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26 agosto 2025

Anemoia en Berat [Balk 11]

Lunes, 21.07.25: Berat
En este viaje, como hemos tenido que dejar el coche alquilado en un país para pasar al otro, hemos vivido dos momentos que me han llevado directamente a nuestro pasado mochilero, cuando se cogían minivans (furgonetas) para ir de un sitio a otro. La primera fue el otro día al dejar Ulcinj y hoy es la segunda: otra furgo que nos llevará al aeropuerto de Tirana para alquilar otro coche para Albania.  

Hemos tenido que ir muy pronto a una calle céntrica, al albergue aquel en el que quería alojarme yo (the wanderers hostel), porque salía desde allí. Hemos entrado a la recepción con Mini a preguntar -yo quería que viera lo que es esa manera de viajar, ya que el proyecto interrail se mantiene- y luego hemos esperado en la calle un rato.  En la foto de abajo tenéis a los mochileros, mirando su teléfono. ¿Qué hacíamos nosotros en las esperas, cuando no había teléfono?  

No quiero entrar en el "me alegro de haber crecido sin móviles", pero sí introducir el concepto de "anemoia" del que me ha hablado hoy Fashion. Se trata de la nostalgia que se tiene por un pasado que no viviste, por ejemplo, esa gente que querría haber vivido en la Roma clásica (yo siempre que me embarco en esas fantasías pienso: ¿había antibióticos y anestesia? Entonces no). Hoy en día otro ejemplo muy claro es la Gen Z (generación Z, los nacidos entre 1997 y 2012), y su fascinación por los 80. Yo esto lo veo con Mini y "Stranger things", una de sus series favoritas, o su interés en rescatar ropa pasada de moda que se almacenó en la casa de Vetustilla de la Torre. La hipótesis de este artículo es: los nacidos en los 80 fueron la última generación que creció sin el mogollón de tecnología que llegó luego. Teníamos tele y una cámara de fotos por familia (esa Agfamatic que te regalaban por la comunión no cuenta). Teníamos irnos de casa y que nadie nos controlase por esas horas. Teníamos aburrimiento, teníamos lectura, teníamos el fijo para hablar durante horas.  



Luego también existe el concepto de "fernweh": es una palabra alemana que significa "nostalgia por un sitio donde no has estado nunca". 

Mientras esperamos, dos tiendas: la primera es el minimalismo y no recuerdo ya qué vendía. 


En la minivan, aparte de los mochileros, hay dos japoneses. El paisaje no es nada especial. Escucho un podcast del New Yorker sobre las "mean girls", ese concepto de peli ochentera (¡atenta, Mini!) donde hay "abeja reina" con su séquito que domina la interacción social del instituto. Qué ha sido de ellas, aquellas que daban miedo? Uno cuenta que aún está en contacto con una de ellas y de adulta, es médica y una persona normal. Copio una frase que no entiendo: "want equals fear". En el aeropuerto solo nos bajamos nosotros y un finlandés. Vamos a la agencia de alquiler de coches y no nos lo pueden dar hasta las 12:00, con lo que tenemos una hora de espera.


El Peda y Mini se van a la terminal a tomar un café (la imagen de arriba es de la enorme pared metálica allí, a mí me parece muy bonita). Yo me quedo en la oficina leyendo y observando las interacciones entre los empleados cuando no hay clientes, o con estos últimos cuando llegan—hay muchos españoles, por cierto (las típicas parejas treintañeras, alguna familia con hijos adolescentes). Cuando se quedan solos, llega un cretino que debe ser el jefe que trata mal a un chico negro que tienen como para recados. Le manda hacer algo que no recuerdo de mala manera y me da un asco tremendo. Yo no estoy acostumbrada a ver ese tipo de comportamientos tan descaradamente racistas —dios libre a los ingleses— y me choca. Por fin llegan mis compas, nos dan el coche y nos vamos. Al salir, otra estatua de la malvada Nené en la rotonda y aunque nos equivocamos de carretera al principio, por fin damos con la autovía. Tras el mucho tráfico habitual (un país con poca infraestructura para tanto coche) y dos horas y pico, llegamos a Berat. 


Berat (o Berati, en albanés) está apartada de todo y eso hizo que el turismo no llegara hasta hace poco. En 2008, fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y tiene tres barrios históricos: Kalaja (o Kala), dentro de la ciudadela arriba en la colina, donde subiremos mañana; al pie de la colina, Mangalemi, el centro otomano de los siglos XVIII y XIX, y el antiguo barrio cristiano ortodoxo de Gorica, al otro lado del río, que es donde nos quedamos nosotros. 

Al llegar, el calor es horroroso —dice la guía que debido a sus "superficies de piedras reflectantes" hace una media de 10 grados más que en los alrededores: doy fe. Me adentro por las calles de adoquines donde no pueden entrar los coches a buscar nuestro hotel. Una vez allí, hay una señora que no habla inglés y me pasa al teléfono con otra que está en un restaurante y es la que lleva el cotarro. Nos acercamos al restaurante al lado del río, nos dejan aparcar con descuento en una explanada que regenta un niño, y volvemos con las maletas de rueditas haciendo mucho ruido sobre los adoquines milenarios. La habitación está bien, estilo tirando a celda monacal y no se puede hacer otra cosa que echarse la siesta -de la que me cuesta horrores despertar-, a menos que seas el Peda que se va a una terraza a tomar una pinta y un café. 


 Por fin logro separarme de la cama en la que me han debido azotar con un cilicio, a juzgar por el cansancio, y salimos cuando baja algo el sol. La ciudad está dividida por el río Osum, y a ambos lados se ven casas con la típica arquitectura otomana: la llaman "la ciudad de las mil ventanas" por algo. Este es el barrio de Mangalemi.


Y este el de Gorica...

Cruzamos el puente donde alguien se ha olvidado una cámara réflex en el suelo. Me preocupo: ¿debería quedarme hasta que esa persona se dé cuenta y aparezca, azorada perdida? Vamos callejeando por el Bulevar República que en su día fue el bazar. Estas casas tradicionales que escalan por la colina hacia el castillo se llaman konaks y aunque dicen que son "menos grandiosas que las de Girokastra" (donde no tendremos tiempo de ir), tienen también mucho detalle. 

Hoy nos cuesta mucho encontrar restaurante: el primero, altamente recomendado, solo abre para comidas; el segundo —para el que subimos trepando casi la mitad de la colina— está reservado "todo julio y agosto", asegura el camarero. Entramos a la desesperada a un tercero, enfrente del río, y prácticamente me tengo que sentar encima del aire acondicionado porque estoy sofocada. Les digo a mis compas que “el postre lo tomamos en otro sitio”, y se echan unas risas... son dos contra una. Total que al salir tomamos helados. Al pasar por el puente de vuelta, la cámara ya no está ahí. 



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