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20 marzo 2022

Arturo Bandini, personaje de John Fante: "No se puede ser mala persona y gran escritor"

"Vive algo y
consíguete una máquina de escribir"
Bukowski dixit en  "On writing" 
John Fante nació en Denver en 1909, hijo de emigrantes italianos. Durante su vida escribió muchos relatos y cinco novelas, pero terminó como guionista de Hollywood porque su carrera como novelista no acabó de despegar. Es uno de esos escritores que alcanzó el estatus de culto al final de su vida y después de su muerte en 1983 por una casualidad: Charles Bukowski dio con "Ask the Dusk" ("Pregúntale al polvo") en la biblioteca pública de Los Ángeles y cambió su vida. Según él, nada de lo que leía le era cercano o hablaba de gente como él hasta que encontró a Fante y lo declaró "su Dios". Recuerda algo a la historia de John Williams y su encantadora "Stoner", aunque nada tenga que ver William Stoner con Arturo Bandini, el alter ego de Fante y protagonista de cuatro de sus novelas. Stoner es un melancólico académico y Bandini un cabreado joven que intenta escribir en medio de la precariedad: estamos en la época de la depresión americana, que todos imaginamos en sepia gracias a las fotos de  Dorothea Lange, y a los libros de John Steinbeck 

Arturo Bandini como nombre de personaje es maravilloso, y lleva en mi vida dos décadas (llegó vía el Peda, a quien llegó vía Bukowski). Pero solo como nombre, porque pese a tener tres libros del cuarteto de Bandini (editadas por Rebel Inc. Classics -la cuarta, dictada por Fante a su mujer enfermo en la cama en los 80 no la tenemos, de momento no la compraré) ahí en la estantería mirándome, aún no los había leído. Han caído del tirón, cronológicamente desde el punto de vista de la vida Bandini- niño, al adolescente, al joven-, que no es el orden de escritura: su primera fue "The road to Los Angeles" ("La carretera a Los Ángeles") que no publicó en vida, y que probablemente no quiso nunca publicar (dicen que tiene los fallos típicos de "toda primera novela"-más de esto abajo). En 1938 se publicó la de la infancia de Bandini "Wait until Spring, Bandini" ("Espera hasta la primavera, Bandini"), y "Ask the dust", considerada su obra maestra, en 1939.


"Wait until spring, Bandini" ("Espera hasta la primavera, Bandini"): La infancia de Arturito

Paseando a Bandini
Empecé bien: la primera ha sido mi favorita de la saga. Atención: el resto del párrafo (en realidad, los dos siguientes) es divague personal puro, así que quien quiera leer del libro que se lo salte. Pero es que esto he de escribirlo: lo de "esperar a la primavera" de su título que me trae muchos recuerdos de la Yaya. Cuando proponíamos cualquier plan, su respuesta solía ser "ya veremos, de cara a la primavera". Era una manera muy británica de declinar la invitación, porque ella no era capaz de frases soeces como "déjame vivir" o "ni de coña" o incluso "puedes esperar sentada, bandida". Luego, viajando oí una versión de esta frase, que siempre me partió un poco el corazón: tú vas como el turista blanco universal que eres por las calles de un país paupérrimo con tu mala conciencia, y la gente te ofrece quincalla, o llevarte a sitios, o lo que sea. Te sientes horrible de tener que decirles que no, pero igualmente lo haces, y entonces dicen "maybe tomorrow" (quizás mañana). Cuando todos sabemos que, si no hay mañana así en general, ese mañana mucho menos.


El libro que nos ocupa no se titula así en estos sentidos, pero esa es la ventaja del blog personal: escribes lo que te pasa por ahí (nótese mi capacidad, pese a ser educada por la Yaya, de frases soeces). De hecho, aunque a menudo sueño con que mi vida fuera viajar por el mundo (sintiéndome culpable, claro) haciendo fotos y escribiendo crónicas y divagues y que me pagaran por ello, a menudo me reconcilio con mi trabajo de día porque es lo que me permite la libertad, por las noches, de escribir estos párrafos que cualquier editor me diría: "nena, tú vales mucho, pero corta el rollo". Esto de alguna manera enlaza también con Bandini, pero con el tercer libro, en el que él intenta vivir de la literatura, no como gente sin alma como yo, que tenemos un Plan B que justificamos con párrafos como este, cuando lo que deberíamos hacer es check-in un hotel de dudosa categoría sin aire acondicionado pero con ventilador en el techo, y dedicar las noches a escribir, las madrugadas al Mal y los días a dormir la mona. Pero no quiero adelantar el tercer libro que vendrá más abajo. 


Llegó la primavera, Bandini

Cómo divago: volviendo a Arturo Bandini ni
ño, lo de la primavera viene porque él, sus padres y sus dos hermanos pequeños viven en un pueblo de Colorado, y es invierno, y son de origen italiano, y la nieve no es lo suyo porque su padre es albañil, y hace frío y sabañones en la obra. Hay varios temas en este libro pero por supuesto uno es la inmigración, la pertenencia (Arturo querría llamarse Arthur Jones y ser americano), el catolicismo como una manera de estar en la vida en un mundo protestante (Arturo era monaguillo pero no quería, e iba a cole católico pero soñaba con ir al público y sobre todo querría ser un buen chico pero nunca que sus amigos pensasen que lo era) y la dureza de crecer pasando hambre, que no pasa desapercibida al dueño de la tienda que "se compadecía de su madre con esa pena fría que los que tienen un pequeño negocio  muestran hacia los pobre como clase y con esa apatía frígida y auto-defensiva hacia cada uno de sus miembros".


El retrato que hace Fante de los padres de Bandini es maravilloso: el padre es un tipo carismático y terrorífico a partes iguales: "Nochebuena: Svevo Bandini venía a casa, zapatos en sus pies, desafío en su mandíbula, culpa en su corazón". Svevo desaparece por épocas: está teniendo un affair con la viuda del rico pueblo, de ahí la culpa. La madre es un ángel enredado en su rosario que finalmente, cuando la gota colma el vaso, al mejor estilo italiana de armas tomar, casi le arranca los ojos a Svevo. También se deprime, y no me refiero a "tía, se deprime". No: la descripción de Fante de una depresión clínica severa es para -la gente suele decir quitarse el sombrero, yo suelo decir- plantearse una dejar de escribir. Es una descripción preciosa en lo terrible ("sleeping the sleep that brings no rest"), te deja desolada por ella, por lo niños que están solos navegando con Arturo al timón, sin idea de cómo salir de ahí. 


Pero la grandeza de Fante es que luego, cuando estamos con Svevo en casa de la mujer rica que lo seduce, sentimos una especie de piedad por él: no por sus justificaciones y autocompasión, pero sí por verlo totalmente desorientado, sintiéndose inculto, inadaptado, idiota, inseguro a su lado, aunque no se lo admita a sí mismo; "no había habido tiempo es su vida llena de preocupaciones para libros. Pero había leído más profundamente que ella en el lenguaje de la vida, a pesar de sus libros ubicuos".  Solo triunfa en el éxtasis del sexo: "se rió del triunfo de su pobreza y su campesinado. Ella, esclava y víctima de su propio reto, llorando el glorioso abandono de su derrota, cada gemido su victoria (de él)." Pero, no importa las historias que él se contara, "eran extraños, con la pasión solo para ser el puente de la sima de sus diferencias".


El libro es mucho más, y en estos momentos me planteo que igual debería haber hecho un divague por libro en lugar de haberme metido en esta obradelpilar de tres-en-uno, de la que no sé cómo voy a salir. 


"The road to Los Angeles" ("La carretera a Los Angeles"): No soy yo, eres tú, Bandini


Paseando a Bandini: "Cubana",
Waterloo, Londinium
Flasheada por "de cara a la primavera" empiezo con el segundo (el primero que escribió). La familia ha cambiado (los dos hermanos menores son ahora una hermana que aspira a monja) y su padre parece haber muerto. Bandini es un adolescente de unos 17 que tiene que ir a trabajar a la envasadora de pescados (cannery, imposible no recordar la "Cannery Row" de Steinbeck), que describe magistralmente, incluídos los olores espantosos que le llevan a vomitar el primer día.  Pero el vómito es también metafórico: Bandini, inseguro de ser "dago" (italiano), es abiertamente racista con los filipinos que trabajan allí.


Bandini en Clapham Common,
Clapham, South Londinium
El problema con esta segunda novela es que formalmente no atrapa como las otras dos, y que es prácticamente un "estudio de personaje", y este es muy desagradable. No quiero dar la impresión de que si no me cae bien el personaje no me va a gustar la novela, pensemos en Julian Sorel, Becky Sharpe y tantos otros, pero en este segundo libro, Bandini y yo no hemos hecho click. Encima me ha hecho estar trabajando todo el rato, porque es imposible no preguntarse si el tipo está cuerdo o loco. Sus ideas sobre su genialidad como futuro escritor rozan lo delirante y su hablar pomposo -supone que así hablan los escritores- suena autista.
Bandini se autolesiona para estimularse (corte al que le echa sal!), según él "para sentirse vivo". Sus comportamientos, parecen a ratos los pródromos de algo siniestro. Su crueldad, injustificable. Cuando escribía, Fante seguro que no sabía que hay peor pronóstico en los niños con problemas de conducta que además son crueles con animales. Arturito ya había matado un pollo del corral familiar en su infancia -que, bueno, se acaban por comer- y es desagradable con los animales en general, pero aquí ya es un festival: hay una escena con los cangrejos que me resultó indigerible ("amused at his helpless gasping").


Bandini en Battersea park
Aparte de un cabreo vital que es entendible -y loable- en un chaval de origen pobre, su racismo, su machismo y su crueldad cuestan de asumir y justificar.  En general me suelen atraer personajes que se salen de los establecido, y que tienden a la rebeldía contra del sistema (ojalá hubiera expandido en "mi tema favorito: condiciones laborales en la época de las máquinas"), pero aquí no ha funcionado para mí. La evolución más interesante de Bandini es su ruptura con la religión, "la religión es propaganda de los que tienen para engañar a los que no", poco más hay.

Sinceramente, yo ahora me la saltaría: no es necesaria para "completar" y como "coming-of-age" de adolescente cabreado hay mucho por ahí que leer.


"Ask the Dusk" ("Pregúntale al polvo") : Bandini inamorato


Paseando a Bandini:
 un Council State en Brixton,
South Londinum


Aquí, Arturo Bandini es un joven que ha llegado a Los Ángeles donde se intenta mal-ganar la vida como escritor. Vive en un hotelucho, ha escrito un relato que ha sido publicado en una revista, y un día conoce a Camilla López. El carácter complejo de Bandini se ve reflejado en esta tercera novela en su relación con Camilla, que es camarera en un bareto y de origen mexicano. Lleva unas huaraches (sandalias) viejas con las que él se mete, y ella o bien le ignora o bien le devuelve todas sus pullas, pero no se deja avasallar ("I did not kiss her; she kissed me"). Porque Camila tiene "the sort of eyes a woman gets from too much bourbon, very bright and glassy, and extremely insolent". Camilla por supuesto está enamorada de un tipo tuberculoso que visualizo como a Michael Madsen en su caravana a la entrada del desierto en "Kill Bill". "Se está muriendo", dicen, a lo que Bandini contesta: "Aren't we all?" ("Y no lo estamos todos?")

Todos estamos muriendo, Budd
"Ask the dusk" tiene mucho valor formal, y habla de la experiencia de escribir. Cómo no identificarse, quién no sueña con "no hacer nada en todo el día aparte de escribir, o pensar en escribir", o con "una habitación para escribir al lado del mar". Está a punto de morir ahogado en el océano y, en esos momentos en que "respirar era lo único que importaba", "incluso entonces lo estaba escribiendo todo, viéndolo en una página metida en la máquina de escribir". Un escritor nunca evade una experiencia, todo es material: "Me senté en la máquina de escribir lo eché todo de la manera como debería haber pasado, tecleando con violencia".   Y for fin, llega su primera idea para una novela, "Y entonces como un sueño, llegó. De mi desesperación, llegó".


La mayor parte de la novela gira en torno a la relación López-Bandini, una relación de amor-odio, de ni-contigo-ni-sin-ti. Es enternecedor cómo Arturo quiere no volver a verla ("making resolutions about not seeing her was useless"), pero la razón nunca ayuda


"This is bad, Arturo. You have read Nietzsche, you have read Voltaire, you should know better. But reasoning wouldn’t help. I could reason myself out of it, but that was not my blood. It was my blood that kept me alive, it was my blood pouring through me, telling me it was wrong. I sat there and gave myself over to my blood, let it carry me swimming back to the deep sea of my beginnings". 


Paseando a Bandini:
Electric Av Market, Brixton

y siempre acaba volviendo y dándose cuenta de que su voz le hablaba "a sus huesos y a su sangre" y que eso "es estar vivo". Hacia el final, cuando Camilla enloquece, Arturo demuestra de verdad cuánto la quiere, y aquí es donde he conocido a otro Bandini. Ella se lanza en una huida hacia adelante tipo "Thelma & Louise
", pidiéndole dinero cada dos días -que él le gira a la oficina de correos de turno porque, por fin, han publicado su novela y tiene por primera vez pasta. Por supuesto esto podía terminar de muchas maneras, pero la que nos cuenta Fante que deciden Arturo y Camilla es maravillosa: qué bonito final.


Arturo Bandini lleva casi media vida conmigo, y ahora ya se va a quedar con derecho propio. No es un héroe byroniano, cuyas oscuridades te hacen colgarte más, solo es un emigrante que no pertenece (sobre el tema, qué capítulo el 6 de Ask The Dust habría que enmarcarlo), cabreado -como debe ser- con el mundo, con el que a su vez me cabreo yo inmensamente en el segundo libro, pero con el que me reconcilio por su pasión por la escritura y por su amor hacia el final del tercero. Este es el Bandini con el que me quiero quedar y el Bandini real porque, como dice Fante, "no puedes ser mala persona  y gran escritor".


16 marzo 2022

De ratones y hombres: "Es cosa de Londres"

Ratones en lucha libre
en el metro de Londinium:
merecían el premio
 Todo el mundo sabe que los ratones son "a Londinium thing" (cosa de Londres). Cuando llegas a la ciudad, los comienzas por ver en las vías del metro pero ya enseguida en tu casa. Son casi monos, muy pequeñitos y como de peli de Disney. La leyenda urbana dice que, estés donde estés, tienes siempre un ratón a dos metros de ti. La gente quita hierro al asunto con lo de "es cosa de Londres" (nótese que por una vez no uso el verdadero nombre de la ciudad, Londinium, sino su traducción: es porque la sonoridad del sintagma me lleva al eslógan de una marca rancia de coñac que no escapará al divagante de cierta edad-o sea, tod@s ). 



Al principio te cuesta aceptarlo y te resistes: que sean monos no impide que quieras exterminarlos. A nuestro primer inquilino le pusimos hasta nombre (El Ratón Caramelón). Estamos hablando de los primeros a
ños 2000, éramos jóvenes. Como venía en esa época a pasar unos días Bernardo el colombiano, decidimos dejarlo para él. Sin duda un hombre de mundo como Ber, que se puso un sombrero de expedición para una caminata, lograría atraparlo. Pero, ah destino, no fue así: nuestro pobre huésped -el humano-, que entre otras barbaries tuvo que usar un calcetín para filtrar café (no tenemos cafetera, no bebemos café), se fue sin capturar a Caramelón.


El tema, por mucho que digan, no se puede ignorar, pensábamos (veis? seguía la resistencia). Sobre todo cuando se ríen en tu cara e intentan hacerse una casita. Puedo explicarlo todo: aquí donde me veis, en mi faceta grillo-del-hogar (admitámoslo, testimonial), había dejado un ramo de flores secas en la chimenea, modo decorativo. El maldito ratón de turno fue cogiendo granos para colchón! Con gran frialdad,  frustré sus sueños. 

La siguiente razón poderosa para tu guerra con los malditos roedores es la salud pública, su rol de vectores: descubres que escalan por el frutero para a morder las manzanas o los kiwis (sí, divagantes, me como la piel).  Llegamos a trasladar el frutero al dormitorio por las noches, con la esperanza de que ahí no osara, una lata. Mi padre, otro hombre de mundo, nos trajo una ratonera que parecía un implemento de la Santa Inquisición en miniatura. A falta de Torquemada (mi padre) en casa, quién los saca? Método desestimado. 

Esta anécdota tal vez haga cambiar el concepto que me consta el divagante tiene de mí (persona de gran templanza y amabilidad), pero me debo a La Verdad. Seguimos en esta época mítica de negación, de "hace muchos años": tras semanas de confrontación y hostilidades, hubo un día que el ratón y yo nos encontramos solos en una habitación, a puerta cerrada y con escoba. Fue: o tú o yo. La mujer contra la bestia. Minutos intensos en los que el roedor fue acorralado a escobazos hasta la victoria final. Cuando terminé, tuve un subidón de adrenalina tal que pensé desde el "esto no es normal" hasta "madre mía, qué no deber matar a un hombre".

Fast-forward al presente: han pasado 15 años y ya sabemos que no hay nada que hacer. Ellos vienen y van, y es "cosa de Londres": han ganado. Pero la otra noche, estando Mini y yo solas en casa: ruidos enormes, como si estuvieran moviendo muebles encima de mi habitación. Vamos a ver: ahí no hay nadie, ha entrado un ladrón? Mini duerme, será medianoche, no me voy a dormir pensando que puede haber alguien arriba. Así que no hay otra que hacer un Mariona Calleja cualquiera, y sin linterna, subir al piso de arriba: justo lo que en las películas siempre decimos que no se haga. Subí a oscuras y al llegar arriba: efectivamente, nadie. 

Pasados tres días, llaman a mi puerta: es la nueva vecina de abajo. Que hay ratones. Que no los soporta. Que ha entrado en pánico. Que se ha ido a vivir a un hotel hasta que venga el experto anti-ratones (al que bautizo el Mouse-buster). Que si me importa que el experto entre en mi piso si así es requerido para su investigación. Ah, y que si tal vez la otra noche oimos "movimiento de muebles": ella y su ex estaban intentando atrapar al ratón (o sea, era abajo). Antes de que se vaya, reproduzco el mantra: "es cosa de Londres" y lo adorno: "no te puedes llamar verdadero londinense hasta que tienes uno" (omito "y has aceptado la realidad de que son una parte de vivir aquí"). 

Domingo por la noche. El Peda duerme, Mini y yo leemos, cada una en nuestra cama. De repente, un grito, y Mini se presenta de un salto enmedio de los dos: el ratón ha entrado en su habitación. Tiene miedo, se puede quedar?, no, vuelvo con ella. Enseguida lo veo: sale  por donde ha entrado. Me congratulo de que esta es una de las pocas fobias que no tengo. A ver, no tocaría un ratón por nada del mundo, pero no me vuelvo loca como con otros temas que mejor dejemos de lado. No puedo criticar a la vecina -solo un levísimo sentimiento de superioridad- porque quien no tenga su propia Habitación 101, que tire la primera piedra.  
No sé quienes son,
pero no os parecen adorables?

Lunes: ya venido el Mouse-buster. La evaluación y la intervención (que ha consistido en poner veneno debajo de los armarios de la cocina y en la chimenea, donde aquel mío intentó hacerse la casita) le ha costado a la pobre vecina £180. El perito le ha dicho que "se cuelan por agujeros ínfimos", que "estas casas victorianas no tienen solución" y por supuesto, que "es cosa de Londres". 



13 marzo 2022

Serial 44. Birmingham: el examen. Ser tu profesión, o tu familia, o tu hobbie. Buscando a un fantasma.

"Ante todo: no se cene curry la noche anterior al examen", dijo aquel profe en aquella clase-preparación-examen hará dos meses. Empezamos bien: saludos desde "Taste of Rajasthan". Pero puedo explicarlo todo: tras viaje en tren interminable, varios transbordos y sus esperas, he llegado a Birmingham, donde por sorteo salió que voy a examinarme. Me alojo en otro de esos hoteles que no necesitan más descripción que el gentilicio, y este Rajasthan de bolsillo, establecimiento por otro lado con exceso de colorido y mala iluminación, es lo único que hay cerca. Mañana es el gran día y, según como me sienten las especias, hoy puede ser mi gran noche. Sería mi remate: estoy literalmente en las últimas, nivel cuando vuelva a Banderley no solo necesitaré una semana de baja laboral, sino de ingreso en una de las plantas. Una paciente extenuada más: en época de Freud lo llamarían ataque de histeria, hoy reacción de estrés aguda. La semana como novia de Drácula - noches intensas, alimentación dudosa y días culpables - no ha sido lo mejor para mi cuerpo: está pasando factura.

El restaurante es auto-servicio: frente a las cajas metálicas,  sopeso qué salsa será la menos nociva para el estómago medio. Es deprimente cenar sola, todo el mundo está como mínimo en pareja, y el camarero no ha ayudado con su “cómo-puedo-ayudarte” inicial. Veamos, es un restaurante, ¿usted qué cree?, pero lo que he dicho, con un leve tono interrogativo hacia el final ha sido, "mesa para una". El ha debido sentir pena o tal vez desorientación sobre el mundo en que vivimos, uno en que mujeres van solas a restaurantes. Vuelvo a mi mesa, basmati vegetariano con cúrcuma. Hay dos chicos y una chica en la esquina montando bastante jaleo: espera, ¿no es aquel Rob, el de Nottingham? Cuando se levanta al buffet, me acerco a por un trozo de Naan y, tras vernos,  esos lugares comunes de encontrarte con alguien: sorpresa (oh-my-God), qué haces aquí (el examen) y breve reminiscencia de momentos pasados (qué risas en el curso). Me invita a unirme a su mesa: está con Neil, su amigo también de Nottingham y han quedado con Roxanna, que trabaja en Birmingham. Los tres eran parte del grupo de guays que tras las clases acabamos en Koko.

-¿Os acordáis de Mariona, del curso en la Tavi?

-Hola!, qué tal?

-Mariona! - y Neil se levanta y me da dos besos, algo que los ingleses de nuestra generación ya suelen hacer, pero les sigue quedando poco natural. En Banderley, por supuesto, no se hace. - !Qué alegría! ¿Cómo estás?

Roxanna me hace espacio a su lado con una sonrisa, y dice:

-A Mariona tenía yo ganas de ver. Más que nada para que nos contase qué pasó después de Koko con el abogado que dió la clase de la tarde.

Guau: esto es empezar la noche con fuerza. Lo había olvidado: Roxanna era la que flirteaba abiertamente con Jack en el “role play” de la clase y luego por la noche en el pub. Pienso en el walkman que me he dejado en el hotel con la cinta de jazz que él me envió, que llevo escuchando en bucle desde entonces. Suelto una carcajada -que espero no suene nerviosa- y lo siguiente es desviar:

-Ay, qué va, qué va, pero qué bien lo pasamos en Koko no? Qué ganas de volver - me paro un momento para constatar que siempre es irresistible entrar en batallitas de noches de alcohol y risas:

-Ah, sí, fue genial, una pena que hoy no podamos ni beber -dice Neil- Yo aún tengo que mirarme un par de cosas esta noche...

-No seas agonías -este es Rob- ahora después de cenar podemos perfectamente tomar una cerveza. ¡No vas a tener resaca por una!

-Eso, me apunto, ¿tú Mariona? -dice Roxanna- Pero solo una.

El resto de la cena la pasamos hablando del examen: el temario, las partes que llevamos mejor, peor, la estructura del día. Por la mañana es la maratón de preguntas de elección múltiple -quinielas, las llamábamos en mi facultad, cómo explicarles ese concepto. Por la tarde está la evaluación crítica de un artículo de investigación (¿llevamos todos calculadora?) y los ensayos de dos temas. Rob teme la parte de estadística, Roxanna no se sabe bien la farmacología, Neil se lo ha estudiado todo, en realidad. Yo nunca he sabido tan poco de cómo voy preparada: es el primer examen que hago en este país y desconozco los parámetros. Si suspendo, lo peor no será volver a presentarme el año que viene, sino tener que enfrentarme a Cook -todo lo que hace en supervisión es desviarme del programa establecido, pero él cree que me ha ayudado- y a Wences, que tendrá una razón más para decirme que paradójicamente, Banderley me distrae del estudio y que me centraría más en el epicentro de una ciudad bulliciosa.

En el pub me preguntan por él. Les cuento que Wences ya pasó este examen hace tiempo, que está bien. Les sorprende que no nos conociéramos de antes, parece que emanamos una energía de amigos de toda la vida. No pasa con mucha gente, que les conoces y enseguida te sientes cercana; tal vez cada vez pase menos, a medida que cumples años, no sé. Por supuesto, quieren saber cosas de Banderley, el último bastión, el lugar mítico al que solo unos pocos se atreven a ir, pero que todos quieren conocer. Me felicito de haber comenzado mi diario -que esta semana de estudio he dejado abandonado- algún día tendré que escribir una novela sobre el asylum-por-antonomasia. Opinan que hay un tipo de residente que es atraído por Banderley -yo no cuento porque soy extranjera, o sea, indocumentada-, pero el resto suelen ser neuróticos y excéntricos. Gente para los que su mundo es su profesión, sin vida propia, que aceptan ser institucionalizados como los pacientes. Después de haber vivido allí más de un año, me parece injusto: vale, están los Sandips de turno, pero la gente tiene otras inquietudes. Les hablo de ver estrellas en verano, de remar, de nadar, de bajar a Whitby, de socializar, porque también tenemos un bar y hay un grupo que lee. Me miran, soprendidos. Sí, hay una chica que acabó allí solo por la tradición Bronte- omito que todo intento por crear un grupo de lectura o escritura ha sido abortado, y no sé por qué. A mi intento de normalizar la cosa responde Roxanna:

-No, lo siento, no es normal: ese sitio es endogámico y patológico.

-Pero, ¿en qué te basas? ¿Conocéis a alguien que haya estado en Banderley? - pregunto, mi pequeña exasperación tal vez evidente. 

-No, eres la primera. Y la verdad me sorprende: el imaginario de los de Banderley no eres tú.

Rob y Neil asienten. Me pregunto por qué Banderley despierta estas pasiones aquí afuera.

-Mariona tiene razón -dice Neil- Nuestros juicios están basados en folklore y leyendas. ¿No estábamos hace diez minutos hablando de la parte del examen de valoración crítica? ¿No estábamos comprobando si tenemos pilas en la calculadora? Pues eso: no tenemos datos, no estamos siendo científicos.

-Y además, conocemos a alguien -sigue Rob- que está allí y nos lo desmiente. ¡Deberíamos hacer un estudio!

Todos nos reímos, pero… ay, qué idea. De nuevo, mis mejores dotes interpretativas para pretender eso de como-quien-no-quiere-la-cosa:

-No, hablando en serio: estoy haciendo una auditoría en una planta que me gustaría publicar. Estoy usando datos de una de las anteriores residentes y me gustaría hablar con ella -todos asienten, mi historia es tan plausible que hasta yo casi me la creo- Total que, ¿sabéis si hay manera localizar a antiguos residentes?

-ah, sí… El Colegio de Psiquiatras tiene un listado de todos nosotros, el cole de médicos también… -dice Roxanna- Podrías llamar, y con tu número de colegiada y buenas razones, igual te lo dicen, o por lo menos le dicen a ella que la estás buscando.

Todos asienten y siguen hablando del examen. Mi mente está ya en otro lugar: voy a poder localizar a Lannister, voy a poder llamarla por teléfono, tal vez quedar con ella. Lannister, de la que no había esperado nada más que que fuera un fantasma. Igual que no tienes esperanza de conocer nunca a un escritor que te gusta, me doy cuenta que nunca pensé que fuera real. Quiero que pase ya: no puedo esperar. Pero ahora olvídate y céntrate en el examen. O por lo menos en la conversación con estos tres.

Pero menuda soy yo cuando entro en bucle. De camino de vuelta al hotel, me encuentra una cabina. Está vacía, tengo 50 peniques. Pero son las diez: no sé si son horas de llamar a una casa respetable. Pero es la de Wences.

-Mariona, querida!!! ¿Cómo estás? Justo hablando de ti! -breve pausa, una voz de fondo dice algo que no entiendo- Saludos de Richard. ¿Qué tal el viaje? Qué sorpresa que llames, ¿tanto miedo tienes?

-Emmm, no, bueno… estoy bien. ¿Sabes? Me he encontrado con esa gente del curso de la Sección 12, ¿te acuerdas? Aquellos chicos de Nottingham, ¿Rob y Neil? Y una de las chicas de Birmingham, Roxanna…

-Ayyy sí, qué simpáticos, dales my love. Qué bien, ya que no ibas con nadie del maldito manicomio que te hayas encontrado a esta gente… -otro que nunca desaprovecha una oportunidad para meterse con Banderley- Es agobiante ir al examen sola, pero bueno, así eres tú, la llanera solitaria…

Risa amable y: Wen, mira, te quería pedir un favor.

-Qué decepción: la dama de hierro no llama solo para apoyo moral.

-Necesito que llames al Colegio para preguntar por el hospital en el que trabaja ahora una compañera. Ella estaba en Banderley antes, y tengo que encontrarla. Mañana yo no puedo, y es viernes, y necesito saberlo ya.

Como tantas veces recientemente -pobre Derek- me doy cuenta que mis historias abren un montón de preguntas en mis interlocutores. Pero solo tengo 50p y le prometo que se lo explicaré, algún día. Dos larguísimos segundos de silencio y al final:

-Mira, no entiendo nada, pero mañana llamo, si me prometes que vas a estar centrada durante todo el examen. Recuerda que es un día muy duro. ¿Te has comprado barritas energéticas? ¿Llevas botella de agua?

Es una madre, Wences. Le digo a todo que sí (no tengo barritas). Me manda un beso y le prometo que bajaré un finde a Londres cuando haya terminado esta pesadilla. Puede ser enseguida, si suspendo -y tendré que esperar seis meses para repetirlo- o un poco más tarde si apruebo y paso al oral, que será en tres semanas. En todo caso, en un mes le veo.

Las noches anteriores a los exámenes suelen ser épicas, y no en el buen sentido. Esta está resultando atípica (¿cuándo me había ido de bares en la previa? ¿cuándo en un hotel?) pero me duermo enseguida. A las 4 am, sin embargo, una alarma: el radio despertador que se había dejado un cliente anterior. Maldigo al imbécil que lo dejó, a los dueños, maldigo al mundo, maldigo a la vida, y sobre todo a mí misma por no haberlo comprobado. Me conozco: imposible volver a dormir. Tal vez no elegí bien mi trabajo, tal vez alguien que no puede volver a conciliar el sueño cuando su noche es interrumpida no debería meterse en esto de la medicina. Pero es demasiado tarde para dejarlo (¿lo es?): cómo invitan las 4 de la madrugada a hacerse estas preguntas existenciales. Me siento en la cama y leo la sección de “Desorden de Conducta”, repaso estudios, lo que dice la evidencia sobre sus causas, su tratamiento, todo esto sin saber que una de las preguntas largas -que por supuesto, bordo- va a ser: “Los niños con desorden de conducta son solo mocosos malcriados. Discuss”. Por supuesto, no lo son, y si estuviéramos en otro punto de serial, aquí irían tres párrafos buenos de divulgación. Pero ya estamos cuesta abajo y sin frenos: acción.

Cuando aparezco a las 8:30 en la universidad no veo a mis compinches de la noche. Hay demasiada gente, algunos en grupos. Tenemos que mostrar la carta que nos enviaron, con el número. Lo llevo todo, también la calculadora, y hasta unas barras de muesli-encontradas en una farmacia, en serio. Llevo caramelos, chicles, agua y muchas capas de ropa: una nunca sabe si estos ingleses van a dar el aire acondicionado. Llevo coleteros en la muñeca, y un reloj que puedo dejar sobre la mesa. Llevo toda la información que he podido acumular en la cabeza, y una especie de temblor en la caja torácica. Llevo un libro de lectura, por lo que pueda pasar. Llevo mis bragas de la suerte (dobles disculpas por la afrenta de compaginarlas con ciencia -una vela a Dios, otra al Diablo-y por introducir esta imagen en la retina del lector).

Es una sala enorme, con mesas individuales en filas, nos van ordenando alfabéticamente. Es curioso, en esos momentos de impasse, observar a la gente. Hay muchos indios y paquistaníes. Las típicas inglesas con nariz respingona. Chicos cuidadosamente despeinados con camisas floreadas. Un par de pelirrojos. Coloco el reloj sobre el pupitre, cuelgo la mochila detrás. Ruido de sillas, con eco. Toses. Murmullo. Empiezan a poner los cuadernillos con cientos de preguntas de test boca abajo. Instrucciones. No se puede tener nada encima de la mesa, recoja su reloj. Pueden dar la vuelta, buena suerte.

Nombre, número de identificación y primera pregunta. Neuroanatomía, la primera la sé, sigo y sigo, y en un momento desconecto de la sala, no tengo frío ni hambre ni sed… entro en una especie de trance y voy marcando en la hoja de respuestas. Algo ha pasado en el fondo de la sala, pero no lo registro. Leo, paso páginas, dudo, sé, pondero ambigüedad, porque a veces saber mucho no es bueno, dejo algunas para el final, vuelvo, repaso. Fin.

En la cantina está Roxanna, nos sentamos a comer, ella va impecable, como si no hubiera pasado varias horas frente a un examen. Como buena inglesa, elogia mi ropa, que es lo más básico y aburrido imaginable: un jersey de cuello alto negro y pantalones vaqueros. Siempre encuentro complicado manejar estas situaciones: no me sale elogiar por elogiar, porque toque, por amabilidad. Me sale fácil cuando algo me gusta de verdad, pero aquí es una “economía de fichas”. Si eres el receptor, has de seguir un ritual: primero, minimizar el piropo -“oh, qué va, este jersey es viejísimo” o “lo encontré en un saldo” y luego devolverlo, sin que se note mucho. Sufro pensando cómo decirle nada de su ropa que suene sincero: yo nunca iría a un examen como a una entrevista de trabajo en Vogue. Rob y Neil vienen con un té: ahora viene lo peor, la tarde va a ser larga, Rob sigue preocupado con la estadística.

-¿Os quedáis esta noche? -pregunta Roxanna

-No, cuando termine nos vamos directos a la estación, esperamos coger el último tren -dice Neil- En dos horas estamos en Nottingham. Tú Mariona no tienes hoy tren ¿no?

-No, me quedo: volver a Banderley es victoriano, con carruajes a caballo -les digo- Son dos transbordos, así que saldré pronto por la mañana… con suerte, llegaré por la noche.

-Bueno, pues esta salimos nosotras dos solas… -Roxana me guiña un ojo.

Solo se tiene 20 años una vez, tu cuerpo es un laboratorio no un templo, YOLO, y todo eso pasa por mi mente, pero afortunadamente nos llaman de vuelta al examen.

Durante la primera parte, la de criticar los métodos de un estudio, se oye el teclear de las calculadoras puntuado por suspiros más o menos regulares. El hecho de que los registre me dice que estoy menos concentrada: no ayuda que sea justo después de comer. En la segunda parte, los ensayos, disfruto: siempre han sido mis exámenes favoritos, aunque me doy cuenta que esto se acaba. Hay que estandarizar, medir objetivamente, lo opuesto a múltiples examinadores leyendo diferentes narrativas. Atenta al tiempo, o me saldré del límite: la historia de mi vida, siempre escribir de más. Introducción: plantear la premisa principal. El “nudo” o enseñar las plumas de pavo real: estudios, datos, evidencia, de un lado y de otro. Conclusiones. Cuando todo termina, todo parece haber sido un sueño, una mala pesadilla: la imagen que me devuelve el espejo del baño da mucho miedo. Ya en la calle, esperando no encontrarme a Roxanna, me planteo si estoy alucinando del cansancio:

-Wences!!! ¿Pero qué haces aquí?

-Hola mi niña… !sorpresa!

Nos damos un abrazo, qué ilusión verle. Viene a verme y de paso se queda el finde con unos amigos. Llega Roxanna. Wences da prueba una vez más su simpatía:

-Roxanna! Qué maravillosa estás! Me encanta ese collar - y me echa una sonrisa reproche tipo "por qué no llevarás tú un collar enorme de colores", un collar “statement”.

Cenamos en un japonés, shoryu ramen. No tengo ninguna práctica con los palillos, solo gracias al cucharón de madera logro no hacer el ridículo, pero he tenido tentaciones de pedir un tenedor. Wences me habría retirado el saludo por poco sofisticada, pero me lleva tres años de ventaja. Hablan del trabajo, del futuro: Roxana quiere ir a Londres en cuanto pase los exámenes: Birmingham se le ha quedado pequeña.

-Exacto, y díselo a Mariona: el manicomio la está afectando.

Otra vez este tema. Pereza. Wences cree que puede aplicar lo que desde Goffman se sabe hacen las “Instituciones Totales” en los pacientes, nada menos que a mí. Vale, Banderley cumple todos los requisitos de una institución total: gran número de personas que viven juntos, sí; aislados de la sociedad, sí; que comparten rutinas y están bajo un control formal, sí. Bien, pero hasta un crucero lo es, y la gente paga por ellos. Que sí, que los pacientes deben estar en la comunidad, supervisados. Que sí, que los efectos de la institucionalización, en la que se empieza quitando a las personas de su rol pasado, cambiándolo por el yo institucional -lo que se llama “mortificación del yo”-, es terrible. Pero tal vez esto, que se entiende en pobres pacientes que permanecían ingresados por décadas en este tipo de instituciones, ya no aplica a Banderley, un centro de ingreso de corta duración, donde no hay plantas para crónicos. En cuanto al personal, ¿quién lleva ahí toda una vida? Dr. Cook, Dr. Steen, Sister Harding, Mister Foster… en realidad casi todos, menos los residentes: algunos logran escapar. ¿Me ha despojado Banderley de mi rol pasado? ¿Quién era yo antes? Tristeza esa gente que son solo su profesión, o solo su rol familiar (pobres mujeres de décadas pasadas), o solo su hobbie. Somos la suma de todo eso y más, somos lo que amamos, y somos nuestros valores: lo que de verdad nos importa, por lo que merece la pena vivir y, aunque suene grandilocuente, morir. O su combinación: bajo qué circunstancias decidiríamos que es mejor no vivir.

Wences y Roxanna siguen hablando, les oigo como en sordina. Roxanna se ha encontrado con alguien y Wences me recuerda que mi tren sale pronto, que me acompaña un rato, sus amigos no viven lejos de mi hotel. Vamos caminando, agarrados del brazo, las calles siempre tan oscuras en este país. Miro dentro de las casas: ahí están los salones en la planta de abajo, con luces laterales, la gente viendo la tele. En una hay una mujer al piano, en otra alguien lee un libro. Bastante rato en silencio, que rompe él:

-Mariona, tengo que decirte algo…

Ya me extrañaba a mí este último rato. Le pregunto qué pasa, quiero hacer una broma, pero no me sale.

-He llamado al Colegio esta mañana… tu encargo- dice, bastante serio. Nos paramos, me suelto, le miro.

-¿Dónde está? ¿Sabes dónde está Sylvia?

Me da un abrazo y dice:

-No está, Mariona. Sylvia Lannister murió hace dos años.

08 marzo 2022

Amparo Poch y un 8 de Marzo triste.

 

Gracias al divagante Andandos descubrí en enero a Amparo Poch. Al leer sobre su vida pensé que el Día de la Mujer le haría un breve divague (lo que es este divlog se conoce cariñosa-irónicamente como "haiku") celebratorio. Hoy no sé si me va a quedar así: shit happens

Vamos a intentarlo, empecemos con que es sorprendente -o más bien escandaloso- que yo no conociera a Amparo, por diversas razones. Primero porque nací y viví un cuarto de siglo en Vetusta -donde también nació ella. Segundo, porque cursé una asignatura anual llamada "Historia de la Medicina" precisamente en la Univetusta y en la misma facultad que ella. Y tercero, porque era feminista, antifascista y otras cosas a las que yo aspiro.  

Amparo nació en 1902, hija de militar que dijo que "la medicina no era una carrera propia de mujer" (será por la máxima del Naufrago Ro, aquello de "la medicina es muy guarra"?). Así que, de entrada, estudió magisterio pero en 1922 se pudo matricular por fin en medicina. Por lo visto la llamaban "la mujer sabia" y debía sufrir lo que entonces no, pero hoy sí tiene nombre, acoso (bullying), por parte de profesores y compañeros. En su promoción (1929) se licenciaron 97 hombres y dos mujeres. Muy fuerte: ella tuvo matrícula de honor en las 28 asignaturas. También le dieron el premio extraordinario de la licenciatura (el segundo quedó Ricardo Lozano Blesa, que luego serìa catedràtico y darìa nombre al Clìnico -y padre de mi profe de cirugía y padrino de promoción). A mí esto me sugiere que Amparo no era solo alguien que se lo curra, sino una persona de inteligenica muy superior a la media. 

Esto le hizo practicar la medicina con eso que se llama "visión", centrándose no solo en el problema práctico que tenía delante con cada paciente, sino elevándose para pensar en los factores del ambiente que aumentaban la vulnerabilidad de esa persona para ese problema.  Porque mal médico es el que no piensa en la prevención: ella trabajó en medicina preventiva y promoción de la salud, muy enfocada en la salud infantil y de la mujer. Por supuesto tocando temas como la anticoncepción y las Enfermedades de Transmisión Sexual (pensemos que estamos en los primeros años 30). En Vetusta abrió consulta en una habitación de su casa, con horario "especial para obreras": esto es otro tipo de "visión", para mí tan importante como la otra; van entrelazadas. 


Porque obviamente, Amparo era feminista, y toda la retahíla de cosas terminadas en -ista por las que te ponen hoy a parir en twitter: la primera, idealista, pero además, anarquista, ecologista, antimilitarista. Tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, Amparo fue la presidenta de la recién creada Liga Hispánica contra la Guerra, la sección Española de la WRI (War-Resisters International). Estaba por el amor libre: relacionaba la monogamia con la propiedad privada y el capitalismo. Ella tuvo varias relaciones, pero abogaba por no casarse y terminar las relaciones cuando se acababa el amor (de tanto usarlo). Sinceramente: no puedo ni siquiera imaginarme lo que debía ser ser mujer en esa época y pensar así. Si hoy en día tenemos que leer los comentarios más patéticos, vertidos por oligofrénicos, cada vez que sale el tema de "la mujer", no quiero pensar lo que sería entonces, que estaban cuatro. 

Tampoco quiero aquí transcribir su biografía, quien quiera saber detalles puede ir a la wiki o a la página de las "Pioneras" de la Universidad de Vetusta aquí.  Pero sí quiero anotar que es apabullante, y que es imposible no preguntarse qué está una haciendo con su vida. De Vetusta se mudó a Madrid en 1934, donde fundó la revista anarcosindicalista y feminista "Mujeres Libres" en 1936, y a partir de ese año colaboró con Federica Montseny, primera mujer en ser ministra en España (de Sanidad). Durante la Guerra Civil fue médica miliciana y ayudó con las evacuaciones de niños a México, Francia y Rusia. En noviembre de 1937 se trasladó a Barcelona, donde fue directora de la "Casa de la Mujer Trabajadora", para ayudar a las mujeres obreras en el camino de ser económicamente independientes.

Pero claro, con este curriculum, en 1939 Amparo tuvo que exiliarse a Francia. Qué cerca nos queda el concepto de refugiados ahora: yo a ratos pienso en todas esas personas, ya más de un millón, en los gimnasios hacinados, esperando, esperando. A qué? Que alguien regularice su situación, aprender un idioma, que por fin alguien les ofrezca un trabajo, de lo que sea. Y empezar de nuevo: qué horror, cómo tienen fuerzas. Amparo en Francia tuvo que trabajar con sus manos hasta que en 1944 pudo volver a trabajar como médica. Intento imaginar esa inteligencia, esa fuerza, esa solidaridad con los más pobres, cinco años "plegando sobres, haciendo bolsos de rafia, pintando pañuelos". Todo mi respeto a la gente que hace esto, pero alguien como ella, que tuvo que luchar hasta con su padre para ser médica: me desespero. 

En 1965 le diagnosticaron un tumor cerebral y cuando quiso volver a Vetusta en 1966, sus hermanas dijeron que "no querían volver a ver a la persona que ha sido la ignominia de su casa, harto hacen con pedir por ella en sus misas y oraciones".  Y concluye la wiki: en la cartilla de la Caja de Ahorros tenía 16 francos con 29 céntimos.

Como estos días no son ya de por sí la alegría de la huerta, leer historias como estas me llena de turbulencias. Ningún derecho es ganado para siempre, la historia, de hecho, puede retroceder. Esto, hace unos pocos anios, yo no me lo creía: pensaba que el progreso era exponencial, que un día no habría hambre en el mundo. En serio: lo creía. No sé si todo empezó en el terrible 2016, con Brexit, Trump, luego la insidiosa irrupción de ciertos partidos, ciertos dirigentes, ciertas actitudes... Hoy hay más que actitudes, hoy se han traducido en sangre.

Sangre que costó ganar todos esos derechos, que se lo digan a las suffragettes. Anoche vimos la peli con Mini y su amiga. Ellas las están estudiando en Historia, yo ya la había visto cuando la estrenaron en 2015 (mi divague titulado "Suffragists, Suffragettes y Suffrajitsus" aquí). No me hace falta releerlo para recordar que lloré mucho en la sala: eso, sin saber lo que sé ahora, que hay muchos remando en dirección opuesta a la nuestra, en tantas aspectos de la vida. De esto se debió de dar cuenta Amparo Poch en su exilio en Francia ya en 1939. Qué soledad debe ser esa.

Con las niñas tuvimos un cine forum inocuo, un debate colegial sobre "si lo que hacían las suffragettes era terrorismo" al quemar buzones y romper lunas de escaparates, pero no les dije lo que yo he ido aprendiendo porque igual con 13 años debes todavía vivir pensando que, un día, todo irá a mejor. La imagen de Amparo Poch muriendo sola en el exilio y en la pobreza me rompe el corazón. No podemos retroceder a un mundo en el que eso sea otra vez posible.

Gracias, Dra. Poch
 

01 marzo 2022

Serial 43. Patrón de sueño invertido. Estella Havisham, corazón de hielo. No entres, le dirías a la prota desde tu butaca.

 
Lo que ha pasado era predecible: en esta semana de estudio, dejada a mi suerte, he terminado cambiando el patrón de sueño. Como una adolescente, cuyo ritmo circadiano -el proceso interno que regula nuestro ciclo de vigilia-sueño- es de veinticinco horas, en lugar de veinticuatro. Pero esto no es nuevo: tengo demasiado cerca en el tiempo esta metamorfosis de sanos jóvenes estudiantes -tal vez hasta deportistas- en pálidos Seres de la Noche. Unos pocos días de vacaciones en un pueblo perdido en el que no hay nada que hacer es todo lo que se necesita. ¿Para qué estar despiertos durante el día? De noche, sin embargo, hay la urgencia de tener veinte años. De noche se encuentran partes de una misma en contraposición a otros, se atisba lo que no va a ser tu vida (también por oposición: no sabes lo que quieres, pero sí eso que no) y se descubre qué cosas le gustan a tu cuerpo, ese extraño al que cada vez vas conociendo más. Esas cosas se barajaban y jugaban en ese nuestro territorio, cuando ya no quedaba nadie. La noche era siempre igual y su ritmo siempre el mismo. Teníamos tanto que contarnos y beber, y tanto por reír y tocar: como si no hubiera mañana.

Solo se dejaban los sofás desvencijados de esa casa vieja a la que llamábamos “peña” para ver amanecer. Los vampiros verdaderos ya se habrían retirado, pero nosotros por la carretera a las seis aún nos arrastrábamos hacia los rojos del cielo. Cuando se difuminaban, volvíamos y ya empezaba a salir la gente: mujeres con batas floreadas a barrer las calles, hombres viejos a dar vuelta a su huerta, el vendedor ambulante.... Y entonces era el momento para volver a casa y asaltar la nevera y cerrar las contraventanas. Hay cosas que no cambian: mi estómago en horas intempestivas se comería el mundo, también en Banderley cuando vuelvo de hacer un ingreso nocturno, pero aquí no hay contraventanas. ¿Habrán repetido estas noches este verano, el primero que no he estado allí? ¿Me habrán echado de menos, habrán dicho lo de “Mariona, ya era inglesa antes de irse”? Inglesa quería decir rara: no me reía de sus bromas de gangosos, o las de los negros. Definirse por contraposición.

Ahora son las 2 de la madrugada y no puedo dormir. Ya he aceptado mi derrota: lo que queda de semana estudiaré de noche y dormiré de día. Mejor dicho: hibernaré de día y el oso arrasará la nevera de noche. Como ahora, sí, las 2 de la madrugada y comiendo Tagliatelle en la mesa de la cocina, con los apuntes extendidos. Tagliatelle con la socorrida salsa de mi abuelo, que era bonaerense: llevaba sombrero y decía che todo el rato y hacía el mejor chimichurri. En este país de bárbaros, donde no hay ni almirez en la cocina, yo lo he adaptado para emergencias: añado los ingredientes como si fuera una ensalada. Ajo, aceite de oliva (en botellita ínfima, carísima), perejil (que no cilantro), chiles, parmesano, sal, pimienta. Le paso el rallador al parmesano varias veces, no me como el ajo, pero tras la inmersión con Sandip ya puedo con los chiles. Che, qué bueno está.

La otra noche, la que me desesperé porque aún no había asumido mi transformación temporal a Ser-de-la-Noche, fue horrorosa. Probar el método del ejército: repita DON'T THINK-DON'T THINK-DON'T THINK, en bucle, vaciando la cabeza. Nada. Levantarme a "cambiar de escenario". Nada. Mirar por la ventana. Nada. Volver a la cama. Salir a por un vaso de leche, tropezar con un taburete, un estrépito. Sopesar ir a la planta y sobornar a Derek, mi reino por una Zopiclona. Desestimarlo. Marear la perdiz: mejor aceptar esto cuanto antes, dejarse llevar y la semana que viene, cuando haya que volver a los dominios del día, se reevaluará.

Cuando termino, vuelvo al sofá amarillo, donde hay más apuntes y escondido, el fax de las pacientes de Marcé. Inútil pretender sorpresa en este párrafo: sé perfectamente dónde está el fax, tanto física como metafóricamente. Es tan central en mi vida en estos momentos (un psicoanalista diría, ¿qué te estás intentando ocultar con este juego de detectives?) que he tenido que hacer un contrato mental conmigo misma de no volver a actuar (no aspiro a no-pensar: imposible) hasta el examen (el psicoanalista contraataca: ah, ¿ahora te vas a hacer creer que lo que te consume es el examen?). Los archivos seguirán estando ahí, no hay prisa para resolver este misterio (el psicoanalista querría ahora buscar el otro misterio, el Misterio con mayúsculas que me azora, que no puede ser algo tan aburrido como un examen, tiene que ser algo oscuro, del pasado a ser posible). Pero, si lo pensamos, la realidad es: qué mejor ocasión que esta semana, despierta por las noches, para pasarme por el archivo (el psicoanalista dice: define el juego mental que nos ocupa). No, Mariona céntrate, hay mucho tema esta noche. Le doy a la tetera.

No ha funcionado: mi contrato mental, me refiero, porque el 172337XW sí, perfectamente. Acabo de entrar al archivo… pero solo un poco, solo para ver si puedo. De momento, nada nuevo, nada que no ocurra cualquier noche de guardia: cruzar la pradera, entrar por una de las puertas laterales de Banderley-C, caminar por el pasillo principal y, en lugar de girar a las plantas, o al Mess, o a la sala de ordenadores, meterme por la puerta de "Acceso restringido". Ah, y otra novedad: llevo una linterna. Esta parafernalia, el pasillo oscuro, puertas a los lados, la escalera, la sensación de transgredir y las sombras que proyecta la linterna me da miedo. Pero algún día lo podré escribir. ¿Quién dijo aquello de que todo lo que te pase hay que aprovecharlo como contenido? ¿Un retraso de avión? Contenido. ¿Un timo? Contenido. ¿Un divorcio? contenido. La ansiedad, si se la viste bien (y qué mejor que deambular por pasillos con linterna) es un gran contenido. 

172337XW. Un bosque de pasillos se extiende ante mí, y el par de nombres que he copiado en un post-it dan saltitos en el bolsillo. Estella Lawisham, la primera paciente: he elegido su nombre solo porque suena tan parecido a Estella Havisham de "Grandes esperanzas". Aquí está la ele, la a... a ver... Lancaster, Lane, Lange... al otro pasillo. Lask, Latham, Lauglin, Lawington, Lawisham. Aquí está: no hay más Lawisham, solo Estella. Estiro de la carpeta de notas, el amarillo del cartón tirando a amarillento. Solo estoy rompiendo un código deontológico profesional, pero pienso bobadas (¿Debería haber traído guantes?), en huellas dactilares, todo eso. Vamos a ver, Estella Lawisham: otra paciente con depresión postparto severa. Todos los papeles de ingreso en orden, hojas autocopiativas de color celeste, con tics dentro de cajitas: etnicidad, edad, religión, estado civil... esas cosas. Paso las páginas buscando la historia de ingreso y ahí me encuentra la inconfundible caligrafía de Sylvia Lannister. Estas elongaciones inferiores, esa letra medio rizada tan característica. Me da la impresión de que alguien que escriba así debe ser un poco artista. Me entra un flashback de la letra de mi abuela, tan rococó, tan bonita. Así les enseñaron a escribir las monjas, cuando tenían todo el tiempo del mundo: sus emes, querida Mariona, qué festival, sobre todo las mayúsculas. La cu también: Querida Mariona. Me envía cartas en las que el contenido es lo de menos: siempre similar y carente de noticias - si una lo piensa, eso debe ser la vejez, cada vez hay menos eventos del presente que compartir. Lo de más es el proceso, es la forma: es por lo que queremos a alguien incondicionalmente, da igual lo que diga. La letra de mi abuela es un placer puramente estético y todo lo que le acompaña, el olor de sus manos que creo adivinar en el sobre, la textura del papel. Pongo la cuartilla, cubierta con mi mano, sobre el esternón, que es lo mismo que decir junto al corazón.

Bajo los títulos de la historia clínica del ingreso, me decepciona ver que hoy Lannister solo hizo eso: anotar datos. No va siempre a escribir como en aquellas notas con las que me escandalicé y enamoré a la vez: para aquello hay que tener tiempo y en una planta a veces las cosas no van así. A veces has de escribir la historia contra reloj porque tienes otro paciente esperando. A veces tienes que dictar informes de alta, o sacar sangre, o salir a gritar en medio de la pradera porque no puedes más. Así que Lannister ha escrito, de una manera aséptica y profesional, la historia de la señora Lawisham: historia familiar, del desarrollo, educacional, de adicciones, forense, personalidad, examen del estado mental, impresión- formulación, diagnóstico, tratamiento. Es un ingreso corto, la paciente se recupera y es dada de alta en dos semanas. No hay mucho más. Pero aún así, aquí estoy yo para dejar volar la imaginación: Estella fue adoptada porque su padre terminó en la cárcel; su madre adoptiva era una señora mayor que nunca salía de casa y que le dio muy poco amor. Es más, como resultado de su fracaso amoroso vital, la crió para desconfiar de los hombres, para romperles el corazón. Y en el test estandarizado de personalidad, Estella ha puntuado en “cruel, manipuladora, cínica”. La paciente Estella es en mi cabeza Estella Havisham, tuvo a su Magwitch y su Miss Havisham: su vida es “Grandes esperanzas”. Me pregunto si el padre de su bebé sería Drummle o Pip.

"Robé su corazón
y puse hielo en su lugar"-
Miss Havisham (de Estella)
Mientras cierro las notas hago un nuevo ejercicio de despersonalización: verme a mí misma desde fuera, como si fuera una actriz sobre el escenario. Lo surrealista de la escena me golpea de nuevo: las tres de la madrugada, sentada en el suelo de un archivo subterráneo, con intrusiones dickensianas, enfocando notas con una linterna. Flashback de aquella película canadiense de hace unos años: Léolo, el niño leyendo con la luz del frigorífico.


Me levanto y saco el post-it: el otro nombre es Lorna Day. Bajo hacia el pasillo del principio de la dé. La señora Day tiene dos archivos unidos por unas gomas elásticas: varios ingresos, no todos en Marcé, pero en el postparto de sus dos hijos sufrió depresión psicótica, perdió contacto con la realidad. Nuevamente: una entrada aséptica de Lannister, de hecho casi nada, porque refiere al anterior ingreso con el primer bebé. Paso unas páginas llenas de resultados de análisis de sangre, notas de enfermería, y resultados de la “Edinburgh Postnatal Depression Scale”. Un momento, aquí hay letra de Lannister: título "Examen del Estado Mental". Algo que, en teoría, debemos hacer frecuentemente con los pacientes ingresados, porque puede cambiar de día a día. Se puede solventar con un párrafo, pero Lannister ha llenado la página, y me empieza a latir el corazón: leo en diagonal, y vuelvo a leer. Es el resumen de una entrevista larga que consideró debía hacer cuando la paciente le habló de sus ideas recurrentes de suicidio. Ideas que Lorna -la llama así, no “Señora Day”- considera un logro en sí mismas, porque cuando toca fondo, lo normal es estar con la mente en gris, en un barullo de algodón -ruidoso en su silencio opaco-, embobada. Así que no puede dejar de sorprenderse -y tal vez, de felicitarse- por tener una lucecita en su cabeza (plink!) que aunque sea un pozo negro como el “mátate” es algo. Sigo leyendo:

“Cuando la muerte venga, dice Lorna, como el oso hambriento del otoño, y se lleve todas las monedas brillantes del monedero, y zas, lo cierre de golpe... Ah, cómo lo quiero, cómo ansío ese momento, porque cuando venga como el sarampión, como un iceberg entre mis omóplatos... lo que voy a hacer es pasar por esa puerta con curiosidad, no con miedo, no con dudas, simplemente preguntándome cómo será todo en esa casita de campo de la oscuridad. Así que miro al tiempo como una idea más y a la eternidad como una posibilidad, y cada cuerpo como un león de coraje”.

¿En serio dijo esto Lorna, la señora Day? Esto es Lannister en estado puro: aquí tengo a la transgresora -pienso yo, ahí, con la linterna- que me enganchó cuando estaba en Marcé. Lo está haciendo otra vez. Paso la página y, hay una fotocopia de una carta: "Para Lorna", pone, y debajo ha copiado esta poesía:

When death comes
like the hungry bear in autumn;
when death comes and takes all the bright coins from his purse

to buy me, and snaps the purse shut;
when death comes
like the measle-pox

when death comes
like an iceberg between the shoulder blades,
I want to step through the door full of curiosity, wondering:
what is it going to be like, that cottage of darkness?

And therefore I look upon everything
as a brotherhood and a sisterhood,
and I look upon time as no more than an idea,
and I consider eternity as another possibility,

and I think of each life as a flower, as common
as a field daisy, and as singular,

and each name a comfortable music in the mouth,
tending, as all music does, toward silence,

and each body a lion of courage, and something
precious to the earth.

When it's over, I want to say all my life
I was a bride married to amazement.
I was the bridegroom, taking the world into my arms.

When it's over, I don't want to wonder
if I have made of my life something particular, and real.

I don't want to find myself sighing and frightened,
or full of argument.

I don't want to end up simply having visited this world

Mary Oliver.

No conozco a Mary Oliver, pero debajo hay otro párrafo, en prosa: "Lorna: yo es que, un día, cuando todo termine, para ti y para mí, un día, quiero que ambas podamos decir que fuimos la novias del asombro, del maravillarse, que cogimos el mundo entre las manos. Cuando termine, no quiero que nos preguntemos si hemos hecho de nuestra vida algo particular y real, o que nos encontremos suspirando, o llenas de razones. No quiero terminar, ni que tú termines, pensando que lo que hemos hecho, simplemente ha sido estar de visita por este mundo". Guau: cierro las notas con un gran suspiro teatral - no se puede de otra manera. Sylvia Lannister, transcribiendo el poema para Lorna: qué efecto tendría este poema en la paciente, si yo estoy casi sin respiración. Lannister: quién te hubiera conocido.

Y no ayuda lo siguiente: como en toda peli de terror convencional, tiene que haber un ruido enorme, una puerta metálica se cae al suelo - ese nivel de enorme. Se me escapa un grito y me quedo congelada. No puedo pensar, o más bien pienso muy rápido cosas que, incluso en esa situación, me doy cuenta que no tienen ningún sentido. Un portazo metálico, la puerta de una cámara: dentro hay cadáveres, ahí guardan los cadáveres en Anatomía Patológica. Y los órganos. Todo esto, con imágenes y todo, pasa frente a mis ojos en un nanosegundo. No hace falta echarle tanta imaginación, Mariona, pero la realidad es que sigo respirando muy fuerte, y he apagado la linterna. Camino con lo que creo que son pasos sigilosos hacia unos de los extremos de la sala, no sé con qué idea, con qué plan. Al llegar a la pared me paro, y espero. No pasa nada. Un buen rato: sigue sin pasar nada.


Allí me cuento la misma historia que les explicamos a los pacientes para que entiendan cómo nuestros pensamientos afectan a nuestras emociones, a nuestro cuerpo y a nuestros comportamientos. “Imagina que en mitad de la noche, estás dormida sola en casa, y de repente, un ruido inmenso abajo te despierta. El corazón a mil, casi no puedes respirar, las pupilas se te han hecho grandes, te sudan las manos y atención, pregunta: ?cuál es el primer pensamiento que viene a tu cabeza?” Indefectiblemente, la gente dice: “hay un ladrón abajo”. Aún no he tenido ningún paciente que conteste “es el viento que ha abierto una ventana”, siempre es algo peliculero. Se trata de ayudar al paciente a que llegue solo a la conclusión de que es su idea de ladrones la que está mantiendo su ansiedad. Si además, evita bajar a ver qué pasa, el miedo perpetúa el problema, pero si  baja y descubre que ha sido el gato que ha tirado una bandeja, la ansiedad desaparece. Así que ideas, comportamiento, sentimientos y síntomas físicos hacen carambolas entre ellos y el paciente que compra el modelo, ha comprado la pócima, y gana. Aunque las cosas son más complicadas a veces: ya sabemos que no deberíamos evitar esa tontería, pero lo hacemos. Ya sabemos que pensar eso es ridículo, y aún así.


No sé cuánto rato he pasado aquí, a oscuras, haciendo terapia conmigo misma. Me doy cuenta que aún tengo las notas en las manos.  Empiezo a caminar pegada a la pared, y  cerca de la esquina, hay una puerta. Está metida entre dos estanterías y aunque no activamente escondida, no está a la vista. A dónde llevará, a otras habitaciones, tal vez pequeños almacenes. El subidón de adrenalina que llevo es lo único que puede explicar por qué he vuelto a darle al botón de la linterna y estoy a lo Indiana Jones inspeccionando la puerta. ¿Voy buscando una cabeza de ídolo al que meterle los dedos en los ojos para ábrete sésamo?  Si supiera latín, seguro que hay una expresión tipo “entre dos libros” que te lleva a dar unos pasos, hasta una baldosa, que abre el misterio. ¿Por qué las cosas no son como en las pelis? ¿Por qué no tengo a mi hermana aquí?

En fin, que ya está bien por esta noche Mariona, que has conseguido bajar y leer un par de ficheros. Ahora devolver las de Lorna Day en el pasillo de la Da, y a casa. Vuelvo sobre mis pasos, y me cuento otra historia: ya sé que puedo bajar cuando quiera y sin miedo. Esto es un hospital antiguo, hay ruidos, hay tuberías, hay pasillos, hay cosas que se caen, hay ecos, pero no hay asesinatos ni nada. Lo de las cámaras del depósito de la asignatura lúgubre lo has traído tú solita a tu memoria. Seguro que es algo que algún día podré escribir y llevar a un taller de escritura a ver qué les parece. Son los nervios, como aquella vez que fui a un examen oral, y cuando me indicaron que era “la segunda puerta a la izquierda”, estuve a punto de girar el torno y meterme en la cámara. De nuevo imágenes de cabezas monstruosas, brazos, vísceras en bolsas entran en mi mente como flashbacks, imágenes intrusivas: vale de juegos mentales: solo me afecta lo que dejo que me afecte. Dejo las notas y entre tanto gore tengo otra idea: 172337XW. El código del archivo: ¿podría ser tan fácil cómo que esto fuera el acceso al cuarto?

De nuevo frente a la puerta: no hay caja de código, ya lo sabía (Indi, vuelve!) Y voy quitando libros de las estanterías de al lado, y, a la tercera: ahí está. ¿Quién es la puta ama? Ya solo falta que 172337XW funcione, y no. No podía ser tan bonito. Lo repito, esta vez pensando, estoy demasiado nerviosa 1-7-2-3-3-7-X-W. Y ay!, se mueve, se ha abierto.

En las pelis de terror siempre lo mismo: la chica (suele ser chica) se acerca a un sitio, donde espera el malo (suele ser hombre, o monstruo) y toda la sala se retuerce en el asiento a los gritos de: no entressss, no salgassss, no vayassss. Luego, he descubierto que en la vida real, en ocasiones oscuras similares, aunque pensemos siempre en el mantra de las pelis, acabamos entrando, saliendo, yendo, porque “esas cosas solo pasan en las películas”. Y esta vez no va a ser diferente: cuando ilumino detrás de la puerta no veo un cuartucho con libros y alguna escalera, lo que hay ahí es un pasillo con paredes de piedra, sin final a la vista: lo que viene siendo un túnel.

Entro, sujetando la puerta, porque una cosa es que los malos solo pasen en las pelis, pero que se me cerrara la puerta es factible. Ilumino las paredes y entonces recuerdo algo: mi regalo misterioso de Navidades. Una llave y una especie de mapa, que en un punto tenía la fórmula química de la Serotonina. Por allí bajé al túnel con Will y luego con Lucy, la chica gótica de Whitby. Está claro: ese mapa debe explicar los pasadizos y si lo tuviera aquí, podría llegar a serotonina: apuesto a que este túnel comunica con aquel.

Cuando salgo a la pradera ya está amaneciendo: debo tener más cuidado la próxima vez y salir de noche, no esperar a las señoras con batas de flores barriendo la calle. Si estuviera en el pueblo en el que nunca pasa nada, ahora cerraría las contraventanas y me iría a dormir todo el día. Pero cómo aquí, ahora, si mi ritmo circadiano está vuelta al aire.