El padre de Sergi Pámies era de un pueblo cerca de Vetusta llamado Tauste, pero vivió en Cataluña, donde fue político comunista. Su madre era catalana, periodista y activista. La vida de su familia, el por qué su padre y su tío estuvieron tan involucrados políticamente (spoiler: su hermano mayor fue asesinado al principio de la Guerra Civil), el cómo se crece en una familia tan comprometida y cómo ha intentado educar a sus hijos sobre ese tema, la cuenta en un relato ("El nicho") hacia el final del libro que acabo de leer, "Canciones de amor y de lluvia" (2013), editado por Anagrama.
La foto de la portada es fea con avaricia, así que el resto de las fotos del divague no tienen nada que ver con el texto. Y no, no le han robado la contraseña del blog a Scrooge: pese a las imágenes navideñas, soy yo. Lo que ven es el resultado de entrar en plan curioseo a una iglesia que no conocía pese a estar cerca de casa y aún estoy perpleja ante el festival de árboles. El cotarro lo dirigía un número de personas de mediana y avanzada edad, muy ocupados preparándolo todo para una tarde de villancicos (aquí llamados carols) interpretados por niños del cole local, mince pies (pasteles típicos de la época), mulled wine (vino caliente con canela) y proselitismo. Uno me pilló por banda y me contó todas las veces que había estado en Ejpein, aunque, lo sentía, no en Vetusta. En 1966 vio la final del único mundial que ha ganado Inglaterra contra Alemania en un bar en Ibiza, lleno de ingleses y alemanes- "oh sí, el de Bobby Charlton", dije [de algo tuvo que servir el maldito examen de ciudadanía, ahora tengo ese dato ocupando sitio en mi cabeza]. Pero divago; vuelvo al libro.
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Antes de llegar al relato autobiográfico con el que he comenzado, ya me había leído la wiki de Pámies y buscado su foto, porque la que ponen en el libro no sé si va en serio o es irónica: mira a la cámara con una cara, tal vez mueca, que yo solo pondría de risa. Mi conclusión es que es de broma, porque durante la lectura me ha demostrado que tiene sentido del humor. Hay mucha retranca o somarda, o como se diga eso, humor que a ratos puede llegar a ser negro. Me encanta reírme con la literatura y no es tan frecuente en castellano, siempre lo digo. Busco en mis notas y no encuentro ninguna precisamente de humor para intercalar aquí. Ah sí, ya: "en ese restaurante se junta la hipocresía de los clientes que fingen que allí se come estupendamente, y la falta de escrúpulos de los propietarios, que fingen saber cocinar".
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Hay mucha metaliteratura: otro factor para decir sí. En "Dos coches mal aparcados", la madre escritora les dice a los hijos que "todo lo queráis saber sobre mí está en mis libros". No puedo evitar sonreír: alguna vez, ante alguna conversación, he pensado (o incluso he dicho, pero solo a alguna persona de extrema confianza) "escribí un divague sobre este tema". Puedo llegar a ver el día en el que remita a la gente aquí para respuestas. Como si hubiera alguna, solo hay preguntas y algunas mal formuladas. Pero además, Pámies habla de libros y del proceso de escritura muchas veces, por ejemplo, lo que nos pasa cuando releemos, que es como examinarnos a nosotros mismos en el pasado.
Habla de un tipo de personaje que me recuerda a uno de Bryce Echenique (o tal vez a él mismo, no recuerdo): una persona cuyo objetivo es no molestar, pasar por la vida de puntillas. Así como hay narcisistas que siempre quieren ser el centro de todo, en el otro polo del espectro están estos. Yo conozco a alguno y también me ponen bastante nerviosa. Pero el prota de "La vida inimitable" no llora al nacer como un primer paso para pasar desapercibido en la vida. Para explicarte su manera de estar en el mundo, usa lenguaje tan chulo como este:
"nunca probó las drogas: intuía que los paraísos artificiales acaban siendo tan decepcionantes como los infiernos naturales".
Pámies es mayor que yo, pero como este libro fue publicado probablemente cuando él tenía mi edad, siento también cercanía en los temas generacionales: la inquietud por los hijos adolescentes que están de juerga por la noche ("Todo el mundo lo hace"), los padres que se hacen mayores, resacas que duran un año... Y en el lenguaje (¿alguien se acuerda de cuando a terminar una relación se le llamaba "cortar"?).
Hay varios relatos que son existencialismo en vena (tal vez no lo que necesito en este momento vital): como olvidar uno estremecedor titulado engañosamente "El tiempo", porque en realidad va de matar el tiempo (un dolor para los que no soportamos aburrirnos). Primero matas una hora o una tarde, y luego ya pasas a matar los días o las semanas. O de "donar tu cuerpo a las letras": esto hace quedar al donarlo a la ciencia en una vulgaridad utilitaria.
Pero uno de sus temas fundamentales son las relaciones de pareja: la crudeza con la que se aproxima al tema pone los pelos de punta. Hay una pareja que no tiene nada que decirse que busca un destino vacacional sin ningún interés, y Pámies acepta resignado: "si no fuera transitoria, la pasión no existiría". Habla de gente de belleza tan espectacular que perderla con la edad resulta traumático, del idealismo como método de supervivencia, de gente cohesionada por la euforia de la indignación, de que es mejor ser esclava de tus vicios que de tus virtudes.
Termino con la mejor: "Lo que ocurre a partir de ese momento parece mentira, y por lo tanto es mejor contarlo como si fuera verdad". Qué grande, pero también está el reverso: con la ficción, se pueden contar más verdades que con un ensayo, o documental, o entrada de blog personal. Tal vez tenga que añadir esta frase a la cabecera de metaliteratura del divlog, donde todo se cuenta como si pareciera verdad, o volver a los relatos o seriales y que se cuentan como si fuera mentira.







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