an

16 noviembre 2017

Muchas gracias, desconocida o desconocido.

No sabes quién soy, ni donde vivo, ni nunca leerás este blog. Lo primero porque está en castellano y probablemente no sea un idioma que hablas si eres inglesa o inglés (no soléis dominar otros idiomas), claro que también podrías ser latinoamericana/o, ya que bastantes en Londinium, o de la península aquella de allá abajo. No lo sé.

Pero me encantaría que lo hicieras, porque ayer iluminaste uno de esos días horribles, y fuiste la razón por la que creí durante un rato en el género humano. Ayer fuiste mi Amelie, mi Spiderman, mi supergirl, mi heroína o héroe particular.  Yo no sabré nunca nada de ti, pero aquí puedo contarte que... 

...ayer, durante el día, lloré en el trabajo. De impotencia, y pena, y rabia, de constatar, una vez más, que el mundo, tal como lo conocíamos, se está acabando; que esto se transforma cada vez más, insidiosamente o a veces no, en una jungla; que cosas que creíamos derechos y básicas se acaban, y se empiezan a acabar primero para los más vulnerables de la sociedad. Con los que (aún) tengo la suerte de trabajar. 

Te puedo decir que ayer me fui del trabajo un poco antes, a las 16:15 -la noche ya era boca de lobo-porque tenía que ir al médico, una visita corta. Antes pasé por Sainsbury's, el supermercado, donde puedes dejar el coche pagando una libra por una hora. Fui a poner la moneda en la máquina, menos mal que tenía suelto en la cartera porque la última vez tuve que ir a hacer cambios. 

Te puedo hablar del artículo en el que pensé mientras esperaba en el centro de salud, porque lo había escrito precisamente una médica de familia. En él contaba cómo tenían un limpiador -que no lo hacía demasiado bien, siempre ensimismado- empleado vía una compañía que se quedaba con 2/3 de lo que el centro pagaba, con el que un día tuvo uno conversación: era refugiado de un país con una guerra terrible, su familia había muerto, en fin, los dramas de estos casos con los que convivimos. Unas semanas después, haciendo una auditoría del centro, se dieron cuenta de que la alarma no se activaba por las noches, durante un anio. Y entonces fue cuando, en el cuarto de las escobas, descubrieron una bolsita con ropa interior, una guilette, y una pastilla de jabón: el hombre vivía allí, sin nadie saberlo. Se me partió el corazón.

Te puedo describir la llovizna al salir del médico, y que había mucha gente, y yo solo quería llegar a casa porque no me había encontrado nada bien durante el día; igual estaba somatizando. Los vendedores del "Big Issue" en la puerta de Sainsburys, el mendigo con su perro, tres adolescentes hablando muy alto, gente andando muy rápido, un senior con rastas esperando el autobus.  Cogí la cesta del super y me puse a hacer un poco de compra: fresas, yogur, porridge, weetabix, ciruelas, mandarinas. 

Te puedo contar que, cuando acabé, decidí ir a pagar a una caja con una seniora mayor, en lugar de las de auto-servicio. Odio el "elemento no identificado en la zona de empacar" que dice la voz, y tienes que pedir ayuda. Te pasa a ti también? Así que puse mi pequenia compra sobre la cinta y cuando fui a sacar la cartera, no estaba. Enseguida quité todo de la cinta y le dije a la seniora, literalmente: "oh, no tengo la cartera, se ha debido quedar en el coche, ahora vengo". Dejé la cesta en un lado para que pasara el siguiente y volví al coche. 

Te puedo asegurar que iba diciéndome, "bueno, así cogeré la bolsa grande naranja", que llevo siempre detrás por si acaso. Pero al llegar el coche, oh, la cartera no está. Pero sé que estaba cuando he llegado a este aparcamiento, porque he sacado la libra para ponerla en la máquina. Miro, y remiro: es los laterales de los asientos, donde se me quedó el móvil el otro día y solo lo encontró Mini. No está. Ni rastro. 

Te puedes imaginar los nervios, que volví al médico, porque había sacado el libro gordo que leo, igual saqué la cartera, pero en el sitio que estaba sentada no había nada, ni nadie había entregado nada en recepción. Mientras caminaba de vuelta el trocito de calle del médico a Sainsburys, cada vez llovía más, y llamé al Peda, mi partner, para contárselo. Me puse a llorar. Le dije que tendríamos que empezar a cancelar tarjetas. Llevaba dos. Mientras caminaba hacia el coche pensaba en todo lo demás que en esa cartera: una foto de Mini, mi hija, escolar en parvulitos, varias de carnet de la gente que más quiero, un mapa de metro, la tarjeta de Boots, de Sainsburys, de John Lewis, de Costa, los puntos por cada té que me he tomado en Nero (cuanto tienes 10 te dan uno gratis, como sabrás), una oyster de recambio (porque a veces me he olvidado la mía, o la he perdido-soy un desastre así), sellos de correos, el carnet de conducir, la tarjeta de la biblioteca de Mini y la mía, dinero (no mucho), cupones (sí, soy como esas senioras que usan cupones descuento en los supermercados o en Boots, 3 por 2 en desmaquillante de ojos). Y pensaba en la cartera misma, que me había regalado Fashion, mi hermana, y me encanta: es la que llevaría el padre de Indiana Jones, de piel marrón, que se abre girando una manivela, y con sus secciones, y una cremallera detrás para las monedas. 

Te puedes hacer una idea de mi obsesividad porque, de vuelta al coche, miré debajo, miré otra vez dentro, y otra vez abajo. Y por fin, me desesperé. No es posible, no puede estar pasando. Eché marcha atrás, ya llovía decididamente, y entonces, una luz, espera: y si voy a Atención al  Cliente? Aunque no me entraba en la cabeza que lo hubiera perdido allí.

Te puedes imaginar la cara con la que en Atención al Cliente, pregunté si alguien, por algún casual, por alguna remota coincidencia del destino, les había llevado una cartera. La seniora me miró, muy seria, y miró a los lados-claramente todo Atención al Cliente estaba al tanto-, como diciendo "aquí está, la cabeza de chorlito" (si semejante concepto existiera en inglés-goldfish, probablemente es lo más cercano). "Quizás", dijo, "cómo te llamas": "Di Vagando", dije, empezando a ver una lucecita al final del túnel... "Y tu designación?", y se la di, e incluso le ensenié mi identificación del trabajo que me había olvidado quitar del cuello, y entonces, intentando disimular una sonrisa dijo: "aquí está". 

Te puedo contar la alegría inmensa, y cómo hubiera abrazado a aquella mujer, si no hubiera tenido un mostrador delante, y las ganas que tuve de abrazarte a ti, querid@ desconocid@. Y se lo dije a todo ellos, la persona maravillosa que eras, y que me habías salvado. Todos sonrieron y yo firmé algo, y me fui, flotando. 

Te puedes creer que aún estaba ahí mi cesta con las fresas y la seniora ya estaba cerrando su caja, pero le conté la historia, y que por eso había tardado tanto, y ella se alegró mucho, y yo por fin, pagué y me fui. Al aparcar, ya al lado de casa, sonó el teléfono: era una amiga y colega con la que hablamos de los problemas a los que nos enfrentamos que me habían hecho llorar por la maniana. Estamos todos igual, pero eso no consuela. Cuando colgué el teléfono, me quedé unos minutos en el coche, con las manos en el volante, escuchando la lluvia, intentando procesarlo todo. Y pensando en ti, en quién serías, si una amable ancianita, o un tío con rastas, o una adolescente colombiana, o una mujer que trabaja en la tele, o un padre con sus gemelos, o un refugiado africano. 

Y puedo terminar contándote que llegué a casa, y de repente empecé a temblar. En media hora me subió la fiebre y me puse en 38.5. Me fui a la cama con un par de paracetamoles y seguía pensando en ti, en cómo te daría las gracias. Y así fue como, en medio del delirio febril, nació este divague. Porque en un día como el de ayer necesitaba principalmente, la idea de que existe gente como tú. 


9 comentarios:

  1. ¡Venga, Di, ánimo! A pesar de que también creo que el mundo tal como lo conocíamos se está acabando. A pesar de eso y de todo, ¡ánimo!

    ResponderEliminar
  2. Di, no nos tienes que dar las gracias.
    Estábamos tomando unas cervezas Nán, Lux y yo, eran ya muchas y un tenso silencio estremecía el ambiente pues había llegado la hora de pagar y allí nadie se arrancaba.
    Y surgió la aventura.
    Nos vamos a Londres y espiamos a Di ?
    Salimos corriendo del bar perseguidos por el tabernero y acabamos en el aeropuerto dirección Londium.
    Nos apostamos en tu lugar de trabajo (difícil fue localizarlo sin hacer preguntas, pero ya sabes, somos de piñón fijo).
    Cuando salistes dirección al supermercado Lux paró un taxi y dijo aquello de "siga a ese vehículo", frase que llevaba años y años esperando soltar.
    Y luego vino lo más sórdido. Me duele reconocerlo pero la verdad hay que afrontarla sin demora.
    Nán se cruzó contigo disfrazado hábilmente de Lagarterana, te birló la cartera en una hábil maniobra y me la pasó a mí, que iba disfrazado de broquer internacional, en un pis pas.
    Imagina luego.
    Te vimos sufrir y buscar inútilmente tu precioso monedero.
    Menudos amigos!
    ...
    Tras un rápido arrepentimiento colectivo nos fuimos a tomar unos vinos al centro y de paso ver el Museo Británico.
    Mientras nos deleitábamos viendo todo lo que los ingleses han sido capaces de robar a lo largo de los siglos, caímos en ka cuenta de nuestra condición de malhechores y chorizos, así que nos volvimos a dirigir al súper y entregamos tu cartera con más vergüenza que miedo.
    Ufanos de nuestra buena acción del día, recogimos nuestras insignias de Lores en el Parlamento Británico, donde tradicionalmente les han sido entregadas a ladrones, filibusteros y demás miembros destacados del hampa.
    Estate pues tranquila.
    Mientras vivamos, el espíritu de un mundo que crees en decadencia, persistirá a través de la historia.
    Palabra de filibustero.

    ResponderEliminar
  3. Me resulta tandoloroso. Lo tuyo, lo del trabajador de limpieza que solo cobre un tercio de lo que el hospital paga por él y lleva un año viviendo en el cuarto de las escobas, lo de...

    Sinceramente: tengo miedo de dejar descendientes en este mundo.

    ResponderEliminar
  4. Ay, Di. Solo te mando un abrazo de oso. Es poco, lo se, pero viene bien para estados febriles del cuerpo y sobre todo del alma.
    Un beso guapa.
    Marisa

    ResponderEliminar
  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  6. Me pasa como a Nan, me da miedo dejar descendientes,me aterra pensar qué mundo se van a encontrar cuando crezcan.
    Hay días horribles en los que parece que la vida te pasa por encima como una apisonadora.
    Me alegro de que hayan devuelto tu cartera. Un abrazo apretao.
    Sagra

    ResponderEliminar
  7. Hola darlings: a todas y todos, sois unos soles. Muchas gracias tambien a vosotros.. todos vuestros mensajes me han puesto una sonrisa en la cara.

    Y la fiebre ya va mejor... :)

    Love

    di

    ResponderEliminar

Comenten bajo su propio riesgo, sin moderación. Puede ser divertido.