Si las ballenas no te apasionan, no te interesan, no son tu cosa: igualmente tienes que leer "Moby Dick". Si la psicopatía, el desorden de la personalidad, El Mal, no son tu cosa, no es indispensable este libro. O a ver qué piensas tras leer el divague.
Yo ya conocía la historia de Jean-Claude Romand y, en todo caso, la cuentan en la contratapa: un tipo que, tras pretender que era médico con un gran puesto en la Organización Mundial de la Salud, termina matando a su mujer, dos hijos y a sus padres cuando se ve acorralado, y que va a ser descubierto. Lleva 25 anios de cárcel en Francia.
Yo ya conocía la historia de Jean-Claude Romand y, en todo caso, la cuentan en la contratapa: un tipo que, tras pretender que era médico con un gran puesto en la Organización Mundial de la Salud, termina matando a su mujer, dos hijos y a sus padres cuando se ve acorralado, y que va a ser descubierto. Lleva 25 anios de cárcel en Francia.
Cuando escuché esta historia espeluznante en la radio me planteé mil preguntas, todas en relación con la mente del tal Romand. Siempre hago eso: intentar ver si gente que comete acciones terribles son "mad, bad or sad", que dicen en inglés, son "locos o malos". Una vez más, el inmenso debate "nature-nurture" sobre qué porcentaje del horror es biológico, qué porcentaje social (nótese que no planteo la dicotomía biológico-social como excluyentes, el divagante que recuerde los divagues bajo el distintivo "psicopatía" sabrá de lo que hablo). Como si se le pudiera poner porcentajes al horror, pensarán algunos. Lo sé, pero es lo único que nos queda ante él: intentar entenderlo para algún día lejano, intentar prevenirlo.
A Emmanuel Carrére, autor de "Limonov", me lo lleva recomendando distinta gente desde hace un tiempo. Yo sigo en mi rollo -probablamente equivocado- particular de leer poca contemporánea, y de leer aún menos traducciones. Con este libro me he reafirmado en ambas decisiones, pero sobre todo en la segunda. Traduttore, tradittore, o no, pero yo me siento como metiendo mano con guantes. Sé que algo me pierdo, y además, es que distingo frases que me suenan estiradas, traídas por los pelos, vamos, que en la vida eso no se dice así. Por tanto, este no es un libro que recomiende a alguien que no le interese el tema de la psicopatía, los trastornos de la personalidad, la enfermedad mental. Yo lo he leído con interés porque es Mi Tema (bueno, uno de) y sí, entiendo que la gente normal tiene como Su Tema las motos, la Revolución Industrial, lo victoriano. O algo. A mí me fascina escarbar en la mente humana e intentar entender: "Es el demonio", "el mal en estado puro existe", no me sirve.
El problema de intentar entender es que, en muchas ocasiones, acabas sintiendo compasión por el monstruo. Tras leer su pasado, te haces una idea de dónde viene, te planteas que sus acciones no son más que cerrar un cículo de espanto y tu ira inicial, focalizada en él, tiene que necesariamente extenderse a más y más y más, y al final llegas a la conclusión de que vas a ningún sitio. El foco del odio somos todos. Pero para empezar, es curioso con el caso de Romand, porque con él es difícil sentir esto-o por lo menos para mí, veremos luego. No venía de una familia de abuso, de falta de amor, de enfermedad, de pobreza extrema, una de esas situaciones imposibles de las que, de todas formas, la mayor parte de la gente sale, mal que bien, sin asesinar al prójimo. Lo de este individuo enerva porque, dentro de la mediocridad más cotidiana, casi sin querer, hiciera lo que hizo. Hay gente que no se sale de su camino para hacer el mal, pero si hay alguna razón por la que algo se les cruza que pueden solucionar jodiendo (disculpas por mi lenguaje, fastidiando no es suficiente) a alguien, no dudan en hacerlo. Malos oportunistas. Parece que lo de Romand fue una cosa así, escala masiva (y no diré Nivel Leyenda porque esto es lo que él, en el fondo quiere).
Romand comenzó mintiendo, nos dice Carrére, en el contexto de una familia -donde era hijo único-y de las inconveniencias no se hablaba. Así que las "mentiras piadosas" eran la constante, y la somatización: te duele el alma, pues te duele la tripa o tienes jaqueca. Lo importante es no hablarlo, no confrontar nada, y todo para adentro. El cuenta que escondía "una angustia, una tristeza vital", y que no se lo decía a sus padres para evitar decepcionarles. Pero Romand no es el primero ni el último que no habla con sus padres de sus pensamientos más íntimos, ni el único que no quiere decepcionarles. Obviamente, lo más saludable es vivir en una familia abierta, dialogante y no juzgadora, como las de las películas. Pero no todo el mundo tiene esa suerte o, en realidad, solo existen en las películas.
Cuando está en segundo de medicina y no aprueba un examen necesario para pasar de curso, decide pretender que sigue en la carrera. Yo ya conozco dos casos de estos: uno personal, y otro me lo contaron. El personal era una compa mía de clase que llevaba colgadas mil asignaturas de cursos pasados, y en un punto (no sé que vino antes) se aficionó a los bailes regionales. Un día me dijo "si llamas a mi casa (oh, aquella época que llamábamos al fijo para comunicarnos con nuestros amigos, y acabábamos hablando con sus madres), mis padres creen que ya he terminado la carrera". Yo ya me vine a UK y le perdí la pista, pero a veces me pregunto qué sería de ella, si estará aún bailando danzas étnicas, si vivirá de eso, si lo sabrán sus padres. Pero divago.
Romand es, y esto no sorprenderá a nadie, un narcisista de libro pero que se quiere muy poco a él mismo. Su inseguridad es enorme: en la vida hace lo que cree que va a gustar a los demás, no a él mismo. Querer gustar hasta un punto es normal (en especial en las mujeres, a las que se nos ha educado para eso; menos mal que las cosas están cambiando y cada vez más hay mujeres con un par que están cambiando las cosas), pero sacrificar lo que eres para que te aprueben los otros, ese afán, te hace patético y desde luego alguien que, una vez descubierto, no gusta a nadie. Ya en su juventud era un pobre de espíritu, que se inventaba historias que a nadie interesaban en su grupo, pero que eran demasiado amables para cortarle en seco. Muchos anios después, en el juicio, igualmente se centraba en sí mismo: su sufrimiento, su dolor. Ni idea de cómo se sienten los otros.
Otra característica de libro de texto del psicópata es la grandiosidad. En Romand se ve claramente durante la novela, todos sus imaginados títulos y pretendidos viajes por el mundo (que se pasaba metido en un hotel en el aeropuerto) son propios de un triste, esa gente que miden su valía por todas esas cosas externas que poco tienen que ver con el centro personal de uno, que no sé porqué me senialo el esternón mientras escribo esto. Pero cuando se ve más trágicamente es en el juicio: le gustaba verse -y que le vieran, claro- como un personaje trágico, impelido por la fatalidad oscura, una especie de ser de la noche, misterioso y atractivo. Hay algunos que tienen cáncer (esto también se lo inventa en un punto), pero lo suyo es que "el destino ha querido que él constrajese la enfermedad de la mentira" y claro, poco se puede hacer ante eso, no es su culpa, él nunca asume ninguna responsabilidad. Cuando salen a la luz sus timos y estafas a toda su familia y amigos-pretendiendo que como mienbro de la la OMS podía obtener grandes intereses-, eso no le gusta. Eso lo presenta como un cutre secundario de serial barato, un timador sin escrúpulos- ni huevos porque elige a ancianos y gente vulnerable para explotarlos vilmente.
Cuando a estos tipos se les desenmascara, siempre salen los vecinos diciendo "si era un chico tan majo, siempre saludaba". Obviamente, esto también pasa con Romand. Lo que más miedo me da en estas situaciones, y también aquí: tras haber cometido esa matanza va a comprar el periódico y la vendedora dice que "parecía tan normal". Ni un mínimo azoramiento. Nada. No siente nada.
Se acaba la novela y tú terminas sintiendo todo menos nada. Estupefacción, confusión, porque lo que no entiendes es nada. Y lo recuerdas como, en el fondo, un pobre hombre, aterrado de la violencia física, un cobarde que se mete en una huída hacia adelante atroz, con un trastorno de la personalidad bestial y un vacío, un vacío total. Es un ser hueco, que además de indignar (por qué, por qué todo eso?), aburre. En la cárcel empieza a recibir las visitas de un grupo cristiano zumbado, de esos cuya gran aportación a la Humanidad será la oración ininterrumpida del rosario 24 horas al día forever, que caen en sus garras de charming psychopath (tienen algunos un lado encantador, en la superficie... vale, no todos, pensemos en Mindhunter) y una de ellos se hace su novia!!! En fin, que los muy descerebrados le ofrecen otra careta tras la que esconderse, de otros pero ante todo de sí mismo... y el libro termina con un escrito suyo iluminado por esta nueva idea delirante (sin estar sicótico, un respeto a los sicóticos) de la Gracia y la Luz. Y, a estas alturas de libro, ya ni siquiera fascina el intentar entenderle: Carrére nos ha llevado a una de las peores cosas de que uno pueden decir, que aburre.
El libro está correctamente escrito, pero no creo que supere el nivel "entretenimiento" para alguien que no se pase la novela analizando al personaje. Como dice mi admirado (este sí) Norman Mailer "to become a good working amateur philosopher, an indispensable vocation for the ambitious novelist since otherwise he is naught but an embittered entertainer, a story-teller". Eso, o yo me he perdido, una vez más, en la traducción.