están pegadas al suelo por un muelle sobre el que puedes saltar un rato. También le damos a lo bestia en el columpio: lo que más le gusta es cuando hacemos como que nos va a arrollar. Encuentra una pelota de tenis en la arena, la coge, y va por todos los ni
ños preguntando a su manera si es suya: "pelota, pelota?". Como mis padres le han traido una pistola de hacer burbujas estamos un rato con eso ("burbushas!"), también con los globos de agua (siempre me han encantado). Hay un punto en el que, pese a tener su patinete ergonómico pichiguays, coge uno sin suspensión de plasticorro que imita una moto de otro niño y se va por el parque. Le sigo, y el tío, para adelante. En un punto decido esconderme destrás de los árboles para que cuando se vuelva se asuste, pero no, él sigue -aunque creo que en un punto me ha visto. Cuando aparece su madre preguntando que a ver dónde estamos, se lía parda: no quiere devolver la moto anti-planeta. Oh, the joys of toddlerhood!

Pero cuando una menos se lo espera, justo en la parte de arriba del parque de marras, una luz al final del túnel, una señal: la "W" del Watusi, esponsorizada por el ayuntamiento bajo el increíble reclamo de "wifi". Nunca hubo un sitio menos Watusi que este parque de "la zona alta"... si nuestro héroe, que camina como si bailase, levantara la cabeza... 

Algún día le explicaré a Roc quién fue el Watusi, y que fui el Capitán Garfio. Y que debe ya dejar el patinete plasticorro que parece una moto de ese niño y decir no a las bombetas, o le pongo un whastapp a la Brusha del Tibidabo. 

Buscando al Watusi desesperadamente


16 junio 2024

Hoy es Bloomsday en Dublín y el 15 de agosto es "El día del Watusi" en Barcelona [Buscando "Ws" de la mano de Francisco Casavella]

Hacía tiempo que no hablaba de libros: aquí están (casi) todas las razones, se
ñoría.

Buenísimas intenciones

Este divague, de una novela de 881 páginas, va a ser corto. Tiene que serlo porque no puedo hacer el desmenuzado de siempre, que suele acabar en 3000 palabras para novelas de 300 páginas. A ver, poder se puede, hasta podría salir una serie, ya que el libro es una trilogía, pero me espera un mes calentito en la vida 2.0, así que no. Hasta aquí mis buenas intenciones. 


Los múltiples caminos que te llevan a un libro

A "El día del Watusi" (el Watusi a partir de ahora) llegué yo sola en "La Central" de la calle Mallorca en Barcelona, ese pequeño paraíso urbano, hace unos años, cuando los Jekes aún vivían por allí. Me llamó la atención por su portada -una especie de groupie de los Beatles en plena acción- y sobre todo por su tamaño. Pasó el tiempo, y un "clásico moderno de culto", dijeron un día en la radio:  el empujón necesario para regalárselo al Peda en Navidad. Luego le veía reírse al otro lado de la cama, menos mal, y yo: "qué?" y él "este tío está loco". Y yo: "pero un ejemplo" y él: "no, no, has de leerlo". 

“De inmediato, o entrabas, o te quedabas fuera”

Casi dos meses me ha costado y sí, también me he reído en la cama: sin duda, lo que me atrapó desde el principio es su sentido del humor. Pero, a ver, no se lleven a engaño, no es una novela de humor... es una manera de ver la vida que, ocasionalmente se trasluce como algo que a mí me hace gracia, tal vez a otr@s no. Descripciones, observaciones: "en un estado (de colocón, aclaro) no registrado por la ciencia médica", "cincuentones asexuados de anacrónica indumentaria y dudosa higiene", "follar a las 3 am sin ser atleta", "el onanismo ese ridículo monólogo", “más que aplausos, parecen llamadas flamencas a los camareros”.  Una noche me poseyó un ataque de risa de esos que empieza como si nada y termina con lágrimas, y con ese cosquilleo tan chulo que se pone detrás del esternón. Supongo que había sido un mal día, o un día surrealista, o un día perfecto, no tengo ni idea, pero algo debía de ser, porque ahora he releído la página de autos y, aunque graciosa -describe el talante de dos altos cargos de un banco-, no ha sido para tanto. Tal vez no era para tanto: momentos vitales, yo-qué-sé. 


NáN

Otra cosa chula que me ha pasado es que la novela me ha recordado mucho NáN. Por contexto, NáN era un antiguo divagante, con el que aprendimos tod@s los de este rincón de la blogosfera un montón de literatura y de la vida. Fue el inventor de los conceptos literarios de los "ochomiles" o las "fulguraciones", la clase de persona que le decías "he visto un libraco en una peli con una tapa con nubes de un autor que se suicidó" y te decía "Infinite Jest". Bueno, pues ha estado presente porque Mo me dijo que a ella se lo había recomendado NáN, y mientras leía podía ver por qué y al terminarlo busqué sus comentarios en el blog de Mo. No es la primera vez, ni será la última que leo los comentarios que NáN fue dejando en los blogs -en particular en este, claro, y es siempre una gozada leerle. Nota: se quejaba de mis hiperenlaces - por las razones adecuadas.


“La gran novela de la transición”

El argumento del Watusi se resume en una frase: la vida de un tipo de Barcelona, Fernando Atienza, desde la infancia hasta la mediana edad con el trasfondo de la (santa) transición. Esto último es lo más importante ["la gran novela de la transición", dicen] y se puede considerar una metáfora de lo que pasó en este país, de dónde venimos, quién sabe si a dónde vamos. Yo la transición siempre me la he imaginado así: gente con ropa terrible, crestas punkies, seat 131 supermirafiori, heroína, noches de alcohol, Almodóvar, un apartamento en Torrevieja, Alicante, Alaska, Sabina... una generación por encima de la mía que cerraban los bares en un país, como dicen por ahí "adolescente", que despertaba después del criminal parón literal y cultural que sufrió la piel de toro durante tantas décadas. Casavella te va a contar eso, y mucho más.


Hablando de género, cuando leí "Vanity Fair" [null es el nuevo hiperenlace, cuando blogger se pone tonto-debe ser una maldición de Nán] me encantó el que algún crítico listo había calificado a Becky Sharp como un ejemplo de la picaresca - nunca se me hubiera ocurrido, en una novela con vestidos de época. Con el watusi era mucho más predecible: Atienza es claramente otro de los muchos pícaros de la literatura española que narra en primera persona su azarosa vida, cuyos avatares son lo de menos, y el escenario lo de más. 



Empieza la trilogía: “Los juegos feroces”

El primer libro tiene un gran título, "Los juegos feroces" y a mí es el que más me ha gustado. Me ha trasladado a Juan Marsé (sí, soy muy original), con esa descripción de la Barcelona del pijoaparte, el chabolismo de Montjuic, con el parque de atracciones de fondo, donde “las sirenas de la noria  y de los autos de choque marcarían el paso del tiempo, extraño relevo de las campanadas de una iglesia”, de las infancias de esa época sin supervisión -entre otras cosas porque su madre viuda está fregando oficinas, de las madres aspiracionales que continuamente dicen "estudia!", la única vía de movilidad social que ella y la mayor parte de la gente trabajadora concebía para el progreso. Tan equivocados, pobres, porque hay otras más efectivas, como la que le ocurre a Fernando de carambola: estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, y hacer contactos. Pero “en las chabolas nunca se habló de política”. 

El 15 de agosto del año que nací yo, 1971, dos críos de 13, Atienza y su amigo, Pepito el Yeyé - un personaje entrañable, un gitano fantasioso y con bota ortopédica-, están pescando en una zona que antes era un vertedero, pero donde hoy se erige el famoso hotel "W" (vueltas da la vida, o tal vez metáfora del whitewashing de la ciudad). De repente, un cadáver flotando boca abajo que no es un cadáver cualquiera: lleva una cazadora con la W cosida, tiene que ser el Watusi. Quién y por qué lo mataron lo vamos a averiguar durante la trilogía, porque lo que ambos niños descubren en ese día tal vez no sea la realidad de ese ser mitológico que se dibuja en la mente de Atienza con la ayuda de Pepito, que seguro exagera, fantasea, mitifica. 


-¿Sabes quién es el Watusi?
-No -yo pensaba en mis cosas: un yate, circular con mi deportivo bajo la luna llena, mujeres sofisticadas…
-Pues yo lo conozco, chaval. Un montón.

La primera novela transcurre solo en ese día, que será el hilo conductor, el leitmotiv de Atienza a lo largo de su vida, el que le ha marcado, de esos tras los cuales la gente comienza las pelis con una voz en off que dice "ya nada fue igual desde aquel verano". Es un bildungsroman”, [null, otra vez el amigo blogger] una novela de formación, que te lleva a plantearte cuál fue tu día del Watusi, si pudieras delimitar cuándo cambió todo, perdiste la inocencia y diste ese paso de la infancia a la adolescencia, y ya todo fue una cuesta abajo y sin frenos. 

A partir de ese día, Atienza empieza a encontrar pintadas de la W por toda Barcelona, que él relaciona con el Watusi, un mito en el barrio de las chabolas, un tipo que hoy llamaríamos "cool" que "tenía ritmo, caminaba como si bailara, era radiante", pero sumamente elusivo: un Banksy setentero y charnego, una especie de mago que viaja en la noche con su estarcido y bote de spray negro. 



“Viento y joyas”

La carambola del progreso ocurre en el segundo libro (el  título, convendrán conmigo que es  mucho menor), cuando Fernando empieza de botones en un banco, con “untuosos empleados” y “padres de familia cargados de problemas venerables” pero cae en gracia a uno de los jefecillos y ahí se mete en un mundo surrealista para ti y para mí, pero que así debe ser la política, la formación de partidos -el "Partido Liberal Ciudadano"-, los tejemanejes para llegar al poder, las puñaladas por la espalda, las farras, los clubs que son “capas de anatomía en distintos estados de auge y decadencia”, la cocaína, esas cosas del día a día. Los que fueron franquistas y presidentes de banco, luego se suben al caballo de la democracia -otro blanqueo, como el del puerto- montan un partido, y siguen de dueños del banco. “No hay fortuna que pueda presentarse limpia a una auditoría moral”. 



Y el tercero

En el tercero (ya ni me acuerdo del título, lo miro: "El idioma imposible"), Atienza vive más o menos de incógnito -asustado por las represalias de los de "Viento y joyas"-,  se relaciona con la burguesía catalana, pasando su vida laboral de traficante de medio pelo a escritor de guiones para el manga japonés y aquí y allá, siempre con la banda sonora de los martillos demoledores de fondo: es la Barcelona pre-olímpica, donde se está dando el blanqueo del “Barrio Chino al Raval” - y esa limpieza que es siempre de personas. 


Lo que menos me ha gustado del libro es su tratamiento de las mujeres: desde su publicación en 2002-3 ha llovido y afortunadamente ya a muchos nos chirrían misoginias que se aceptaban entonces. Mi mayor pero es que hasta esta tercera novela, en el elenco de personajes, la única mujer que no es prostituta es su madre. Desde la francesa que le hace una felación de niño en la famosa noche del Watusi hasta la "de lujo" del dueño del banco en el segundo, es terrible. Tal vez los estudiosos encuentren metáforas o simbolismos, me da igual (la de lujo, como los franquistas, se blanquea al final en empresaria de nosequé). Pero en la tercera parte, aunque siguen las prostitutas, el resto tampoco sale muy bien parada: su enamorada, Elsa, es una chica enganchada a la heroína, una especie de Maga cortazariana yonqui, de la que supongo que los tipos que no se han dado cuenta del tema género que anoto en los dos primeros se habrán enamorado también. Por último, hay una pija galerista de la burguesía catalana que ofrece una mirilla para ver de qué va este grupo que políticamente están al sol que más calienta, fachas o indepes, la pela es la pela. Esa novia que en conversaciones grupales “le pasaba pelotas fáciles para que se luciera” y que le presenta a un yanqui que viene a invertir en arte y Casavella dice una de esas frases suyas por las que merece la pena seguir con el tocho: “venía a explotar el complejo de inferioridad de los nativos y su auténtica inferioridad”.


Casavella, calavera

Una se pregunta todo el rato cuánto de autobiográfico tiene la novela. Porque el autor, Francisco Casavella también empezó de botones en "La Entitat", y también era un crápula de la noche como Atienza; alguien "que no confundía la literatura con la vida literaria", según dijo de él Marsé. El pobre murió en 2008 de un infarto a los 45 -alguno dirá que se ha convertido en autor de culto por este giro de guión, pero no estoy de acuerdo. En el epílogo de mi edición escribe Miqui Otero sobre la placa de Petri de la societat civil catalana que apareció en su funeral. He intentado averiguar más de su vida, porque siempre me fascinan las trayectorias personales de los escritores, pero he encontrado muy poco. 


Intentando transmitir su voz

No me está gustando este divague, porque no creo que esté logrando transmitir bien la novela. Siempre critico a los críticos que resumen las obras y, vive Dios, que esto no es un resumen, pero se siente como uno. Por tanto voy a incluir algunos de mis subrayados, por si alguien ha llegado hasta aquí -sin autolesionarse o recurrir a estimulantes- y sigue sin saber de lo que hablo. La primera es un párrafo sobre el temor. Las siguientes son frases sueltas, fuera de contexto, pero que darán más idea de lo que es Casavella que todo este texto mío…


"Y me asusto. Me asusto. Andrónico de Rodas clasificó trece tipos de temor. A mí, sin pensarlo mucho, me salen más: temor a la libertad, temor a estar siendo otro, temor a estar siendo demasiado uno mismo (y estar vacío), temor a la locura de los demás, temor a la propia locura, temor a la carne, temor a la paranoia, temor al temor, temor a la falta de temor (el mal presagio), temor al temor de los demás, temor al dolor ajeno que pudiera volverse propio, temor de que la vida no se parezca a nada (porque es todo, y lo idéntico que es todo a ese todo), miedo a ser, miedo a dejar de ser, temor al pasado agotado y, aún mayor, temor al pasado inagotable, a los secretos de familia, a los propios secretos, a lo que puede dar de sí un día. Son dieciséis."


“ese tedio sublime que llamamos felicidad”


“la torpe imitación de normalidad”


“una luz venenosa a la que nombran el día”


Congo, “lo pintoresco y musical de esa palabra”


“la mecánica del cuerpo dominó donde el fracaso del deseo era evidente”


“modos de vivir que basan su aceleración en no pedir ni dar explicaciones”


“cuando me dormí, ya hacía rato que fingía dormir”


“desde la tolerancia de una úlcera incipiente”


“soportar tanto presente” 


“tanta juventud me está matando (se cierra el mercadillo filosófico)”


“las arañas de cristal de la lámpara ocultan verdaderos arácnidos”


“contagiado del espíritu “emociones a flor de piel””


“furor por la simetría pero también por el caos”


Celebremos el día del watusi

Como digo, no es un libro para todo el mundo, y lo explican mejor que yo el del prólogo y el del epílogo.  Zanón escribe a propósito de ese "conectar" que yo hice vía el humor: "De inmediato, o entrabas, o te quedabas fuera. Y si optabas por lo primero lo hacías porque habías conectado con su dial -verborreico, inteligente, callejero, divertido, melancólico, personal e intransferible- y ya, allí mismo, todo urgencia, le hacías capo, honda de David, ídolo de cócteles y futbolines, para siempre, nen" . Y Otero, en el epílogo, nos recuerda que Elsa, cuando sube a la azotea con los vecinos del edificio a ver los fuegos artificiales de la Noche de San Juan "mira cómo esos espumillones luminosos cambian a las personas que los miran" (así como Amélie se daba la vuelta en el cine para ver la cara de la gente): como Casevella, ella mira lo que los demás no miran. Qué más se le puede pedir a la lectura?


El 15 de agosto se celebra, aparte de las fiestas patronales de la mitad de los pueblos de Ejpaña, el día del Watusi. Como Bloomsday en Dublín [más carambolas: hoy es Bloomsday, divagantes!] es ya una fiesta de guardar literaria en la condal: no sé exactamente qué se hace, pero seguro que no se comen riñones como en Irlanda - tal vez pan'tumaka. Claro, algún año me gustaría ser una de las peregrinas del watusi, con hombreras y pendientes de aros, pero de momento me conformaré, el finde que viene, con ir buscando "W"s grafiteadas por las paredes o los contenedores. Larga vida al watusi, que camina como si bailase.

Mientras tanto, también ha pasado
el Watusi cerca de casa...