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05 abril 2016

Palacio Imperial, Ginza, cafés de criadas, orejas de conejita (J19)

Tokio (05.04.16)

Cuando me desperté, la limpiadora y el novio trajeado del portátil abierto ya no estaban allí.


Había sido un sueño? Imágenes de la extraña pareja aireando cojines y rellenando fundas y decorando edredones precisamente en aquella estancia. El espejo gigante (que en realidad es un enorme armario empotrado enfrente de las camas) me devuelve una imagen donde no están ellos: solo yo con el antifaz en la frente y el pelo alborotado.


Tras la oscura extraña entrada en el apartamento de Akihabara, nos despertamos en una luminosa mañana tokiota. Toda una pared es una terraza, pero está llena de cajas de aires acondicionados y demás, no parece que haya "cultura de la terraza" aquí (vs. otras ciudades donde en un par de baldosas ya ponen una sillita con su mesa y maceta de lavanda). Tras desayunar salimos a horas intempestivas (mediodía) hacia el Palacio Imperial.


Se trata de una de esas visitas "magnificient" (según la Di grumpy) a las que van turistas: esto ya se intuye en el metro que va hacia allá, en concreto en la boca nos topamos con un grupo de catalanes que van con guía. Turistear por lugares magnificient con guía se me antoja lo más parecido a trabajar que hay, o incluso peor en esas partes disfrutables de algunos trabajos. En fin, si digo una vez más lo de la sakura, lo bonitos que estaban los cerezos en flor, alguien gritará y se quitará de divagante, así que lo ahorro. Afortunadamente no recuerdo demasiado de esta visita (ya ha pasado un mes), salvo pasear alrededor de un foso donde había cisnes, con una muralla de piedras encajadas impresionante, de cuya parte superior salían todo tipo de árboles, preferentemente abetos y cerezos (lo habéis adivinado, en flor). Ah y la explanada de gravilla donde Mini y su padre jugaban a "it" (pillar). Al fondo había grandes rascacielos cuboides (Mini está aprendiendo las figuras 3D) en hilera que me recordaba a Central Park (la gravilla sustituye al césped). Luego entramos en las dependencias del Palacio, que incluye un pequeño museo y enormes praderas y, en serio, mucha sakura.


Salir de allí cuesta lo suyo, es tan enorme que llegar hasta las calles de los rascacielos no es un paseíto sin más. Al entrar en zona-calles vemos a una modelo con todo su equipo de fotografía: para eso no solo hay que ser, hay que valer. Está enfrente de una tienda de Issey Miyaki con una bici y saludando falsamente a alguien lejano. Nos metemos en un gran almacén de la tecnología o lo que sea y compramos un adaptador (a buenas horas, hemos tirado con uno para los múltiples aparatos todo el viaje, cambiándolos a mitad de noche). A la salida, comemos en un lugar cerca de la estación: unas bolas blancas que llevan dentro algo de carne picada-lo blanco no lo sabría describir, una especie de pasta.


Caminamos hacia el centro de Ginza, que es el barrio así llamado "exclusivo", con todas las tiendas, el glamour y el poderío que uno asocia con Nueva York, LA.. y creo que ya. Londinium no tiene un equivalente a Ginza o a la Quinta Avenida: he contado en algún punto de esta serie que Londinium da la sensación de un pueblito al lado de Tokio? Entramos en una especie de centro comercial llamado "Tokyu Plaza Ginza" de lo más futurista, aunque los seguratas (no sé cómo llamarlos, son los que te dan reverencias, van vestidos como si fueran mecánicos: este país me fascina). Subimos hasta su tejado, donde hay un restaurante y un bar, y un jardín vertical, y el arbolito con sakura. Las vistas son la pasada. Al lado del restaurante hay una piscina alargada que no cubre, de decoración (debe dar paz). Sillas y mesas de madera, y esta terraza ya tenía todos los puntos para gustarme por su nombre: Kiriko Terrace. Kiriko! El gallo Kiriko!: ese ser mítico de mi infancia.


A ver, para gustarme por lo de mítico, pero reconozcamos que el Gallo Kiriko es un ente negativo. Muy negativo y mucho negativo. Incluso negatifo. Cuando era pequeña, no sé bien si la Yaya o mi madre, o las dos, un día invocaron al Gallo Kiriko, con el método altamente pedagógico de "si no comes esto, vendrá el Gallo Kiriko y te picará". Lo sé, divagantes: pero es demasiado tarde para llamar a Servicios Sociales, esas mujeres quedaron impunes, y aún hay gente que me pregunta si mi aversión por los pájaros viene de a peli de Hitchcock, cuando solo está el Gallo Kiriko para culpar. Y una imagen antes de terminar este párrafo-flashback: en los primeros años, tengo el recuerdo de la Yaya dándonos de comer en las escaleras que bajaban al jardín (luego vino Fashion que tenía que dar una vuelta al jardín con su tequeleta entre bocado y bocado: mala comedora). Y por Tutatis que tengo la memoria del Gallo Kiriko, con las plumas de su cola todas de colores y bien erguidas, paseándose por el tejado del cobertizo del fondo del jardín. Con estos ojitos.

En fin, que salimos de la terraza Kiriko y seguimos paseando por Ginza donde hay tiendas de dulces preciosistas, cruces con pasos de cebra transversales (como vimos en Shibuya o en Oxford Circus), tiendas que son edificios de marcas que nunca podremos comprarnos: cubos blancos, o de cuadros, o lo que sea, vendiendo pretendido lujo para unos pocos: la globalización debe ser eso, a todos los ricos les gusta lo mismo. Derrengados paramos en un Starbucks: la parte de arriba es enorme pero está petada. Conseguimos una mesa alta (por qué? pongan todo sofás y déjense de mesas de pájaros: eso solo sería aceptable en la Terraza Kiriko), y a nuestro lado hay un David G (uno que dibuja en un cuaderno, encontrando en el grupo su inspiración). No hay que perderse a la salida uno de los teatros clásicos famosos, pero al llegar ya están cerrando. Y es que ha caído la noche.


Ginza se vuelve aún más Blade Runner, y Londinium aún más una capital de provincias (Vetusta ni entro) de noche, cuando se encienden las luces y es como una perpetua navidad. Paseamos por las calles, y nos encontramos con un edificio de madera, como retorcido, muy chulo. Pese a la cantidad de rascacielos, no me he encontrado con arquitectura moderna de la de ohhh-ahhh, pero este podría ser un ejemplo. Sin embargo, un colega que ha estado afirmó que ha visto arquitectura de impresión y que la gente envejece muy bien: empiezo a sospechar que hemos visitado distinto país.


Terminamos en una de esas tiendas de juguetes que hacen las delicias de Mini. Plantas y más plantas temáticas: hay una con animales de peluches tan logrados que está, si no el Gallo Kiriko, sí una prima gallina muy lograda. Mini me persigue con ella y parece estar pasando un buen rato. Rata. Hay unos sellos (recordemos, Japón y sus sellos), con nombres de fama mundial. Por supuesto Mini y Peda no están, pero encuentran Di, que astutamente guardan para mi cumpleaños. Así que ahora puedo ya tatuar a sello mis libros, en japo. La última planta tiene un excalestric gigantesco: por un módico precio te alquilan un coche y puedes competir con... tres señores de unos 55 trajeados, alguno hasta con máscara. Alguien recuerda a Sigue y Take, los ejecutivos borrachos de Fukukoa? Bien, pues hay algunos que se vienen a competir con niñas de 7 años al excalestric al final de una dura jornada laboral.


Sobre las 8 pm y agotados nos vamos hacia Akihabara, nuestro barrio, que aparte de por las tiendas de tecnología es famoso por los "Maids cafés". Quienes son las "maids"? Japón y sus múltiples tribus, de las que ya hemos hablado (Lolitas, romantic, etc) ha generado a estas "maids", que son unas chicas que aspiran a ir vestidas de criadas antiguas, aquellas que iban de negro con el delantal , la cofia, y los ribetes de puntillas, todo blanco. Yo creo que en alguna casa impresentable del barrio de Salamanca aún deben existir. En Akihabara el disfraz está adaptado a gustos del raruno moderno: la falda es muy corta y con canesú, llevan calcetines largos hasta por encima de las rodillas y en la cabeza... lucen unas orejitas de conejita. Sí, como suena. El caso es que llegamos al barrio y decidimos meternos en uno de estos cafés, más que nada por mi espíritu routier y dedicación vital a este blog. Hay que pagar una cantidad por hora (no demasiado) y te puedes tomar lo que quieras, pero algo ha de ser y, aunque ofertan desde cerdo rebozado hasta ramen, la mayor parte de la gente toma una copa de helado o un pancake.



Pero antes de eso: hay una maid en la calle captando al personal, te sube en un ascensor, y ya sales en un cuarto no muy grande, donde hay sitio como para 20-30 personas máximo. Hay una bola de discoteque, un mini-escenario y un bar. La fauna es clara: turistas que se miran unos a otros alucinados, y un par o tres de tíos solos en sus mesas, mirando, muy serios, todos con sus orejitas de conejo. Porque las maids son todo monería e infantilismo, hablan con voz de pito, y te dan las orejas según entras. Una vez allí, o te metes en su enloquecido ambiente, o apaga y vámonos. Cuando te traen el helado hay que decir con ellas "cute-cute-delicious!" (mono mono delicioso!) y hacer la forma del corazón palpitante con tus manitas. Ellas te decoran el helado o pancake con más sirope ultradulce y tú permaneces en estado de perpetua perplejidad, especialmente enfocada en los dos o tres fulanos que se han ido allí solos a disfrutar del espectáculo. A ver, venimos de un antro donde ejecutivos juegan al excalestric con máscaras: nada nos debería extrañar. En un punto sale una de ellas al escenario y baila una canción increíblemente moñas (podría ser las que canta Micky Mouse en la cabalgata de Disney-watch this space), así como dando saltitos y moviendo los puños cerrados alrededor de la cabeza. Todos aplaudimos con nuestras orejitas y la que está verdaderamente en su salsa es Mini (junto con los 2-3 rarunos). Nos hacemos una foto con la maid que, en un punto a media conversación se le olvida poner el falsete y le sale una voz como de Manolo, pero vuelve sin dificultad al falsete cuando ve que las orejitas de Mini se empinan, como haría un buen perrito confundido.


A la hora de reloj somos escupidos a la noche de luz y sonido que es, no las galas de verano de Tele5, sino Akihabara. Y las noches se me mezclan ya en una y no recuerdo si esta es aquella en que decidimos poner freno a la bollería industrial de desayuno, y compramos para hacer tostadas. Y si es la del comprometido incidente en el Starbucks local: de eso mejor no quiero acordarme....

5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. LUX! te he leído y.. ya volvemos a las andadas borradoras? Ahora no sé si puedo comentar lo q he leído!!!

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  3. Puedes y debes. Él es libre de borrar (Borrare humanum est) y tú de comentar.

    ¿Y la foto con la maid?

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  4. NáN, no procede: Un comentario borrado es una confidencia dicha al oído.

    En cuanto a las maid, entiendo sobradamente que les guste a las niñas. A las niñas, siempre jugando muy serias a ser mayores, les debe encantar ver a las mayores bufoneando ser niñas. Pero que tres varoncitos adultos se reúnan allí… Yo los fichaba, por si las moscas.

    En fin, mantengo que las maid son a las geisha lo que la fast food a la culinaria: un moderno embrutecimiento, una degeneración.

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  5. Me estoy poniendo al dìa. Sin duda que los japos se divierten a su modo, no?. Eso de carne picada creo que se cocina al vapor, una versión de empanada. Un beso

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