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22 marzo 2016

Onsens: el paraíso de los ateos (Tokio-Gora J5)

Tues, 22.03.16 De Tokio a Gora(Hakone)
Hoy no hay peros ni jetlag que valgan: nos vamos de Tokio y hay que dejar Sopa de Ganso y la pared con motivos florales japoneses a las 10 am. Nos tenemos que poner el despertador, tal es el descontrol! Prueba conseguida: a las 10 y algo estamos en la calle, riendo de que el día anterior hasta las 3 pm no lo logramos y demás. Ha, con las risitas: no sabíamos el día que nos esperaba.


Al llegar a Shibuya, donde vamos a activar el Japan Rail Pass (es un bono de trenes que nos hacen a los extranjeros, que sirve para exactamente 2 semanas en nuestro caso: con él puedes viajar ilimitadamente en las líneas de Japan Rail, pero no en las privadas) antes de salir para coger el tren de la estación de Shiganawa, el Peda nos dice que esperemos unos minutos mientras él se va a sacar dinero a un cajero. Mini y la que firma se plantan en la plaza, sin caer inmediatamente que están cerca de Hashiko, el perro de bronce abandonado y ahumado, y por tanto ellas también terminarán lo segundo. La espera es más larga de lo aceptable por Mini (yo podría ver espécimenes pasar por semejante enclave durante un rato más). En un punto llega el Peda diciendo que no ha encontrado ningún cajero que le dé dinero, que ha de ser uno “internacional”. A ver, estamos en Shibuya, la ciudad del futuro, cómo que no hay un cajero internacional cuando lo hay en cualquier esquina de Vetusta? Así que nos vamos los tres a buscarlo.


Esta anécdota que en principio podría ser del grupo “inclemencias del viaje”, aburrida, es importante porque me sirve para introducer el concepto “CHOTTO”, también dellibrodejuan. Chotto es una palabra más o menos intraducible que significa aproximadamente “un poco”. Los japos nunca dirán NO, evitan la confrontación a toda costa, y es raro que te digan, según el del librodejuan, un no rotundo. Así que te dicen chotto, a la vez que giran la cabecita a un lado, y tú has de entender que eso es No. Eldellibrodejuan cuenta como anécdota cuando llegó a un hotel y no había habitaciones: el recepcionista, en lugar de despedirlos con la cruda realidad, se puso a hacer gestos para que esperasen, buscó un rato en su ordenador, incluso rizando el rizo fue a hablar con su supervisor. Al final, tras 15 minutos de esa performance dijo “chotto”, y ellos a la calle. Cómo pueden tener solo “un poco” de habitación? Otro ejemplo de chotto me lo contó el Peda: un conocido suyo se quería comprar una versión del Quijote en japonés. Dice que se recorrió 23 librerías en todo Tokio, y en todas lo tenían, en todas tuvo que esperar mientras hacían la pamema... pero se volvió a casa sin el libro.


El martes sufrimos nuestro chotto particular, y desde entonces hemos vivido algún otro, lo cual nos descoloca tanto a los europeos (y me imagino que especialmente a los españoles, que somos tan al pan pan y al vino vino) que ya no sabemos si confiar en lo que dicen. No es mala intención: es cultural. Hasta ahora los japoneses son gente encantadora, amabilísimos. Pero el martes, entramos en un banco, donde el así llamado cajero internacional tenía una caja delante sugiriendo fuera-de-uso, nos enviaron a la oficina de correos, donde el cajero no nos daba pasta (luego no era “internacional”), pero los empleados nos mandaron a otro banco. Estos a otro, aquellos al 7/11. Estuvimos literalmente más de una hora dando vueltas como pirulos. Al final, en un triste cajero en la trasera de un centro comercial... cajero internacional! Danza del cajero internacional todos!!!


El siguiente paso es la activación del Japan Rail Pass. Fila de occidentales y tres chicas haciendo el pase. Mientras esperas, te dan una proforma para que rellenes. Prácticamente está todo hecho cuando llegas a las tres chicas, que sacan el cuadernillo que te abrirá la puerta a los trenes -precioso, con foto de almendro en flor con monte Fuji- pero lo que podría ser algo totalmente computerizado se torna un proceso laborioso con los rotuladores fluorescentes (fosforitos en mi casa) como protagonistas. No haré justicia a los pasos que sigue la chica, pero más o menos esta se dedica a pasar rayitas primero verticales con el fosforito de color verde a algo de lo escrito. Luego le pasa fosforito rosa a otra zona. Luego, fascinante, le vuelve a pasar el fosforito verde en horizontal a donde antes había puesto en vertical! Y así con fosforito rosa. No contenta, se lo pasa a su colega que vuelve a pasar más fosforitos, y se lo devuelve. No entiendo nada , pero arigató, ha quedado muy bonito. Por fin, tenemos nuestros pases!!!


Tren a Shinagawa y allí cogemos un tren a Odawara, un lugar que está como a media hora para cambiar hacia nuestro siguiente destino: la zona de onsens (aguas termales) que hay cerca de monte Fuji (alrededores de Hakone). Pero, somos o no de pueblo? Quiero decir, no sabemos que en Londinium, donde cogemos trenes de vez en cuando, el tren de tu plataforma no tiene porqué ser el tuyo? Sí, lo sabemos: hay que comprobar la hora, si tu tren es el de y 52, no cojas uno que está parado allí y se va a y 50. Es un básico, pero parece que esas normas no aplican en oriente en nuestro cerebro-cacahuete, porque nos subimos en un tren que está en la plataforma 10, y una vez dentro- y más dramáticamente, en marcha- descubrimos que es un rápido hasta Hiroshima, y con un poco de suerte estamos incluso de ilegales, porque a saber si es un tren del Sistema Japan Rail Pass. Momentos de pánico: nos vemos en el parque de la paz de Hiroshima, durmiendo bajo un puente. Pero pasa el revisor que nos dice que nos bajemos en una tal Yokohama (el Peda: “siempre quise ir a Yokohama”) y allí cambiemos al tren nuestro que debía haber salido 4 minutos más tarde. Salvados por la campana.
 
Logramos coger el tren que de Yokohama va a Odawara (vemos su castillo blanco famoso desde la ventana) y allí, con pies de plomo, cambiar a Hakone-Yumoto. Este tren ya empieza a ser cercanías, en comparación con los otros, te sientas en los laterals y los asientos son de terciopelo. Tienen un sistema de calefacción debajo del asiento que hace mis delicias... no solo porque empieza a hacer fresquete (gran prota de los siguientes días), sino porque me trae recuerdos del Toko-Toko, el famoso Regional Express del domingo por la noche que unía las vetustas. Dejaba al Peda en su Vetusta y me tiraba en los asientos rojos de skay (cómo se escribe esto? Me dan ganas de poner skype) que eran como un sofacito (o sea, no reposamanos enmedio, con lo que si ibas sola te podías echar) y por debajo salía un calor inhumano: vamos, del que me gusta a mí.


Pero divago, estaba en Hakone-Yumoto y aquí por fin cogemos otro (todo esto, habréis notado, con casi ninguna espera: el día está siendo chungo, pero en este aspecto la vida nos sonríe-o es la frecuencia japo) trenecito de madera de lo más bucólico. Esta zona es de montaña, y el tren sube a su pasito, y en algún punto ha incluso de hacer “cremallera” como ya conté hace el que sube a Machu-Pichu. El tren va petado, y nos toca ir de pie. La gente se sienta en los laterales, de nuevo. El paisaje es pirenaico, tal vez menos dramático. Se anuncia un tren suizo, y en un punto pensamos si es una broma. Por fin llegamos a Gora, nuestro destino. De la misma estación sale un tren cremallera (perdón por la insistencia de cremalleras, pero aquí me refiero a esos trenes encantadores que trepan en línea recta la montaña). Porque Gora está bien empinada, y la gente usa ese trenecito (que lleva a la cima de la montaña, lo veremos mañana), para moverse por el pueblo.


En Gora nos alojamos en un hotel, pensamos, porque ya he perdido la cuenta de lo que he reservado. Una anciana en la oficina de turismo nos dice que para llegar al hotel “mejor un taxi”, y no le hacemos caso porque es un pueblo enano y en el mapa parecen 10 minutos. Nos tiramos a andar y sí, son 10 minutos en pendiente prácticamente vertical: en fin, que lo que el cremallera se hace en 3 estaciones nos lo hacemos andando.... No podía decir la senior cojan ustedes el tren cremallera??? Que para eso tenemos un pase multidiversión de la zona que nos podemos subir en todo los 3 días!!!

Llegamos al hotel extenuados (yo), y odiando la vida (yo) y quién me mandará a mí ir de viaje con lo bien que se está en Londinium (o Donosti, añade mi suegra, la oigo) (yo), llamamos a la puerta y sale una señora mayor que debe ser un hada. No habla inglés pero todo son sonrisas y reverencias (bows) y hospitalidad. El hall está lleno de zapatillas en hilera para que cojas tu par y te despidas de tus deportivas hasta que salgas. La seniora tiene unos papeles donde las instrucciones que nos quiere dar están en japo y en inglés. Lo primero, en la pared del fondo hay unas estanterías con distintos tipos de kimonos, y nos da uno a cada uno. Nos explica las instrucciones del onsen, ya que este sitio tiene dos onsens solo para clientes. Entonces me doy cuenta que este sitio es un ryokan, un hotel tradicional japonés y me dan ganas de dar saltitos y abrazar a nuestra fairy. Ah, y además, hay pelis para coger tantas como quieras (a Mini le hacen los ojos chiribitas) y... barra libre de helados!!! La seniora abre un congelador con cajones y los ojos de Mini se salen de las órbitas.


Onsen. Como es sabido, Japón es una isla volcánica y hay muchas zonas con aguas termales. A los japoneses, según ellibrodejuan, no les va demasiado ir a la playa de vacaciones sino “comer e ir a un onsen resort”. En este ryokan, tienen dos y son toda una experiencia: has de bajar unas escaleras y atravesar dos puertas correderas: allí hay una primera sala donde hay lavabos, y toda suerte de elementos de higiene que tienes en tu casa para antes y después de la ducha: crema desmaquillante, tónico, toallitas, algodones, secador, y unas cestas donde dejar un kimono. Está todo cubierto de madera y da la impresión de sauna, aunque no lo es. Cuando te da un tortazo tipo sauna es cuando abres la siguiente puerta corredera y te encuentras con el onsen. Esta es otra habitación que tiene dos duchas bajitas, con un espejo y un pequeño taburete, y un pozalito de madera. Aquí te tienes que enjabonar bien y duchar antes de entrar al onsen. En ellibrodejuan dicen que los japoneses viven “muy cerca de suelo”, esto se traduce en que su mundo tradicional pasa realmente pegado a la tierra: las mesas son bajas y se arrodillan para comer, duermen en futones en el suelo, y las duchas ya he dicho dónde están. Pero divago: una vez que te has duchado bien, puedes entrar al onsen, que es como una bañera muy grande, que parece excavada en la roca, y de hecho de una roca sale agua muy caliente constantemente, que viene del volcán en la montaña. El agua es de un color medio marrón medio verdoso, y cuando estás dentro te das cuenta de lo limpia que está pese a su turbiedad: esto es así porque está llena de minerales, en particular metales, o así me parece que huele. Es un olor particular que, aunque te duches a la salida de nuevo, se queda contigo, y cuando te despiertas de noche, crees que estás durmiendo con el diablo, porque es algo azufroso. La temperatura del onsen es... caliente. Esto lo cuento más adelante porque probamos los dos del Kanon (así se llamaba el ryokan).


Pero volvamos a la señora que nos estaba dando los kimonos, abriendo el congelador y enseñándonos dónde nos podíamos hacer café. Nos guía por el pasillo a nuestra habitación. Siento si esto está quedando demasiado largo, pero fue una experiencia tan chula que no quiero que se me olvide... subimos unas escaleras, pasillo, las volvemos a bajar.... salimos del edificio como quien sale entre dos vagones de tren, y por fin llegamos a nuestra habitación, al final del pasillo, que luego descubro es la mejor de todo el ryokan. Entras por un pasillito y a tu derecha tienes un par de sets de puertas correderas de madera y papel, precisamente la idea japonesa que tenemos todos en la cabeza. El suelo es de esterilla, y al entrar en la habitación nos quedamos a cuadros: dos estancias, todas rodeadas por puertas correderas, que también separan las estancias entre sí. En una hay una mesa baja con cuencos de porcelana para tomar té verde (aparte de una tele, y una máquina de agua hirviendo), y en la otra, nada: suelo de esterillas. La señora nos enseña dentro del armario los futons y los edredones para dormir. Que los extendamos y si tenemos frío, “más edredones”. Hay unas estufas que las enciende y dan mucho calor, pero no vamos a dormir con esas bombas de calor... También nos enseña unas casacas azul marino de samurais, que se ponen sobre el kimono, y corre una puerta de la pared opuesta a la que hemos entrado y hay un pasillo de cristales, y un baño. Cuando se va, corremos el resto de las paredes que son por supuesto puertas correderas y vemos que estamos en un sitio genial: rodeados de un pasillo de cristales que da al bosque. Así que puedes estar en tu mesa tomando tu té y con cristaleras hacia la montaña. Una maravilla.


Pese a todo, el espíritu de la aventura nos llama... tenemos que bajar a Gora a cenar (la mujer nos ofrece llamar a restaurante para que nos traigan la cena pero no: somos bobos, recordemos que era el día que empezó accidentado). Descubrimos que podemos bajar en el tren cremallera, y al llegar a Gora... qué es esto? No hay nadie! Es un pueblo fantasma! Lo que mi amiga Aurora (gran creadora de conceptos, os he hablado del “gallinazos”? que no se me olvide a la vuelta) llama un "moridero" (Ignacio el marido de Aurora era colombiano, y de ahí muchas de estas perlas). Bien, pues estamos enmedio de la nada, con un frío de montaña que pela, claro que he sido lista y me he puesto la casaca de samurai entre mis múltiples capas de jerseys y camisetas y la gabardina que llevo... no sé ni cómo me puedo mover. Decía, estábamos enmedio de un pueblo abandonado, con hoteles y restaurantes que en algún otro punto del año se deben ver abiertos pero ahora: rien. Por fin encontramos dos restaurantes abiertos consecutivos: el japonés donde come la gente en la barra tiene gente esperando (“40 minutos”, con este frío???) y el otro... en fin, no sé bien cómo escribir esto, casi me arrepiento de no haber esperado los 40 minutos... El otro es una pizzeria.

Moridero, pizzeria... no entraré a lo que comimos allí, porque las pizzas eran como esas que hacía yo con 14 anios de base Findus, y el Peda aún logró encontrar algo japo en el menu, que era igualmente una tristeza. Una cena para olvidar enteramente, y de allí a la única tienda abierta pra hacernos con yogur, leche y terrible bollería industrial que no entra en casa en todo el anio, pero aquí no estamos para exigir muesli orgánico.

El cremallera nos devuelve a Kanon, qué maravilla, es entrar en otro mundo, que aún choca más viniendo del moridero. Nos metemos en nuestros kimonos y bajamos al onsen más cercano a nuestra habitación y más pequenio (la baniera es rectangular). El agua está MUY caliente, incluso para mis estándares (soy friolera, mi ducha siempre más alta que el Peda y Mini). Yo, que tengo los pies termolábiles (en serio, muy sensibles a las temperaturas), es que no puedo tenerlos dentro hasta pasado un rato. Describir esos 15 minutos como la gloria es poco: esto debe ser el cielo de los ateos. No se puede estar en el agua más de 15 minutos seguidos (razones obvias) y aconsejan salir y entrar, y en total no estar más de 50 minutos. El Peda aguanta sin salir, yo me agobio y he de salir cada ratito. Es el paraíso, pero en pequenias dosis. Mini se bania un rato pero luego sale y se dedica a “hacer experiementos” con el gel, champú y acondicionador (en resumen ver cómo se hace espuma). Ah, no he comentado que en los onsen se entra en pelota picada. En este pones un cartel en la puerta diciendo que está ocupado... en los públicos, te metes con desconocidos. Sí, hablamos de la misma sociedad que tiene vagones para chicas solas o ellos se frotan.

Al salir del agua llegas a la habitación como flotando. Mini se dedica a traernos helados (de yogur, qué buenos), y se pone “Spiderman”. Yo mientras escribo el blog, y levanto la mirada cuando salen escenas de volando por Nueva York, y el Peda lee. No tenemos wifi en la habitación, y cuando he escrito en word, salgo a la recepción a colgar la entrada y a hacer WhatsApp con la family.

Por fin, llega la hora de dormir... me pongo dos edredones de plumas-por si acaso-y cierro los ojos. A media noche pongo uno de los edredones entre el futón y yo... tengo calor y además... será que el suelo no es tan amable como una cama? Mañana os hablaré de Phil.

7 comentarios:

  1. Qué bien que hayas escrito con detalle. Transmite más.

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  2. Contraste natural y sencillo frente a la sofisticación disparatada de la megalópolis más poblada del mundo, digamos.

    Di, os imagino entrando en el onsen, sumergiéndoos, reclinando la cabeza sobre la piedra del baño, cerrando los ojos y, tras un suspiro, musitando este apenas haiku:

    Qué frío afuera.
    Qué agua más calentita.
    Bien... Bye-bye Tokyo!

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  3. Me ha gustado muuuucho. Me encanta lo de "chotto", propongo que lo adoptemos en nuestra jerga particular en los mails...me encanta. Y el tren con asientos de sky rojo también lo habia en Madrid para ir a Los Molinos y de debajo salia un calor alucinante!!!

    Saliste arrugada de los baños esos en pure caliente?

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  4. No soy nada neurótico, que conste. Pero, Di, ¿dices que el tren Hakone-Yumoto tiene los asientos forraditos de terciopelo...? Hum…

    Ya escribí respecto a esto en la página del Sr. Snoid (el de nuestra C. S.), y pensé que había quedado claro. Recuerdo que, a cuenta de esto, incluso tuve allí una agarraera con NáN de la que aún no nos hemos perdonado. En cualquier caso, veo que me toca insistir.

    La tapicería de terciopelo en lugares públicos debería estar catalogada de bomba sucia (amenaza biológica DEFCON 1, en concreto) ¡Lo que no esconderá esa superficie vellosa tan sufrida como traidora!

    El terciopelo siempre parece limpio, hasta que, ¡ja!, le das a contrapelo. Además, si lo olisquea siempre huele a choto, y no un poco, o chotto (ちょっと), ¡sino mucho! ¡Que esa tela (el terciopelo) huele tela, vamos! O pelín a Yesus, que diría la gran Mini.

    En suma, el terciopelo es como esos tipos que se requetepeinan sin fijador sino aprovechando su, digamos, veterana grasita natural. Peinados quedan, sí, pero no.

    Por tanto, ¿asientos forrados de terciopelo en vagones de viajeros y para colmo con airecito calentito de origen desconocido? ¡Por favor, qué grima!

    Ojo, el día que a los latentes lamparones más fuertes de los terciopelos les toque la vida, el día que se animen (cosa que es cuestión de tiempo y evolución como sabemos gracias a Darwin), vendrán nuestros lamentos y será el rechinar de nalgas. Avisados nuevamente quedáis.

    En fin, os dejo, que con la tontería de escribir esto hace ya casi cinco minutos que no me lavo las manos.

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  5. Oiga, Lux, que no es que haya dado el asunto por olvidado. Es que se me olvidó que teníamos un asunto.

    Pero nada mejora tanto la circulación como un buen asunto pendenciero. Si tienes la amabilidad y las ganas, rescátamelo; y si no nos montamos otro cualquier día

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  6. Uf, Nán, es que yo tampoco me acuerdo muy bien. Como tú (creo), soy de los que nunca perdona aunque siempre olvida. Es más, haciendo memoria ahora me parece que no fue en lo del Sr. Snoid sino en lo de Di ¿O fue en ambos sitios?

    En cualquier caso, sí recuerdo que la agria polémica que mantuvimos fue sobre el terciopelo de las butacas de los cines. Yo conjeturaba con la posible aparición del Hommo cinensis a partir de los restos biológicos de todo orden que allí invariablemente se encuentran; tú, hablaste de unos mancos señores de otro tiempo (mancos, para según qué cosas) que acostumbraban a ocupar (vete a saber la causa) las últimas filas.

    Y, claro, nos ofuscamos.

    (NáN, quien lea esto, ¿entenderá algo?)

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  7. Em crec que no, ¿eh? ¿Cómo les vas a explicar a los jóvenes que había unas fila, en la parte de atrás de los cines, que se llamaban las filas de lo mancos, porque una mano de ella y una mano de él estaban como escamoteadas y no se veían, porque estaban como en unas partes pudendas, a los suyo, o a lo del otro o de la otra?

    Mira que he escrito relatows y cosas, pero no sabría explicar eso.

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