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31 mayo 2021

Serial 30. La sola idea de salir de Banderley. Hormonas del amor, hormonas del odio.

Abro la puerta y toda Bengala occidental me da un tortazo: Sandip está cocinando. Paso rápido por la zona comunal, hago un ruido -su idioma- para indicar buenas tardes y entro en mi habitación. He quedado con Yolanda en Serotonina; me va a contar cosas del curso al que me voy mañana. El contenido -la Ley de Salud Mental- no me interesa demasiado: mis contactos con esta ley son rudimentarios, pero me manejo. Si un paciente se quiere ir de la planta, pero sería peligroso para él o para otros, le puedo detener usando la Sección 5(2) de la ley. Pero tengo que hacer la pantomima del curso para tener poderes fuera de Banderley, por ejemplo, para ingresar a un paciente de riesgo que se opone que ha detenido la policía en la calle. En ese caso se usa la Sección 2 de la ley, y tu opinión ha de ser corroborada por otro psiquiatra y un trabajador social: todo por intentar garantizar los derechos del paciente, al que vas a privar de su libertad. Un amigo me contó que en España esta ley no existe; en su lugar el forense de turno, que suelen ser personajes novelescos que solo existen de noche, aparecen de la nada con lamparones en la camisa y barro en los zapatos, firman lo suyo sin mirar al paciente, y tal como vienen, -entre bombas de humo, á la Tino Casal-se largan. En fin, que tras este curso podré “seccionar” (argot para “ingresar en contra de su voluntad” a alguien usando una de las múltiples secciones de la ley), también fuera de Banderley.

Compruebo que tengo todo preparado para mañana: billetes de tren, dirección del hotel, mochila. Ya no hay vuelta atrás. ¡Salir de Banderley!: increíble. Busco un libro que le tengo que devolver a Yolanda, "The Maze". Ella, aspirante a psiquiatra forense, vive fascinada por todo el tema legal y este curso le pareció lo más. Para mí, sin embargo, estudiar leyes es estudiar convenciones: no me interesan. Entiendo que existan, al final los diagnósticos son convenciones también, pero yo lo que querría hacer con mi vida es descubrir los mecanismos que explican el mundo que están ahí, en la naturaleza. Y si no puedo, ser quien usa los datos que otros han desentrañado, quien aplica lo que otros han soñado antes (¿no es esta la dicotomía investigador e ingeniero, ciencia y técnica?). Aquí está el libro de Yolanda.

Paso por la sala común hacia afuera, usando la misma técnica: vista artificialmente al frente, gruñido que suena a hasta luego. Entonces ocurre algo extraño, en lugar de un sonido, dos palabras:

-Doctora Calleha!!

Me paro en seco, qué norma habré roto.

- ¿Has cenado? -se confirma: es la voz monotono de Sandip.

Y esto sí que es curioso: me está preguntando algo sobre mí. No solo eso, cuando digo no, remata:

-He hecho curry verde vegetariano. He hecho mucho, ¿quieres?

Me cuesta unos segundos reaccionar. Si estuviera haciendo un baile Chhau con el obligatorio gorro semicircular magenta, me habría parecido menos chocante. La verdad es que tendría sentido: irme a Serotonina con el estómago vacío nunca es buena idea, por muchas bolsas de patatas fritas que saquen. Así que impulsivamente acepto – como suelo yo aceptar estas cosas: con demasiado entusiasmo. Error: el pobre se da la vuelta con ruidos de garganta y pone curry en un bol, que deja en mi dirección. Estamos de pie en la zona en “u” que es la cocina, en una esquina de la sala. Si damos un paso en la dirección adecuada, está la mesa enorme donde podríamos cenar como personas civilizadas, pero me pregunto si será demasiado para él. Coge su bol y pasa una página de la revista de criquet que tiene en el atril que yo uso para poner a Simone Ortega.

Me siento en la encimera y nos veo desde fuera, como nos vería un espectador: él me está dando prácticamente la espalda. En esos momentos, Sandip me inspira inmensa ternura: es un niño perdido al que abrazar. Pero el pobre nada odiaría más que el contacto físico.

-¿Este plato es de la zona de….?- No puedo terminar la frase. Me ahogo.

De un salto estoy debajo del grifo, no puedo respirar, cómo pica, fuego en la boca. Lo paro. Me quema hasta la garganta. Más grifo. Lágrimas. No puedo. Sandip vuelve todo azorado del frigorífico. Me da yogur. 

-Toma esto, toma esto, toma esto, toma esto…

Poco a poco me voy calmando. Sé que Sandip está preocupado porque mira fijamente a una baldosa mientras se mueve de delante atrás, como que se acuna.

-Tranquilo, soy yo, tengo poca tolerancia al picante.

-Tenías que haber dicho, tenías que haber dicho -noto que se pone particularmente perseverativo con este episodio de ansiedad - Es suave, solo le he puesto un chile, normalmente le pongo tres.

-¿¿¿Tres??? -Me sale un gritito y sigue un ataque de risa tonta, y entonces hasta él se empieza a reír, de una manera extraña y distinta, como rebuznando, y mirando hacia un lado.

Y los dos repetimos, ¡“Tres!”, y cuando me voy le digo desde la puerta “tres!”, y a partir de ese día ese número se convierte en una especie de código entre nosotros, que nos decimos en situaciones inesperadas, y que nos hace reír. Es lo más cercano a un atisbo de reciprocidad que he visto nunca en este chico, al que tengo perfectamente clasificado en una de esas convenciones de las que hablaba, diagnósticos. Ese tipo de absurdo (tres!) es fácil de entender para la mayoría de la gente, pero no para Sandip: lo que sé es que le ha gustado reírse.

Cuando llego a Serotonina no hay casi nadie, pero Yolanda está al fondo, en la mesa de siempre, con la obligatoria Guinness. Tras la barra, Richard haciendo su turno: me sonríe, asiente y dice que me trae algo que me gustará.

-¿Tienes todo preparado para el rito de paso? -se refiere a salir de Banderley por primera vez.

Lo tengo todo preparado, pero no sé si estoy preparada. Tengo ganas de ver asfalto, edificios, escapar de allí: todo en teoría. Pero alguna noche me he tenido que pellizcar diciéndome que por fin iba a pasar, porque no me lo acabo de creer. ?Qué pensaba, que iba a no poder salir de aquí nunca más, que me iba a quedar atrapada como una Sister Harding del sur, o como paciente bajo sección el resto de mis días? Pesadillas raras con las que una se despierta alguna noche, pesadillas de primero de psicoanalista: no hay que ser Lacan para interpretar aquí. 

Freud en la Tavi
Cuando llega Richard con un cocktail de color naranja les empiezo a hablar del curso: lo voy a hacer en la famosa "Tavistock Clinic", al norte de la ciudad, en una zona llamada Swiss Cottage (aunque su nombre viene de cuando estaba en la Plaza Tavistock, en Bloomsbury, en el centro). Yolanda y Richard opinan que, en salud mental, la Tavi es un lugar mítico. Fundada en 1920, es un centro de referencia mundial en terapias psicológicas, en concreto psicoanálisis: debo hacerme sin falta una foto con la estatua de Sigmund Freud que hay en la calle, frente a la puerta principal. Este fue el lugar donde, tras la Primera Guerra Mundial se empezaron a desarrollar intervenciones para soldados que sufrían"shell shock", (“neurosis de guerra”, como se llamaba entonces al Síndrome de Estrés Post traumático).

-¿Os imagináis a Carl Jung dando una charla aquí? Y entre el público estaban peña como HG Wells o Samuel Beckett!!- dice Will, que se ha unido al grupo.

Durante y tras la Segunda Guerra Mundial, la clínica se benefició de profesionales que huían de los nazis. Una de esas refugiadas fue la hija menor de Freud, Anna, que llegó a Londres en 1938, donde retomó su carrera como psicoanalista infantil. Vivía en Hampstead -Will me hace un guiño que significa, “recuerda Parliament Hill, tienes que ir”- y allí fundó el curso y la Clínica de Terapia Infantil (lo que hoy se llama el Anna Freud Centre). Allí trabajó con gente como el matrimonio Robertson, que observaron los efectos de apartar, aunque fuera temporalmente, a los niños de sus padres: hicieron un corto titulado “Una niña de dos años va al hospital”, mostrando su desespero por la separación, en una época en la que se dejaba a los niños tan pequeños sin sus padres sin ninguna contemplación. Los Robertson terminaron en la Tavi también, y allí en 1948 se creó el primer departamento de salud mental infanto-juvenil y se empezó a desarrollar la psicoterapia con figuras como John Bolwby, el padre de la teoría del apego.

-Precisamente el otro día Steen me dio una clase magistral de apego en supervisión- les digo, así de pasada- Bueno, apego y oxitocina...

- ¿En qué quedó lo del caso del intento de infanticio? - pregunta Richard.

-Ah, bueno, eso… no lo sé, aún no me lo ha dicho. Tras hacerme prepararle una historia exhaustiva, en aquella supervisión ni sacó el tema…

-Supervisión a las 8 de la mañana, y por el bosque. Cuéntales todo- dice Yolanda

Carcajada de fondo de Will: ¿qué, por qué a las 8 y en el bosque?

-Fue el castigo porque aquí nuestra amiga llegó dos veces tarde a la planta… -Yolanda pone una cara como de “puedo explicarlo todo”. 

-Puedo explicarlo todo - replico, con la misma cara.

- Ah, no, excusas tipo "me dormí por la guardia", no, -se ríe Will- Cuéntanos qué pasó en el bosque…

- Nada, aparecí en la planta a las 7:45, no iba a jugármela esta vez… y Steen llegó a las 8, de muy buen humor- doy un trago al cocktail, no está mal- Yo nunca le había visto de amable Dr Jeckyll, así que cuando me dijo que hiciéramos la supervisión caminando, no hice preguntas. Me imaginé, el rollo de los peripatéticos -pausa para ver si me siguen, a saber si estudian esto aquí- sabéis, los seguidores de Aristóteles que pensaban deambulando?

-Desde luego, se piensa mejor andando, ¿no os ha pasado estar ahí con un tema que se os ha hecho bola y salir a caminar y verlo claro? - Richard me rescata.

-Exacto, de eso va: se “discurre” como los ríos…- este verbo siempre me recuerda a las monjas, les encantaba decirnos que “discurriéramos”.- Pero en fin, que fuimos paseando por un camino del bosque, rodeado de helechos, precioso. Hacía muy buena mañana y él parece que conoce la zona muy bien.

-Por lo que he oído -dice Richard- Steen sabe mucho de neuroendocrinología. Supongo que trabajando con mujeres a las que les ha pasado un tsunami hormonal por encima, has de manejar el tema…

- Sí, y de poesía -me paro un momento a ver si alguien reacciona, pero no-. Habló mucho de eso... todos sabemos que es simplista lo de la testosterona como la “hormona de la agresión” o la oxitocina como la “del amor”, como las presentan en divulgación, pero él me habló de estudios y me enganchó tanto que aquella tarde me fui a la biblio y…

-Espera -me interrumpe Richard- traigo otra ronda.

El bar se ha ido llenando, pero también ha venido el otro que cubre la barra, no parece que Richard le vaya a ayudar mucho hoy. Llega Mark, claramente de algún tipo de entrenamiento y se sienta presidiendo la mesa.

Cuando vuelve Richard con las bebidas, empiezo con mi clase magistral. Les cuento que la oxitocina, la hormona que estimula las contracciones uterinas durante el parto y la producción de leche posteriormente, lógicamente, también facilita el comportamiento maternal. Pon oxitocina en espray por la nariz de una mujer sin hijos y se verá de repente atraída por los bebés. ¿Y por qué hay algunas que son más maternales? Por variantes de genes que producen más oxitocina: estas mujeres tocan y miran más a sus bebes.

Esto es amor: oxitocina
No solo por eso es “la hormona del amor”: cuando las parejas empiezan su noviazgo, los niveles de oxitocina se disparan y cuanto más altos, mayor afecto físico y más duran juntos. Pero es que además, cuando se da oxitocina a la gente, la hace más confiada, detectan más caras felices que enfadadas o asustadas, o palabras con connotaciones positivas. La oxitocina hace a la gente más caritativa, pero solo en la gente que ya lo eran antes -las hormonas raramente actúan fuera de contexto, no te hacen "hacer cosas" que no son tú. Nos hace responder más al reforzamiento social, por ejemplo, hacen que la gente mire más a los ojos, aumentando la exactitud en la lectura de emociones, mejora la precisión en recordar caras y su expresión emocional. Anomalías en esta hormona elevan el riesgo de desórdenes de la sociabilidad: algunas personas en el espectro del autismo mejoran sus habilidades sociales, como el contacto visual si les administras oxitocina, porque tienen variantes genéticas relacionadas con esta hormona. Valoro la posibilidad de meterle un poco de espray de oxitocina a Sandip cuando duerme.

Pero no todo iba a ser tan bonito: para que en el mundo reinara la paz y el amor,  con fortificar la harina con oxitocina bastaría. Sin embargo, su lado oscuro: esa confianza aplica solo a los conocidos; con los extraños, la oxitocina disminuye la cooperación. En resumen: te hace más prosocial con gente como tú, te hace identificar con quien es uno de los tuyos… pero eso puede terminar en etnocentrismo y xenofobia.

-Trapicheos neuronales para explicar conceptos tan humanos, tan culturales, como la xenofobia… -dice Will, como pensando en alto…

-Esos trapicheos tienen lugar en situaciones concretas y dan lugar a comportamientos distintos según los contextos- sigue Yolanda.

-Es lo mismo con la testosterona -interrumpe Mark, que ha estado callado-, la sospechosa habitual cuando hablamos de agresión, como decías. ¿Puntos a favor de la tesis? En casi todas las especies los machos tienen más testosterona que las hembras, y la época de mayor agresión ocurre cuando los niveles de testosterona están más altos: adolescencia y cuando en celo. Pero bueno, esto es correlación, no causa. ¿Puntos en contra?: diferentes niveles de testosterona no explican porqué algunos individuos son más agresivos que otros. Pensemos en la castración: vale, disminuye la agresión pero no desaparece por completo y sin embargo, cuantas más experiencias violentas haya tenido un tipo antes de la castración, más posibilidad tiene de ser agresivo después. Un nuevo ejemplo de "naturaleza interaccionando con el ambiente": la testosterona magnifica tendencias agresivas preexistentes, no las crea de cero.

Mientras nos cuenta esto, me planteo que el macho alfa de Banderley nos está hablando de testosterona -hormona en la que deben estar nadando sus neuronas-, como si esto hubiera estado coreografiado. Esta hormona aumenta la confianza y el optimismo, y disminuye la ansiedad y el miedo. Hace a la gente arrogantes, egocéntricos y narcisistas. Más impulsivos, corren más riesgos. Se experimenta como placentera, claro. Cuando vuelvo a conectar, Mark está en los deportes de competición, su tema:

-Ganar o tener éxito aumenta los niveles de testosterona: esta se incrementa en deportes de competición, pero no solo participando, sino como espectador…. O sea, esta subida no tiene que ver con la actividad muscular, sino con la psicología de la dominancia, de la autoestima y de la identificación. En el fondo, la testosterona aumenta la agresión solo en los momentos en lo que hay algún reto y en lo que verdaderamente impacta es en los comportamientos destinados a mantener estatus.

Se hace un silencio. Supongo que estar ahí, con un par de copas, escuchando a un dios griego hablando de esas cosas tiene ese efecto. No sé si se da cuenta y por relajar el ambiente se dirige a mí:

-Ah, Mariona, he oído que te vas a Londres a hacer el curso de la Sección 12…

-Ahá, mañana. ¿Quieres que te traiga algo?- le pregunto, y sin dudarlo contesta:

-Aquí, lo que más nos gusta que nos traigan de fuera es una buena historia.

6 comentarios:

  1. Fascinante lo de la oxitocina y lo de Anna Freud. Cuando estuve en Viena, visité religiosamente el despacho del Dr. Sigmund. No es que yo sea muy fan de sus teorías, pero sí de sus conexiones culturales y literarias. Por cierto, estaba lleno de personajes que supuse serían psicoanalistas, que lo miraban todo y leían todos los cartelitos -hay muchos y con mucha explicación- totalmente arrobados. Era todo bastante novelesco. Me encantó.

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  2. Hola ELENA! Qué guay q fueras. Yo debo tener "issues", pq he estado dos veces en Viena y no he ido. Pero aún peor, aquí en Londinium está el "Freud Museum", con el famoso diván (https://www.freud.org.uk/) y tampoco! Un psicoanalista sacaría todo tipo de conclusiones de esta "resistencia": o bien estoy en negación, o el identificación proyectiva, o en sublimación (ah no, esto último no, q es saludable... ja). No me extraña lo q dices de la fauna q lo visitaba y leían todo y sobre sus conexiones literarias... recuerda hace dos divagues hablabamos de DH Lawrence... :)

    Me has dado una idea... como nuestra prota va a ir a Hampstead en el siguiente capítulo, la podría llevar de visita al museo (claro q para ello, tendré q ir yo!). Parece chulo, por lo menos hay muchos libros y cualquier excusa es buena para ir a Hampstead, donde esta panda acamparon (bueno, ellos y Keats y Constable y todos, vamos). Donde sí q estuve haciendo un curso es en la Tavi o el Anna Freud, no recuerdo exactamen (los dos están en esta zona, donde me iría a vivir si fuera rica). Lo q recuerdo es q era 9 de enero y... pusieron el aire acondicionado! Un sicoanalista tendría también mucho q decir de eso. Bueno, yo podría escribir un blog solo de interpretaciones, se me ocurren buenísimas. La pena es q sea todo bollocks, q dicen por aquí... :)

    Besos

    di

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  3. Por favor, sí, haz esa visita al museo y nos lo cuentas. Mira que he estado veces en Londres y no se me ha ocurrido pasarme por allí, pero de verdad que lo apunto: ¡ver el famoso diván! Insisto que no es por sintonía con el psicoanálisis (para mí, una charlatanería, que me perdonen Freud y secuaces), sino por la relevancia histórica y literaria de todo ello.

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  4. Sí, es importante culturamente como dices... spr había oído hablar de los tres grandes monstruos del SXIX-XX, Marx, Freud y Einstein, pero el otro día leí esta frase sobre los cinco judíos... por si no la conoces:

    "Moisés: la Ley lo es todo
    Jesús: el amor lo es todo
    Marx: la economía lo es todo (bueno frase decía el dinero lo es todo)
    Freus: el sexo lo es todo
    Einstein: todo es relativo"

    :)

    Siempre me gustó aquel anuncio antiguo de ron, te acuerdas? Le dice un analista a una chica en el diván (free association) "dime la primera palabra q viene a tu cabeza" y ella piensa en una macrofiesta cubana y dice: "Chocolate".

    AY, lo he encontrado... https://www.youtube.com/watch?v=DB8td2iFq-c

    no es una macrofiesta cubana... los recuerdos selectivos... :):)

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  5. Las cocinas compartidas y los pisos dan mucho de sí. Mi experiencia no es mucha pero la de mis hijos sí, y las han contado muchas veces.

    De la oxitocina sé lo que aprendí en los embarazos de mi mujer. Me fiaba, yo, más de la veterana y competente comadrona que del ginecólogo, más que nada porque estaba bastante seguro de que no llegaría a tiempo y el parto lo haríamos la comadrona y yo, si conseguía no desmayarme. Con los dos hijos llegó, el ginecólogo, en el último momento, y yo estaba colocado detrás de mi mujer, que era la manera de no desmayarme. En fin, no sé ahora pero entonces los ginecólogos eran, bueno, el nuestro era competente pero superocupado en mil cosas a las que debía llegar a tiempo.

    Un abrazo

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  6. Hola ANDANDOS! Sí, las cocinas compartidas y los apartamentos vividos... yo entré a uno de esos de hospital donde habían vivido antes pakistaníes y tuvimos que quitar todas las cortinas pq no se iba el olor de curry...

    Y lo q cuentas del gine es así: cuando estás de paciente ingresada, en mi experiencia es q l@s médic@s están spr de pasada (ya se dice "visita de médic@", no? para referirse a algo breve). Es con enfermería con quien se establece de verdad una relación humana. Yo tengo recuerdos muy buenos en concreto de dos enfermeras y de un asistente de enfermero. Cuando estás en esa situación de extrema vulnerabilidad, siempre lo digo, son como ángeles buenos... no podría explicarlo mejor.

    Lo de desmayarte... ya sabes q soy de las tuyas. El pobre Peda aún tiene "intrusiones" pq Mini nació por cesárea de emergencia y estuvo allí, eso ya es otro nivel q parto vaginal... yo no vi nada :)

    Besos

    di

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